Capítulo 10

Esa noche dormí tranquilo, me desperté un poco más tarde que el día anterior. Me cepillé los dientes como si hubiese vuelto a nacer, incluso, me vi hasta guapo al espejo. Tarareé alguna canción al azar mientras me vestía para bajar a desayunar. Esperaba con ansias el café del señor García.

Llegué a la cocina, respirando el olor a dulce. Me rugió el estómago tan fuerte que el señor se volteó y se carcajeó más fuerte.

—¿No cenaste anoche? —preguntó sacando dos tazas del lavavajillas.

—Sí, pero se ve que no fue suficiente. —Lo observé llenar ambas tazas con el café recién hecho—, además, hace un muy buen café.

Desayunamos juntos de nuevo, esta vez había hecho unas panquecas, no mentiré al decir que repetí. Conversamos un rato sobre las cosas que ocurrieron ayer, le comenté que estaba a espera de un mensaje de mis padres por el incendio. No me explayé al hablar, ya que no quería dañar el buen humor mañanero. Cambié el tema a su genialidad con la hamburguesa, cosa que funcionó, porque no volvimos a tocar el tema del incendio de nuevo.

Me tomaría el día para descansar y prepare para el viaje a mi ciudad natal. Me llevaría nada más el morral, porque no pensaba quedarme tanto tiempo y mucho menos rescatar algo de la casa.

A medida que pasaba el día tenía en mente de que debía irme esa misma noche, quizás eran las ganas de que todo esto pasara. Anoche había llegado a conclusión un tanto positiva, pero eso no le quitaba que en el fondo no quería hacerlo. Era capaz de llamar a mi padre y dejarlos solos con la casa, decirles que ya había empezado una nueva vida lejos de ellos. El problema estaba en que si hacía eso me sentiría peor y ahí sí que mandaría todo a la mierda.

El verdadero dilema yacía en que no me daba la gana de admitir que, a pesar de lo horrible y disfuncional que era mi familia, me costaba demasiado cortar lazos para siempre. Me conformaba con que me dejaran hacer mi propia vida y listo, seguro que ellos también deseaban eso.

Agarré el llavero y lo coloqué con el resto de mis llaves. Sonreí al ver la foto. Juré haber escuchado el timbre, seguido de algunas voces conversando. No le di muchas vueltas e iba a empezar a guardar cosas en el morral cuando alguien tocó mi puerta.

Al abrir, me encontré con Eric quién sonrió cuando lo dejé pasar. Cerré la puerta y lo observé sentarse en mi cama.

—Pensé en ver como estabas —comentó—, veo que estás empezando.

—Sí, estoy pensando en irme mañana. —anuncié y suspiré—. Así por lo menos se quedan tranquilos si me ven, ¿no sé si todavía podrías venir?

—Será solo una noche, ¿no? —Asentí—, entonces creo que sí podré.

Me senté a su lado y, sin pensarlo, apoyé mi cabeza en su hombro. El ladeó la suya para que tocara la mía.

—Esperar a que me llamen es una mierda —dije distraído en un punto cualquiera de la pared—. A ver si esto acaba rápido.

Lo último lo dije más a mí mismo que para él. Aparté la cabeza y nos miramos. La piel de su cara se había bronceado por el día de ayer, tenía las mejillas algo rojas y no pude evitar rozar mi mano suavemente con su cara. Eric puso su mano sobre la mía, sin apartar la vista. Nos acercamos un poco más y volvimos a besarnos, esta vez dejamos a nuestras manos en libertad.

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Compramos los billetes por internet, para esa misma noche después de que retomamos la compostura. Eric se fue a casa a hablar con su hermana quién le aseguró mil veces de que estaría bien y a empacar. Hablamos con el señor García, quien prometió visitarla para ver cómo estaba.

Según me había explicado Eric, Julia y él ahora vivían solos, pero que a su hermana no le gustaba quedarse en casa de alguien cuando se quedaba sola.

Esperábamos para subirnos al autobús cuando le di al botón de enviar. Decidí notificar a mis padres de que ya estaba saliendo, igual tendrían bastantes horas para asimilarlo y darme detalles. Lo hice de esa manera para no darle espacio a la duda.

