Capítulo 50



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CAPÍTULO 50

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La sombra me atrapó sin esfuerzo, y en lugar de temor, sentí ira.

Hubo un leve chisporroteo y siseos en el exterior. Era una tortura que los ruidos cambiaran de posición y no saber lo que sucedía.

La oscuridad provocaba inseguridades y temores, pero no iba a sumergirme en la desesperación otra vez.

Thomas atrapó mis dedos y los oprimió con fuerza, presionando los anillos contra mi piel y causándome un leve dolor.

—El miedo al cambio y a lo desconocido, domina. Pero diferente a las sombras, puedes controlarlo por quién eres. Siempre querrán tener el poder sobre tus temores, a menos de que te propongas en hacer algo al respecto. —En un susurro, las palabras solo brotaron de mis labios, pero a su modo, gozaban de razón—. Por lo que más quieras, Zara, no permitas que me controle, al menos no, si continúa fuera de su lucidez.

—¿Frey está aquí?

—Los huevos lo alertaron, llegará pronto, lo sé.

—¿Qué puedo hacer para evitar que te controle?

—El maestro de ceremonias supone que Dallas te dio los anillos con un propósito, y yo también lo creo.

—¿Puedo hacer que funcionen sin tener que rogar? —pregunté, observando mis manos, aunque no lo logré. La oscuridad era total—. ¿Sigues aquí?

—Eres valiente.

Me reí.

—Mira a tu alrededor, Thomas. Ser valiente o no, no cambiará nada.

Una vez más, guardó silencio.

—¿Frey puede detectarte? —pregunté, de repente, teniendo una idea.

—No. Ambas magias juntas se anulan o no funcionan bien, ¿recuerdas? Mientras estés cerca de mí, protegiéndome con la magia de los anillos, él no me percibirá, a menos que me vea.

—¿Y tú, lo detectas a él?

—Él puede infiltrarse en mi mente y controlarme, pero yo no tengo la capacidad para hacer lo mismo con él.

—¿Y si vuelves a ser parte de Frey?

—Entonces será más fácil, finalmente me escuchará. Aunque me preocupa cómo lo harás.

No sonaba a desconfianza, solo era curiosidad.

—Prefiero no decírtelo y correr el riesgo de que Frey lo descubra.

—No tienes ni idea, ¿verdad?

—¡Shh!

—No me digas que calle.

—¿Escuchaste eso?

La arena se movió bajo mis pies y luego percibí un sonido como el de sacudir una sábana cada dos segundos.

Aleteos. Pesados y constantes.

Mi corazón se aceleró y eso no era una buena señal. No quería perder el control y llamar al miedo para que me invadiera en su totalidad.

Moví las manos rápidamente delante de mi rostro, tratando de refrescarme.

—Mantente oculto en mi bolsillo y no asomes la cabeza por nada del mundo. Así no sabrá que estás presente.

Asintió e hizo lo que le pedí.

—Espero no hayas olvidado decirme algo importante.

—El deseo es un simple interés —recitó—. Hazlo más profundo. Desea con el corazón.

—Suena extraño viniendo de ti. Nunca has dado buenos consejos, pero este tal vez pueda servir.

—Lo sé. Ahora soy un genio filósofo, ¡ja!

Negué con la cabeza.

—Petulante.

—Suelen creer que los circenses estamos locos, pero la verdad es que solo nos gusta divertirnos.

«Tranquila, esto será como un juego de niños». Ashton siempre veía el lado positivo de las cosas, y eso lo mantuvo luchando contra la oscuridad durante treinta y seis años.

Comenzaba a extrañarlo.

—¿Cómo podrías divertirte en un mundo tan horrible? —le pregunté.

—Con una pizca de magia.

Balanceé mis manos en el aire una vez más, intentando aliviar el calor que me sofocaba, y las paredes desaparecieron en un parpadeo.

Mis ojos se ajustaron a la oscuridad menos densa y vi dos figuras humanas volando sobre mi cabeza. Tenían los brazos extendidos como alas, y una larga cinta ondeaba desde sus pies.

Seguí su trayectoria con la mirada hasta que otra silueta como de un ave emergió entre las copas de los árboles. En comparación, esta era inmensa, pero emitía gruñidos fuertes.

