Capítulo 06



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CAPÍTULO 06

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Dejé caer mi mochila al suelo. Él era un fantasma que vino a quedarse, pero por obvias razones no para dormir.

El aire se fugó de mis pulmones, y de pronto me sentí un poco mareada.

No necesitaba de un fantasma, ni tampoco de todo ese circo del que llegó acompañado. Mi vida estaba mejor como era antes.

—¿Te sientes bien? —preguntó tan campante. Parecía preocupado en lo que acaecía en mi rostro, pero a través de la oscuridad él no podía descubrir alguna anomalía, ¿o sí?

—No —admití en un susurro roto. Claro que no me sentía bien. Él estaba hablando conmigo después de todo lo que sucedió.

—¿Quieres un vaso de agua? Yo podría...

—No —repetí mientras pasaba junto a él, caminando un poco mejor que antes, aunque de forma automática.

Tras alcanzar la segunda puerta en mi habitación, volteé para descubrir que me había seguido. En realidad, estuvo a punto de atropellarme y se detuvo tan cerca, que incluso pude sentir su respiración contra mi nariz.

—¿Me das un momento a solas? —Todavía tuve la valentía de preguntar, y él, como si fuera una danza elegante, con las manos en la espalda retrocedió un paso.

Accedí al cuarto de baño tan rápido como pude, cerré la puerta detrás de mí y encendí la luz.

Temblaba de la cabeza a los pies.

Frente al espejo, descubrí que tenía una marca rojiza en el cuello, por lo cual acarreó recuerdos escalofriantes de lo sucedido momentos atrás.

Casi muero por asfixia, y todavía no era capaz de entender nada.

—Zara —pronunció desde el otro lado y me abracé los codos—. ¿Cuántas luces hay en tu casa? Conté algunas, pero no estoy seguro del todo.

Ashton era real. Había muerto, sin embargo, ahí estaba, aguardando en mi habitación a por mí.

—Supongo que debo esperar —dijo con ese acento extranjero al no recibir ninguna respuesta por mi parte todavía.

Mi mano empezó a soltar palmadas contra mi pecho en un intento por calmar al inquilino principal, que no había dejado de sobresaltarse una y otra vez durante todo el día.

Debía controlarme, de lo contrario...

¿Cabía la posibilidad de sufrir un paro cardiaco a los dieciséis?

Tomé aire en repetidas ocasiones, me llené de valor y abrí la puerta, pero me bloqueé de tan solo verlo.

Todavía estaba de pie en donde lo vi por última vez. Inmóvil. Como si el que vio un fantasma, en realidad hubiera sido él.

Era demasiado pálido y de mi altura. Vestía un frac negro que se componía de una levita con cola, pantalón, chaleco rojo con estrellas blancas, camisa blanca, y un corbatín también de color rojo. Su sombrero rojo de copa era muy alto. Aparentaba juventud, y definitivamente era bastante apuesto. Por fin pude verlo con mayor claridad, al igual que a sus ojos de un color amarillo verdoso impresionante, para nada algo natural. ¿Y qué es lo que esperaba de un tal circo de la muerte?

Su mirada se dirigió al suelo, hacia la línea marcada entre la oscuridad y la luz directa del baño. El resplandor de esta última fue la que me ayudó a ver más de él, pero también fue aquello que lo hizo tragar saliva, como si acabara de ver su vida entera pasar ante sus ojos.

Otro detalle que saltó a relucir fueron los cobrizos ondulados sobre su frente y en sentido diagonal, pues se balancearon cuando retrocedió un paso y encontró equilibrio en el bastón de madera negro que no sabía que tenía.

Si no estaba mal, él parecía temerle a la luz.

Curioso, porque a mí solía darme miedo la oscuridad.

—Eres un fantasma. —Mis palabras sonaron como una pregunta. Al descubrir la verdad de su situación, me sentía un poco más segura bajo el foco encendido.

—Zara... —Se atragantó con las vocales.

—¿Cómo sabes mi nombre? —le interrumpí y lució ofendido.

—Con una semana bastó. Ahora sé varias cosas de ti, de lo contrario, supongo que no te habría elegido —admitió, mirando hacia el medallón en mi pecho. Apenas acabé de notarlo. ¿En qué momento dejó de brillar? Sucedió antes de regresar a casa.

