Capítulo 48
No salí de mi cuarto hasta la hora de irme al trabajo. Agustina me llevó fruta, preocupada porque no quería comer. Pero no era un acto, mi falta de apetito era real. Junté las cosas que mi hermana había rescatado: la lana, las agujas, la revista, la bufanda, los cuadraditos y otras fotos. Repartí todo entre mi mochila y una bolsa, las fotos estaban todas arrugadas, un par llegaron a ser rotas, pero las guardé de igual manera. Cuando acabé, inspeccioné mi cuarto con la mirada, buscando otra cosa que pudiera ser motivo de odio. No había nada. Ese lugar estaba armado para parecer común y corriente, desde siempre, cada detalle que pudiera delatarme desaparecía bajo mis propias manos. De pronto me sentí ajeno. Mi cuarto de toda la vida nada tenía que ver conmigo. Nada reflejaba lo que me hacía feliz o lo que me ponía triste. Ningún recuerdo se ocultaba en mis pertenencias, ningún significado, ningún momento relevante.
La lana y las fotos arrugadas parecían ser lo primero de valor en mi vida.
Salí al trabajo y Agustina me siguió, como un guardaespaldas, hasta la vereda para despedirme.
—No discutas con mamá sin motivo —pedí.
—Eres muy suave —me acusó ella.
Dudé pero decidí no responder. En realidad no quería que ella se involucrara en mis problemas, viviendo situaciones tensas que no merecía vivir. Pero no creía que ella fuera a entenderme.
Al voltear, miré de reojo la calle pero no encontré la camioneta de Aldo estacionada. Se había marchado a su casa o a un trabajo que lo esperaba en algún otro lugar.
***
Al entrar al videoclub, mi atención se dirigió al mostrador. Valentín observaba mi ingreso, mis pasos, mi postura un poco encorvada y mi expresión seria. Mi alma buscó refugio en él y él se percató de mi necesidad de su cariño. Sonreí y fui hasta el mostrador.
—Hola.
Seguía sin gustarle que le hablara con tanta confianza en los cambios de turno pero ese día optó por ignorar sus propias reglas.
—¿Qué llevas en esa bolsa? —preguntó con curiosidad, inclinándose sobre el mueble, sin importarle nuestra cercanía.
Sabía que Simón nos veía pero no podía pensar en él ni en los clientes.
—Lana —respondí con simpleza, en otro momento le contaría lo ocurrido.
Levantó los ojos y apoyó su cabeza en una de sus manos, regalándome un gesto coqueto.
—Voy a poder ver cómo tejes —dijo en voz baja.
Su deseo me llenó de ánimo y mi sonrisa se volvió más amplia y más real. Detrás mío un cliente formó fila, así que me aparté murmurando una disculpa y me dirigí al cuartito.
Simón estaba de brazos cruzados mirando, a propósito, hacia otro lado.
***
Las cosas que pasaron en mi casa con mi hermana, mi mamá y mi tío, me tuvieron distraído. No podía imaginar qué podría ocurrir y no sabía qué hacer. Me maravillaba Agustina pero no quería que cargara con mis problemas. Mi mamá me decepcionaba pero no esperaba otra cosa de ella. Aldo, por otro lado, me angustiaba.
—Jero —escuché a mi lado. Rafael estaba con cara de perro mirándome—. Hace dos horas que estás con esas películas.
Dos horas era una exageración pero sí me estaba tomando más tiempo de lo habitual para ingresar películas devueltas. El laberinto de cintas tenía una importante cantidad de gente y mi compañero quería comerme vivo.
—Perdón.
Dejé las películas y comencé a atender clientes.
Trabajamos sin intercambiar más palabras hasta el final de la jornada. A las diez, Rafael corrió a la puerta para ponerle llave y girar el cartel que anunciaba que el videoclub estaba cerrado. Las personas que quedaban en el local se apuraron a elegir una película y armaron lo que sería la última fila del día. Cuando quedamos solos mi compañero suspiró agotado y miró la hora. Veinte minutos pasadas las diez. Lo observé contar el dinero de la caja, él notó mi mirada.
—Hoy estás insoportable —comentó con calma sin dejar de contar los billetes que iba separando por denominación.
Sin darme cuenta, seguí mirándolo, inmutable, como si pudiera encontrar en él las respuestas que necesitaba. Su rechazo hacia Valentín y todo lo que se relacionara con él, representaba el odio sin sentido de todo el mundo.
—¿Te caigo mal por mi amistad con Valentín?
—Pensé que eso había quedado claro.
Guardó la recaudación en un sobre e, ignorándome, salió del sector de las cajas para apagar el televisor.
—¿También tengo que sacar la basura? —se quejó—. ¿No vas a hacer nada?
Junté la basura y ordené las bolsas desparramadas pero no escarmenté.
—¿Valentín te hizo algo para que lo odiaras?
—¿Estás buscando pelear? Estoy cansado y quiero irme a mi casa.
Se dirigió al cuartito y cuando volvió se paró frente a mí.
—No me gustan los maricas y no tienen por qué gustarme. Ya no me molestes con tu papelito de justiciero —amenazó con desgano.
Tomé aire pero mis preguntas perdieron sentido en mi cabeza.
—No quiero pelear —murmuré arrastrando un lamento en la voz.
Rafael hizo un gesto de fastidio antes de ir a la puerta. Fui a buscar mis cosas y ambos salimos del local.
Me sentí tonto por lo que había hecho. Rafael no charlaría civilizadamente para darme respuestas lógicas que explicaran su odio y el odio de todas las personas.
—¿Y tú? ¿Por qué eres su amigo?
Quedé sorprendido. Después de poner la bolsa de basura en la canasta, Rafael seguía allí. Su voz y su rostro transmitían indignación, sus preguntas eran un reclamo.