Esa monstruosidad se elevó, giró y abrió el hocico, revelando una esfera incandescente en su interior, e iluminando una fila superior e inferior, de grandes y punzantes colmillos. El par de alas a sus costados, en cambio, parecían paraguas viejos que se agitaron como antenas receptoras, golpeando el aire con un sonido sordo y poderoso.

Las figuras humanas chocaron brutalmente con ella, formando un agujero en su cola que pronto se rellenó. Aterrizaron en el suelo, se levantaron tambaleantes y serpentearon en mi dirección.

Forcé la vista y confirmé mis sospechas. Eran los gemelos, pero algo había cambiado en ellos: ahora estaban manchados de negro.

La figura más grande era una de las aves de Frey. Lucía enorme, con una cola de serpiente y dos patas. Al lado, volaba una versión más pequeña.

—¿La cría es la cosa que vimos salir del huevo? —preguntó Runa, haciéndome saltar—. No me gusta lo que lleva en el hocico.

Al levantar la cabeza, la bestia más grande dejó caer arena cerca de donde estábamos, creando una nube de chispas que ascendió hacia los árboles convertida en fuego.

Retrocedimos al lago y perdimos de vista a la criatura, aunque todavía podía escucharla.

—Frey deshizo con fuego la caja en la que Ricci te atrapó —aclaró Runa—. Le está dando caza.

—¿Viste a Frey?

—Sentado sobre esa cosa —señaló la bestia alada.

La enorme criatura dio vuelta en el aire y se lanzó en picada hacia el suelo, todavía acompañada por su cría, dejando un rastro de polvo que el fuego aprovechó para ascender como una escalera.

La monumental figura casi aterriza como una bomba con rabo de fuego sobre Achernar, pero se elevó metros antes de impactar, lanzando una gran descarga de arena. Un muro se levantó para proteger a la sombra, pero el fuego la consumió con rapidez, esparciendo el polvo explosivo por doquier. Ricci intentó huir hacia nosotros, pero las llamas lo alcanzaron fácilmente. Tuve que apartar la mirada antes de verlo arder, sintiendo cómo el recuerdo de Ashton me invadía con fuerza.

Frey quería hacer lo mismo con todos.

En su lugar, alcé la mirada con furia, consciente de que encontraría al culpable de la destrucción. Allí, no muy lejos del suelo, sentado con total indiferencia sobre el lomo de su bestia. Una sonrisa se dibujó en su rostro.

—¿Cuándo se le agotará la energía del medallón que tiene? —pregunté a Runa.

—Espero que sea pronto.

—Y esos monstruos están hechos de tela, ¿no es así?

—Principalmente... Eso parece.

Podríamos atraerlo al bosque y quemarlo, pero su bestia descendió al suelo en el mismo instante, acabando con cualquier esperanza de ejecutarlo.

—Genial... —suspiré con resignación.

Runa observó a Frey con fascinación, tal vez por el medallón faltante. Yo lo miré con recelo.

En esta ocasión, su presencia era aún más intimidante que antes, evidenciando su enfado por nuestra huida de su refugio. Su expresión denotaba un conocimiento más profundo de su habilidad y capacidad para hacer daño.

—Terminemos con esto —dijo con una armonía que me erizó la piel, mientras le hizo un gesto a su compañero, quien soltó una gran cantidad de polvo con un movimiento de cabeza.

Retrocedí por instinto, hasta tropezar con los títeres, que permanecían inmóviles por primera vez.

Traté de pensar en algo para evitar que ocurriera lo mismo que con Ashton, pero mi mente estaba en blanco. La imponente presencia de sus creaciones me dejó sin ideas.

El gran animal despegó las patas del piso y sacudió la cabeza de nuevo. Las piedras en su hocico salieron como un disparo, trazando un círculo de fuego a nuestro alrededor. Cuando la bestia volvió a caer, la superficie tembló y una cúpula humeante de partículas arenosas se elevó sobre nuestras cabezas. El calor y la pesadez inmovilizaron mis piernas en este infierno de sombras.

—Siempre odié el juego de las escondidas —dijo Frey, estirando los músculos de su cuello como si estuvieran tensos. Su mirada no se apartó de mí en ningún momento.

