Capítulo 23
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CAPÍTULO 23
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Reidar se aclaró la garganta. De inmediato pensé que debía hacer cualquier cosa que abarcara movimiento. No me pareció razonable quedarme bajo la cama dada la situación.
—El fuego habrá espantado a las sombras —dijo Reidar, y me arrastré por el suelo antes de que Ashton pudiera detenerme—. Te siguieron.
—Fuiste tú quien las llamó al intentar encender el ferrocarril —reprendí mientras imaginaba un posible escape. Ashton podría llevarnos a través del agujero en el techo con gran facilidad. Sin embargo, lucía como un túnel de fuego en este momento.
—Esa no fue mi intención. —Algo afuera alertó a Reidar.
Era posible que las sombras siguieran rondando, pero lo que asomó la cabeza no era nada que se le parezca.
Bajo la lluvia torrencial, un pequeño titi dio un salto valiente a través de un agujero y aterrizó en el hombro de Reidar. Con habilidad avanzó por detrás de su cuello, impulsándose contra la pared y dando saltitos por encima de varios objetos hasta llegar al suelo. Su curioso recorrido solo se detuvo junto a Ashton, y, poniéndose sobre sus patas traseras, le regaló una simpática sonrisa, como si supiera que estaba allí, incluso ladeando la cabeza en un gesto adorable. Por un instante, me quedé hipnotizada por el sombrero rojo que llevaba puesto.
—Fuera. —Ashton sacudió la mano hacia el titi—. ¡Vete, ladrón!
El monito pegó un salto al fijarse mejor en lo que había bajo la cama, y corrió a esconderse detrás del armario despedazado. Sin embargo, no le tomó mucho tiempo salir de su guarida, empujando la caja musical con destreza.
—Eso es nuestro. —Experimenté un escalofrío cuando todos voltearon a verme.
—Son suficientes motivos —dijo Ashton, molesto—. Hay cosas que debí contarte antes, como esto. Y ahora es cuando me arrepiento.
El sonido de la lluvia retumbó en mis oídos mientras estudiaba un punto creado por mí en el mono, tratando de entender a qué se refería. Y el titi, todavía se esforzaba por empujar la caja hasta mis pies. Luego, con su pequeña mano, me tomó de la basta de los tejanos y tiró de ella, como si con eso quisiera decirme algo.
—Eres... —Reidar dudó, avanzando hacia nosotros—. ¿Eres tú?
—¿El qué? —increpé disgustada y él se detuvo.
—Después de lo que dijiste... —Ashton sonó desesperado en esta ocasión. El bastón se armó entre una especie de humo que, debido a la oscuridad, se percibió de color negro mientras lo hacía girar con los dedos. Ni siquiera supe el momento exacto en el que había dejado de llevarlo en la mano—. Por reclamar la caja musical de ese modo, ahora piensa que eres Ellinor.
Lo descubrí mirándome, pero no fue arrullador si lo hacía en medio de la oscuridad, y desde el lugar al que muchos le teníamos miedo de niños.
Tampoco supe qué responder a eso. No fue mi intención hacerle pensar de ese modo. Y como si fuera lo más tonto del planeta, dudé sobre mi propia naturaleza. Tuve que recordarme que nací aquí, en Port Fallen, hace dieciséis años. Que crecí junto a mis padres y hermanos mayores, y con el tiempo, también creamos nuestros propios recuerdos. Además, nunca me atrajeron los circos, y mucho menos las alturas. Simple y sencillo. Yo no era Ellinor. Reidar no debió haber llegado a esa conclusión tan pronto, y sentí la necesidad de hacérselo ver, pero tan solo me bastó rozar la caja musical con el pie para que la tapa se abriera. La música empezó como un ciclo tenebroso mientras el trapecista giraba a toda velocidad.
—Zara. —Ashton debió pronunciar mi nombre al verme proteger mis orejas con las manos. El sonido era alto y era estridente. Tanto que me retumbaban los oídos.
—La canción... —Conseguí enfatizar. De repente había empezado a pesarme la lengua, al igual que el resto del cuerpo.
—¿Qué canción?
No pude explicarle. Una luz surgió del interior de la caja y me capturó.
De nuevo, los gritos que proclaman el nombre de Sirio se alzan sobre todo lo demás. Son esos recuerdos, los de Ellinor.
