Capítulo 13

El día del cumpleaños de mi prima Lurdes fui a trabajar para no asistir a esa reunión. No podía ni quería ir a fingir que me ponía feliz por su casamiento. Como tampoco podía ni quería ver a Ulises fingir que era feliz por lo mismo. Mucho menos tener que felicitarlo junto con el resto obligado por las apariencias, escuchando planes, bromas y deseos de parte la familia con respecto a la unión de la pareja. No podría dejar de mirarlo apenado y, si él me devolvía la mirada, mi presencia en esa reunión hasta se sentiría cruel.

Ese día me tocó hacer el turno junto con Simón cuyo buen humor contrastaba con el mío, afortunadamente era un viernes por la tarde y los clientes se desesperaban por llevarse películas. No hubo mucho tiempo para charlas y el trabajo me ayudó a no pensar en el cumpleaños ni en Ulises, por el contrario, cada tanto recordaba que al día siguiente compartiría el turno con Valentín y eso me aliviaba. Al final de la jornada estaba más relajado y me reía con las imitaciones que mi compañero hacía de los clientes.

—¿Y esto da miedo? —repetía una pregunta con exageración—. No quiero que mis hijas se asusten. —Tomó aire—. ¿Para qué lleva una película de terror? —se cuestionó indignado—. Y le digo, muy simpático yo: Es de terror. Pero el tipo no entiende y me pregunta de nuevo si da miedo.

Era normal sufrir ese tipo de consultas. Las personas buscaban nuestra opinión como si nos dedicáramos a ver las películas que ofrecía el videoclub, como si trabajáramos allí por algún fanatismo. Algunos nos preguntaban sobre directores o actores y nosotros no teníamos ninguna idea de lo que nos hablaban.

Mientras acomodábamos con la mayor de las prisas para irnos, una pareja golpeó la puerta del local. Simón les hizo un gesto de negación con la cabeza que demoraron en procesar antes de decidir dar por perdido el intento de conseguir una película.

—Si trabajaran aquí, tampoco abrirían la puerta —señaló con ironía.

También reí con eso.

—En la tienda de mi casa sucede lo mismo y más de una vez nos han tocado el timbre en el medio de la noche.

—La gente está loca —murmuró mientras ataba una bolsa con basura.

Dejó la bolsa cerca de la puerta y ambos fuimos al cuartito a buscar nuestras cosas.

—Hablando de gente loca —continuó Simón con un tono casual—, últimamente Valentín hace más turnos contigo.

Por suerte estaba de espaldas cuando hizo ese comentario. Traté de mantener la calma y puse mi mochila al hombro, su elección de palabras para referirse a Valentín, además de alertarme, me dejó un sabor muy amargo.

—¿Si? —respondí sin darle importancia, intentado hacerme el tonto

—Bueno, supongo que si no lo notaste no hay nada de qué preocuparse.

En una reacción inesperada de mi parte, lo miré sorprendido sin entender qué implicaba con esa afirmación. Él tomó sus cosas para salir del cuartito y lo seguí para continuar con la rutina de apagar las luces del local y sacar la basura.

—Si hace algo que te molesta —continuó— es mejor avisar.

Bajé los interruptores de las luces sintiendo que también me apagaba con ellas. Sabía que debía decir algo, defender a Valentín y reclamar fuera cual fuera la insinuación, pero no dije nada.

—Es mejor prevenir que tener otro problema —agregó tomando la bolsa con basura.

Me ponía paranoico cuando se hablaba de Valentín, tenía la sensación de que si no me mostraba en contra de él sospecharían de mí y no quería que ninguna de esas dos cosas sucedieran. Pero me preocupaba lo que había detrás de su consejo.

—¿Otro problema?

—Sí. Con Rafael. —Salimos a la calle y cerró la puerta con llave—. Tuvimos un compañero que renunció porque no quería compartir los turnos con Valentín y Rafael se enfadó. —Se volteó a verme con una sonrisa—. Pero tú no tienes problema, eres tolerante. Una paciencia digna de un profesor —halagó bromeando.

