Capítulo 23 - Añoranza

Apolo se hallaba sentado en la arena, jugando con ella y dibujando pequeños símbolos con los dedos sobre su blanca superficie. El sol se escondía majestuosamente detrás de las olas, esas olas que él tanto había imaginado, pero que jamás realmente supo lo que eran. No había simulación que pudiera permitirle percibir el cúmulo de sensaciones que lo maravillaban y emocionaban en ese momento. El ruido repetitivo al llegar espumantes a la orilla lo arrullaban, y el intenso aroma del agua salada lo embriagaba y adormecía.

—¡Papito! —gritó Serenela despertándolo de su ensoñamiento, mientras corría hacia él, mojándose los pies en el agua traída por las olas, que aún no había sido absorbida por la arena ni había vuelto al océano—. ¡Mira lo que encontré! —le dijo, mientras se lanzaba a los brazos del padre, con un colorido caracol bastante grande entre sus manos.

—¡Qué hermoso! —le dijo él, acercándoselo al oído—. Guárdalo, lo llevaremos a casa, así cada vez que quieras recordar al mar y a este hermoso paisaje, podrás acercártelo al oído y sentir que estás aquí todavía. Y yo podré escucharlo de vez en cuando, recordando este lugar y soñando que estoy con tu madre junto al mar...

—¡Apolo! —lo llamó Pléyade, desde una pequeña loma detrás de ellos, a la vez que se bajaba del jeep recién llegado y se acercaba a pié. La acompañaban Selene, el Santo y otra persona, bastante pálida y delgada, que necesitó la ayuda de los demás para caminar hasta la orilla—. ¿Pasaste bien estos días de soledad y reflexión con tu hija? —le preguntó ella, cuando llegó hasta él.

—Fantásticamente —le respondió Apolo—. Estoy feliz de que me hayan traído hasta aquí, y se los agradezco desde lo más profundo de mi ser.

—¡Ene! —recibió Serenela a Selene, puesto que así la llamaba cariñosamente, era como una madre para la niña—. ¡Mirá lo que encontré! —exclamó la jovencita, mostrándole el caracol.

—¡Que belleza! —le dijo ella, cuya panza estaba enorme, debido al embarazo—. ¿Me lo regalas? - le preguntó.

—¡No! —se negó la niña.

—¿No? —le preguntó ella, haciéndole cosquillas y cargándola en sus brazos—. ¿Estás segura?

La niña reía deliciosamente, el juego con Selene le encantaba.

—¡No, no y no! —exclamaba ella—. ¡Papá quiere que lo guarde!

—Deberías levantar tu tienda, para iniciar el viaje antes que oscurezca —habló el Santo, que traía con él a la nívea persona—. El camino de regreso es largo, tendremos que manejar toda la noche.

—¿Cuál es la razón del apuro? —preguntó Apolo a su amigo—. Perfectamente podríamos pasar la noche aquí, y mañana partir a la madrugada de vuelta al pueblo, luego de haber descansado. ¿No les parece una mejor idea?

—A mí me encantaría permanecer aquí —respondió Pléyade al escuchar la propuesta—, no sé al resto de ustedes.

—Puede ser —dijo Selene a su hija—, hace tanto tiempo que no veía el mar.

—Está decidido entonces —habló Apolo—, ésta será una magnífica velada. ¡Andrómeda! —exclamó, al ver al hombre que lentamente se acercaba junto al Santo, prácticamente traído en andas por el recio hombre que lo acompañaba—. ¡Qué alegría verte querido amigo!, estoy tan feliz de que estés aquí con nosotros —le dijo en el idioma del Refugio.

—Decidí salir de mi encierro y ver el mundo que me rodea, que por tanto tiempo quise conocer —le respondió él, con dificultad, en una mezcla del idioma de la gente del Refugio y el del exterior, que se esforzaba en aprender—. Sólo conozco las instalaciones del Refugio y la aldea que construyeron a su alrededor, pero nada más. Creo que ya es hora de que disfrute de este mundo... ¿Y tú? ¿Tuviste tiempo para estar con tu hija, para pensar?

