Capítulo 3
Abrí los ojos y me arrepentí, ya que fui consciente del dolor de cuello que tenía. Moví la cabeza de lado a lado, pero no hizo nada para quitar el desespero de no haberme levantado de mi asiento por lo que podrían haber sido horas. Perdí toda noción del tiempo ya que no sabía cuánto había pasado dormido, mucho menos a que hora comencé a soñar.
El paisaje que me mostraba la ventana ya no era una ciudad, sino puros árboles y carreteras casi vacías salvo por algunos vehículos yendo en dirección contraria. Suspiré de alivio. Estaba fuera de mi ciudad natal y de mis padres. La libertad se sentía demasiado cerca, no me bastaba con sentarme en el autobús. No. Al pisar VillaVerde, podré respirar como hombre nuevo y podría ser quien quisiera ser.
El Gustavo del pasado era un idiota, pero este nuevo yo sería mucho mejor. Nada de compañeros de colegio hipócritas, recuerdos horribles de mi vida pasada y básicamente sobre quién era. Odiaba estar conmigo mismo porque eso significaba pensar; cuando estaba solo y sin distracción, podía pensar más. Era demasiado consciente de que mi cerebro era un agujero negro y que podía caer en él. Mi miedo más grande partía de esa realidad. El nunca poder salir. Quedarme atrapado en mis mierdas, hasta el punto de perderme a mí mismo.
Había una parte de mí que siempre me agarraba antes de hundirme, esa parte de mí que siempre se preguntó si era posible tener una mejor vida. La misma que me dio fuerza para tener mi mejor idea e irme de viaje.
Eric murmuró algo que no pude entender. Caí en cuenta de que, o el autobús estaba demasiado callado, o yo había aprendido a ignorar el ruido de los demás, no lo sabía. Volvió a murmurar y esta vez lo miré. Apretaba los ojos y sus manos eran puños. Le di un empujón en el hombro para que se callara y volví a mi ventana. No lo conocía lo suficiente como para hacer más que despertarlo.
—¿Qué pasó? —preguntó de mal humor y me devolvió el empujón.
—Nada, estabas susurrando algo y me fastidiabas —respondí, era mitad verdad—, ¿tienes pesadillas seguido?
—Sí —dijo cortante. Me lo merecía, yo le había hecho lo mismo—. Disculpa.
Volvimos a quedarnos en silencio, pero yo necesitaba no pensar. Siquiera para callar a mi mente y que el viaje pasara rápido.
—¿Cuánto crees que falta? —solté, porque fue lo primero que se me ocurrió.
—Ni idea, me quedé dormido una hora después de ti —respondió—, no creo que estemos tan lejos de VillaVerde.
—Yo tampoco creo. —Hice una pausa para asegurarme de que yo quería seguir hablando—. Cuéntame sobre VillaVerde —pedí con la intención de enfocarme en mi destino y no en lo que quería olvidar.
—Es un pueblo con síndrome de ciudad porque tiene un parque temático, así que la mayoría se cree centro turístico. —Soltó una carcajada ante un chiste que no entendí.
—¿Quién les manda a poner un parque temático? Es obvio que atrae a los turistas —dije y coloqué el morral en suelo, sosteniéndolo entre mis piernas—. Además, se ve que gastaron demasiado dinero en publicidad.
—Lo sé, fue un intento de revivir el pueblo —comentó, y noté en sus ojos que se perdió en algún recuerdo mientras hablaba—, cada quién donó algo para la publicidad y trabajamos en arreglar el parque.
—¿Cuánta gente vivía en VillaVerde en ese entonces? —pregunté y recosté la espalda sobre la ventana, para mirarlo mejor.
—Éramos trescientas personas, no te creas que nos conocíamos todos, yo en ese entonces era un recién llegado. —Sacudió su cabeza y su mirada se enfocó en mí—, ¿de verdad elegiste VillaVerde como lugar para vacacionar? —Su sonrisa fue tan grande que me sentí mal por como lo traté antes.
—En realidad no me estoy yendo de vacaciones. —Respiré profundo antes de continuar para no sonar de mal humor—, me estoy mudando a VillaVerde.
Eric solo se limitó a asentir y a sonreírme. Me resultaba demasiado raro, no estaba seguro de si era porque él fue la primera persona en enterarse que en verdad me estaba mudando o, porque era un completo extraño para mí. No sabía nada de él salvo que vivía en VillaVerde, tenía una hermana y estaba en mi ciudad natal firmando unos papeles. Pensándolo bien, él no tenía ni idea de quién era y quizás por las impresiones que le di eran negativas. Puede que me odiara y que su única razón para sonreír era porque no tenía de otra, así como yo no tenía opción y hablaba con él.
