CAPÍTULO 24. EL ENTRAMADO DE LA POLÍTICA MEXICANA.
En la oficina que usaba el obispo Calderón en sus funciones como prelado de la iglesia, todo era tranquilidad.
Su ausencia por el viaje a Washington había roto el acelerado ritmo de días anteriores.
Ahora todo estaba tranquilo.
Diez solicitantes de audiencia estaban en la antesala, siendo el primero en turno un sacerdote que había arribado desde las seis de la mañana.
Dos horas antes de que llegaran los empleados.
- ¿Este sacerdote Sergio Méndez no pertenece a mi diócesis? -Preguntó el obispo a su asistente-
- Eso dijo y que se trata de un asunto personal.
- ¿Ya verificaste sus datos?
- Sí, es sacerdote en activo y no pertenece a ésta diócesis.
- Entonces hazlo pasar para que yo lo observe antes de platicar con él.
Calderón solía poner en soledad a algunos solicitantes de entrevista para observarlos sin que ellos lo notaran.
Se introdujo en una habitación desde donde podía ver en dos pantallas el interior del amplio despacho en donde fue admitido el padre Méndez con la indicación de que se sentara en un sillón de la sala.
Tras un minuto de rigidez, el joven sacerdote empezó a mover la cabeza para recorrer con la vista, muros, libreros y techo, sin mostrar inquietud ni exasperación.
Después, notoriamente aburrido, se mantuvo atento y erguido sin moverse de su asiento, tamborileando sus dedos en el portafolio que descansaba en su regazo.
Cinco minutos más tarde el obispo salió de la oficina adjunta.
Ofreció su mano para ser besada y se sentó en el otro sillón de la sala.
- Estoy a sus órdenes, ¿en qué puedo servirle?
- Señor obispo, le traigo una carta personal del ingeniero Hermenegildo Ángeles, me pidió que le expresara que está interesado en reunirse con usted en privado y que tras leer la carta, si decidía usted en favor de su interés, le hiciera saber del lugar, fecha, y hora.
Calderón estaba realmente sorprendido,
El Ingeniero Ángeles era un prominente político hijo de un general revolucionario famoso por la cercana amistad que tuvo con Elías Calles y con Obregón.
Su filiación familiar y personal siempre había sido de izquierda y anticlerical.
Sin duda una reunión pública con él originaría muchas especulaciones, por lo que la propuesta de reunirse en privado era más que entendible.
La misiva decía:
"Estimado señor, yo estoy tan sorprendido como seguramente estará usted ante la necesidad que tengo de pedirle que nos reunamos para revisar asuntos de altísimo interés para ambos.
Tras el sensible fallecimiento de mi padre he estado leyendo una gran cantidad de documentos que dejó para mí.
En uno de ellos me relata con detalle la existencia de la sociedad secreta que usted dirige y de la sociedad secreta que persigue.
No solo me informó de eso sino también de que ustedes le ofrecieron a Hernán Cenizo el tesoro azteca en el momento en que se convirtiera en presidente de la república.
Como comprenderá es indispensable que demos a este asunto una dimensión real y actualizada.
Acepto de entrada que lo expresado por mi padre puede no ser exacto en su totalidad.
Pero no puedo desestimar su dicho porque él siempre fue una persona muy bien informada de todo lo que sucedía en México y aunque en sus últimos años estuvo retirado de la política, su poder personal siempre le dio acceso a información inaccesible para la mayoría, incluso para mí a pesar de las altas responsabilidades públicas que he tenido.
Le ruego dé debida respuesta a mi inquietud.
Estoy seguro que podremos ponernos de acuerdo para no dañar la paz social y no defraudar a quienes confían en nosotros.
Atentamente, Hermenegildo Ángeles."
Al terminar la lectura el obispo Calderón miró al portador de la misiva y con gesto cuestionador empezó a interrogarlo.
- ¿Qué tan bien conoce usted al ingeniero Ángeles?
- De toda la vida, somos coterráneos y mi padre y él son amigos desde la infancia.
- ¿Y porqué cree que le pidió que fuera su correo?
