Capítulo 26



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CAPÍTULO 26

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—¿Qué? —rechacé la idea por completo, pero la vida no parecía contenta con mi existencia, pues al cabo de un instante me vi en la urgencia de aferrarme de su brazo porque todo empezó a dar vueltas.

No me gustaba esta sensación. Era la misma que me arrastraba para ver trágicos recuerdos.

—Zara... Estás usando un anillo. Creo que lo haces de manera inconsciente y es por eso que te sientes tan mal. Zara. ¿Puedes oírme?

Ya era tarde. No podía hablar y todo se desvaneció, introduciéndome, una vez más, en un remolino difuso.


Dentro del nuevo lugar, el silencio se percibe inaguantable, pero también puedo sentir un pesar tremendo. La cortina cerca del sitio en el que me encuentro sentada se descorre con fuerza, golpeándose contra el cimiento y originando un estruendo similar a dejar caer un costal de arena en el suelo. 

Me encuentro en el interior de lo que parece ser una carpa pequeña, cuyas paredes son sintéticas y de color rojo y blanco alternado, al igual que una piruleta, el obsequio, y la carpa principal del circo.

—¿Cómo puedes estar durmiendo en un momento como este? —Reidar se aproxima. Está furioso. Luce tal y como ese poster de Canopus que encontré en el contenedor del ferrocarril. Pero de repente se detiene—. Lo siento, no quise gritarte. Es solo que...

Se sienta en el suelo, junto a mí.

—No hay nada que pueda hacer —manifiesto, observando hacia el conjunto de pinos de boliche apilados sobre una mesa. Junto a todos ellos, en el suelo y arrimados al material sintético, también descansan dos monociclos.

—Claro que existe algo. Porque lo sabes... Tú sabes quién lo hizo. ¿Pero por qué no haces nada?

—Porque ya todo se está desmoronando. Todo se fue al demonio.

—No, todavía no. Eres tan solo tú, derrumbándote junto con todo lo demás. —Hace una pausa—. Era Ellinor. ¡Era tu hija y tan solo la dejaste morir! —El coraje apremia su intención en marcharse de la misma forma en que llegó.


Un nuevo remolino bicolor se deshizo de todo alrededor, y tan pronto, me encontré en un sitio diferente.

Estaba de regreso en el ático, sentada en el suelo y con la cabeza apoyada en el hombro de Ashton. Como adormecida.

Por lo menos el mareo desapareció, pero había algo más. Mi mano derecha estaba entumecida, y al dirigir la mirada hacia ese mismo lugar, descubrí que mis dedos ahora lucían un total de cinco anillos plateados y toscos.

Aferrándose a mí, todos poseían grabados idénticos de zetas en diversas posturas. Cada piedra preciosa tenía una forma única. En el pulgar, una parecía un diamante azul marino; en el índice, una pequeña joya semejante a un agujero negro en el espacio; luego, un óvalo blanco; y finalmente, una piedra de color anaranjado que parecía más una cúpula de mármol.

—Un segundo después de que dejaste de escucharme, de forma automática se trasladaron a tus dedos. ¿Puedes ponerte de pie? —preguntó Ashton en voz baja.

Asentí y me ayudó a llegar hasta el sofá, recorrido que me llevó a reparar en Mikkel, junto a la mesa, machacando hierbas con la ayuda de un molcajete.

Esperaba que no me diera más de eso.

—¿Qué fue lo que viste? —me preguntó el hombre y confundida lo miré—. Esos artilugios son terriblemente invasivos, los conozco.

—¿A qué se refiere?

—Gracias al anillo de color turquesa, puedes revivir cualquier experiencia, vivencia, sueños, o incluso encontrar algo importante en la mente de aquellos a quienes miraste a los ojos por última vez. Y en este caso, fueron los míos. Te has saltado todo el proceso hasta el tercer anillo, sin antes haber pasado por los dos primeros, y por eso acabaste inconsciente.

—Imposible —exhalé y su entrecejo se marcó por una profunda arruga—. Quiero decir, en el gimnasio, miré a los ojos al titiritero, pero lo que vi en su mente... Pude presenciar la muerte de Ashton.

