Capítulo 22
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CAPÍTULO 22
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Encontrándome en un vaivén de nervios, conté tres figuras que sobrevolaban la cúpula de la iglesia.
El resplandor intermitente del medallón continuaba en mi pecho, y lo tomé como una advertencia. Por alguna razón, parpadeaba cada vez que las sombras aparecían o algo malo estaba a punto de suceder. Al final, opté por ocultarlo bajo mi sudadera, confiando en que su luminosidad no fuera tan intensa para ser percibida a través de la tela.
De pronto la lluvia se precipitó con fuerza, como si hubiera esperado el peor momento para intervenir. Ashton se apresuró y me abrazó desde un costado.
—Contén la respiración—, me dijo, y así lo hice. Cuando apreté su camisa, noté que él estaba seco mientras yo me empapaba—. Debemos encontrar un escondite.
Nos elevamos, y percibí las gotas como pequeñas piedras que no me permitían mantener los ojos abiertos. No pasó mucho tiempo antes de que descendamos junto a un contenedor donde se encontraba el retrato de su padre. Intenté abrir la puerta, pero no lo conseguí.
—¡Cerrada!— exclamé.
—Espera. Este no está igual de oxidado que los demás. —Ashton traspasó la madera.
El viento soplaba con fuerza, pegando la ropa contra mi cuerpo.
Miré hacia el cielo y noté que las sombras parecían haberse retrasado debido a la tormenta. Sin embargo, un resplandor en el primer vagón destacó.
Esperaba que no fuera un incendio, aunque con esta lluvia era poco probable que se propagara. Aun así, no sentí alivio hasta que un sonido dirigió mi atención de vuelta hacia el contenedor.
—Listo —me avisó Ashton desde el interior.
Deslicé la puerta con fuerza y esta emitió un chirrido al moverse. La cerré detrás de mí, e intenté sacar el medallón para poder ver un poco del lugar, pero él me detuvo.
—Es mejor si lo mantienes oculto, por si acaso.
—¿En dónde estás? —pregunté, sin poder ver nada, ni siquiera mis propios pies.
—A tu lado —me rozó el brazo y tomé su mano. Mi corazón estaba como loco debido al terror.
—Espero nunca quedarme ciega, porque la oscuridad me aterra —confesé—. Tiene un efecto mayor cuando proviene de sitios desconocidos. Nunca sabes qué se esconde detrás.
—En una habitación sumida en la oscuridad, estaré a tu lado. Es una promesa. Pero por ahora necesitas una fuente de luz poderosa, o ellas entrarán sin problemas.
—Eso sería peor que intentar escapar —analicé.
—Hay una lámpara, pero está adherida a una base. No cuento con la capacidad para dártela, así que debes acercarte tú.
—¿Cómo lo sabes? ¿Puedes ver en la oscuridad? —Las escenas del baño volvieron a mi memoria, paralizándome.
—Zara —me regañó.
—Está bien —respondí de mala gana—. Guíame a esa cosa.
—Tres pasos al frente —dijo sin apartarse de mi lado, llevándome de izquierda, a derecha y hacia adelante—. Aquí. Encuentra la perilla y gírala. —Acercó mi mano hasta el objeto y luego se retiró.
—¿Estarás bien? —pregunté, sin ver nada, ni siquiera mis propios pies.
—Hazlo. No te preocupes por mí.
Después de una pequeña chispa, la luz se encendió lentamente. Cuando me di la vuelta, Ashton, por supuesto, ya no estaba. Pero algo me dijo que andaba cerca.
Dejé caer la mochila al suelo para escurrir el agua de mi ropa mientras inspeccionaba el lugar. Era acogedor y austero, una habitación improvisada.
Luces con focos de colores colgaban del techo, aunque estaban apagadas. A mi derecha se encontraba una cama individual con una sábana parchada, y extendida de forma perfecta hasta rozar el suelo. En frente, había un pequeño armario de madera con estrellas pintadas de azul, y un espejo pegado a la puerta. A mis espaldas, una estructura de tambor sujeto por tornillos al suelo, sostenía la lámpara de aceite que acabé de encender. Ambos objetos formaban una sola unidad. Por último, a mi lado izquierdo, se encontraban un par de cojines grandes alrededor de un palé hueco que hacía de mesa central.
No había polvo y todo estaba en perfecto orden. Era evidente que Reidar estuvo viviendo en este sitio.
La única imperfección eran los restos de carteles publicitarios que alguna vez formaron parte de las paredes. Me acerqué al mejor conservado, y en un trozo amarillento estaba escrito el nombre Canopus. La tipografía era extravagante y recordé que Ashton me había hablado de esa estrella en casa de Thomas.
