Capítulo 21 - La Última Incursión
Los vehículos ya estaban detenidos, y los motores, con su dulce ronroneo, apagados. El camino había sido largo, a pesar de poseer estos artefactos de transporte. El nuevo emplazamiento de la aldea era muy lejano al Búnker, más allá de la autonomía de los Demonios Aéreos, y por lo tanto había demasiados kilómetros de distancia hasta él. Se requirieron varios días de viaje para llegar hasta allí, y varias noches con el temor de ser sorprendidos y atacados.
Cada uno de los hombres cargaba una mochila con artefactos y víveres, una pistola, y unas granadas en el cinturón. Pléyade y Orion también lo hacían, a pesar de saber que no iban a utilizarlas, no era su forma de actuar. Apolo era el único que no llevaba mochila, puesto que lo seguían considerando el más débil del grupo, a pesar de siempre querer demostrar lo contrario.
Un buen tiempo estuvieron ocultando los vehículos de la vista de los Demonios Aéreos para evitar ser descubiertos, y que los habitantes del Búnker se prepararan para su llegada por éste motivo. Todas las esperanzas estaban basadas en que este ataque sería sorpresa, y los Maestros deberían notar la penetración sólo cuando fuera muy tarde y no pudieran hacer nada al respecto.
El mediodía ya había pasado, y las sombras pronto se empezarían a alargar, con el sol de la tarde. El sofocante calor multiplicaba el cansancio por un factor muy grande, y Apolo sentía desvanecerse debido a esta situación. El grupo se adentró en una pequeña gruta, que apenas se vislumbraba entre las rocas, y empezó a descender por un estrecho camino. No existía el concepto de caverna, más bien eran innumerables pasajes, muy apretados, unidos por pequeñas cavidades, que a su vez se dividían en múltiples sendas. Con la ayuda de una brújula y la percepción de los hermanos, fueron avanzando poco a poco, pero se notaba que llegar a destino, si era posible, podría tomar mucho tiempo. La oscuridad total reinaba en el lugar, pero los hombres tenían unas pequeñas y potentes linternas a un costado de la cabeza, fijadas en una especie de vincha, que iluminaban el camino a la perfección.
Todos debían avanzar en fila, puesto que no podía pasar más de uno a la vez por los estrechos pasajes. En numerosas ocasiones tuvieron que retroceder sobre sus pasos y tomar otra senda, porque se encontraron ante puntos muertos en el recorrido. El laberinto se mostraba mucho más complicado de lo que en realidad habían imaginado. Por momentos sintieron estar perdidos, no sabían si iban o venían, y la oscuridad reinante los oprimía. Fueron dejando marcas en los lugares ya recorridos, pero de todos modos había momentos en los que dudaban de sus propias marcas. Lo que debería haber sido cerca de un día de caminata se transformó en tres jornadas de duro sufrir, más aún debido al hecho de que no contaban con suficientes alimentos para tanto tiempo, y tuvieron que racionarlos...
Luego de tanto caminar, trepar, caer, escalar, picar paredes, y de vez en cuando descansar, llegaron hasta una caverna mucho más grande que las anteriores, dentro de la cual corría un torrente de agua, que golpeaba con fuerza en las rocas, e iba en dirección al Búnker, según los cálculos del Santo, su brújula, y las palabras de sus hijos.
—Este debe ser el río subterráneo del que nos hablaste —indicó Mayhem a Apolo.
—Es probable —comentó él—. Sólo hay un problema, ¿Cómo lo seguiremos? —preguntó, apuntando al final de la caverna. El riacho desembocaba en un estrecho túnel, dónde un hombre, sumergiéndose en él, apenas pasaría.
—Tendremos que mojarnos —supuso el Santo.
—¿Estás loco? —lo interrumpió Apolo, notablemente contrariado—. ¡Yo no sé nadar!
—No te preocupes, no es profundo, solamente tendrás que mantener la cabeza sobre la superficie del agua y dejarte llevar por la corriente —le informó el Santo.
—¡Ni muerto! ¡Voy a ahogarme por el camino!, ¿Y si desembocamos en un lugar profundo? ¡No, no, no! Buscaremos otro acceso.
—Podríamos tardar días en hacerlo —afirmó Orion—, si es que en realidad existe otro acceso, cosa que dudo.
