Capítulo 46



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CAPÍTULO 46

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De vuelta en la estrella de Runa, me costó ver con claridad. Aunque apenas habían pasado unos minutos, me parecieron una eternidad.

La boca de Thomas se abrió de par en par y sentí un nudo en la garganta, a punto de desatarme en lágrimas. No sabía si era consciente de mi presencia en sus recuerdos, pero se puso de pie sin apartar la mirada de la mía. Creo que pudo sentirme.

La reacción inesperada del muñeco sorprendió a Runa, quien se volvió hacia mí con asombro. En cuestión de segundos, todo se fundió junto con el color aceituna de sus ojos.

—No otra vez —susurré antes de sumergirme en su mente también.


Permanezco en la estrella de Runa, la cual, en su estado actual, muestra solo un ligero cambio en su apariencia.

La encuentro sentada en un sillón rojo de frente a una hoguera. Viste un cuello de tortuga negro y una falda violeta cuyo diseño me hace pensar en las afiladas garras de un león, con las tiras de tela cayendo hasta el suelo. Su cabello malva termina en ondas sueltas sobre su espalda, despertándome envidia. Luce hermosa, con las mejillas sonrojadas y la frente brillante por el sudor.

—¡Feliz vigésimo cumpleaños! —Es la voz de Ashton.

—No tiene nada de feliz cumplir años. —Arroja un listón de madera que se entierra en la pila de tablones ardientes.

Alguien se mueve junto a mí, persigo su espalda con la mirada. Lleva un buzo azul oscuro, con el cuello de una camisa impecable sobresaliendo. Es el único chico al que la ropa de viejito podría lucirle bien.

Ashton salta sobre el sofá con elegancia y se deja caer a su lado, haciendo que Runa rebote. Agita la mano, la hoguera se convierte en una pequeña fogata, y su rodilla empuja la de ella.

—¿Estás intentando cocinarte a fuego lento?

—¿Te burlas de mí, Nilsen? —Runa le arroja una mirada destructora, a lo que él responde con una carcajada despreocupada. Estoy viendo a alguien distinto a la figura pálida y etérea que conozco. Más animado. No solo por el matiz rosado que resplandece en su piel, sino también por la vitalidad que emana de él. Sus labios, en particular, parecen tan jugosos y llenos de vida que se asemejan a cerezas maduras en contraste con el tenue matiz amarillo de la luz.

—Hace calor —expresa con disgusto. Al menos no ha cambiado esa elegancia y soltura con la que se mueve para empujar el hombro de Runa con el suyo—. Puedo hacer que nieve.

—O que llueva. Si inundas mi estrella otra vez, te amarraré a la rueda del ferrocarril.

Las comisuras de Ashton se curvan con provocación y algo se retuerce en mi interior.

Llevan a cabo una conversación de la que no soy consciente en realidad, hasta que Runa asesta una palmada en la rodilla de Ashton y él pega un salto. Se encuentran en un sillón en el que cabrían tres personas, pero están muy juntos.

La charla se interrumpe de repente, dejando un espacio de silencio mientras ambos se observan. Una corriente de incomodidad me indica que lo más sensato sería no seguir mirando.

—Déjame ver. —Ashton se acomoda mientras se remoja los labios. Estira el brazo y lo asienta en el espaldar, abrazándola. Siento cómo cada músculo se contrae—. Recuerdo que mencionaste algo sobre mí tragando flores y vomitando miel.

—Todo lo que sale de tu boca es muy empalagoso. A veces no parece que lo dijeras de verdad.

—Siempre digo lo que siento. —Se encoge de hombros.

—Me provocas una seria reacción alérgica —dramatiza.

—Pero así me soportas. Y hablando de flores. —Ashton desliza los dedos por un mechón color malva, posicionándolo a un lado de su cabeza. Un parpadeo le toma confeccionar una rosa blanca de la nada.

—El viejo truco del jardín en la oreja. —Su risa está acompañada por un movimiento de los ojos que denotaba cansancio.

—Por lo menos no es el de la alcancía.

—Me deprime —suspira con tristeza y eso lo desanima.