El hombre en el póster era atractivo. Su figura musculosa destacaba en un ajustado traje blanco con cordones rojos en los muslos y el pecho. Colgaba de un trapecio, aunque esa parte no podía verla con claridad. De inmediato le encontré el parecido con Reidar, y estaba claro que había cambiado mucho.
Algo golpeó la puerta con fuerza, sacudiendo el contenedor. Los objetos se tambalearon y lo único en lo que pensé fue en mantenernos a salvo.
Me acerqué al armario, pero no pude moverlo de su lugar porque pesaba demasiado. Llena de frustración, terminé dándole una patada.
—¿Qué estás haciendo? —me regañó Ashton.
Me di la vuelta hacia su voz, caminé en dirección a la cama, y me puse de rodillas en el suelo para levantar la sábana y asomar un ojo.
Estaba ahí, recostado y tan tranquilo como siempre.
—Aquí te ocultabas —comenté con asombro.
—Suelo recurrir a la protección de este tipo de sitios, pero supongo que hasta ahora he contado con la suerte de tenerlos cerca. Y además, tengo preferencias por aquellos que no impliquen a mi posible claustrofobia.
—No planeaba meterte dentro. Mi intención era usar la luz de la lámpara y el armario para crear sombra. —Quizá no fue una de mis mejores ideas.
—Aprecio tu ingenio, pero no disfruto de los sitios que conservan la apariencia similar a un baúl.
Hubo un breve silencio, seguido de nuevos golpes contra el contenedor. Un minuto después, me puse de pie al escuchar que la puerta se abría.
Mi corazón latía con fuerza mientras observé al hombre de la otra noche. Sus ojos se abrieron como dos lunas llenas al verme, tragó saliva, y cuando se apresuró a cerrar la puerta, la cama junto a mis piernas se sacudió.
—¡Quieto! —ordené.
Reidar se volvió hacia mí, parecía no poder creer lo que veía o lo que acabó de escuchar. Pero también había tristeza en su expresión. Solo esperaba que no volviera a llorar, eso sería incómodo.
Quizás pensó que acabé de hablarle, pero en realidad me dirigí a Ashton. La luz aún estaba presente en cada rincón.
Perplejo, Reidar miró a su alrededor y se meció sobre sus pies. Parecía que había decidido quedarse allí, lo cual era mejor.
Sostenía una lámpara blanca manchada de hollín, y de la que escurría aceite. Estaba apagada y rota, como si hubiera acabado de arrojarla contra algo.
Por otro lado, también vestía igual de andrajoso que la última vez, con los pantalones grandes, la camisa arrugada y manchas de sudor. Estaba empapado, por lo que su cuerpo delgado saltaba a relucir. Y tal vez hizo su mejor intento por atar su cabello, pero también era un desastre.
Debió ser él quien trató de encender el ferrocarril y atrajo a las sombras, pues con nerviosismo desplazó su mirada hacia mi mochila y la caja de música que asomaba desde su interior. Era algo que no debió haber visto, pero me recordó que no pude cerrar el cierre cuando escapamos de la casa de Thomas. Era mi culpa.
—¿De dónde sacaste eso? —preguntó. No supe si estaba molesto o sorprendido. Su voz era grave y su dialecto similar al de Ashton, aunque me resultaba difícil descifrar lo que decía.
Antes de que pudiera pensar en una respuesta, algo golpeó repetidamente el contenedor con más fuerza cada vez. Como resultado, comenzó a levantarse sobre una esquina. No era sorprendente que después de esos golpes corriéramos el riesgo de voltearnos.
Otro impacto.
Perdí el equilibrio y la cama levitó junto a mí. La última vez que vi mi mochila fue cuando se deslizó por el suelo.
El primer objeto en caer se trató del armario, pero antes de que me aplastara, un bastón se cruzó de la nada, y el mueble se estrelló de forma violenta contra el techo.
La pared que minutos atrás se encontraba a mis espaldas, ahora esperaba mi aterrizaje forzado.
Cerré los ojos, pero mi cuerpo volvió a experimentar la magia del medallón al mantenerme suspendida en el aire durante los segundos que Ashton necesitó para posicionarse debajo de mí. Al desaparecer la presión, la fuerza de la gravedad convirtió a Ashton en el colchón salvavidas que recibió todo mi peso multiplicado.
Segundos después, lejos de nosotros, los grandes cojines amortiguaron la caída de Reidar contra el lateral del contenedor que pasó a ser suelo en una inclinación terrible.
