Capítulo 22 - El Alegato de Agnus

El lugar estaba muy limpio, los pisos pulidos y brillantes. La única fuente de luz era la linterna de Pléyade, puesto que todas las demás dejaron de funcionar durante los diversos avatares que les tocó sufrir. En la pared opuesta a la que se encontraban había una gigantesca consola, que emitía un leve zumbido, demostrando estar en funcionamiento. Además de ella, ningún otro objeto parecía ocupar ese enorme y profundo lugar. El ambiente sepulcral daba escalofríos a todos, pero lentamente se acercaron a la maquinaria que latía frente a ellos, sin saber cuál sería el siguiente paso a dar.

—Bueno, ahora todo queda en tus manos, Apolo —supuso el Santo.

—No sé qué hacer —respondió él—, entiendo poco o nada de ésta maquinaria —dijo, acercándose a ella. Lo primero que intentó probar fue presionar un botón que se encontraba frente a él, pero una fuerte descarga eléctrica lo sacudió y lanzó al piso—. ¡Ayyyy! —llegó a gritar mientras caía.

—¿Qué pasó? —le preguntó Pléyade, mientras lo ayudaba a ponerse de nuevo en pie.

—No sé, sentí un  shock y fui lanzado hacia atrás, me duele el brazo...

—Hay algún tipo de protección —analizó Orion—, que impide tocar la máquina... Una barrera, un campo eléctrico, algo. Veré si puedo traspasarlo.

—Ni lo intentes —retumbó en ese momento una potente voz, que parecía venir de todas partes. Las palabras emanaban en el idioma tradicional de los clones.

—¿Quién eres? —preguntó el Santo, en el mismo lenguaje, que había aprendido de Apolo.

—Eso no importa —respondió la voz, a la vez que unos monitores se encendían lentamente en la consola, y poco a poco las primeras imágenes se empezaban a mostrar en ellos.

—Yo conozco perfectamente esa voz —dijo Apolo, recuperándose y acercándose de nuevo a la máquina.

—Y yo conozco perfectamente tu nombre, Apolo —afirmó ella—. ¿Eres el mismo?, ¿Has logrado sobrevivir al duro clima del exterior? Eso es algo increíble —se expresó, pareciendo ser pronunciada por la imagen que se encontraba frente a ellos. El monitor mostraba la figura de una persona mayor, que hablaba serenamente y con confianza.

—Sí, soy yo, Agnus, soy yo —se presentó Apolo hablando directamente a la imagen—. Y estoy vivo, como verás. Y conozco todas tus mentiras. Pero nunca entenderé por qué nos has mantenido todo este tiempo en el engaño. Me siento muy decepcionado de todo, de nuestra sociedad, de nuestra vida... Creo que perdimos el punto que dio origen a nuestra existencia...

—Estás muy equivocado —le respondió Agnus—. No perdimos el punto. Sino que hemos crecido, evolucionado, llegando a una nueva etapa en el ser humano, una etapa natural, a la que tarde o temprano llegaríamos, una etapa en la que nos convertimos en seres de pura energía, capaces de todo, independientes de los inútiles sentidos y restricciones físicas, que por milenios nos ataron al mundo material. Eso se llama evolucionar.

—No creo en una evolución que se base en las mentiras. El desarrollo de la humanidad debe basarse en algo tan sólido como la verdad, no en infames falsedades. Además no veo el sentido al engaño que han mantenido todo este tiempo.

—Como siempre, eres un necio, yo esperaba más de ti y te ofrecí varias oportunidades, contrariamente a mi intuición, pero finalmente estaba en lo cierto —respondió Agnus, seriamente—. Yo no veo el sentido a tu necesidad retrógrada de salir al exterior, algo tan primitivo e innecesario, ya superado por todos nosotros. Vivimos en una sociedad perfecta, dedicada a lo que realmente el hombre necesita, para lo que fue creado: Servir a los demás y hacer crecer sus dones a la máxima expresión.

—¿Pero de qué sirve eso, si vivimos en un lugar dónde el amor y la fe no existen?

—En un lugar donde el odio y el dolor no existen, tampoco tienen sentido el amor y la fe. Siempre se tienen los polos contrapuestos, o nada. Y no me menciones el amor de pareja, porque ese amor es más fútil aún. Tenemos la suerte de haber dejado de lado el tonto enamoramiento, las infidelidades, ese tiempo egoísta perdido buscando conformar con una sola persona, en vez de hacerlo con toda la humanidad...

—No digas tonterías. ¡Ustedes mismos me dijeron que el amor de pareja es importante!

—Por supuesto, siempre que te haga crecer y mejorar, pero no es en extremo necesario, podemos vivir perfectamente sin él, y de hecho eso es lo que hacemos. Además dime, ¿Qué cosas buenas has encontrado viviendo allá afuera? —le preguntó el gran maestro.

