Parte IV.- Sonrisa.

Al despertar, Sora ya me esperaba fuera del bar. Estaba sentado en las escaleras de la entrada a pie de calle. Aún era bastante temprano, apenas había gente en los alrededores. Unos tenues rayos de sol se asomaban entre los edificios, hacia algo de frío, pero, aun así, se sentía un ambiente bastante agradable.
- Despertaste temprano. - Le dije sonriendo mientras pasaba a su lado, bajando las tres escaleras de la entrada de un salto.
- ¿Bromeas? Ni siquiera pude dormir, amigo. Los nervios están matándome. - dijo mientras se levantaba y arrastraba el gran saco de equipo hasta su espalda.
Me estiré un poco mientras veía alrededor y exhalaba un poco de aire fresco.
- Bueno... La verdad, es raro verte nervioso por culpa de una chica. - dije con algo de dificultad mientras terminaba mi estiramiento.
- Cállate... Ni siquiera sé cómo reaccionará al verme. Seguro me odia. - dijo preocupado mientras se paraba a mi lado.
- Le das muchas vueltas...
- Supongo que tienes razón, aunque no quiera hablarme... Será suficiente con verla una última vez.
Me giré hacia Sora, tenía una mirada llena de resignación. Le di una palmada en la espalda que lo tomó desprevenido y le hizo perder el equilibrio, este salió de su trance y comenzó a seguirme.
Las calles estaban algo vacías, había solo gente barriendo sus entradas y unos tantos estaban alistando sus puestos callejeros para el ajetreo que se avecinaba como todos los días.
Caminamos varios minutos y pude observar cómo conforme avanzábamos al centro de la ciudad, las fachadas eran cada vez más elegantes y de hecho había mucha menos gente.
La gran catedral de Arkeia estaba cerca del palacio, en el centro de la ciudad.
Está catedral era el baluarte espiritual principal de la Orden del puño dorado, una religión profesada en casi todo el continente que adoraban a Arkeia, diosa de la luz.
En la catedral, se formaban sacerdotisas que apoyaban en batalla a los paladines o atendían a los heridos de gravedad. Había una clara distinción de sexos, ya que los paladines eran todos hombres y las sacerdotisas eran todas mujeres, desconocía si esto era por decisión humana o era parte de su religión, pero sin duda era algo que contrastaba bastante con otras clases de guerreros, que no tenían tal distinción.
Aun estando lejos de la catedral, ya se asomaba a lo lejos. Era una enorme estructura en la cual, lo más llamativo, era la enorme cúpula de cristal en el centro que reflejaba los rayos del sol hacia todas direcciones.
Una vez frente al imponente edificio, me quedé parado admirando la majestuosa obra que se encontraba frente a mí y comencé a preguntarme cómo encontraríamos a la chica en semejante monstruo de concreto y cristal.
Sora continúo caminando hasta la entrada de la enorme catedral, dejándome atrás.
- Será difícil encontrarla... Ni siquiera creo que nos dejen entrar. - dijo Sora acercándose a la enorme puerta de madera blanca que se levantaba majestuosamente unos 4 o 5 metros.
- Si, no sé en qué estábamos pensando... Este lugar es enorme. - le contesté después de salir de mi trance. - ¿No crees que haya una puerta trasera o algo así? Un lugar tan grande no puede tener una sola entrada. Y menos una tan grande, debe ser difícil abrir está cosa. - dije mientras le daba unos golpecitos a la puerta para comprobar lo sólida que era.
- Tienes razón. - dijo Sora mientras soltaba el costal y corría a un extremo de la catedral.
Me agache a levantar el costal con las armaduras y cuando me incorpore escuché a Sora gritarme.
- ¡Hey, Aldric!
Voltee a mirar y estaba en la esquina izquierda del edificio llamándome con ambas manos en el aire.
Doblando la esquina, la gran catedral se extendía varios metros, pero llegando casi al final de la calle, la pared blanca cambiaba a una verja negra cubierta de enredaderas que impedían la vista al interior.