—Mucho, mucho más del que debía —asintió él, agachando la cabeza, a la vez que las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos—. Necesitaba conocer el mar, verlo, sentir que ella me acompañaba... —luego permaneció en silencio por unos segundos, a la vez que se enjugaba las lágrimas—. Le hubiera encantado sentir el aroma del océano y compartirlo conmigo, ver a nuestra hija corriendo por la playa con sus pies descalzos, sus brillantes cabellos y su hermosa sonrisa, sentir la arena deslizarse entre los dedos de los pies, construir un castillo de arena todos juntos, ver el crepúsculo frente a un mar verdadero, oír el murmullo de las olas con sus cantos de sirenas, siendo feliz...

—No te pongas así —le reconfortó Pléyade sentándose junto a él, abrazándolo y acariciando su cabello—, todo tiene un porqué en la vida, inclusive la muerte de nuestros seres queridos.

—¡Ustedes no entienden! —exclamó Apolo, alejando de forma brusca la mano de Pléyade de su cintura—. Ella era perfecta, un ángel, incomparable, única. Yo estuve con ella y lo sé, yo toqué el cielo, ¡Yo sé lo que es! Y ahora estoy aquí en la tierra, solo, sin ella. ¿Por qué me dejó? ¿Por qué? —se preguntó, ahogándose en un mar de lágrimas—. Si no hubiera tocado el cielo, si tan sólo la hubiera conocido sin llegar a nada, no importaría. Pero yo llegué a probar la miel, el dulce néctar divino, y no lo puedo dejar, me muero sin él. Traté de olvidarla, cambiar un ángel por cosas terrenas, pero no sirvió. Todavía la extraño, siempre la extrañaré. Espero algún día poder estar con ella en el paraíso, en el origen de la vida, como una vez fue, como ocurrió, como tan sólo yo sé que fue ¿Ustedes qué saben si no han tocado el cielo todavía? ¡No entenderán nunca!

—Cálmate —le rogó Pléyade, serena, pero tampoco pudiendo contener las lágrimas—, serías un malagradecido si pidieras tu muerte también, porque la vida aún puede brindarte mucho más de lo que crees, todo se supera, inclusive tu estado actual... ¿Acaso no recuerdas las sabias palabras de Oasis, diciendo "mientras en sus mentes esté, yo siempre viviré"? Pues bueno, ella sigue viva en nuestros corazones y en nuestras mentes, por siempre. Además no creo que sea bueno para tu hija escuchar esta conversación, ni percibir tu dolor... —la mujer, luego de pronunciar estas palabras, volvió a intentar reconfortarlo, abrazándolo más fuerte aún.

—Me duele tanto todo lo que pasó —dijo Apolo a sus compañeros, con llanto en los ojos—, tantos clones murieron... Yo les dije que no era buena idea liberarlos a todos juntos. Toda esa gente murió por mi culpa, sin haber sido consultados sobre si querían dejar ese mundo o no. Se los impusimos...

—Sabes que no tuvimos otra opción —le recordó el Santo—, la computadora principal quedó inservible, y la otra no podía administrar todos los recursos. Además teníamos que purgar a los Maestros de sus circuitos, y evitar que eliminen más información de la que ya habían borrado en venganza a nuestro ataque. No podíamos hacer otra cosa que desconectar todos los sistemas y evitar una catástrofe peor.

—Pero hicimos eso sabiendo que no podíamos atender a todos —expresó el hombre, contrariado—, eran demasiados pacientes para unos pocos médicos con escasa experiencia. Ni la cuarentena, ni la ayuda de Pléyade y Orion fueron suficientes para paliar la peste que mató a la mayoría de los clones. Lamento mucho que 210 haya muerto así. Me siento culpable, todas las muertes son un gran peso sobre mi conciencia, un peso del que no me puedo deshacer, por más que lo intente.

