Capítulo 24
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CAPÍTULO 24
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No le concedí suficiente tiempo a mi mente para que terminara de procesar la información y comencé a forzar el anillo, pero no me lo pude quitar. En cuestión de poco tiempo me desesperé, y la presión tan solo hizo que la mano me doliera más.
—Está atorado.
¿Por qué yo? ¿Por qué de pronto empezaron a darme toda clase de objetos mágicos?
—Es el mismo —aseveró—. Cada circo tiene su magia otorgada por algún artilugio. Este es uno de los suyos. Así como existen los medallones, están los anillos, dijes, brazaletes, zarcillos... Objetos fáciles de llevar con uno.
En la feria, cuando desperté en esa bodega, al ver al titiritero mover los dedos como si tocara una melodía fantasma, portaba unos anillos idénticos a este.
—No quiero lidiar con más artilugios y circos mágicos. Apenas si puedo olvidar durante un instante que mi familia y Thomas están... —No terminé. Mi voz se quebró y sentí un nudo en la garganta.
—No es tan fácil.
—Lo sé.
—Me refiero a que no te convertirás en responsable de él por recibir uno de sus anillos. Es imprescindible que su dueño te otorgue todos al mismo tiempo y en su presencia. De ser el caso, cada uno te permitirá hacer cosas increíbles, pero necesitarán interactuar entre sí como un proceso cohesionado, de otro modo sería un desastre.
Miré el anillo, y luego su rostro.
»A fin de explicártelo de mejor manera, tomaré de ejemplo los medallones. Cada uno te permite realizar cosas increíbles, pero necesitas de los tres juntos como un proceso para que funcionen de manera correcta. Este que llevas tiene grabada una carpa, te permitirá moldear escenarios y mover objetos. El segundo, con la figura de un hombre, fortalecerá las habilidades de cada miembro del circo. En cuanto al último, con un primate grabado... Teníamos animales, pero eran meros hologramas controlados por magia.
—No estoy entendiendo el punto.
—En representación de Mikkel, imagina que tiene un objeto delante de él; una lámpara de gas. Gracias al medallón de la carpa, podrá levantarla sin necesidad de tocarla, y con el de la figura de un hombre, le otorgará la apariencia de un animal envuelto en llamas. Luego, utilizando el del primate, lo controlará para hacerlo volar. Así se emplearían los tres medallones de forma ordenada y coordinada.
—Entonces, el caballo de la otra noche...
—Alguien debió crearlo —apresuró—. No era una sombra.
—¿Cuál medallón piensas que pudo utilizar?
—El del primate para elaborarlo. Por eso estaba fuera de control. Se saltó todos los pasos a priori. Los artilugios generan efectos secundarios al ser empleados de forma individual, además de la maldición de las sombras.
—¿Qué sucede con la escena de Mikkel hace un momento? Se supone que el medallón con la figura del hombre refuerza tu habilidad. La suya era controlar el fuego, ¿no es así?
—Sí, pero lo que viste fue apenas una muestra mínima de lo que hubiera sido capaz de hacer de haber portado el medallón del hombre.
—Esto nos lleva a que hay algún otro integrante vivo del que no tenemos idea. —Levanté una ceja, deseando que lo admitiera de una buena vez. Ese par de ancianos no parecían ser tan malos.
—Puede ser. Pero tampoco podemos olvidar que papá le confió un medallón a Reidar, y mira todo lo que sucedió.
—También quiero preguntarle eso a él. —Antes de que volviera a remarcar su desconfianza hacia los integrantes del circo, decidí cambiar de tema—. ¿Qué es lo que hace este anillo?