—¡He experimentado la libertad!, para hacer todo, sentir todo. La libertad de ser, de no dar explicaciones sobre mis pensamientos, de no tener que mostrar todo lo que hago, de amar...

—¡Tonto! —le gritó Agnus, alterado—. ¿Qué clase de libertad has experimentado, atrapado en ese cuerpo inservible? ¡Dímelo!, ¿Acaso eres capaz de hacer todo lo que podías aquí?¿Puedes crear con el mero pensamiento, puedes cambiar tu entorno, puedes llevar al máximo tus cualidades y habilidades? Discúlpame, pero creo que ahora eres mucho menos libre que antes.

—No obstante tiene la verdad en sus manos, y la verdad es lo único capaz de liberar completamente al hombre —interrumpió Pléyade, rompiendo el hilo de la conversación—. Apolo y el Santo se mostraron sorprendidos al escucharla hablar, porque nadie había enseñado a Pléyade el idioma del Refugio, que ella parecía dominar a la perfección.

—¡Cállate jovencita insolente! —exclamó Agnus—. No tienes el menor derecho a participar en esta conversación. Y tú, ¿Ya has vivido lo suficiente en el exterior como para conocerlo? —le preguntó a Apolo.

—Creo que sí —dijo él.

—¿Y sigues prefiriendo estar allí antes que aquí? —lo volvió a interrogar.

—Realmente sí —afirmó él.

—No lo entiendo... Pasar de un mundo perfecto a semejante reducido, inhóspito, y paupérrimo lugar... No lo entiendo...

—¿Acaso tu mundo es perfecto? —inquirió Apolo—. No lo creo.

—¡Por supuesto que sí! —le dijo él—. Generaciones nos tomó erradicar todos los aspectos negativos de las sociedades tradicionales. Aberraciones que no conoces ni sabes aún que existen, porque no las has vivido. Los Maestros Originales somos los únicos que comprendemos esa realidad. Aquí el egoísmo ha sido abolido, nadie hace las cosas por interés, sino por placer, por solidaridad, por amor hacia todo el género humano. Vivimos en un mundo en el que todos somos iguales, sin derecho a ser menospreciados: No importa el sexo, el color o el aspecto de las personas, no importa si naciste albino o con algún defecto físico... Lo único que importa es tu mente, el "ser creativo", nada más. El interior, el ser, es lo que domina, no el mero aspecto... No existen las enfermedades, la ceguera, las incapacidades. No perdemos gran parte de la vida en las tareas tediosas ni en embotellamientos. No tenemos crímenes. Nadie pasa hambre. No existe gente analfabeta ni ignorante. No se conoce la falta de respeto. No tenemos clases sociales ni diferencias de ningún tipo.

—¡Cómo que no! —gritó Apolo, irritado—. Claro que existen. ¡Nuestra sociedad es extremadamente clasista! Hay clones Inferiores, Nuevos, Superiores, Maestros, cada uno con sus atribuciones y capacidades. No me podés decir que eso no es clasismo.

—Por supuesto que no, porque nuestras clases sociales, si así quieres llamarlas, son meramente ordenativas y superables, a diferencia las antiguas castas o clases sociales. Toda persona capaz, tarde o temprano, pasa de un Satus menor a uno mayor, pudiendo inclusive convertirse en un Maestro como nosotros. En la antigüedad esto era jamás se daba... Uno nacía dentro de una casta social y era prácticamente imposible que pudiera ascender a otra de mayor influencia o poder, por más que lo mereciera, eso sí era vivir bajo un régimen injusto. Nuestro sistema es completamente justo y correcto al respecto.

—No lo es, los clones Clase 0 son considerados seres genéricos, todos iguales, sin identidad. Y en realidad nadie es ordinario, por más poca cosa o pequeño que sea, todos somos individuos, con derecho a ser tratados correctamente y aceptados en la sociedad, por lo menos el derecho de tener un nombre debe dárseles.

—Los clones Clase 0 no son nadie hasta que no se lo merezcan, y eso sucede pronto, una vez que estén preparados. Al fin y al cabo con los niños ocurre lo mismo, son una extensión de la madre hasta que logran la independencia, y se convierten en miembros activos de la sociedad. No es difícil llegar a ser Inferior, salvo que sea alguien realmente mediocre... Y de no ser por las muertes prematuras, todos los clones Clase 0, genéricos, como tú los llamaste, se han convertido en Inferiores y han adquirido una identidad.

—Sí, pero ni siquiera tienen derecho a poseer un nombre, sólo obtienen códigos alfanuméricos... —quiso decir Apolo.