—¿Te he incomodado?

—No hablo de ti. En realidad... ¿Qué tiene de feliz un cumpleaños? Solo significa un año más cerca de la muerte.

Ashton se tensa y le toma un momento contestar:

—Es inevitable dar ese paso. Sin embargo, ya sea para bien o para mal, cuando nos reencontremos en el más allá, te obsequiaré una igual—. Señala la flor con un gesto—. Así sabrás que soy yo.

—Daré brincos de alegría, fingiendo demencia.

Como si un contenedor de basura hubiera sido arrojado sobre mí, el recuerdo de su reencuentro me golpea con fuerza. La regadera con rosas, y cómo una blanca rodó por el suelo, llevándome a Runa. Ella hizo todo un drama sobre Ashton, tal como fue prometido.

No quiero ser negativa. Esto ocurrió mucho antes de que yo estuviera siquiera en proceso de formación. Además, ¿por qué debería importarme lo que haya pasado?

«Porque en su estrella, Ashton me besó».

No lo contemplé abiertamente, pero tras observarlos, me surgen dudas sobre si aún podría haber algo entre ellos.

Entonces, ¿por qué lo hizo?

«Porque de otro modo habrías luchado contra él. Como si no lo hubieras anticipado ya», murmura una voz irritante en mi mente.

Sacudo la cabeza con fuerza para desterrar ese último pensamiento.

No es un buen momento para que el desagradable sentimiento de celos admita que mi corazón está en desacuerdo con ese último pensamiento, y que tal vez a él le gustó un poco.

¿Pero de qué serviría ilusionarse?

Ambos formamos parte de diferentes mundos.

Tampoco es el momento para tener esta clase de pensamientos.

Mis piernas me arrastran hacia la entrada.

Acompañada por el anhelo de escapar y con la esperanza de que quizás funcione, atravieso la salida, y sorprendentemente, lo hace. Me encuentro en otro lugar, en medio de un nuevo recuerdo.

Percibo un ruido, como el choque entre dos tipos de metales.

Alzo la mirada hacia el techo, justo para ver a Runa resbalar.

Segundos le toman a su cuerpo aterrizar de espaldas junto a mí, golpeando el suelo con tanta fuerza que el sonido me resulta espantoso. Mi garganta emite un grito a causa del segundo estruendo que produce la escalera de metal al desplomarse bastante cerca.

Está usando la misma ropa de cuando la conocí.

Sufro una arcada al ver el líquido rojo arrastrarse hasta mí y retrocedo con pasos torpes.

Los cuchillos que mantienen su cabello malva como una pelota de tenis sobre su cabeza, se han incrustado en su cráneo. Pero hay algo más: los colores provenientes de los tarros de pintura alcanzan su cuerpo inmóvil, esquematizando un arcoíris siniestro a su alrededor.

Pronto, la lucidez me arrastra fuera de su memoria.


De regreso en la realidad, los ojos de Runa se permitieron un rápido paseo sobre mi cara espectral, y lo que encontraron, evidentemente le resultó bastante extraño.

—Lo siento —se disculpó, y no supe bien por qué motivo. Incómoda también devolvió la mirada hacia la jaula—. Cuando estábamos en la feria de Dallas, tuve que usar a tu hermano de pala, ya que no encontré otra manera para desenterrar el medallón. Desde ese entonces se alborotó. Y tampoco me gustan los muñecos, así que...

—Eso... —Me costó trabajo hablar. Todavía en trance sacudí la cabeza—. Eso no importa.

Manifestó su sospecha al entrecerrar los ojos y estudiar mi semblante. No parecía tener idea de lo que acabé de ver. Y gracias a todo el mar de emociones casi olvidé el motivo por el que la vine a buscar.

—Justo ahora, la que parece tener la cabeza llena de hilos, eres tú —me dijo, colocando sus brazos como jarras.

—Yo... —Me quedé a medias. No me dejó continuar.

—Viste algo, ¿cierto? —Por supuesto que lo notó. Caminó hasta mí, y no me moví—. Dime, Zara. ¿Qué fue lo que viste? —inquirió con intensidad, entornando sus ojos en mi rostro.