—El titiritero tiene su colección, no sé cuántos posee ni cuál de ellos produce qué efecto específico. Sin embargo, tengo conocimiento de que alguno puede manipular, otro hipnotiza, y otro se adentra en las mentes, explorando las memorias más preciadas y en las profundidades de los sueños, ya que sabe que ahí residen los reflejos del alma y los deseos más ocultos. Cada anillo funciona en una secuencia de procesos ordenada. Lo que desconozco son los efectos secundarios que podrían generarse si se utilizan por separado. Lo mismo ocurre con los medallones; al usar el de la carpa, por ejemplo, no me permite levantar a seres vivos durante mucho tiempo, lo que sugiere que cada uno conlleva sus propias limitaciones y consecuencias particulares.
A través de una pequeña ventana alcancé a ver la espesa cortina de niebla que avanzaba sobre el agua.
La avalancha de información era abrumadora, pero comprendía que todo estaba interconectado mediante una lógica causa y efecto. Ningún artilugio podía ser utilizado de manera aislada; los medallones debían estar juntos, al igual que los anillos. Cada conjunto funcionaba como un proceso secuencial bien definido, en perfecta armonía.
—Dime lo que piensas de todo esto —habló.
—Creo que este anillo podría ayudarnos, pero con eso de los efectos secundarios no estoy del todo segura.
—No puedes utilizarlo.
—La magia en los cuentos no es tan complicada.
—Eso se debe a que la vida real no es una historia inventada, Zara. —Se rio.
—Pero hay que tomar riesgos —murmuré. Es lo que habría dicho Vincent, y apostaba que los gemelos, en mi lugar, estarían encantados de contribuir con Ashton—. Entonces, ¿puedes quitármelo con la ayuda del medallón?
Palpé el bolsillo de mi sudadera, tan solo para comprobar que el artilugio seguía ahí.
—Lo intenté hace un momento, pero me rechaza. Esperemos no tener que recurrir al titiritero por su ayuda. Tampoco me gustaría presentarme en su feria entre penumbras para correr con la suerte de tal vez no encontrarlo.
—Pero ¿por qué dármelo?
—Yo tampoco entiendo —confesó y carraspeé—. ¿Te duele?
—No, a menos que haga puño. Podré encargarme de las astillas por la mañana, cuando salga el sol.
—Bien —suspiró y volvió a caminar hacia mis espaldas.
Me encontraba agotada, y el banquillo resultaba cada vez menos cómodo tras varios minutos de estar sentada en él.
Decidí que el suelo sería una opción mejor, así que opté por el lugar donde las redes de pesca se entremezclaban. Parecía más cómodo y acogedor en ese sitio.
Justo antes de sentarme, las redes se extendieron y se acomodaron formando una especie de colchón improvisado.
—Necesitas descansar.
—Gracias. —Tomé asiento y usé una caja de espaldar. Esperaba, por lo menos, ser capaz de dormir tan solo un poco, pero tenía demasiado en la cabeza.
Ashton se incorporó junto a mí al cabo de algunos minutos, y dio dos palmadas sobre su muslo.
—Ven aquí. —Estiró el brazo para alcanzarme y me tensé cuando mi mejilla se pegó a su pecho—. Te has esforzado demasiado.
No me quejé, ni tampoco busqué distanciarme. Ciertamente, él era más cómodo que cualquier caja de madera.
Me acurruqué de mejor manera y él me rodeó con sus brazos.
—Puede que sea frío, pero te ayudaré a mantener el calor. —Las redes para pesca se doblaron sobre mis piernas—. Y esto... —añadió, tomando mi mano sana y entrelazando sus dedos contra los míos—. Aguarda un par de minutos, y verás que tu calor se transmite a mi cuerpo. Entonces ya no estaré tan frío.
Le hacía ilusión, así que le dejé ser. Ni siquiera pregunté cómo fue que lo descubrió, aunque de pronto me sentí nerviosa por mantener nuestras manos de esa manera.
Cerré los ojos para alejar los malos pensamientos e intenté relajarme, pero era imposible. También estaba ese corazón suyo y su manera de funcionar tan particular, y el mío que galopaba veloz en comparación.
Recordé su confesión respecto a eso, y mejor acomodé la cabeza sobre su hombro.
