Capítulo 52



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CAPÍTULO 52

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Aunque estaba abrumado por todo lo ocurrido, Ashton sonreía, y esa sonrisa bastó para hacerme olvidar todo por un momento. Aunque tampoco duró demasiado.

La presencia de las cabezas emergiendo del suelo cercano a los veteranos, con su aspecto de cráneos chamuscados, me perturbó. Frey había usado la ventaja de los medallones para dar vida a las figuras deformes que se arrastraban por el suelo, provocando una sensación de repugnancia y tristeza.

Las pisadas a mis espaldas me hicieron girar, pero en lugar de más creaciones aterradoras, encontré las figuras de madera de mis hermanos.

Ashton echó un vistazo por encima de mi hombro, hacia la cabeza que emergió del interior de mi capucha y señaló algo en el cielo.

Las nubes parecían estar siendo manipuladas por alguien más, lo que no tenía mucho sentido. Fue entonces cuando me di cuenta de que esas siluetas negras no eran parte del firmamento.

Thomas mencionó el anillo y el medallón. Me quedé paralizada al comprender que toda esa energía debió atraerlas.

El repentino ataque de Achernar contra Runa los redujo a polvo al momento del impacto. Desde el cielo, como proyectiles, se les unieron más sombras, levantando gran cantidad de arena. El medallón quedó atrapado en el interior de todo ese nubarrón.

Un gemido de pánico escapó de mi garganta al presenciar la escena. Y un segundo después, un suave toque me hizo dirigir la mirada hacia nuestras manos que se encargó de entrelazar.

—Estoy aquí, contigo —me recordó Ashton en un suave susurro.

Comprendí por qué lo remarcó cuando la figura moldeada por la polvareda, tomó su apariencia, haciéndome estremecer. Aunque ya no me inspiraba tanto miedo como antes, la sensación de opresión se apoderó de mí mientras movió una extremidad, gesto suficiente por el cual Ashton me levantó en sus brazos con una facilidad sorprendente.

Pronto me vi reflejada en su semblante, consciente de que estábamos atrapados en una situación más allá de nuestro control.

Las sombra, encarnación de mis miedos, se disipó en medio de las creaciones de Frey, transformando el suelo en un campo de juego macabro.

Mis ojos captaron las cuchillas surgiendo de la arena, lo que también tomó por sorpresa a Ashton. La habilidad de Runa se había fusionado con la del resto, y en consideración, podía ser la más peligrosa de todas.

Se esforzó por mantenernos a salvo mientras los gemelos intentaban alcanzarnos a pie. Nadie les prestaba atención.

La oscuridad se expandió como tentáculos a nuestras espaldas: las cuerdas del equilibrista transformadas en un arma mortal.

El calor aumentó y Ashton decidió alejarnos aún más del peligro, pero las dagas negras todavía se dirigían hacia nosotros.

—Qué irónico —solté.

—¿Hay algo gracioso que quieras compartir? —preguntó casual, pero concentrado en los movimientos ágiles y certeros, batiéndonos con fuerza.

—Pues que la ex pareja del chico que te gusta, literalmente quiera matarte.

A pesar del peligro inminente, la risa de Ashton llenó el aire, iluminando el caos que nos rodeaba. Siempre había querido escucharlo. Aunque no fuera el momento adecuado, la dulce sinfonía proveniente de sus cuerdas bucales aligeró el peso de la situación.

—Me gusta lo que acabo de oír —revelé.

Ashton desvió la mirada hacia mí por un instante antes de negar con un gesto que lució tímido. Así, acabó recordándome cuál era el sentimiento más poderoso que cualquier miedo.

—Sonríes —dijo con fascinación—. A pesar de todo lo que hemos pasado, aún mantienes esa luz en tu rostro.

Era él quien siempre encontraba razones de hacerlo. A mí me tomó tiempo ser como él en ese aspecto.

—De todo esto, tú eres lo que más me ancla a la realidad. Solo mira a nuestro alrededor; la tierra es negra, el cielo permanece opaco, mis hermanos son de madera, mi mejor amigo un muñeco, y mis abuelos... especiales a su manera. Se acerca a ser un extraño sueño. Pero tú, tú me recuerdas que tengo algo importante por qué luchar; el amor y la verdadera esencia de todo esto.