—Entonces regresemos... Fue un placer salir de paseo con ustedes —se burló sarcásticamente Apolo—, los estimo, pero no pienso morir aquí.
—No quería hacer esto, pero... —dijo Pléyade, tomando el cuello de Apolo con una mano, suavemente. Inmediatamente Apolo se calló, quedando completamente quieto. Un hilo de baba empezó a deslizarse por su mentón de forma instantánea—. Apurémonos, no sé por cuánto tiempo lo podré mantener así, su mente es muy fuerte y se resiste... —explicó ella a los demás.
—¿Qué vamos a hacer con un cuerpo inerte? No hay forma de llevarlo por el túnel, se ahogaría —aseguró Mayhem en voz alta.
—No está inerte, sino bajo mi control —le respondió Pléyade—. Pongámonos en movimiento ya, porque no podré dominarlo por mucho tiempo. Será difícil controlar sus movimientos dentro del agua, además de los míos, pero no tenemos otra opción.
—Y más vale que no fallemos —decretó el Santo—, puesto que si esta ruta no es la correcta, probablemente no haya vuelta atrás.
—No nos equivocamos —le respondió Orion con seguridad—, éste es el camino correcto.
—Confío en tu palabra —le respondió el padre al hijo—. Ya saben que las linternas resisten el agua, así que no las apaguen, necesitaremos ver el camino —les recordó a los demás.
—Movámonos entonces —pidió Mayhem.
Sin esperar más, el grupo se lanzó al torrente, dejándose llevar por la corriente, durante mucho tiempo... Pléyade llevaba a Apolo tras de sí, atado con una cuerda. Ella, además, controlaba cada uno de sus movimientos. El agua corría ruidosa y gélida por estrechos pasajes, dentro de los cuales los hombres eran empujados con fuerza. Apenas podían respirar entrecortadamente, en los momentos que el techo les permitía elevar la cabeza sobre el nivel del agua por unos segundos, antes de sumergirlos de nuevo en túneles sin aire.
En un momento dado, el túnel terminó abruptamente en una gran cascada, que desembocaba a un lago interior. Los miembros del grupo cayeron varios metros por el aire, hasta dar de nuevo en el agua, tranquila hasta ese momento. El lago era muy grande respecto a todo lo visto anteriormente, tenía un radio de treinta metros, y se mostraba sumamente profundo. Los hombres recuperaron el aliento por unos segundos y luego nadaron hasta el extremo opuesto de la caída, donde notaron con sorpresa que la caverna estaba sellada por algún tipo de construcción, de un material semejante a la piedra, pero mucho más duro y compacto. Todos sentían el leve tirón hacia abajo, fruto del agua que se iba, quién sabe a qué profundidad. Debían nadar con energía para no hundirse, y estaban muy cansados como para mantenerse allí por más de un rato.
—Ayúdame —rogó Pléyade a Orion—, yo sola no puedo dominarlo más. Tengo las piernas entumecidas por el frío, y estoy muy cansada.
—Está bien —dijo él, y se acercó a Apolo, tomando el control de la situación—. Señores, debemos apresurarnos. Apolo no desea ser controlado, y en cualquier momento recobrará la conciencia, momento en el que probablemente se ahogará. Además, no creo que nosotros soportemos la baja temperatura del agua por mucho más.
—¿Qué haremos? —preguntó Mayhem—. ¿Intentaremos pasar por el lugar donde se desagota esto?
—Jamás —negó el Santo—. Tal vez esté a bastante profundidad. Además, si esto es lo que parece, una presa, no creo que el agujero esté limpio y libre de peligros, puede que haya una turbina o algo semejante allá abajo. Propongo que lo volemos utilizando algunos de los explosivos que recuperamos del Búnker. Son muy poderosos y no tienen problemas al mojarse. Dame uno —pidió a Mayhem.
El hombre le pasó una pequeña caja, en la que el Santo presionó unos botones. El resto del grupo se alejó, nadando con fuerza hacia la caída de agua.
