Capítulo 37
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CAPÍTULO 37
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En presencia de una nueva y gran oportunidad, Runa me empujó por la espalda.
Un par de objetos se levantaron del suelo, su parecido con los cristales era indiscutible, exceptuando que estos eran azulinos e igual de perfectos que las piezas de un rompecabezas. Era la mitad de la fuente de energía de los medallones. Frey debió de haberla ocultado en el interior de la maqueta.
De reojo, vi a Runa ejecutar un movimiento veloz con el brazo. Varias de sus dagas se estrellaron contra cada pieza del mismo grosor que un dedo meñique, e igual de veloces que un colibrí, atravesaron el portal y las perdí de vista.
Runa me empujó con mayor insistencia en esa misma dirección, pero avancé solo hasta donde Ashton me lo permitió. No solté su mano, y tampoco quería hacerlo, ya que era un juego mental, ridículo y tedioso. Podía tocarle, quizás hasta escuchar su respiración si me concentraba, pero no verlo.
—¡Por favor, Nilsen! —aulló Runa—. Déjala caminar. Hay que cruzar el portal antes de que se cierre y Frey sepa que estás aquí.
La simple idea de que él supiera que Ashton seguía conmigo me preocupaba, pero no menos que cuando Frey formó un puño con su mano y la gran mancha empezó a escurrirse en dirección al suelo. El portal se estaba cerrando.
Asumí que no pudo haber visto a las piezas traspasarlo, al igual que yo no conseguía verlo por completo tras encontrarme al otro lado del portal.
Pero, tal y como Runa acabó de mencionar, Frey seguía absorto, contemplando el desastre, y fue lo último que visualicé, ya que ella intervino con otro gran empujón.
Nuestras manos se soltaron y, por la fuerza, me introduje en ese portal de apariencia viscosa y sensación glacial. A propósito, conseguí arrastrar los pies y llevé conmigo varios de esos cristales que me permitieron ver a Ashton.
No pude comprobar si él venía detrás, sobre todo porque nos sumimos en un tipo de oscuridad nocturna. Sin embargo, al regresar la mirada, aprecié la forma en la que una cortina de cristales se levantó impidiéndole el paso a Frey.
En cuanto el portal estuvo próximo a cerrarse, a través de la pequeña abertura se colaron las hebras que se enredaron en mi cintura, y Runa me clavó las uñas en el brazo, habiendo pasado de encontrarse a mi lado, a situarse a mis espaldas.
—Voy a hacerme un bonito accesorio con sus hilos. —Con destreza, llevó su mano hacia la intricada bola de cabellos que reposaba sobre su cabeza y retiró con precisión uno de los palillos que la sostenían en su lugar. Con un gesto revelador, me presentó el resplandeciente puñal de un intenso color rojo, similar a los que ya había contemplado con anterioridad. Aunque era pequeño, terminaba con un filo aterrador, con el que empezó a cortar.
Desvié la mirada, y aunque me sentí como en un tunel, al explorar el entorno, no divisé techos, ni paredes o suelo. Era un vacío absoluto. No nos encontrábamos en ningún lugar.
Me asaltó una nueva preocupación, y fue tras apreciar la misma sensación de formar parte de un vacío, como estar presente en la nada, o cayendo, que terminó apretándose un nudo en mi estómago, por el cual tragué con determinación.
De inmediato, un agujero se abrió a nuestros pies y nos succionó igual que un remolino de viento.
Fuimos sacudidas con tanta fuerza que el muñeco Thomas se abrió paso entre los cristales y logró cruzar junto con nosotras justo a tiempo. El portal terminó cerrándose a sus espaldas.
—¡Zara! —me gritó Runa al oído, dejándome casi sorda—. ¡Dime que no estabas pensando en practicar paracaidismo!
Como una loca, traté de aferrarme a su delgado cuerpo.