Un silencio sepulcral lo envuelve todo. Me siento invadida por un impulso desesperado de gritar al darme cuenta de que estoy parada en lo que parece ser un trampolín, y a gran altura.
La oscuridad reina alrededor, pero con esfuerzo logro distinguir el suelo que espera ansioso bajo mis pies. Lo único que destaca en medio de la penumbra es un balancín suspendido justo enfrente y una tenue luz que proviene de un reflector.
Mi mente ordena que no avance, pero mi cuerpo no obedece. Con las manos extendidas, me lanzo hacia el vacío, y a medio camino hacia el trapecio, todo se vuelve negro de repente.
Aunque mantengo los brazos extendidos, esperando aferrarme a la vida, eso nunca sucede.
Experimento la caída, el abismo inmenso me retuerce el estómago. A pesar de no poder ver, sé lo que ocurre. Me estoy desplomando directo hacia la nada, inmersa en una oscuridad de abrumador tormento, sin saber cuándo llegaré al fin de esta angustiante agonía.
Recuperé el control de mi cuerpo, lancé un grito e inhalé con fuerza, como si una ola me hubiera sacado del océano.
—Tranquila, Zara. Estás a salvo. —La voz de Ashton me arrastró fuera del trance.
Respiré agitadamente mientras intentaba identificar su silueta borrosa, pero pronto me di cuenta de que la lluvia que me empapaba dificultaba ver con claridad. Desvié la mirada de un lado a otro, buscando cualquier indicio que pudiera confirmar que todo lo vivido no era más que un sueño, o quizás, una pesadilla.
—Zara. —La voz de Ashton era un susurro. Al volver a mirarlo, noté la presencia de sus brazos bajo mis piernas y mi espalda. Me estaba cargando—. ¿Te encuentras bien? ¿Podrás mantenerte de pie?
En algún momento, mientras revivía un recuerdo que no era el mío, Ashton debió sacarme del contenedor.
Tuve que repetirme que la caída no la viví en carne propia, y que esa no era yo, aunque fuera tan real.
Me bajó. El ferrocarril y los rieles parecían bailar debido al inesperado mareo. Terminé aferrándome a su cuello cuando mis pies rozaron el suelo, sintiéndome algo inestable. Sin embargo, no tuve que esforzarme demasiado, ya que sus brazos me rodearon con firmeza y me sostuvieron en todo momento.
A sus espaldas, el resplandor me alertó. El contenedor del que habíamos salido estaba cubierto por las llamas de un fuego que ni la misma lluvia podía extinguir.
Algo debió pasar mientras revivía ese recuerdo de Sirio. También pude ver al mono parado en medio de las llamas, pero no parecía afectado en lo absoluto. En su lugar, el titi levantó los brazos y el fuego saltó lejos del contenedor, como una ola en forma de espiral que se tragó a una de las sombras para, un segundo después, escupirla en condiciones de simple vapor.
—Zara.
Devolví mi atención a Ashton. Me resultaba extraño sentirlo temblar. Poco después, me di cuenta de que en realidad era yo quien lo hacía.
—¿Cómo salimos de ahí? —pregunté y su mirada me condujo a la respuesta. A unos metros de distancia, en el suelo, había una frazada tirada con descuido.
—Dime. ¿Cómo te sientes? —insistió.
—El mono... —Parecía tener control sobre el fuego.
—Mango tomó el medallón.
—¿Mango? —Palpé mi pecho, pero no lo encontré—. Se supone que vuelve solo.
—Mango es el nombre del mono, y es casi tan molesto como sus ancestros —aclaró—. Está dando vueltas cerca de aquí. Le encanta hacer estas cosas porque sabe que me enfurece. Intentaré recuperarlo, pero debes permanecer junto al fuego. ¿De acuerdo?
Ni siquiera pude asentir. Seguía un poco desorientada, y mi estado empeoró cuando puso su mano en mi mejilla y me acarició con la suavidad de su dedo.
—Estarás bien —aseguró—. Regreso enseguida.
Lo seguí con la mirada mientras, de un salto, se alejó hasta desaparecer sobre el ferrocarril.
El frío dolía, y aún pude apreciar su caricia como un leve cosquilleo, lo que quería decir que estaba de regreso en la realidad.
El viento soplaba, desplazando todos mis pelos de la nuca hacia mi cara. Los aparté con las manos entumecidas y volví a mirar el ferrocarril. El resto de contenedores estaban intactos, y el que ardía... Ya no conseguí ver al mono, sino más bien a la sombra que a gran velocidad se elevó hasta ser alcanzada por el fuego.
