Capítulo 19 - El Amor en el Mundo Real
El tiempo, que todo lo borra y todo lo pule, continuó pasando, irremediablemente. Los clones siguieron acostumbrándose a su nueva vida, y a disfrutarla cada vez más, a pesar de continuar siendo torpes en todo lo que hacían. Así, cada noche, ambos se recostaban exhaustos, a pesar de las escasas actividades que llevaban a cabo durante el día...
—¡Apolo!, ¡Oasis! —los llamó la inconfundible voz del Santo, quien abrió tímidamente la puerta luego de haberla golpeado varias veces—. Acompáñennos, haremos una fogata y una cena en el círculo de piedras, para despedir a Orion y a Pléyade, que partirán rumbo al Sur...
La pareja despertó de su letargo, y muy lentamente se levantó de la cama. Era extraño ser invitados a este tipo de reuniones: debería ser algo muy importante para que ellos estuvieran también convocados.
—Con mucho gusto —aceptó Apolo, demostrando que ya manejaba con facilidad la lengua de los habitantes del lugar.
—¿Necesitarán ayuda? —preguntó el Santo.
—No, gracias —respondió Oasis—, estaremos bien, tal vez tardemos un poco en prepararnos y en llegar hasta allí, pero podremos hacerlo solos.
—Perfecto, los esperamos entonces —les dijo del Santo, que salió de la habitación, dejando la puerta cerrada nuevamente.
Apolo y Oasis tardaron unos minutos en ponerse algunas ropas, y caminaron lentamente, con la ayuda de un bastón, hasta el centro de la aldea, donde se encontraba el círculo de piedras. Toda la población se hallaba allí, desde los adultos hasta los niños más pequeños. Cuando la pareja llegó, varias personas se acercaron a ellos y los acomodaron en un lugar de honor, cerca del fuego, entre el Santo, Selene, Mayhem, Orion y Pléyade. Lentamente se sentaron, abrazados, y disfrutaron de estar entre tanta gente. Hasta ahora se sentían sorprendidos al mirar a los niños: No podían comprender cómo era posible que al nacer uno fuera una personita de ese tamaño, y que además tan tempranamente mostraran rasgos de su carácter, y hablaran de forma tan graciosa...
Un delicioso aroma brotaba de las carnes que se cocinaban a un lado, con las brasas de la fogata. Ese aroma era muy intenso para los clones, quienes aún no podían acostumbrarse al uso de ese sentido olvidado en su sociedad. Era algo tan simple, pero tan nuevo cada vez que sucedía... Otra cosa mágica para ellos era observar el fuego en su danza sin fin: podían pasar horas, y éste nunca se detenía, sin repetir un movimiento jamás. Les encantaba lanzar pequeñas hojas o ramas dentro, y ver cómo éstas se consumían, hasta desaparecer, mientras que algunas chispas saltaban brillantes fuera, alejándose de la fogata que las originó.
La reunión era supuestamente para despedir a Orion y a Pléyade, pero la gente prestaba más interés a la extraña pareja que a los dos hermanos. El aspecto de ambos resultaba gracioso a los niños: No eran muy altos, Apolo rondaba el metro setenta y cinco, y Oasis tenía cerca de diez centímetros menos. La delgadez y fragilidad de ambos también llamaba la atención a todos, aunque sabían que ese estado no era constitutivo de ellos, sino que era producido por su anterior forma de vida. Además eran tan pálidos como la luna que los alumbraba, mientras que los aldeanos poseían una piel cobriza, que los protegía mejor del duro sol. El pelo negro y corto de Apolo no era un rasgo común para los aldeanos, quienes en general poseían cabelleras castañas, tal vez como color natural o tal vez por la suciedad que las cubría. Los ojos de Oasis llamaban aún más la atención: Eran grises, bellos y cristalinos. Los rasgos de los dos clones eran muy distintos que los del resto de la aldea, evidentemente procedían de diferentes grupos humanos, que tuvieron una dispar evolución y desarrollo en todo ese tiempo.
