29| Mi padre es un gilipollas

Una suave melodía se concentró en sus oídos, bailoteando a su alrededor. Entreabrió los ojos y pudo observar una habitación que no era la suya. Se revolvió sobre la cama adormilada y, sin cesar de escuchar aquella música, se irguió lentamente.

En su campo visual se adentró la imagen de un joven de cabello rubio cobrizo tocando el piano. Su rostro reflejaba una sensación inmensa de calma mientras tocaba aquel instrumento de cuerda, dejándose llevar por la suavidad del sonido. Ella lo observaba adormilada, frotándose los ojos y sin ser todavía consciente de donde estaba.

Cuando la mirada del muchacho y la suya chocaron, entonces tuvo su momento de lucidez y se percató de su pelo enmarañado, de las legañas de sus ojos y su aliento de recién despertada, que le provocaron ganas de desaparecer. Hasta que llegó a su cabeza el recuerdo de la noche anterior, y se sonrojó hasta tal punto que el otro se preocupó.

—¿Por qué pones esa cara nada más verme? —cuestionó entornando los ojos, mientras su pelo revoloteado rozaba sus ojos.

—No es nada. —Bajó la mirada nerviosa. Se sentía como una completa cría. No podía dejar de rememorar en su cabeza lo sucedido la noche anterior.

El pequeño asiento del piano hizo un ruido sordo al ser arrastrado y el joven se levantó y puso rumbo en dirección a la chica. Por su parte, Spencer lo único que fue capaz de hacer fue agarrar las sábanas y cubrirse con ellas, de un modo que parecía una crisálida.

—¿Acaso estás en plena metamorfosis? —Se sentó a su lado en la cama.

Ella se giró para no tener que mirarlo directamente a los ojos. Bruce se percató y se inclinó para mirarle bien la cara.

—Deja de mirarme tan fijamente... —murmuró Spencer mordiendo la sábana y él frunció el ceño.

—Pero, ¿qué te pasa?

La joven le dedicó una mirada de soslayo mientras movía los labios de un modo extraño. Tras unos segundos siendo vigilada por la fría mirada de Bruce, se giró hacia él.

—Se me hace raro verte tan tranquilo después de todo lo que hicimos anoche.

Silencio. Un tenso silencio inundó la estancia tras pronunciar aquellas palabras. Bruce se quedó con una expresión de sorpresa al escuchar aquello, tenía los ojos muy abiertos y la boca bastante tensa. Spencer pensó que se le había quedado cara de bobo.

—Spencer... —Rompió el hielo al fin, llevándose los dedos al puente de la nariz—. No me digas que estás tan rara porque lo hicimos. —Deslizó la mano hacia la cabeza y se frotó el pelo, mientras dejaba escapar un suspiro con los ojos cerrados—. ¿Por qué no debería estar tranquilo? Estoy contento.

El rostro de la castaña se apaciguó notoriamente, bajó la mirada y asintió con la cabeza.

—Yo también. Pero no deja de ser nuevo para mí, supongo que mi reacción es exagerada —confesó avergonzándose por momentos.

La cálida mano de él se posó sobre su hombro.

—No te preocupes, lo entiendo. —Guiñó un ojo—. ¿Quieres que bajemos a desayunar?

Tras oír aquella inocente pregunta, Spencer volvió a darse cuenta de cómo debería ser su apariencia de recién levantada.

—Sí, claro, pero antes tengo que asearme un poco —dijo mientras se tocaba el pelo—. Además, estará tu madre abajo, ¿no?

Bruce giró la cabeza.

—No lo creo.

—¿Por qué no? —inquirió con curiosidad.

—Ayer ya se movió demasiado. Demasiadas emociones en un día para ella —respondió poniéndose en pie y acercándose a la ventana para mirar a través de ella.

—¿Es...? —Frenó un instante en el que dudó si debía continuar con la pregunta, o por el contrario obviarla— ¿Es por su enfermedad?

El muchacho se sorprendió y no pudo disimular cierta molestia al voltearse para mirar a Spencer.

—Sí. —Su respuesta fue seca. Apreció como la confusión en la imagen de su novia denotaba deseos de saber más—. Tiene un problema en el corazón. Empezó a agrandarse cuando yo era pequeño. Digamos que tiene un corazón débil.