—Ashton —pronuncié su nombre, mi lengua tan pesada como una roca.

—¿Qué pasa con él?

No sé por qué motivo siempre se mantuvo cerrada a mí, evitando que yo pudiera ver algo. ¿Qué es lo que querían esconder?, porque Ashton también se cuidaba de mí. ¿Su relación? ¿Por qué tendría que ser eso un secreto?

—Está bastante mal —finalicé en automático, con la voz tan baja que me sorprendió que escuchara.

Sin esperar ni una milésima de segundo, abandonó la estancia con prisa. Esta reacción provocó que gran parte de la energía que me sostenía escapara de mí, liberándose por todo el cuarto como rayos de un azul luminoso. Esa electricidad se hundió en las paredes y perforaron los tarros de pintura, esparciendo una mezcla ácida de colores por el suelo. Y no sentí ninguna clase de arrepentimiento por dañar sus estupendas obras de arte.

«Todo era culpa de la magia».

—Claro que le importaba Ashton —resoplé. Algo había sucedido entre ellos.

En mi mente se engalanaron las veces que los sorprendí juntos, pero de inmediato supe que lo peor sería quedarme a imaginar explicaciones.

«Y tampoco le importó que Runa lo examinara».

Más corrientes azulinas saltaron por todas partes. El muñeco Thomas se refugió detrás de las barras de caramelo. Por suerte tampoco golpearon a mis hermanos.

Necesitaba enfrentarlos. Él se atrevió a besarme, también me dijo tantas cosas que... Ni siquiera sabía qué pensar. Siempre tuvo facilidad de palabra.

De todas maneras, acabé sonriendo de lado mientras contemplaba el desastre. No iba a soportar más dolor y juegos.

La ingenua e inútil Zara acababa de sobrepasar el límite.

No habría más conteos regresivos. No más bombas que detonaran en mi cara. No más de esos proyectiles, perdidos entre el tiempo y la nada, aterrizando sobre mí como baldes fétidos.

«Vida o muerte. Ya tuve suficiente de ambas». No más de sus estúpidas burlas. No más juegos con muñecas. Era el turno de hacerlo a mi manera, de jugar a pintar las cosas con formas y colores de acuerdo con mi gusto.

Un plan perfecto se construyó en mi cabeza, no perdí más tiempo y di los pasos que me llevarían fuera de la estrella de Runa. Entonces calibré mis piernas para que, cuando mi cuerpo enigmático sintiera la fuerza de absorción, mi cabeza no fuera lo primero que llegara al suelo.

«Aquí termina la actuación de Zara, la torpe».

Una vez fuera, comprobé mi posición en el escenario y busqué a Ashton. Sentí una oleada de alivio al encontrarlo sentado sobre la orilla, dándome la espalda. Runa le hablaba al oído, con una clara preocupación enterrada en los ojos. Él negó con la cabeza, para nada a gusto con lo que sea que estaba escuchando.

Me alejé un poco, por si me convertía en una tormenta de rayos otra vez. De ser así, podría dar un salto fuera del escenario y buscar el triángulo de la vida entre el suelo y cualquier muro.

De repente, el movimiento de Ashton interrumpió el silencio. Se incorporó con una fluidez que parecía irreal, y mi atención se centró instantáneamente en él. Sus hombros se elevaron, rígidos, mientras su mirada penetrante se clavaba en mí con una intensidad que me dejó sin aliento. ¿Estaba molesto... conmigo? La incertidumbre se apoderó de mí mientras luchaba por descifrar su expresión. Con un gesto apenas perceptible, dio un paso fuera del escenario, y en un parpadeo, desapareció en la oscuridad que lo rodeaba. A medida que se desvanecía, su forma parecía diluirse, como si estuviera siendo absorbido por las sombras que todavía hacían lo posible por conquistarlo. La piel de Ashton, antes impasible y pálida, ahora estaba manchada de negro, como si una tinta oscura se deslizara desde el contorno de su mandíbula hasta fundirse con las sombras que rodeaban su rostro. Las venas negras abrazaban sus labios y se perdían en la línea de su cabello. Danzaban, pintando un retrato de misterio y oscuridad en sus rasgos antes familiares.