Enseguida los jóvenes, más curiosos, empezaron a preguntarles nuevamente en qué consistía su sociedad, su modo de vida, sus obras, cosas que hasta ahora no habían logrado entender del todo. Apolo quiso explicarlo, pero las palabras no alcanzaban para poder describir lo que sucedía dentro de su comunidad:
—Nuestra sociedad era un lugar dedicado únicamente a la originalidad, a la creación, al arte y la investigación. Lo único que allí importaba eran las concepciones de la mente, únicas e irrepetibles... Es por eso que se ideó una forma de desprendernos del cuerpo, para estar en una realidad donde no se perdiera el tiempo con cosas inútiles, puesto que el cuerpo no es necesario para la actividad mental.
—¿Y cómo es posible, por ejemplo, que crearan una escultura sin poder tocar el material y dominarlo? —preguntó un adolescente que se encontraba dentro del grupo de gente.
—No era necesario, nos imaginábamos la escultura y la diseñábamos —respondió Oasis—, al fin y al cabo una escultura es algo que se disfruta a través del sentido de la vista únicamente.
—Pero no es lo mismo concebir una escultura que realizarla —interrumpió Selene, la madre de Orion y Pléyade, que había regresado a convivir con sus hijos y el amor de su vida—. La labor creativa de un escultor se da en el momento que él toca el barro, la piedra o el metal y le da forma... De sus manos parte la magia, y de su mente las posibilidades que el material le brinda. Una escultura perfecta no puede ser considerada arte. El verdadero arte es utilizar ese material imperfecto para crear algo casi perfecto...
—Tal vez sea cierto lo que dices —aceptó Apolo—, pero nosotros estábamos por encima de las artes simples, como ser la escultura. Teníamos formas de creación y de arte tan avanzadas que ustedes nunca podrían siquiera imaginárselas, porque sobrepasaban a los sentidos tradicionales y al mundo material. Es por eso que no podemos mostrarles ninguna de nuestras obras a ustedes, porque no hay forma de reproducirlas aquí.
—Vamos, estoy completamente segura de que existe por lo menos una obra tuya que puedes mostrarnos en este preciso instante a todos nosotros —afirmó con seguridad Pléyade.
—¿Alguna obra? —se preguntó Apolo, mirando a Oasis y abrazándola un poco más fuerte—. ¿Alguna obra? —se volvió a preguntar, mientras que tímidamente empezaba a tararear una canción, a pesar de lo mucho que le costaba modular la voz. Y Oasis también empezó a tararear con él. Enseguida vino el acompañamiento, proveniente de Orion, quien manejaba diestramente un instrumento semejante a una guitarra, pero mucho más rústico. Él creó una suave armonía que encajaba perfectamente con cada nota de lo que Apolo tarareaba. Al poco tiempo un coro se había formado, en el que todos participaban, hasta los niños pequeños, aprendiendo la simple melodía. Al ver semejante perfección y acoplamiento, Apolo se sintió sumamente feliz, y se atrevió a cantar, por encima de las voces del coro, la letra de la melodía, una letra triste e incompleta, que fue inventada sobre la marcha con la facilidad que ese momento brindaba.
Cuando todo terminó, luego de unos minutos, Apolo se mostró tremendamente feliz, y casi no podía hablar debido a la emoción. Oasis lo abrazó y le dio un beso en la mejilla.
—Bien hecho, mi amor, fue hermosa de verdad —le dijo.
Pasando unos instantes, cuando Apolo se recuperó, explicó lo siguiente:
—Esta fue la última obra que realicé antes de salir de allí. La obra no estaba completa, puesto que era un experimento sobre el uso de voces humanas reales en un coro, algo difícil y que no se hacía con frecuencia. Pero acabo de darme cuenta que por más perfecta y pensada que hubiera podido ser aquella obra, jamás se podría comparar con lo que cantamos hoy, algo tan verdadero, tan vivo, tan real... —Mientras tanto una lágrima brotó del ojo izquierdo, lágrima que Oasis se apresuró a secar, dulcemente, con un dedo. Toda la comunidad aplaudió las palabras de Apolo, y en ese momento él se dio cuenta de que esa fue la mejor valoración que alguien alguna vez le dio a alguna de sus obras: No era un porcentaje, una nota, un promedio... Era simplemente que las demás personas formaron parte activa de la obra, cantaron su creación, sintieron la música de la misma forma que él lo hizo, y además le dieron un caluroso aplauso de aceptación, de disfrute, que jamás hubiera podido recibir dentro de la Sociedad.
