CAPÍTULO 26. EL RESCATE

   Era de noche, la bella aeronave estaba lista para despegar en un helipuerto del campo militar número 1.

Se acercaban a ella dos figuras que en la penumbra dibujaban a un militar de alto rango y un piloto en overol.

Uno de los militares que guardaban el lugar se adelantó a encontrarlos cuando aún avanzaban por la calle de carreteo.

Tras saludar militarmente recibió una autorización debidamente reglamentada para el uso del helicóptero.

- Tomaremos este juguete por unas tres horas –sentenció el oficial que entregó el oficio-

Asegúrese de que el área esté iluminada hasta que regresemos.

Sin más, los dos recién llegados continuaron avanzando hacia el helicóptero.

Cuando pasaron junto a los centinelas apostados a la entrada del área en donde estaba estacionado, éstos se cuadraron al unísono.

La plataforma circular estaba demarcada por luces perimetrales.

Unas verdes apuntando al cielo y otras blancas orientadas a ras de piso.

Ambas iluminaban indirectamente el lugar lo suficiente para distinguir con claridad a Francisco Esquivel portando insignias de general.

Los motores rugieron y las aspas comenzaron a girar.

El despegue fue suave y ya en el aire el piloto planteó una cuestión que le había inquietado por días.

- ¿Qué tanta experiencia tiene el operador de armamento?

- Solo en simuladores, él también se capacitó en Toulouse, pero como ingeniero de vuelo y armamento.

Para esta misión lo mandamos a Long Beach para especializarse en este equipo.

- Se oye bien. ¿Pertenece a la sociedad?

- Todos los participantes en esta operación pertenecemos a la sociedad, incluido quién firmó la autorización que acabo de entregar.

- Siempre supe que estábamos en todos lados, pero es hasta ahora que lo estoy viviendo con toda intensidad.

- Lástima que lo tengas que olvidar de inmediato, porque todo esto no está sucediendo.

- Sí señor.

El piloto sonrió brevemente y Esquivel le guiñó el ojo con jovialidad.

Tres minutos después estaban descendiendo en el helipuerto del edificio del cuartel de la Sociedad Secreta de Cuauhtémoc.

Esquivel se quitó el chaquetín y el quepí, se los entregó a una asistente que se acercó para recibirlos y se enfundó un overol.

Siete comandos subieron.

Seis con armas de asalto y una pesada mochila.

El séptimo era el operador de armamento y solo cargaba una maleta de manuales.

Despegaron de inmediato y volando en modo silencioso se acercaron al edificio donde se operaría el rescate.

El sofisticado equipo analizador de imágenes ubicó a todos sus ocupantes.

Solo un guardia estaba en la terraza del penthouse, los demás estaban en la planta baja y el sótano.

En una recámara había un ocupante sin armas que se movía de un lado a otro, su fisonomía era de mujer y el operador del equipo consideró que se trataba de Anna.

No había armas ahí.

En la recámara adyacente se veían tres imágenes acostadas también con apariencia femenina.

En la siguiente dormían dos hombres.

Ni mujeres ni hombres dormían con armas a la mano, pero en los recibidores de ambas habitaciones había armas cortas y largas.

Todo estaba dentro de lo esperado, solo el penthouse reveló algo sorpresivo.

El obispo tenía compañía en su cama.

Esquivel, expresó su asombro al acercar su rostro a la pantalla.

- ¿Qué es esto?

- Un hombre y una mujer en la misma cama –Comentó el operador-.

- Pues espero que estén durmiendo profundamente, de todos modos mientras no estén armados no hacen diferencia para nuestros planes –sentenció Esquivel-

El helicóptero no hacia ruido, las toberas de escape de sus turbinas amortiguaban el ruido hasta convertirlo en un zumbido imperceptible a tres metros de distancia.

Siguiendo el cuidadoso plan, la nave se detuvo cincuenta metros alejada del guardia del penthouse con un ángulo de quince grados hacia arriba.

La torreta erizada de cañones de diversos calibres que estaba en la parte inferior del fuselaje giró respondiendo a las instrucciones que el operador tecleaba con rapidez.