- Mi condición sacerdotal me permite entrar en esta oficina sin levantar suspicacias de ningún tipo y según me dijo soy la única persona de sus confianzas con esta posibilidad.
- Entiendo y me parece que el ingeniero tomó la decisión adecuada –Dijo el obispo mientras se levantaba del cómodo sillón-
Se dirigió a su escritorio.
Sin tomar asiento echó mano a un pequeño papel para notas y una pluma.
El padre Méndez lo siguió.
- Mire –dijo-, estoy escribiendo la dirección de una oficina que puedo conseguir en préstamo para reunirme con el ingeniero.
Dígale por favor que cuando esté por llegar, me informe las placas de su auto y de los que lo acompañen, para que el personal de seguridad del edificio pueda hacer mejor su trabajo.
También le estoy anotando el número de mi teléfono móvil y el día y hora que propongo para la reunión.
El sacerdote Méndez tomó la nota y procedió a despedirse besando el anillo que atestiguaba la jerarquía eclesiástica de Calderón.
Cuando terminó la entrevista el obispo pidió que se le avisara a quienes esperaban audiencia, que tenía la necesidad de ausentarse por tres horas, y que cuando regresara atendería a los que aún permanecieran.
Una vez en su auto usó el teléfono para convocar a una reunión urgente a Carlos, a Mariana y al doctor Souza.
Mariana estaba en el penthouse observando la clase de gimnasia olímpica de Anna.
- Sí, sí señor, en una hora en su oficina.
¿Quiere que yo les avise a Carlos y al doctor Souza?
Ah bueno, esta bien, sí.
Anna, quién escuchó lo dicho por Mariana decidió de inmediato que debía enterarse de lo que se dijera en esa junta.
Simuló requerir ir urgentemente a su habitación y salió corriendo del gimnasio.
Se ocultó tras un sofá de la sala del penthouse, justo a un lado de los disimulados libreros de su anterior aventura.
Cuando Mariana y la entrenadora salieron, Anna se introdujo al despacho de la dirección y se ocultó en el salón anexo.
Aquel de donde había visto salir al obispo cuando se le presentó con todo y palio.
Lo primero que hizo fue investigar el lugar y descubrir que contaba con una amplia biblioteca, un juego de sala completo, cocineta con barra, un enorme sillón de descanso y una amplia recámara con cama king, baño con tina, regadera, tocador y retrete, a cuya visión se le despertaron las ganas de usarlo.
Consideró eso inapropiado y pospuso el alivio de su vejiga.
Media hora después su necesidad se convirtió en urgente y tras evaluar la posibilidad de poderse aguantar por cuando menos una horas más, optó por utilizar el sanitario y rogar al cielo que nadie escuchara el ruido del agua al ser drenada.
Quince minutos antes de la hora fijada para la reunión oyó el picaporte del despacho y corrió a agazaparse tras el sofá en previsión de que alguien irrumpiera en el salón donde ella estaba.
Al poco comprobó que había tomado una buena decisión porque el obispo cruzó presuroso hacia el sanitario.
La sesión fue ruidosa y prolongada.
Cuando terminó se dirigió al despacho para recibir a sus convocados.
- ¿Cómo va todo por aquí? – preguntó a Mariana –
- Bien señor, Anna ya esta recibiendo clases de piano, gimnasia y japonés.
- ¿Japonés?, interesante sin duda.
Y... ¿qué hay de los maestros?
- Son dos mujeres y un hombre.
Todos tienen experiencia militar y de cuerpos de seguridad y saben que no deben permitir que Anna salga de estas instalaciones.
- ¿También la de piano?
- Es hombre y es el de mayor experiencia.
Formó parte del comando que capturó a Torrijos en Panamá.
- Impresionante. Entremos en tema.
Los llamé para pedirles su apoyo para recibir aquí al ingeniero Hermenegildo Ángeles.
Seguramente vendrá con sus guardias de seguridad y es necesario que nuestra gente se comporte adecuadamente y con mucho respeto.
Carlos, ¿cómo propones que se maneje esto?