—¿Y tú, Oasis? Me imagino que también podrás mostrarnos algo —le solicitó Pléyade.
Oasis tuvo un momento de duda, pero luego respiró hondamente, y habló:
Yo estoy viva, ¿Y ustedes?
No respondan si no lo saben.
Estar vivo no es moverse,
estar vivo no es caerse,
estar vivo no es llorar,
estar vivo no es cantar.
Estar vivo es algo interno,
estar vivo es algo eterno,
estar vivo es ser amado
y estar enamorado.
Estar vivo no es correr,
estar vivo no es gritar,
estar vivo no es mirar,
estar vivo no es rezar.
Estar vivo es tenerlo todo
y poder dejarlo en un momento.
es saber callarse,
y escuchar al viento.
Estar vivo no es ver el sol,
sino quemarse en él.
No es sentir el viento,
sino saber flotar en él.
No es observar la lluvia,
sino ahogarse dentro de ella...
Estar vivo es saber que alguien piensa en ti,
es haber hecho algo útil en el día,
es intentar darlo todo,
algo único que no se acaba,
pues mientras que en sus mentes esté,
yo siempre viviré.
—¡Por fin estoy viva! —exclamó finalmente, antes de que el silencio se adueñara de la reunión nuevamente.
Todos se quedaron impresionados por las palabras de Oasis, nunca antes habían escuchado algo semejante. La poesía era un arte poco desarrollado para ellos... Bueno, en realidad ningún arte estaba muy desarrollado en esas épocas, pero la poesía mucho menos. Oasis entendió que el silencio indicaba la aceptación de sus palabras, y por lo tanto abrazó a Apolo y cerró los ojos, sin esperar ninguna reacción por parte del resto de la gente.
—Eso fue hermoso —le dijo su compañero mientras acariciaba su corto pelo, que en todo ese tiempo no había crecido mucho.
—Gracias mi amor —le respondió ella, y luego habló a los demás—. Esto lo escribí estando aquí, hace poco tiempo, en su propio idioma. Quise explicar de alguna manera lo que siento al vivir aquí, de esta manera tan diferente. No sé si me expresé de forma correcta, pero creo que a pesar de todas mis limitaciones lo hice bastante bien ¿No?
—Por supuesto que sí —le aseguró Pléyade—, lo has hecho muy bien.
En ese momento, se empezó a distribuir la comida entre todos los comensales, era un festín enorme para tiempos tan difíciles: Habían matado un animal especialmente para la ocasión, y se tomaron mucho tiempo para prepararlo lo más deliciosamente posible. La carne era un poco dura, pero los dientes de todos estaban entrenados ya para arrancarla a trozos. Sólo Apolo y Oasis recibieron un plato con muchos pedacitos ya cortados, que ávidamente fueron devorados, tomándolos con las manos, como el resto de los presentes.
Luego de la exquisita cena, la reunión se tornó más alegre. Las estrellas brillaban altas en el cielo, y la temperatura había bajado sensiblemente. Apolo sintió esa desagradable sensación de frío que tanto odiaba, y se acercó un poco más al fuego, junto con Oasis, para recibir algo más de calor. Le hubiera gustado pedir a las llamas que lo calentaran más con una simple orden, pero eso era algo que nunca podría lograr de nuevo...