—¡Pero nada!, El nombre es una mera etiqueta, que en las sociedades tradicionales es dispuesto por los padres. Y en nuestra sociedad, también. Eres lo que eres más allá de la etiqueta. El nombre en realidad es una vanidad. Nosotros aún lo mantenemos para los Maestros como un premio y símbolo de status, y por compatibilidad, ya que los originales nunca poseyeron códigos. Pero la verdad es que hace tiempo estamos estudiando el caso y pensando en abolir los nombres, dejando únicamente los códigos, y asignando códigos a los Maestros Originales también. Pero me preocupa que siendo tan inteligente e iluminado, nuestro debate sobre la perfección de la sociedad en que siempre viviste se centre en nimiedades como los nombres y las clases sociales que tenemos, que son temas menores y superables con esfuerzo por parte de los clones. ¿Realmente eres un ignorante, o simplemente estás comprometido con esta gentuza del exterior, que  te ha lavado el cerebro para lograr entrar aquí a saquearnos y destruir lo que hemos construido por un milenio? ¡Porque ese es su cometido!

—¡Nadie vino a robar...! —se defendió el Santo.

—¡Silencio! —lo calló Agnus—. Hablemos de la realidad social del hombre desde sy aparición sobre el mundo. Hablemos de las barreras que siempre hemos tenido como especie. Hablemos de la dura realidad y las injusticias que se vivían a diario antes del apocalipsis. Aunque no sé si podremos hacerlo, porque las conociste sólo en teoría. Y ahora vives en una pobre aldea donde conoces el sufrimiento del cuerpo, pero no conoces la degeneración social de los grandes grupos humanos de antaño. ¿Acaso no ha sido siempre el ideal del hombre vivir en un mundo libre de alienaciones? En la larga historia de la humanidad constantemente nos encontramos con lo mismo: Gente atrapada por la religión, el trabajo, las tareas repetitivas hasta el cansancio, la subsistencia... Siempre perdiendo el tiempo en estupideces, cosas pequeñas y secundarias de la vida... Uno se pasa más tiempo preocupado por el subsistir, que disfrutando del vivir... Tiempo, todo consume tiempo: comer, caminar, orinar, y salvaguardarse de los demás que desean hacerte daño. ¿Tú crees que afuera podrías dedicarte a crear de la manera que aquí lo hacías? ¡Jamás!, por milenios el hombre tuvo que luchar por su pan diario, por vivir, sin poder dedicarse en verdad a lo único importante, que perfectamente sabes lo que es...

—Crear... —dijo él, agobiado por las palabras de Agnus.

—¡Exacto! —exclamó el ente de mayor importancia en el mundo virtual—. Crear, y dejar algo en este mundo, que los demás puedan disfrutar, y que te haga perdurar por siempre cuando te hayas ido, hasta el fin de los tiempos, cuando todo acabe y se pierda, y nos unamos con el creador primigenio, dejando de necesitar todas las creaciones parciales del hombre, puesto que seremos uno con él, y él parte de nosotros. Esa es la esencia de la trascendencia del hombre.

—Me sorprende que tú mismo estés hablando del creador. No entiendo por qué tenemos que negar la religión, nunca lo comprendí, y sin embargo tú exaltas a Dios.

—La religión tuvo una razón de ser en su momento: Explicar hechos que la razón nunca pudo, guiar al hombre a lo largo de su camino hacia la perfección, acompañar cada acción humana, fomentar la moral que nos permita coexistir sanamente, y dar sentido a la vida. Ser guiado es necesario para el que aún no ha encontrado el camino correcto, pero si ya lo has hecho, no pierdes nada deshaciéndote de las antiguas creencias y avanzando aún más por la senda de la perfección. Aquí nosotros ya hemos caminado todo ese largo sendero y hemos descubierto el camino verdadero, podríamos decir que nuestra forma de vida es en sí misma una forma de religión. ¿Cómo definirías a Dios?, Yo diría que es el ser creativo por excelencia, la mente suprema que nos dio las herramientas para transformar este mundo, un mundo que de todas formas y a cada instante le está rindiendo tributo. Eso es lo que importa.

Pléyade, Orion y el Santo se miraban atónitos. Las palabras de éste ser virtual, generado en una pantalla, eran impresionantes. Él expresaba una filosofía interesante, arrolladora, que nunca habían escuchado y para la cual no estaban preparados.

—¿No has pensado en que tal vez podamos dar ese salto evolutivo sin utilizar máquinas y artificios?, Ese tal vez sea el verdadero destino de la raza humana —dijo Pléyade, analizando sus palabras, e inmiscuyéndose en el diálogo.