—Lo siento... —Se disculpó con la voz suave, recordando lo agradable que fue durante la cena—. Tendrá el corazón débil pero también tiene uno muy grande.

Bruce esbozó una sonrisa repleta de cariño al escuchar aquella frase.

—Es cierto.

A la mente de la joven acudió el recuerdo de aquel hombre en la pintura del retrato familiar de la familia Rimes.

—¿Y tu padre? ¿Por qué no vino ayer?

El rostro del pelirrojo se oscureció y su mirada perdió el brillo que tenía aquella mañana.

—Mi padre es un gilipollas.

Tras aquellas palabras, Spencer no dijo nada más al respecto. Supo que se había sobrepasado con las cuestiones. Y más tratándose de Bruce, que le había demostrado que odiaba hablar de su familia.

Bajaron a desayunar y pudo llenarse el estómago de comida deliciosa. Conforme pasaba el tiempo, ella le comentaba cosas a Bruce, la mayoría eran estupideces, pues lo único que pretendía era animarle un poco después de haber sacado el tema de su padre.

Cuando Bruce la llevó a su casa parecía bastante más animado. No dejaba de dedicarle sonrisas a la muchacha. Sin embargo, ella se sentía terriblemente mal porque veía que eran tan sólo una herramienta para ocultar lo afligido que se sentía.

Un bufido cargado de cansancio salió de entre los labios de Spencer, la cual se encontraba en su asiento en clase con la cara apoyada sobre el pupitre. No hacía más que pensar en la reacción de Bruce cuando le preguntó acerca de su padre y en la inmensa curiosidad que sentía al respecto.

—¿Ha ocurrido algo, Pen? —La voz de Dalia hizo que levantara la cabeza.

Se quedó mirándola intensamente, de tal manera que su amiga sintió un escalofrío recorriendo su espalda.

—¿Qué sabes acerca del padre de Bruce?

—¿Qué clase de pregunta es esa? Pues poco, la verdad. Lo mismo que sale en la sección de economía en la prensa.

Spencer relajó las facciones de su cara, que tan tensas tenía de darle vueltas a aquel misterioso hombre, y suspiró nuevamente cansada.

—¿Por qué no está Parker cuando necesito hacerle un interrogatorio?

—¿Habláis del Sr. Rimes?

Ambas jóvenes se giraron ante aquella voz y observaron a Shirley Jones que estaba atenta a la conversación que estaban teniendo. La expresión de su rostro era engreída, y los pelos que rozaban su cara eran sutilmente recogidos con una diadema decorada con un lazo.

—Hola, Shirley. —Se limitó a decir Spencer, la cual ya no sentía ningún tipo de intimidación por aquella chica—. ¿Tú sabes algo?

—Por supuesto que sí. El Sr. Rimes es un hombre de negocios; hecho para ellos. Está muy ocupado trabajando en la gestión de sus empresas, locales y hoteles en Nueva York. Es un tiburón de las finanzas.

—Ah... —Fue todo lo que pudo decir la castaña, la cual se embobó mirando a ambas chicas. Aquello le había sonado a otro idioma—. Ahora que estáis una al lado de la otra puedo me he dado cuenta de lo mucho que os parecéis físicamente. Sois tan bajitas, tan rubias... Con el cabello tan largo.

—¿Se puede saber qué te pasa hoy? Spencer, das grima en este estado tan evasivo —comentó Shirley atónita ante las reacciones que tenía la joven.

—Al parecer cree que Bruce tiene problemas con su padre —contestó Dalia.

—¡Dalia! —chilló Spencer molesta ante la falta de confidencialidad de su amiga, la cual lo único que hizo fue un gesto tan simple como encogerse de hombros.

—No te preocupes Spencer, esta tarde podemos quedar fuera y te cuento lo que quieras —dijo Shirley con altanería.

Una altanería tan inmensa que le recordó a Bruce.

—Yo invito —declaró Shirley haciéndose su larga melena hacia atrás en un gesto que realzaba su belleza.

La mesa estaba llena de apetitosos dulces. Crepes, gofres, helados... Spencer estaba completamente estupefacta. ¿Cómo se iban a comer entre ellas dos todo aquello? ¿Estaba loca?