- Hay un jardín dentro. - dijo Sora, quien hábilmente estaba colgado de la verja evitando los puntiagudos barrotes.
- ¿Puedes ver a alguien?
- Nop... - Me contesta mientras estiraba el cuello para ver más allá. Y al no tener éxito, se puso de pie encima de los barrotes. Camino ágilmente unos metros hasta que su gesto cambió de golpe y tropezó, dejándose caer con prisa de nuevo hasta el piso donde estaba yo. Tenía una cara de susto que hizo que me pusiera en guardia enseguida.
- ¿Qué pasa? ¿Te vio un guardia?
- N..no... - dijo en voz baja, como temiendo que alguien lo escuchará manteniendo la misma cara de sorprendido.
- ¿Entonces? ¿Qué pasó? ¿Qué viste?
- La... La encontré... - dijo ahogando su voz.
Como pude, subí lo suficiente para asomar mi cabeza encima de la verja. Y a lo lejos pude ver qué el jardín se extendía más allá y a lo lejos había una fuente y varias bancas con mesas y ahí estaban las sacerdotisas hablando entre ellas en varios grupos. No pude distinguir quién de ellas era Mary, ya que mis brazos no soportaron el esfuerzo y tuve que dejarme caer al piso.
- No ví a Mary, pero sin duda hay varias hermanas ahí dentro. - le dije a Sora mientras sacudía mis manos.
Sora estaba sentado en el suelo, pálido como un fantasma.
- La vi... Ella estaba ahí... No puedo hacerlo, amigo. No puedo.
- Cálmate, no es para tanto... Ven, vamos. - avente el costal al otro lado y conjure un hechizo de aire sencillo para impulsarme hacia el otro lado de la verja con un salto.
Sora me alcanzó unos segundos después y se agazapó a mi lado.
- ¿Qué tan ilegal crees que sea esto? - le digo sonriendo para intentar calmarlo.
- Yo que voy a saber. - dijo con una actitud preocupada mirando a todos lados.
- No creo que sirva de nada esconderse. De todos modos, nos van a ver.- le dije mientras me levantaba y escondía el costal bajo un arbusto. - Alístate en caso de que haya que huir.

Sora se quedó agachado, se veía muy asustado y no parecía que se levantaría pronto. Así que, para darle valor, salí primero de aquel jardín de malezas y me dirigí a la fuente, donde estaban todas las sacerdotisas, pensando que con esto lo obligaría a salir conmigo.
Al verme, las chicas se sobresaltaron y pude oír uno que otro grito ahogado. Así que rápidamente levanté las manos.
- Tranquilas, señoritas. Solo estoy buscando a una amiga.
Las chicas dieron un paso hacia atrás asustadas, y al parecer no representé una amenaza para ellas, ya que me hicieron el gran favor de no gritar o correr presas del miedo.
Di un par de pasos al frente, hasta que una cara conocida se asomo de entre un grupo.
- ¿Aldric? ¿Qué haces aquí?
Era Marybeth, sus hermosos ojos verdes me miraron fijamente y de inmediato dirigió su atención hacia mis espaldas. - ¿Está todo bien?
Era obvio a quien estaba buscando detrás de mí, pero al ver que no había nadie, el brillo de sus ojos desapareció.
- ¡Mary! Todo está bien... Solo... Bueno, nosotros... - tartamudeé torpemente al no saber qué decirle con exactitud. Pero Marybeth me interrumpió al escuchar mi última palabra.
- ¿Nosotros?
Dijo la chica con un tenue sentimiento de emoción mientras daba un par de pasos al frente y se llevaba las manos al pecho. Las otras sacerdotisas miraban atentamente la escena, mientras que algunas otras ya habían perdido el interés o tal vez querían evitar cualquier problema posible y se habían metido al edificio.
