Capítulo 39



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CAPÍTULO 39

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Mi vista se perdió en el conjunto de serpentinas que cruzaban la feria. Algunas surgían del suelo y se clavaban en las carpas, pero cada vez aumentaban en número. Lo más curioso es que no atacaban a las personas congeladas en el tiempo como estatuas. Las evitaban. Sería que, al tratarse de cuerpos vacíos, no emitían ningún tipo de energía.

—Iré a buscar el artilugio —anunció Runa—. Mientras tanto, manténganse ocupados. Llevaré a Mango conmigo, es mejor rastreador de objetos importantes que yo.

«Ladrón de primera». Es lo que habría dicho Ashton.

Runa se marchó en dirección a la carpa de El circo de los sueños.

Cambiamos de rumbo. Fue audaz al devolvernos por el mismo camino, y a propósito, sobrevolar la sombra.

Rigil, que fue como Runa llamó al equilibrista, nos persiguió con sus serpentinas, cuyos latigazos silbaban peligrosamente cerca. La destreza de Ashton para esquivarlas se tambaleó, como si luchara contra un desafío invisible en el aire. Pareció perder el equilibrio por un instante, nos inclinamos hacia un lado y apenas nos salvamos de caer al vacío con un movimiento brusco y desesperado. Empezaba a costarle trabajo esquivarlas y deslizarnos en el aire al mismo tiempo.

Nos elevamos más, con la intención de sobrepasar la altura de la noria. Gracias a ella, Rigil empezó a tejer sus cuerdas como telaraña para trepar.

El sitio en el que se encontraba, ni siquiera tembló, era igual que una piedra resistente. En el bache entre el mundo de las sombras y el de los vivos, estaba segura de que la noria se habría convertido en arena con el simple roce del viento.

Una nueva turbulencia y los brazos de Ashton me apretaron con mayor fuerza. Tuve la impresión de que, al igual que una cometa, estaba luchando para mantenernos en el aire.

Mi campo visual se vio interrumpido por serpentinas que, al fallar los golpes, muy cerca se deshacían como fumatas de chimeneas.

En cuanto rebasamos la cima de la noria, Ashton de pronto me soltó.

Mis pulmones se cerraron, impidiendo el paso del aire. Ahogué un grito, y la manera lenta en la que aterricé sobre el techo de una canasta me aclaró que hizo uso del medallón para dejarme en ese lugar.

Me tomó un momento recuperar el aliento, acomodarme sobre las rodillas y mirar hacia el pañuelo que guardaba los cristales en su interior. Este se encontraba en una esquina, en el techo de la canasta situada por debajo de la mía.

Pronuncié una blasfemia. No supe en qué momento se me cayó.

Abajo del todo, entre el trasfondo arenoso y negro a plenitud, era difícil distinguir la altura en la que me encontraba. Pero era mejor así.

También avisté la forma en la que una serpentina se enroscó en el aire, como si hubiera atrapado algo, o alguien: Ashton.

La atadura se apretó con fuerza, como si cada hebra estuviera imbuida de la determinación de aplastar todo a su paso. Con un estallido de velocidad, igual que un relámpago al golpear la tierra, lo lanzó hacia una de las canastas más cercanas al suelo, donde su cuerpo chocó con un estruendo sordo.

Un grito escapó de mi garganta, el sonido desgarrador de la impotencia y el horror que se retorcieron en mi interior. Sentí cómo algo se comprimía en mi pecho, una mezcla de miedo y angustia que me paralizó por un instante. Cerré los ojos con fuerza, tratando de bloquear la escena, pero las imágenes seguían ardiendo en mi mente, alimentando el fuego de la desesperación.

En ese momento, el dolor por imaginarlo sufriendo se convirtió en un impulso, un arranque visceral que me hizo desear con toda mi alma poder hacer algo para detenerlo, para aliviar su sufrimiento y traerlo de vuelta a salvo. Era una necesidad abrumadora, un torrente de emociones que amenazaban con desbordarme, pero también fue la chispa de la determinación que encendió la llama de la acción en mi corazón y me armó de valor para despegar los párpados.

Un leve haz de luz marcó presencia en frente de mis ojos. Provenía desde un rincón de la canasta e iluminaba con fuerza, obligándome a cerrarlos.

Mi inspección encontró el pañuelo. Algo en su interior resplandecía todavía, pero ya no era tan fuerte, ni tampoco el contenido parecía tener la misma apariencia que antes. Se me ocurrió comprobar en los anillos que el blanco había sido el causante.

