Capítulo 40
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CAPÍTULO 40
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Runa tenía un punto que me resultaba irrefutable.
Cuando perdí la consciencia en la feria, Dallas pudo haberse permitido cualquier cosa. También era cierto que atrapó a mi familia, pero ¿y si lo hizo con el fin de mantenerla a salvo de Frey? Papá y mamá tenían la oportunidad de regresar una vez que los medallones se juntaran. Mis hermanos estaban conmigo y en mis manos se encontraba el poder para devolver sus esencias a sus cuerpos correspondientes, tan solo me faltaba el conocimiento.
La persecución continuaba en los graderíos. Los títeres corrían entre las estatuas que hacían de público y a veces trepaban sobre ellas. Reconocí la de papá porque Vincent saltó de una persona a otra y resbaló al pisar su cabeza. El medallón salió disparado de su mano y Runa, desde el cielo, a toda velocidad se lanzó para tomarlo.
Una nube de polvo se levantó antes de que ella lo alcanzara. Josef se arrastró por el suelo y se manchó de negro por culpa de la arena. Luego efectuó otro de sus grandes saltos de basquetbolista.
—Esta vez no. —Runa se arrancó un puñal del cabello y se lo arrojó. Le pegó con el mango en pleno estómago y consiguió desequilibrarlo, aunque el títere golpeó el medallón con el dorso de su mano, arrojándolo lejos de todos nosotros. Al instante, una serpentina atravesó el circo a plenitud y se clavó del otro lado.
Sin esperar por más, me aferré al espejo como a mi vida y eché a correr hacia el medallón.
Me encontraba terriblemente agotada. Me asustó el cosquilleo que sentí recorrerme el cuerpo entero, como si en realidad fueran mis músculos a punto de romperse. Y para variar, tenía competencia.
Empujándose entre sí, ambos títeres se precipitaron como dos niños que correteaban un camión de helados. Y mientras corría, algo me atrapó de la muñeca y me arrojó al suelo con brusquedad. La serpentina me arrastró de espaldas por el escenario, y de no ser porque uno de los juguetes de Runa la cortó, habría seguido igual que un trineo.
En un nuevo intento, y mientras más serpentinas entraban por la puerta principal, ideé otro modo de llegar al medallón, pero me detuve al no encontrarlo. Los títeres también habían desaparecido. ¿Cómo diablos podían ser tan rápidos?
Solté un improperio y examiné alrededor con impaciencia. Bastante cerca, conseguí escuchar un gemido en compañía de un grito agudo. Sonó como Mango.
Corrí en esa dirección.
Al llegar, me detuve para contemplar al pequeño que, en un intento en vano por mantener levantado todo ese vestido que se enredaba entre sus diminutos pies, corría como alma que llevaba el diablo. Pero era a causa de su insignificante estatura que avanzaba más lento que su persecutor.
Mango, gruñendo amenazante, correteaba a Thomas.
El titi lo atrapó sin ningún problema. Pronto lo tomó por la camiseta y lo volcó, dejándolo de cabeza. Levantó el brazo en mi dirección y lo sacudió igual que una toalla.
Los ojos del muñeco Thomas tropezaron con los míos, y entre sus manos, el medallón.
Mango se acercó al sitio en el que me encontraba mientras zarandeaba al muñeco. A veces usaba su mata de cabellos como escoba. Hasta los hilos, que todavía colgaban de su cuello, lo hacían lucir igual que un objeto de limpieza desgarbado.
En el camino, el titi levantó al muñeco como si fuera un gran trofeo. Thomas intentó zafarse y tiraba de sus prendas con mayor energía, pero sin esperarlo, el primate me lo arrojó y de alguna manera conseguí sostenerlo sin soltar el espejo.
Entre mis dedos, el ventrílocuo me contempló con sus ojos marrones de cristal y una indiscutible fascinación. Luego levantó la mano y la movió en forma de saludo.