- Bueno, si... - dije mientras miraba a mis espaldas y me daba cuenta de que Sora no me había seguido, lo cual hizo que me pusiera aún más nervioso. No sabía que más decirle a aquella chica, mi plan era juntarlos y dejar que Sora se encargará de todo, pero al parecer no había podido superar su miedo y me había abandonado.- Eh... Yo...
- Ya sé que van a entrar al torneo... -comenzó a decir la chica, casi parecía un susurro. Mary bajó la vista, aún con las manos juntas sobre su pecho y siguió hablando. - Solo creí... Que el vendría a despedirse... - dijo mientras su voz se quebraba, amenazando seriamente con romper en llanto.
- ... El si quería venir, es solo que...
- ¿Que? ¿De nuevo quería evitar hablar conmigo? - dijo interrumpiéndome con una voz baja, pero cargada de tristeza y ciertamente con algo de rencor.
- No es eso... Tú de verdad le importas, Mary. - le dije sin saber con exactitud si estaba diciendo lo correcto. Y al parecer no elegí bien mis palabras, ya que ella levantó la vista y me miró enojada.
- ¿Que yo le importo? ¡A ese idiota no le importa nada más que el mismo! - dijo enojada mientras daba media vuelta y se dirigía hacia el edificio, como tratando escapar para que nadie la viera llorar.
Entonces, Sora pasó rápidamente a mi lado y sujetó el brazo de Marybeth antes de que lograra entrar.
- Tienes razón... Soy un idiota. - dijo mientras la sujetaba con delicadeza.
Mary volvió a verlo sorprendida. Sus grandes ojos estaban llenos de lágrimas, pero se llenaron de felicidad al ver a Sora frente a ella. - Yo... No puedo dejar de hacerte sufrir... De verdad soy un idiota.

Todos los presentes estábamos atónitos por la dramática escena que estaba sucediendo frente a nosotros, digna de una novela romántica. Incluso una que otra chica de entre el público dejó de respirar al ver lo que estaba sucediendo.
Mary solo pudo abrazar a Sora mientras desahogaba sus sentimientos. El devolvió el abrazo con una mirada triste y derrotada, la culpa podía verse en la forma en que la abrazaba.
Yo no supe que hacer, sinceramente sentía que debía dejarlos solos, pero en aquel jardín no había muchos lugares a dónde pudiera escapar. Así que me mantuve parado en mi lugar, temiendo moverme o de hacer algún sonido que pudiera arruinar su momento.
- Se que soy un idiota, pero no digas que no me importas. - dijo Sora con un tono más decidido.
- Entonces... ¿Por qué me abandonaste? - dijo la chica con un susurro mientras mantenía la cara oculta entre sus brazos.
- Yo... Te lo dije. No soy bueno para ti.
- Eso solo es una excusa... - dijo la chica separándose ligeramente de su pecho antes de ser interrumpida por Sora.
- No digas eso, eso no es verdad...- dijo Sora mientras la tomaba fuerte de los hombros y la veía a los ojos. - Yo... Por eso vine, quiero dejarte en claro mis sentimientos antes de...
- ¿De qué? Sabes que entrar a ese lugar es peligroso y estúpido. ¿Por qué lo haces? No entiendo. - dijo Mary mientras sus lágrimas se deslizaban lentamente.
- Lo hago por nosotros... - susurro Sora con una mezcla de miedo y vergüenza.
- ¿Nosotros? - respondió sorprendida la chica mientras le dirigía una mirada incrédula.
- Si. Solo así seré alguien digno de ti... Y por fin podré darte lo que mereces...
- ¿Pero de qué hablas? - dijo la chica confundida.
- ¡Por favor! Se lo que todos decían de nosotros... - dijo Sora mientras la soltaba y le daba la espalda a Mary. - Y tenían razón... Solo soy un donnadie.
- ¿Por qué dices eso? ¿Qué tiene que ver eso con que entres al torneo? - dijo la chica mientras se acercaba lentamente a Sora. Este se giró hacia ella y continuó.
