Capítulo 9
Al terminar el desfile, Julia se volvió a despedir de nosotros para ir con sus amigas. Eric y yo nos quedamos sentados un rato en el banco, esperando a ver quién decía la primera palabra. Habíamos estado demasiado distraídos que seguro él estaba como yo, organizando su cabeza.
Suspiré.
—¿Qué hacemos ahora? —La pregunta la hice porque no se ocurría más nada y, aunque tonta, fue lo más sensato que me vino a la cabeza—. Fue un desfile interesante —añadí al ver que no decía nada.
—No lo sé, te diré algo —comenzó a decir e hizo una pausa, respiró profundo antes de continuar—: me gustas Gus, desde la tercera vez que me ignoraste. Pensé en ser tu amigo y dejarlo hasta ahí, pero es que me gusta tu compañía y...
—Qué alivio —dije en voz alta.
Mierda, eso era algo que se debió quedar en mi cabeza.
—¿Por qué? —Alzó una ceja y se cruzó de brazos.
—Nada, que hoy llegué a la misma conclusión que tú hace bastante rato —confesé aún muerto de vergüenza.
—¿Te gustaría salir en uno de estos días? —preguntó relajando los hombros.
—Sí.
Quedamos en ir al cine después de mañana, ya que ambos estábamos demasiado cansados como para pensar con claridad en la siguiente salida.
Caminamos por el resto del parque subiéndonos en algunas atracciones que pasábamos. Seguimos charlando sobre lo primero que nos viniera en la cabeza, lo cual era buen indicativo, en mi opinión, de que seguíamos bien.
La tarde se transformó en noche al bajarnos de una montaña rusa demasiado fuerte. Creo que hasta me desmayé cuando me colgaron los pies por primera vez. Igual, me volvería a subir si tuviera la oportunidad.
Volvimos a la plaza del principio, que ahora por la oscuridad de la noche, estaba decoradas con luces pequeñas que colgaban de farol en farol y que funcionaban a modo enredadera en las fachadas. Caí en cuenta de que, además de tiendas, había restaurantes.
Caminamos despacio hacia un edificio verde chillón, que tenía un cartel de letras iluminadas que me dio flojera leer.
—Recuerda que paga la casa —comentó antes de que el chico del podio se liberara—, mesa para dos.
—Muy bien. —Tomó dos menús y cubiertos envueltos en servilleta de tela, para luego sonreírnos—. Síganme.
El muchacho nos guio dentro del local, un restaurante italiano que estaba decorado como si fuera uno caro. Las paredes eran de un color crema y el suelo eran de una especie de madera clara. A pesar de había gente hablando, la música enmascaraba las diferentes voces. Había varios candelabros colgando del techo, parecían de cristal.
De repente, me sentí tan mal vestido que podía tener puesto lo que usaba el señor García esa misma mañana. Recordé el llavero que tenía guindando del bolsillo, si mis amigos ricos me vieran en ese mismo momento, se burlarían de mí. Quedaba implícito que, sin importar a qué lugar ibas a ir, tenías que verte como si valieras mucho. Claro, eso era una idea demasiado absurda y vaga. Por eso mismo jamás me importó.
Sacudí mi cabeza para ignorar esos recuerdos.
La mesa que nos dieron era una junto a la ventana, tenía una vista perfecta hacia la fuente de la plaza. Un mesero sin decir palabra alguna nos sirvió agua en unos vasos que estaban volteados. Fue todo tan rápido que ni siquiera procesé que ya se estaba yendo.
—Este si es un sitio normal —bromeó.
Dejé la bolsa con la chaqueta debajo de la mesa, entre mis piernas para no olvidarla. Eso sería el colmo.
—¡Ja! A ver si este lugar le gana al otro en originalidad. —Me reí ante mi propio chiste, Eric hizo lo mismo.
—El dueño de este restaurante, es el mismo dueño que uno local muy popular —explicó de la nada—, por lo que no conseguirás una pasta al revés.
Solté una pequeña carcajada.
—No creo que eso exista, porque sería la salsa abajo y la pasta arriba, entonces quedaría mejor —dije imaginándome como sería el plato.