Alucinada, lo dejé caer al suelo, no sin antes arrebatarle el artilugio que tenía.
Examiné el objeto. Era el del primate. Seguramente Frey habría ido por el medallón hombre.
—Qué ingenioso, enviar a su muñeca de juegos para hacer el trabajo sucio —comenté.
Con espanto, Thomas pasó a contemplar la sombra que todavía levantaba serpentinas por todos lados. Casi la había olvidado, y apenas me salvé de recibir un golpe.
Vincent, como si de pronto se hubiera puesto en mi contra, echó a correr igual que un toro frenético mientras apuntaba su hombro en mi dirección para derribarme. Thomas, al percatarse, dio un salto y también corrió hacia mí. Querría usarme de barricada al pensar que era a él a quien busca.
Vincent quería derribarme como si de un jugador de fútbol americano se tratara. Pero de repente empezó a patinar en cámara lenta, se despegó del suelo y se retorció, como si estuviera luchando contra esa fuerza invisible que lo levantó en el aire y lo elevaba cada vez más.
Sin saber lo que sucedía, retrocedí, tropezando con un cuerpo frío a mis espaldas.
Ashton.
Y del suelo, junto a mí, crecieron bestias de gran tamaño con la apariencia similar de osos.
En mi mano, el medallón del primate intensificó su luz.
Los animales salvajes, de cuyos hocicos rabiosos escurría arena como si fuera baba, dejaban rastros humeantes en cada paso que daban hacia el equilibrista. Los tres muñecos, por otro lado, se revolvieron en el aire, y de repente acabaron siendo arrojados fuera de la carpa. Lo único de ellos que permaneció con nosotros fue el brazo de Josef, que se había roto minutos atrás, pero que pronto resultó siendo carcomido por la arena y se transformó en una pieza de arte; una estatua escalofriante.
Runa contemplaba desde el cielo la forma en que las bestias perseguían a la sombra. Parecían demonios descontrolados dándole caza. Su sorpresa me aclaró que Ashton era el creador de esos monstruos.
El medallón del primate tampoco dejaba de alumbrar con potencia. Al contrario que el de la carpa, este sí estaba rebosante de energía.
El espejo temblaba entre mis manos cuando intenté usarlo para ver el reflejo de Ashton, pero asumí que fue él quien me lo impidió, puesto que una fuerza invisible me lo arrebató de las manos y lo mantuvo en el aire, flotando lejos de mí.
No quería que lo mirase.
¿Qué tan mal se encontraba en realidad?
Experimenté un frío tenaz, y fue peor cuando su mano alcanzó la mía. Luego me rodeó la cintura con un brazo.
Mi cuerpo se tensó al sentirlo. Mi rostro se apoyó contra lo que supuse era la curva entre su pecho y cuello, mientras sus dedos se hundían en la base de mi cráneo, enredándose en mi cabello de tal manera que me hizo estremecer.
Respondí a su gesto sin anticiparlo siquiera, respirando su olor tan característico a canela con los ojos cerrados, empapándome de él. Casi podía escucharlo susurrando palabras de aliento: «Todo estará bien».
Estiré el brazo y volví a tomar el espejo. Aunque en un principio se resistió, por sí solo terminó pegándose a mi pecho.
Ashton nos separó del suelo. No teníamos que permanecer más en este lugar. También podía adivinar que sus bestias nos darían suficiente tiempo para alejarnos, y que se desharían cuando el medallón del primate estuviera lejos.
La feria se desplegó a nuestros pies, y Ashton nos ajustó de la manera que parecía más cómoda para llevarnos en la actualidad: él boca arriba de espaldas al suelo, y yo encima de él. Esta vez estábamos de frente. No habíamos cambiado de posición desde aquel abrazo, al menos que yo supiera. ¿Cómo sabía qué camino recorrer de esta forma?