Una serpentina se enredó en mi tobillo y tiró con fuerza, pero algo alcanzó a tomarme por la espalda.

Desplacé la mirada hasta los brazos de madera que acababan de salvarme, luego contemplé el rostro del títere sobre mí. Sus ojos eran dos puntos negros pintados, y su sonrisa tenía la forma de media luna con dientes. Guardaba similitud con el títere que Mikkel quemó en la estación, pues este también lucía como un tronco longevo.

Su brazo alrededor de mi cintura apretaba con demasiada fuerza, y ya aprendí que contra eso no debía luchar. No deseaba astillarme otra vez. Además, parecía que su fin era ayudarme, puesto que tiraba de mí para mantenerme en la canasta y que la sombra no me llevase. Sin embargo, su poder no tenía punto de comparación, ya que empezó a resbalarse.

La serpentina alrededor de mi tobillo se cerró con mayor fuerza y apreté los dientes ante el dolor, pero de pronto me soltó y Vincent me dejó caer sobre el techo de la canasta inferior. Un pitido estalló en mis oídos, pero me recuperé deprisa y me arrastré para explorar alrededor, preparándome ante cualquier nuevo ataque.

Sin embargo, algo había llamado la atención del títere: el pañuelo que se encontraba a punto de caer.

Me precipité y lo alcancé primero.

Se me quedó mirando y yo a él. No supe de lo que podía ser capaz. Se suponía que ya no existía quien los controlase. Dallas había fallecido. Entonces, ¿cómo diablos fue que llegó hasta aquí?

La única explicación era que hubiera logrado colarse debido a los portales que abrió Frey en la casa árbol cuando escapamos. Alguno de ellos lo habría traído a este mundo.

Avanzó un paso hacia mí y no me moví. No quería caer y el techo tampoco era espacioso.

Se agachó, me levantó sobre el hombro como tan solo Vincent hacía, el contenido de mi bolsillo se clavó en mi estómago, y junto conmigo saltó fuera de la canasta.

Con los ojos bien abiertos, visualicé a la muerte con una gran sonrisa, ansiosa por recibirme con los brazos extendidos en el piso.

Pero no podía. Todavía no era el momento. Mi corazón latía con fuerza, cada pulsación era un recordatorio de mi deseo ardiente de vivir. Mis manos temblaban, anhelando aferrarse a cada momento, a cada oportunidad que la vida ofreciera.

Más cerca del suelo, la ansiedad me envolvió, como una sombra oscura que amenazaba con devorar mis esperanzas. No estaba lista para rendirme y dejar que la muerte reclamara su presa. Deseaba vivir con una intensidad abrumadora, con cada fibra de mi ser. Por mi familia y, en definitiva, por Ashton.

El anillo blanco se encendió junto al suelo que aguardaba a nuestros pies y Vincent aterrizó como lo haría un gato al caer de pie, aunque tampoco lo hizo con total delicadeza. Más bien, se derrumbó igual que un rompecabezas y yo sobre él.

Rodé, y de espaldas al piso y respiré de forma entrecortada. En ese momento podría haber besado el suelo. Estaba viva.

Algo que anhelaba desde lo más profundo: Vivir. Así era como funcionaba cualquier magia. Los sentimientos la movían.

Pero también había algo más. El anillo de mi dedo meñique, el que poseía una piedra semejante a la cúpula... Podía ser que no lo hubiera notado, sino hasta este preciso instante en el que manifestaba algo nuevo y diferente a lo que recordaba. Su color naranja parecía escarchado, y era apenas perceptible. ¿Sería el causante de la movilidad del títere?

La pregunta encendió una débil llama de esperanza, insinuando la idea de que podría controlarlos, al igual que a las sombras.

Convertí la mano en puño y me levanté del suelo, aferrándome al pañuelo y al objeto en su interior.

Busqué algún indicio que me refiriera la ubicación de Ashton mientras trotaba alejándome lo más que podía de Vincent. Al títere le tomaría un tiempo volver a sentarse.

Vistas desde la distancia, las serpentinas que envolvían la noria y por donde Rigil había trepado, cayeron al suelo, deshaciéndose a excepción de dos. Sobre una la sombra se mantenía de pie, y la otra aún permanecía enroscada en Ashton. Continuaba hundiéndolo en el suelo, convirtiendo mis piernas en gelatina, como si quisiera fundirlo con la era, quizá convertirlo en uno de ellos.