De todas formas, no estuve alucinando durante noches pasadas, cuando de pronto apagaba la luz y sentía que era observada.

—Me estabas vigilando.

Me mira con inocencia.

—No es tan malo como suena en realidad.

Ah, ¿no?

—¿Por qué lo hacías?

—Para descubrir por qué te eligió.

Mi cerebro había empezado a patinar un poco. Tuve que tomarme unos segundos para procesar lo que acabó de pronunciar.

—¿Quieres decir que el medallón fue el que me eligió y no tú? —le pregunté y me confirmó con un asentimiento—. Además, eres el dueño de un circo maldito. —Esta vez manifesté con seguridad en vez de indagar.

—Algo así...

—Tu nombre es Ashton, ¿verdad?

—Sí, pero ahora no sé a cuál de los dos te refieres.

—¿Hay otro más? —cuestioné en un hilo de voz.

—Si hablamos de mi árbol genealógico, sí —sonrió con diversión, aunque sus labios también temblaron un poco.

—Genial. —Claro que no. Me espantó si su objetivo era parecer gracioso. Y debió haberlo notado, porque de inmediato lució arrepentido.

—Lo lamento. En mi árbol genealógico soy el tercero. Se supone que en la actualidad debería ser yo el dueño, o tal vez mi sucesor, pero... —Se acarició la nuca—, las cosas se salieron de control antes de ser definitivo.

Y vaya que lo hicieron.

—¿Zara? —Di un respingo cuando mamá asomó la cabeza por la puerta. Debió llegar a casa y ni siquiera la escuché entrar—. ¿Qué haces? ¿Por qué mantienes todo tan oscuro por aquí? Enciende las luces que...

—¡No! —me precipité poco antes de que presionara el interruptor—. Es suficiente con la luz del baño —añadí al darme cuenta, demasiado tarde, que no debí gritarle. Su nariz estaba arrugada, y casi pude ver la vena de su cuello palpitar del enojo.

—Baja a cenar —ordenó molesta—. Pero primero date una ducha, apestas. —Rozó sus finos dedos contra la punta de su nariz antes de marcharse.

Tragué saliva y lo miré. Ashton apretó los labios en un intento por no reír. Ahora incluso él se burlaba de mí.

—¿Cómo es que no pudo verte?

Se encogió de hombros.

—Fuiste tú quien me llamó a través del medallón. —Por algún motivo, la mayor parte del tiempo sonaba confundido—. Además, así como lo mencionaste un instante atrás, soy un fantasma. Los vivos no pueden verme.

—A excepción de mí.

Asintió.

—Gracias por impedir que encienda las luces.

—Ya. No quiero que desaparezcas. —De repente me sentí incómoda por el brillo en su mirada, y me aclaré la voz—. No sin responder a mis preguntas primero.

—No me iré a ninguna parte. —Pareció estar bastante seguro de eso, pero también feliz. Él es un fantasma extraño y escalofriante.

—Le temes a la luz.

—No por gusto —apresuró—. No parece agradable cuando perfora tu cuerpo como miles de agujas hasta convertirte en una sombra. Tampoco es que lo haya experimentado, pero tú pudiste verla.

Y no creo ser capaz de olvidarla.

—Esa sombra... ¿Era alguien del circo? —pregunté, padeciendo ante una corazonada de terror al recordar que, minutos atrás, estuve a punto de convertir a Ashton en eso por equivocación.

Recelosa y manteniendo distancia del sitio en el que se encontraba, caminé hacia el armario. Con torpeza busqué mi pijama en su interior. Me temblaban las manos a causa de tantas emociones, pero si no me apresuraba, mamá empezaría gritarme desde el primer piso.

Casi me eché a reír como histérica ante el pensamiento. Le tenía más miedo a mi propia madre, que a un ser que ya no formaba parte de este mundo, o no de manera natural.

—Esa sombra, también fue humano alguna vez. —Hizo una pausa. Todavía no se había movido, y empecé a sospechar que su intención no era asustarme más de lo que ya estaba—. Al morir, se convirtió en lo que ahora soy. Tiempo después, la luz terminó por transformarlo en eso.

—Creo que ya entiendo. —Caminé de regreso al baño. Solo antes de entrar me detuve—. Si te expones a la luz, ¿tú también te convertirás en una de ellas?

