Extra 02
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EXTRA 02
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Atemorizado ante cualquier intento de manifestar su presencia, Ashton se encontraba en un estado de invisibilidad y silencio que lo había acompañado durante casi medio siglo. Incapaz de hacerse escuchar, incluso si gritara con todas sus fuerzas, y relegado a la sombra de la existencia, había aprendido a vivir en este mundo de tinieblas, aceptando su destino con resignación.
Su muerte, un misterio envuelto en el velo del olvido, lo había sumido en una existencia fantasmal, privándolo de todo contacto con la vida. Sin embargo, en la oscuridad que lo rodeaba, las estrellas se convertían en su única compañía. Brillantes y distantes, adornaban su infernal morada con una luz celestial, otorgándole un destello de belleza en medio de la negrura.
Las estrellas, para Ashton, se convirtieron en un faro de esperanza en la oscuridad, un recordatorio de que aún existía algo hermoso en un mundo dominado por las sombras. Pero fuera de ese resplandor celestial, solo encontraba un vacío impaciente. Una oscuridad que lo aprisionaba con fiereza, instándolo a permanecer en su confinamiento.
Era irónico, pensaba él, que temiera a la luz y buscara refugio en la oscuridad. Pero su situación era tan única como desesperada: había muerto, sin embargo, no podía encontrar el camino hacia la supuesta paz eterna. La luz lo aterrorizaba tanto como lo atraía, y la idea de abandonar su prisión de sombras lo llenaba de una incertidumbre paralizante.
El circo, el lugar que una vez fue su hogar, había desaparecido sin dejar rastro, sumiéndolo en un mar de preguntas.
¿Por qué murió? ¿Qué sucedió con el circo y sus seres queridos? Las respuestas parecían escurrirse entre sus dedos, dejándolo atrapado en un eterno laberinto de dudas y dolor.
Pero incluso en medio de la desesperación, guardaba una chispa de esperanza. Esos objetos mágicos, los medallones, debían ser la clave para desentrañar el misterio de su muerte y el destino del circo. Después de tanto meditarlo y recordar cada palabra de lo que su padre le dijo alguna vez, había llegado a esa conclusión.
Decidido a encontrar respuestas, Ashton se embarcó en una búsqueda desesperada de los objetos durante largos años, sabiendo que solo a través de ellos podría restaurar el equilibrio perdido y encontrar la paz que tanto ansiaba.
En ocasiones, agotado por la ardua tarea de existir en un mundo y una época donde la luz se filtra por cada grieta, Ashton se rendía y se concedía un tiempo para sí mismo. Así, observaba el firmamento y la tierra, a menudo rindiendo homenaje a las estrellas.
Sin embargo, cuando una nueva noche llegó envuelta en nubes plomizas, trayendo consigo recuerdos de su renacer exánime, se vió obligado a cambiar de rumbo.
Aquella no fue la primera vez, sin embargo, algo distinto sí que ocurrió.
Perdido en el cielo, su solitario averno. Un susurro armonioso y tenue lo alcanzó, solo por un par de efímeros segundos, y gracias a esa voz, el mundo dejó de girar sin él.
Al echar un vistazo, Port Fallen, desde las alturas, parecía dormitar en paz.
Pero su nombre provino de allí, y fue la cosa más extraña y hermosa del mundo. Como si la persona que acabó de pronunciarlo, supiera que Ashton se tratara de una conspiración contra la naturaleza misma.
No se oponía a esa idea. Él también lo creía así, pues parecía ser el único que, sin razón aparente, deambulaba por la tierra después de la muerte, esperando encontrar algún conocido y verlo convertirse en sombra. Una tortura interminable.
Aunque solo logró escucharla como un susurro, la voz, de algún modo también familiar, resonaba con precisión en su mente.
Observó sus manos y las movió para confirmar su lucidez. No estaba cambiando, pero claro, tampoco se encontraba cerca de ninguna fuente de luz. Nunca fue tan distraído, entonces, no lo estaba imaginando.
—Ashton —repitió la voz con mayor claridad, resonando dulcemente en sus oídos, como una melodía.
Revivió todo su ser por una milésima de segundo, causando que algo en su interior golpeara su pecho con fuerza, agitación y esperanza. Hizo que se retorciera de la incomodidad de sentirlo después de tanto tiempo.
Un corazón.
Él ya no lo poseía, pero lo sintió como si siempre hubiera estado allí, oculto, esperando ser reavivado por... Ella.
Fue una corazonada exclusiva, increíble y sin precedentes. ¿Por qué no tomarla como un buen augurio?
Después de muchos años, Ashton volvió a respirar de verdad. Rápido. Como si el aire que llenaba sus pulmones no fuera suficiente, pero tampoco tenía unos, ¿o sí?
Era increíble que de pronto comenzara a replantearse años de lo que sea que fuese su existencia.
¿Qué significaba toda esta excepcional evocación? ¿A qué se debía?
El suyo no era un nombre común en la época actual, y aunque alguien más en Port Fallen pudiera tenerlo, estaría demasiado lejos para haberlo escuchado como un susurro claro contra su oído.