No supe qué responder, no tenía la libertad para decir la verdad o mentir en un ambiente que compartía con Valentín sin discutirlo con él primero. Titubeé incómodo.
—Podríamos llevarnos bien pero lo prefieres a él que al resto —acusó sin darme tiempo a pensar.
—Preferiría que todos nos lleváramos bien.
Me examinó un largo rato, inconforme con mi respuesta.
—Eres igual a él, ¿cierto?
Había algo despectivo en sus palabras y me harté de ese rechazo suyo a Valentín. Me harté de la injusticia diaria, de las miradas, de las bromas, de los gestos, de mi mamá y del padre de Valentín.
—Sí, ¿y qué?
Pero Rafael no quedó impresionado con mi resolución y mi enfrentamiento.
—Que asco. Ese es tu "y qué". Son un asco los dos; enfermos, anormales, degenerados. El término que quieras.
Sus adjetivos no me impactaron, no sonaban a razones reales, hasta se me hicieron infantiles.
—Soy una persona igual que tú, con un alma igual que tú y un corazón igual que tú —dije serenándome de golpe. Rafael quedó desconcertado con mi elección de palabras—. Quiero ser feliz y estoy seguro que deseas lo mismo, que todos deseamos lo mismo.
Frunció el ceño.
—Ya hablas como mujer.
Con eso descartó la discusión y se fue.
***
Caminé ensimismado. No era propio de mí andar provocando situaciones como la que había generado con Rafael. Valentín me acusaría de alborotador. Traté de ponerle nombre a lo que sentía pero lo que sentía parecía cambiar a cada momento, cuando creía que era impotencia sospechaba que en realidad era miedo, luego estaba seguro de que se trataba de decepción, algo también dolía y me entristecía, mientras que, por otro lado, algo ardía y me llenaba de seguridad.
—Jero.
Me detuve y volteé sorprendido al escuchar la voz de Valentín. Lo vi a un costado de la vereda, en el mismo lugar donde yo lo esperaba. Me acerqué con prisa, sonriendo conmovido por su aparición.
—Viniste a buscarme.
—Me correspondía hacerlo.
Reí y me apoyé en la persiana cerrada, a su lado, dejando que mi brazo entrara en contacto con el suyo.
—No lo digas como si fuera una obligación.
Valentín se sonrió.
—Cierto que te gusta lo cursi. —Tomó aire—. Te extrañaba, por eso vine, porque quiero estar contigo todo el tiempo que me sea posible.
Miró las estrellas sin dejar de sonreír. En ese día amargo, extraño y confuso, él aparecía como el suelo firme que necesitaba tener bajo mis pies. Brillaba guiándome, llenándome de esperanza, limpiando mi mente y mi corazón, dándole sentido a mi existencia.
—Yo también te extrañé. Cuando estoy contigo el mundo se vuelve perfecto.
—Yo siento lo mismo —dijo en voz baja.
En ese momento metí la mano en la bolsa y saqué nuestra foto arrugada. Valentín la miró con atención.
—A mi mamá no le gustó la foto.
—¿Qué pasó?
—Quiso tirar algunas de mis cosas —conté indolente, como si se tratara de una tontería—. Pero mi hermana me apoya.
Resumí un poco lo ocurrido. Quería restarle importancia contándoselo allí en la calle pero luego me arrepentí, la historia me pesó y no tuve más remedio que contener las emociones. La mano de Valentín envolvió la mía a escondidas. Guardamos silencio un rato hasta que me calmé.
—¿Estás triste?
Recordé todo el incidente con Rafael.
—No lo sé.
—Vámonos, aquí no puedo abrazarte.
Sonreí, a su manera lograba transmitirme la contención y la dulzura que necesitaba. No quería soltar su mano pero tuve que dejarla ir y caminamos hasta la parada de autobús.
—Creo que discutí con Rafael —solté.
Valentín me miró con desconfianza.
—¿Creo?
—No sé cómo llamarlo.
También resumí el intercambio, al final me sonrió con burla.
—Ya te lo dije, cada día estás más atrevido.
***
Cenamos y en su cuarto, Valentín revisó todos mis tejidos. Me senté a su lado en la cama.
—¿Puedo dejarlos aquí?
—Sí. También puedes tejer aquí.
Guardó los cuadraditos de lana en la caja de zapatos y los apartó. Luego volteó hacia mí y me abrazó.
—Te debía un abrazo.
Reí y lo empujé sobre la cama para recostarme a su lado. Devolví su abrazo y dejé mi cabeza apoyada en su hombro.
—Cuéntame algo —pedí.
—Puedo contarte algo que pensaba hoy en la tarde.
—¿Qué?
—Pensaba en los perros que vamos a adoptar. Tendríamos que salir a caminar por la calle y buscar uno que no tenga hogar, llevarlo al veterinario y elegir un lindo nombre.
Valentín me dijo que sería muy importante adoptar una perrita callejera embarazada para que no tuviera sus cachorros en el frío. También me contó de los gatos que imaginaba que tendríamos. Después detalló los cuidados: bañarlos, peinarlos, jugar con ellos, no dejarlos solos mucho tiempo. Eso complicaría nuestras vacaciones, así que debíamos ahorrar para un auto porque no podíamos abandonarlos, tenían que venir con nosotros.
Me dormí por un momento y al despertar Valentín acariciaba mi cabeza tarareando apenas una canción que sonaba en la radio. Me sentí más liviano, más tranquilo, y contento con que todos supieran la verdad. Las tristezas siempre existirían pero serían momentáneas, mientras que la felicidad a su lado sería eterna. Pasara lo que pasara mi corazón estaría siempre a salvo en sus manos.
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