—No fue tu culpa, Apolo —le dijo Andrómeda—. Si te sirve de consuelo, todos los que sobrevivimos estamos felices de haber conocido el exterior, y de estar libres al fin. Si hubiéramos permanecido por más tiempo dentro del Refugio, probablemente los Maestros ya nos hubieran borrado de la mente las verdades más importantes, como hicieron con los clones Nuevos que utilizaron para sus experimentos. La muerte de algunos obviamente fue dolorosa para todos, pero es el precio que tuvimos que pagar por la independencia. Obviamente siento el no poder estudiar más la complejidad del cosmos y de las estrellas, como antes lo hacía, pero no sufras por ello, no te preocupes, soy más feliz viéndolas así, encima mío, majestuosas y brillantes —explicó, señalando al cielo que ya empezaba a tornarse oscuro, mostrando las primeras luces en él—. Además, ¿De qué sirve un conocimiento meramente teórico, o conjeturas sin valor, si no podemos saber ni ver en realidad lo que ocurre en el universo, por estar atrapados detrás de un manto irreal?

—Sí... —asintió Apolo, pensativo—. Pero a veces extraño ese mundo en el que vivíamos. En cierto modo era perfecto. ¿Qué más puede pedir un hombre que vivir en un lugar en donde lo único que se le solicita es que se dedique a crear, sin necesitar hacer nada más, sin tener exigencias ni preocupaciones?

—El problema —le recordó Andrómeda—, como siempre, es que los hombres no somos perfectos, y nuestros egoísmos y ambiciones son capaces inclusive de pervertir un lugar sublime. Tal vez no estemos preparados aún para habitar un mundo así.

—No lo sé —le respondió Apolo—. Pero si yo hubiera sido el líder de ese lugar, las cosas hubieran sido distintas... Porque es el ansia de poder la que destruye al hombre. Mucho de lo que Agnus me dijo cuando entramos al Refugio era verdad, gran parte de ello. Al fin y al cabo él tenía razón, salir al exterior sólo causaría que los clones murieran ya sea por alguna enfermedad o meramente a causa de su debilidad, y él quería protegerlos, evitar eso. Lastimosamente no supieron inculcarnos su forma de pensar mediante la verdad, sino por el engaño, y eso no lo podíamos permitir. Tengo tantas ganas de crear cosas que ya no puedo...

—Me gustaría vivir en un lugar como el que tú habitabas, si es que todo era realmente así... —le dijo Selene, recuperando la atención en la conversación, aún abrazando a la niña.

—Todo en la vida tiene sus cosas buenas y malas —le contestó Apolo—, inclusive mi mundo anterior.

—Tal vez ahora no puedas vivir en él, pero muchos datos y funcionalidades de la máquina aún son útiles —afirmó Andrómeda—. Inclusive la mayoría de las obras están intactas. Podríamos empezar a hacer que ellos conozcan la forma de vida que mantuvimos por tanto tiempo.

—Pero pasará mucho hasta que podamos aceptar la dualidad que produciríamos al mezclar nuestra vida anterior con la actual. Y no es lo mismo usar la herramienta de vez en cuando, que realmente vivir siempre allí dentro, olvidando que existe un mundo físico. Por ahora evitaremos utilizar esa tecnología para otra cosa que no sea la investigación, la comunicación, y la administración de los bienes del Refugio. La gente común no está preparada aún para ella.

—Eso sí, si miramos el lado positivo, un gran avance es el poder comunicarnos con las personas y las bases de datos de Yronia, gracias a la red satelital y a los protocolos que había establecido la gente del Búnker con ella —apuntó el Santo.

—Pero debes aceptar que eso es posible sólo porque "La Sombra" la liberó, con nuestra ayuda, y ahora está gobernada por gente de bien. De otro modo no podríamos comunicarnos con ella, ni acceder a sus conocimientos —explicó Orion a su padre.