- Necesitamos que nos avise las placas y modelo de su auto y del de sus escoltas para darles apoyo especial desde que lleguen.
Al penthouse solo podrán entrar dos de sus custodios que se quedarán en la antesala acompañados por dos de nuestros guardias que usarán traje y corbata.
Considero muy importante que Mariana y yo estemos aquí ese día para apoyar en cualquier contingencia, pero sin mostrarnos a menos de que resulte indispensable.
El que nos conozcan podría ser inconveniente más adelante.
¿Cuándo será la reunión?
- Pasado mañana a las siete de la mañana.
- Estaremos listos sin problema.
Anna, agazapada tras la puerta del salón anexo escuchó con claridad todo lo dicho.
En cuanto oyó que la reunión terminaba, corrió a esconderse nuevamente tras el sofá desde donde alcanzaba a escuchar el murmullo de las despedidas.
Cinco minutos después todos los ruidos desaparecieron y tras otros cinco minutos de cautelosa espera se acercó a la puerta para confirmar que nadie permaneciera en el despacho.
Se quedó ahí cinco minutos más, atenta al menor sonido.
Cuando finalmente estuvo convencida de que estaba sola, abrió la puerta con lentitud y cuando la abertura lo permitió se deslizó por ella.
Con igual precaución salió del despacho, cruzó la sala, bajó las escaleras y entró en su habitación.
Finalmente cerró la puerta de su recámara, se recargó en ella y soltó su cuerpo mientras exhalaba con alivio.
Se serenó, tomó un rápido baño y se vistió para la cena.
Nadie la vio, ni sospechó lo que había hecho.
Al día siguiente las actividades de Anna fueron las programadas y todo transcurrió sin indicios de que estaba maquinando una nueva incursión de espionaje.
Tras la cena bajó en compañía de Mariana para asegurarse que la viera entrar a su habitación.
- Hasta mañana –Dijo Anna con cortesía-
- Que pases buenas noches –contestó Mariana- , y no olvides que el penthouse estará disponible hasta después de las ocho de la mañana.
Anna se metió a la cama y trató de dormir mientras llegaba la hora que se había fijado para el inicio de su aventura.
A las tres de la mañana vestida en traje de baño y cubierta con una afelpada bata subió al penthouse por la vertical escalera de la terraza y se escurrió hasta el salón anexo a la oficina del director.
Ahí pasó el resto de la noche acurrucada sobre la alfombra y tras el sofá que ya le resultaba familiar.
No requirió de usar el sanitario porque además de haberse forzado a vaciar su intestino y vejiga antes de dejar su habitación, durante la tarde había comido lo menos posible y no había tomado agua.
No tenía su teléfono móvil consigo por lo que para conocer la hora dependía del reloj de pared que podía ver desde su escondite, solo que tenía que esperar a que la claridad del día le permitiera distinguir la posición de las manecillas.
A las seis y media pudo leer la hora y su espera se volvió menos angustiosa.
Faltando cinco minutos para las siete le comenzó a aterrar la posibilidad de que decidieran pasar a la comodidad de los sillones y la descubrieran.
Optó por esperar a escuchar que la reunión iniciara antes de acercarse a la puerta.
Estaba tensa y atenta cuando la voz del director de Los Perseguidores estalló haciendo que su estómago le brincara hasta la garganta.
- Pase usted ingeniero, aquí estaremos cómodos y tendremos la privacidad necesaria.
- Gracias señor obispo.
Anna pensó que pasarían al salón donde ella estaba y se sumió lo más que pudo bajo el sofá, pero cuando escuchó que la conversación continuaba en el despacho recuperó la esperanza de que se quedarían ahí.
- Ingeniero –el obispo continuó usando un elevado tono-
Le pido por favor que usted lleve esta conversación por donde sus intereses lo determinen.
¿Qué es lo que le atribula?
- Pues mire, tengo mucha información sobre su grupo, sus contactos y sus actividades, pero no me parece prudente actuar sin entender con claridad lo que está sucediendo.
- Le aseguro que lo que está sucediendo sigue en congruencia con los objetivos que el padre de usted conoció.