—No creo que sea posible, además... ¿Para qué esperar tanto? —preguntó Agnus—. ¿Para qué soñar con algún día llegar a ese estado de crecimiento espiritual, siendo que podemos tenerlo ahora a través de la tecnología? No vale la pena aguardar, por más que algunos iluminados tal vez ya hayan encontrado la respuesta... Además —continuó el Maestro—, anteriormente la humanidad tenía más tiempo para pensar, meditar y crecer... Pero poco a poco los vicios modernos y los aparatos, las alienaciones, las insignificancias estúpidas nos robaron ese tesoro. ¡Eso no debe repetirse jamás! Obviamente que ahora, viviendo en esa asquerosa realidad en la que estás, no conoces los vicios, las drogas, las pasiones, los pecados, la corrupción, las mafias, las sectas, y demás porquerías destructoras del alma —le dijo a Apolo—. Tú no las viviste y no conoces lo que en realidad es el exterior... Sólo tienes imágenes engañosas en la mente, de las pocas cosas buenas que viste afuera. ¿Pero crees que todo el mundo exterior es así? ¡Claro que no!, Si viajaras a otros lugares, a la gran ciudad del extremo del mundo, Yronia como la llaman en su idioma, te darías cuenta de lo miserable que puede llegar a ser la vida de un hombre, a pesar de tenerlo todo.

Apolo miró a los demás con extrañeza, puesto que ellos sí conocían la ciudad a la que Agnus se refería. Ellos sólo asintieron con la cabeza, sin decir nada.

—Además estamos cuidando a nuestra madre tierra —se explayó Agnus, al no escuchar ninguna réplica—. El hombre nunca lo ha hecho, y por eso hemos sido castigados en incontables ocasiones. Siempre hemos destruido y alterado nuestro entorno, y el balance ecológico, llegando casi a la extinción de la vida. Debemos dejar de intervenir, dejarla que evolucione sola. Los seres inteligentes creemos que tenemos derechos sobre la creación pero no es así. El respeto a ella y a nuestros hermanos es esencial. Y ese respeto no se puede imponer, como siempre se ha querido hacer... Ese respeto se debe dar por el simple hecho de que no necesitamos hacer el mal, o mejor aún, simplemente estando ausentes y dejando al entorno transformarse y evolucionar sin nuestra interveción. Aquí se ha eliminado todo lo malo: el robo, la muerte, la burocracia, las pérdidas inútiles de tiempo, el pecado, la preocupación por lo material, los problemas territoriales, la guerra, la corrupción, la política, las depravaciones... Son todos conceptos ya perdidos, olvidados... ¿No es hermoso vivir en un mundo sin todas éstas desviaciones del accionar humano?

—¿Sin desviaciones? ¡No puedes ser tan cínico! —gritó Apolo—. ¡Tú eliminaste a mi padre y a toda una generación!, luego mataste a Xor, quisiste lavar mi cerebro y el de 736, ¡Tu comportamiento es el de un déspota, alguien completamente injusto que no permite que nadie piense en forma diferente a él! No puedo creer que me digas que aquí todo es perfecto.

—Es obvio que por el bien de toda la comunidad en ciertos momentos tuvimos que tomar decisiones dolorosas, pero así debía ser. Salir al exterior implicaría mezclarse con una raza inferior y sin futuro. Nuestra raza ya está perfeccionada genéticamente, y esto sería un atraso en el desarrollo. Volveríamos a tener que enfrentar todo lo que ya te mencioné, y reducirnos a la mínima expresión del ser humano, dejando de ser dioses, formas evolucionadas virtuales, convirtiéndonos en meros animales ¿Eso es lo que quieres? ¿Qué sabes tú del exterior? Yo he conocido la pobreza, la carencia, el sufrimiento...

—Pero mientras nuestra sociedad está protegida aquí, encerrada, hay hermanos nuestros afuera que están pasando por situaciones degradantes ahora mismo, frente a nosotros ¡Y nunca hicimos nada!, ¿Tan difícil era ayudarlos?, ¿Dónde está la justicia?, ¿Es que acaso ellos no son nuestros prójimos? —preguntó Apolo, cada vez más irritado.

—Nosotros no tenemos la capacidad de ayudar a nadie, puesto que apenas subsistimos aquí adentro —le explicó Agnus—. Nuestros recursos son limitados, y el espacio pequeño. Generamos la energía justa para sostenernos. No podemos hacer nada.

—No mientas, ¡Tú nunca te interesaste en saber lo que ellos querían de nosotros, sólo los mataste cada vez que se acercaron! No costaba nada brindarles conocimiento, ayuda, ensañarles a curar sus males, hacerles producir la tierra, darles cultura, por más que no se les permitiera sumarse a nuestra sociedad... Ese hubiera sido un gesto de humanidad y caridad.