Más tarde se sumó el hecho de que sus dedos se enredaron en un mechón de mi cabello, acariciando o jugueteando, no me atreví a comprobarlo.
—No quiero exponerte a experimentar el dolor de la pérdida —susurró. Su voz casi parecía una melodía. Pensaría que estaba dormida—. Sé que hay muchas cosas que no te dije antes, pero, así mismo, hay algo en especial que debo redimir. No te ocultaré nada más, empezando por lo más importante.
Con delicadeza, la punta de mi nariz recibió el suave y helado contacto de una caricia. Al despegar los ojos tan solo un poco, verifiqué que se trató de sus labios. Pero como una cobarde volví a cerrar los párpados y ahí me quedé, con la respiración entrecortada y un pinchazo en el pecho.
Al distanciarse después de un rato, me vi sumida en una montaña rusa de emociones. Sentía un leve mareo pero también entusiasmo. No podía mover ni un solo músculo, mientras un cosquilleo juguetón revoloteaba en la boca del estómago.
—Curiosa —me dijo—, te vi abrir los ojos. —Avergonzada y sin atreverme a decir nada, decidí volver al lugar en su pecho. Ese que ahora me pareció un escondite perfecto—. Pero el sorprendido a menudo resulto ser yo. Creí que me golpearías.
Tenía razón. Habría sido un reflejo normal en mí, pero no lo hice.
Abrí los ojos, y la primera imagen que capturé fue la de nuestros dedos todavía entrelazados.
—Me acabas de besar en la nariz —recalqué lo obvio.
—Me declaro culpable. —Llevó mi mano hasta sus labios—. Pero tú lo dijiste, hay que tomar riesgos, ¿verdad? —Depositó otro beso en ese lugar, y tenía razón cuando confesó que mantener contacto conmigo entibiaba su piel. Sus labios ya no eran de hielo.
En ese momento, pasaron por mi mente tantas cosas que podría decirle, todas negativas y un poco crueles. Sin embargo, no las pronuncié porque en realidad no estaba molesta, sino más bien sorprendida de que se hubiera tomado el atrevimiento de hacerlo. Pero lo que más me desconcertó fue que tampoco me disgustara del todo.
Quizá estaba alterada por lo que había sucedido en tan poco tiempo. La desdicha me invadía con solo volver a pensar en mi familia y en Thomas. Y ahora, Ashton estaba a punto de convertirse en alguien que, tal vez, tampoco quisiera perder. No me gustaba esa idea. ¿Qué podría hacer si él, en comparación, corría un peligro mayor? Mi familia y Thomas al menos tenían la oportunidad de regresar, pero ¿qué sería de Ashton si, debido a un descuido, fuera golpeado por la luz? No volvería a encontrarlo.
No podía visualizar un futuro claro sin considerar la posibilidad de que al final desapareciera.
Aunque no lo aparentara, yo era débil, y de pronto tampoco me apetecía tener que escoger entre mi familia o Ashton.
A la mañana siguiente, no tenía ganas de abrir los ojos; sin embargo, el resplandor insistente me obligó a despegar los párpados.
Eché un vistazo alrededor, y el reflejo del sol en una lámina de metal colgada de la pared me cegó por un instante.
Froté mis ojos, y el dolor en mi mano lastimada me sacó de la ensoñación.
Creí que no podría dormir, pero aunque lo intenté con entusiasmo, no pude recordar el momento exacto en que perdí la consciencia.
El sol había salido y Ashton ya no estaba. Me encontraba enredada entre un montón de redes de pesca, incapaz de mover las piernas. Pataleé para liberarme y me puse de pie. Salí de la caseta después de cerrar la puerta con seguro, caminé hasta la orilla del muelle y me incliné sobre el lago.
Mi reflejo en él era desaliñado. Tenía el cabello desordenado y los ojos holgazanes.