Pero por favor hable usted con confianza, estoy en la mejor disposición de responder a todos sus cuestionamientos.
Anna se acercó a gatas hasta la puerta tras haberse convencido de que la reunión sería en el despacho.
Finalmente comenzó a escuchar con claridad lo que decía el ingeniero Ángeles, quien había mantenido un tono marcadamente más bajo que el de su anfitrión.
- Gracias señor Obispo, para empezar dígame.
¿Por qué le ofrecieron a Hernán Cenizo el tesoro azteca en el momento en que se convirtiera en presidente de la república?
El Obispo Calderón se recargó en el respaldo de su sillón giratorio, miró brevemente al techo y tras tomar aire descasó ambos brazos sobre la mesa y empezó a hablar.
- No me sorprende que su padre lo haya sabido, con toda seguridad el mismo Cenizo se lo comentó para ganárselo como aliado.
La verdad es que fue Hernán Cenizo quien se acercó a mí para presionarme –mintió-
Yo sugerí a nuestro consejo supremo que no nos enfrentáramos con él, y que la mejor manera de neutralizarlo era dándole alas para que siguiera perdiendo piso.
No me equivoqué, en cuanto se sintió ungido como heredero del trono de Cuauhtémoc empezó a desbarrar con más frecuencia y más gravemente.
- ¿Y si hubiera ganado la presidencia?
- Yo temí que lo haría, realmente mi decisión fue porque consideré que la mejor forma de contenerlo en ese momento era manteniéndolo tranquilo.
El deseaba el tesoro desde que era precandidato dentro de su partido, pero le expliqué que el acceso al tesoro no era una decisión mía sino de un consejo que tenía reglas muy estrictas.
Le expresé mi convencimiento de que su liderazgo lo hacía merecedor de ser nombrado como el Tlatoani que reconstruiría el imperio azteca y que en cuanto ocupara la presidencia de la república no existirían inconvenientes para que el consejo en pleno lo reconociera como tal.
Él no cabía de gusto y en adelante actuó no solo como iluminado, sino como gran tlatoani.
Eso al final fue su perdición.
- Oiga, pero ya vio lo que pasó cuando no quedó como candidato.
Casi destruye el partido y seguramente mucha de su motivación estuvo en sentirse heredero de Cuauhtémoc.
- Yo también considero que así fue, pero como le comenté antes, no tuve salida y al final de cuentas las cosas funcionaron como lo preví.
- ¿Y sí las cosas no hubieran resultado así?
¿Le hubieran podido entregar el tesoro?
- No, no tenemos la información para localizarlo y no hemos podido encontrar a los que la tienen.
Lo más cercano que estuvimos fue durante los primeros años de que nos formamos.
Pero después de la muerte de Emiliano Zapata, a pesar del apoyo del gobierno todo ha sido perseguir en vano.
Por eso nos auto nombramos Los Perseguidores.
Pero bueno, el caso es que cuando afortunadamente Hernán Cenizo quedó fuera, opté por ya no preocuparme sobre lo que pudo haber sido y gracias a Dios, no fue.
- Todo lo que me comenta tiene sentido –concedió el ingeniero Ángeles-, pero no me deja totalmente tranquilo porque Hernán aún tiene mucho poder y muchos recursos.
¿No ha intentado acercársele nuevamente?
- Sí, me ha propuesto que nos reunamos sin que nadie se entere, pero yo le he dicho que todas mis actividades son de dominio público y que si desea que nos reunamos deberá ser como hace casi un año, cuando todos supieron que nos reunimos pero no lo que platicamos.
A él no le pareció conveniente y rechazó mi propuesta.
- Entonces él sigue sintiéndose el elegido, ¿no es así?
Y usted no ha invalidado su unción como el Tlatoani Prometido.
- Pues... no, no le he dicho que se olvide del asunto.
- Mire, yo necesito desinflar a Cenizo porque está interfiriendo en los planes políticos de mi hijo, y no quiero ver que trate nuevamente ser nominado por el partido.
Por lo que me dice entiendo que no está usted a gusto con la intervención de Cenizo en su proyecto.