Cuatro de los comandos se colocaron máscaras antigás, Alberto y el comando que ingresaría junto con él a la recámara de Anna llevaban dos máscaras antigás cada uno, pero las conservaron dentro de los compartimientos de su uniforme.

En una de las pantallas se mostró al guardia de la terraza en cuerpo entero, y un instante después solo su cabeza y cuello.

Un círculo y una cruz señalaron el punto del cuello en donde impactaría la ampolleta.

Tras el disparo el guardia se llevó la mano derecha a la nuca y sus rodillas se doblaron casi simultáneamente, después se apoyó con ambas manos en el piso sin lograr evitar su total desplome.

Hasta ese punto los acontecimientos seguían el plan, pero pronto surgió el primer imprevisto.

Siempre que el obispo rompía su voto de castidad se aplacaba su libido pero se agitaban sus remordimientos provocándole insomnio.

Se levantó para mirar por la ventana, no vio caer al guardia de la terraza pero lo descubrió en el suelo.

Esquivel lo vio en el monitor y alertó a todos los comandos por el intercomunicador.

- ¡El obispo está en la ventana!

¡Debemos asumir que dará la alarma!

¡Cada segundo cuenta!

Cuatro comandos descendieron a la terraza en siete segundos, en los siguientes tres empezaron a deslizarse por la fachada, seis segundos más tarde estaban balanceándose frente a las ventanas que se colapsaban ante el impacto de las granadas de gas.

Alberto y su apoyo bajaron directamente del helicóptero hacia el ventanal de la recámara de Anna y rompieron los vidrios con violencia al mismo tiempo que sus compañeros.

Todo se había desarrollado en relampagueante secuencia.

Al ver al vigilante caído el obispo Calderón jaló el disparador de la alarma que estaba en el marco de su ventana.

Los teléfonos móviles de los que estaban durmiendo y de los seis guardias pitaron ruidosamente.

El obispo escuchó sonar el teléfono del desvanecido guardia, pero no vio que reaccionara.

Los cinco que estaban en la planta baja se movilizaron de inmediato.

Tres de iniciaron su ascenso hacia las oficinas, dos por el elevador y uno por la escalera.

Dos se quedaron abajo equipados con armas largas y una ametralladora de tripie.

Mariana encendió la luz de su lámpara y corrió al armario en donde guardaba su uniforme y botas de campaña.

Sus dos compañeras de dormitorio también trataron de hacerse de su equipo, pero ellas tenían sus ropas en las maletas y las botas en el armario.

Cuando las granadas de gas explotaron, las que estaban vistiéndose aún no tenían sus armas y pronto sucumbieron a los efectos del gas.

Para entonces Mariana ya estaba en el recibidor poniéndose los pantalones, y al escuchar el estruendo del ventanal siendo penetrado tomó su arma y su camisa para correr hacia el pasillo.

Ahí se encontró con otra nube de gas.

En un acto instintivo descargó su arma hacia la nube suponiendo que ahí estaban sus enemigos.

De entre el humo surgieron parpadeantes destellos de proyectiles que hacían explotar el techo sobre su cabeza, se dirigió entonces a la habitación de Anna buscando refugio.

Estando aún en el pasillo a punto de abrir la puerta de la recámara de Anna, vio a Carlos y a Spinosa salir de su habitación en pantalones y con el torso descubierto, portando unas enormes pistolas tipo escuadra.

Spinosa se tiró al piso girando y disparando hacia el origen de los destellos, Carlos vio que Mariana se dirigía a la recámara de Anna y la siguió.

Para ese momento los dos comandos que habían entrado al dormitorio de mujeres estaban revisándolo antes de salir al pasillo para sumarse a los dos que sabían ya estaban ahí.

Lo que había sucedido en el dormitorio de Carlos era totalmente distinto a lo acontecido en la recámara de Mariana.

Él y Spinosa poseían unas muy costosas pistolas fabricadas con compuestos de carbono que no fueron detectadas desde el helicóptero.

Ambos dormían con sus armas bajo la almohada y se empezaron a vestir pero cuando escucharon el estruendo de cristales rotos se apresuraron a salir al pasillo con lo que tenían puesto.