- Por qué cuando ganemos tendré el estatus y el dinero suficiente.
- Eso no me interesa... - dijo la chica mientras intentaba sujetar su brazo tímidamente.
- No me mientas... - dijo Sora cabizbajo.
- ¿Qué estás insinuando? - preguntó con una mirada incrédula, como si Sora hubiera dicho la mayor estupidez que hubiera oído en su vida. - ¿Que yo...?
- No quiero que estes conmigo por lástima o compasión...
Y con estas palabras Mary cambió radicalmente su rostro. Le dio un pequeño empujón a Sora con la mano que tenía en su brazo y con el rostro enrojecido por la ira le replicó.
- ¿Cómo te atreves a dudar de mis sentimientos? ¿De verdad crees que soy tan superficial? ¿Que solo busco a alguien con dinero o estatus?
Sora se dio cuenta de que había elegido mal sus palabras e intentó disculparse, pero ella no le dio oportunidad.
- No, ya no quiero escuchar nada más... Eres un idiota... Si tanto quieres conseguir tu estatus, adelante. - la chica rompió a llorar y dio media vuelta. Se abrió pasó entre las hermanas que aún miraban atónitas el espectáculo.
- ¡Mary, espera! - dijo Sora intentando sujetar su brazo, pero ella se zafó.
- ¡No me toques! - la chica se veía destruida, sus ojos estaban sumidos en una completa resignación y tristeza. Al ver esto, Sora decidió no ir tras ella.
Él se quedó ahí parado, con un semblante triste y derrotado. Todas las chicas que habían estado observando se metieron lentamente al edificio susurrando entre ellas una a una hasta quedarme solo con Sora.
Decidí acercarme, puse mi mano en su hombro y le dije:
- Lo siento, amigo... - al girarse pude ver qué él estaba llorando.
- Te dije que lo iba a arruinar... - dijo aun llorando, pero con una ligera sonrisa en el rostro.
Lo rodeé con el brazo y me dirigí con él a la verja por donde habíamos entrado. Tome el costal con nuestras cosas y pase al otro lado de la misma forma en que entre. Casi enseguida Sora aterrizó a mi lado.
Caminamos en silencio por las calles abarrotadas de gente hasta llegar al bar.
El lugar estaba lleno de gente como de costumbre. Pasamos a la parte trasera, en donde habíamos tenido la reunión con los miembros del comité del torneo. El padre de Mary nos vio pasar desde atrás de la barra y supuse que supo todo lo que había pasado está mañana con solo mirar a Sora, y no nos dijo nada más.
Sora se desplomó en una silla mientras yo cerraba la puerta.
- Lo siento. - dijo el chico cabizbajo.
- ¿De qué hablas? - le pregunto extrañado mientras me siento en una silla al extremo de la sala.
- Ella no nos ayudó con las bendiciones por mi culpa.
- ¿De verdad eso es lo que te preocupa?
Sora se quedó callado un momento, probablemente reviviendo todo lo que había pasado, y por su mirada seguramente estaba culpandose por todo lo que dijo.
No sabía que decirle, aún era complicado tratar con él. Sentía un aprecio enorme por aquel chico, pero sabía que solo era por los recuerdos de Aldric. Quise saber un poco más de el para así saber que podía decirle para animarlo. Quería entender por qué Aldric lo quería tanto. Así que decidí ver un poco de su historia juntos.

Sora Inoki, proveniente del misterioso país de Shinsei. Un lugar famoso por sus diferencias culturales tan marcadas, que distaban bastante con las de otros reinos.
En todo el mundo, solo había una religión dominante, que era la que adoraba a Arkeia. De antaño había otras religiones y dioses, pero la orden del puño dorado estuvo ocupada los últimos 1000 años asegurándose de extinguir todas estas creencias una por una.
Al final, solo hubo dos corrientes espirituales que se lograron imponer en contra de la gran y poderosa Arkeia.