Si es así podemos unir nuestros intereses e iniciar una nueva etapa en nuestras relaciones.
Usted le retirará el beneplácito de su cofradía y yo evitaré que lo vuelva a presionar.
Le garantizo que Cenizo no volverá a molestarlo, hoy mismo le haré saber que lo hago responsable de cualquier incidente o accidente que ponga en riesgo a su persona o a su grupo.
Él sabe de mi poder económico y político y que mi norma es de ojo por ojo y diente por diente.
Puede estar seguro que no se arriesgará a medir fuerzas conmigo.
Calderón se apresuró a sugerir un curso de acción que no dejara como saldo un compromiso de sumisión a la voluntad de Hermenegildo Ángeles.
- No es necesario que haga eso.
Nosotros ya decidimos hace meses avisarle a Cenizo de que su actual posicionamiento en la política nacional no hace posible pensar en que llegará a la presidencia de la república, por lo que nuestro consejo directivo dejó de considerarlo como potencial heredero del emperador Cuauhtémoc.
- ¿Por qué no se lo han dicho hasta ahora? –El tono de Ángeles fue de disgusto-
- Porque esperamos a que se serenaran las aguas.
Ya ve que recién dejo de hacer movilizaciones de protesta contra la oligarquía dentro de su partido.
Ángeles se revolvió en su asiento y soltó lo que traía como interés central.
- ¿Nombrarían en su lugar a mi hijo?
- Le recuerdo ingeniero que no me mando solo.
Seguramente su padre le informó que esas decisiones son tomadas por un consejo cuyos miembros son desconocidos por todos, incluso por mí.
Lo que yo puedo hacer es sugerir que se tome en consideración a su hijo, pero nada más.
Anna no salía de su sorpresa.
Escuchar a estos importantes personajes hablar con tanto desparpajo de sus engaños e intereses, le calló encima como un balde de agua fría.
No había sido educada en la creencia de que los políticos y los sacerdotes eran lo mejor de la sociedad, pero tampoco había sido educada en la descreencia total en las instituciones e ideas que representaba el obispo Calderón, el ingeniero Ángeles y Hernán Cenizo.
Creía en las bondades de la democracia y el peso de los juramentos de lealtad a la patria y a Dios que con solemnidad expresaban quienes asumían responsabilidades dentro de la política y la iglesia.
Pero lo que escuchó era contundente.
No eran los ideales los que definían el rumbo, eran los intereses personales de los encumbrados personajes, el clero, los políticos, los amigos e hijos de los poderosos.
No era la diferencia de ideas la que confrontaba a los grupos de poder, la confrontación era porque todos aspiraban al mismo botín.
En esas cavilaciones estaba Anna cuando escuchó la voz del obispo Calderón despidiendo al ingeniero Ángeles.
Se apresuró a llegar a su acostumbrado escondite detrás del sillón y ahí esperó quince minutos.
Después, siguiendo la rutina de dos días antes, salió con cautela del despacho y se fue a la alberca.
Eran las siete cuarenta y ocho, por lo que se ocultó en las regaderas por quince minutos más y después corrió al agua para echarse un chapuzón y hacer todo el escándalo de que era capaz.
Le extraño que nadie apareciera por ahí a consecuencia de sus gritos y risas, pero así fue.
Se cansó de gritar y manotear.
Calladamente continuó nadando por cerca de media hora.
Cuando estaba dejando la alberca usando la escalerilla de la parte más honda, Mariana se apareció frente a ella enfundada en su traje de baño.
- Buen día, ¿tienes mucho aquí?
- Pues no sé, depende de que horas sean.
Yo llegué a las ocho con cinco, respetando tus instrucciones.
- Son las ocho con treinta y cinco, ¿ya te cansaste?
- No mucho, pero no quiero forzarme demasiado porque después no tendré energías para la gimnasia.
Esas rutinas sí que me matan.
¿De donde sacaste a la instructora?
- La trajo a México el Comité Olímpico y créeme, cobra como futbolista brasileño.
- Pues mira, a mí me parece realmente buena, pero es una salvaje en eso del acondicionamiento físico.