No pude devolverle la sonrisa, ni siquiera sentir simpatía. Caminó hasta el tacho de basura sin intenciones de continuar con el tema, para él no era relevante el desprecio hacia Valentín, el cual daba por sentado que era compartido por todos.

—Él no hace nada malo —dije llamando su atención. Pero mis palabras sonaron débiles, sin certeza, sin seguridad alguna, como un rumor—, solamente trabaja y nada más.

Algo le hizo gracia a Simón, tal vez mi voz lastimosa, tal vez mi rostro penoso.

—Mejor así.

No volví a hablar. Lo poco que me atrevía a decir no tenía ningún impacto, no servía. Requería afirmaciones más contundentes, firmeza y fuerza para defender a Valentín, no temer a los cuestionamientos y responder con convicción. Yo no tenía nada de eso.

Mi compañero subió a su moto, su casco siempre olvidado, antes de despedirse. Caminé hasta la parada del autobús entristecido por mi propia cobardía. Avergonzado porque deseaba llevarme bien con Valentín pero no sabía cómo hacerlo sin sentirme expuesto. Si nos hacíamos amigos, ¿cómo enfrentaría las miradas de los otros? No sería justo ser su amigo y consentir las burlas, el rechazo y los términos despectivos para dejar que creyeran que pensaba igual que ellos.

***

Al día siguiente sufrí un error de cálculos que me llevó a sentarme a desayunar junto con mi mamá y mi hermana, sin sospechar que lo único que harían sería hablar del cumpleaños de mi prima y el anuncio de su casamiento. Para ellas era una novedad y estaban muy entusiasmadas. Para mí era una tortura. Agustina no dejaba de pensar en la fiesta y la ropa que usaría, mi madre se emocionaba con el crecimiento de la familia.

—Es una pena que no hayas estado —me decía mi mamá—, el anuncio fue muy lindo.

—Lurdes se puso a llorar —contó mi hermana.

—No es para menos. El día de su casamiento va a ser uno de los días más importantes de su vida.

Yo tomaba café y comía tostadas sin participar de la conversación, a pesar de que la charla estaba dirigida a mí con la intención de comunicarme los detalles del anuncio.

—Después de ella sigue Jero —festejó Agustina.

Las emociones a causa del casamiento de Ulises y la situación con Valentín en el trabajo, sacaron lo peor de mí en el momento equivocado.

—Yo estoy bien así, no quiero nada eso —respondí casi resentido.

—Eso piensas ahora —dijo mi mamá con simpatía— pero ya vas a conocer una chica con la que vas a querer pasar toda tu vida.

La mirada que no le podía dedicar a ella se la dediqué a la taza de café.

—Estudiar y trabajar es necesario —habló de nuevo, suavizando más su voz— pero la vida es una sola.

La miré serio, cuando hablaba de esa forma era porque se refería a mi papá que se murió muy pronto, sin poder disfrutar a sus dos hijos, se refería al tiempo que corría. Al plazo que se me terminaba para vivir sin levantar sospechas. El plazo que se le había terminado a Ulises cuando decidió tener novia. En mi garganta se ahogó una única frase "no quiero ser infeliz".

—Me olvidé que tengo cosas que hacer.

Me levanté de la mesa aunque no había terminado de desayunar.

—¿Qué cosas? —preguntó mi mamá preocupada.

—Una reunión con compañeros de clase —respondí sonriendo para que sonara real—. Voy a almorzar con ellos

—Si me avisabas que salías, te preparaba el desayuno más temprano.

—Estoy bien de tiempo.

Fui a mi cuarto para cambiarme, en la mochila metí la camiseta del Blockbuster y salí como si realmente tuviera un compromiso.

Estaba malhumorado y caminé sin rumbo para tratar de pensar. Almorcé en un McDonald's, caminé otro poco, miré vidrieras, me paré frente al puesto de diarios y me quedé allí contemplando las portadas de las revistas. Me imaginé a Valentín comprando y leyendo revistas de ídolos, también usando el collar dorado con el dije de flor que se vendía en una de las tiendas de ropa para mujeres, mirando las telenovelas que quería, andando por todas partes con su pantalón doblado. Su vida no era fácil pero era real. Mientras que yo sentía que desaparecía de a poco, me desvanecía y me reemplazaba una imagen estática de una persona que no pensaba, no sentía ni crecía. Como una figura de cartón, insignificante como tal.