Introduje las manos en el agua helada y observé mis dedos moverse con lentitud. Entonces, mi atención se posó en el anillo que llevaba en el pulgar. El aro era de plata, y la piedra de un intenso color turquesa. También se presentaron los recuerdos del día anterior, desfilando en mi mente como en una pasarela, y deteniéndose en el momento del beso. Salpiqué agua en mi cara, tratando de evadir esas imágenes intrusivas.
Ahora, mi corazón palpitaba como un loco.
Me apresuré a domar mi cabello lo mejor que pude y sequé mi cara con la manga gris de mi sudadera. Repasé mentalmente el plan que llevaría a cabo para solucionar el asunto de las astillas en mi mano. Aunque no creía que se infectaran, resultaban molestas. Se me ocurrió fingir que asistiría a clases, y esperaba que eso no representara un problema después de lo que sucedió con Natale.
De camino al colegio, a pesar de mis esfuerzos, no podía dejar de reproducir en mi mente una y otra vez aquel beso. Era como un bucle infinito que se repetía sin cesar. Además, fue innecesario porque llegó acompañado del recuerdo doloroso de lo que sucedió con mi familia y Thomas. No me podía permitir el lujo de sumergirme en mis sentimientos hacia ese chico, cuando todo lo demás estaba tan mal. Además, tenía que recordarme que era un fantasma.
Al llegar, me llevé la indiscutible sorpresa de no encontrar autobuses escolares ni tampoco la cantidad usual de estudiantes.
Atravesé la entrada, y arrastrando los pies, con miedo, me desplacé a través del pasillo.
Después de echar un vistazo a un par de salones, comprobé que en su gran mayoría permanecían vacíos. Los pocos estudiantes que encontré cerca de los casilleros, algunos acompañados por sus padres, me observaron de soslayo mientras murmuraban en voz baja, quizá hablando de lo ocurrido con Natale. La advertencia que me dejó Thomas con respecto al tema me llevó a esa conclusión.
Pero yo tan solo estaba de paso. No tenía ninguna intención de asistir a clases o provocar a la entrenadora.
Me apresuré al caminar, y me detuve detrás del grupo de personas que, con angustia, inspeccionaban la cartelera de información.
Cuando se abrió un hueco, me acerqué para echar un vistazo.
Las clases quedan suspendidas debido a los inesperados acontecimientos. Aquellos que tengan que reportar algún desaparecido, por favor, acérquense a la oficina del director. Hasta nuevo aviso, se le ordena a los alumnos que permanezcan en sus respectivos hogares o, en caso de urgencia, con algún familiar o conocido.
Dir. Lars Gustavsson.
Era un aviso, y no había necesidad de explicar más. Muchos asistieron a la feria, por lo que mi familia no era la única atrapada. Siendo un pueblo pequeño, el colegio parecía desértico. Lo que me sorprendía era que todavía no hubieran encontrado la feria, pero Thomas dijo que la policía también estaría presente.
La situación era un gran problema. El caos empezaba a desatarse.
Me dirigí al departamento médico. Golpeé los nudillos contra la puerta y, por suerte, no tuve que esperar demasiado.
—Adelante —dijo la doctora, cediéndome el paso—. ¿Qué ocurrió?
—¿Podría sacarlas, por favor? —le pedí, mostrándole mi mano mientras tomaba asiento en una camilla.
Sus ojos me miraron con horror, aunque no me parecía que fuera algo por lo que exagerar. De haber podido, yo sola las habría extraído, pero precisamente por la falta de esas pinzas que ella tenía, ni siquiera intenté hacerlo.
—Necesito que te quites el anillo —solicitó.
—Lo siento, no puedo.
Hasta ese preciso momento duró su actitud normal hacia mí. Su cara se torció, y yo preferí mirar la puerta.
—No es que corras el riesgo de infectarte, pero te la vendaré. Solo por si acaso —dijo, se levantó de la silla y buscó el nuevo material. La observé de reojo mientras la puerta se abría un poco. Me concentré en la abertura con mayor detenimiento. Nadie entró, pero alguien se alejó por el pasillo: Thomas.
Era inconfundible.