—Lo único que conseguiríamos de esa manera es que los clones se enteraran de su existencia —explicó Agnus—, y que quisieran salir de aquí, así como tú lo hiciste... Era un riesgo demasiado grande. No lo entiendes aún... Aquí adentro puedes elegir cuándo simular el estar bajo el efecto de los sentidos y de sus horribles impedimentos, pero vivir con ellos es intolerable, sólo que aún no has sufrido lo suficiente y no lo notas del todo. Vivir siempre bajo su yugo terminará haciendo que los odies, ya lo verás, especialmente cuando envejezcas. Esta es una sociedad dónde el conocimiento es la base, la única sociedad semejante en el mundo. No tenemos problemas geográficos o de distancia, ni de ocupar lugares físicos, no hay superpoblación ni vivimos hacinados, como lo hacen afuera. No tenemos que lidiar con lenguajes distintos como el de tus amigos, problemas tontos... Estamos en un lugar donde el aspecto es un reflejo del alma... ¡Mírate!, eres horrible, no puedes cambiar tu apariencia por más que lo desees. Hasta te dimos la libertad de elegir tu nombre, que al fin y al cabo es el que estás utilizando... Apolo.

—Luego de vivir años de mi vida siendo llamado por un código alfanumérico estúpido.

—Tonterías, son cosas secundarias, da lo mismo cual sea tu identificador. ¿No es fascinante vivir en un lugar donde todo está a disposición de todos?, No hay envidias, egoísmos ni deseos. Podemos tener todo lo que queremos, sin provocar que a otro le falte algo.

—¡Eso es mentira!, los clones Superiores y los Maestros siempre fuimos envidiados y temidos —dijo Apolo.

—Es obvio que sí, pero por lo que somos, no por lo que tenemos. Siempre envidiamos a alguien que es más capaz que uno, pero notar la genialidad de otros es una importante fuerza que nos lleva a intentar mejorarnos a nosotros mismos, no algo negativo. Y el que lo desee siempre puede ascender y trascender, teniendo todas las oportunidades disponibles para hacerlo.

—Lo que nunca me gustó de nuestra sociedad es que los clones sean creados por conveniencia y en serie, sin conocer las relaciones de parentesco —explicó Apolo—. Siento que jugaban con nosotros, como si fuéramos ratas de laboratorio. Nos robaban la identidad.

—Sabes bien que nuestro espacio y capacidades son limitadas —explicó Agnus—, y no podemos llenar de clones el Refugio. Por lo tanto conviene que generemos los mejores especímenes posibles, y no saturemos de mediocres el lugar, mediocres que consumirán recursos y ocuparán espacio, impidiendo que posibles genios estén entre nosotros. Ese es el motivo de la selección genética. Y sobre las relaciones de parentesco, bueno, ya sabes que las dejamos de lado para evitar problemas, segregaciones y resentimientos. No queremos que una mera relación sanguínea sea la causa de que haya grupismos, o que se buscara prolongar linajes en vez de crear solamente los mejores clones.

—Pero la creación de una familia y el amor fraterno son cosas fundamentales en la vida del hombre —explicó Apolo.

—Ya no, no aquí —le dijo el Maestro Original—. La familia es una construcción social primitiva e innecesaria en la actualidad, más fuente de problemas que de beneficios. Aquí sólo importamos cada uno de nosotros, y nuestras obras. Somos una gran familia, en la que los grandes hombres viven por siempre, y pueden perpetuar su ejemplo. Todos somos padres y modelos de todos. Y los maestros somos el modelo ideal a seguir, un modelo alcanzable, con suficiente esfuerzo.

—Sobre eso también tengo mis dudas. ¿Los Maestros de Primer Nivel tienen conciencia de sí mismos o tan sólo son reflejos de lo que fueron, meros programas basados en entradas y salidas de datos?, ¿No es una simple y burda emulación de la mente de alguien que ya no existe? Tú crees que eres, crees que sabes, crees que piensas, pero no lo haces, no existes, no eres... sólo crees pensar que eres...

—¡Apolo! ¡Que trabalenguas tan difícil! —exclamó Agnus, divertido—. ¿Acaso el hecho de que los demás nos vean y sientan nuestra presencia y compañía no significa estar vivos de verdad? ¿Qué es más importante? ¿Alguien vivo y solitario o alguien muerto y que acompaña?

—¡Tú hace demasiado tiempo ya has muerto! ¡No sé por qué discuto con una máquina que lo único que hace es defenderse a sí misma! —gritó Apolo, al borde del colapso. Tenía los ojos rojos, y necesitaba descargarse mediante el llanto—. ¡Mediante la lógica quieres convencerme de mentiras, para salvaguardarte! ¡Tú no eres un ser vivo!