—¡Tengo miedo de caer desde tan alto! —chillé a todo pulmón. Ashton había mencionado que se aferraría a mí, pero ya no estaba, o ya no podía verlo. Por lo mismo, ya no me sentía segura.
—¡Creí haberte dicho que no tuvieras miedo! —me regañó.
Observé con verdadero terror lo que parecía ser el suelo negruzco asomándose a kilómetros de distancia bajo nuestros pies. Entonces, así era como acabaría después de todo.
Recibí un manotazo entre los omóplatos que me arqueó el cuello. Mis tímpanos reaccionaron, componiendo un insoportable pitido que perduró casi tanto como mi trance. Runa acababa de golpearme y la miré con el disgusto enterrado en mi garganta.
—¡Por todos los cielos! —dijo en su defensa. A pesar de encontrarse diagonal sobre mí, todavía empuñaba sus dedos en mi brazo.
—¡Al menos tú puedes volar!
—¡Solo quédate quieta! —El puñal giraba tan rápido sobre sus dedos que me resultaba difícil ser consciente del momento en que los hilos alrededor de mi cintura empezaron a soltarse como látigos. Cuando terminó de cortarlos todos, tuve la impresión de caer más rápido—. No puedo llevarte porque pesas más que una yegua. Pero te jalaré. De alguna forma reduciré la velocidad del impacto. O por lo menos, lo intentaré.
Acababa de exponer la gran posibilidad de que su esfuerzo fuera inútil y terminara estampándome al igual que lo hizo Ellinor.
—¿Por qué mejor no cambiamos de papeles? Tú sé la yegua y yo me subo sobre tu espalda. Servirás de colchón. —El vértigo empezaba a tomar el control de mi estómago—. ¡Es la tercera vez que me golpeas por un demonio!
—¡Deja de quejarte! Vivirás. Aunque es posible que sin un brazo. —Su voz se apagó como la estación de una radio antigua—. O quizá pierdas una pierna y un ojo. ¡Fue tu culpa en primer lugar! ¿Por qué tuviste que patear los cristales?
Ambas echamos un vistazo en dirección a la superficie terrestre. No muy lejos de nosotras se encontraban las piezas de la fuente y los objetos punzantes que arrastré con mis pies. Aterrizaría sobre todo eso y apenas acabé de notarlo.
Runa, sin pensárselo dos veces, se aventó para alcanzar las piezas de la fuente, abandonándome a la deriva como un trompo que giraba en el aire sin control. De alguna forma, estabilicé mi cuerpo, pero ahora me encontraba de espaldas al suelo y con los cabellos picoteándome los ojos.
Enfoqué al meteorito que caía sobre nosotras. Esa pequeña figura envuelta de innumerables hilos revueltos, parecía protegerse de algo. Segundos después, creí saber de qué.
La superficie terrestre no era más que un desierto montañoso de arena negra, con abismos, peñascos y grietas en el suelo. Pero justo al final del horizonte, cerca del límite terrestre, se alzaba un enorme y viejo árbol con apariencia exánime. Desde la lejanía parecía tener vida debido a la forma en la que se agitaba y resplandecía. Sus ramas simulaban venas que soportaban el peso completo de un toldo púrpura con paredes parpadeantes y otros brotes que moldeaban su figura. De ese lugar escapamos. Lo supe al notar que sus hojas se sacudían, y eso era lo mismo que no encajaba, pues aleteaban en nuestra dirección. Tenían vida.
Eran las aves de Frey, tan grandes, descomunales y con ojos sanguinolentos. No me cabía duda alguna.
Sacudí los brazos, pataleé, pero no podía dar vuelta a mi cuerpo.
La imprevista electricidad me erizó la piel cuando Ashton me abrazó la cintura. Giré y, ante su efecto, permanecí tan inmóvil como una piedra.
—¡Piensa, rápido! —La voz de Runa, a la distancia, me alertó.