Runa nos seguía en silencio, abrazando a Mango. Debajo de ella, los títeres corrían en el piso, persiguiéndonos como cachorros. A quien no vi fue a Thomas, y de nuevo pude sentir la presión en el pecho. Me habría gustado que su traición no fuera tan dolorosa, pero en realidad, lo que más me afectaba era perderlo. No me di cuenta de que sus chistes malos, su insistencia y su irritabilidad eran lo que hacían mi vida más llevadera, hasta ahora.
Era difícil aceptar que lo necesitaba, pero que no podía tenerlo.
Se me acabó formando un nudo en la garganta que tragué con dolor.
Debido a mi preocupación, me atreví a tocar el pecho de Ashton. Tan solo deseaba descubrir esos golpecitos de su corazón, pero no había nada. Me aseguré de que fuera el lado correcto y pegué la oreja en ese punto.
Cuando inhalé profundo, en busca de su esencia, no la encontré. Parecía extinguirse. Quizá ahora solo podría hallarla en su cuello, y me sentí tentada a buscarla, pero me contuve de hacer una estupidez. No era el momento. Y el recuerdo de esas bestias creadas por él tampoco ayudó con mi preocupación.
¿Por qué no me permitió verlo en primer lugar?
Respiré con brío, notando que me temblaban los labios por el frío del aire y de su cuerpo pegado al mío.
Antes de dejar la feria atrás, vi a la sombra salir siendo perseguida por las bestias de arena. Por más que estas últimas recibían los latigazos de sus serpentinas, volvían a moldearse. Lo mismo sucedía cuando los osos atacaban al equilibrista con garras y mordiscos furiosos. Gran cantidad de arena se disparaba en distintas direcciones, pero ninguno podía hacerse daño. De todas maneras, la imagen era perturbadora.
Un par de cuadras más lejos, y los títeres no se daban por vencidos. Todavía corrían detrás de nosotros, codeándose entre ellos. Participando en una carrera en donde el premio no estaba claro.
—¿Podrías mantenernos cerca del suelo? —pedí, dudando de que aceptara mi solicitud.
—Nos alcanzarán. —Runa me miró de reojo. Seguía molesta por la intervención de mis hermanos.
—No quiero perderles de vista una vez que todo vuelva a la normalidad. —Lo único que podía devolverles su esencia eran algunos de los objetos que tenía en los dedos—. Aunque luzcan así y ahora solo piensen en jugar, esos trozos de madera llevan algo importante para mí. No me arriesgaré a perderlos.
—Tampoco creo que tengan la intención de acabar contigo. Después de todo, si te siguen, es por los anillos.
Tuve el presentimiento de que Runa intentaba ayudarme para convencer a mi alfombra voladora.
—Su esencia está atrapada en un contenedor que en este caso son esos cuerpos de madera y tan solo los anillos pueden darles cuerda —expliqué—. Vi lo que sucede cuando lo que crea el medallón del primate se aleja demasiado de su fuente. En algún momento se queda sin magia con la cual funcionar.
—Debieron permanecer todo este tiempo en la feria, esperando por aquello que les permite existir. Tal vez fue a causa de un portal de Frey que, al abrirse en el mundo de los vivos, concedió el paso de la magia y así cruzaron. Pero... ¿Y si pasan mucho tiempo lejos de los anillos y la falta de magia provoca la fuga de sus esencias?
Tampoco lo vi de ese modo, pero me aterró.
A la distancia vi sus figuras tropezar, caer y levantarse. De pronto, descendimos un poco más. Ashton parecía entenderlo y era buena señal. No obstante, ¿por cuánto tiempo duraría esa consideración y estima que lo mantenía consciente?
—Debemos apresurarnos e ir a buscar el último medallón. —Runa perdió la mirada delante.
—Creí que sabías dónde estaba. —Hice una pausa—. No importa. De todos modos, no iremos a por él.
—¿De qué hablas? —Sonó bastante sorprendida.