—...El señor Sombra... —pensó el Santo en voz alta—. ¡Dios mío!, me sorprendí tanto la primera vez que lo vi en la pantalla... Ya casi no podía recordar su rostro, sus facciones, debido al largo tiempo pasó desde nuestro último encuentro. ¿Sabían que él me puso como nombre "El Santo"? Sabía que yo estaba predestinado a algo, por eso me protegió y ayudó a crecer en mi juventud. Pero me alegra que ustedes, sus verdaderos discípulos —dijo refiriéndose a Orion y Pléyade—, puedan hablar con él a diario, y seguir aprendiendo, a pesar de la distancia que los separa...

—También me preocupa Agnus... —dijo Apolo—. ¿En qué consistirían todos los datos que movió antes de que desconectáramos las máquinas? Perdimos mucha información a causa de ello. Y lo peor es que él sigue vivo, por así decirlo, en un lugar muy lejano a éste, y algún día podría reaparecer y tomar venganza en contra nuestra.

—No creo que lo haga —dijo Pléyade despreocupada—, ahora está en un muy lejos, como dijiste, y no podrá nunca llegar hasta nosotros. Además, sus aliados de Yronia ya no administran la cuidad, no le queda nada, perdió el poder que ostentaba en este continente.

—Pero en Nautilia tiene a muchos de nuestros amigos aún atrapados, en sus garras, mantenidos en el engaño que quisimos erradicar —explicó Apolo—. Y al parecer ese lugar ha sido permanentemente desconectado del mundo exterior, puesto que no hemos podido dar con ellos mediante ningún medio de comunicación. Tal vez sigan experimentando con los clones allá, robando sus recuerdos, implantándoles intereses y creencias, intentando crear hombres ultra-productivos que no necesiten dormir ni soñar, o mutándolos genéticamente para que crezcan sin piernas ni brazos, puesto que las extremidades les son inútiles... Los datos que encontramos muestran claramente que esos proyectos existían, y quién sabe cuantos otros, puesto que aún queda por descifrar demasiada información protegida y encriptada por los Maestros.

—Por lo pronto sabemos que esos eran sólo proyectos —interrumpió Andrómeda, reflexivo—, creados hace mucho tiempo, y que nunca se llevaron a cabo.

—O Tal vez los hayan querido llevar a cabo, pero no funcionaron o tuvieron problemas, y por eso los dejaron de lado —pensó Apolo—, y en algún momento los quieran resucitar.

—O tal vez algún desquiciado los ideó, pero Agnus no permitió que se realicen ese tipo de atrocidades con sus clones. Después de todo, aún seguía anhelando ser humano, y el desproveer de su aspecto humano convencional a sus hijos sería semejante a perder lo poco que le queda de ello. Aunque en este momento de la historia sea una máquina, muestra sentimientos, y su humanidad le impidió hacer muchas cosas de las que luego se sentiría culpable —meditó Pléyade—. No te preocupes Apolo, algún día haremos algo por ellos, algún día...

—¡Bueno! —exclamó Apolo, parándose y dejando a Pléyade sentada en la arena—. ¿Me acompañan a buscar un poco de leña para hacer una fogata? —preguntó al Santo y a Selene.

—Vayan ustedes dos —respondió ella—, yo descansaré aquí con mi hija y con la tuya. En mi estado no seré más que una carga para los dos.

—Movámonos entonces —dijo el Santo—, está refrescando. Por suerte trajimos unas mantas y bastante comida en el vehículo.

—Pléyade, enciende tú la fogata con las maderas que están ahí —le dijo Apolo, señalando un montículo de ramas—, y nosotros buscaremos algunas más.

—Bueno —contestó ella, juntando las ramas que estaban a un lado y encimándolas unas con otras—. ¿Quieres ver algo mágico? —le dijo a Serenela, con tono de complicidad.

—¡Sí!, ¡Sí! —respondió ella encantada, saltando junto a la joven.

—Pues mira... —Le mostró, acercando la mano a la leña. Inmediatamente la leña empezó a arder, sin que la hubiera tocado. Tan sólo se encendió repentinamente, con un chispazo.

—¿Esa es magia de verdad? —preguntó la curiosa niña.