Dirigí una mano hasta mi cabeza mientras la pesadez se hacía en mi sistema. La horrible sensación trepó por mi garganta y salió convertida en un grito:

—¡Oye!

La sombra sorprendentemente volvió hacia mí.

—Mierda...

Era muy tarde para el arrepentimiento. Eché a correr en dirección a la carpa del circo mientras las serpentinas empezaban a salir de todas partes.

—¡No te acerques! —pedí con un grito. Sabía que las sombras no razonaban, pero mi orden no fue para ella.

Mis pulmones renegaban a causa del ajetreo, aunque mis piernas largas eran de gran ayuda en la carrera.

Continué a través de un laberinto sombrío de estatuas que me salvaban de recibir los latigazos. Una de las cuerdas se enroscó en el brazo de una persona, la levantó en el aire y la arrojó lejos, pero se conservó intacta después de todo. A partir de entonces, pude escucharlas caer como un juego de dominó, mientras la sombra se abría paso entre ellas.

Cuando creí que me había alejado lo suficiente del lugar donde, estaba segura, se encontraba Ashton, empecé a implorar mientras mis pies aún me movían:

—Enciende... Maldita cosa, ¡vamos! —Froté mi mano, como si ridículamente el anillo blanco fuera a funcionar igual que la lámpara del genio.

Me acerqué al peor sitio. Metros alrededor de la carpa del circo no había ninguna persona, lo que significaba que la sombra tendría todo un campo abierto para alcanzarme con gran facilidad.

Miré hacia atrás, y me sorprendió descubrir cuán cerca se encontraba Vincent ahora de mí. Sus piernas de madera, tan largas como las mías, lo aproximaron de prisa. Me levantó entre sus brazos y siguió corriendo.

Esto, sin lugar a dudas, no era obra mía. Prefería moverme por mis propios medios.

El títere se detuvo, y, como si jalaran de sus pies, cayó al suelo de bruces y yo junto a él. El impacto sacudió mi cerebro y supe con certeza que la oscuridad que abrazó mi campo de visión, esta vez no estaba relacionada con la que nos rodeaba.

Cuando recuperé la vista, encontré al títere a medio vuelo. Lo mandó a volar lejos.

Tanteé hasta hallar el objeto fuera del pañuelo. En algún momento —mientras me encontraba sobre las canastas de la rueda—, los cristales unidos acabaron formando un espejo triangular con grabados igual que zetas en las esquinas. En él pude verme reflejada con un fondo negro por completo. Era lo bastante grueso como para no haberse roto después de caer, pero gracias a él también advertí la serpentina que apenas conseguí esquivar. Lo abracé contra el pecho y me levanté. Las piernas me temblaron y mis músculos rugieron de dolor.

Faltaba poco para llegar al circo, su interior me parecía seguro ahora. Él no podría penetrarlo con facilidad.

Avancé, y fui consciente de mi ajetreada respiración. Mis pulmones se habían convertido en brazas. Noté mi cansancio. Mi energía no era suficiente alimento para la magia.

Aun después de entrar en la carpa, no me detuve. Era más grande de lo que aparentaba por fuera.

Avancé hasta la zona que me parecía más segura y solo entonces decidí detenerme para regular mi respiración. La sombra no entró, pero eso no me alivió del todo.

Ante mí, una cortina caía majestuosamente desde una columna que se alzaba hasta el techo, dividiendo la carpa en dos mitades. Yo permanecía en el borde del escenario, sumida en la penumbra. A mi alrededor, dispuestas en un semicírculo, se erguían las gradas, ocupadas por inquietantes estatuas talladas en la misma oscuridad. El lugar rebosaba de una vida que se alimentaba de sombras y misterios. Quizá entre todos ellos se encontraba papá, pero apenas podía distinguirlos en medio de la penumbra.

Era mi primera vez en un circo, y la experiencia me resultaba aterradora. Al menos, esperaba haberle dado a Ashton suficiente tiempo para escapar y confiaba en que se encontraría bien. Aferrándome a esa esperanza, seguí observando, rezando para que estuviera a salvo.

—Zara, ¡atrápalo!

De un salto volví hacia Runa. Mango ya no la acompañaba.

—¿Qué demonios? —Perdí la voz.

El títere corría en mi dirección. En la mano llevaba un medallón que resplandecía con fuerza, por la cercanía del que tenía en el bolsillo.