Una explosión de calor nos detuvo en seco. Nos enfrentamos a un muro de arena que se elevó amenazante. Nos miramos, reanudando nuestra marcha hacia otra dirección.

En el suelo, la tensión se palpaba en el aire mientras todos se movían en un ballet caótico. Mis abuelos, con una sabiduría que solo el tiempo puede otorgar, mantenían una distancia cuidadosa entre sí, rodeados por los engendros defectuosos. Mikkel, siempre vigilante, destacaba en medio de todos. La bestia de Frey revoloteaba a sus espaldas, con la cría aleteando inquieta.

—¿Qué demonios planean? —murmuré—. ¿Por qué no unen los tres medallones de una vez?

Mis hermanos se precipitaron hacia la amenaza, pero un nuevo enjambre de puñales los interceptó en su camino, clavándose en sus cuerpos como tiro al blanco. Me angustiaba verlos soportar ese maltrato. Pese a que estuvieran hechos de un material resistente, no eran invencibles.

Dagas flamígeras emergieron al atravesar la burbuja de fuego que protegía los medallones, persiguiéndonos con una determinación despiadada. Y aunque la sombra actuaba por instinto, sin un plan definido, teníamos que hacer algo para librarnos de ella.

—Llévanos sobre las abominaciones de Frey —anuncié, y Ashton asintió, anticipando mi propuesta.

Encima de los muñecos del infierno, escudriñé la escena para asegurarme de que los puñales nos seguían.

—Baja un poco más —instruí a Ashton.

Sin vacilar, descendió justo cuando Frey nos fijó en su mirada, desatando una ola de deformaciones en un intento desesperado por detenernos.

Pero Ashton no se detuvo. Siguió el curso de la ola mientras esta se cerraba sobre nosotros, y los puñales ardientes se incrustaron en la masa de muñecos, encendiendo todo como si fuera una tarta de cumpleaños.

Algunos metros más allá, nos detuvimos para contemplar la escena.

El fuego se expandió entre las deformaciones, hasta que Frey las separó del resto y no pudo propagarse más.

Furioso, hizo un gesto, enviando a su bestia pequeña a cazarnos. Pero no consiguió desplazarse demasiado, una bola de fuego la alcanzó como un cañonazo, consumiéndola hasta escupirla al igual que el humo de un cigarro.

Mikkel, controlando las llamas con destreza, devolvió esa especie de magma hacia la burbuja que protegía el medallón.

Frey rugió. Su bestia alada encendió parte del suelo antes de elevarse. Mikkel se preparó, abriendo mucho las piernas para estabilizar su gran cuerpo.

El medallón sobre las palmas de Reidar se encendió en el mismo instante y el suelo tembló, formando olas y columnas que se dispararon hacia el cielo, todo al ritmo de las manos del padre de Ashton, que protegió a los ancianos de esa monstruosidad. El artilugio en posesión de Reidar debía ser el de la carpa lacrada, y el que permanecía en la burbuja de fuego seguramente era el del primate.

—Intentaré hacerlo —declaré.

—¿El qué? —preguntó Ashton.

—Detener a Runa —respondí, con un nudo en la garganta—. Controlar a las sombras... Lo que más me inquieta es el efecto que pueda tener sobre ti, de ser posible.

—Estaré bien, en serio —dijo, tratando de ocultar su preocupación detrás de una sonrisa forzada. Pero ambos sabíamos que sin hacer esto, no tendríamos oportunidad de atrapar a la sombra y recuperar el medallón.

—También tengo que devolver a Thomas al cuerpo de Frey —afirmé.

—Podríamos hacerlo de otra forma, solo nos tomaría un poco más de tiempo. —Ashton titubeó.

—No permitirás que muera, y yo no dejaré que te conviertas en sombra. —Sería lo peor que podría pasarnos—. No daré marcha atrás cuando por fin puedo hacer algo al respecto. Hay que tomar riesgos, tú también lo dijiste.

—Sí, pero... —Su expresión se ensombreció.

—Te duele, ¿verdad? La oscuridad avanza y no parará hasta terminar —murmuré, interrumpida por el suave roce de sus labios contra los míos.

Anhelé estar a su lado, por sus besos que robaban el aliento, por la conexión que compartíamos.

Negó con la cabeza.