Observé a mi alrededor, esforzándome por mantener la calma. Mis hermanos corrieron hacia las llamas como niños tras un camión de helados, pero se detuvieron a tiempo, al otro lado de la pared ardiente que nos encerraba a Frey y a mí.

Él tampoco los consideraba una amenaza; ni siquiera los había mirado. Pero sabía que estaban ahí.

Rogué para que mis hermanos no saltaran al fuego. No podía perderlos.

Mientras tanto, Runa flotaba fuera del círculo, demasiado lejos de la luz, con una mirada llena de emociones indescifrables.

—Por si las sombras y fantasmas... No deseamos que arruinen la escena —añadió Frey, sonriendo con suficiencia mientras avanzaba hacia mí. Casi me reí. Ashton habría sido incapaz de saltar al mismo infierno por mí. Recordarlo solo volvió a golpear mi pecho con preocupación.

Como sugirió Frey, esto tenía que acabar.

—Intuí que harías algo estúpido. Solo debía esperar, aunque admitiré que empezaba a perder la paciencia.

—¿Tú?, ¿paciente? —respondí entre dientes.

Frey señaló mis pies con un gesto indiferente de su cabeza.

—No traes ningún medallón contigo. Te conviertes en piedra.

La magia del amuleto de Mango estaba fallando, o quizá no era suficiente, pues en comparación yo era grande.

No sentía los pies. La suela blanca de mis Converse se habían vuelto negras.

Frey sacó algo de su bolsillo trasero, y me mostró el medallón que brillaba con intensidad.

—¿En dónde están los otros, Zara?

Sentí dolor en mis pies y luché contra el impulso de gritar.

—No lo sé. Y aunque supiera, tampoco te diría nada.

Frey hizo una mueca y se plantó frente a mí, reservando una delgada brecha entre nuestros rostros.

Su mirada, iluminada por el resplandor, reflejaba la frialdad de un alma atormentada y solitaria. Sin embargo, en lugar de sentir enojo como la última vez que nos vimos, tuve que tragarme un nudo en la garganta.

—Esperaré a que apenas puedas moverte y así te sacaré los anillos, aunque tenga que arrancarte los dedos. —Su voz resonó en mi interior, pero no logró atemorizarme. De hecho, dolió más la oscuridad arrastrándose igual que púas por mis pies.

—Aunque los tengas, no podrás usarlos.

—Todo es mejor que no ser visto. Hay alguien que comparte ese ideal conmigo ahora.

Ashton.

Un hoyuelo en su mejilla, perfilado por las comisuras de sus labios, se remarcó por sombras recreadas por la luz cálida del fuego.

—¿Qué es esto? —Su dedo índice rozó mi mentón. No me aparté. Su mirada se aventuró por todo mi rostro, reconociendo algo nuevo—. ¿En dónde encerraste al miedo, pequeña-gigante?

—No lo harás. —Sus ojos regresaron a los míos como látigos, confusos, curiosos—. No dejarás que me convierta.

—¿Por qué piensas que no? —Su sonrisa adquirió un matiz siniestro, sin embargo, en su mirada detecté algo aún más inquietante: la sombra de la duda, pequeña pero poderosa.

A pesar de lo que pudimos creer, Frey todavía sentía. En especial, esas emociones negativas.

—Porque te quedarás solo, otra vez.

Dejó de sonreír.

—Entonces, ¿me acompañarás en mi reinado en las sombras?

—Estaré contigo. —Algo brilló en su mirada—. Si los dejas en paz y regresas a como eras antes.

Hubo una mezcla de sorpresa y enojo en su semblante.

Ahora entiendo que había personas dispuestas a apoyarlo. Sin embargo, él optó por estar solo. ¿Podría enfrentarse a eso una segunda vez?

No quería quedarme aquí. La oscuridad no podía vencer el afecto que me empujaba a seguir adelante. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por aquellos a quienes amo, incluso si eso significaba convertirme en piedra.

—No puedes negar lo que sientes. Te aferras a esos sentimientos amargos como si fueran tu única salida. Te dejas arrastrar por lo fácil, incluso después de haber sentido algo diferente.