—¿Pero qué es la vida sino acompañar, ayudar y enseñar a los demás? —insistió Agnus—. ¿No es eso lo que hago todos los días, ser guía de la comunidad entera?, ¿Eso no me hace estar vivo? La vida está dada por lo que los demás perciben de nosotros. ¿Acaso el hecho de que estés discutiendo conmigo no me hace estar vivo? ¡Dímelo! Estás dialogando con las mentes de seres que ya no existen, ¿No es acaso eso fantástico? ¿Eso no significa que hemos logrado superar a la muerte?

—¡No lo sé! ¡De verdad no lo sé! —empezó a gritar Apolo, cayendo de rodillas sobre el suelo, y tapándose la cara con ambas manos, mientras que las lágrimas le escapaban a borbotones. Pléyade se acercó a él, intentado calmarlo.

— Ahora veo las cosas claras —se repuso Apolo—. ¡Eres una mera máquina que simula la mente de grandes personas, y que las utiliza como un medio de dominio sobre los demás para subsistir! Tienes esclavizada a la humanidad atrapada en tu mundo irreal, y no soportas la idea de que se vayan y te dejen sola, o, peor aún, te desconecten. Tenemos que acabar con esto.

—Lo único que lograrás destruyéndonos es que todo vuelva a ser como siempre fue —le recordó Agnus.

—Y tal vez ese sea el destino de la humanidad, el eterno ciclo, el anillo, el inicio y el fin unificados. ¿No te parece? —habló el Santo, con dificultad, tratando de recordar todo lo aprendido en las clases de idioma que tuvo con Oasis y Apolo.

—¡Ya les dije que no me interrumpan! —gritó Agnus, amenazante—. La única forma de tomar el control de las instalaciones es destruyendo ésta consola, si es que pueden. Y al destruirla se perderán todos los datos y las obras de la Escena aquí guardadas, ¡Todas! Ya nadie podrá disfrutar de ellas, y el trabajo de tantas centurias se habrá perdido. ¡Tú no tienes el derecho de arruinar todas esas obras de la mente, el repositorio de arte e información más importante de la actualidad! —habló hacia Apolo—. Tu educación te dice eso, y sabes que no puedes hacerlo. Si lo haces cometerás el pecado más grande y cruel del mundo, y el infierno arderá en tu conciencia por el resto de tu vida.

—Primero, no creo que haya que destruir nada para tomar el control de éste lugar, además es muy poca la gente que disfruta de todas nuestras obras, mientras que existe tanta gente afuera sedienta de conocimiento y de nuevas experiencias —fue la respuesta de Apolo.

—Eso es una tontería —se defendió Agnus—, en primer lugar porque un mundo inculto e ignorante no tiene la capacidad de entender nuestras obras, y mucho menos de disfrutarlas. En segundo lugar, el punto más poblado del planeta, Yronia, tenía acceso a todos nuestros conocimientos y obras hasta hace poco, por lo que no somos egoístas, ya que se las hemos brindado. ¡No tienes derecho a reprendernos, puesto que eres un ignorante! Esta poca gente que te acompaña, y con la que has vivido, habita en un lugar desértico, abandonada e inculta, mientras que millares de personas se aglutinan en la gran ciudad... Y ellos sí han recibido todo nuestro conocimiento y nuestra ayuda. Además yo te conozco: No soportas más la vida insulsa que llevas, alejado de la creación. En el fondo de tu alma deseas volver aquí con nosotros, ¿No es verdad?, ¡Acéptalo!, ¿Qué cosa importante has hecho en el exterior?, ¿Pintar un cuadro?, ¡Ja, ja, ja!, No creo que hayas hecho una Megademo, o algo parecido.

—Es cierto que no, y que a veces me siento un inútil, pero afuera he aprendido a amar y he creado la obra más grande, bella y perfecta de toda mi vida: ¡A mi hija!, ¡Y ella nunca será esclava de la mentira, así como nadie de los que aquí habitan! Además, demostrando que realmente no eres tú, sino que la máquina que te controla es la que está hablando por ti, sólo te preocupas por salvar a las obras aquí almacenadas, pero no a las vidas que tienes a tu cargo. Ellos realmente no te importan más que como un mero fin, esclavos atrapados para entretenerte, y tener alguien a quien gobernar. No eres Agnus, sino simplemente el títere del verdadero poder escondido detrás, entre las sombras, invisible para la sociedad. Estoy cansado de este diálogo, terminemos ya con el asunto —exigió el hombre a sus compañeros.

—Me parece bien. El diálogo intelectual nunca llevó a nada, mucho menos ahora —dijo Orion, mientras se acercaba a la consola. Lentamente acercó la chamuscada mano a ella, a medida que un aura azul la rodeaba sin llegar a tocarlo, como si se tratara de una pulsera. El campo eléctrico no podía alcanzarlo, por más fuerte que éste era, y se alejaba de él, poco a poco. Finalmente el hombre llegó hasta el botón y lo presionó. En el acto el campo eléctrico desapareció, permitiendo el acceso a todos los demás controles de la poderosa máquina.