—No quiero perderte —reveló, y creí de lo que hablaba, pero de pronto abrió los ojos y añadió—: No deseo que el mundo retome su rumbo habitual, o lo que debería ser, si eso conlleva no volver a verte. Es un anhelo egoísta, pero no me importa.

—Sé de lo que hablas, y a veces también me lo planteé. Pero por el bien de todos, esto debe terminar —afirmé con valentía, aunque se me quebró la voz.

La tristeza convocó a la negatividad, incitándola, para hacerme recaer ante el miedo, pero no iba a dejarme guiar por sus pasos.

—Vamos Ashton, no seamos tan negativos —dije con una sonrisa; un gesto a medio terciar que poseía un sinnúmero de sentimientos encontrados.

Agitó la cabeza, estando en desacuerdo conmigo, y apretó la fina tela sobre su pecho con inquietud notable. El dolor había arrebujado su semblante.

—La promesa que te hice, ¿la recuerdas? —indagó.

Medité por unos segundos y volví a mostrar una sonrisa, aunque, para ser sincera, no recordaba ninguna promesa, cosa que me frustró bastante.

—A lo largo de este tiempo he perdido tanto... No voy a perderte a ti también —añadió y me colmó de afecto, de todo ese desconocido sentimiento que gozaba del poder total para alegrar mi corazón.

—No sucederá. —Hubo una pequeña pausa en la que ambos nos miramos—. Y tú, ¿confías en mí?

—Plenamente. En quien no confío es en el mundo, pues se ha obstinado en dañarlo todo.

—¿Y no crees que es momento de cambiar eso?

—Ahora no estoy seguro de qué es lo que quiero más que a ti.

Ashton parecía ahogarse en una gota de agua. Ese tipo de obstinación cerrada no fue parte de él en ningún momento, nunca lo había visto de tal forma, tan inseguro y desconfiado. Desesperado. Y aunque entendía parte de la razón, conocía que una de las causas se debía a su transformación como sombra. Ese temor a perderme parecía carcomerlo vivo.

Situé la mano sobre su pecho, en donde su corazón dio un golpecito.

—La oscuridad en esa parte parece doler más, pero tienes que ser fuerte. Todavía tenemos por qué luchar.

Caviló entre mis palabras, guardando profundo silencio y se relajó tan solo un poco. Le iba a tomar tiempo pensar con claridad.

Desplacé un repaso fugaz alrededor, y lo que al principio no fue más que una sospecha, terminó estableciéndose en una perfecta réplica del circo, exceptuando que carecía de techo y paredes, posicionándolo todo a la intemperie.

Gracias al medallón de la carpa lacrada, habían creado una copia tenebrosa de las principales instalaciones del Stjerne Circus. El escenario, los graderíos, columnas, todo lucía tal cual. Si a mí me trajo un sinnúmero de recuerdos, ¿cómo sería para aquellos que, ante sus ojos, se reprodujeron pérdidas y escenas desgarradoras?

Mikkel dejó escapar una queja, parecida a las que Mango soltaba. Lo vi intentando contener a la bestia que pretendía acercarse, pues su fuego era incapaz de dañar a alguien con la habilidad para controlarlo. En algún momento también trató de llamar la atención de la sombra, pero el fuego no era tan veloz como ella y apenas pudo protegerse de las dagas que se arrojaron contra él.

No podíamos tan solo detenernos a ver.

—Tienes buenos gustos para los escenarios, tío. Pero te faltó algo esencial.

Frey agitó los brazos y, del suelo, como plantas, surgieron dos columnas más, de las que un par de trapecios se balancearon sobre las cabezas de los veteranos.

—¿Viste hacia las estrellas, Reidar? —continuó con indiferencia y agudeza a la vez—. ¡Apresúrate y pide un deseo!, porque a veces se vuelven fugaces y cuando menos te das cuenta, se desploman.

Sentí la sangre borbotear.

¿Se estaba burlando?, ¿por qué demonios jugaba tan sucio? ¿La muerte de Ellinor representaba eso para él?

Al ver la expresión desinteresada de Reidar, contuve las riendas. Lo que Frey pretendía era debilitarlo a través de sus temores, miedos, inseguridades... Cualquier tipo de amargo sentimiento que facilitara el trabajo de la oscuridad para tomarlo de las piernas y arrastrarlo hasta lo más profundo.

—¿Por qué no dejas de pronunciar sinsentidos e invitas al público a sentarse para contemplar la escena final? —sugirió cortésmente el padre de Ashton, señalando los graderíos.