En la recámara de Anna el obús que rompió el ventanal no incluía una granada de gas y Alberto y el otro comando irrumpieron sin máscara.

Anna estaba en el recibidor y al ver que Mariana entraba desde el pasillo con su arma en alto, se le echó encima rabiosamente propinándole una fuerte patada en el plexo solar que la arrojó sobre la mesita de centro.

Tras Mariana venía Carlos, quien reconoció a Anna al instante y aprovechando que había caído tras impactar a Mariana, la tomó de la muñeca y le torció el brazo por la espalda para inmovilizarla.

Anna gritó y se revolvió pero redujo su ímpetu al sentir que su hombro se le desprendía en medio de un terrible dolor.

Alberto pensó que Anna gritaba por nervios y llamó su nombre en voz alta para tranquilizarla, el comando que estaba con Alberto vio que Anna entraba sujeta por un robusto hombrón y sin atreverse a disparar se tiró al piso para ofrecer un blanco menos fácil, en cambio Carlos, usando a Anna como escudo, disparó de inmediato sobre la sombra que giró en el piso hasta desaparecer en la penumbra.

Alberto aprovechó que Carlos estaba dando toda su atención al otro comando y avanzó en la oscuridad pegado a la pared hasta la puerta del recibidor.

Cuando Carlos avanzó lo sorprendió propinándole un tremendo culatazo en la cabeza que lo tumbó como fulminado por un rayo.

En los auriculares de Alberto y su acompañante estallaron las advertencias desde el helicóptero indicando que un enemigo estaba moviéndose en el recibidor, por lo que Alberto empujó a Anna al suelo y el comando de apoyo apuntó hacia la puerta.

Se trataba de Mariana, quien no había perdido el conocimiento cuando Anna la golpeó y había invertido unos segundos para ponerse la camisa militar sobre el blanco camisón.

Entró a la alcoba sosteniendo su arma con ambas manos y soltó una ráfaga.

El comando que estaba sobre el piso al ver que se trataba de una mujer semi vestida apuntó al hombro y no al corazón.

Anna gritó angustiada demandando que no la matara en el mismo instante en que Mariana era aventada violentamente hacia atrás.

Alberto se incorporó penosamente porque su muslo derecho había sido alcanzado por los disparos de Mariana y al tratar levantar a Anna notó que estaba herida y sangraba del costado, aún así ambos pudieron ponerse de pie.

Mientras avanzaban hacia la ventana Alberto le colocó a Anna el arnés para izarla, en eso Carlos recuperó el sentido y aun algo aturdido disparó contra Alberto hiriéndolo nuevamente en la pierna derecha, pero ahora en la pantorrilla haciéndolo caer de bruces.

En esa ocasión el comando no perdonó y disparó contra Carlos una mortal ráfaga.

Anna se devolvió para ayudar a Alberto pero este le pidió que se aprestara a ser izada y transmitió la orden al helicóptero.

- Anna ya tiene el arnés y está en posición –dijo con claridad-

Anna sintió como el cable engarzado a su arnés se tensaba y dejándose llevar salió por la ventana.

El comando ayudó a Alberto y en un parpadeo ambos estaban flotando con rumbo al helicóptero.

Dentro el combate continuaba.

Spinosa acababa de sucumbir a los efectos del gas pero logró herir mortalmente a un atacante.

Habían transcurrido dos minutos y medio desde que había sonado la alarma.

Los dos comandos restantes avanzaban con cautela portando aún sus máscaras antigás.

Desde el helicóptero les avisaron que ya no había más oponentes de pie y que estaban por arribar tres custodios armados.

Dos por el elevador y uno por la escalera.

El arribo de tales refuerzos estaba previsto.

Sacaron de sus mochilas unas cuñas de acero diseñadas especialmente para abrir las puertas de elevador y arrojaron al cubo una granada de gas que explotó en el techo de la caja.

El sistema de ventilación del elevador absorbió el somnífero y los sorprendidos guardias no lograron evitar caer bajo su efecto.