—Recemos porque todo salga bien, y por que la caverna no se derrumbe... —dijo el Santo, nadando hacia los demás, a la vez que la caja se hundía en las profundidades, succionada por la fuerza del agua en movimiento. Los demás se miraron entre sí, y luego miraron hacia arriba, preguntándose lo mismo. La cueva era de piedra, con numerosas estalactitas colgando de los altos techos... No parecía tener una estructura muy sólida.
Luego de quince segundos se escuchó el temblor provocado por la carga... Inmediatamente la tranquila laguna pareció cobrar vida, a la vez que de la pared opuesta se generaban unas olas gigantescas que instantáneamente cubrieron a todos, mientras que la poderosa fuerza de la corriente los estiraba hacia las profundidades, entre remolinos, rocas y una total confusión...
* * * * *
Un profundo dolor de cabeza dominaba a Apolo, que apenas se recuperó, tosiendo y escupiendo agua. Toda su ropa estaba mojada, y sentía el cuerpo dolorido, como si hubiera estado realizando un duro ejercicio físico, en el que utilizó cada uno de sus músculos. El frío lo hacía temblar, y casi no podía pronunciar palabra. No entendía lo que ocurría, y luego de unos instantes de observar a su alrededor, vio al Santo y a Mayhem en su misma situación, mientras que Pléyade y Orion estaban de pie, mirando el techo, señalando alguna cosa. El nivel del agua llegaba a todos hasta las rodillas, y el lugar en el que estaban era la caverna más grande de todas las que habían visto hasta el momento. Se podría construir una ciudad dentro de ella.
—¿Qué pasó?, ¿Dónde estamos? —preguntó Apolo.
—Creo que llegamos a destino —le informó Orion, señalando una montaña de deshechos que se encontraba en el centro de la caverna—. La entrada al Búnker está en algún lugar allí arriba —explicó señalando el techo del inmenso lugar.
—¡Aaaaayyyy! —gritó repentinamente Apolo, saltando hacia atrás.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Orion sobresaltado, poniéndose en guardia, y mirando en todas las direcciones.
—¿Qué es eso que se mueve allí, en la superficie del agua? —inquirió con pavor Apolo, señalando hacia adelante.
Orion sonrió:
—Ah, eso, es una rata... —y luego miró con más detenimiento—. O algo parecido. Debe estar buscando algún lugar seco donde guarecerse. Hay muchas de ellas dando vueltas por aquí. El agua las tomó por sorpresa. La montaña de basura parece ser un buen refugio para estos animales, pero no te preocupes, no creo que te hagan daño.
—De todos modos no permitiré que se me acerque ninguna —expresó con miedo y desconfianza Apolo.
—Te pido mil disculpas —le dijo Pléyade, acercándose a él—, no quise hacerlo, pero no podíamos perder tiempo valioso en discusiones sin sentido.
—¿De qué hablan?, ¿Qué hicieron? —preguntó Apolo—. ¿Me dejaron inconsciente y trajeron por la fuerza hasta aquí?
—No en realidad —explicó ella—, aunque no hayas venido por tu propia voluntad. Pero eso no importa. Lo que ahora debemos hacer es establecer el curso de acción a seguir. Todos estamos muy cansados, lo reconozco, pero temo que la explosión haya alarmado a los habitantes del lugar sobre nuestra presencia, y si es así, debemos apurarnos y actuar, antes que ellos nos ataquen o cierren las vías de acceso.
—Yo no doy más —les informó Apolo—, no sé que hacer, no entiendo cómo llegué hasta aquí, tengo frío, estoy todo mojado...
—Descansa —le dijo el Santo, recuperándose—, mientras vemos como subir hasta allá arriba. El tramo es demasiado largo para utilizar una cuerda.
—¿Y si trepamos por el montículo de basura? —preguntó Mayhem—. Creo que no hay más de veinte metros hasta la boca del túnel.
—Parece que no queda otra opción —añadió Orion—, veamos qué podemos hacer —dijo, mientras empezaba a treparse a la montaña de desperdicios.
—¡Yo no voy a trepar por ese nido de alimañas! —exclamó Apolo, desconfiado. Pero por más que le molestaba pensar en ello, los ojos se le cerraban a causa del cansancio, y se durmió profundamente sobre una roca, a pesar de tener frío y estar completamente mojado. El agotamiento lo venció en muy poco tiempo. No podría saber cuánto descansó, hasta que el Santo lo despertó de nuevo, recordándole que aún estaban allí, y que la aventura no había terminado.