Decidí acercarme al resplandor mientras me preguntaba si acaso Reidar seguiría dentro, pero tuve que echar a correr en dirección opuesta, y me oculté detrás de uno de los escasos faroles encendidos que hacía cortocircuito. La luz parpadeaba casi tan rápido como mi corazón bombeaba.
No me hizo falta la presencia del medallón para notificarme del peligro que representó haber visto al títere de buen trasero. Porque cada vez que alguna sombra aparecía, parecía un foco averiado.
Inhalé y exhalé a través de mis labios, tratando de calmarme, pero era imposible. El infierno se había desatado en ese lugar, y esperaba que el incendio no alertara a todos en Port Fallen.
Las llamas eran exageradas, bailoteaban sobre el contenedor y pronto crecieron todavía más. Tal y como la furia de un huracán, recrearon gigantescos remolinos que se dirigieron hacia el cielo nocturno, capturando sombras.
Por otro lado, ya no parecía haber rastro del títere.
Podía ser posible que mi mente estuviera tan saturada, por lo cual empecé a percibir cosas inexistentes en la realidad.
Suspiré mientras dejaba que mi espalda descansara en el poste de la farola, y un minuto después, esta vibró.
Miré al suelo, creyendo, tal vez, que se trataba de mi imaginación, siendo de esa manera que lo vi reflejarse en el charco bajo mis pies. Como una araña, estaba posado sobre la luz, y cuando se descolgó, con la mano rompió el foco y aterrizó en frente de mí.
La voz se me atoró en la garganta. Él ladeó la cabeza y abrió la boca. Sus labios intentaron gesticular algo, pero, al igual que yo, no consiguió decir nada. Era extraño. Parecía estar mudo, pero acabó por hacer un gesto con el que me pidió guardar silencio.
Rebuscó en su bolsillo, y al sacar la mano, el pintoresco pañuelo cayó al suelo, empapándose en el charco de agua.
Devolví la mirada hacia su rostro, y me desconcertó que su piel tomara la apariencia de un tronco seco y longevo, dejándome en claro lo que era en verdad: un títere.
De un salto conseguí apartarme, pero antes de echar a correr, alcanzó a tomarme de la mano.
Experimenté un dolor punzante recorrer desde mi dedo pulgar hasta el hombro, y agradecí a la lluvia por haberme empapado, pues, cuando tiré con fuerza para que me soltara, mi mano resbaló de la suya como un jabón.
A trompicones estabilicé mi cuerpo. Él avanzó y abundante calor pasó muy cerca de mí al igual que un cañonazo. Las llamas empezaron a consumirlo con gran rapidez, por lo que se alejó de mí dando largas zancadas. Una sola vez cayó, pero se las ingenió para trepar el ferrocarril y lo perdí de vista después de alcanzar el otro lado.
—¿Te encuentras bien?
Giré sobre mis talones en busca de la fuente de esa nueva voz.
Un hombre alto y de gran estómago permanecía de pie en medio de dos contenedores. Tenía una tez casi traslúcida y enrojecida, con el cabello blanquecino y rubio a la vez. Su melena parecía haber sufrido serias consecuencias al exponerse al fuego, el humo ascendía como hilos que daban prueba de ello. Supuse que era un integrante del circo, otro que se unía al grupo de sorprendidos al verme. Aunque en su mirada también había algo distinto que no supe reconocer, y en su mano sostenía una antorcha improvisada con un tronco.
—Eres...
—No soy Ellinor —lo interrumpí antes de que se hiciera ideas erróneas.
—Claro que no puedes serlo. La conocí mejor que nadie —apresuró, molesto.
El mono pasó corriendo junto a mis pies y trepó hasta el hombro de esa persona. A continuación, lanzando morisquetas, levantó los brazos y señaló el cielo con el medallón brillando entre sus manos. Arriba, Ashton volaba perseguido por lo que parecían un par de nubes oscuras en medio de la noche. Él era rápido, pero ellas persistentes.
Una correa de fuego se estiró desde la antorcha del hombre. Ashton, por suerte, logró verla y la esquivó poco antes de que el fuego las alcanzara.
El hombre manipulaba el fuego, como si no representara ningún esfuerzo y fuera normal.