De un salto me bajé de la camilla y aproveché el descuido de la doctora para escabullirme.
Salí al pasillo, y con el corazón acelerado, perseguí sus pasos tan rápido como pude, pero hubo veces en las que lo perdí de vista, sobre todo cuando giraba alguna esquina. Luego, ya no volví a verlo.
Me preguntaba si habría sido a causa de mi imaginación, cuando de repente "Where Is My Mind" de Placebo empezó a sonar. Era mi canción favorita y, por desgracia, también el tono de mi teléfono celular. Contribuía con una impresión tétrica al ambiente desolado.
Me acerqué a la puerta doble del gimnasio y la empujé para asomarme. Desde ese lugar provenía el sonido. En el centro, estaban colgadas telas blancas de acetato, dispuestas para acrobacias. Todas rozaban el suelo y permanecían muy juntas, creando un ambiente enigmático y fascinante.
El tono del teléfono volvió a repetirse.
Avancé con cuidado, solo hasta la línea de la cancha de baloncesto marcada en el suelo. No podía ver nada, pero sabía que mi teléfono yacía entre todas ellas.
Me negué a entrar al intuir que podía tratarse de una trampa, pero de pronto escuché quejidos y una voz:
—Zara —me llamó y parecía estar sufriendo.
—¿Thomas? —grité.
—Ayúdame, Zara.
Era un riesgo, pero ¿y si no?
Me adentré, apartando con la ayuda de mis brazos el liviano material preciso en posición.
Conforme avanzaba, el laberinto parecía no tener fin, y decidí disminuir la velocidad al llegar a un sector en el cual las telas se abrían paso, originando un hueco por donde se arrastraba una silueta.
El títere levantó la cabeza, pero sus ojos y su sonrisa eran solo una pintura. Su apariencia era incluso peor de lo que recordaba, no solo porque estaba quemado y le faltaban algunas extremidades, sino también por su textura rugosa y áspera. Lucía terrible.
El tono de mi teléfono provenía de sus pantalones, y comprendí que me lo habría sacado del bolsillo en la feria, a lo mejor cuando casi caí de la caja. Fue el único instante en el que permanecimos tan cerca el uno del otro.
Aquel volteó hasta quedar sobre su espalda y me señaló el techo con el único brazo que todavía conservaba.
Levanté la mirada, y el tono de mi teléfono acabó al tiempo exacto en el que descubrí al titiritero colgado del techo.
No pude gritar, tampoco decir nada o moverme. Ni siquiera aparté la mirada. Él estaba ahí, y aunque podía divisar la marca causante de su asfixia en el cuello y su cabeza ligeramente inclinada hacia un costado, no había nada enredado en él. Estaba suspendido en el aire, por una cuerda invisible.
De repente, sus ojos se abrieron, y entintados de sangre me contemplaron. Su cuerpo se sacudió mientras movía los dedos temblorosos, intentando respirar con desesperación y tratando de alcanzarme.
Mi dedo pulgar dolió con intensidad. Sabía que estaba llorando cuando vi todo borroso y los sollozos escapaban de mis labios.
Si él moría, ¿qué pasaría con mi familia y el resto de las personas? ¿Qué sucedería con su anillo en mi mano?
Y como si pudiera leer mi mente, resonó en mi cabeza su voz diciéndome: «Úsalo».
El dolor en mi dedo se intensificó.
Retrocedí un paso mientras sostenía mi mano, tropecé y caí al suelo. Pero no sentí el impacto. Todo parecía dar vueltas a mi alrededor, y reconocí esa envolvente sensación.
Estaba a punto de revivir otro recuerdo.
Me encuentro tumbada de espaldas sobre un manto de hojas secas, las estrellas son lo único que brilla en el cielo nocturno, formando un tapiz reluciente. El suave susurro del viento entre los árboles acompaña la escena, creando una atmósfera mágica.