Aunque todo dejó de moverse, la madera aún crujía molesta. Y a pesar de haber caído sobre Ashton, me dolía el pecho.
De alguna manera, logré mirar hacia el tambor. Era el único objeto que seguía en su lugar gracias a sus tornillos, aunque el aceite de la lámpara comenzaba a gotear.
La cama bloqueaba el paso de la luz, creando una especie de refugio con el armario y el palé. Había sido modelado, pues la forma en la que se mantenían en el aire no se consideraba natural.
Ashton carraspeó la garganta y respiré de manera entrecortada. Juntos dimos la vuelta hasta que pudo apoyar la cama en su espalda como un imán. Luego me tomó en sus brazos y yo envolví los míos alrededor de su cintura.
Nos elevamos y flotamos en medio de todo el espacio antes de que otro golpe hiciera que el contenedor diera otra vuelta y quedara sobre el techo esta vez.
La luz ahora estaba encima de nosotros, y la cama se convirtió en nuestro paraguas.
Poco después de asegurarnos de que no hubiera más golpes contra el contenedor, Ashton nos llevó al suelo, ahora ambos permanecimos escondidos bajo la cama. Desde donde observamos a Reinar quedarse tumbado. El hombre contemplaba la puerta que de repente emitió un sonido sobre él, y arrojó uno de los cojines lejos.
El penetrante chirrido del metal forzado hizo estragos en mis oídos. La puerta de repente fue arrancada, permitiendo que la lluvia cayera sobre Reidar, quien rápidamente rodó a tiempo, ya que la puerta aterrizó justo donde él se encontraba momentos atrás.
Reidar alcanzó la lámpara blanca y miró hacia la que estaba en el techo, como si quisiera apagarla.
Me precipité a seguir su plan justo antes de que lo llevara a cabo, y me arrastré fuera del lugar que parecía ser el más seguro. Sin embargo, Ashton me agarró del tobillo, pero por fortuna alcancé la sábana y la arrojé sobre él y la cama, cubriéndolos.
Ambas lámparas chocaron y de repente se produjo una explosión de fuego que se extendió por todo el techo. Poco después, el infierno comenzó a descender por las paredes. Estábamos atrapados en una jaula de calor y luz infinita.
Antes de que pudiera hacer mucho más, Ashton tiró de mi tobillo y terminé arrastrándome de vuelta bajo la cama, pero también debajo de él.
—No harás otra locura como esa —me regañó furioso.
—Pero él... —Intenté decir, sin embargo, Ashton puso un dedo sobre mis labios, silenciándome.
Si alguien empezó con las locuras, fue él. Me había salvado en repetidas ocasiones, incluso en presencia de la luz. ¿Al menos tenía alguna idea de lo que estaba sucediendo afuera?
Cuando dejó de impedirme hablar, abrí la boca para reprocharle, pero lo único que salió fue un extraño gemido, ya que el agua helada me empapó la espalda.
El calor disminuyó, aunque no solo debido a la lluvia acumulada que ahora formaba charcos en el suelo. Era posible que el fuego se estuviera apagando. Necesitaba comprobarlo, así que acerqué una mano para levantar la sábana, pero él me detuvo justo antes de llevarlo a cabo.
—Solo quiero ver —aclaré, y me permitió hacerlo.
El fuego ya no estaba en las paredes, en cambio, se desplazaba por el techo y, en forma de espiral, salía por la puerta principal, como si alguien lo estuviera sacando a pasear.
—Imposible.
—La situación con Reidar me molesta —musitó Ashton.
Sorprendida por lo ocurrido con el fuego, vi al pobre hombre luchando para levantarse. Era como una tortuga. Su pierna no le ayudaba.
—¡Por un demonio! —se quejó con amargura. Logró ponerse de pie varios minutos después, tomó una bocanada de aire, y se volvió hacia nosotros.
—¿Estás cómoda ahí abajo? ¿Puedo ofrecerte ayuda? —preguntó.
El perfil de villano que imaginé no encajaba con el que tenía delante de mí. Además, también habían intentado atentar contra su vida.
—No lo dudo —comentó Ashton de mala gana—. Ella era su pareja.
—¿De qué estás hablando? —pregunté.
—Ellinor y Reidar eran novios —aclaró con amargura.
Sorprendida, recordé el momento en que lo vi por primera vez, cuando comenzó a llorar. Él también había murmurado algo: «El... El...».
Ahora lo entendía, y era terrible. En ese momento pensé que se drogó, pero en realidad lloraba por su difunta novia. Y, de manera dramática, resultaba que yo me parecía a ella.
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Rayos, imagínense ver a su amor fallecido en carne y hueso ja ja 😅
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