Aprovechando el ameno momento, cada uno de los presentes empezó a contar alguna historia, cuento, leyenda o chiste, hasta que le llegó el turno de nuevo a la pareja. Apolo estaba de muy buen humor, y había empezado a recordar los innumerables cuentos que había creado dentro del Refugio. Con mucha seguridad contó uno de los más importantes para él, que había sido fruto de sus sueños, creado por su subconsciente, en momentos de letargo. Era una historia que mezclaba amor, secretos, misterio, tantas cosas... Tardó más de una hora en relatarla completamente, con todos sus detalles, pero todos la escucharon con atención, excepto los niños pequeños, que ya se hallaban completamente dormidos en el regazo de sus madres. Luego de esta larga historia, los participantes de la reunión prefirieron continuar con algunos chistes y anécdotas, pero Apolo y Oasis no tenían demasiadas ganas de escucharlas, por lo que se apartaron un poco del resto y, cubiertos con varias mantas y ponchos, permanecieron abrazados, mirando silenciosamente al cielo en un primer momento estrellado, pero que poco a poco fue cubierto por numerosas nubes.
—Que hermoso es el cielo nocturno, lleno de luces vivas, que nos observan —expresó Oasis, al mirar hacia el ilimitado universo que los rodeaba.
—Sí —respondió Apolo—, a pesar de que la representación en los paisajes era exactamente igual a lo que vemos ahora, no podíamos imaginar la magnitud de su grandeza, ni la negrura infinita del espacio en el que flotamos. ¿Sabes algo?, creo que ya he descubierto que le faltaba a mi Paisaje, el que tanto nos gustaba, para ser perfecto.
—¿Sí?, creo que yo también... —sugirió la mujer—. Me parece que faltaba la brisa fresca que nos acariciara el rostro mientras estábamos allí. Una brisa como la que sentimos ahora, aunque ésta es demasiado fría para mi gusto. Si pudiera modificar un poco sus parámetros de temperatura... —dijo sonriendo.
—Ese es un aspecto, pero ahora me doy cuenta de que hay otra cosa más sutil todavía... —reflexionó Apolo—. El aroma. Cada lugar tiene su olor característico, que lo distingue perfectamente de cualquier otro. Así como el arroyuelo, el pueblo, nuestra choza y nosotros mismos tenemos aromas característicos, me imagino que el mar debe tenerlo también.
—Así debe ser... Pero dime, ¿No añoras algunas cosas de allá? —le preguntó ella—. Yo extraño a nuestros amigos, los momentos de la Reunión, el Museo...
—Nuestros amigos bien podrían estar aquí con nosotros, en un lugar mucho mejor que la Reunión, como ser la fiesta a la que hoy participamos. Lo que realmente extraño es el momento de la Actividad: Tengo tantas ideas, tantas cosas que quiero crear, y carezco de las herramientas para hacerlo. Esa incapacidad e impotencia me torturan todo el tiempo. Aunque también es cierto que hoy me he sentido de forma maravillosa al poder cantar con toda esta gente, me he sentido vivo de verdad al estar en su compañía y crear, en cierto modo, con ellos.
—Te entiendo perfectamente. Por más tonto que parezca, yo extraño los túneles de 210, me gustaría dar un paseo allí contigo.
—A mí también —asintió Apolo, abrazando más fuerte a Oasis. Luego de un instante continuó:
—Siento que este grupo de gente carece de formas de entretenimiento. Pienso en las miles de maneras en que nosotros podíamos distraernos y divertirnos, ya sea solos o en grupo...
—Sí... Disfrutar de los Paisajes, las Aventuras Interactivas, el Simulador de Combate, los Films, la Megademo...
—Y aquí lo más entretenido que tienen es ese tonto juego de pelota que practican por las tardes, o esos simples juegos de tablero, intelectualmente deficientes respecto a los que nosotros conocíamos. Deberíamos buscar algún tipo de actividad de esparcimiento para ellos... La necesitan de verdad, para escapar, aunque sea por momentos, de esta triste realidad en la que viven.
—Es raro lo que me pasa —agregó Oasis—, sabía perfectamente en qué consistía el exterior, pero a pesar de eso sigo sin poder acostumbrarme a él. Con todos los datos que tenía dentro de la cabeza construí una representación mental totalmente diferente de lo que sería vivir aquí fuera.
—Te entiendo —le respondió Apolo— ¿Pero te arrepientes de estar aquí? No fue nuestra decisión finalmente, ya que nos arrastraron, pero tenemos que estar agradecidos, ya que de otro modo estaríamos muertos, o peor aún, convertidos en unos zombis sin alma.