—Ya está todo listo —le informó—. ¿Crees poder trepar por una cuerda hasta la boca del agujero en el techo? —le preguntó.
—No creo que pueda siquiera caminar —le respondió Apolo, mareado—, tengo todo el cuerpo entumecido.
—Bueno, deberemos subir todos primero, y luego subirte a vos —supuso el Santo—. Te ataremos a una cuerda y te llevaremos hasta arriba.
—Si pueden hacerlo...
—Espero que sí —afirmó, con una sonrisa—. Tan sólo debes trepar por el montículo de basura hasta la cuerda.
—¿Por la basura? —preguntó Apolo.
—No te preocupes, no te resultará repugnante. En realidad poca de esa basura es orgánica, no despide malos olores ni está en mal estado. Debes trepar con cuidado, de todos modos, ya que la montaña de metales y deshechos puede derrumbarse si realizas un movimiento brusco. Y no te preocupes por los bichos, ya deben haber huido de aquí, todos los animales huyen del hombre...
Con mucha dificultad, y no sin ayuda, Apolo escaló la montaña de desechos lentamente. No había ningún lugar seguro del que asirse, puesto que la mayoría de los desperdicios eran pequeños, y se desprendían con facilidad del montículo. Finalmente, luego de un buen rato, Apolo llegó hasta la cumbre de la loma. Una cuerda colgaba de la boca del túnel y llegaba hasta ese lugar. Apolo se preguntó cómo lograron llevarla hasta allí. Todos treparon por ella, y finalmente subieron a Apolo con la fuerza de sus brazos hasta el lugar dónde ellos se encontraban. El grueso tubo de metal tenía un diámetro de tres metros, y poseía unas salientes, semejantes a una escalera, por dónde los hombres podían subir en fila. Las salientes estaban muy deterioradas y era difícil tomarse de ellas, por lo tanto todos decidieron atarse entre sí, para evitar el riesgo de que alguien cayera. No permitieron que Apolo vaya último en la cola, y para mantenerlo más protegido, Mayhem tomó su lugar luego de realizar algunas difíciles maniobras con la cuerda.
Treparon lentamente, por más de ochenta metros, pero seguían sin poder divisar el otro extremo del túnel. Al rato, un ruido metálico muy fuerte se escuchó, viniendo de arriba, y acercándose a gran velocidad hacia ellos. No hubo tiempo de reaccionar, además no había mucha posibilidad de moverse en la pequeña escalera. Algo grande de metal, tal vez un pedazo de robot u otra cosa, vino rebotando contra las paredes del tubo, y cayó directamente sobre ellos... Hubo mucha confusión, gritos de dolor y tirones hacia abajo, hasta que todo se calmó de nuevo, cuando las últimas, más pequeñas, piezas de metal los superaron. Los dos últimos miembros de la cola colgaban de la cuerda, mientras que el resto intentaba sostenerlos, con mucha dificultad. Al final de la soga estaba Mayhem, quien daba vueltas, inconsciente, sostenido por ella. El otro era Apolo, que intentaba aferrarse de nuevo de la escalera, sin poder llegar hasta ella, debido al peso de Mayhem, que se balanceaba debajo suyo y que lo movía en todas las direcciones, dando contra las paredes de la ancha cañería.
—¡Subamos rápido! —gritó el Santo—. ¡Fuerza!, ¡Debemos elevar a Mayhem también, no podemos darnos el lujo de retroceder ahora!
El grupo trepó dificultosamente tomándose de las salientes, sin decir nada más. Apolo sentía desvanecerse, el peso de Mayhem era demasiado para él, a quién le dolían todos los músculos del cuerpo. Cada nuevo escalón era un suplicio, y se movía con extrema lentitud. Luego de unos minutos se detuvieron. El Santo, que iba primero en la fila, llegó hasta el final de la cañería, y se quedó ahí.
—¿Qué haremos ahora? —escuchó Apolo decir al Santo, que hablaba con Orion—. La compuerta está cerrada, y no hay ningún mecanismo para abrirla desde afuera. Si ponemos un explosivo deberemos retroceder todo nuestro camino y luego volver a subir... ¿Por qué no traje el soplete? —se preguntó.