—¡No es posible!, ¿Cómo sabías?, ¿¡Cómo pudiste!? —exclamó Agnus, sorprendido.

—Como te dije antes —habló Pléyade a la atónita imagen—, tal vez el verdadero salto evolutivo ya haya empezado a darse, pero en esta realidad verdadera y no en la falsa que tú habitas. Tú te has dedicado a realizar una evolución artificial en el hombre, cuando ésta ya ha comenzado de forma natural. El plano físico de la existencia no se supera a través de circuitos, cables o software complejo, sino a través del camino del espíritu. Y en ese camino ninguna máquina puede serte útil, depende sólo de ti mismo.

—Oye, Apolo, escúchame —habló Agnus, nervioso—, si yo hubiera querido eliminarlos, podría haberlo hecho inclusive antes que entraran a las cuevas. Pero permití que accedan hasta aquí justamente para poder hablar con estas personas. Por fin he dado el paso que tanto querían, poder conocernos y, quién sabe, trabajar juntos, ayudándonos mutuamente. Les ofrezco paz y que nos ayudemos mutuamente. No te atreverás a hacernos daño ahora que podemos llegar a un acuerdo, y que ofrezco estas pobres personas todo lo que siempre necesitaron... Inclusive dejaré que los clones que lo deseen se marchen de aquí contigo, sin hacerles daño. ¿Te parece? Sacarlos a todos sólo traerá la muerte a la mayoría, que no soportarán la vida allá, y no darles la opción de decidir sería un acto sumamente cruel de tu parte.

—Lastimosamente no haré ningún trato contigo —le respondió Apolo, a pesar de dudar por un momento, mientras miraba los extraños controles de la computadora, intentando comprenderlos—. Los clones no conocen el exterior, y por tanto no tienen libertad para decidir lo que más les conviene. Es más, no creo que estés siendo realmente sincero con nosotros. Has mentido en demasiadas ocasiones y ya no puedo confiar más en ti. Necesitamos tomar el control de todo el lugar, de las instalaciones, de los laboratorios y de los robots, y luego veremos cómo lidiar con los clones nosotros mismos, lo lamento...

—¡Eres un malagradecido! —gritó Agnus colérico—. ¿Cómo te atreves a profanar este santuario? Con todas las oportunidades que te dimos... Oportunidades que nunca jamás volverás a tener. Confiábamos y creíamos en ti... Nos has decepcionado, eres una mancha para la sociedad, como tu propio padre lo fue. ¡Por suerte luego de tu escape decidimos eliminar a tu hermano, que de seguro sería una lacra como tú!

—¡Maldito! ¡Siempre fuiste un ente egoísta que quiso hacer las cosas a su manera! —gritó Apolo con impotencia, avalanzándose sobre la imagen del monitor y golpeándola.

—Tú no puedes hablar de libertad ni de hacer las cosas de la forma correcta —contraatacó Agnus, con tranquilidad, luego de haber dado la estocada—, al fin y al cabo tu triunfo no será el de la razón, sino el de la fuerza. ¡Tu decisión egoísta arrastrará a todos tiránicamente!, tú actúas de forma tan equivocada como dices que nosotros lo hemos hecho, estás haciendo lo mismo que nosotros, decidir por ellos sin permitirles elegir. Ahora tendrán que sufrir algo que creían superado por nuestra raza, vivirán vidas de pesadilla, que pensaban eran ficciones contadas por los decrépitos y ancianos Maestros.

—Así es, pero tal vez, a pesar de las numerosas y violentas revoluciones culturales, sociales o políticas, y de los cambios que ha sufrido el mundo, la humanidad esté destinada a repetir un ciclo que nunca cambia, volver a las raíces, vivir el mito del eterno retorno... —le dijo Apolo soltando el monitor, ya sin fuerzas.

—Si intentan hacer algo —habló Agnus, amenazadoramente—, haré que los robots protectores eliminen al hombre que vino con ustedes, y que dejaron en la Sala de Reciclaje y Tratamiento de Desechos. Luego los eliminaré a ustedes, sin misericordia. Si llegaron sanos y salvos hasta aquí, fue porque yo lo quise... —aseguró—. Y si logras tomar el control de los sistemas, en el momento antes que lo hagas, envenenaré a toda la población del Refugio, sin misericordia.

Apolo sintió un escalofrío, y miró al Santo, a la espera de una negociación.

—No importa —dijo él, impasible—, demasiada gente murió hasta ahora como para que nos detengamos en este punto por una persona más. Y tampoco creo que seas capaz de matar a todos los habitantes, esa es una amenaza vacía, un acto desesperado. Apolo, te ruego que continúes con la misión —le pidió.