—De ninguna manera me arrepentiría... —aseguró ella—. Sólo noto que es muy diferente a lo que pensaba. Y dime tú, ¿Me prefieres en esta realidad o en la antigua?, aquí no soy bella, mi voz es horrible y carrasposa, soy torpe, débil...
—Pero sigues siendo tú. Al fin y al cabo yo me había enamorado de tu ser más íntimo, de tu interior, que está muy por arriba de la mera representación que mostrabas allá. Además, el que te ame te convierte en el ser más hermoso de toda la tierra.
—De todos modos —insistió la mujer—, si estás enamorado de mi interior, que es lo más importante, no hay ninguna diferencia entre estar allí y aquí, salvo que allá yo era más perfecta.
—Eso es una mentira. Existe una gran diferencia entre estar en el Refugio, en esa realidad alterada, y estar aquí contigo. Y sinceramente prefiero la segunda opción.
—¿Por qué? —preguntó ella sonriente, imaginando algunas posibles respuestas.
—Porque sólo aquí puedo sentir tu piel, mirar a tus verdaderos ojos, profundos y misteriosos, sentir tu aroma —dijo pasando su fría nariz por el cuello de ella—, besarte...
—¿Besarme? —preguntó Oasis con sorpresa, puesto que el contacto físico que había tenido hasta ese momento con Apolo no había sobrepasado los cálidos abrazos o tomarse de las manos. Pero antes de poder pensar en algo más, Apolo se había acercado a ella con delicadeza, haciendo contacto con sus labios. Podría decirse que ese fue el beso más extenso que la tierra, en su larga vida, ha albergado. Esa sensación tan nueva y distinta los mareó y desconectó del exterior por un tiempo incalculable. Volvieron en sí sólo al sentir las gotas de lluvia que caían sobre sus rostros, interrumpiéndolos...
El Santo y Selene se acercaron inmediatamente a ellos, y los ayudaron a ponerse en pié, acompañándolos hasta su choza. Cuando llegaron, la tormenta se había desatado en toda su magnitud, con esos truenos que causaban gran desasosiego, y los relámpagos que iluminaban el exterior como si del día se tratara.
—En días así es cuando uno valora tener un hogar, por más simple que éste sea —dijo el Santo, observando el exterior a través de una pequeña ventana. La lluvia no besaba la tierra desde el nefasto día del ataque al Búnker, hacía ya un buen tiempo, y era la primera vez que Apolo y Oasis conocían el verdadero poder de una tormenta.
—Es mejor que vayamos a nuestra cabaña, antes de que la tormenta empeore aún más —indicó Selene al Santo—. Disfruten de esta noche —continuó, con una mirada de complicidad, a la vez que tomaba a su pareja de la mano—, que es hermosa para los enamorados, y no se volverá a repetir en mucho tiempo.
Apolo y Oasis se observaron desconcertados, mientras que la pareja cerraba la puerta y corría rumbo a su hogar, cobijando el Santo con una manta a la hermosa mujer que tenía como compañera.
Y realmente las palabras de Selene eran ciertas... El sonido único de la lluvia, la luz sorpresiva de los relámpagos, las mantas calientes que los alejaba del frío... El intenso beso anterior fue sólo un preludio de lo que en esa noche lluviosa podía llegar a ocurrir, entre las caricias y el descubrimiento del cuerpo de la otra persona, así como del suyo propio...
* * * * *
Apolo abrió los ojos lentamente, despertando de un sueño y un descanso maravilloso. Los ojos de ella estaban clavados en los de él, quién sabe desde hacía cuánto tiempo.
—Buen día mi amor —le dijo él, acariciándole suavemente el cabello—. ¿Hace mucho que despertaste? —le preguntó en su idioma original. Normalmente ellos hablaban en su antiguo lenguaje entre sí, y utilizaban el de la aldea únicamente para hablar con los habitantes de ella.
—Hace unos momentos... ¿Cómo te sientes? —le preguntó.
