Capítulo 09



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CAPÍTULO 09

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Al momento en el que los altoparlantes en todo el lugar emitieron un pitido que dio paso a una melodía alegre y misteriosa, el bastón de Ashton golpeó el suelo. Su otra mano levantó un poco su sombrero, como si durante todo el tiempo este le hubiera estado obstruyendo esa mirada que fue capaz de advertirse fulgente desde mi posición. Con su prosa y distinción tan característica, echó a andar hacia mí, hasta donde la oscuridad le tuvo permitido llegar.

—Zara. —Su voz sonó como una advertencia impaciente. Pero no era necesaria su intervención, ya tenía planeado alejarme.

—Parece que localizaste algo interesante. —El chico semidesnudo, todavía junto a mí, persiguió el recorrido de mi vista, y al contemplar la zona en la que Ashton parecía una estatua de mármol blanco precisa a la orilla de la oscuridad, arrugó la frente—. Vamos, entremos.

De un salto bajó de la caja y me ofreció su ayuda, pero actuó sin mi consentimiento al tomar de mi mano y tirar de ella con suavidad. Al final, me vi obligada a bajar y tenerlo cerca de mí otra vez.

—Debo encontrarlos primero —me excusé, recuperando mi espacio personal con un paso hacia atrás.

—Puedo ayudarte. Dime a quién estás buscando.

—Gracias, pero prefiero hacerlo sola —dije impasible.

Busqué mi celular, sin embargo, por más que mis manos tropezaron con el bolsillo de canguro de mi sudadera una y otra vez, no lo encontraron. El miedo y la preocupación me invadieron al pensar que pude haberlo extraviado. No tenía manera de localizar a mi familia.

—A mí me parece que necesitas ayuda —expuso con un rayo de burla.

—Te he dicho que no. —Le di la espalda, pero él volvió a tomarme de la mano, jalándome de regreso y apretando con demasiada fuerza, de modo que acabé soltando el volante y la entrada al circo.

—Sé que te va a encantar. —Sus ojos se volvieron opacos, y supe que era el momento de actuar.

Me sacudí, pero su agarre era firme y más áspero de lo que creí posible.

Desplacé un vistazo a mi alrededor, suponiendo que podría encontrar la mirada de algún curioso y solicitar su ayuda, pero me sorprendió descubrir que toda la gente acabó por entrar a la carpa del circo con bastante rapidez.

Al final, el único individuo que contemplaba la situación con ojos de fuego era Ashton, y contaba con la suerte de encontrarme bajo la luz que parpadeó al tiempo en el que una ráfaga helada me despeinó.

Ya sabía quién provocó que las luces en casa explotasen, pero los focos en la feria colgaban de todas partes esta vez. Eran demasiados.

—Suéltame. —Mi voz pareció un suspiro.

—Debemos entrar —repitió como un robot, pero su sonrisa todavía no se había perdido. Era amplia, forzada e irreal.

—No es lo que parece. —Ashton lo puso en evidencia.

Traté de zafarme con mayor desesperación, pero con fuerza tiró de mí, perturbándome en todos los sentidos. Mi espalda chocó con la caja que trepé momentos atrás, y lo miré con detenimiento.

Todavía sujetándome del brazo hasta el punto de provocarme dolor, su otra mano extrajo de su bolsillo un pañuelo de colores casi tan llamativos como el circo a mis espaldas.

Al percatarme de su plan, levanté la rodilla y golpeé su entrepierna. Me paralizó notar que, aun después de haber aplicado toda mi fuerza, ni siquiera fue capaz de inmutarse.

Sin darme tiempo a pronunciar palabra, cubrió mi boca y nariz con la tela. El olor era tan fuerte, que no le resultó difícil entorpecer algunos de mis sentidos en cuestión de segundos.

—Dulces sueños, pequeña.

Un leve resplandor provino desde mi pecho. A continuación, el ruido crepitante producido por las bombillas y reflectores, al estallar uno por uno, se percibieron como explosiones pirotécnicas.

Imprecisas, las tinieblas se fueron cerniendo sobre la feria, y el único lugar que mantuvo su luz entre tonalidades y figuras abstractas, fue la carpa del circo.

Sufrí un terrible mareo cuando los colores se mezclaron, presentándose ante mí como una mancha negruzca. Sin embargo, en mis oídos se reprodujo la música distorsionada del circo, y la voz de Ashton al decirme:

—No permitiré que te hagan daño.