Estar en la estación de autobuses me hizo revivir cuando pisé por primera vez VillaVerde con todos mis miedos y expectativas. Todavía me quedaba alguna que otra cosa rondando por mi mente, pero me atormentaba.

Me estaba yendo de mi propio sueño para volver, por un instante, a mi vida anterior. El entregar el billete, sentarme junto a Eric y conversar con él, hicieron que las seis horas de viaje se sientan cortas.

Dormimos un gran tramo del viaje, llegaríamos como a las cuatro de la mañana. Me seguía sorprendiendo lo lleno que estaba el autobús, ya que este viaje no hacía paradas. Menos mal que a nadie se le ocurrió hacer mucho ruido, por lo que fue fácil concentrarme en los murmullos de bus para cerrar los ojos.

Desperté con el cuerpo de Eric sobre mi costado, mientras yo tenía la cabeza apoyada en la fría ventana. Al moverme, abrió los ojos seguido de un bostezo largo. Reconocí el paisaje enseguida. Ya estábamos dentro de mi ciudad natal.

—Debemos de estar cerca —mencioné apartando la vista de la ventana.

—Eso parece —respondió y volvió a cerrar los ojos.

Saqué el celular de mi morral y revisé los mensajes que me había dejado mi padre.

Papá: ¿Por qué no avisaste antes?

Papá: No tenemos sitio para que te quedes, estamos en un hotel.

Papá: Gustavo, llama cuando llegues, por favor, tenemos que hablar.

Apreté el puño, alcé el brazo, pero me detuve antes de darle un golpe a la venta. Tenía razón, debí de haberle avisado antes. Había sido un error volver, en lo que me bajara, cambiaría los billetes para el siguiente autobús a VillaVerde. Que vean ellos solos su hogar quemado. Seguro creían que no vendría en realidad o, que lo haría cuando a ellos les viniese bien.

Tecleé un mensaje rápido para mi padre.

Gustavo: No te preocupes, papá, que me regreso. Vean ustedes los escombros, si se salvan algunas de mis cosas las pueden desechar.

Gustavo: Nos vemos en navidad.

Apagué el celular y lo guardé. Si estuviera solo, escucharía música como siempre hacía, pero venía con Erik y ya el autobús estaba pasando la entrada de la estación.

Cuando nos detuvimos por completo, le di un codazo suave a Eric para que se despertara. Le daría la noticia cuando nos bajásemos.

Estaba incrédulo, porque en realidad, que la casa se incendiara era una emergencia familiar y lo más lógico era que fuera de inmediato.

Ya me encargaría de mis padres en navidad, les gustase o no. Se podría ver como una exageración, pero no me importaba. Yo también tenía sentimiento y derecho a enojarme con mis padres. De igual forma, si les hubiese avisado cuando compré los billetes me hubiesen respondido igual. Era solo una excusa.

—Cuando abran la taquilla nos devolvemos a VillaVerde —mencioné cuando nos sentamos en un bando dentro de la estación casi fantasma—. Mi padre me dijo que no tenía sitio para quedarme.

—Llámalo —sugirió y al darse cuenta de mi enojo añadió—: asegúrate de por qué lo hace y luego vemos.

Resoplé. Aun así, saqué el celular y lo encendí. Marqué el número para ver si contestaba. Repicó varias veces antes de que mi padre contestara.

—Gustavo, ¿ya llegaste? —dijo con voz adormilada.

—Sí, pero me voy a regresar, no quiero importunar —respondí y relajé mis hombros.

—No te preocupes hijo, no molestas, solo es que estamos en un hotel. —Hubo una pausa—. ¿Tú no planeas volver verdad?

—¿Cómo lo...?

—Yo hice lo mismo —interrumpió—. Cuando tenía tu edad, me casé con tu madre de manera apresurada para irme de casa —confesó y al notar mi silencio agregó—: Puede que no haya sido el mejor padre del mundo, pero intenté dejarte a tu aire sin darme cuenta de otros no lo hacían.

—Papá... —Se me aguaron los ojos—. Discúlpame tú a mí, que yo casi nunca te decía como me sentía. Ni siquiera lo mucho que odiaba a ese colegio de mierda.