—Fantásticamente —le respondió él, abrazándola fuertemente, sintiendo esa piel suave apoyada por la suya, desnuda.
—Jamás imaginé que mantener una relación sexual sería algo semejante a lo que anoche ocurrió —habló Oasis, en forma directa, expresando lo que sentía—. Yo pensaba que era un simple acto primitivo que brindaba algo de placer a los que lo realizaban... Pero jamás creí que pudiera unir tanto a las dos personas, convirtiéndolas en una, explorando al otro, sintiendo tanta paz... ¡Te amo! —exclamó.
—Yo también te amo... —le respondió Apolo.
Desde que abandonaron el Refugio tampoco se habían atrevido a decir que se amaban, ninguno de los dos. Tal vez era porque les daba vergüenza decirlo al verse a la cara, o porque nunca se dio la oportunidad, pero ésta era la primera vez que lo hacían, luego de tanto tiempo.
—Hoy es uno de esos días en los que quisiera vivir para siempre... A tu lado —dijo ella—. Es una lástima que eso sea imposible. Pero no importa, trataré de disfrutar cada minuto de mi vida en tu compañía.
Apolo mientras tanto mostraba un rostro pensativo, preocupado.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Oasis, intrigada.
—Nada... Es que... ¿Acaso no podrías quedarte embarazada luego de todo lo que ocurrió? —preguntó Apolo—. Me perturba pensar en que pudieras concebir un hijo en tu estado de debilidad.
Oasis dibujó una pequeña sonrisa en su rostro.
—Tonto, ¿Acaso nuestra unión, con intermedio de los Maestros, no fue un momento ideal para que yo quedara en ese estado? —le preguntó.
—...Es cierto... —supuso Apolo, pensativo—. Pero no lo estás... ¿O sí?
—Acabas de estar conmigo, de acariciarme, de apoyarte en mí... ¿Acaso no te diste cuenta de cómo cambió mi cuerpo a lo largo de estas fases?
—¿Cambios en tu cuerpo? Mi cuerpo también cambió mucho en este tiempo, debido a que nos estamos acostumbrando a vivir aquí. ¿Cómo puedo conocer tu estado, si tu figura es algo nuevo para mí?
—Pues ahora lo sabes. Si mis cálculos no fallan, mi embarazo debería estar alrededor de los cuatro meses y medio, como esta gente llama a nuestras fases. Y ya se empiezan a notar los cambios en mi organismo... La panza aún está pequeña, pero eso es debido a la anemia que tengo, que origina que el feto crezca poco y no se desarrolle bien. Mis pechos, que eran diminutos, han empezado a crecer lentamente, y yo estoy engordando un poco, tal vez porque empiezo a retener líquidos. Obviamente que a causa de nuestra debilidad muchas cosas relativas a este proceso se mezclan con otros problemas...
—¿Entonces vamos a tener un hijo? ¿Nosotros? ¿¡Un hijo de verdad!? ¿Nuestro? —gritaba y se preguntaba Apolo.
—Tranquilízate —le decía Oasis, pero no pudo contener al hombre que intentaba levantarse de la cama por sus propios medios, y ponerse unas vestiduras que estaban sobre la silla enfrente a él.
—¿Te dije que te amo? —le preguntó Apolo a Oasis, y continuó gritando, sin esperar respuesta—. ¡Te amo! —exclamó, dándole un enorme beso en la boca. Así, exaltado, abrió la puerta de la habitación y salió afuera, gritando:
—¡Voy a ser padre!, ¡Voy a tener un hijo! —pero todos lo miraban callados, sin decirle nada. Allí fue donde Apolo se dio cuenta de que estaba hablando en su antiguo idioma, que era completamente desconocido para los habitantes de la aldea. Un poco sonrojado caminó en silencio hacia la casa del Santo, a quién quería dar a conocer la noticia. En realidad la vergüenza no fue demasiada, porque aún era muy temprano por la mañana, y pocas personas estaban despiertas. Al llegar donde se encontraba el Santo se dio cuenta de que tendría que esperar un poco para hablarle, porque en ese momento él y Selene se estaban despidiendo de sus hijos, quienes estaban ya completamente preparados para la partida.
