Capítulo 44

En el desayuno que compartimos con mamá ella solo se dedicó a servir tazas y tostadas. Su expresión era triste, con la mirada un poco baja, hablando apenas lo necesario. Llevaba varios días así y yo la estudiaba con atención, analizando sus gestos, vigilando sus expresiones cuando sus ojos daban a mi dirección. Su pena lucía real y se parecía a la que cargó después de la muerte de papá. No recordaba mucho de esa época pero su imagen demacrada y silenciosa venía a mi mente como un déjà vu que me generaba malestar; una incomodidad, una incertidumbre que alimentaba mi decepción. Tal vez en su cabeza yo estaba muerto y me lloraba a escondidas como lo hizo con papá.

Siempre creí que la culpa de dañarla con la verdad me mataría, que pediría perdón y que haría cualquier cosa para no perder su estima. Cada día sería un desconsuelo para mí por no poder ser un hijo perfecto del que se llenara de orgullo, por convertirme en otra desgracia en su vida. Pero las cosas resultaron ser distintas, mis sentimientos eran distintos. Yo no había hecho nada malo.

—Tienes que probarte el uniforme —le recordó a Agustina.

—Está bien —respondió ella con amargura, sin chillar por un uniforme nuevo.

Mi hermana cuidaba lo que decía, temiendo que algo empeorara, a pesar de no saber qué estaba mal y cómo podía empeorar. Luego me miraba de reojo como para confirmar que todo seguía, en el mejor de los casos, igual.

Seguimos desayunando con la televisión hablando por nosotros, diciendo que el clima ese día sería soleado, los conductores contaron los días que faltaban para el inicio de clases y comentaron lo pronto que terminaría el verano. Eso último me hizo reflexionar en que bastó solo un verano para que cambiaran tantas cosas en mi vida y me sentí muy bien conmigo mismo. Aunque me faltaba mucho que mejorar, estaba en el camino correcto. Que la actitud de mi mamá fuera como una puñalada pero no el fin del mundo, lo confirmaba.

—Me voy a trabajar —anuncié mientras me levantaba de la mesa.

Agustina me dedicó un saludo con la mano, su boca estaba llena de pan.

—Ve con cuidado —dijo mi mamá, a la fuerza y con apatía.

Cada vez que me hablaba lo hacía de esa forma, por obligación y sin ninguna emoción. Para cumplir.

***

Compartí el turno mañana con Nadia, quien estuvo muy entretenida con una revista de Avon. Me hablaba de vez en cuando porque mi presencia no le molestaba. De a poco entendía que su problema no era conmigo, era mi amistad con Valentín y lo que representaba. Ese día andaba de buen humor y me contaba de los productos que quería encargarse, incluso me ofreció la revista para ojearla. En otro momento habría rehuido de tal oferta para mantener una apariencia pero ese día no vi la necesidad de hacerlo y tomé la revista. Terminé tan o más interesado que ella porque nunca llegaban a mis manos catálogos como esos. Los esmaltes y los perfumes me atrajeron, también tuve la repentina necesidad de una crema para manos, algo que nunca había usado.

Nadia me adivinó el pensamiento.

—Es de mi hermana, si quieres algo lo puedes encargar. —La miré con recelo—. El dinero no tiene amigos ni enemigos —agregó sonriendo.

Acepté la propuesta con un poco de desconfianza por nuestra relación, pero también con entusiasmo porque no importaría si pedía cosas que podrían considerarse de chicas.

Mi compañera se fijó en mis elecciones con curiosidad.

—Hay muchas cosas que no me gustan —dijo cuando marqué un esmalte de color durazno— pero, al menos, contigo no tengo que cuidarme de las dobles intenciones ni de los intentos de conquista.

No respondí, sabía que Rafael y Simón no desaprovechaban oportunidades para soltarle indirectas a Nadia, alguna vez los escuché hablar entre ellos sobre el "probar suerte no está demás".

En lugar de apenarme por lo que insinuaba al decir que no debía cuidarse de mí, marqué dos cremas para manos, estaba seguro que a Valentín le gustaría tener una.

***

Al terminar el turno caminé animado hacia el puente. Allí debajo, en ese rincón ignorado por el mundo, Valentín me esperaba sentado en el pasto.

Me acomodé a su lado y besé su mejilla.

—Te extrañé.

Tomó mi mano.

—Yo también.

Vestía la camiseta del videoclub, señal de que salía de su casa bajo el pretexto de trabajar horas extras. Su expresión era alegre, sus ojos brillaban con emoción y su piel estaba llena de electricidad. Su cuerpo emanaba una enorme fuerza de atracción que me cautivaba y el aire que respiraba dándome vida parecía crearse en él.

—Estás hermoso. —Rio al oírme—. Y tu risa también es hermosa.

Acomodó su cabello en un gesto que intentaba ocultar la pena que le causaba mi halago, un gesto que estaba lejos de detenerme.

—Cada día que pasa me gustas más y más.

Me contempló con una sonrisa y apretó mi mano con fuerza. Retuvo la respiración un instante antes de hablar.

—Tenía muchas ganas de verte y escucharte —confesó.

—Porque te gusta que sea cursi —bromeé.

Se enderezó mirando hacia las vías del tren.

—Un poco, puede ser —admitió siguiéndome el juego.

Saqué la radio para que la música nos hiciera compañía. Valentín siguió con atención todos mis movimientos, sin querer perderse ningún detalle de mi sencilla tarea, haciéndome sentir importante para él. Sintonicé la radio FM que siempre escuchábamos.