Orion miró a Pléyade, que se encontraba debajo suyo. Ella también lo miró, con cara de no saber qué hacer:
—Podríamos esperar a que se abra sola de nuevo —le dijo con una sonrisa.
—¡Claro!, ¡Así nos cae algo más encima y morimos todos aplastados! —le respondió.
—¿No es acaso un mecanismo electrónico simple lo que maneja la compuerta? —preguntó ella.
—Probablemente —le respondió el Santo.
—¿Entonces cuál es el problema?, concéntrate —dijo a su hermano—, y ábrelo.
—¡Enseguida señora! —le respondió éste, sarcásticamente—. ¡Todo es tan fácil para vos!
—¡Yo misma lo haría, de no ser que Mayhem cuelga de Apolo, y Apolo de mí, lo que impide que me mueva! —le espetó ella, airada—. ¡No entiendo para qué la madre naturaleza te brindó esos dones, si vas a escatimar su uso!
—¡Cállense los dos! —los recriminó el Santo—. Creo que escucho algo.
Todos se quedaron en silencio, y escucharon lo mismo que el Santo había percibido. Un ruido metálico bastante fuerte, que venía del otro lado de la compuerta. Al rato, unos mecanismos empezaron a ponerse en funcionamiento, y la compuerta se abrió, lentamente. El grupo sintió una leve emoción, al darse cuenta del hecho.
—¿Qué les dije? —preguntó Pléyade— ¡Que esperáramos a que se abriera sola!
—¡Cállate ya! —le volvió a gritar el Santo—. Subamos antes de que se cierre de nuevo.
Cuando la compuerta se abrió suficientemente para que el Santo pudiera pasar, éste se tomó del borde y subió, a la vez que el resto de la fila lo hacía tras él. La habitación era amplia, tenía muchas partes de máquinas desarmadas, objetos a medio ensamblar, y varias pilas de deshechos en una esquina. Una garra metálica, colgaba del techo sosteniendo varias piezas de metal, y se dirigía directamente hacia el pozo del que ellos salían.
—¡Cuidado! —vociferó el Santo, tirando de la cuerda, para que Orion subiera—. ¡Hay más deshechos en camino! —Luego intentó disparar con su arma a la garra, para detenerla, pero los rayos que de ella partieron no hicieron ningún efecto sobre la pieza metálica.
Pléyade había logrado entrar también, ayudada por Orion.
—¡Desátame! —gritó desesperada—. ¡Ya está por llegar, y caerá sobre Apolo! —Finalmente logró desprenderse de la cuerda, y saltó, apoyándose sobre una base metálica, hasta la garra, que se encontraba casi encima del agujero. En el aire, llevó la mano derecha hacia atrás, y luego descargó un golpe como jamás nadie había visto nunca. Unas chispas saltaron en todas las direcciones, a la vez que la dura garra se rompía, y todo su contenido se desperdigaba por la habitación. Finalmente Pléyade cayó de nuevo al suelo y se quedó sentada en él por unos instantes, recuperando energía.
—¡Se cierra! —gritó Apolo, intentando subir por el agujero, que se empequeñecía lentamente. Orion lo tomó de una mano y lo elevó hasta arriba, pero el problema era Mayhem, que aún colgaba dos metros por debajo suyo, y al que no podrían subir antes de que la compuerta se cerrara.
—¡Si se cierra la puerta, se cortará la cuerda y morirá por la caída! —gritó el Santo—. ¡Tenemos que subirlo! —luego miró en todas las direcciones y corrió hacia un barra de metal, que se encontraba en el suelo, probablemente formando parte de la basura que iba a ser tirada por el hueco. Enseguida volvió a la compuerta que se cerraba y la encastró en ella, mientras que Orion tiraba hacia arriba de la cuerda en la que Mayhem pendía, aún inconsciente. La barra lentamente empezó a doblarse, debido a la fuerza que ejercían las compuertas sobre ella. El Santo sin saber que hacer, miró sorprendido a Pléyade, que se acercó y tomó delicadamente la barra por el punto de quiebre con una sola mano, manteniéndola lo más recta posible, y evitando así que la puerta se cerrara. Orion mientras tanto logró sacar a Mayhem del hoyo, con suma complicación. Recién entonces Pléyade soltó la barra, que con un chasquido se partió inmediatamente en dos, permitiendo que la compuerta de cerrara en forma rápida y violenta, con un gran estruendo.