Tras un movimiento veloz de muñeca, varias de sus pequeñas dagas se estrellaron contra las piezas de la fuente, empujándolas hacia mí como perdigones. No había nada que pudiera hacer para frenarlas. Pero guiadas por algo más, se detuvieron y dirigieron a mi bolsillo. Me sentí como mamá canguro por todo el peso que guardaba en ese lugar.
Al percibir un débil suspiro, presté oídos y volví la cabeza en esa dirección, pero no vi nada más que el negruzco y nublado cielo. Uno que desprendía una agradable esencia a canela.
Tentada, con osadía, me aventuré a palpar la zona cerca de mi cintura, justo de donde provenía la presión. Encontré su mano y sus dedos se enredaron con los míos de inmediato.
No pude ocultar el reflejo, y me refería a la estúpida sonrisa de alivio y felicidad que estuvo a punto de partirme la cara en dos.
Ni siquiera me detuve a preguntarme por qué motivo no frenaba nuestra caída, ya que un nuevo anhelo me invadió emocionalmente: él. Tal vez Frey tenía razón y en alguna parte del camino empecé a apreciarlo de verdad.
Durante un breve lapso, nada más importó. Me armé de confianza y valentía, dejando de lado el miedo al sentirme segura entre sus brazos, convencida de que no me soltaría. Fue de la misma manera que, en un parpadeo, el suelo se aproximó hacia nosotros, o más bien, nosotros nos trasladamos hacia él.
Aterricé con suavidad sobre mi estómago y rodé hasta quedar boca arriba. Era como si la superficie hubiera estado cerca todo el tiempo, algo que me generó confusión y un leve mareo.
Mantuve la mirada en el techo con apariencia lóbrega sobre mí. Respiré profundo y creí sentir que mi exhalación rebotaba hasta rozarme la mejilla izquierda, pero algo así era imposible.
Estiré el brazo y entonces rocé el estómago de Ashton. Sus músculos se tensaron bajo mi tacto.
Una vez más volví a sentir su aliento, aunque esta vez rozó mis labios. Debió haberse encontrado demasiado cerca, y la idea me produjo un extraño cosquilleo en el estómago. Nada desagradable, sino más bien emocionante.
No tuve tiempo a preguntarme qué pasaba conmigo. Alguien más, del otro lado, carraspeó la garganta de tal manera que consiguió espantarme. Se trataba de Runa, quien, encontrándose de pie cerca de un rincón, se encogió de hombros. Parecía un poco incómoda.
—Ahora lo entiendo todo —dijo—. Se gustan en serio.
Mis mejillas se sonrojaron y no supe si Ashton me estaba mirando ahora, pero de todas maneras me restregué la cara con las manos para disimular.
—¿Qué acaba de pasar? —pregunté en voz baja.
Aprecié el tacto de Ashton avanzar con delicadeza por mi brazo hasta tomar mi mano y ayudarme a levantar. Pronto encontré los cristales dispersados por el suelo y empecé a recogerlos con cautela.
Que si Ashton me resultaba atractivo... Bueno, sí. Bastante. Aunque, ¿sería un sentimiento correspondido?
—Tu temor por caer desde tan alto desapareció. Debiste superarlo gracias a tu Romeo... Romeo, ¿dónde estás que no te veo? Así que aparecimos en el lugar al que debimos haber ido a parar desde un comienzo.
—¿Cómo sabes que tenía que ser este sitio?
—Eso, en realidad, no lo sé. Frey abrió tantos portales al azar para evitar el ataque de Ashton, que de seguro ahora mismo no tiene idea de a dónde fue a parar cada cosa, incluyéndonos. Por si antes no te percataste, caíamos hacia ningún sitio en particular. No había otro motivo más que dar riendas a tu miedo, pero lo venciste justo a tiempo. —Exhaló con cansancio—. No dejarte pensar en más temores es una tarea complicada en verdad.
—Nuestra discusión y el golpe... Lo hiciste a propósito —razoné.