—¡Tiene el del primate! —gritó Runa.

Él pegó un salto de atleta, una habilidad única de Josef—adquirida gracias al baloncesto—, y se trepó sobre el escenario. Supuse que por falta de costumbre a ese cuerpo, no tardó en tropezar, rodar por el suelo y sentarse. Con las manos se acomodó la cabeza, puesto que se le había torcido. Al final permaneció inmóvil, mirándome como un cachorro que contempla a su dueño listo para jugar.

Runa no tardó en llegar junto a mí.

—Lo encontré revisando el contenido de un cajón. Creí que habría algo interesante dentro, así que me acerqué para ver, pero tan solo eran los cuerpos de un par de gemelos. Y ahora que lo pienso, se parecían un poco a él. —Señaló al títere.

—Gemelos —repetí, atorándome con las vocales—. Mis hermanos. Creo que Dallas, al igual que Frey hizo con Thomas, encontró y extrajo algo esencial de ellos para ponérselos a sus títeres. —Miré a Josef.

Era una buena señal. Me aclaraba que, a pesar de ser estatuas, seguían con vida. De lo contrario, quería pensar que sus títeres no se moverían.

No obstante, ¿qué era esa "esencia" que podían tomar de las personas para trasplantarlas a muñecos? Era evidente que no se trataba de nada físico o material.

—Zara. —Runa pronunció en voz baja—. No creo que Dallas fuera malo. Es decir, no veo ninguna intención oscura en esto. —Señaló alrededor.

—Debes estar de broma. —No digerí sus palabras, más bien me produjeron acidez estomacal.

Ella contempló a Josef, quien, a su vez, me miraba mientras apretaba el medallón contra sí mismo, como esperando a que lo persiguiera. Era por eso que ninguna se había movido tampoco. Aunque no entendía por qué ella no aprovechaba y se lo arrebataba de una buena vez. Era de asumir que él no podría verla acercarse.

—Hablo en serio. Escucha, con Nilsen no se puede dialogar, porque para este tipo de cosas se cerró el día en que dejó de respirar. Por otro lado... Tú, tan solo escucha e intenta razonar, ¿sí? —Mi cara se torció en una mueca—. Creo que se equivocaron sobre Dallas. Sí, le hizo algo malo a tu familia, pues los encerró aquí. Pero están bien, cuando evidentemente, podría haber sido peor con Frey estando de su lado.

—¿Ellos están bien? —Me reí ante lo irónico—. ¡Los convirtió en títeres! —Señalé a Josef con el dedo y él ni siquiera se echó para atrás. Continuó a la espera de que alguna de nosotras jugara con él.

Mi hermano no era tan tonto, o al menos no lo sobreactuaba demasiado. Y este títere, en particular, no parecía tener la voluntad de razonar en lo absoluto. Tan solo quería jugar. Algo similar ocurría con Vincent, quien actuaba igual que un animal, no obstante, tampoco era tan bruto. Saltó al vacío conmigo como un costal de harina sobre su hombro.

—Pero siguen con vida —añadió Runa—. Frey quiere terminar con cada uno en el circo, su familia de algún modo. Así que, ¿por qué habría de importarle la tuya? Durante tantos años te mintió, Zara. Y ¿qué tal si la oscuridad no hubiese llegado antes a la feria y convertido a todos en esto? Tendría el camino más fácil, a tu familia como rehenes y a ti picoteando de su mano igual que una gallina. Nada le importaba, no le preocupabas sino hasta que Dallas murió.

Inhalé y casi me ahogué. Sus palabras dolieron, y mucho.

—Insinúas que el titiritero los atrapó a propósito, y que a Ashton y a mí nos buscaba a través de sus títeres porque quería ayudarnos —ironicé, pero las palabras se desplazaron amargas sobre mi lengua.

El hombre nunca fue amable, de hecho, siempre actuó como un total sospechoso. ¿Qué había de la forma en que controlaba a las sombras? Eso tampoco era algo bueno.

—¿Por qué querría entregarte sus anillos? —preguntó como si yo fuera una estúpida que no entendía nada.

Se me agotaba la paciencia. La ira estaba a punto de hacerme gritar. Además, en ese momento me resultó más importante descubrir en dónde se había quedado Ashton y cómo se encontraba. También me pregunté cómo saldríamos sin ser vistas por Rigil, o si nos esperaría fuera, o si entraría en algún momento.