—Bueno... No se la puede llamar magia —quiso aclararle Pléyade, dudando si la niña entendería la explicación—. Esa magia de los cuentos no existe como tal, no es algo misterioso, sino una muestra de la potencialidad de nuestro ser, de nuestra extensión ilimitada...

—Llámalo magia si lo deseas —interrumpió Selene a su hija, acariciando el hermoso cabello de la niña—, realmente no importa. Lo único importante es que cualquiera puede hacerlo, si se propone aprender. El nombre que le des a esa habilidad es irrelevante.

—¡Mamá! —exclamó Pléyade—. ¡No es irrelevante! —enfatizó—. Son muy importantes los nombres que reciben las acciones, los objetos, los símbolos, y nosotros mismos; dan a conocer todo sobre el aspecto del mundo al que se refieren.

—¿Pero cómo lo hiciste? —quiso saber Serenela, ignorando la discusión dialéctica de ambas mujeres, inquieta y asombrada.

—¡Ah!, es un secreto —le respondió Pléyade.

—¡Cuéntame!, ¡Cuéntame! —insistió la chiquilla.

—Bueno, bueno. Todo consiste en... —decía a lo lejos la mujer, mientras que Apolo y el Santo subían por una duna, acercándose al vehículo. Cuando llegaron hasta arriba dieron media vuelta, y observaron como todos allá abajo se divertían. Pléyade mostraba algo a Serenela, mientras que Selene le hacía cosquillas y la abrazaba cariñosamente. Mientras tanto, Andrómeda observaba al estrellado cielo, absorto y pensativo, escuchando las olas romper en la orilla. Las largas sombras bailaban al ritmo de la fogata, y el mar no era más que un gran espacio donde la luna y las estrellas se reflejaban maravillosamente.

—Me di cuenta de que las cosas pueden ser tan distintas, con tan sólo abrir los ojos, que mantuve cerrados por tanto tiempo... —se expresó Apolo, narrando a su amigo los pensamientos que lo atormentaban—. El cambio desde mi vida anterior a ésta fue el despertar a un nuevo mundo, inimaginable para mí. ¿Será que se puede dar un cambio semejante, desde éste mundo a otro? Me refiero a que tal vez ni siquiera aquí estemos viendo la verdad tal cual es...

—Te entiendo —le dijo el Santo—. Tal vez este mundo no sea más que la pantalla de algo más grande aún, de un teatro universal. Piensas que podemos estar rodeados por innumerables capas de realidad... —le explicó el Santo, comprendiendo a su compañero—. Y tal vez tengas razón, más aún después de la vida y experiencias que has tenido. El hombre siempre pensó en que había algo superior al plano material donde vivimos, quintas o sextas dimensiones, el Paraíso o Nirvana, la conjunción con un ser superior, la existencia del alma, la vida después de la muerte, tantas cosas... Y cada vez creo más firmemente en que algo de verdad hay detrás de milenios de superstición... Mis hijos son una prueba de ello, puesto que están muy por encima de nosotros; tienen una relación con el mundo completamente diferente a lo que se acostumbró hasta ahora, tal vez estén empezando a ver, a abrir los ojos que nosotros aún mantenemos cerrados, llegando a un nuevo estado de realidad y de conciencia.

—Sea como fuere, de todos modos amo esta forma de vida... —dijo Apolo finalmente, observando a los demás abajo, entre las sombras—. Nada se compara con ella, ni siquiera el mundo más ideal y perfecto que nuestra mente podría crear. Jamás seríamos capaces de visualizar algo más sublime de lo que la vida misma nos da cada día...

—Así es amigo mío, así es... —le respondió el Santo, dándole una palmada en el hombro—. Es bueno que pese a los dolores sientas eso. Tu mundo era casi perfecto, pero al mismo tiempo completamente falso. No puedo decirte si era mejor o peor que este, pero al menos pareciera que aquí tienes más posibilidades de ser feliz, y de no sentir el vacío existencial que siempre te consumió.

Luego de pronunciar estas palabras se alejó, rumbo al vehículo, mientras que Apolo se mantenía erguido, con los brazos cruzados, y mirando al infinito.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top