Capítulo 1
Todas las historias inician con una inesperada desgracia o un esperanzador milagro. La mía fue una divertida mezcla de ambas.
Mi deseo de ahorrarme unas agotadoras horas con el mecánico, me llevó a comprar un pasaje de camión. Una mueca de hastío del chófer, acompañada de palabras apretando los labios, fueron suficiente para dejar claro que la mañana no había sido buena para nadie.
Ante una violenta sacudida ocupé el primer lugar disponible. Sesenta minutos es un soplo o una eternidad dependiendo de las circunstancias. Busqué la ventana, pero no fue el paisaje, sino la persona sentada a mi lado la que se encargaría de apoderarse de mi tiempo.
Ella no me prestó atención, estaba absorta en la revista que hojeaba despacio, fue ese pequeño detalle lo que impidió volver la vista al frente. Se detuvo justo en el artículo que creí recordar de memoria, pues me había llevado decenas de horas editarlo, pero en sus manos olvidé hasta el nombre.
No debía ser nuevo, sin embargo, lo fue, porque por semanas había pensado que nadie en la ciudad las leía. Una excusa para beneficio de todos. El dueño vanagloriarse de su inclusión, su hijo una excusa para justificar los gastos que terminaban en su bolsillo, yo tener mi primer empleo. Pero obtuve la prueba de mi error.
Analicé el semblante de la mujer devorando las líneas con interés, como si pudieran tener significado. Debió sentir mi mirada porque en un reflejo sus ojos azules buscaron al curioso que la observaba. Tardé un momento procesando su imagen, cabello lacio rozando sus anchos hombros y su piel rosada repleta de lunares. Un segundo que se sintió como una vida hasta que sonrió. Su sonrisa iluminó su rostro provocando que algo se estrujara en mi pecho. Volví la vista a un lado, fingiendo indiferencia ante un hecho que no debió cambiarme, pero lo hizo.
Las preguntas comenzaron a acumularse en mi mente, pero no dejé que escaparan. Mantuve con llave la cerradura que daba acceso a su mundo. Lo único forma de penetrar en el universo del resto era a través de las palabras.
En esa oficina las personas eran de tinta, no aceleraban el corazón, ni despertaban los sentidos como lo experimenté por primera vez esa mañana de febrero. Quise darle un nombre a aquella nueva emoción, pero no encontré ninguna que le hiciera justicia, cuando caí en cuenta imité su ejemplo poniéndome de pie para que bajara.
Agité mi cabeza para apartar los pensamientos sin sentido, pero aún así el resto del trayecto no pude parar de preguntarme si a la mañana siguiente ella estaría ahí.
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