¿Esas eran sus verdaderas intenciones?

La curiosidad atrapó tanto mi atención como la de su hijo.

Cuando sus deformidades empezaron a brincar y arrastrarse mientras su creador sonreía igual que un maniático.

—Tienes razón. —La voz de Ashton me exigió a mirarle—. Nunca nada se ha acabado hasta que lo das por terminado, ¿cierto?

—Todavía contamos con una oportunidad.

—Sé que lo lograrás —me animó.

Aunque sabía que le era difícil dejarme ir, porque para mí también lo era, era todo lo que necesitaba escuchar.

Un silbido y devolví la vista a Frey. Su bestia se detuvo en el aire por un instante y se arrojó en picada sobre Mikkel, pero antes de que pudiera alcanzarlo, una serpentina ardiente se dirigió hacia ella y apenas consiguió esquivar el fuego chisporroteante.

Ese animal con cuernos era grande, y por lo mismo, bastante lento.

El fuego se elevó hacia el cielo, persiguiendo a la sombra que esquivaba cada cañonazo con precisión. Frey, entusiasmado por la escena, levantó las manos y dijo:

—He esperado tanto para poder mostrarte mi verdadero talento... Te sorprenderé hasta la muerte, tío.

Sus puños se abrieron, dejando caer pedazos de papel que se agruparon en el suelo y tomaron forma de figuras humanas.

En mi infancia, solía recrearlas con recortes de hojas recicladas, pero esto era diferente. La magia estaba transformándolas en gigantes de papel.

—El medallón hombre parece hacer milagros —comentó Ashton, y seguí su mirada hacia la sombra. Confirmó lo que insinuaba: el artefacto en su interior no estaba completamente sellado, permitiendo que Frey lo usara para conferir poder a sus creaciones. Pero no era todo, la sombra también se encontraba de pie, iluminada por el fuego, sin ser afectada por él.

La magia del circo confería habilidades a quienes tenían contacto con los medallones. Parecía que la sombra estaba amalgamando los dones de las seis en total, para crear una nueva habilidad, y al interactuar con la magia del circo, le otorgaba un talento específico según la necesidad circense en este momento.

—Inmunidad —comenté—. Puedo usarla a nuestro favor si logro controlarla.

Frey lanzó su primer ataque hacia el maestro de ceremonia, poniendo en marcha a sus gólems de arena.

Tenemos que actuar rápido.

—Tengo un plan, pero necesito acercarme sin que se den cuenta.

Ashton hizo aparecer su bastón y me tomó de la cintura.

—Te impulsaré como cuando escapamos de la feria, pero esta vez será más rápido —explicó—. Agárrate fuerte.

—Tu bastón...

—Sopla brisas —aclaró—. Es una habilidad que adquirí como fantasma, para empujar objetos. Cuando escapamos de la feria, absorbí la magia del medallón, intensificando esa destreza —respondió.

—¿Al igual que en mi habitación?

Ashton sonrió y susurró cerca de mi oído:

—Deberías saber que me enamoré de esa expresión disgustada. La haces mientras duermes, solo que también mueves un poco la nariz.

Rodé los ojos ante su ocurrencia, pero no pude evitar sonreír.

Agitó su bastón y un viento fuerte nos lanzó hacia la sombra, que luchaba por arrancarse el medallón del pecho. Pero una pared de arena se levantó y nos detuvo antes de alcanzarla. Ashton tuvo que desviarnos hasta detenernos por completo.

—¿Se dio cuenta? —pregunté, preocupada.

—No creo que fuera por nosotros —respondió Ashton.

Mientras la arena volvía a su lugar, vimos a los títeres posar sus manos en el artilugio enterrado en la sombra, ayudándola en su intento por arrancárselo.

—¿Cómo consiguieron acercarse sin ser detectados? —pregunté, confundida.

—Son igual que vasijas. Contienen la magia en su interior. No los perciben. Se dirigen al fuego —advirtió Ashton.

En su agitación, la sombra se elevó y dio tumbos en el aire. Mis hermanos tiraban de lados opuestos, desviándola hacia la burbuja infernal.

