Capítulo 05
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CAPÍTULO 05
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Sonidos estremecedores se reprodujeron en todo el lugar, pero no pude saber de dónde provenían. A ciegas, nada más me quedó asumir que objetos caían de zonas aleatorias alrededor.
Sombras en la oscuridad, ¿cómo era posible?
De prisa me precipité con la intención de apartar los escritorios que enterraron a Natale, y me frenó el que se encontraran uno sobre otro de manera desordenada, desatando mi miedo por aplastarla más. Pero a mitad de mi desesperación, se elevaron y golpearon el muro del final, quebrándose en su mayoría.
No supe qué pudo moverlos, pero conseguí ver a la inconsciente Natale, y eso fue suficiente para correr hacia ella. Sin embargo, poco antes de alcanzarla, mis ojos pasaron de la gota oscura que resbaló por su frente, a la sombra que se deslizó en el techo, sobre mí. Como una goma de mascar se dejó caer, y dentro del mismo instante, la puerta a mis espaldas se abrió, permitiendo que la escasa luz del atardecer se filtrara y la bañase por completo.
La sombra soltó un estridente alarido —o tal vez es mi grito— poco antes de esfumarse, dejando como evidencia una especie de vapor negro que no tardó en desaparecer.
—Dios mío. —Mis trémulas manos, sin ninguna finalidad en particular, se dirigieron de manera inconsciente a mi rostro. El medallón todavía brillaba como un foco de bajo voltaje averiado.
No pude pensar con claridad. Ni siquiera supe cuánto tiempo transcurrió hasta el momento en el que escuché la voz de Ashton pronunciar mi nombre. ¿Cómo fue que se enteró de él?
Di media vuelta, hacia una esquina, en donde la oscuridad todavía se hacía presente en todo su poderoso esplendor.
Mis labios temblaron al reconocer su silueta con sombrero, y por primera vez me pareció aterrador.
—Lo lamento —se disculpó. Me habría gustado examinar su expresión para saber si era sincero—. Debemos irnos.
—Pero... Natale... —Conseguí enfatizar. No podía solo dejarla. Además, ¿por qué razón el fantasma aparecía después de una semana para indicar que me fuera junto con él?, ¿a dónde?
—Estará a salvo si la dejas —aseguró—. Pero siento decir que la sombra volverá en cuanto el sol se esconda.
¿Esa cosa era una sombra en verdad?
Por primera vez experimenté dolor detrás de mis ojos, señal de una posible migraña.
—¿Qué la traerá de regreso?
—Vendrá por ti. —Sonó molesto, pero eso tampoco pude saberlo con certeza.
—¿A qué te refieres? —pregunté en un hilo de voz. Empezaba a creer que todo era obra suya, pero de haber sido Ashton el origen de lo que acabó de suceder, no estaría advirtiéndome que esa cosa volvería por mí.
—Durante los últimos días, no debí ausentarme en primer lugar —manifestó, pero parecía hablar consigo mismo. De cualquier manera, no pensé en la posibilidad de que los resultados se vieran afectados sin su partida.
Por segunda ocasión, las persianas se abrieron sin que nadie las tocase y, como impulsadas un par de ruedas invisibles, un par de bolsas se arrastraron por el suelo para impedir que la puerta volviera a cerrarse.
Tenía los pelos de punta. Si él estaba moviendo objetos, no supe de qué manera lo hacía. Poderes de ultratumba, quizá. Pero ese era el problema, que seguía sin verse o sentirse como un fantasma.
—Apresúrate, ve a por tus cosas. —Ashton retrocedió, pegándose más a la pared—. Tenemos que irnos. Ahora.
Salté sobre las bolsas. Poco antes de alejarme, eché un vistazo hacia Natale. Seguía como dormida, y si acaso era capaz de despertar, deseé que se hiciera desconocedora de todo lo que acabó de suceder. Parecía una pesadilla.
Mientras trotaba hacia el vestidor sintiéndome más lenta de lo normal, la realidad amenazó en contra de mi cordura al comprobar que el cielo se había convertido en un ópalo rojizo. Estaba anocheciendo.
En el vestidor, abrí la puerta de mi casillero. Dentro de mi mochila arrojé la ropa que vestí esta mañana durante las clases, entre otros objetos que fueron a parar en su interior por equivocación. Como el celular, por ejemplo.
Tuve que desenterrarlo, y al tocar la pantalla, esta se oscureció y ya no pude encenderlo. Esperaba que se hubiera quedado sin batería, y no que fuese obra de la sobrecarga llamada Ashton.
En otra circunstancia, también me habría cambiado la ropa deportiva, pero estaba más preocupada en examinar mis aledaños más sombríos.
Salí hacia la cancha del gimnasio, y me detuve cuando las pesadas cortinas situadas a cada lado de los ventanales ondearon como banderas izadas al viento. Una por una, en orden, las telas empezaron a caer y a cubrirlos por completo, impidiendo el paso de la luz exterior.
