Capítulo 12



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CAPÍTULO 12

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En mi habitación, después de encender las luces, dejé el obsequio sobre la mesita de noche, tomé asiento en la orilla de la cama y lo observé con angustia.

Si bien era cierto que la curiosidad me volvía más ansiosa cada vez, el miedo por conocer lo que escondía en su interior era incluso peor.

Me saqué los zapatos, y fue al dejarme caer de espaldas sobre el colchón que la fragancia a canela me invadió. Había olvidado devolverle la levita a Ashton.

Acerqué la manga a mi nariz, y lo que percibí no hizo más que angustiarme al recordar lo triste que parecía sentado en el contenedor. En ese instante, reconocí la sensación de soledad bastante bien.

Me acurruqué entre la tela y observé un punto en el techo sobre mí, hasta que los teléfonos situados en la cocina y el pasillo terminaron con la calma.

Salí de la habitación, y resbalando gracias a los calcetines, alcancé el más cercano.

—¿Bueno? —hablé con desgano. De haberme escuchado, habría recibido el reclamo de mamá.

—Demonios, Zara. ¿Por qué no contestas tu celular? ¡Traté de comunicarme durante horas! —La voz de Thomas sonó escandalosa.

—Lo perdí —resoplé. Iba a costarme toda una vida conseguir uno nuevo.

—Por qué no me sorprende. —Hubo una pausa—. ¿No preguntarás por qué te estuve buscando como un loco?

Intuí el motivo, pero la verdad, no quería saber nada más del circo. Ya tuve suficiente por un día.

—¿Por qué me buscabas? —Cedí al decirme que tal vez pudiera servir de ayuda para rescatar a mi familia.

—Resulta que, como soy tu mejor y único amigo, no dejan de preguntarme si acaso yo sé algo.

Mi mente divagó entre las posibilidades, y la más importante me aclaró que las sombras no se sentaban a dialogar.

—¿Puedes ir directo al grano? —le pedí irritada—. Ya sabes que odio cuando te vas por las ramas.

—Los chismes corrieron, y resulta que la inocente Zara intentó asesinar a Natale Barone. Estás en serios problemas ahora, niña.

Genial.

A ese paso nada iba a mejorar.

Cuando volviera a clases el lunes por la mañana, aquel gran asunto se iba a cernir sobre mí, y sería repugnante. Ya lo podía imaginar.

—¿Cómo se encuentra ella? —Necesitaba saber.

—Viva, por suerte. Permanecerá durante algunos días en el hospital para observación. Un golpe en la cabeza es un tema delicado.

—Lo sé —suspiré. Thomas no me hacía sentir mejor.

—¿Qué sucedió? Mientras más lo pienso, más me convenzo de lo ridículo que suena todo, y creo que tengo el derecho para saberlo por mi mejor amiga, ¿no es así? ¿Esto tiene que ver con el medallón?

Acabó tomándome por sorpresa. Ni siquiera supe qué decir o por dónde empezar.

—Zara, si hay algún problema, dime.

—No es nada —respondí. Puesto que existía la posibilidad, no quería que también fuera a desaparecer. Como lo acabó de pronunciar, era mi mejor amigo y no podía perderlo. Me sentiría desesperada hasta enloquecer, y de por sí ya me encontraba a mitad del camino hacia la locura.

—Ya está. Voy a tu casa.

—¿Estás loco? ¿Hola? ¿Tom? —Miré el teléfono cuando el sonido en intermitente me terminó por aclarar que colgó la llamada—. ¡Maldición!

Dejé el aparato en su lugar con más fuerza de la necesaria, y corrí de regreso a mi habitación.

Thomas vivía un par de casas lejos de la mía, así que no iba a tardar en llegar. Me volvía loca que fuera terco e insistente.

Crucé mi alcoba a tropezones y oculté la levita en el armario, colgándola con cuidado. Poco después también lo hice con el obsequio, acomodándolo del otro lado. En el baño me lavé la cara, las manos, los brazos, me até el cabello con un elástico y me cambié de ropa. Al terminar con lo más importante, lo escuché llamar al timbre.

Justo a tiempo fui a la puerta mientras ocultaba el medallón bajo mi suéter, y poco antes de abrir, tomé una bocanada de aire.

—¿Qué tal? —Peinándose los cabellos ondulados, entró sin que pudiera frenar su intromisión—. Hace más frío aquí dentro que afuera, en la tormenta —indicó. Había comenzado a llover. Él recibió las primeras gotas—. Vaya desperdicio de luz. ¿Sigues temiendo de la oscuridad?

Cerré la puerta con pestillo y volteé en su dirección.

—No me parece gracioso. Tampoco debiste venir.

Se dejó caer en uno de los sofás y yo hice lo mismo a su lado.

—No estaba bromeando. Todo está muy tranquilo por aquí. —Echó un vistazo hacia la escalera—. ¿En dónde se encuentra el resto? —Sus palabras me atravesaron el pecho, pero conseguí encogerme de hombros—. Pensé que estarían en casa, o por lo menos, Josef y Vincent. Después de todo, hay pañuelos de colores fosforescentes colgados en la entrada.

—¿Pañuelos? —tartamudeé, experimentando uno de los más terribles miedos mientras me ponía de pie en automático—. ¿Qué pañuelos?

No me fijé en nada de eso cuando abrí la puerta. Pero si bien era cierto que a mis hermanos les gustaba robar la ropa interior de extrañas agraciadas, y colgarlas ante la visibilidad de cualquiera, era bastante obvio que no se atreverían a realizar ese tipo de travesuras en casa. Además, se suponía que ellos también quedaron atrapados en esa feria. O eso es lo que imaginé.

Ahogué un grito cuando el inesperado relámpago inundó la casa entre tinieblas. A través de la ventana, en la calle, el electrizante estallido hizo que salieran chispas de la caja de fusibles.

—Tormentas eléctricas. —Thomas no sonaba preocupado, sino más bien exhausto—. Tranquila, no es como si Slender Man fuera a manifestarse en el porche para llevarnos junto con él.

Justo detrás de sus palabras, percibí los tacones de alguien que caminó en el exterior, y de reojo, creo que también lo vi moverse.

Esperaba que fuera producto del miedo y que lo estuviera imaginando, pero cuando me acerqué a la ventana para comprobar, la silueta cruzó el pórtico y se detuvo a mitad del diminuto jardín. Se encontraba de espaldas, pero su cabeza giró ciento ochenta grados sobre su propio eje en mi dirección, haciéndome retroceder hasta que mi espalda chocó con su pecho.

—¿No es Vincent? —Thomas, detrás de mí, lo contempló con la boca abierta—. ¿Por qué viste ese pantalón de muñeca tan anticuado? —Me miró—. ¿Su madre no los regaña por correr con el pecho al descubierto bajo la lluvia?

—¿Acaso no viste su cabeza? —solté en un hilo de voz. Él parecía preocupado por nimiedades. Pero como acabó de indicar, esa cosa lucía como un humano y también habría podido confundirlo con Vincent, sin embargo, lo que pasó con su cuello...

—¿Su cabeza? —repitió después de mí—. ¿Qué hay con su cabeza?

—Él no es mi hermano.

—¿De qué hablas? —Se rio, sin embargo, por lo que pudo haber visto en mi rostro, la gracia no tardó en esfumarse del suyo.

Un nuevo estruendo y pasos en el tejado, como si alguien, o algo, se hubiera caído y rodado.

—Títere —anuncié—. ¡Vincent es un títere!


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Y yo me pregunto por qué Thomas le estaba mirando los pantalones 🤔 Bromis ja ja 🥴


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