Ashton descendió a mis espaldas, al lugar más cercano donde la luz de la antorcha del hombre no podía llegar.
—¡Voy a hacerlo volar! —exclamó. Un mono había logrado sacarlo de sus cabales. Me miró de pies a cabeza y después a los otros dos—. Son Mikkel y Mango.
El titi lanzó un chillido en dirección al cielo otra vez, alertándonos. Era una alarma terriblemente desafinada, pero efectiva.
—Vete —me gruñó el hombre llamado Mikkel—. Estarás a salvo cuando amanezca. Mientras tanto, mantente lo más alejada posible de este sitio. Las distraeré para que no te sigan.
Me mordí el interior de la mejilla debido a la ansiedad que sus palabras me produjeron.
—Pero antes, respóndeme algo... ¿Quién está contigo?
—¿Qué? —pregunté sorprendida.
Me arrojó una mirada furibunda.
—Nos hemos dado cuenta de que no estás sola. ¿Quién es?
Apreté la mandíbula.
—Díselo —intervino Ashton—. Que sepan que estoy contigo.
—Ashton —pronuncié su nombre y Mikkel arrugó el entrecejo—. Ashton hijo —aclaré.
—Necesitarán de esto. —Mikkel arrojó el medallón todavía resplandeciente hacia mí, como si fuera una moneda lanzada al aire. Pero antes de que pudiera levantar los brazos, este bajó la velocidad y descendió suavemente sobre mis manos. Ya no tenía la cadena que le había puesto—. Debemos encontrar los que faltan.
Eso me inquietó. El hombre estaba al tanto de que, con los tres medallones juntos, todo volvería a la normalidad. Pero me puso aún más nerviosa que el mono no dejara de gruñir.
—En marcha —dijo Ashton.
—Un momento —pedí—. Reidar...
—¿Cómo? —Mikkel debió haber desarrollado rechazo hacia mí. Su mirada expresaba cuánto le molestaba mi existencia—. ¡Vete ya, niña!
—¿Lo mantendrás con vida? Hay algo que me gustaría preguntarle.
—Lo estoy intentando, pero por un demonio, ¡largo de aquí!
Mango aulló en compañía de su dueño.
—Zara —insistió Ashton. Retrocedí hasta que pudo sujetarme el brazo sin ponerse en peligro y empezó a llevarme con él. Luego me tomó de la cintura y nos levantó del suelo. Me enganché con fuerza. El miedo después de haber revivido ese recuerdo de caída incrementó mi recelo por las alturas.
De reojo advertí un par de sombras que se cernieron sobre el hombre y su mono. Lo más aterrador de todo fue saber que esas entidades no podían morir, pues ya lo estaban. Así que, como la del gimnasio, volverían una y otra vez, hasta que la luz del día se hiciera presente.
—¿Qué es lo que quieres preguntarle a Reidar? —Ashton mantuvo la mirada en el frente, luego examinó a nuestras espaldas con premura, y regresó la vista hacia adelante.
—¿No te parece extraño que las sombras también hayan tentado contra su vida? —Estaba encerrado junto con nosotros en ese contenedor, luego, la puerta estuvo a punto de partirlo a la mitad. Apenas si pudo salvarse.
—¿Qué tal si tan solo fingía?
No parecía. Su cojera tampoco era producto de ninguna actuación. Lo único que vi, es que lo querían muerto.
—No te permites confiar siquiera, ¿por qué?
—Mi padre le entregó el medallón —me recordó—. Además, confío en ti, y con eso me basta.
—No me conoces —aseguré y le escuché reír.
—Te lo dije, con una semana fue suficiente para saber lo necesario.
—Y también fuiste la causa de que no pudiera dormir.
—Me gusta verte soñar. Además, no es tan malo como haces que suene.
—No tanto. En realidad, vigilar a un desconocido de la manera en que lo hiciste conmigo, se considera acoso en estos días.
—En ese caso, concédeme el permiso de acoso previo. —Sus palabras vaciaron mi mente—. Bromeo. Es tan solo que mantienes una bonita expresión. Me hace desear existir de verdad.
No pude contra eso. De pronto me encontré pensando en lo que sentí con su caricia en la estación, y también se reanudó el dolor en mi mano por culpa del títere.
Ashton dejó claro que mi vida era importante para él, al igual que su corazón funcionaba, aunque de manera extraña, pero por causa mía. No estaba segura de qué forma pude hacer que algo como eso ocurriera.
