Capítulo 29



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CAPÍTULO 29

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Cuando Ashton se dio cuenta de las sombras y su aproximación, me envolvió con sus brazos hasta el punto de casi asfixiarme y me llevó con él.

Durante el viaje, un vacío inexplicable se encajó en mi pecho, y a partir de ese momento no pude sacarlo.

En frente de mí, todo se encontraba sumido en completa oscuridad. Y aunque quería negarlo, una parte de mí detectó que esto apenas era el comienzo.

Ver el pueblo en el que crecí en estas condiciones, me hizo sentir todavía más lejos de mis padres, de Vincent, Josef y también de Thomas.

Resbalé al aterrizar. No estaba preparada. Para nada de lo que había sucedido en cuestión de tan poco tiempo.

Con el apoyo de Ashton, me equilibré rápidamente y le di la espalda. Nos encontrábamos bastante lejos de las sombras ahora, pero no quería que él descubriera el miedo y lo mal que me sentía. Tampoco podía evitar preguntarme, ¿cómo un simple circo pudo haber sido capaz de desatar tanta controversia?

Detrás de mí, escuché que jadeaba. Era fácil suponer que tenía el carácter descompuesto en este momento. Desde el principio, no se le permitió hacer nada más que esconderse, al igual que a mí.

A lo largo de los últimos días había descubierto tantos secretos del circo, pero todavía no fui capaz de hacer nada más.

Mi cabeza era caos a partir de la inesperada manifestación del chico en el desfiladero. Ashton también se sentía culpable, y lo peor de todo, fue que me asusté momentos atrás, cuando me tomó por sorpresa en nuestro reencuentro. Me preocupaba que pudiera malinterpretarlo, porque no era de él que temía.

Me mordí los labios con fuerza y, aun así, mi mandíbula temblaba. No conseguí ver nada más que los árboles moldeados como manchas a través de la neblina, acrecentando mi temor. Temía porque alguna de esas siluetas de matiz negruzco se moviera más de la cuenta.

No supe en dónde nos encontrábamos, sin embargo, presentí que todavía nos quedaba un tramo hasta el pueblo. Ashton decidió que, en lugar de seguir camino a Port Fallen, lo mejor era aguardar en el bosque, aunque para mí, ningún sitio parecía seguro ahora.

Abrí y cerré mis manos entumecidas por el frío y de mi garganta escapó un ruido cuando lo escuché hablar.

—¿Zara? —Su voz era algo así como un susurro de dolor.

—Hace un momento, no estaba asustada de ti. Apareciste de pronto mientras las sombras. Y ese chico...

Ni siquiera supe cuándo fue que el cielo dejó de iluminarlo todo con sus poderosos relámpagos.

—¿Un chico? —Podía sentir su mirada clavada en mi nuca mientras escuchaba sus distinguidos pasos, llevarlo alrededor de mí. Al detenerse, posó su mano bajo mi mentón y levantó mi rostro. Por primera vez entre la oscuridad presente pude advertir cuán devastado lucía, y eso me deshizo por dentro.

—Zara, ¿de qué muchacho estás hablando? —insistió.

—No lo sé. Era... Era un poco más bajo que tú, de la misma estatura que Thomas y... Tenía estrellas en los pantalones. —De pronto estaba tartamudeando, imaginando que podía ver el color verdoso de sus ojos, aun con la negrura presente.

—¿Estrellas en los...? —Guardó silencio, como si hubiera encontrado algo de interés en mi mejilla que intentó limpiar con su dedo—. No conocí a ningún muchacho con estrellas en los pantalones. En el circo la mayoría eran adultos. Y ha pasado alrededor de medio siglo desde el incidente.

—¿Nadie cerca de los dieciséis? —Necesitaba verificar.

—Tampoco.

—Pues él tenía un medallón, el del hombre. También sabía de los anillos de Dallas, lo que me lleva a que no vi ningún recuerdo de este chico. Y creo que él...

Estábamos lo suficientemente cerca para apreciar la manera en que su mandíbula se tensó.

—¿Tenía un medallón? —cuestionó. La forma en que pronunció las palabras me enfrió el cuerpo todavía más.

—Sí, y un ave de ojos... —Acababa de dar con otro por menor.

—¿Zara?

—Fue él. Él envió al caballo la noche en la que te conocí. Su ave también tenía los mismos ojos sanguinolentos.

Se echó para atrás y examinó alrededor. Estaría profundizando mis palabras.

—¿En qué piensas? —pregunté.

—No comprendo quién podría tener el medallón. Todo me resulta extraño. Empezando porque las sombras tampoco nos siguieron. Fueron directo hacia el pueblo. ¿Por qué?