Grité y eché a correr a toda velocidad, desesperada por llegar a tiempo y liberar a mis hermanos. Ashton me adelantó, volando sobre mi cabeza. Con un gesto rápido, detuvo su vuelo y apuntó el bastón hacia ellos, pero el tiempo se nos escapaba. No íbamos a llegar.

Justo cuando la situación parecía perdida, una cuerda hecha de arena se interpuso entre nosotros. Se enredó alrededor de la cintura de los títeres, alejándolos y lanzándolos lejos en el momento preciso en que la sombra colisionó con el fuego y se desplomó, llevándose consigo nuestras esperanzas de utilizarla contra Frey.

—Yo me encargo de ellos. Rigil no es el único que juega con cuerdas en el aire —anunció Reidar, apareciendo detrás de mí. Agradecí su ayuda cuando los ató con cintas de arena y los dejó como rehenes.

Frey giró en el escenario. Los gólems desaparecieron uno a uno, evaporándose en el aire. La causa: un distintivo de colores.

Tuve que concentrarme durante un largo minuto hasta descubrir qué era.

La figura ágil se movía por el escenario, haciendo desaparecer a los gólems. Era como un diablillo, brincando y riendo mientras, gracias a un toque de su bastón, los convertía en mariposas, confeti, fuegos artificiales...

Hubo un momento en el que rebotó en el piso igual que una pelota, haciendo que cartas volaran por todas partes, doblándose y crepitando hasta desaparecer como humo rojo.

Desconfiada, retrocedí.

El maestro de ceremonia saltó desde la esquina del escenario hasta el borde posterior de los graderíos, revelando una máscara blanca que cubría la mitad de su rostro, con ojos amarillentos y una sonrisa perturbadora que mostraba todos sus brillantes dientes.

—¿Es un arlequín? —pregunté, inquieta por su transformación—. Tu padre...

Solo había leído de ellos en historia del arte. Eran personajes camaleónicos de la Commedia dell'Arte, conocidos por su habilidad para entretener con una amplia gama de personalidades.

—Esa habilidad también estaba presente en mis antepasados —explicó Ashton con una mirada que denotaba cierta familiaridad con la escena, como si ya la hubiera contemplado en numerosas ocasiones.

—¿Tú también la tienes?

—Entre algunas cosas —respondió, encogiéndose de hombros.

Sentí escalofríos. Pero antes de poder indagar más, me abrazó con fuerza.

La sombra emergió del suelo, brillando con intensidad, con el medallón incrustado en su pecho e iluminando su nuevo cuerpo cristalino.

Y de pronto, ya había otra figura idéntica a mi izquierda. No logré entender cómo ni cuándo apareció, pero de repente estábamos rodeados de un centenar de réplicas de la sombra, creando un laberinto de reflejos cristalinos que nos dejaba, cada vez, menos espacio para movernos. Por un instante, temí que nos aplastaran entre tantas dúplicas.

Si no tuviera conocimiento sobre la formación del cristal, habría pasado por alto el proceso, pero todo estaba relacionado con algo aún más complejo: la magia.

Definitivamente, era una imprudencia de extrema peligrosidad tener un medallón en manos de una sombra.

Ahora ni siquiera el fuego le causa cosquillas.

—No te separes —dijo Ashton, apretando mi brazo suavemente. No le devolví el gesto. Me estaba esforzando en mantener esa misma extremidad con el anillo radiante, dentro de la sudadera.

—¿Qué haremos?, ¿cómo vamos a encontrarla entre tantas?

—Permanecer alerta y juntos, por lo pronto es una buena opción.

Asentí con duda. No tenía mucha idea de cuánto más podría soportar la condición de Ashton.

Presté atención, contemplando los cristales alrededor, en busca de cualquier... ¿Salida?

Ni siquiera sabía si existía tal cosa.

Pero lo asemejé a un laberinto de espejos, excepto que todos se mantuvieron como formas humanas muy altas y de pie. Estáticas, e inmutables, pero con las miradas fijas en ambos.

En ellas conseguí apreciar nada más que mi difuso reflejo muy pegado al de Ashton. No funcionaban con la misma perfección que un espejo. Al frente lucían como infinitos cristales de un celeste azulado indefinido. La zona a nuestras espaldas, en cambio, llegaba a ser más oscuro, quizá porque muchas sombras se habían aglomerado, opacando así su transparencia.

Pero no todas se parecían. Entre unas y otras, su contorno era peculiarmente desigual.