Tragué en seco, sin entender del todo su comportamiento. Tampoco podía ir en su búsqueda, no luciendo de esta manera.

No me agradaba la idea de dejarlo solo en ese estado. ¿Y a dónde podría haber ido en primer lugar?

De inmediato di con otro pormenor: mi cuerpo físico ya no estaba. Alguno de los tres veteranos debió habérselo llevado.

Di un salto hacia un lado cuando Runa se antepuso a mi camino, obstaculizando mi campo de visión. Por su expresión supe que quería decirme algo.

—No —le dije, apartándome—. Ahora no.

Necesitaba encontrar mi cuerpo. No debía ser bueno permanecer tanto tiempo fuera de él.

—Ashton quiere estar un momento a solas —me dijo y apreté la mandíbula con fuerza. No pude ocultar el dolor que me produjo sus palabras.

—Y te parece bien que tan solo se vaya luciendo así.

—No quiere que lo veas de esa manera. —No le di importancia a lo que dijo.

—Ustedes dos tenían algo. —La atrapé en el estupor.

—No lo malinterpretes. —Levanté una ceja al ser consciente de los nervios adheridos al tono de su voz—. Ambos teníamos cuidado de no permitirte entrar por temor a que experimentaras la muerte, al igual que nosotros lo hicimos. No sabíamos qué impacto tendría en ti.

Estaba enfadada con Runa, pero junto a sus palabras llegó el recuerdo de su muerte y odié tener que darle la razón. Fue suficiente con experimentar la de Ellinor. Tampoco debería preocuparme tanto por lo que sucediera entre ellos. Al fin y al cabo, Ashton y yo solo podríamos ser amigos.

Tampoco es que lo estuviera considerando para algo más.

—Te gusta, ¿cierto? —pregunté de todas formas, con el miedo de repente, meciéndose en mí. Era difícil señalar ese punto. Como recibir una de sus dagas directa en el pecho, y que, a su vez, la hoja se enterrara en lo profundo.

—Estuvimos juntos por un par de años, pero terminó meses antes de que el circo llegara a Escocia; de que el apocalipsis sombra se desatara. —Hizo una pausa, pero al ver que no sentía deseos de intervenir, añadió—: Todo el tiempo yo... Yo solo fingía. Ashton... Él no me gustaba.

Existen momentos en los que, cuando los interruptores se averían, cortan la electricidad de forma instantánea, generando corrientes parásitas que aumentan el voltaje circulante y, por consiguiente, causan que las bombillas de luz se quemen. Me sentía de esa misma manera: como si fuera a estallar. A toda esa energía que se aglomeraba en mi cuerpo espectral, podía sentirla hormiguear.

Respiré para mitigar el enfado de alguna forma, pero debido a que mi cuerpo terrenal era el que ejecutaba todo aquel proceso vital que conllevaba el respirar, podía ser un esfuerzo inútil.

—Acabas de decirme que... Un par de años juntos, ¿y tan solo fingías? ¿Quieres verme la cara de estúpida?

Un rayo salió de mi nuca en dirección a los graderíos, hundiéndose en las bancas, igual que un trueno. La sorpresa invadió su expresión por completo, y con los ojos muy abiertos retrocedió.

—Está bien, lo admito. Todavía me gusta.

Lento, en automático, me posicioné a orillas del escenario.

Todo lo que estaba experimentando no era normal, sino confuso y perturbador; una mezcla de emociones que no lograba comprender. No tenía por qué sentirme así. Se apoderó de mí, desencadenando una sensación desconcertante y molesta que no sabía cómo manejar.

Si estaba hecha un lío, no solo era por todo lo que me dijo, sino también por ese último beso. Aún podía percibir la suave y fría sensación de sus labios sobre los míos, pero ahora estaba acompañada de una leve punzada de dolor en el pecho.