El chico dijo que percibían la energía de quien las controlaba. Deben haber reconocido la de los anillos todo este tiempo, incluso cuando usé uno de ellos para iluminar mi recorrido por el sendero. Habrán perdido el rastro al momento en el que dejé de utilizarlos, siguiendo con su camino hasta el pueblo.

—Pero en cierta forma me alegra que hayan perseguido ese curso —continuó—. El tiempo en el que pasé a tu lado, me llevó a ver la muerte con diferentes ojos. Porque tan solo bastaba sentir tus inquietas exhalaciones y escucharte murmurar cosas mientras dormías. Y a veces también sonreíste como si algo te pareciera divertido. Era fascinante en verdad. Tu piel se erizaba cada que me acercaba demasiado y... ¿Lo comprendes? Para mí, más importante que la muerte, es la vida. Y tú eres vida, la representación de la mía ahora. No puedo perderte. No puedo permitir que se consuma. —Sus manos capturaron las mías, y continuó con amarga ironía—. Y aun siendo prácticamente inmortal, menosprecio la causa que me distancia de ti por lo que soy. Quisiera poder estar junto a ti sin importar la situación. Sería agradable.

Mis ojos se nublaron, pero me limité a respirar profundo y cerrarlos con fuerza mientras negaba.

—No... —Mi voz terminó apagándose.

—No puedo protegerte como quisiera, y ese es el principal motivo que te hizo experimentar tantas cosas desagradables. Porque cada vez que sucede algo malo, resulto ser yo quien debe huir. No puedo estar para ti cuando me necesites.

—Basta. No ha sido culpa tuya. No has hecho nada malo. —De pronto temí lo suficiente como para pensar que era una pésima idea contarle sobre la verdadera razón del extraño comportamiento que encontró en las sombras. Se supone que ocurrió debido a los artilugios atorados en mis dedos. Y ¿qué haría él si se enteraba?

Temía que se sintiera responsable si las cosas salían mal de nuevo, porque evidentemente, la mala suerte se estaba transformando en un maldito hábito y ya no teníamos idea de qué más podría empeorar. ¿Y si terminábamos siendo arrastrados al infierno juntos? De manera curiosa, eso sonaba mejor que nada.

Desplazó sus manos con delicadeza hasta mi cintura, lugar de donde me apretó contra él. En un abrazo reconfortante.

—Siento todo esto, en verdad... Me está volviendo loco.

—¿Cuándo dejarás de disculparte?

Suspiró y negó con la cabeza, manteniendo a raya la manera tan tierna con la que me sujetaba. Pero de pronto se tensó y apartó lentamente cuando Reidar saltó encima de un pequeño matorral, apareciendo de la nada, y tropezó.

Sobre el hombro de Ashton, advertí que el Reidar se quedó mirándome con la boca abierta y las manos pegadas a las rodillas, tratando de recuperar el aliento.

—¿Qué sucedió con Mikkel? —pregunté, alejándome un poco más de Ashton.

—Nos separamos a causa de la neblina, pero está bien. Me preocupaba... —Inhaló aire—, minutos después de que te fuiste, cada una de las sombras tomó su propio camino y se alejaron. Como mencionó Mikkel, actúan más raro de lo normal.

Se golpeó una de las piernas con fastidio y asintió.

No entendía a qué venía su repentino gesto, pero en cuanto la neblina empezó a dar vueltas a mi alrededor como si se tratara de un remolino, supe que acababa de concederme el permiso para introducirme en su mente.

Me maldije por haberlo visto a los ojos. Pero a causa de mi trastorno, olvidé que existía la posibilidad de entrometerme en las cabezas de los demás. Y creí que no volvería a ocurrir, pero parecía intencionado en mostrarme algo.


A través de sus ojos, contemplo hacia el medallón de la carpa grabada que mis manos sostienen.

—Lo peor que puede suceder es que algún miembro quiera ejercer por separado. Somos una familia. Trabajamos como uno solo, y eso tú lo sabes más que nadie. Has dedicado tu mejor esfuerzo.

Levanto la mirada y contemplo al padre de Ashton. Sus ojos amarillos verdosos, tan parecidos a los de su hijo, casi se perciben refulgentes tras el antifaz blanco que cubre la mitad de su rostro. Él se acomoda el corbatín rojo en espera de mi respuesta. Estoy asombrada, porque es un claro reflejo de él, pero todavía más maduro.

—No comprendo, ¿por qué me lo das a mí? —pregunto.

—Son buenas manos, permanecerán en ellas, solo ahí, estoy convencido. Pero, de todas formas, por precaución, deberás mantenerlo oculto.