Cálido y hormigueante a la vez.
Se estremeció, y sonrió con nerviosismo.
Tantas cosas estaban pasando a la vez. De repente, estaba experimentando toda clase de sensaciones físicas que no sentía hacía mucho tiempo.
De alguna manera, encendió una llama de emoción en su interior.
Impulsado tras décadas de contención, anhelaba desvelar el misterio detrás de todo eso.
Aguardó un instante, esperando que se repitiera, rogando en silencio, pero el vacío persistió.
¿Y si algo estaba fallando en él?
¿Podría volverse loco estando muerto?
Sin embargo, la conmoción no bastó para detenerlo. Se adentró en las calles del pueblo, entre las sombras, persiguiendo esa efímera sensación. Anhelaba encontrar a esa mujer. Quizás se trataba de una chica joven, pues su voz era dulce, y eso le inquietaba.
Para todo siempre había una razón.
Tampoco estaba seguro de si encontrarla sería beneficioso, pero un corazón latiendo fuera de lugar, después de tanto tiempo, no parecía peligroso.
Ashton intuía que no necesitaba a un médico para asegurarse de que no había riesgo en ese sentido. Sin embargo, al comprender de dónde provenía la similitud en esa voz con alguien del pasado, su entusiasmo se desvaneció. ¿Y si todo era una ilusión, una burla cruel de sus recuerdos?
Se detuvo junto a un restaurante cerrado que ofrecía platillos con pescado: El Kraken. Su nombre colgaba de un letrero de madera oscura que se balanceaba al ritmo del viento. También había un pulpo con los ojos muy abiertos y una boca ansiosa de la que colgaba una lengua como la de un cachorro feliz. No era sorprendente imaginar que el alimento provenía del lago. Port Fallen y los demás puertos dependían de la pesca, como si fuera un cultivo. Sabían qué momento era el adecuado para salir en sus botes y lanzar los anzuelos, o cuándo esperar la temporada de reproducción, como en ese momento, de lo contrario, esa calle estaría abarrotada ahora mismo.
Junto a ese lugar se encontraba una relojería también fuera de servicio y más allá, una pequeña tienda de ropa aún abierta, donde los maniquíes lucían pesados trajes de invierno de colores brillantes.
Ashton examinó los alrededores con atención. El silencio nunca le pareció tan desquiciante.
Había ocasiones en las que escuchaba todo tipo de ruidos insignificantes, cosas de las que incluso prefería no enterarse, pero justo cuando más lo necesitaba, no podía oír ni un solo suspiro. Ni siquiera parecía haber perros, y ellos eran los más ruidosos al sentirlo pasar. Se volvían locos.
Las luces en toda la siguiente avenida se apagaron de repente. La calma huyó de esa calle junto con un gato blanco con manchas amarillas y un murciélago.
La lluvia comenzó, y Ashton esperaba que el cielo no se enfadara. Los relámpagos eran una trampa mortal, de la cual no podría escapar. Solía refugiarse cada vez que llovía por precaución, pero esta vez había algo más importante en juego.
Como si fuera el inicio de un desfile, el sonido de los cascos de un corcel llegó a sus oídos. Se acercaban con una ligera brisa que pronto se convirtió en una fuerte ráfaga. Vivir cerca de un lago era un gran problema, siempre había corrientes de aire.
Observó en dirección al sonido. Entre la oscuridad, una figura cruzó la calle. Era monumental y su abrumadora presencia teñía las aceras de vapor espeso de color negro.
Examinó los alrededores, pero no vio al jinete. No era una buena señal, sin embargo, ahora también quería saber a dónde se dirigía el animal y si, tal vez, podría llevarlo a la persona que había escuchado momentos atrás.
Lo siguió de lejos, hasta la orilla del pueblo, donde el místico animal finalmente se detuvo.
Frente a una de las casas, con un pequeño jardín bordeado por arbustos y rosas bien cuidadas, el corcel se fundió con el asfalto. Como un charco de vino, se deslizó por el estrecho camino rocoso hacia la entrada y se coló por la hendidura entre la puerta y el suelo.
Mientras seguía mirando desde la distancia, anheló poder abrir la puerta en lugar de simplemente atravesarla. Lo mismo sucedía con las luces encendidas. No podría entrar a menos que se apagaran. Y como si algo atendiera a su primera solicitud, escuchó un crujido y la puerta se abrió de golpe.
Era imposible que hubiera sido culpa del corcel. Más bien, creyó en la posibilidad de que existiera un artilugio en esa casa, el mismo que le habría permitido abrir la puerta. Pero, ¿podría usarlo estando muerto?
Otro golpe en el pecho lo hizo encorvarse y se quedó sin aire.
Con la mano en el corazón, desvió la mirada hacia la puerta aún abierta, y la cabellera rubia captó su atención por completo.
Revueltos, los rizos húmedos y desordenados caían sobre sus delgados hombros. Vestía pantalones muy cortos y una camisola, un atuendo imprudente y nada discreto.
Era Ellinor, pero como nunca antes la había visto.