Sonrió de medio lado, y antes que dijera nada, continué:

—Te vi llorar, ¿recuerdas? Aquella vez en mi habitación, cuando mi familia fue atrapada en la feria y nos visitaron mis hermanos títeres por primera vez. Controlabas a Thomas todo el tiempo. Y cuando me desperté, tenías los ojos rojos, como si hubieras llorado, pero lo negaste, atribuyéndolo al insomnio por culpa de Ashton. Eso no tenía sentido, sabías que él no te reconocería, estabas protegido por Thomas. No había razón para temerle, ya conocías su debilidad.

Me sentí mal por burlarme de él en ese momento. A veces, no vemos el sufrimiento ajeno porque solo observamos la superficie, no lo que hay dentro. No tenemos acceso a sus almas.

Él rio con sequedad, pero no me dejé intimidar, a pesar de que mis piernas amenazaban con arrojarme al suelo.

Permanecí firme.

—Sé por qué llorabas —insistí. Si recuperar algo de su cordura era lo único que podía hacer, lo haría.

—No pensé que la oscuridad te afectaría tan pronto.

—Llorabas por tus padres, ¿verdad? —Lo ignoré.

Sus hombros se tensaron y su rostro se contrajo. Incluso Thomas me pinchó el estómago, como si me estuviera advirtiendo de algo. Pero Frey aguardó en silencio.

—Te hicieron creer que te abandonaron.

—¿Qué sabes tú? —intervino. En sus ojos reflejados el fuego.

—Sé que cuando pierdes la confianza en tus habilidades, te desmoronas, porque los sueños nos moldean. La desilusión envenena. La de mi madre la llevó a creer que yo lastimé a una amiga, pero Ashton estuvo ahí para mí, y eso fue suficiente. Tuviste a Ellinor. —Se estremeció—. Comprendo, cometiste un error. Pero te digo algo, todos lo hacemos casi a diario.

—¿Quién te dijo que lo que hice fue una equivocación?

—Los padres no abandonan sin razón. ¿Te has preguntado si tal vez no les diste tiempo para regresar? Estaban lejos cuando comenzó la maldición. Todo desapareció, tú incluido.

Me miró con sus ojos tan opacos como el carbón. Y tomé resistencia ante las lágrimas que querían abalanzarse sobre mis mejillas.

—Murieron. Helga y Bjorn, viajaban por el mundo con su espectáculo itinerante. Como cualquier niño, adoraba cada momento a su lado, maravillado por las acrobacias y la magia que llenaba nuestras vidas. Todo parecía fantástico, cualquiera lo envidiaría. Sin embargo, recibieron noticias urgentes que los obligó a regresar a Noruega de inmediato debido a complicaciones legales o financieras relacionadas con la propiedad familiar. El circo estaba de gira por Europa, y no podían llevarme con ellos. Prometieron que sería por poco tiempo, que pronto volverían. Así que, temporalmente, me quedé al cuidado de sus amigos cercanos en el circo. La persona que envió la carta para informar de sus muertes, mencionó que estaban en un crucero en América. ¿Ya te suena una campana? A menos que hayan descubierto un nuevo submundo llamado Noruega en medio del Pacífico... ¡Ni siquiera teníamos un puto terreno, Zara!

Sus palabras me apuñalaron.

—No iban a volver. Todo lo que teníamos siempre estuvo en ese maldito ferrocarril —añadió.

No pude contenerme más; solté un sollozo y él respondió con una carcajada. Su risa sonó como si fuera una broma, como si nada le afectara realmente. Solo parecía estar lleno de rencor, incapaz de afrontar la realidad.

—Tal vez si te digo que te pudrirás en toda la oscuridad que creaste, será como desear dulces sueños para ti —le lancé con amargura.

—Por fin nos empezamos a entender —respondió, y sentí lástima por él.

—Ya no lo soporto más —intervino Runa.

—Bien, Zara. —Al mirarla, me guiñó un ojo mientras estiraba los brazos, preparándose para algo—. Se nos agotó el tiempo.

Contemplé a Frey, mi corazón latiendo con fuerza.

—No te muevas —pidió—. Confío en ti y en que lograrás usar esos anillos para obtener el medallón.

—¿Qué harás? —pregunté, con la mirada en los ojos de Frey, aunque mi duda no fuera para él.

—Mi asunto pendiente, ¿lo olvidas? —respondió Runa, antes de lanzarse a la boca de fuego en la que nos encontrábamos, con su trayectoria dirigida hacia Frey.



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¿Runa? 😦

¿Frey? ☹️


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