—¿No crees que has pedido mucho?

Pero Shirley no respondió. Se limitó a sonreír con suficiencia y a comer el gofre cuadradito a cuadradito. Estaba repleto de chocolate y la castaña no comprendía como era capaz de comer de un modo tan elegante, a una velocidad que pecaba de gula, sin ensuciarse ni un poco. Viéndola comer, comenzó a hacer lo propio. Lo cierto era que todo aquello estaba realmente bueno.

—¿No está delicioso el crepe con dulce de leche?

Spencer miró a la chica que tenía frente a ella, estaba disfrutando de la comida.

—Sí.

—Bueno, ¿quieres hablar del padre de Bruce? —Finalmente el tema en cuestión salió a la luz, mientras se relamía el dulce que tenía en la comisura de sus labios.

—Claro. —Spencer se erizó de la emoción—. No sé nada de él y parece que Bruce no quiere hablar del tema.

—Entonces no debería decirte nada. —Sonrió con una malicia inocente—. Si Bruce no quiere, deberías respetarlo.

No pudo evitar interpretar aquellas palabras como un ataque. Al final, iba a resultar que Shirley nunca dejaría de ser tan retorcida.

—Entonces no entiendo para qué me has hecho venir aquí —recriminó repiqueteando con el pie en el suelo y sus nervios a flor de piel.

—Tranquila, te hablaré de él. Simplemente creo que lo importante debería contártelo él. ¿No crees? —Spencer no respondió y Shirley lo interpretó como un «quien calla, otorga», razón por la cual comenzó a hablar—. Conozco a Bruce desde que tenía mellas en los dientes y desde que se hacía rasguños en las rodillas jugando a los superhéroes. —Spencer comenzó a reír ante aquellas palabras. No era capaz de imaginar a Bruce como un niño cualquiera—. Bueno, el caso es que la madre de Bruce era modelo de grandes marcas e hija de una familia muy rica, obviamente. Y el padre de Bruce apenas estaba en casa por el trabajo, al igual que ahora. Eso le afectaba mucho. Siempre que su padre faltaba en alguna fecha especial, no dejaba de llorar y de preguntar por él y su madre, no obstante, le tenía que consolar.

—Entonces, sí se llevaba bien con su padre, ¿no?

Shirley dejó escapar una estruendosa carcajada.

—No, para nada. Su padre es muy frío. Nunca le ha dado un abrazo, o un beso, ni le ha dedicado palabras amables. Jamás. —Se encogió de hombros revolviéndose en el asiento—. O eso me contaba a mí cuando nos hicimos más amigos.

El corazón de Spencer se oprimió pensando en el pelirrojo. Como si de una ráfaga se tratara, acudieron a su mente un montón de recuerdos relacionados con el muchacho. Un sinfín de miradas frías y distantes rememoró en su cabeza de un modo agridulce. Y de pronto, como si se tratara de una revelación, pensó en la única persona que creía que podría ayudarla a tratar aquel tema con Bruce: su hermana.

El timbre resonaba por cada rincón de la mansión Rimes. Casualmente, Bruce iba a salir en aquellos momentos de su casa. Había quedado con su primo, Thomas. El cual quería proponerle algo muy interesante, o eso decía. Por eso cuando se estaba poniendo la chaqueta y escuchó que llamaban a la entrada, dio por hecho que sería él.

No sería la primera vez que su primo pierde la paciencia esperándole. Aunque Bruce era la persona más puntual que existía en el planeta, Parker acababa perdiendo la cabeza si tenía que esperar, aunque fueran cinco minutos. Por eso siempre se adelantaba a los movimientos del pelirrojo.

Sin embargo, cuando Bruce abrió la puerta dispuesto a salir, la persona que había parada frente a él no era Thomas, sino Miller. El corazón de Bruce se detuvo al verla ahí y súbitamente recordó a Spencer y en cómo casi descubría lo de su compromiso con ella.

Debía poner fin a aquello cuanto antes, pero para ello tenía que hablar con su padre. ¿Y si se lo contaba a Spencer? ¿Cómo reaccionaría ella ante aquello? ¿Qué debía hacer?

—Tengo que hablar contigo —dijo ella con la voz serena y el rostro serio.

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