Con un terrible mareo de por medio, mis párpados se despegaron. De fondo todavía sonaba la música de circo, a veces distorsionada, otras tantas con claridad.

Pestañeé, hasta que mis ojos enfocaron lo que parecían ser cuerpos desnudos apilados en diferentes zonas de una espaciosa habitación. Algunos permanecían recostados, otros mal sentados. Pero de igual manera me observaban con detenimiento mientras manifestaban una sonrisa amplia e irreal.

Se me nubló la vista, y con susto me restregué los ojos.

Cuando pude enfocarlos, advertí que no eran cuerpos, o por lo menos no humanos. Aunque no tenían hilos, era notorio que se trataban de títeres a tamaño real, y que tan solo usaban pantalones blancos, como a la espera de que alguien los vistiera.

Tambaleante, me impulsé con los codos para sentarme en el suelo, y al percibir el desagradable olor a madera enmohecida, arrugué la nariz.

El lugar aparentaba ser una bodega con nada más que una luz amarilla bañándome. A mi alrededor había cajas de madera, y abundante relleno para embalaje.

Me nació la sensación de ser observada por un público numeroso. El sitio estaba repleto de esos títeres. Todos muy parecidos los unos con los otros. Con sus sonrisas pintadas con forma de medias lunas con dientes, y sus ojos como dos puntos sobre ellas.

—El espectáculo empezó.

Mi cabeza giró en dirección a la voz y tuve náuseas. Desconocí si al verlo, o como efecto secundario de la sustancia somnífera que el chico utilizó en mí.

Al otro lado de la prolongada estancia, a mitad de lo que se remarcó ante mis ojos como una salida triangular y luminosa, permanecía el sujeto vestido de traje blanco. Sus cabellos largos y níveos se levantaron al tiempo en el que se despojó de su sombrero de vaquero.

—Pido disculpas por la ferocidad con la que pude haberte traído hasta aquí. —Hizo una reverencia, similar a la que me atrajo a su establecimiento de medallones y trampas.

Levantó una mano hacia mí, mostrándome la pieza circular que me llevó a tantear mi pecho de manera inconsciente. Así comprobé que el medallón ya no estaba en su sitio, pues en su lugar, era él quien lo tenía.

Tentada a exigir que me lo devolviera o a quedarme callada, abrió la palma y el medallón levitó durante un instante sobre ella. Poco después, el objeto desapareció y surgió un par de metros de mí.

—Interesante... —Dio tres pasos hacia el frente, como si buscara algo—. ¿En dónde está él? —La luz sobre mi cabeza se apagó, y el hombre lució fascinado mientras sonreía de manera casi tan espeluznante como los títeres—. A tu lado, supongo.

Aunque me negué a creerlo, algo me aseguró que hablaba de Ashton.

Con un escalofrío arañándome la espalda, desplacé la mirada y contuve un grito al encontrarlo tal cual como el hombre lo acabó de manifestar.

—Zara. —Ashton pronunció mi nombre en un susurro, sin apartar la mirada del extraño de cabello blanco—. Tienes que alcanzar el medallón.

El hombre levantó ambas manos, y en frente de sí, comenzó a mover los dedos como si tecleara una melodía fantasma en un piano invisible. También llamaron mi atención los anillos que adornaban sus dedos. Eran burdos, con piedras de distintas formas y colores.

A nuestro alrededor, los títeres se levantaron, con brazos y cabezas colgando de sus cuerpos. Como si los movimientos que el titiritero estaba llevando a cabo con los dedos, les hubiera dado vida.

—¡Ahora! —gritó Ashton. De un salto me abalancé para tomar el medallón, y al tenerlo en mis manos, su brazo me rodeó la cintura, pegándome a su cuerpo glacial.

Con un gruñido de por medio, Ashton elevó su bastón en frente de mis ojos, y el medallón en mis manos comenzó a brillar.

Por delante, entre el grupo de títeres de madera, reconocí al chico semidesnudo que me drogó. Permanecía bajo el resplandor de las luces sin recibir daño, por lo que no era igual que las sombras. Ninguno de ellos lo era.

Poco después, como si una fuerza indescriptible nos absorbiera, Ashton y yo salimos disparados hacia atrás. Los cimientos de la carpa, igual que las patas de una araña que se retuerce al morir, se abrieron poco antes de que la atravesáramos con nuestros cuerpos, permitiéndonos el paso.

—¡Tras ellos! —ordenó el titiritero y mi grito se alzó sobre todo lo demás.


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Títeres a tamaño real 😨

¿Qué les asustaría más, ellos o las sombras?


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