Advertí una que semejaba llevar una boina en la cabeza. Otro par muy juntos, cuyas figuras robustas tenían grandes orejas y al parecer, una abundante melena en las coronillas. Más allá había otra, a la que le caía el cabello sobre los hombros. También creí ver una que no tenía cabellera. Dejé de investigar entre las siluetas cuando, una en particular, ensimismó mi vista en el extravagante peinado que hacía lucir su cabeza como si tuviera una pelota con púas incrustada justo en la coronilla.

Runa.

Pero todavía no había señal del medallón.

—Están todos —comentó Ashton, como si tuviera algo atascado en la garganta.

Pero no sabía con exactitud si eran todos, pues se volvió confuso y empecé a marearme.

De cualquier manera, busqué la figura de Ashton y un mínimo resplandor entre todas ellas, pero no había nada parecido.

—Convertirse en cristal y este laberinto...

—El medallón debe estar respondiendo a sus impulsos. Juntas están desarrollando nuevas habilidades.

Gracias al cielo no le temía a los lugares cerrados, y los laberintos de espejos siempre me parecieron un reto interesante.

En mi esfuerzo por mantenerme vigilante, una figura transitó veloz ante nuestros ojos, al igual que un destello; un perfecto reflejo que avanzó con soltura e infinita gracia cada que daba saltos como una bailarina.

Mi boca fue deliberadamente abierta, el mundo marchó en cámara lenta mientras un enorme agujero negro se hizo en mi pecho, absorbiendo mi sensatez.

—Reidar estaba cerca de aquí, ¿no? —susurré, sucumbiendo a un mal presentimiento.

—Pensaba en lo mismo.

Debíamos encontrarlo.

Esa gallarda figura dio vuelta y nos miró, estaba descalza, tenía el cabello rubio y sus bien formados rizos le caían desde una cinta bicolor hasta la altura de los omóplatos. El perfecto maquillaje deslumbró sus delicadas facciones, iluminando las mejillas contorneadas y labios de corazón cuando, de improviso, sonrío. Dio vuelta, luciendo un maravilloso vestido rojo que ondulaba como las flamas del fuego de Mikkel.

En cuestión de segundos la perdí de vista.

—Era... ¿Era Ellinor? —tartamudeé, sintiendo que se me secaba la boca.

—En efecto —respondió Ashton con la misma extrañez.

—Cómo... —Tragué saliva—. ¿No había muerto? Me refiero, ¿también es una sombra?

—No estoy seguro, todavía vivía cuando yo morí. Según me contaste y después de lo que sabemos, la noche siguiente de mi muerte, Ellinor falleció, todo gracias a Hans. No sé en qué momento se llevaron los medallones lejos del circo, separándolos. Además, creo que el que la veamos específicamente a ella, más bien tiene que ver en cómo lucen las sombras ahora, es decir...

—Está reflejando el miedo de Reidar —concluí y él asintió—. Es una trampa para él.

Gracias a la nueva constitución cristalina y al medallón resplandeciente en su interior, las sombras podían funcionar igual que un prisma. Esto significaba que los rayos de luz, chocaban contra todas las paredes de cristal. Como resultado, al traspasarlas, reflejaban colores, similar a lo que ocurre cuando los rayos de luz atraviesan gotas de agua en la atmósfera y forman un arcoíris.

—No voy a pensar más en esto —musité con ímpetu, extrañando no tener a una Runa junto a mí que me sacara de quicio y pasar a segundo plano mis temores—. Ahora que lo pienso, quizá funcione como un proyector. Para lograr envolvernos en este laberinto de reflejos en donde Ellinor puede moverse con semejante libertad, creo que la hallaremos ubicada en el centro o en una esquina. Y ya que no representa ninguno de nuestros temores, podremos sobrevolar el laberinto para encontrarla.

Levantó ambas cejas, impresionado.

—Buen razonamiento. Pero no creo que hayan pasado por desapercibida toda la energía emitida por los anillos. No nos habrían incluido en el laberinto de ser lo contrario. Sigues en el ojo de la tormenta —insinuó.

—Buscan la manera de representar nuestros temores, y ¿si no encuentran nada?

—Quizá seamos inmunes. —En un momento de confusión, besó mi sien, erradicando todo el cúmulo de agobiantes emociones.

—No nos quedan muchas opciones.

—Aprovecharemos cualquier oportunidad que se presente.