—¿Por qué la mudanza? —inquirió, después de un par de minutos en silencio.
—Estaba cansado de mi vida pasada y, como logré ahorrar para irme de casa, vi en VillaVerde la oportunidad —me sinceré. Mantener esta conversación hasta que llegáramos al destino era mi mejor opción para olvidar.
—Entiendo a la perfección, yo me fui por lo mismo. —Noté en su tono de voz lo mismo que me imaginaba que sentían los demás al escucharme, melancolía y enojo. Eric por su parte, borró su sonrisa.
—¿A sí? —interrumpí lo que sea que iba a decir. No fue apropósito, sino más bien descoordinación de ambos.
—Sí, hui de casa a los diecisiete con mi hermana, que en ese entonces tenía diez años —dijo y evitó mi mirada, enfocándose en algún punto de la ventana—, mi tía, que vivía en VillaVerde, nos adoptó.
Pude notar la lágrima que rodó por su mejilla y que limpió rápidamente con su manga.
—¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes —respondió—, es que vengo de recoger la herencia de mi tía.
No sabía qué hacer ante sus palabras, porque no nos conocíamos lo suficiente como para consolarlo de verdad y tampoco era yo del tipo de persona que hacía esas cosas.
—Lo siento mucho —murmuré y me quedé ahí, observando cómo lloraba en silencio.
Juré haber escuchado un "gracias", pero no estaba del todo seguro. Eso sí que debía sentirse peor que como me sentía yo, quizás para él era como si todo VillaVerde se incendiara. O no. A lo mejor mis intentos de entender cómo se sentía más allá de haber perdido a un familiar eran inútiles.
Yo había perdido familiares, pero siempre estuve demasiado separado de todo el mundo que nunca logré sentir un apego hacia alguien. Cómo hacerlo, si en realidad nadie podía ver quién era realmente. Jamás me enteré de si en realidad estaban dispuestos a verme como la persona que era y no como alguien más que formará parte de una estadística de mala suerte y que, por lazos familiares, se veían en la obligación de tratarme más o menos bien.
Sin comentarlo en voz alta, hicimos un pacto de no remover la mierda. Cambiamos de conversación como si nada. En realidad, Eric empezó a hablar sobre los pasajeros y yo acepté sin pensarlo dos veces. Incluso, nos pusimos a calcular cuántos pasajeros ya se habían bajado en paradas anteriores. No me quejaba, puesto que ahora nuestro intercambio de palabras no era forzoso ni personal.
Nos quejamos de unas personas que claramente estaban borrachas, cantando no sé cuál canción. Eric comentó que la mayoría se bajaría en la parada antes de VillaVerde puesto que en esa ciudad había demasiados hoteles y playas, logrando atraer más turistas. Pero eso no afectaba a los ciudadanos VillaVerde, éstos vivían de los viajeros a corto plazo; los que venían por un par de días máximo y aprovechan a explotar cualquier cosa que se encontraran al visitar.
Tenía una imagen mental del lugar que sería mi nuevo hogar, era una mezcla de lo que había visto en internet con mi propia imaginación. Para mí, era una combinación de mis sueños de libertad y la realidad. No había un límite entre lo inventado y lo factual, porque así lo quise. Había tomado desde el momento que supe de la existencia de VillaVerde como un escape mental y así se iba a mantener hasta que me bajara del autobús.
Sentí un nudo en el estómago cuando el bus se detuvo. Logré disimular mi nerviosismo por estar cada vez más cerca soltando una carcajada ante un comentario tonto de Eric.
—La siguiente parada somos nosotros —comentó y me tragué mis ganas de mencionar que eso era obvio—, ¿tienes quién te lleve a donde te vas a quedar?
—No. —En realidad no lo había pensado, pero eso era algo que él no debía de saber al igual que mi cabeza.
—¿Dónde te quedas?
—Es un sitio en el centro —respondí, no recordaba mucho el nombre y no iba a sacar mi celular para buscarlo.
—¡Te quedas donde el señor García! —exclamó emocionado—, buena elección, sus habitaciones son buenas y él siempre se encarga del desayuno.
—Genial. —El ruido de los pasajeros bajándose cubrió mi voz, así que no dije más nada.
Mientras Eric observaba a la gente bajarse, yo me enfoqué en la ventana. Se notaba que era de tarde. El tiempo, de nuevo, jugó con todo el mundo. Ya estaba más cerca de VillaVerde y, por ende, mi libertad. Casi dejaba todo atrás y no podía negar que me asustaba lo que estaba a punto de ocurrir. Que para mi familia y amigos eran solo unas vacaciones por capricho, pero para mí era el inicio de mi nueva vida.
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