Capítulo 2

Renuncié a una hora con la almohada para soñar despierto. Convertí en mi rutina subir a aquella ruta y admirar el abanico de gestos que nacían al toparse con una historia. Novelas o cuentos relatos, muchos pasaron por sus manos. Sin embargo, cada lunes su lectura era interrumpida por la nueva revista.

Sonreí al verla perderse entre los párrafos que escribía. Intentaba descifrar su opinión de ellos a través del desfile de sus expresiones, pero era imposible porque variaban de otra a otra sin aviso. Y supongo que era malo disimulando mi interés, porque aunque me esforzaba por ser discreto, ella siempre terminaba descubriéndome.

Cada que sucedía elevaba la comisura de los labios, transformando una sonrisa victoriosa en una risa que pese a no llegar a mis oídos dejaba el mismo rastro de alegría en el corazón. No debí ilusionarme, sabía que solo intentaba ser amable, pero era inexperto, mi primer contacto especial con una chica que causaba en mí lo que muchos autores habían descrito.

Nadie me engañó, yo era consciente que jamás me correspondería, pero eso no frenó que la próxima vez que mis manos tocaron un teclado pensara en ella en cada frase. Abandoné el fuego de los dragones, la magia o el carbón de la revolución para hablar de un combustible que impulsaba con la misma intensidad: el amor.

Aquel sentimiento que parecía inalcanzable dio luz a uno de los relatos que más orgullo e impaciencia me produjo. Conté los días a su publicación y cuando al fin pude apreciar las letras en el papel sentí que había dejado un pedazo de mi alma. Ese lunes mi reparación se cortó cuando sus dedos pararon en esa página. Me pregunté si habría dejado alguna pista para que lograra sospechar que era mi inspiración.

Sin embargo, incluso sin conocer al creador, la muchacha sí reparó en su cambio. Frunció las cejas extrañada ante el título, pero a medida que avanzaba su semblante se fue suavizando hasta que la paz iluminó de lleno sus ojos. Entonces de su boca brotó una sonrisa diferente a las anteriores. Felicidad, el sentimiento que compartimos.

Repetí el género de mis textos las dos semanas que le siguieron porque era visible que los disfrutaba, siempre brincaba las hojas que le antecedían para ir directamente a ellos. Saber que podía alegrar un poco sus mañanas era suficiente motivación para intentar sorprenderla.

Fue en un arranque de valentía que un día volví a ocupar el sitio de la primera vez. Hombro a hombro. La tensión de su cercanía se fue diluyendo hasta que su tacto arruinó mis planes. Al girarme di con una sonrisa amigable, eso hubiera sido suficiente, pero entonces ella habló.

No entendí lo que quiso decir, sus labios apenas se despegaban por lo que me fue complicado leerlos. Podía hablar, pero la inseguridad amarró mi lengua. No lo hacía bien, por eso lo evitaba a toda costa. Abandoné la logopedia siendo joven, demasiado joven.

Ella se mostró extrañada ante no tener respuesta así que venciendo mi temor señalé mi oído y negué suavemente para que pudiera comprenderme. Abrió los ojos de a poco asustada, al entender el significado, y antes de que pudiera saludarla como era debido se levantó. No me dio tiempo de reaccionar, cuando me percaté ella ya estaba corriendo para salir porque su parada estaba en esa esquina. Fue un chispazo que se apagó antes de encender.

Un vacío se instaló en mi pecho, justo en el órgano que en cada bombeo repetía que lo había arruinado. Y a la mañana siguiente, cuando no se presentó, cualquier intento de esperanza desapareció.

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