—No soy inmune, aunque, gracias a ti, he descubierto que tan solo la luz directa sería capaz.

—Bien. Ahora voy a... —suspiré—. No entres, por favor.

Me refugié en el cuarto de baño por segunda ocasión y cerré con pestillo, por si las dudas. Luego puse a funcionar la ducha, y a la espera de que el agua se calentara contemplé la luz, sintiéndome a salvo.

Me desvestí. No quise pensar más en las cosas. Necesitaba calmarme. A lo mejor debía contárselo a mi familia, pero todos solían ser complicados.

Dejé el medallón sobre el lavamanos, y me situé bajo la cascada caliente, sintiendo la forma en que los pensamientos, de a poco, fluyeron hacia la cañería como el agua lo hacía por mi cuerpo.

Dijo que no se iría. De todas formas, me intranquilizó que pudiera desaparecer.

Con los ojos cerrados, tomé el frasco con el producto para el cabello. Vertí un poco del contenido en la palma de mi mano, y un espeluznante cosquilleo que ascendió por mi brazo me hizo abrirlos de nuevo.

Al advertir las ocho patas peludas, gruesas y tan típicas de una tarántula mientras trepaba por mi extremidad, solté el grito de mi vida.

Me sacudí con fuerza y terminé por arrojar el frasco a algún punto del baño. A continuación, un leve resplandor provino del lavamanos, y el foco sobre él estalló. Ante el sobresalto me enredé con la cortina. No sé cómo me salvé de caer hasta que me encontré fuera de la ducha, temblando desnuda y con los ojos muy abiertos en medio de la oscuridad.

—¿Qué sucede?

Volví a gritar y resbalé por culpa de la impresión, pero el terso y glacial cuerpo consiguió mantenerme de pie.

—¡Mátala! —Junto a él empecé a pegar de saltos, como si el suelo se hubiera convertido en lava hirviendo.

Odiaba esas cosas. Las detestaba en verdad.

—¿El qué?

—¡A la araña!

—No puedo tocar ningún objeto a excepción del medallón. Al resto, tan solo consigo moverlos, arrojarlos, o suspenderlos en el aire. —Pésima idea. Lo que menos deseaba era una araña voladora en un cuarto a oscuras—. ¿Olvidas lo que soy? —continuó—. Además, no ha hecho nada malo como para merecer la muerte, Zara.

Algo en mi cabeza hizo clic y me quedé quieta, apreciando la manera en la que cada uno de mis músculos se convertían en hielo. De esta forma, fue como me invadieron los escalofríos.

—Muerto, pero me estástocando... ¡Me estástocando! ¡Deja de tocarme! —grazné igual que un gallo desafinado. A penas empecé a ser consciente de sus manos heladas en mi cintura, así como también el frío emanado por su pecho a mis espaldas.

Se apartó de prisa, y a oscuras me apresuré a encontrar la toalla.

Desnuda y mojada, sumándole a la ecuación el dueño pervertido de un circo fantasma.

Perfecto.

Nada podía estar mejor.

Mi cara hervía lo suficiente como para calentar una piscina olímpica.

—¿Zara? —La voz de papá sonó preocupada desde el otro lado de la puerta—. ¿Te encuentras bien?

Por un momento dudé si contestarle.

—Sí, solo... El foco estalló. Y hay una cosa horripilante dando vueltas alrededor de mí. —Todavía sentí esas patas arrastrándose por alguna zona de mi cuerpo. Un cosquilleo espeluznante que, de tan solo recordarlo, me hizo estremecer.

—La cosa horripilante de la que hablas, ¿soy yo? —Ashton bromeó en voz baja, como si mi papá pudiera escucharlo.

No supe si temblé al terminar de sentir su aliento en el cuello, o si fue por culpa del frío por mi piel mojada, o por efecto de tenerlo demasiado cerca. Tal vez fue por la mezcla de todo en conjunto. Pero hay algo más que había empezado a molestarme.

¿Pudo verme desnuda?

La idea me asaltó, agobiándome.

—Tú —musité entre dientes y con la cara más caliente que el sol—. Tienes suerte de estar muerto.

Me encontraba a punto de enloquecer.

Tampoco terminé de entender por qué le advertí. No estaba pensando con claridad.


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Aquí los que se habrían convertido en ambulancia como Zara por culpa de la araña 🙋🏻‍♀️


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