—Hijo... —Lo escuché hipar, estaba llorando—, mira, aquí no harías nada más que ver una casa quemada, quédate en VillaVerde y nos veremos cuando nos inviten —dijo y exhaló fuerte.

—Esto es una emergencia familiar —recordé—, además estoy en la estación.

—Lo es, pero saldremos de esta —aseguró y pude jurar que estaba sonriendo—. Siempre quise una casa más pequeña. Ahora tienes excusa para volver renovado.

Reí.

—Gracias, papá. —Miré a Eric por un instante y tomé su mano—. Me regresaré, solo porque no tengo ganas de ver la casa de mi infancia quemada, pero si se salva alguna cosa mía, tú decide que hacer.

—No te preocupes, hijo, yo me encargo —comentó y supe que la conversación estaba por acabar—, te enviaré dinero por los gastos de este viaje.

Me despedí de él y al trancar la llamada me derrumbé. Sentí los brazos de Eric rodearme en un abrazo mientras lloraba. En definitiva, era lo que necesitaba mi mente. Nos quedamos así hasta que paré mis lágrimas y sequé mi cara. Iba a volver a VillaVerde, quizás la conversación con mi padre no fue tan extensa profunda, pero me sirvió de aclaratoria. Sí les importaba, a su manera.

Le conté a Eric lo que me dijo mi padre, porque solo escuchó mi parte. Se alegró por mí cuando le dije que sentía un peso que ya no cargaba en mis hombros. Esperamos hasta las seis de la mañana, que era cuando oficialmente abría la estación

Fuimos los primeros que la malhumorada mujer atendió. Nos negó el poder cambiar la fecha para el siguiente autobús, por lo que tuvimos que comprar unos billetes nuevos. Los pagué yo, ya que mi padre había prometido enviarme dinero para recuperar lo que perdí en hacer este viaje.

Como si hubiese comenzado un nuevo ciclo, el bus se retrasó unos minutos y, por si acaso, le entregué a Eric mi billete. Si me caía como hace unos días, no habría nadie que me salvara. Hicimos la fila para poder subir en silencio, estábamos demasiado cansados y de verdad que le debía mucho por haberme acompañado a esta pérdida de tiempo.

Esta vez me senté en el pasillo y él en la ventana. No me interesaba observar a la ciudad volverse borrosa mientras la abandonábamos. Ya eso no me interesaba. En seis horas más, volvería a la casa del señor García y recuperaría sueño. VillaVerde era mi hogar ahora y tenía que adaptarme.

Incluso, me provocó hasta buscar trabajo.

—Este fue el viaje más extraño que he hecho —dijo Eric dejando su morral en el sueño—. Ahora descansamos hasta la parrillada del señor García.

Asentí. Me emocionaba la idea, así podría integrarme más en VillaVerde.

—Ese día espero no tener más cansancio, así no valdría la pena ir —me reí—, imagínate, todos ahí comiendo, ¡y yo quedándome dormido!

—Dudo que te deje dormir, una vez me pasó y me hizo un café doble —dijo con una sonrisa de lado—, a veces es muy intenso.

—Hace muy buenos cafés, yo no solía tomar café hasta ayer —comenté.

Eric bostezó.

—Nos vemos cuando esto se detenga el autobús, que ya no aguanto el sueño.

Asentí y apoyé la cabeza en el espaldar.

Mi memoria divagó hacia el momento en el que conocí por primera vez a Eric. Me parecía un fastidio andante, más que nada, porque no me dejaba solo en mi propia mierda. No habían pasado muchos días, pero fueron suficientes como para dejar de ser tan negativo.

Quizás ese era el verdadero motivo de mi viaje, encontrar la felicidad.

Puede que el anuncio del parque de VillaVerde hizo que algún hilo en mí se moviera del mismo mecanismo que me hacía repetir el mismo patrón de miseria. Ya no me sentía como una desgracia que vivía por casualidad y que recibía golpes de la vida por culpa de terceros. Había entendido, por fin, que yo tenía el poder influir en mi propia vida. Que podía ser activo y no esperar a que las cosas me pasasen.

Había dejado atrás a mi yo del pasado y ahora comenzaría a vivir. Con ese pensamiento en la cabeza, empecé a cerrar los ojos cansado de mi propia cabeza y su afán de pensarlo todo. 

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