El que subía por la escalera estaba aún a dos pisos de distancia.

Aunque la puerta del nivel en donde estaba la acción tenía chapa para evitar que Anna escapara, él no tendría problemas para abrirla desde dentro.

Los comandos rompieron a balazos la cerradura y arrojaron gas hacia el último descanso.

Aun faltaba asegurarse que los dos del elevador estaban realmente neutralizados.

Esperaron agazapados a que llegara la caja y vieron a los dos guardias profundamente dormidos.

Concluidas las acciones regresaron sobre sus pasos para atender a los heridos.

El que había sido impactado cuando Mariana disparo a ciegas contra la nube de gas solo tenía un rozón en la cabeza.

Lo ayudaron a caminar y lo suspendieron en uno de los cables que habían sido bajados desde el helicóptero para izarlos a todos.

El cuerpo del que había sido abatido por Spinosa fue el siguiente en subir.

Para entonces Anna, Alberto y el comando que lo acompañó ya estaban en el helicóptero.

Una vez que subieron los últimos dos, la silenciosa nave rompió la condición de vuelo estático y se alejó perdiéndose en la oscuridad de la noche.

De Los Perseguidores solo quedó en pie el guardia que subía por la escalera cuando fue detenido por la nube de gas.

Había corrido escaleras abajo varios pisos hasta encerrarse en un sanitario al que ya no llegó la nube.

Cuando el humo se disipó, avanzó cauteloso hasta el piso donde se había escenificado la tremenda batalla

Ante el devastador panorama pidió ayuda a los tres que se habían quedado en la planta baja.

En el penthouse el obispo Calderón continuaba paralizado frente a la ventana.

Sin cambiar postura había visto al helicóptero y las sombras que bajaban y subían, también había escuchado los disparos y ráfagas.

No reconoció a Anna cuando fue izada porque vestía un holgado ropaje negro similar al de los guerreros ninjas de las historias a la que era afecta.

Sí notó que dos de los que subían parecían estar lastimados y que un tercero colgaba inerte.

No se atrevió a bajar y se limitó a vestirse y pedir a su acompañante que hiciera lo propio.

Veinte minutos después Spinosa llegó al penthouse con apresuramiento y cautela ante la posibilidad de que el obispo hubiera sido agredido.

Cuando lo encontró de pie y en una pieza le informó sobre la fuga de Anna, la muerte de Carlos Santillana, la herida no mortal de Mariana y la muerte de dos guardias.

El obispo era un hombre frío y práctico, así que de inmediato hizo un íntimo recuento de la situación.

Ya no tenía a Anna.

Pero ya sabía que Ica era la depositaria que buscaba y que sus padres vivían en Usila.

Y aún contaba con el doctor Souza porque al no estar calificado para enfrentamientos violentos había decidido colocarlo en un hotel.

Miró a Spinosa con serenidad y le dijo.

- Queda usted a cargo, vea que la familia de Carlos reciba todos los beneficios del seguro de vida, haga lo mismo por las familias de lo guardias.

Negocie con los medios informativos que no se le de difusión a este incidente.

Mariana tiene toda la información de los contactos para los seguros y para los medios.

¿Sus heridas le permitirán hacer esto?

- No por unos cuatro días –aseguró Spinosa-

Le pediré la información y yo me encargaré.

- Bien, después veremos lo de sus honorarios, pero le anticipo que cuando menos se duplicarán.

Busque un nuevo lugar para nuestro centro de operaciones.

Spinosa asintió y salió de la alcoba.

En el cuartel general de La Sociedad Secreta de Cuauhtémoc se vivía un drama equivalente.

En cuanto el helicóptero se plantó en la plataforma de aterrizaje, el personal del centro de logística constituido en equipo de camilleros, llevó al comando herido a una ambulancia que esperaba en el sótano.

Alberto y Anna fueron trasladados al bien equipado quirófano anexo al laboratorio del doctor Velázquez.

El cuerpo del comando caído fue colocado en una segunda ambulancia que lo llevó a una morgue desde donde saldría para ser entregado a su familia.

El helicóptero despegó con solo el piloto y el general Esquivel.