—Bueno, podrías preguntarle al señor García, ¡seguro que lo intenta! —exclamó y agarró el menú—. ¿Qué te gusta tomar?
—Cerveza —repliqué sin pensarlo.
Cuando el mesero llegó a preguntar qué queríamos beber, pedí una cerveza negra, no por el sabor, sino porque el nombre me parecía curioso. En cambio, Eric pidió una copa de vino.
Sentí una vibración proveniente de mi pantalón, pensaba en ignorarlo, pero al notar que continuaba, saqué mi celular. Era mi padre.
—Disculpa, Eric será rápido —dije y me levanté de mi asiento para contestar afuera.
No quería que él me escuchara si la cosa iba mal. Por mucho que sentía que no le tenía tanto cariño a mis padres, me temí lo peor. Ellos no me habían llamado ni escrito cuando me fui, por lo que ver su insistencia en contactar conmigo fue suficiente para preocuparme.
—¿Aló? —dije sosteniendo el celular con fuerza, pegado a mi oído.
—¿Gustavo? —Era la voz de mi padre, tenía la respiración pesada—. ¡Hijo! Por fin contestas.
—¿Pasó algo? —corté para que fuera directo al grano, y así acabar con los nervios que me acechaban.
—Se incendió la casa anoche, apenas hace unas pude cargar el celular —explicó, respiró profundo y casi se le quebró la voz cuando prosiguió—: lo perdimos todo hijo, ¡todo!
—¿Cómo que un incendio? —Tragué grueso—, ¿cómo pasó?
—A tu madre y a mí se nos olvidó apagar la estufa y teníamos una olla con agua caliente. —Lo escuché sollozar—. ¡Se nos olvidó! Nos distrajimos con una tontería y...
—¿Mamá está bien? —pregunté, volviendo a cortarle.
—Sí, te queríamos pedir que volvieras de tus vacaciones antes de tiempo, estamos esperando a que los bomberos nos dejen entrar y a ver si hay esperanza con algunas cosas. —Hizo una pausa, escuché a mi madre decirle algunas cosas que no pude entender—. Nos gustaría que estés ahí.
—Veré que puedo hacer, papá —respondí y le tranqué.
No esperé a que me siguiera contando porque me mareé por un momento. El incendio era una mierda y que me llamara justo hoy, cuando mejor me iba lo hacía todo peor.
A duras penas caminé de vuelta a la mesa, en dónde ya nuestras bebidas esperaban. La cara de Eric cambió de perdido en la inmensidad a preocupado. Me senté y tomé un trago largo de cerveza antes de hablarme.
—Se incendió la casa de mis padres —comenté dejando el vaso frío sobre la mesa, si decía que ya no era mi casa en voz alta dolía menos—. Quieren que vaya cuando los bomberos los dejen entrar para ver el interior de la casa.
—¿Y tú cómo estás, Gus? —preguntó posando su mano sobre la mía, se sentía tibia.
—No lo sé, porque tú ya sabes que estaba yendo de casa y que justamente pase estoy hoy. —Apreté los labios como si con eso pudiese detener el remolino de sentimientos encontrados que querían salir—, ir y volver será mi mejor opción, creo, aunque tenga que pagar por el billete.
—Te puedo acompañar si quieres —ofreció—. Así no estás solo en el autobús de ida y vuelta, son muchas horas.
Lo consideré un instante. Quizás él no lo sabía, pero tantas horas sentado solo con mis pensamientos de compañía, me destruirían por completo. En especial porque vería a mis padres y vería de nuevo aquella ciudad que quise olvidar.
—Gracias, no estaría mal —dije.
El mesero volvió para pedir la comida, y yo, como no había leído el menú después de ordenar la cerveza, pedí la primera pasta que vi.
Al quedarnos solos de nuevo, Eric me distrajo con temas de VillaVerde y de música. Me sirvió para pasar el resto de la cena sin eso en la cabeza, pero estaba demasiado seguro de que una vez que me despidiera de él y le entregara la chaqueta al señor García, me encerraría en mi cuarto a pensar.
Quizás si me iba bien, me quedaría dormido.