Su expresión furibuna me trajo de vuelta al espacio en el que nos encontrábamos.

Tener los artilugios de Dallas no era ninguna bendición, sino todo lo contrario. Debía ocultarlos cada tanto porque no podía controlarlos. Además, las sombras me buscaban para matarme. Y como cereza del pastel, gracias a ellos contaba con la posibilidad de dañar a Ashton todavía más.

De ninguna forma. Dallas no era bueno. Atrapó a mi familia y la situó dentro de un maldito tronco. Todo el tiempo le ofreció su ayuda a Frey, no a nosotros. Además, ¿qué había sido de papá? No lograba encontrarlo por ningún sitio.

—¿Y se suicidó por la nada? —Se cruzó de brazos. No se daba por vencida.

De pronto sentí que su finalidad era defenderlo.

—Quizá se debió al peso de su conciencia por arrebatarle la vida a personas inocentes —contesté de la misma manera.

—No lo entiendes, ¿cierto? Es mi culpa. Por un momento creí que podrías ver más allá del resentimiento. Tú y Ashton son tal para cual. Así de cuadrados. —Dibujó la figura en el aire con sus dedos índices—. Debí haber cerrado la boca.

—¿Resentimiento? ¿Ver más allá? —Intenté entender su punto, pero era imposible—. Estás loca.

Enfadada, me acerqué a Josef.

—Deja de jugar —le dije, enfatizando cada palabra.

Intenté quitarle el medallón, pero justo a tiempo dio un salto hacia atrás, parándose a la defensiva y tomándome por sorpresa. Al retroceder, tropecé con su gemelo. ¿Cuándo llegó? Habría sido mientras Runa y yo discutíamos.

Josef le arrojó el medallón como si se tratara de una pelota, y giré sobre mis talones para ver a Vincent atraparlo tan solo con una mano. No hacía falta que me preguntara cómo los reconocí. Este tenía un brazo quebrado por la forma catastrófica en la que colgaba de su hombro. Sin esperar demasiado, le arrojó el artilugio a su parecido, pero más lejos aún.

Al perseguir el objeto con la mirada, noté que Runa había saltado, aunque no consiguió alcanzarlo. Así que Josef lo recibió sin ningún problema del otro lado.

El recuerdo de que solían jugar a las atrapadas en el pórtico de casa hizo que una luz se encendiera en mi cabeza.

—Runa, ¿qué entiendes por esencial? —le pregunté.

—¿Único? —respondió fulminante mientras se abalanzaba desde el techo—. ¡No hay manera en la que pueda leer sus movimientos!

Vincent era todo un penoso atleta en su intento por escapar de Runa sin tener conocimiento de que lo perseguía en realidad. Se tropezaba, caía y se levantaba varias veces. Todo resultaba ser tan improvisado que ni siquiera yo sabía cuál sería su siguiente movimiento.

Josef, por otro lado, corría de prisa y atrapaba el medallón con mayor agilidad.

—Creo que sé lo que es.

—¿De qué hablas? —increpó ella—. ¿Podrías echarme una mano?

—La esencia es algo que hace a las personas tal y como son. Y ellos... Son un infierno de molestos. Les encanta jugar bromas pesadas todo el tiempo.

—Bien, hemos descubierto que tus hermanos joden peor que la diarrea. Y pensaba que ya era suficiente con un mono ladrón. Ahora, ¿me ayudas o no?

Traté de no sentirme ofendida por su comentario. Estaba irritada, y lo entendí por completo. No por nada había pasado toda mi vida como su hermana menor, así que no me sorprendía la facilidad con la que Runa perdió la paciencia.

Me acerqué para echarle una mano. Ella se elevó sobre ambos, y cuando se abalanzó en un nuevo intento, el medallón casi rozó sus dedos. De inmediato recurrió a soltar lo que parecían ser insultos en otro idioma.

Perseguí al par de gemelos sobre el escenario. Si tan solo consiguiera leer sus movimientos y adelantarme a su próxima jugada...

—Zara, respóndeme algo —me distrajo Runa.

—¿El qué?

—Si Dallas le hubiera sido fiel a Frey, ¿por qué dejarte sus anillos a ti y no a él?

Con eso, comprendí cuál era su objetivo con la discusión que habíamos tenido hacía unos momentos, y me sentí muy tonta al descubrir que gozaba de razón.


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¿Ustedes qué piensan de Dalas? 🤔


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