—Sería una estupidez arriesgar los dos que ya tenemos. Frey seguramente se encuentre cerca de ese último medallón, incluso tal vez ya lo tenga. Debemos ser más listos y preparar algo antes. Tal vez nos ayudaría preguntar.
—¿A quién?
—Son dos, y ya los conoces.
No poder verle empezaba a volverme loca. Resultaba terrible dar rienda suelta a la imaginación en cuanto a su estado actual.
Me abracé los codos, otorgándome el valor para decir algo. Pero no conseguí que el coraje me pusiera en marcha. A toda esa cesta de disgusto se le incorporaban las malas vistas: a nuestras espaldas, un pueblo entre penumbras, y en frente, la esquelética arboleda que se levantaba como una película de terror. Por otra parte, a lo lejos se presentaba el lago, que más bien parecía un gran cañón. Era sorprendente verlo seco a plenitud, jamás imaginé que pudiera ser tan profundo.
Nos manteníamos atentos al menor rastro de cualquier sombra. El problema resultaba ser que eran silenciosas, e intentar distinguirlas entre un trasfondo oscuro parecía algo imposible. Además, no se percibía ni el mínimo atisbo de luz por ningún lugar. Y el cielo se conservaba anubarrado, como una amenaza de tormenta.
Pero me resultaba atropelladamente peor que nos hubiéramos visto en el apuro de parar. No querían decirme el motivo, cuando era bastante evidente.
Runa evitaba mirarme. Sabía que estaba en busca de cualquier indicio que me llevara a preguntarle sobre el estado de Ashton. Aunque no podía evitar suponer que confeccionaría alguna mentira para que no me preocupara demasiado. Y a pesar de que también tenía la posibilidad de hablar con la verdad, dudaría, porque no podría comprobarlo con mis propios ojos.
En cuanto al espejo... Cuando intentaba ubicarlo de frente hacia donde estaba segura de que se encontraba Ashton, se ponía rígido, levitaba, y apuntaba en otra dirección. Era molesto que hiciera eso. ¿Acaso no sabía que me preocupaba más?
Después de tratar varias veces y de todas las maneras posibles, observé el objeto quieto en el aire, entre Vincent y Josef títeres, que se revolvían como serpientes de madera enterradas en la arena. Los mantenían de ese modo porque era la única forma de tenerlos controlados.
Sabía que no podría recuperar el espejo. Estaba muy alto.
Me di por vencida y, molesta, decidí alejarme un poco.
Conteniendo las ganas de gritarle que no me privara de la única oportunidad que tenía para verle, me desplacé. El punto era que él no quería que lo hiciera, y eso dolía. Vaya que sí.
Cada vez resultaba peor. ¿Por qué tenía los anillos si no podía sacarles todo el provecho que quisiera?
Me detuve justo en la orilla del bosque. Devolví la mirada y Runa movió los labios. Platicaba con Ashton, aspecto que consiguió irritarme más.
Ella podía verlo y entablar conversación con él. Esa realidad me hizo darme cuenta de que estaba celosa.
De reojo, capté otro movimiento del lado opuesto. Entre los primeros árboles del bosque y justo detrás de un gran tronco, algo se sacudía.
Por simple curiosidad me acerqué tan solo un poco más, hasta que el sonido de la tela siendo desgarrada llegó a mis oídos.
Esta vez avancé con mayor seguridad. El pequeño muñeco tiraba de la camiseta que, cuando lucía igual que un humano, le iba a la perfección. Ahora ya no.
—¿Cómo demonios llegaste hasta aquí? —pregunté, él pegó un brinco, luego se apresuró a contemplar en todas direcciones, asegurándose de que, para los ojos de Ashton, todavía se encontrara oculto detrás del tronco. Tal vez ignoraba que Runa nos acompañaba, solo yo era capaz de verlos. Las sombras podían detectarlos gracias a la energía que desprendían todos los seres vivos y mágicos, aunque estaba convencida de que Thomas no tenía esa habilidad.