—Tengo algo para mostrarte.

Tomó su mochila y sacó un sobre blanco con el logo de Kodak, de él extrajo un grupo de fotos que me cedió para que las revisara. Supe de inmediato que fotos eran y empecé a mirarlas con entusiasmo. Varias se veían borrosas, muchas en ángulos incorrectos y todas llenas de sombras, pero ahí estábamos los dos, riendo, abrazados, haciendo caras, gestos y poses raras.

—¿Puedo quedarme con alguna?

—Las que quieras.

Sentí el cuerpo de Valentín apoyado en el mío, atrapó mi brazo entre los suyos y descansó su mentón en mi hombro para mirar conmigo las fotos. Las repasamos tres veces, riéndonos de nuestra propia imagen, y elegí con él cuales me llevaría. En ningún momento soltó mi brazo y deseé que toda nuestra vida fuera así, con él aferrado a mí, decidido a no soltarme, proclamándome como suyo.

Un par de horas después fui a comprar dos gaseosas frías y regresé con las botellas de vidrio bajo el brazo izquierdo y una sorpresa en la mano derecha. Valentín estaba recostado en el suelo, usando su mochila de almohada y me miró asombrado. Me senté a su lado y me liberé de las botellas antes de poner unas flores de manzanilla que había recogido a su alcance. Las tomó con extrañeza y cierta incredulidad.

—¿Te gustan? Son sencillas pero te prometo que cuando vivamos juntos voy a comprarte rosas todos los días.

Frunció el ceño ante mi idea.

—Si haces eso, vamos a ser pobres.

—Una vez por semana entonces.

Sostuvo las flores contra su pecho y las miró con cariño, una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Estas están perfectas, no quiero rosas.

Acaricié su cabello lamentando no tener una cámara para guardar ese momento. También lamenté no saber qué hacer de mi vida después de darme cuenta que no quería ser profesor, soñaba con poder darle todo lo que él deseara pero sin una carrera estaría limitado. Valentín levantó la cabeza para mirarme.

—Gracias por ser cursi. —Apretó sus labios repasando algo que quería decir, otro gesto de él que ya reconocía con facilidad—. Quiero prometerte una cosa. Pase lo que pase, tú vas a ser el amor de mi vida.

El uso de la frase "amor de mi vida" me tomó por sorpresa y no pude contener la emoción. Me incliné sobre él para besarlo.

—Nada va a pasar. Siempre voy a seguirte y adorarte. Lo que quieras que haga voy a hacerlo. Vas a tenerme toda tu vida si así lo quieres.

Acomodó las flores y estas quedaron rozando su mejilla izquierda.

—Deberíamos vivir en una casita en la pradera como la familia Ingalls... lejos de todos, así nadie nos molesta. Seríamos la familia Castillo.

—¿Mi apellido?

—Sí, yo usaría tu apellido.

—Eso es muy tierno.

—Soy práctico —inventó como excusa—, no tierno.

—¿Cómo es práctico?

—Familia Castillo y Acosta —entonó—. No suena a una única familia. Compartir un apellido, sí.

Puse mi mochila al lado de la suya y me recosté.

—Quiere decir que te casarías conmigo si se pudiera.

—No te pongas intenso.

—Sabes que ya no voy a poder sacármelo de la cabeza. —Giré para mirarlo—. Pero voy a ser feliz cada vez que lo piense.

Siguió entretenido con las flores, tocando con suavidad el centro amarillo de algunas. Lo observé por un rato hacer eso, ensimismado.

—Tendríamos que crear nuestra propia ceremonia —concluyó.

Al día siguiente me paré en la esquina del videoclub como en cada apertura, contento de compartir el turno con Valentín. Seguía pensando en la casita de la pradera y en el casamiento que se debería improvisar. Estábamos de acuerdo en que los anillos eran obligatorios, escribiríamos nuestros propios votos y estaríamos coronados con flores. Sería en algún lugar apartado de la ciudad, en un día de verano y yo estaba encaprichado que debía ser un día de eclipse para hacerlo especial. "Es un casamiento, no brujería" criticó Valentín pero me concedió el pedido.

***

A las diez todavía no llegaba ningún cliente, tampoco Valentín. Miré extrañado en todas direcciones y, ansioso, me acerqué a la puerta. Allí esperé un largo rato. En ese rato tres clientes aparecieron y cuestionaron el horario de apertura. Pero yo no tenía llave.

Walter llegó de golpe y, sin saludar a nadie, abrió la puerta. Ante su mala cara me apuré en encender las luces, las computadoras y poner la cartelería. Mientras iba y venía revisaba todo lo que estuviera mal y pudiera apartar o esconder sin que se diera cuenta. El encargado se quedó junto al mostrador mirando hacia los estantes de películas, pensando en algo.

Valentín seguía sin aparecer.

Me ocupé de las películas del buzón, nervioso por la ausencia de mi compañero. Cuando me tocó atender a uno de los clientes, Walter se quedó mirando todo el proceso, revisando que lo hiciera bien y no me equivocara ni con el cambio ni con la fecha de devolución. Su mirada me ponía peor.

—Me parece —dijo cuando se fue el cliente— de que ya es hora de que tengas tu propio juego de llaves.

No estaba molesto ni extrañado por la falta de Valentín, eso me asustó.

—Voy a ir a hacer una copia y vuelvo —avisó.

Quedé solo, con los otros dos clientes que seguían escogiendo películas. Si Walter sabía que Valentín no iría a trabajar era porque había sucedido algo.

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