La imagen se desplaza a través del tiempo, llevándome a otro lugar.

En este nuevo recuerdo, me encuentro dándole el medallón a Ellinor, quien más bien luce aturdida. Es sorprendente verla con vida después de todo lo sucedido. Todavía no puedo creer cuán parecidas somos en realidad, como si fuéramos reflejos el uno del otro en mundos paralelos. Contemplarla, se siente igual que verme a mí misma en un espejo, pero con un matiz distinto en su mirada, una chispa que refleja sus propias experiencias y desafíos.

Pronto abandono la pequeña estancia, y muy cerca de la entrada me encuentro con alguien nuevo.

—Hans —pronuncio.

Las figuras abstractas que este último ha dibujado en su cabeza afeitada llaman mi atención. Casi parecen truenos que bajan hasta su pecho desnudo y bien trabajado, fundiéndose con su piel blanca. Los pantalones apretados están rotos por todos lados, exponiendo también gran parte de sus piernas. En definitiva, parece listo para llevar a cabo una nueva presentación, porque así no es como alguien andaría por la vida, o es lo que dijo Ashton alguna vez. De todas formas, algo más... Apesta a alcohol y también le cuesta trabajo el mantenerse de pie.

—Solo seremos Ellinor y yo en el escenario. No estás en condiciones de salir, y sabes bien lo que está prohibido.

Sonríe, y todavía me mira cuando me aparto.

—No desaparezcas por tanto tiempo para dejar botado a tu... Encargo una vez más, Reidar —escupe mi nombre, enfatizando la palabra «encargo» con desdén en su voz.

Luego hay otra memoria, en la que Ellinor no deja de moverse de un lado para otro, rebuscando en cada pequeño rincón. De vez en cuando se muerde las uñas. También luce un hermoso vestido rojo que ondea bajo sus estrechas caderas en cada vuelta que ejecuta. Se recoge la melena dorada con la ayuda de un lazo bicolor, y continúa dando saltitos.

—Cariño, ¿qué es lo que te mantiene tan inquieta? —pregunto y me siento extraña.

—No puedo hacerlo, debo ir por ella.

—Calma, todo va a estar bien. —Intento tranquilizarla—. En un par de minutos entramos y de igual manera salimos, como lo hicimos siempre. Recuerda que es el último puerto. Luego, juntos la iremos a buscar.

La cortina que dirige al escenario se ondea, pero no es lo único que pone a Ellinor todavía más nerviosa, sino que también están los gritos encantados del público alabando su nombre artístico.

—Esta vez tengo el presentimiento de que será diferente. Además, no solo haberla dejado es lo que me tiene preocupada. Sabes que también necesito de la caja. Es importante, y después de lo que ocurrió ayer con la carpa de indumentaria... El incendio... —Su rostro se torna pálido—. Creo que la perdí. A ambas.

—¿Hablas de la caja musical que el maestro de ceremonia te obsequió?

—Sí, su melodía me ayuda a calmar los nervios poco antes de cada presentación. Fue por eso que me la dio. Es especial. Toca la música de nuestro circo. La canción en sí hace que las emociones se fortalezcan o apacigüen, de acuerdo con cómo te sientes. Al principio fue aterradora, pero una vez que se ablandan y las aceptas, todo cambia.

—Pensaba que fui la causa por la cual se apaciguaron.

—Claro que sí, porque me enamoré de ti. Pero es que también me acostumbré a tenerla. Y ahora la necesito más.

Me acerco.

—Ya verás que todo saldrá bien. —Aprieto sus manos y beso sus nudillos. La incomodidad me atormenta cada vez que hago algo así, y ya entendí que no lo puedo controlar.

—No quiero cometer otro error —susurra ella—. Suficiente tuve con haberla dejado. Ahora también perdí la caja y...

—Lo haremos bien, ¿de acuerdo?

Mikkel, y Mango sentado sobre su cabeza, salen por la cortina, disfrazados de gondoleros. La música del circo se reproduce; es de corte característico y alegre. Las liras trinan junto a la fuerza de las trompetas, el poder grave de las tubas y los trombones, y el brillo marcial de los redoblantes, componen la melodía característica de un astro, de Stjerne Circus.

Otro salto en el tiempo, y nos encontramos pendiendo de las escaleras, trepando cada cual por su lado hasta la cima de las plataformas independientes.

Los nervios me invaden, porque ya conozco el final de esta historia. Lo viví desde otra perspectiva.

Las luces se apagan, y los columpios resplandecen casi tanto como los reflectores apuntan en nuestra dirección.

Ellinor está ahí, de pie, al otro lado del abismo, esforzándose en conservar la calma.