Sus ojos se tomaron un tiempo para estudiar mi rostro, pero fue bastante rápido en asimilarlo y, asintiendo con un gesto de completa osadía, se apegó más a mí, tomándome de la mano como si quisiera empezar una danza.

Sus dedos trazaron la piel de mi palma, provocando un ligero cosquilleo. Su aroma a canela llenó mis fosas nasales, evocando recuerdos de la primera vez que me levantó en el garaje de casa.

Nos alejamos del suelo antes de que mi mente cavilara en las muchas veces que habíamos estado tan juntos, acostumbrándome así a su gentil cercanía.

Empezamos a movernos, y admití que todavía me ponía nerviosa. No le había prestado verdadera atención a mi corazón conmovido, al hormigante vacío que se acunaba en mi estómago y al temblor de mis manos un tanto sudorosas. Él causaba todo ese efecto con tan solo permanecer cerca, omitiendo las dulces palabras y elegantes gestos. O lo que era en realidad.

También reflexioné en lo mucho que deseé poder concentrarme solo en él, en su proximidad, en su aroma, en quedarme mirando sus enigmáticos ojos como una tonta y sin tener que preocuparme de nada más. Desde que lo conocí, todo lo que envolvía nuestras vidas siempre había sido precipitado. Cada que estábamos juntos, solía acontecer algo de por medio y, debido a ello, casi nunca me percaté de sus refinados movimientos y de lo que estos ocasionaban en mí.

Cuando vi sus preciosos ojos, supe que sería capaz de dar lo que fuera con tal gozar de cualquier momento a su lado.

—Es justo como dijiste. —Ashton manifestó su curiosidad al toparse con mi vista perdida en un punto fijo en su rostro.

Apenada dirigí mis pupilas a examinar otra zona.

—Me pregunto cuán alto pueden ir —expulsé todo el aire contenido en mi interior, advirtiendo la figura principal en pleno centro, justo como supuse.

Ashton y yo nos encontrábamos apenas sobrevolando el gran laberinto, pero muy lejos de ella. De todos modos, tampoco mostró interés en perseguirnos.

Y más allá, Reidar desesperado, haciendo uso de la misma cuerda arenosa que había originado para salvar a mis hermanos de las llamas. Todavía sostenía el medallón de la carpa, que latía entre sus dedos. Mientras rompía los cristales, se dio cuenta de que estos se reconstruían en tan solo cinco segundos.

Los gemelos también lo acompañaban, tirados en el suelo, sacudiéndose como gusanos. Seguían amarrados y casi no podían moverse. Se hallaban demasiado apartados de su fuente de energía, de mí.

Reidar de repente se quedó muy quieto, con la vista consolidada hacia al frente. Acababa de ver a Ellinor. La imagen de su amada fallecida daba giros elegantes ante sus ojos, ignorando su presencia, procurando ser un tormento. Bien podía tratarse de experimentar el infierno en vida.

—No me gusta esto —redundé—. Hay que sacarlo de ahí.

No fue solo el imaginarme en su situación, había algo en el laberinto que seguía sin darme buena espina. Lo decía porque todas las sombras se encontraban alrededor, y hasta el momento, parecían demasiado calmadas.

—Creo que sería imprudente acercarnos a ella —dijo Ashton, refiriéndose a la sombra principal, a la que todavía guardaba el medallón en su pecho.

—Intenta con lo de la última vez. La ventisca —pedí.

Asintió y estuvo listo para hacer su bastón aparecer, pero de pronto, Reidar destacó alarmado, girando en todas direcciones.

—¿Qué sucede? —pregunté atormentada.

—Los espejos, parecen reflejar algo más —dilucidó afónico y tuvo que aclararse la garganta.

A pesar de tener buena vista, nos encontrábamos demasiado lejos como para distinguir claramente los detalles. Tarde, advertí lo que parecían ser tres objetos alargados emerger desde uno de los espejos. Todos se incrustaron en la espalda de Reidar. Mis gritos podrían haber resonado cuando se derrumbó, cayendo de rodillas. Puede que incluso las lágrimas hayan escapado al verlo desplomarse por completo boca abajo. Pero las dagas todavía permanecieron en su espalda hasta que se desvanecieron un instante después. Sin embargo, Reidar no volvió a moverse.


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¿Reidar? 😢


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