De pronto, un sonido de pisadas se hace presente, resonando en la tranquilidad de la noche. Alguien pasa corriendo junto a mí, sus pasos retumban en el silencio y se pierden en la lejanía. Mi curiosidad se despierta, preguntándome quién podría ser en medio de la noche y qué será tan urgente como para correr a esa velocidad.
Al ser consciente del nuevo sonido crepitante, desvío la mirada hacia la pequeña carpa situada a unos cuantos metros. El fuego la está consumiendo, pero algo me llama desde el interior; un palpitar parejo al mío.
Los pasos se dirigen en la dirección opuesta a la carpa roja que es consumida por el fuego. Justo por detrás de esa, hay otra de mayor tamaño. Tiene la forma de un cono alargado, cuyos colores blanco y rojo ascienden en espiral de la base hasta la punta, y parece estar en plena función, como lo indican los aplausos y la música.
El contraste entre el caos del incendio y la animada celebración en la otra carpa es desconcertante.
Como puedo, me pongo de pie. Un sentimiento de intriga y preocupación me invade mientras me acerco lento, demasiado lento, a la carpa en llamas, sintiendo cómo mi corazón late más rápido cada vez. El cuerpo me pesa, y mientras más avanzo, más me falta el aire.
Cuando llego a la entrada del lugar en llamas, me siento fatal. El calor es casi insoportable y el humo sale de todos lados.
La cortina que hace de puerta de repente cae al suelo como caramelo fundido, abriéndome el paso. Las palpitaciones todavía resuenan en mis oídos, pero cada vez se aprecian menos.
Entro.
El calor es infernal, tanto así que en poco tiempo comienzo a sudar profusamente. Toso con asfixia y, tambaleante, continúo avanzando.
Vestidos, trajes, objetos extraños y juguetes. Hay toda clase de utilería amontonada que se está quemando a gran velocidad, a excepción del lugar apartado en una esquina, de donde provienen los latidos.
Me dirijo hacia allá, pero una columna gigantesca cae frente a mí, prohibiéndome el paso y rozándome con sus garras ardientes una parte del rostro.
Gritando de dolor, me echo para atrás. Un segundo después, por encima de las llamas, diviso el baúl. Desde su interior, alguien golpea la tapa con desesperación. Está atrapado, pero también puedo advertir el inmenso candado que lo mantiene cerrado.
—¡Ayuda! —grita Ashton desde el interior del baúl. Su voz colmada de angustia me provoca tal ataque de impotencia que mis manos empiezan a temblar.
Él se encuentra atrapado allí, y es su corazón lo que a duras penas escucho.
Mi desesperación por querer estar del otro lado me lleva a acercarme demasiado a la columna ardiente. La quemazón que siento en las manos es terrible, pero de todos modos, sigo intentando. Sin embargo, las llamas crecen cada vez más, hasta que, de pronto, los latidos de Ashton se detienen.
Todo en mí se deshace al presenciar el trágico momento. Parte de la carpa se desploma sobre el baúl, y la imagen se desvanece, sumiéndome en la profunda oscuridad.
Ya solo persiste el resplandor que proviene de mi mano, del anillo, cuya piedra ahora parece estar hecha de ondas eléctricas verdosas que serpentean frente a mí, formando el diseño tan particular de un hombre con sombrero de vaquero que ya conozco bastante bien.
El titiritero, se precipita levantando ambas manos al tiempo en que sus dedos se mueven en el aire.
Dentro del trance, me toma un momento darme cuenta de que los anillos han desaparecido. Sus manos están limpias. ¿A dónde fueron sus artilugios?
Como si supiera lo que acabo de pensar, el titiritero hace un gesto señalando hacia las mías, respondiendo así a mi desconcertante pregunta.
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No saben cuánto amo haber descubierto a Peter Gundry, su música es tan "Circo de Ashton" que 😍🤧🥰 Gracias a mi yo de 19 años que dio con él y su arte, siento que es el toque que le da vida a esta historia. Les prometo que si por un golpe de suerte este libro termina convirtiéndose en película (¿XD?), su música estará en el soundtrack sí o sí.
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