—Dallas no estuvo presente cuando eso ocurrió —respondió cortante.

—¿Conoce al titiritero?

Mikkel tomó asiento en una silla para poder llevar a cabo su trabajo de mejor manera.

—No lo conozco, supe de él porque tenía la misma edad que... —Se quedó a medias y contempló todo alrededor, en busca de Ashton seguramente—. Como sea, también tenía diecinueve años y estaba a punto de heredar los artilugios de su padre. Es una lástima que muriera de esa manera. Era un titiritero habilidoso.

Me invadió la sorpresa al comprobar que Dallas estaba muerto ahora.

A mis espaldas escuché que Ashton inhaló con dificultad, y era fácil deducir la razón: él no corrió con la suerte de heredar los medallones de su padre. La muerte le arrebató todo en un abrir y cerrar de ojos, aunque intentaba ser fuerte.

—Es una maldición —expuso Mikkel—. Los medallones separados... No fue hasta que Reidar entró gritando que se habían llevado uno de ellos que todo empezó a salirse de control.

—Ashton me dijo que vio a su padre entregarle un medallón a Reidar.

—Después alguien se lo llevó tan lejos del circo como le fue posible y desató la maldición, es decir, todo sobre las sombras. Y, por lo que aseguras, Reidar no pudo ser el causante. Apenas había fallecido Ellinor y se la pasaba molestándome porque no hice nada más que sentarme a mirar. No fueron sus mejores días ni tampoco los de nadie. —Hizo girar la silla en círculo sobre una pata—. Ahora, no nos queda más que seguir formando parte de una función que nadie puede, ni tampoco volverá a presenciar. Sabemos lo que nos espera en la otra vida: las sombras. Ashton ha sido fuerte al conservarse durante tanto tiempo.

—¿Sabía quién acabó con la vida de Ellinor? —pregunté y Mikkel detuvo su jugueteo con brusquedad, devolviendo la silla a su posición normal.

—No lo sabía —amonestó irreverente—. ¿Crees que, si tuviera todas las respuestas, seguiríamos varados aquí?

La ira en forma de chispa encendió mi mal humor, y mi paciencia trémula y pusilánime se escabulló bajo la mesa como un perro con la cola entre las patas.

¿Por qué era tan grosero? Tenía gran parecido a su hija fallecida, y estaba bien, pero no hice nada para que se comportara de esa manera.

—Sabía quién mató a Ellinor, ¿no es así? —reincidí.

Su cara se retorció por el enfado cuando dijo:

—Deberías aprender a controlar lo que haces con esos anillos, caso contrario, estarás saltando en cada cabeza que se te cruce por el frente. Debes empezar por el principio, niña. Por el primero.

—No es que yo lo hubiera pedido, tampoco es que me llegaran con un manual de uso —refunfuñé.

Él se levantó de la silla y respiró como un toro furioso. Rodeó la mesa mientras encendía un cigarro puro que desenterró de alguna parte de sus viejos y arrugados pantalones, le dio una calada, hasta que finalmente se detuvo junto a la trampilla y la abrió con el pie. Ashton saltó de su lugar cuando el potente rayo de una luz blanquecina se coló, marcando un rectángulo alargado en gran parte del techo que duró un par de segundos.

Mikkel empezó a bajar, pero antes de desaparecer por completo, se detuvo. Su mano golpeó el suelo dos veces y Mango salió de la nada, se trepó en su brazo y la puertecilla se cerró detrás de ambos.

—¿Cuál es su maldito problema? —increpé.

—Los dos tienen el mismo carácter explosivo —precisó Ashton.

—Oh, vaya, eso significa que tendremos que llevar chalecos a prueba de explosiones cuando estemos juntos.

Negó con la cabeza al tiempo que, desde el piso inferior, un estruendo se asemejó a derrumbar un muro con un inmenso martillo. El ático se sacudió, y los chillidos surgieron entre la queja producida por los cimientos al temblar.

—Ese fue Mango —indiqué. Apenas fui consciente del momento en el que me encontraba de rodillas, abriendo la trampilla.

—¿Qué haces? —Ashton me detuvo.