—Tampoco contaba con la intención de decírtelo, porque lo que sucedió entre ambos ya no importa. Como lo mencioné, terminó hace mucho. También resulta que se enamoró de ti. —La miré y ella suspiró. Había dolor en su expresión—. Sé lo que significa eso. Intento no ser tan mala persona como para meterme entre ustedes. Zara, Ashton y yo, no es algo con lo que necesites lidiar ahora.

Sus palabras llegaron como un torbellino. Me sentí estúpida porque tenía razón. Lo importante aquí no eran mis emociones, sino mi familia.

Sin embargo, no pude evitar la pregunta que solo se formuló en mi cabeza: «¿Se enamoró de mí?»

Creer en ello era como intentar reunir un litro de agua usando las manos. Podía ser posible, pero tomaría tiempo. Y ya sabía que no gozábamos de ese beneficio.

Sin embargo, quería hacer algo por él, y por las tantas veces que me había salvado de quedar varada en la oscuridad. Era una necesidad que sabía, nacía del corazón, aunque al final pudiera arrancármelo a trocitos cuando se fuera.

—Irónico. Las personas en las que más confías, resultan ser las que más daño te hacen —musité eso que él me había dicho, y no sabía el gran significado que llegaría a tomar para mí. Aunque no resulté ser la única afectada por esa frase. Runa abrió la boca y agachó la cabeza, sintiéndolo.

¿Ella habría sido la causa de que Ashton la empleara?

No sabía lo que había sucedido entre ellos, ni el motivo que los llevó a terminar. Pero estaba segura de que tampoco sentía deseos por desenterrar esos recuerdos.

—Lo siento —me excusé—. Ahora debo encontrarme.

Me observó con cuidado, en espera de lo que haría. Pero vamos, no tenía ni la menor idea de dónde empezar a buscar mi cuerpo. A lo mejor se encontraba en alguna de esas estrellas que brillaban en el techo.

—Deberías saber en dónde dejas tus cosas —me dijo.

Le advertí con la mirada mientras apreciaba la forma en la que me hormigueaban las manos. Esos rayos todavía anhelaban liberarse, y si sucedía, no sabría cómo contenerlos.

Pero en cierta forma, las veces que permanecí fuera de mi cuerpo, experimenté una particular atracción por él, y que ahora apreciaba lejana. Quizá me sentía demasiado enojada como para lograr concentrarme en ese aspecto.

—Tú estabas aquí —recordé.

Podría saber quién lo tomó.

—Me refería a que es tuyo. Deberías ser capaz de percibir en dónde está y así regresar a la fuente... Es decir, a tu cuerpo.

—¿En qué lugar obtuviste el manual de uso del maestro Dallas? —pregunté mordaz, manteniendo en consideración la escena que ambos se juraron en vida, y que cumplieron en muerte.

—Olvida mi suposición.

¿De eso se trataba?

Las ganas de continuar con mi infamia no faltaron, algo muy inmaduro de mi parte, pero antes levantó la mano, la cerró igual que un abanico, y miró hacia el cielo, como esperando a que Dios la iluminara con su luz.

—Esto no está permitido. Pero ya que es tan urgente... —El espacio con su millar de constelaciones se cernió sobre nosotras, liberando un techo bicolor en forma de cono de helado.

Lentamente, las estrellas cubrieron el suelo y todo a nuestro alrededor. Los nombres de sus respectivos dueños palpitaban en cada una, girando como lo hace la tierra alrededor del sol. Bastó con acercarme un poco para ver lo que había en el interior de cada una, y era impresionante.

Me concentré en espiar la que resplandecía débilmente en un tono marrón. Dentro vi un pueblo parecido al viejo oeste. Era de noche, así que tampoco estaba segura.

En la que brillaba de un agradable violeta, aparecía un frondoso bosque colmado de lianas de luz que cruzaban de un lugar a otro.

Las estrellas eran como pequeñas cajas mágicas que encerraban fascinantes mundos. Pero entre el numeroso grupo, un gran vacío también se exhibía. Era el único. Aquel lugar, suponía, en el que la estrella de Ashton debía encontrarse.