¡Me duelen hasta las pestañas!
Mariana sonrió por primera vez en semanas y se sumergió en la alberca para alejarse nadando pausadamente.
Anna se secó un poco con su bata, se la vistió y se fue a su habitación, en donde reposó no de la natación sino de la tormentosa noche y la agotadora actividad de espionaje.
No sabía que concluir.
¿Era realmente un noble fin el de Los Perseguidores?
¿Estaba La Sociedad Secreta de Cuauhtémoc en un error al seguir esperando que México se transformara en un país en donde los gobernantes fueran dignos sucesores de los emperadores aztecas?
¿Por qué la Iglesia estaba metida en esto?
También pensó en la posibilidad de que Los Perseguidores le estuvieran tomando el pelo a todos y que al final de cuentas se fueran a quedar con el tesoro.
Pero Anna no era la única sumergida en elucubraciones.
Mariana estaba interrogando por teléfono a uno de los guardias que habían custodiado el penthouse durante la entrevista entre el obispo y el ingeniero Ángeles.
- ¿Revisaron todo antes de la junta?
- Sí, entramos al restaurante, la cocina, el gimnasio y los cuartos de regaderas de hombres y mujeres.
- ¿También al despacho y al salón anexo?
- No, claro que no, ahí tenemos prohibido meternos.
Mariana sintió un aguijonazo de terror.
Sabía que la audacia de Anna no tenía límites y le había parecido muy sospechoso que apareciera en la alberca cuando no la había visto salir de su habitación a cuya puerta había montado guardia desde las seis treinta.
Sin concluir aún nada, se puso en contacto con Carlos.
- Carlos, ¿hay cámaras de vigilancia en el despacho del Penthouse?
- Las propuse para todas las áreas, pero al jefe no le gustó la idea de que le colocáramos alguna ahí.
¿Por qué la pregunta?
- Sospecho que Anna pudo haber entrado ahí hoy en la mañana.
- ¡Cómo!, ¿qué te hace pensar eso?
- Ya te platiqué que en la hacienda me espió desde el balcón de mi oficina y para evitar algo así o que hiciera un escándalo delante de Ángeles, hoy monté guardia a la puerta de su cuarto desde las seis y media de la mañana.
Nunca salió, pero a las ocho treinta y cinco me la encontré en la alberca.
Ella me dijo que había subido al penthouse a las ocho con cinco pero eso no es posible porque yo me retiré de su puerta a las ocho quince para ponerme mi traje de baño y subir a la alberca.
- Entonces, ¿crees que se quedó arriba toda la noche o que llegó a la alberca a las ocho y veinte?
- Temo que paso la noche en el penthouse y que se las arregló para husmear en la reunión del director con el ingeniero Ángeles.
Por eso te estoy llamando.
Si hubiera cámaras de seguridad sabríamos con certeza lo que pasó.
- Pero no las tenemos.
Lo que haré es ponerle al despacho una chapa como la de los elevadores y solo tendrán acceso el jefe y tú.
Eso significa que tendrás que abrirle a la señora de la limpieza cada que sea necesario.
- Pues ni modo, prefiero eso que la incertidumbre que tengo ahora.
Más tarde por teléfono, sin mencionar las sospechas de Mariana, Carlos propuso al obispo Calderón instalar en su despacho una cerradura que se abriría con la presentación de la palma de su mano.
La autorización fue concedida y Carlos ganó puntos en su perfil de confiabilidad.
Al día siguiente Anna sonrió para sus adentros cuando vio que estaban instalando el nuevo sistema de acceso al despacho del penthouse.
Estaba segura que Mariana sospechaba algo, pero que no había podido probar nada.
En adelante ya no podría espiar las conversaciones del director, pero había escuchado lo suficiente para saber que no era la única que ambicionaba una parte del tesoro, y que tampoco era la más poderosa.
Aunque tal vez la única con posibilidades de encontrarlo.
Lo que también había confirmado era que estando cautiva tenía pocas posibilidades de asegurarse algún beneficio.
Tenía que escaparse y evitar ser recapturada.
Pero... ¿cómo?
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