Aunque no deseaba dañar el día con eso, quería probarme a mí mismo de que podía sobrevivir el resto del día sin el continuo tormento de mi mala suerte. El destino ahora me dio la espalda y mandó todo a la mierda.
Terminamos de comer y salimos del parque aun conversando de cosas que solo servían para sostener la venda que había puesto sobre la herida que se volvió a abrir. Hasta que, a mitad de la calle, Eric volvió a sacar el tema.
—Sé que estas cosas son horribles Gus, pero es otra razón más para despegarte de lo que te estabas alejando.
—Puede ser, supongo que no esperaba que algo me obligase a volver tan rápido —expresé, mirando al frente, ya casi llegábamos—, gracias por un buen día.
Estábamos frente a la entrada, así que me detuve y lo miré a los ojos. Tomé su cara y le estampé un beso en los labios, con desespero comencé a buscar el calor de su contacto. Me correspondió al instante.
A pesar de todo, no duró mucho.
—Nos vemos —me despedí separándome un poco.
—Nos vemos —repitió.
Me alejé de Eric y caminé hacia la puerta. Busqué las llaves y entré, no sin antes voltearme para regalarle una sonrisa sincera. Él estaba ahí parado, con sus manos en sus bolsillos. No me fijé si me sonrió de vuelta.
Entré y cerré la puerta. El señor García estaba sentado en el sofá leyendo algún libro. Al notar mi presencia lo cerró y se levantó para saludarme.
—Aquí le traigo la chaqueta. —Estiré el brazo para entregarle la bolsa.
—¿Todo bien? —preguntó luego de agarrar su chaqueta—. ¡Muchas gracias!
—Sí, es que estoy muy cansado —me excusé—, buenas noches.
Luego de que se despidiera, subí hacia mi habitación.
Me quité la entrada y el llavero, los dejé a un lado de la cama. Saqué mis audífonos y me acosté. Coloqué mi playlist emo a casi todo volumen, quería desaparecer por un rato. Retrasar lo inevitable.
Esa casa eran mis recuerdos y ahora habían sido quemados mientras yo estaba lejos. Me pregunté cómo habría quedado mi cuarto, si mis papeles del colegio se habrían hecho cenizas y si mi uniforme ya no eran más que trapos inutilizables. Nada de lo que había ahí me importaba como objeto material, sino más bien, lo que representaban.
Para mí, eran recuerdos feos y prueba de que el tiempo era una mierda. Era difícil para mí balancear lo bueno con lo malo, y decirle adiós. Eso último, me estaba costando. El apego que sentía hacia mi pasado se había vuelto mi zona de confort y, por más que lo negara, no iba a dejar de serlo. Hasta ese momento en el que mi papá me llamó.
Maldita sea, ya no tenía burbuja.
Esa miseria que representaba mi ciudad natal ya no tenía figura tangente sin contar el colegio. La casa de mis padres seguro era inhabitable, y si se atrevían a repararla, ya no sería la misma.
Detuve la música y me quedé mirando al techo.
No tenía ganas de admitir que esto podía ser una oportunidad de empezar de nuevo porque, yo juré eso era lo que había hecho cuando me subí al autobús ayer. Quizás yo ya había reiniciado mi vida solo y en camino me encontré a Eric, pero con mis padres seguía teniendo un conflicto.
Ese era mi mayor problema, mis padres conmigo no actuaban como yo esperaba que lo hicieran al ser mis progenitores. Había muchas cosas a lo largo de mi corta vida que no me hicieron sentir bien y que todavía recuerdo, pero no podía seguir viviendo así. Eso era un detalle que cuando hice mi plan no conté, con que, al encontrar la primera pizca de felicidad, tendría que sentarme a hablar con ellos.
Me senté en mi cama y me quité los audífonos. Era tan simple como acompañarlos en ese momento tan difícil y conversar con ellos.
Lo mejor era que no lo haría solo. Recordé los dos besos que Eric y yo nos dimos, lo cálido que me hizo sentir. Cómo, con el solo tocar mis labios, fue capaz de quitarme las sombras que yo mismo encerré en mi corazón.
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