Arrojó el pedazo cortado de su camiseta y se arrodilló en el suelo, haciendo un gesto para guiar mi atención hacia la arena que empezó a trazar con el índice.
«El bolsillo de Josef. Ser pequeño tiene sus privilegios», escribió con su terrible letra que ya conocía bastante bien. Al final también garabateó una carita feliz. Descaradamente, todavía abusaba de su sentido del humor.
Resoplé.
Y como era de esperarse, la arena cerraba cada pequeña cicatriz que Thomas dibujaba, lo más parecido a un pizarrón automático que borraba cualquier rastro.
—¿Por qué no hablas? —pregunté en voz baja.
«Aunque ya no lo escucho, él va a oírme si uso su voz. No es mía», subrayó eso último.
—Claro. —No conseguí creerle por completo—. Sabes, pienso que te pegaste a nosotros como parásito solo porque la magia de los medallones te permite existir.
Su boca se abrió demasiado. Agitó las manos en el aire en gesto de negación, luego trazó en el suelo:
«No solo son los medallones. Eres tú, con los anillos. Es gracias a ellos que no escucho a Frey».
—¿De qué demonios estás hablando?
«Una magia bloquea la otra. Frey formó mi cuerpo, y soy su esencia, pero fue Dallas quien me la puso para que lograse existir. Así que les respondo a ambos por separado, nunca juntos».
—Hablas de ambas magias habiendo confeccionado un... ridículo cuerpecito de madera y tela. No tiene sentido.
«Puedo funcionar con cualquiera de ellas, porque soy un ridículo cuerpecito de madera, una creación inanimada ensamblada por ambas magias. No soy un humano que tan solo puede emplear el tipo de magia del circo al que pertenece».
—No es posible usar la magia de un circo al que no perteneces —recordé lo que Ashton me había explicado alguna vez.
Él asintió y aunque lo odié, me llevó a pensar que gozaba de sentido. Después de todo, yo tenía serios problemas para usar los anillos. No pertenecía al circo de Dallas, ni a ningún otro.
—De todos modos, lo que quieres es el medallón. Quisiste llevártelo.
«Para dártelo», escribió y solté una risa carente de humor.
«Quería demostrar que yo, como Thomas, puedo ser digno de confianza. Pero el mono...».
Sus pequeños dedos se apresuraban a escribir lo más rápido posible, sin embargo, los hilos que caían de su cuello resultaron ser una distracción al final. Se desparramaron sobre él como tallarines, cubriéndolo por completo. Contuve una risa al verlo luchar contra eso y enfurruñarse por no lograr apartarlos. Era tan Thomas de su parte.
—No es fácil de creer lo que escribes, o por lo menos, no para mí. Me parece absurdo. Eres una muñeca. Todo este tiempo siempre lo fuiste. —Se me entrecortó la voz, y me odié por eso. Su mirada encontró la mía, y casi pude percibir su dolor a través de mí, pero no podía ser posible. Me engañó, y por poco acabó con la existencia de Ashton—. Además, ¿por qué tú razonas y mis hermanos no?
Se encogió de hombros.
Quizá no era Thomas, sino Frey con quien llevaba a cabo esta "charla". No podía haber dos si hablábamos del uno perteneciéndole al otro.
—Olvídalo. No voy a confiar en ti de nuevo. Si no me demuestras grandes prueba... No. Aunque lo hagas, no caeré en tus mentiras otra vez. Quisiste dañar a Ashton.
Me tomó de la basta del pantalón y escribió algo más:
«Sé en dónde está el medallón hombre». Estudió mi expresión y agregó: «Frey quiso que expusiera a Ashton a la luz. Como humano podía escucharlo sin que me hablara directamente, y le era fácil manipularme. Ahora, estoy aquí en mi forma original, ¡y no me cambies de género!».