—No me quedaré aquí esperando a que todo se desplome sobre nosotros, si existe esa posibilidad —dije con determinación. Asomé la mirada y, para mi sorpresa, nos encontrábamos encima del faro.

Detrás de Port Fallen, no había más que algunas colinas y densos bosques. Todos los puertos se encontraban al ras del lago y cada uno tenía un faro que se alzaba desde lo alto de algún risco. Sin embargo, eran distintos a los típicos costeros. Tenían el gran parecido a lámparas gigantescas, señales fijas que se encendían de forma automática cada noche.

Sabía bien en qué lugar se encontraba el nuestro. Un sendero se entrelazaba con la arboleda que rodeaba el colegio, y este conducía a un desfiladero donde se alzaba el vetusto faro. Hasta ese momento, nunca supe de nadie interesado en visitar este lugar.

Para haber logrado recorrer todo el camino conmigo como si fuera un peso muerto, Mikkel debía esconder un estado físico envidiable bajo su gran masa corporal.

La luz completó una vuelta en forma radial y, durante breves instantes, me cegó al dar de lleno en mi rostro. Era tan intensa que iluminó todo el piso de abajo.

Unida a la trampilla, había una escalerilla de mano que conducía a una rampa y luego se conectaba con el inicio de una escalera de piedra. La oscuridad se extendía justo más allá de ese punto.

—La luz está en la mitad de dos plantas —aseguré— Podemos encontrarnos en la siguiente.

Ashton estuvo de acuerdo con la idea y comencé a descender por las escalerillas. Traté de proteger mis ojos del intenso resplandor y aceleré el paso al bajar por la rampa, ya que el calor era insoportable. Aunque la luz no era amarilla, sentía cómo quemaba mis espaldas.

Llegué a la escalera de piedra que continuaba en espiral hacia abajo, pero detuve mi avance. Frente a mí, los peldaños desaparecieron, dejando un gran vacío y luego continuaban su recorrido. Ese debió ser el estruendo que escuchamos desde el ático, pero no había rastro de Mikkel o Mango.

Miré con temor hacia el abismo que parecía no tener fin, como si estuviera conectado con el mismísimo infierno. No me atreví a asomarme para ver qué tan profundo era. Imaginar que podrían ser alrededor de cinco o seis pisos me causó vértigo, así que retrocedí hasta apoyarme en la pared, deseando poder fusionarme con ella.

Lo bueno era que no había ventanas o ninguna otra fuente de luz que pudiera poner en peligro a Ashton. El único resplandor se concentraba en el lugar que dejamos atrás, y terminaba donde estábamos ahora.

—Zara, ¿estás ahí?

Pasé saliva poco antes de contestar bajito:

—Sí. —Creo que empezaba a faltarme el aire, sobre todo porque ahora la escalera me parecía estrecha.

—No puedo alcanzarte hasta allá —anunció—, debes saltar.

—¿Saltar? —Sin alejarme de la pared, estiré el brazo y alcancé a sujetarme del pasamanos de metal con firmeza. Luego, respiré profundo.

«Fuerza de voluntad. Uno mismo es su propio obstáculo». Eso fue lo que recitó la entrenadora en alguna de sus clases de gimnasia, cuando trepábamos una cuerda atada al techo. Se trataba de una frase que me marcó. A partir de entonces, la evocaba cada vez que algo requería de todo mi esfuerzo.

—Mantendré los brazos extendidos. Te atraparé.

—Seguro que sí.

Él dijo que se aferraría a mí.

Alentada por sus palabras, me acerqué al pasamanos lo suficiente para alcanzar a ver los cascajos de la escalera en el fondo del todo.

Ahora estaba temblando, pues, como imaginé, la altura era abismal.

El faro se elevaba de forma majestuosa. Su cilindro abarcaba desde lo alto hasta el suelo. Ashton estaba bastante lejos de mí, justo a media circunferencia de distancia, donde los peldaños continuaban, adentrándose en la oscuridad.

Nunca me sentí tan limitada con respecto a él como en este instante. Era todo un desafío moverme a causa del miedo. Los peldaños parecían una fina hilera inestable.