Una fue Gaia, la madre tierra, que era adorada por los grandes reinos élficos, que después de casi 100 años de estar en guerra contra los paladines de Arkeia, decidieron hacer una tregua a cambio cedió varios de sus secretos para la producción de objetos mágicos, además claro, de abrir sus fronteras a todos los que profesaban su religión.
Y la segunda, fue la corriente espiritual de Shinsei, que como tal no adoraban a ninguna figura divina. Su religión se enfocaba en la meditación y la iluminación personal. Tenían como objetivo alcanzar la liberación del sufrimiento y la ignorancia humana a través de la práctica de la meditación, la ética y la sabiduría.
Y la razón principal por la cual Shinsei se libró del yugo del puño dorado por tantos años, fue más bien gracias a la geografía de su país. Ya que se encontraban en un enorme archipiélago en medio del océano.
Pero, aun así, su país y por lo tanto su gente, eran excluidos y discriminados fuera de su territorio. Y no solo eso, si no que su gente era peculiarmente buscada por esclavistas.
Sora estaba fuera de su tierra debido a esto, él era hijo de esclavos y nunca conoció su tierra natal, pero fue instruido por sus padres y gracias a ello práctico su cultura desde niño y seguía haciéndolo en memoria de sus padres.
Desde que lo conocí (bueno, desde que Aldric lo conoció), él siempre fue un chico alegre y despreocupado a pesar de todo el sufrimiento por el que había pasado. En una ocasión Aldric estaba al borde del precipicio, estaba a punto de un colapso emocional, lleno de furia y tristeza. Entonces, harto de lo molesto que le resultaba el optimismo de su amigo, le gritó:
- ¡Deja de sonreír! Maldita sea... ¿Es que no te das cuenta? Este mundo es un asco... Toda su gente... Todos...
- ¿Y? ¿Qué quieres que haga? ¿Que me deje llevar por la ira? No amigo, yo haré lo contrario a todo eso. Es mi forma de desafiar al destino... Si ya me quito todo lo que quiero... No dejaré que también me quite la sonrisa.
Estas palabras se grabaron en la mente y el corazón de Aldric. Él sabía que su amigo había sufrido aún más que él, y aun así su entusiasmo no decaía. Quedó tan impactado que desde ese momento él comprendió que mientras viera a su amigo sonreír, la vida aún tendría sentido, aún habría alguna solución. Desde ese día Aldric decidió quedarse al lado de Sora, para proteger aquella sonrisa inquebrantable que ahora era el símbolo que le daba sentido a su vida.
Tal vez era la forma de redimir su culpa, tal vez con eso podia vivir con la decisión de abandonar a su madre con el monstruo de su padre...
Volviendo a la realidad me levanté y me acerqué a Sora, le puse una mano en el hombro y le dije:
- Una vez un gran amigo me dijo:
"Si el destino me ha quitado todo, no dejaré que también me arrebate la sonrisa."
No sé si era muy sabio o muy estúpido... -le dije sonriendo mientras él me dirigía una mirada de sorpresa. -...lo que si se, es que sus palabras le dieron sentido a mi vida. No dejes que esto te quite la sonrisa, amigo. Mientras siga en tu rostro, aún tendremos un camino que seguir. No te rindas aún.
- ¿Y quién dice que me rendí? - dijo mientras se limpiaba las lágrimas atoradas en los ojos y se levantaba de la silla. - Yo sé que no es el final del camino... Solo es un pequeño obstáculo.
El avanzo un par de pasos dándome la espalda y se detuvo mientras se quitaba las manos de la cara.
- Pero gracias por recordármelo. - él se dio media vuelta y me quito el costal con el equipo de las manos. - Aún tenemos mucho que hacer, ¡Vamos!
Me dio un ligero golpe en el hombro y salio de la sala.
Me quedé un momento parado y sin querer esbocé una pequeña sonrisa en el rostro y dije para mí mismo.
- Tenías razón, Aldric. Este chico es bastante molesto...

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