—Mecanismo simple —mascullaba Orion, mientras depositaba a Mayhem en el suelo—. Jamás lo hubiéramos abierto como me dijiste... —se refirió a Pléyade.
—Yo dije que esperemos a que se abra, esa fue mi idea original y eso fue lo que hicimos finalmente —le respondió ella.
—¡Por favor! —los interrumpió el Santo—. ¿Qué les pasa a los dos?, ¡Nunca los había escuchado discutir así! Parecen unos niños.
—Nunca nos escuchaste discutir así porque has pasado muy poco tiempo de tu vida con nosotros —lo reprendió Orion.
—Eso es cierto —apoyó Pléyade a su hermano.
—Creo que ya hablamos mucho sobre ello, y les pedí mis sinceras disculpas —se excusó el Santo, un poco dolorido.
—Y te perdonamos —le respondió Pléyade—, pero eso no cambia nada de lo que haya sucedido hasta ahora.
—Hay algo que me tiene muy intrigado... —quiso consultar el Santo a su hija, contrariado y cambiando de tema.
—¿Qué cosa? —le preguntó Pléyade.
—¿Cómo hiciste para dar un golpe tan colosal a tamaño objeto?, ¡Era muy duro y resistente! Inclusive mis disparos no le hicieron nada, ¡Podrías matar a cualquier persona de esa manera!
Ella sonrió:
—Alguien me enseño a pelear, durante nuestros viajes, y a acumular toda la energía en un único punto, hasta liberarla de una sola vez toda junta. Esa persona conocía perfectamente los mejores mecanismos de lucha y defensa que jamás existieron. Pero no te preocupes, existen maneras mucho menos violentas de matar a alguien, no creo que necesite realizar un golpe así, además, no me interesa hacer daño a la gente.
—¿Y tú? —preguntó el Santo a Orion, que sostenía a Mayhem entre sus brazos—. ¿También aprendiste lo mismo que ella?
—No, me salté esa clase... —respondió el hijo, un poco avergonzado—. La enseñanza impartida a mi hermana no fue del todo ortodoxa, y no me atreví a permitir que el "maestro" penetrara en mi mente como lo hizo en la de ella. No confiaba en él, además eso sucedió al comienzo de nuestros viajes. Pléyade aprendió todo en un minuto, en forma inconsciente... Pero no creo que valga la pena que te relatemos toda la historia en éste momento... —luego se volvió a Mayhem, y gritó—. ¡Está despertando!
El Santo se acercó y le preguntó:
—¿Puedes hablar?
—Ehhh... Ahhh... Mmmmm... Sí —dijo, con dificultad y evidente malestar—. Me duele todo... No puedo moverme... —De la cabeza le brotaba bastante sangre, y tenía todas las ropas manchadas.
—Debes haberte quebrado varios huesos —supuso el Santo—, es mejor que no intentes hacer nada. ¿Ustedes pueden ayudarlo de alguna manera? - preguntó a sus hijos.
—No lo sé —respondió Orion—, podemos sanar algunas de las contusiones, pero los huesos rotos son muy difíciles de soldar, más aún si son varios. Me parece prudente que lo dejemos aquí, y que nosotros sigamos adelante.
—Detendremos la hemorragia —dijo Pléyade, mientras delicadamente pasaba sus manos por el cuerpo del hombre, acariciándolo y sintiendo los daños que tenía—, y lo dejaremos descansar. Es lo más que podemos hacer aquí y ahora.
—Es cierto —reflexionó el Santo—, debemos movernos antes de que vengan por nosotros, porque de seguro saben que estamos aquí, después del desastre que armamos.
—Y no dudaría que inclusive nos estén observando —supuso Apolo, mirando en todas las direcciones posibles.
—Vayan, vayan sin mí —les insistió Mayhem—. Yo me quedaré oculto aquí. No quiero ser una carga. Y están obligados a tener éxito en la misión, ya que es la única forma de que todos sobrevivamos.
—No te preocupes, no te abandonaremos —afirmó el Santo, tomándolo de la mano.