—Mierda.
El miedo me invadió al localizar a la sombra junto a uno de los aros metálicos de baloncesto que colgaban de las paredes.
Intenté correr, pero dos zancadas fueron suficientes para que el calambre escalase por mi pierna derecha, obligándome a frenar y soltar un grito.
No tomé en serio la molestia que había empezado a manifestarse después del ejercicio.
Levanté la mirada hacia la sombra que veloz avanzó por las paredes, saltó sobre una canasta de hierro que guardaba pelotas de baloncesto, y rebotó en el suelo junto con ella. De este modo abrió la tapa, liberando los balones.
Imaginé que, en grupo, irían a por mí, pero igual que cañonazos persiguieron a la sombra, golpeando las paredes en cada intento fallido.
La entidad recibió un impacto y cayó al suelo, pero se levantó como lo haría cualquier ser humano. Trepó por la pared, y con la destreza de un mono, se balanceó por las columnas que componían el techo.
—¡Huye! —La voz de Ashton estalló en mis oídos.
Intenté avanzar lo más rápido posible hacia la salida, pero parecía imposible. El dolor era casi insoportable. Mis piernas amenazaban con arrojarme al suelo en cualquier momento.
A punto de llegar, el frío se cernió sobre mi espalda, paralizándome. Me tomó por los hombros y, de alguna forma, me volteó con brusquedad, forcejeando con la cadena enredada en torno a mi cuello.
La oscura entidad tenía el medallón entre sus negruzcas manos. Su fin era evidente. Quería arrancármelo, o a mi cabeza junto con él.
Tiré de la cadena para que dejase no solo de estrangularme, sino de lastimarme. Me dolía el cuello, y también comenzó a faltarme el aire.
—Zara, no te muevas.
Las pelotas en tropel se dirigieron en nuestra dirección y cerré los ojos. Acompañada de una queja que escapó de entre mis labios, me arrojó contra la colchoneta que hacía varios minutos no se encontraba junto a mí.
Tosí con asfixia, atragantándome con el aire que a bocanadas ingresó a mis pulmones. Por otro lado, las pelotas rebotaron alrededor y por todas partes.
—Las luces. ¡Enciéndelas!
Con el medallón y el corazón golpeándome el pecho, me apresuré a la caja de fusibles. No me importó si me dolían las piernas. Subí y bajé todos los interruptores, hasta que por fin los reflectores se encendieron.
Volteé de un salto, encontrándome de frente con esa gran mancha negra que ante mis ojos volvió a desaparecer.
Me dejé caer al suelo mientras intenté aclarar la mente, pero lo único que surgió en mi cabeza dilucida fue cuán cerca estuve a punto de morir.
—Eso la detendrá por algún tiempo. —Ashton parecía estar presente, pero, aunque examiné a la redonda, no vi nada más que las pelotas dispersas por el suelo.
—En dónde... —Tragué saliva y me dolió la garganta—. ¿En dónde estás?
Entre una cortina y otra, identifiqué el contorno de alguien que permanecía de pie, enredado en las pesadas telas. Sin embargo, el miedo impidió mi proximidad al lugar. No iba a comprobar si se trata de Ashton u otra cosa.
—Vuelve a casa antes de que el sol se oculte por completo.
Empecé a entender a lo que se refería, y la idea me puso ansiosa. Me negaba a creer que la sombra tenía posibilidades de volver una y otra vez, y cuantas más le placiera.
Las farolas acabaron convirtiéndose en las mejores amigas de mi patojera. De camino a casa, me resultó insólito pensar que, cada vez que saltaba de una luz a la siguiente, al otro lado de la calle algo se desplazaba entre las sombras.
Antes de preocuparme en cerrar la puerta de mi casa, encendí la luz.
Me desplacé hasta mi habitación como mejor pude, intencionada en repetir el mismo proceso de siempre, pero algo había cambiado, y no era tan solo por los sucesos revividos en mi cabeza, o porque estuve a punto de encender la luz de mi alcoba y no lo hice. Fue a causa de ese alguien que, al parecer, aguardaba por mí en la oscuridad. Fue precisamente su mano la que detuvo la mía poco antes de presionar el interruptor.
Entre las tinieblas, Ashton, mirándome con sus ojos llenos de un oscuro misterio que, de solo pensarlo, fue capaz de originar todo tipo de escalofríos.
Tragué saliva y mi garganta carraspeó. En ese instante, no existió lugar en mi cuerpo que no doliera.
—No tengas miedo —me dijo en voz baja—. No pretendo hacerte daño. Es más, esta vez, he venido para quedarme.
Un fantasma.
¿Estaba hablando de mi casa?
—¿Quedarte? —cuestioné por fin.
Asintió, y el resultado de su sonrisa fue el incremento de mi pulso errático.
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Sombras en la oscuridad, ¿se imaginan? 👻
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