—¡Tonto! —gritó el Maestro—. jamás podrás eliminar a los Maestros, ¡Todavía tenemos copias de nuestras mentes en Nautilia! ¡Te buscaré, Apolo, y te haré pagar por cada clon al que hagas daño! ¡Es un juramento!

—Hazlo, si puedes —le respondió él, con una sonrisa.

—¡Los eliminaré a todos! —gritó Agnus con impotencia, a la vez que la puerta de la habitación se abría repentinamente, y detrás de ella se notaban varias figuras metálicas, que al instante empezaron disparar contra los hombres, aún sorprendidos. La habitación no tenía ningún mobiliario detrás del cual ocultarse, sólo el aire, vacío para los efectos de detener los disparos separaba a los pocos y debilitados hombres de los numerosos y peligrosos robots.

—¡Pónganse detrás nuestro! —gritó Orion, mientras se adelantaba al resto, junto con Pléyade. Apolo y el Santo utilizaron la consola como protección, al no encontrar ninguna otra posibilidad. En instantes el aire se llenó de relámpagos y peligrosas luces, que cruzaban la habitación bidireccionalmente. Los violentos disparos de los robots milagrosamente no alcanzaban a los hombres, tal vez por obra y gracia de los dos hermanos, cuyas habilidades habían crecido enormemente durante sus viajes. Pero la poderosa e importante máquina recibió innumerables impactos, que instantáneamente causaron fallas, cuyos rayos y descargas, junto a una pequeña explosión, asustó a los humanos. De inmediato los paneles y pantallas, junto a algunas pequeñas luces indicadoras se apagaron, mientras que los robots permanecían activos, pero inmóviles, dejando de disparar.

—¡Dios mío! ¡Se incendia! —gritó Apolo, al ver que la enorme computadora escupía grandes llamaradas por detrás de unos paneles—. ¡Vamos a perder todos los datos!

—¡Hay otra cosa que me preocupa más! —gritó el Santo, señalando al fondo de la habitación, que parecía un lugar oscuro y vacío hasta el momento. Unas luces se encendieron, y otra máquina, semejante a la primera, inactiva hasta ese momento, empezó a ponerse en funcionamiento.

— ¡Debe ser un respaldo! ¡Corre junto a ella! —gritó el Santo—. ¡Hay que hacer algo!

—Apolo llegó a ella cuando parecía que su secuencia de inicialización había terminado. Intentó tocarla, pero una fuerte descarga lo hizo notar que un campo energético semejante al anterior también cubría a ésta máquina también.

—¡No puedo hacer nada! —gritó, tendido en el suelo—. Necesito que Orion o Pléyade vengan a ayudarme.

—¡Será difícil! —gritó Pléyade, que había empezado a disparar de nuevo hacia la marejada de robots, que ya estaba atacando otra vez, al ser controlados de nuevo por las mentes de los Maestros.

Apolo disparó varias veces contra la máquina con el arma que llevaba consigo, pero los rayos no la afectaban en lo más mínimo.

—¿Alguien tiene un arma? —preguntó, desesperado.

—¡Yo tengo una! —gritó el Santo, lanzándosela por los aires.

Apolo recogió el arma del suelo y apuntó a la máquina, dispuesto a hacerle daño de alguna manera, puesto que jamás saldrían vivos de otra forma. Pero en ese momento una impresionante explosión sacudió la habitación, cerca de la puerta, dónde todos los robots estaban acumulados, y Apolo cayó aparatosamente al piso, disparando hacia cualquier dirección.

—¿Quién tiene granadas? —preguntó el Santo a sus compañeros, recuperándose de la caída e intentado ponerse en pie nuevamente.

—Ninguno de nosotros —respondió Orion—. La explosión provino de su retaguardia, no entiendo que pasó.

—¿¡Mayhem!? —se preguntó el Santo con un grito, y empezó a correr hacia la puerta, que estaba hecha pedazos, mientras que los robots que la custodiaban ardían y se esparcían en pequeños fragmentos.

—¡Espera! —gritó Orion al Santo, mientras se apresuraba a seguirlo—. Podría haber más androides allá, ¡No vayas solo! —pero el cansancio lo dominaba, así como el dolor de sus brazos y manos, por lo que finalmente redujo la marcha y caminó lentamente, intentando alcanzarlo.

Dentro de su mareo Apolo sintió que no corría más peligro, y entre el dolor, el cansancio y la visión nublada que le impedía ver, prefirió cerrar los ojos. Lo último que le pareció observar en su confusión fue la figura de Pléyade, que se acercaba hacia él lentamente, envolviéndolo con su aura protectora para alejarlo de todos los males.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top