—Son como escenarios moldeables. Y claro, funcionan gracias al medallón de la carpa —explicó—. Desde que el maestro de ceremonia lo cargó con la fuente de energía, podemos hacer uso de ellas, algo que se llevó a cabo poco después de que te desmayaras en cuanto llegamos. El resto, y me refiero a los astros blancos, por lo general eran diferentes sets en donde se desarrollaban la mayoría de los actos. Las de colores pertenecían a los distintos personajes, algo así como camerinos. ¿Recuerdas a los pequeños malabaristas Vega y Capella? —preguntó y asentí—. La de vaqueros es la suya. Hermanos, y aunque su apariencia lo dictara, no gemelos. Ambos nacieron con enanismo, pero con una coordinación inigualable.

Me fijé en el par de nombres que rotaban bajo la estrella color marrón, y en efecto, les pertenecía.

—La isla en medio del cielo es de Rigil Kentaurus, el equilibrista, por eso las lianas. Pero la que nos importa es esta, una de las blancas. —Hizo una pausa—. Había una escena para Mikkel y Reidar juntos. Les gustaba demasiado. Tengo el presentimiento de que ahora están ahí y en compañía de tu cuerpo. Ya te expliqué lo que sucedía con el conductor que destrozamos al escapar de la madriguera de Frey: aunque desde aquí podamos ver los cimientos, no es posible espiar a quienes se encuentran en el interior.

Estiré la mano y ella se interpuso momentos antes de alcanzar la estrella. Tuve que saltar hacia atrás para evitar que mis rayos la rozaran.

—¿Por qué te apresurabas tanto en volver? —preguntó, y la miré como si hubiera perdido la razón—. Según lo que el maestro de ceremonia mencionó, probablemente olvidarás algo más.

—Lo tengo bastante claro.

—Todavía no entiendo, ¿por qué? ¿Qué pasa si no recuerdas nada? ¿Por qué seguías esforzándote tanto?

—¿No debería? En mi mente suena aterradora la palabra "rendirse", porque sé lo que acarrea, y nunca me agradó la oscuridad. Además, desde un comienzo ofrecí mi ayuda a Ashton con la intención de sacar a mi familia de la feria, y ahora... No solo lo hago por ellos.

—También por él —concluyó.

—No merece nada de lo que está pasando.

Asintió con un gesto lento y bastante triste.

—¿Al menos te gusta? —indagó, y no supe si acabé de mirarla con indignación o sorpresa—. Escucha. Yo también necesito salir de dudas, porque al contrario que él, tú eres fría. Y no me refiero a que no sientas, te vi llorar y todo eso... Pero nada ha demostrado que no lo hicieras solo por tu familia, y a lo mejor, hasta por la muñeca.

Ashton siempre fue bueno conmigo, mientras que por mi parte no hice nada por él. No sabía cómo actuar, mucho menos emplear las palabras adecuadas. Éramos diferentes, no cabía duda en eso.

—Fue culpa mía. Dañé a Ashton. Lo empeoré gracias a los anillos —balbuceé. Y puede que esa sí fuera una razón por la cual huyó de mí.

—No estás respondiendo a mi pregunta, Zara. —Se cruzó de brazos.

—Está bien, me gusta —admití frustrada—. Pero también me aterra, porque no puede ser.

Sentí su mirada en mí, sin embargo, la evité.

—Él siempre ha sido sincero, me creas o no. Y te ayudaré, en lo que sea que planeas llevar a cabo para volver a la normalidad. Porque pude reconocer en tu mirada que tienes una idea.

—¿Lo haces solo por él? —Entrecerré los ojos, desconfiando un poco de su inesperado ofrecimiento—. A lo largo del camino, apenas te preocupaste de Mango.

Casi parecía oponerse a encontrar a Reidar y Mikkel.

—Te mentiría si te dijera que era solo por Ashton. También se trata de mis asuntos pendientes. No dejaré este mundo o ningún otro en paz hasta resolverlos.


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¿Qué opinan de la situación de Zara con respecto a Ashton? En su lugar, ¿qué harían?


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