Mientras Orion y Pléyade imponían las manos al hombre, sanando lo poco que podían, Apolo y el Santo buscaron los supuestos túneles que comunicaban ese lugar directamente con la sala de las computadoras. Finalmente los encontraron, en una pared, cerrados por portezuelas circulares herméticas.
—Centro... de... ¡Computación! —leyó con dificultad el Santo la extraña inscripción que se encontraba sobre uno de ellos. Apolo se acercó y corroboró lo dicho:
—Así es, el letrero dice eso. ¡Encontramos el pasaje! —avisó a los dos hermanos, que se acercaron en un momento, luego de ocultar a Mayhem debajo de una extraña mesa.
—El pasaje es muy delgado —informó Pléyade a sus compañeros—, deberemos movernos de nuevo en fila india y dejar aquí nuestras mochilas y artefactos, a lo sumo podremos cargar con las armas y con nosotros mismos.
—Iré yo primero —continuó Orion—, por si es necesario abrir algún "mecanismo simple".
—Esperen... ¿Qué fue eso? —preguntó Apolo, asustado— ¿Lo escucharon?
—Sí —dijo Pléyade señalando la única posible entrada a esa habitación—, vino de detrás de la puerta.
—¡Vámonos! —gritó el Santo, desenfundando su arma—. ¡Entren al pasaje ahora mismo!
Orion fue el primero en adentrarse por el pequeño caño, luego de abrir la compuerta. Inmediatamente encendió su linterna, para matar a la obscuridad reinante allí dentro, y se arrastró hacia adelante. Apolo y Pléyade lo siguieron. Mientras tanto, ya se habían empezado a escuchar los primeros disparos, provenientes de la habitación, a la vez que el Santo gritaba:
—¡Apúrense! ¡No resistiré mucho!
Finalmente, cuando todos estuvieron dentro, el Santo también se metió apuradamente, corriendo lo más lejos posible de la boca del caño, e intentando cerrarlo, sin mucho éxito. A toda marcha el escuadrón se movió hacia adelante, dejando a los robots enemigos sin un objetivo claro al cual atacar.
Por cerca de diez minutos avanzaron sin detenerse, por los estrechos pasajes, que poco a poco tomaban un sentido ascendente. Repentinamente Orion se detuvo:
—¡Tenemos problemas! —gritó hacia atrás.
—¿Qué pasa? —le preguntó Apolo—. No te detengas, porque me falta el aire, y siento que voy a desvanecerme.
—No podemos avanzar. El túnel está sellado por una pared metálica —explicó Orion.
—Y debe ser muy fuerte —supuso Apolo—, creo que es el mecanismo para impedir que un aire posiblemente contaminado llegue hasta el edificio. Pero no debería estar cerrado.
—Salvo que los habitantes del lugar quieran evitar que nos movamos por dentro de éstos canales —indicó Pléyade.
—No podemos volver atrás —les informó el Santo, recordándoles que no había otro camino posible diferente a continuar—, nos estarán esperando. Eran varios robots bien armados. Tal vez al final de este pasadizo también nos estén esperando, no lo sé, pero peor que atrás no creo que sea la situación. Nuestra única opción es seguir hacia adelante.
—Es imposible —insistió Orion—. ¿Cómo abriremos esto?
—Debe ser un mecanismo simple —bromeó Pléyade.
—¡Vuelves a repetir eso y no respondo por mis actos! —gritó Orion ofuscado.
—Tendría que haber ido yo adelante —suspiró ella.
—Pongamos explosivos y destruyámoslo —dijo Apolo, interrumpiendo la banal discusión.
—¿Estás loco? —le preguntó Orion—. ¿Conoces el efecto túnel?
—No —le respondió él.
—Por supuesto, ¡Qué se podría esperar de alguien que conoce poco o nada de la realidad física! —se quejó el muchacho.
—No seas desagradable con él —le pidió Pléyade—, yo te lo explicaré. Cuando se produce una explosión dentro de un túnel, en primer lugar el fuego se expande, junto a la explosión, casi hasta la boca del mismo. Luego, al consumirse todo el oxígeno, se produce un efecto de vacío, que succiona todo hacia dentro del túnel nuevamente. Es muy peligroso estar inmerso en una situación semejante, ni qué decir en un lugar tan estrecho cómo éste. Tanto por la potencia de la onda expansiva y su retroceso, como por la falta de oxígeno posterior.