—¿Acaso escondes una serpiente de juguete debajo de tus pantalones? Ni siquiera llevas unos puestos.
Tampoco podía olvidar que, al ser su primera creación, Frey le tenía un gran afecto. Lo sentí cuando me dejó ver sus recuerdos.
—Pero eso no importa ahora. Él ya debe haber conseguido el medallón.
De nuevo se encogió de hombros, como si no tuviera idea.
Me alejé con una mueca que tensó mi expresión. Si volvía a tomarme de la pierna, lo patearía. Pero no lo hizo. En vez de eso, se trepó en mi espalda como una maldita cucaracha.
Me sacudí. Y por más que traté, no conseguí alcanzarlo.
Lo peor de todo es que hacía cosquillas.
Busqué a Runa para solicitar su ayuda, y al verla, la voz se me quedó atascada en la garganta. Tenía los brazos levantados, como si estuviera rodeando un árbol. Estaba abrazándolo, y Mango daba saltitos en el suelo a su alrededor, casi como si estuviera danzando. Sin embargo, no le presté demasiada atención al travieso primate.
La desagradable sensación que concebí hizo que me olvidara de todo y duplicara el mal estado que por un pequeño lapso creí haber superado.
No me considero una persona explosiva ni violenta, pero es que experimenté unas ganas terribles de golpear cualquier cosa.
Ignorando la pequeña mano que me dio golpecitos en el cuello, como si se estuviera burlando de mí, avancé entre un aire de sabor amargo que revolvía mi estómago y actuaba igual que un ácido para los pensamientos.
Conseguiría ver a Ashton, de cualquier manera.
A mitad del camino, miré hacia el espejo todavía levitando en el aire y me detuve en seco porque ahora, desde mi posición, conseguí verlos reflejados.
¿Por qué no lo pensé antes? Tan solo tenía que cambiar de lugar. Así funcionan los reflejos, pues dependiendo de por dónde los mires, mostrarán diferentes planos.
Runa le estaba desabrochando la camisa y se me calentó la sangre. Pero mis ojos se concentraron en el espejo, porque algo empezaba a arrastrarme hacia él con anormalidad.
Como si tan solo fuera una pluma y ese objeto una aspiradora. Me acerqué tan rápido, que por un momento pensé que me estrellaría y lo rompería.
Cuando lo alcancé, todo se volvió blanco y de repente aparecí al lado de Runa, muy pegada a ella en realidad.
No podía encontrar ninguna otra explicación más que la de haberme teletransportado hasta aquí. Tal vez ese objeto funcionaba algo así como un portal.
Runa, boquiabierta, contempló hacia el suelo y Ashton también lo hizo.
Cubrí mi boca con una mano, con el inútil propósito de ocultar la sorpresa cuando él volvió hacia mí en cámara lenta.
¿Cómo era posible que ahora pudiera verlo?
Ambos nos miramos durante un largo rato, sin poder creer lo que estaba ocurriendo. Luego intentó acercarse, pero no consiguió avanzar. Su pecho se movía con ajetreo, respiraba con fuerza y sus labios vacilaban antes de pronunciar:
—Zara, ¿qué hiciste? —Le tembló la voz.
Nunca pensé que lo primero que lograría escuchar de él sería algo como eso. Ni siquiera creí en la posibilidad de volver a oírlo. Tampoco entendía a qué se refería con su pregunta, o por qué su expresión me hizo sentir como si acabara de escupir en la cara de Dios.
Desvió la mirada hacia el suelo, al lugar en el que hacía un momento habían estado contemplando ellos dos. Lo imité y descubrí mi cuerpo tendido sobre la arena.
No tenía sentido. No era posible que estuviera presente aquí y también allá.
Entonces la pregunta era un alfiler y mi cabeza el globo:
¿morí?
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Otro personaje favorito: Thomas como muñeco. 🙈❤️
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