Por último los tres comandos que habían quedado ilesos y el ingeniero de vuelo, empacaron su equipo, cambiaron sus ropas por la de civiles, se despidieron con cortesía y salieron del edificio en sus autos.

El profesor Elías informó a don Juan en Usila y a Ica en Washington sobre el rescate de Anna.

Don Juan al instante puso en marcha un operativo de seguridad que el profesor le había sugerido y convirtió a Usila en un impenetrable bastión.

El riesgo a evitar era el de que don Juan, su esposa o ambos, pudieran ser secuestrados para forzar a Ica a someterse a la voluntad de Calderón.

Así, cuarenta minutos después de que el helicóptero había despegado de la base militar, todo había concluido.

A eso de las seis de la mañana Alberto despertó y vio a los padres de Anna sentados frente a la cama vecina y dedujo que Anna era su compañera de hospital.

- ¿Es grave lo de Anna?

Aldama reaccionó de inmediato y poniéndose de pie se dirigió a Alberto.

- No, afortunadamente no, está estable y con un pronóstico muy optimista, en realidad usted perdió más sangre que ella.

- Supongo que sí, pero mis heridas fueron limpias en masa muscular y ella fue herida en el torso, gracias a Dios no pasó a mayores...

Alberto perdió la consciencia nuevamente.

Una hora más tarde fue Anna la que despertó.

La habitación estaba iluminada tenuemente para permitir distinguir todo sin perturbar el descanso de los heridos, por ello Anna y sus padres pudieron intercambiar miradas y sonrisas antes de iniciar una breve conversación.

- ¿Es Alberto?

- Sí, despertó hace como una hora y se volvió a dormir, está bien y al igual que en tu caso el doctor pronostica una rápida recuperación, afortunadamente las balas no tocaron ninguna arteria.

- Pero dices que se recuperará rápido ¿Qué tan rápido?

- Dijo el doctor que él y tú podrán salir de aquí en tres días, pero que tendrá que hacerles curaciones diarias por cuando menos un mes.

- Fue muy valiente, ¿sabes? -Comentó Anna a su padre mientras miraba a Alberto con ternura-.

- Estoy seguro que sí, según me dicen también puso mucho empeño durante los ejercicios de preparación para tu rescate.

- Se lo agradeceré en cuanto despierte, tengo mucho sueño, creo que dormiré...

Anna también sucumbió ante la fatiga y cerró los ojos para dormir por cuatro horas más.

Cuando despertó nuevamente sus padres se habían ido, la iluminación seguía siendo artificial pero los rayos del sol se colaban por entre breves espacios dejados por las cortinas, giró su cabeza hacia la cama de Alberto y lo descubrió mirándola y saludándola con una amplia sonrisa.

- Buenos días bella durmiente, ¿gran baile el de anoche, no?

- ¡Y que lo digas! ¿Supiste sobre Mariana? ¿Vive?

- El que la contuvo me dijo que solamente la había herido y por la experiencia que tienen estas gentes te aseguro que así fue.

Pero aparte de eso no sé nada más, me temo que solo nos enteraremos de su estado de salud cuando nos ataque nuevamente.

Anna sonrió asintiendo.

- Tú ¿cómo te sientes? –Preguntó Alberto-

- Bien, a mi papá le dijeron que saldremos de aquí en tres días.

- ¿Tres días durmiendo juntos?, pues no se oye nada mal.

- Pues puedes estar seguro que cuando salgamos no tendrás nada de que presumir.

Solo mírate ahí tirado con ese semblante de santo en penitencia.

- Pues sí, la verdad si me siento en penitencia, me duele todo el cuerpo, me supongo que le exigí a todos mis músculos más de lo que acostumbro.

- Por cierto, en verdad muchas gracias por lo que hiciste por mí.

- Ni te fijes, realmente me gusta saltar de helicópteros y recibir balazos, con decirte que lo hago casi a diario.

- Sí, eso pensé, pero de todos modos muchas gracias.

Anna y Alberto intercambiaron miradas de simpatía que sostuvieron por un rato, tras el que casi al unísono volvieron a dormir.

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