«¡Sirio!... ¡Sirio!...». Su nombre artístico se levanta, aun por sobre el mío.

La gente entusiasmada aclama hasta que de pronto el silencio llega.

Aferro mis manos al trapecio y me impulso hacia adelante. Respiro con brío al dar la primera voltereta en el aire y alcanzar el siguiente. Luego, con la misma meticulosidad, regreso al columpio inicial, dejando uno de los trapecios moviéndose de adelante hacia atrás.

Estoy mareada, seguramente Reidar no lo sienta así, pero es el turno de Ellinor.

Permanezco colgada boca abajo, con la mirada siempre en ella, por suerte. Sin embargo, está en trance, y cuando parece que no saltará, lo hace. Es la señal para que yo haga lo mismo y ambos cambiemos de trapecios. Así que me suelto.

Doy una, dos, tres vueltas y poco antes de alcanzar el columpio, todo se oscurece.

Las luces acaban de apagarse y eso no formaba parte del acto. Alarmados, mis dedos alcanzan a rozar su trapecio, y tan solo hacen eso. Poco después el vacío se precipita a ciegas, insoportable a la vez que inquietante, porque Ellinor también se había soltado.

Dentro de los siguientes minutos, entre el silencio de un público que ignora lo que está pasando en realidad, resuena un golpe insoportable. Pero también se suma el sonido de una fractura, como si quebraran un tronco a la mitad.

No puedo contener el alarido de dolor que siento en la rodilla después de haber caído mal sobre la red de seguridad. La pierna se enterró y dobló hacia el lado contrario.

Agonizante me dejo caer de espaldas, pero a pesar del terrible dolor, me arrastro como puedo y busco a través de la distancia que cubre la red.

Ella no está.

—Ellinor... —Mi voz flaquea al advertir el bulto inmóvil

sobre el suelo y las luces de repente se encienden.

Mis ojos contemplan sin hacerlo en realidad. El dolor físico casi ha desaparecido por completo. Todo parece disfuncional, estático, renegado y descompuesto en su totalidad. Me doy cuenta de que, de alguna forma, también busco algo en concreto, y eso es la causa, el motivo...

No escucho nada más que mis tímpanos silbando con fuerza. El público luce aterrado, el par de trapecios todavía se mesen como espectros sobre mí, y junto al escenario, Hans, con la cabeza invadida por esos rayos rojos que se advierten fosforescentes desde mi posición.

Como el mismo demonio, aquel hombre observa la escena sin expresión alguna. Siento la rabia apoderarse de mi sistema al notar que tiene la mano puesta en el interruptor dentro de la caja de fusibles.


Estaba temblando cuando volví a mis sentidos, pero había logrado mantenerme de pie mientras invadí su memoria, seguramente porque todos los anillos estaban juntos en esta ocasión.

Por otro lado, Ashton me reveló que fueron tres los trapecistas que formaron el grupo: Ellinor, la más adorada por todos; luego estaba yo, Reidar; y por último, la sombra, aquella entidad sin rostro que, gracias a los recuerdos que compartió conmigo, adquirió una identidad clara en mi mente.

La sombra al parecer se llamaba Hans, y además de ocasionar la muerte de Ellinor, también fue quien vertió alcohol en la carpa de indumentaria y le arrebató la vida a Ashton.

—Zara, ¿qué sucede? —Estaba entre sus brazos cuando una lágrima se aventuró por mi rostro, pero no pude apartar la mirada de Reidar.

—Siento que te hayas visto obligada a revivir mi dolor —se disculpó el hombre.

—Él lo hizo. —Me costó trabajo decirlo—. Hans es la sombra, y Ellinor...

—Vio cuando el maestro de ceremonia me entregó el medallón, y por envidia, le arrebató la vida. Hans y yo estuvimos enamorados de la misma chica, pero ella también me eligió. Es incuestionable que no confíes en nadie, y no te culpo. De todos modos, creí que sería mejor si lo veías por ti misma. Sé quién eres. —Su voz se suavizó, y en sus ojos cafés pude percibir cierta tristeza que hasta ese momento me había pasado desapercibida. Sus palabras resonaron en mi mente, dejándome con más preguntas que respuestas, pero también con un atisbo de comprensión hacia su complicada situación. Era evidente que había pasado por experiencias difíciles y que, de alguna manera, se sentía conectado conmigo, con nuestra similitud y el misterio que nos envolvía.

—Zara —respondí, y él sonrió al tiempo que negaba con la cabeza. Su gesto parecía mezclar incredulidad y cierta melancolía, como si estuviera recordando algo que ya no podía tener de vuelta.


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¿Se imaginan todo lo que Reidar tuvo que vivir? 🤧


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