A las cuatro ingresé al videoclub, estaba lleno de gente y en el mostrador Nadia y Rafael atendían, cobraban, ofrecían snacks y embolsaban películas. Fui al cuartito para dejar mis cosas y cambiar mi camiseta, luego tomé uno de sus lugares. Valentín entró con prisa y ocupó la otra caja. En los días sábados no teníamos tiempo para charlas, el cambio de turno se daba casi de forma mecánica sin interrumpir la atención a los clientes.

—No quedaron palomitas dulces —avisó Nadia mientras se alejaba.

La jornada fue intensa, sin posibilidad de detenernos más que para tomar nuestros descansos. Lamenté un poco ese ritmo y anhelé la calma de la semana que me permitía ver a Valentín deambular por el local y descansar sobre el mostrador. Aunque estaba a mi lado y escuchaba su voz constantemente, faltaba la intimidad que nos daba la ausencia de clientes. Además, tanta cantidad de personas hacía más probable la aparición de indeseables, alguno que creyera que podía hacer o decir algo en rechazo hacia Valentín, y ese sábado no fue la excepción.

—Solo esta película —decía un cliente en un tono muy extraño que me hizo mirar de reojo—, quería algo de Madonna pero no tienen —se quejó exagerando una forma de hablar femenina, con una sonrisa burlona mientras lo hacía.

El cliente era un chico de nuestra edad, acompañado por dos chicas, que no tuvo mejor idea que bromear a costa de Valentín. Las chicas miraban hacia otro lado para ocultar la risa y las personas más cercanas hacían lo mismo, en algunos casos por incomodidad. Pocas veces vi a Valentín tan enojado como en ese momento, mirando con odio al que se hacía el gracioso. Su reacción no se hizo esperar.

—En mi casa tengo —habló mi compañero con cierta ironía—, puedes venir cuando quieras y pasar una linda tarde.

La respuesta no le causó gracia al cliente aunque sí a las chicas que lo acompañaban y a varios otros que escuchaban, soltando carcajadas ante el inesperado golpe. Fue el turno del chico para enfurecerse.

—No es gracioso —les reclamó a sus amigas.

Pero sus amigas rieron más fuerte ante su humillación. Avergonzado, tomó la película y se fue murmurando cosas que no se oían por las burlas que recibía de sus amigas.

Después de eso, el mal humor no abandonó a Valentín. Se notaba en su voz y en su cara el efecto de la burla recibida. Pero sin tiempo para nada más, seguimos trabajando.

A las diez él cerró la puerta y se quedó apoyada en ella, descansando del día acelerado. Atendí a los pocos que seguían dentro del local y, cuando nos quedamos solos, vi que él aún estaba allí, observando el suelo, serio y ensimismado.

—No hagas caso de lo que ocurrió.

Levantó un poco su cabeza para verme y se quedó mirándome sin responder.

Sentí, una vez más, que mis palabras no tenían ningún peso. Solo repetía una frase que hasta a mí me sonaba como algo dicho por compromiso.

—Ni siquiera fue una buena imitación —sentenció.

Una vez más él compensaba mi inutilidad, queriendo actuar como si no importara para dar la sensación de que mi silencio no cambiaba nada. Su fuerza para enfrentar todas esas situaciones injustas y su fuerza para intentar no preocupar, manteniendo el control, me conmovieron.

—Eres admirable —confesé.

—Admirable —repitió con sorpresa y una sonrisa incrédula, como si esa palabra no tuviera nada que ver con él.

Fue la primera vez que lo vi sonreír. Un poco más animado se alejó de la puerta para apagar el televisor donde se repetía el estreno de la semana y dar por finalizado el día. Yo también sonreí, emocionado por su cambio de expresión, sintiéndome un poco más cerca de su mundo y con un gran presentimiento.

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