Del espacio que tuvo la mala suerte de ceder, todavía se desprendía material rocoso que, tras alcanzar el suelo, el eco del faro devolvía el sonido multiplicado.

—No mires abajo, tan solo mírame a mí. —Ashton continuó animándome.

Mis dedos aprisionaban el pasamanos con fuerza mientras pasaba las piernas hacia el otro lado y lo miré todo el tiempo. Ashton tenía los brazos extendidos de verdad.

Mis pulmones se negaron a respirar mientras la angustia se apoderaba de mí. Sin pensarlo dos veces, me lancé al vacío con el estómago revuelto. Justo en ese instante, una sombra surgió de la nada y se abalanzó a gran velocidad, llevándose a Ashton en su enigmático abrazo. Lo vi desaparecer tras el muro, y la sombra lo golpeó con fuerza, luego chocó con la escalera y derribó más peldaños. Era como si estuviera hecha de una masa mal moldeada, deformada y espeluznante.

Todo giró a mi alrededor y, de repente, me encontré boca abajo, mirando hacia el techo. Mis vaqueros habían salvado mi vida al engancharse en un brazo de metal del pasamanos, pero no podía respirar con alivio, todo temblaba, incluyéndome a mí. Estaba pendiendo de un par de hilos.

La sombra se impulsó desde donde la vi por última vez, volando hacia el muro de enfrente y derribando los peldaños de los que yo colgaba.

Mientras caíamos, creí escuchar la voz de Ashton justo antes de que la sombra se abalanzara sobre mí, tomando la forma de un hombre. Pude distinguir su boca, nariz y ojos, como si fueran esculpidos en piedra negra.

Por un instante, esa mirada espeluznante se mantuvo clara en mi mente, pero luego el torbellino me envolvió, llevándome dentro de otro recuerdo.


Esta vez las memorias son borrosas, oscuras, y dan pequeños saltos en el tiempo, como si fuera la cinta de alguna película antigua de terror. 

En una de ellas, consigo reconocer la carpa de indumentaria poco antes de frenar en la entrada. Luego escucho un murmullo y corro a esconderme en su interior, detrás de un montículo de lo que parecen ser algunas bolsas.

Esto debe haber ocurrido antes de que se incendiara, es en lo único que puedo pensar.

El padre de Ashton entra en compañía de Reidar, juntos caminan mientras el primero le entrega el medallón a ese último. Poco después, encuentro la manera de escapar de la carpa sin ser vista y sin la necesidad de usar la entrada principal.

Ashton dijo que había presenciado la misma escena, pero puedo estar segura de que estos recuerdos no le pertenecen.

Todo se desvanece alrededor, y cuando nuevas imágenes se reconstruyen frente a mis ojos, otro recuerdo me sitúa durante la noche. Me siento mareada, y el olor del alcohol viaja hasta mi nariz mientras lo cubro todo con esa misma sustancia. 

Pronto, tras una leve chispa, la carpa de indumentaria empieza a quemarse.

Tambaleante, escapo como puedo. Pero a mitad de mi huida, paso junto a un cuerpo que permanece inconsciente en el suelo, a metros del sitio del que acabo de huir. Viste parecido a Ashton, pero su figura es la de alguien más grande en edad.

Aunque mi mente exclama para que me detenga y lo ayude, mi cuerpo no cede a sus órdenes.

De nuevo, otro salto hacia la siguiente memoria. Esta vez me encuentro encerrada en una habitación entre penumbras, hay botellas de licor por todas partes, incluso acerco una a mis labios para beber un sorbo y todo en mi interior arde simultáneamente.

Dentro del próximo recuerdo, estoy escapando. Me duele el pecho y mis piernas no dejan de avanzar con rapidez en medio del bosque.

Contemplo hacia mis manos por alguna razón. En ellas, sostengo el medallón con un primate grabado.

—No hay vuelta atrás. —Me escucho decir—. Yo causé que las luces se apagaran. Maté a Ellinor.

Las luces titilan y se apagan, en un juego de sombreados que se entrelazan con mi carcajada nerviosa.


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¿Cómo que las sombras tienen recuerdos? 😦


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