Por primera vez en mucho tiempo, su boca, sin palabras, se abrió por la impresión. Se preguntaba si realmente sería ella, pues no parecía la misma persona que recordaba.
Ellinor cerró la puerta, desapareciendo por completo de su campo de visión.
El recuerdo de su figura, al voltear sin detenerse para mirar fuera de la casa y comprobar que ahora incluso las luces de toda la calle estaban apagadas, dio vueltas en su cabeza.
Ashton permaneció atorado en el pórtico, aunque nada lo sujetaba o impedía que se moviera.
Un momento después, se atrevió a dar sus primeros pasos.
Encontrándose frente a la entrada, la abrió una vez más y el viento lo acompañó hacia el interior. La manera en que la puerta azotó la pared debido a eso, provocó un estruendo tremendo.
Hizo un nuevo intento y también consiguió apagar las luces del primer piso, convenciéndose de que había un medallón en ese lugar.
En su compañía, el viento aprovechó para entrar con una gran cantidad de hojas que traspasaron sus pies y se acumularon en la sala. Se sintió apenado por la persona que tendría que limpiar todo el desastre. Pero debía comprobar su hipótesis, así que deseó que las luces del segundo piso también se apagaran, y lo hicieron. Supo con exactitud de qué artilugio se trataba.
Siguió avanzando mientras se deshacía de un par de luces que todavía quedaban por allí. Subió la escalera y se le ocurrió la posibilidad de que ese corcel fuera producto de otro medallón. Pero que ella hubiera creado algo tan oscuro y aterrador... No cuadraba.
En el pasillo, vigiló hacia la única puerta abierta de las tres. De ese lugar salían los tentáculos de la oscuridad, agitándose como un verdadero Kraken.
Escuchó un grito. Las ventanas se sacudieron y el suelo de todo el segundo piso tembló con fuerza. Algo pesado acababa de caer.
Le tomó un instante desplazarse y encontrar al corcel observando hacia el suelo mientras marchaba sobre su puesto. Era tan grande que ocupaba la mitad del espacio, y sus orejas levantadas como los cuernos del mismo demonio casi rozaban el techo.
Intentó controlarlo, acción que habría resultado si el medallón del primate, con el que sospechaba que debió haber sido creado, se encontrara en ese mismo lugar. Y como no funcionó, el animal se agitó más. Devolvió su cabeza hacia Ashton y se impulsó del suelo, arrojándose sobre él. El muchacho se pegó contra el techo y el animal se agitó como un toro furioso, dio media vuelta y volvió a tomar la apariencia de un charco de vino del cual Ashton se precipitó a sacar por la ventana con la ayuda de su bastón y un azote de aire.
Estaba listo para recibirlo de vuelta si acaso intentaba regresar, pero no lo hizo. El corcel tan solo parecía contar con la intención de espantar a la misteriosa muchacha. Misteriosa porque, cuando Ashton levantó la cama para echar un vistazo, parecía totalmente ajena a lo que acababa de ocurrir. Ella estaba ausente, como en trance. Temblaba.
Cuando la chica giró sobre su espalda para darle el frente, ni siquiera se percató del leve resplandor que emitía el objeto junto a su cabeza.
Para verla mejor, Ashton se movió un poco más, asomándose detrás de la cama que todavía flotaba debajo de sí. Los finos dedos de ella, extrañamente sin pintura de uñas, parecían a punto de incrustarse en el suelo de madera. Los rizos dorados, en cambio, estaban desparramados alrededor de su cabeza. Y sus ojos, tan abiertos como dos bolas de cristal, eran tan claros como la miel.
Cada detalle, los labios en forma de corazón, las mejillas contorneadas, hasta el apenas visible lunar bajo su ojo izquierdo... Era idéntica a Ellinor. No obstante, también estuvo presente esa arruga en medio de sus cejas que a propósito le robaba el susto y le añadía un toque de molestia pura.
La brisa que entraba por la ventana revolvió sus cabellos como virutas de oro, llevando hasta su nariz un ligero aroma a manzanilla. El medallón de la carpa se encontraba oculto bajo su rebelde melena ahora.
—Eso... Eso es mío —reivindicó él, señalando el artefacto. Como si ella pudiera ser capaz de escucharlo.
Ashton se preguntó de dónde lo habría obtenido hasta que vio sus finos labios separarse, robándole el aliento por segunda o tercera ocasión en la noche. Ya había perdido la cuenta.
—¿Ashton? —Su voz tembló.
Ella conocía su nombre. Y de la misma forma, se trataba de la chica que había escuchado llamarlo minutos atrás.
Con una nueva corazonada, grandes sospechas y una increíble conmoción, estaba seguro de que la muchacha podía verlo. Sus ojos indescifrables lo inspeccionaban con detenimiento. Pero Ashton no se movió por un tiempo y mantuvo una expresión neutra. No deseaba espantarla más de lo que evidentemente ya estaba.
Con fuerza, una vez más, le martillearon el pecho desde el interior. Presintió que todo era culpa de aquella que, al pronunciar esas seis letras por primera vez, consiguió alborotar su sistema. Y eso, aunque le resultaba muy extraño, involuntariamente le hizo sonreír.
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