Capítulo 3
No tuve un solo rastro de la chica por diez largos días. Preocupación, angustia o tristeza, una batalla que tenía el mismo resultado. Solo quería saber que estaba bien.
Mi jefe exigió novelas de amor porque generaban buenos ingresos. Las personas las buscaban porque era sencillo perderse en ellas, creer en lo que contaban, pero yo no estaba en los mejores momentos para improvisar sobre romances apasionados. Hice lo que me pidió, escribí de amor, de otra clase igual de fuerte, conté parte de la historia de mi familia. Esa que en lugar de cerrarme la puerta, la abrió de par en par.
Lo volvió a hacer porque, pese a la negativa de mi superior, el texto tuvo tan buena acogida que empecé a recibir correos de personas que se sentían identificadas. Rodearme de otras experiencias me hizo darme cuenta que no estaba tan solo como pensaba.
Fui consciente de eso por segunda vez cuando el martes por la mañana, releyendo una anécdota que había impreso, y pegaría en mi escritorio, alguien tocó a mi hombro.
Ahí estaba ella. Tardé un momento observándola, pero antes que pudiera hacer un solo movimiento, sus manos tomaron vida propia apoyando la palma extendida sobre el pecho, la seña de nombre con su dedo índice y medio, hasta deletrearlo. Cielo. Su nombre era Cielo. Sonreí como un idiota en mi rápida respuesta, peor ella volvió a mostrarse confundida antes de sacar de su bolsa una libreta.
Anotó deprisa unas letras antes de cedérmela.
Lo siento, es lo único que memoricé, pero seguiré aprendiendo. Ahora deberás decirme un par de cosas. La primera, cómo debo llamarte. La segunda, tu opinión de unas páginas.
La miré curioso, entonces topé con mi última publicación.
Ramón. Un gusto conocerte, Cielo. Bonito nombre.
Sobre él, creo que es un escritor mediocre de buenas intenciones.
Ella me regaló una brillante sonrisa. Amaba ese gesto, el lenguaje universal, muchas veces involuntario, por eso era tan auténtico. Sin deseos de apantallar, pero lográndolo. Fue tanta la seguridad que me transmitió que me sentí valiente para garabatear lo que venía ocupando mi mente por semanas.
¿Puedo hacerte una pregunta? Ignoremos esta. Es un poco atrevida, y entenderé perfectamente si dices que no... ¿Te gustaría ir a tomar un café conmigo?
Las manos me temblaron cuando le di la hoja. A veces las preguntas son complicadas y las respuestas son simples.
Entonces su dedo meñique y una sonrisa dictaron un sí.
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