A medida que cruzábamos el pueblo, la luz del medallón se fue extinguiendo, lo que me recordó que la caja musical y mi mochila se quedaron en el contenedor. Pero eran objetos sin ninguna importancia, o eso es lo que quise creer.
Avisté el lago y las pequeñas embarcaciones. Por suerte, la fuerza de la lluvia había disminuido considerablemente cuando llegamos al muelle.
Guardé el medallón en el bolsillo de mi sudadera mientras ignoré por completo la razón por la que Ashton me trajo, pero fue al ver la caseta de color agua marina en la que solían vender cebo, cañas, entre otras herramientas para pesca, que intuí a qué se debía.
El lugar a estas horas de la noche estaba vacío. Había otras cuantas casetas, pero Ashton eligió la más cercana, traspasó la pared y, poco antes de que me abriera la puerta, el medallón se encendió y volvió a apagarse. Sin pensarlo, corrí a refugiarme dentro.
Tomé asiento en el único banquillo que encontré en el apretado lugar. Redes para pesca colgaban de percheros y caían como cascadas hacia el centro, formando nudos en el suelo.
—¿Estarán bien ellos solos? —pregunté mientras me frotaba los brazos para mantener el calor. No pude evitar sentirme mal al recordar que la última vez también abandoné a una persona.
—En tanto conserven una fuente de luz, se las apañarán. —Se detuvo a mis espaldas—. Definitivamente no puedo volver a dejarte sola.
—¿Qué dices? —Me abrazó y me transformé en piedra.
—Vi el pañuelo. Los títeres, al parecer, también hicieron acto de presencia en la estación.
Tragué saliva cuando imitó los movimientos que estaba haciendo con mis manos para intentar calentarme.
—Mikkel lo espantó. Era el mismo de la feria. Actuó bastante extraño, y lucía como de madera.
—Porque eso es lo que es: un tronco —dijo con amargura—. ¿Te hizo algo?
—No pudo, Mikkel lo espantó —repetí—. ¿Quién era ese hombre con exactitud?
—Algunos éramos pequeños grupos familiares. Mikkel, el dueño del mono, era el padre de Ellinor —explicó, y entonces comprendí por qué había dicho que la conocía a la perfección, y también reconocí el motivo por el que yo le disgustaba.
—Los monos no viven tantos años, pero sabías de Mango.
—No lo conocía, sin embargo, es una tradición familiar que sus antepasados compartan no solo el mismo nombre, sino el pasatiempo. Al igual que su predecesor, este nuevo Mango también se inclina por tomar mis pertenencias y esconderlas. Son una auténtica maldición.
Contuve una risa después de imaginar al elegante Ashton correr detrás de un pequeño monito.
—Sonrisa astuta —me dijo—, no es gracioso.
—No me estoy riendo —precipité y la carcajada salió por sí sola.
—Claro. —Dio una vuelta a mi alrededor y se detuvo en frente de mí. Levanté la cabeza cuando se inclinó hasta encontrarse a mi altura. Casi fui capaz de advertir el color asombroso de sus ojos.
—¿Qué ocurre? —pregunté nerviosa de tenerlo tan cerca.
—Tus labios... —Se quedó a medias y las yemas de sus dedos rozaron mi mentón, levantando mi rostro un poco más—. Estás pálida, y creo que es a causa del frío.
Como si le respondieran, mis dientes se apretaron con fuerza mientras contenía la respiración. Ashton me tomó de la mano, y se me desfiguró el rostro a causa del dolor cuando la apretó.
Se apresuró a examinarme la palma, y entre la penumbra, pude notar algunas manchas que parecían ser posibles astillas. Sin embargo, lo que me inquietó fue el grotesco anillo en mi dedo pulgar. A pesar de no poder distinguir su color ni el de la gigantesca piedra, los grabados en forma de rayos que la rodeaban captaron mi atención.
—¿Qué diablos es esto? —pregunté.
—El títere... ¿Te lo puso él? —Sonó confundido, y tuve una especie de sacudida rencorosa al recordar lo ocurrido.
—No hay manera de que me lo haya puesto sola. No me gustan los anillos, pero sobre todo los que tienen esta especie de diseños ostentosos como rayos y...
—No son rayos, son zetas —aclaró.
—¿Zetas?
—La representación del sueño.
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Zzz 🥲 Yo siempre in love de ese Mango ja ja 🤧❤️
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