Runa estiró la mano en dirección al vacío, luego, sobre su palma, tan solo apareció el pañuelo blanco de Ashton que reconocí porque todavía conservaba las manchas que dejó la arena cuando limpió mi mejilla en la feria. Ella a su vez me lo entregó y me apresuré a envolver los cristales con él.
—De cualquier manera, ahora estamos a salvo.
Ambas apartamos la vista y examinamos el lugar en el que nos encontrábamos.
A través de la oscuridad era un poco difícil notar que se trataba de mi casa. Estábamos en la sala, pero todo seguía con ese aspecto arenoso, aunque no se parecía a las edificaciones esqueléticas y frágiles que vimos en la feria. Mi casa estaba completa y aparentemente más fuerte. Tal vez era porque este lugar no se trataba de la unión de ambos mundos, sino tan solo uno: el de las sombras.
—Frey pudo observarme todo el tiempo —recordé mientras contemplaba la cocina. Todavía reconocía un poco del desastre que causó la visita de los títeres.
—No tal cual —aclaró Runa mientras echaba un vistazo a todo sin hacerlo en realidad—. El conductor te muestra lugares, más no a las personas que lo habitan. Funciona algo así como un mapa que te guía hacia algún lugar. Usa la magia directa de la fuente de energía de los medallones. En nuestro caso, hacíamos uso del ferrocarril como transporte y el conductor hacía de mapa. De esa forma es que pudimos viajar desde Noruega hasta Escocia en tan solo un par de minutos. El transporte de un mundo a otro, para Frey, más bien era el portal.
—El circo viajaba mucho —comenté.
Caminó hasta la sala y observó hacia la escalera que aparentaba los sostenidos y bemoles de un piano.
—Íbamos de un sitio a otro con la intención de hacer lo que nos gustaba, pues gozábamos de esa gran ventaja. —Hizo una pausa—. La magia del circo no es complicada de usar, tan solo debes sentirlo en lo más profundo. Tiene que moverla un sentimiento verdadero.
Como ocurrió con los celos y en parte también el dolor de Frey.
Con los anillos no parecía ser muy diferente. Habían respondido a mis deseos un par de veces, incluso mi anhelo por conocer más de lo ocurrido fue lo que me llevó a terminar husmeando entre los recuerdos de los integrantes. Lo que me condujo a pensar que tampoco había visto nada de Runa. Quizá se mantenía en guardia, al igual que Ashton. Se cerraban ante mí, tal vez porque no querían mostrarme algo. Pero ¿el qué?
—¿Crees que los medallones puedan pensar por sí mismos? —pregunté y me miró como si hubiera perdido la razón—. Algo así como guiarte a determinados lugares o transportarte por cuenta propia.
—Los medallones no piensan ni tampoco son capaces de actuar por sí solos. —Se precipitó a posar su mano sobre mis labios, pidiendo que guardara silencio. Luego observó hacia la puerta principal.
Nos acercamos a la ventana y contemplamos la manera en la que una gran mancha sobrevolaba el cielo.
—Esos pajarracos. —Runa señaló hacia el lugar que invadieron en la calle. Uno del gran número daba vueltas en espiral tan rápido que chocó con el buzón de la casa de enfrente, pero tan solo fue el ave lo que cayó al suelo convertido en arena.
—Son débiles. Eso no debería haber sucedido, no si los medallones que Frey tiene en su poder se encontraran en la zona. Si los pájaros son producto del artilugio del primate y se alejan aún más del mismo, desaparecerán eventualmente. Aquello era lo que estaba sucediendo.
Al sentirme observada, descubrí la mirada inquieta oculta detrás de uno de los sofás.
Mango.
¿Cómo era posible?
¿Qué ocurrió con Mikkel y Reidar?