—Pero podríamos utilizar un explosivo direccional que tenga poca potencia —supuso el Santo—, y ustedes nos protegerán de los efectos colaterales.
—Podría ser —asintió Pléyade—, pero recuerda que no somos una caja de sorpresas, que cada vez puede estrenar un truco nuevo. Todo lo que hacemos nos fatiga de sobremanera, y nos es muy difícil continuar sin el debido descanso. Además, dejamos todas nuestras cosas en la habitación donde ahora están los robots.
—Bueno, no todo... —acotó su padre—. Yo traje un explosivo especial, por si necesitábamos volar las computadoras en un acto desesperado. Pero bien podríamos usarlo aquí, ahora. Se puede regular su potencia, la dirección de la explosión, es maravilloso...
—Pásenme la bomba ahora mismo, antes de que nos asfixiemos —pidió Orion.
Inmediatamente el Santo preparó la carga y se la pasó a Pléyade, quien se la dio a Apolo, para que finalmente llegara a Orion.
—En teoría esa bomba está preparada para generar pocos efectos colaterales. Será una pequeña explosión localizada, pero lo suficientemente potente para eliminar la barrera —les explicó el Santo.
—Ya está —dijo Orion fijándola a la barrera—, por favor retrocedan —pidió.
Luego de que los hombres retrocedieron bastante, Orion se quedó varios metros delante de ellos, y habló de nuevo al Santo:
—Cuando quieras —dijo, mientras que estiraba sus brazos hacia adelante, intentando formar una barrera o escudo protector con ellos.
El Santo tomó un pequeño control remoto entre sus manos y apretó un botón rojo. Inmediatamente se escuchó un temblor, y se vio la incandescente columna de fuego que amenazantemente llegaba hasta ellos. Pero poco de ella fue lo que alcanzó al resto del grupo: Misteriosamente, casi toda la llamarada se disipó al llegar hasta Orion. El fuego se comportó como una gran piedra o superficie sólida que empujó a Orion hacia atrás varios metros, hasta que la fuerza impulsora perdió potencia. Lo que nadie pudo controlar fue la succión que se generó inmediatamente después, que empujó a todos varios metros hacia adelante, golpeándolos entre ellos y contra las paredes del lugar. Luego de la sacudida, los hombres intentaron recuperarse, lentamente.
—Apolo, ¿Estás bien? —le preguntó el Santo preocupado.
—No lo sé —respondió éste—, estoy consciente, pero preferiría no estarlo, así no sentiría el dolor... Me he golpeado mucho. Además me falla la respiración, el aire está demasiado viciado.
—¿Y ustedes, hijos? —continuó preguntando al escuchar los quejidos, ya normales, de su amigo.
—Estoy bien —dijo Pléyade.
—Yo también —respondió Orion—, pero no sé como voy a curar las quemaduras de mis manos... No creo que pueda sostener ningún objeto por un buen tiempo. Además, el golpe y los estirones me lastimaron bastante.
—No te quejes —le reclamó Pléyade—, tú sanas muy rápido.
—Avancemos —los presionó el Santo—, no desperdiciemos el tiempo. Todos estamos agotados, y queremos que esto termine.
Poco a poco el grupo avanzó. Efectivamente la barrera estaba casi completamente destruida, y se podía pasar a través de ella con un poco de esfuerzo. El túnel se prolongó por muchos metros hacia adelante, a la vez que lentamente el aire se iba tornando más puro y respirable. Al cabo de un largo rato de movimientos por el incómodo lugar, llegaron al final de la tubería, una compuerta que se podía abrir hacia arriba simplemente empujándola.
—¡Ten cuidado! —indicó el Santo a Orion—. ¡Pueden estar esperándonos!
Orion elevó lentamente la puerta, mirando en todas las direcciones, e intentando escuchar cualquier ruido sospechoso. Pero el lugar parecía vacío. No había un sonido, ninguna iluminación, nada... Parecía un templo, un lugar sagrado. Un aire muy fresco y puro se respiraba en él. Al sentir que no había peligro, Orion salió del tubo y ayudó a los demás a moverse fuera de él.
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