Me acerqué tan solo un poco, pues, al parecer, me estuvo haciendo gestos desde algún tiempo, y ahora que por fin tenía mi atención, señaló debajo de la mesa. En ese lugar, el muñeco Thomas se revolvía sobre su estómago, vomitando hilos de su nuca como si fueran tallarines.
Miré a Runa con espanto. Ella empezó a mover los labios rápido, sin hacer uso de su voz. Era como si quisiera comunicarse en silencio, mediante caras y gestos.
«Ando con dos, ¿aló?». Eso fue lo que entendí y mi expresión delató mi confusión.
«¿Qué?», pregunté de la misma manera. Podría ser que, si Thomas nos escuchaba, intentara atacarnos con sus hilos y los pájaros también notaran que estábamos aquí.
«¿Cuántos kimonos halló?» Señaló a Thomas.
«¿Qué kimonos?» Seguí sin entender.
Su cara se arrugó. Agitó las manos en el aire, dirigió su dedo índice hacia el cielo, un segundo después lo bajó de golpe en dirección al suelo e intentó de nuevo:
«¿Cuándo demonios cayó?»
De todas maneras, no supe qué responder, así que me encogí de hombros.
Runa arrojó otro de sus cuchillos a Thomas, seguramente con la intención de que se quedara quieto. Pero en lugar de eso, más hilos brotaron y se arrastraron por el suelo como serpientes. Algunos rozaron mis Converse y me vi obligada a retroceder mientras buscaba a Mango con la mirada, pero ya no lo encontré por ningún lugar.
¿Y si lo imaginé?
Runa de repente apareció a mi lado y me susurró:
—Hablando como tontas y los pájaros ya habían terminado de pasar. Los de la calle también desaparecieron.
—¿Por qué le ocurre eso? —Señalé a Thomas.
—No olvides que su existencia es producto de los medallones. Es normal que esté averiado. Esa cosa no es natural.
No pude evitar sentir dolor por él.
—Pero funcionó bien durante todos estos años —indiqué con pesar—. Nunca me dio motivos para sospechar que era un muñeco.
—O eres tan despistada que no te diste cuenta.
Genial. No solo dudaba de mis habilidades, sino también de mi atención.
Runa volvió sobre sus talones y caminó hacia la puerta trasera. Lucía irritada. La seguí, pero como no podía abrirla, ya que más bien parecía un muro de piedra, me las arreglé para saltar por la ventana que el títere rompió al escapar esa otra noche.
Encontré a Runa cerca de la calle. Estaba mirando en ambas direcciones.
Me detuve a su lado y también examiné alrededor, pero me llenó de melancolía. Este era mi hogar, y verlo así, convertido en obsidiana y arena...
—Si los medallones no piensan, ¿crees que alguien haya podido controlarlos? —pregunté, ya que algo similar ocurrió con las sombras.
—Ene, pe, i.
—Ene, pe... ¿Qué?
—No poseo información —aclaró—. Hay cosas que Ashton aún no me dice. En su mayoría, actúo como su portavoz. Aunque, según como lo veo, tampoco parece tener idea. A lo mejor y él lo provocó, solo que no se dio cuenta. Al fin y al cabo, es el sucesor.
Sacó la lengua al aire. No, más bien a Ashton. Luego le dedicó una sonrisa reluciente y una chispa saltó en mi interior, alterando mis sentidos y quemando mis entrañas.
Pero, ¿qué demonios fue eso?
—Puede que sepas... —intervine con premura. ¿Por qué sentía tanta prisa por interrumpirlos?
—¿Saber? —Por fin me miró—. ¿Qué cosa?
—Dónde se encuentran los otros dos medallones que Frey oculta.
Se rascó el mentón con las uñas pintadas de diferentes colores cada una. Le tomó un momento pensar y luego mostró una sonrisa gatuna.
—Creo que lo sé.
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¿Cómo piensan que acabaron esos dos? Me refiero a la posición en el suelo. Bien que Zara no pudo verlo, o le daba algo 👀🤣🙈
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