La madre lloraba desconsoladamente, abrazando y besando a ambos, para luego volverse hacia el Santo y abrazarlo también. Él se acercó a Orion y Pléyade y les dio numerosos consejos, así como palabras de aliento, mientras que Selene enjugaba sus lágrimas.
—Disculpen —interrumpió Apolo luego de bastante tiempo—, yo también quiero despedirme, al fin y al cabo gracias a ustedes Oasis y yo fuimos rescatados de ese lugar, y aún estamos con vida. Les estoy muy agradecido, y tengo fe en que todo les va a salir muy bien en sus viajes, estoy seguro de ello.
—Gracias —dijo Pléyade—, pero creo que en un primer momento no te acercaste hasta aquí con la intención de despedirnos. Cuéntanos tu noticia, que te trae tan alegre.
—¡Voy a ser padre!, —gritó Apolo, con una gran sonrisa—, Oasis me dijo que está embarazada, ¡Qué alegría!, ¡Estoy feliz!
—Nos alegramos por ti —lo congratuló Selene, abrazándolo—, ustedes dos merecen ser felices, y tener un hijo siempre es una gran fuente de satisfacción.
—Te sugiero que le pongas el nombre de Serenela, si te gusta —le dijo Pléyade—, es un nombre con mucho significado. El nombre de una persona es algo tan importante que puede definir su vida y su relevancia en este mundo, por lo tanto hay que saberlo elegir, para que desde sus primeros años de vida tenga ese influjo positivo de su parte.
—Me gusta el nombre Serenela... —reflexionó Apolo—. Podría ser, más aún si ustedes me lo sugieren... ¿Cuál es su significado?
—No tiene un significado en sí mismo —le explicó la joven—, más que la armonía de su pronunciación. Las palabras, y ciertas sílabas en especial, tienen poderes inimaginables. Y si tu nombre es de una buena construcción armónica, toda la vida la gente lo estará pronunciando, repitiéndolo, llenando tu derredor con energía positiva.
—¿Cómo saben todo eso ustedes? —les preguntó el Santo.
—Hemos aprendido mucho en este tiempo, aunque yo diría más bien que hemos comprendido al mundo que nos rodea, por nuestros propios medios. Ahora llegamos a un punto en el que necesitamos de un maestro que nos guíe y nos ayude a avanzar aún más, y es por eso que queremos viajar.
—Lo entiendo perfectamente —respondió el Santo—, yo sentí lo mismo a su edad... Aunque mi búsqueda era de un conocimiento racional, útil, para ayudar a mi pueblo, mientras que el suyo es un conocimiento que va más allá de nuestros sentidos. De todos modos no encontré nadie que valiera la pena, y por eso regresé, y es por ello que no comparto su decisión.
—Lo que nosotros necesitamos es diferente a lo que tú buscabas —le recordó Orion—. No te preocupes, sabemos que existe y que nos espera.
—¿Y si el niño es varón, que nombre debo ponerle? —inquirió Apolo, todavía pensando en las palabras de los mellizos, e ignorando la conversación entre padres e hijos.
Orion y Pléyade se miraron con complicidad:
—Serenela está bien —dijo él—. No necesitarás otro nombre para el bebé.
Apolo miró con suspicacia a ambos:
—¿Acaso saben algo que yo no? —les preguntó.
—Muchas cosas —le respondió Orion—, así como tú sabes muchas otras que nosotros desconocemos. Siempre hay alguien que conoce más que tú sobre algún aspecto de la vida.
—Eso es cierto —aceptó Apolo.
—Bueno, es mejor que partamos ya, antes de que el duro sol nos haga sufrir. La humedad que habrá después de esta lluvia, sumada al calor, será terrible —dijo Orion.
La familia se dio un gran abrazo, llorando, más aún Selene, que bajo ningún punto de vista quería que sus hijos realizaran ese viaje. Sólo la fuerza que le brindaba estar junto a su eterno amor le permitía sobrellevar ese dolor.
—No tienes por qué llorar —la consolaba Pléyade—, volveremos a estar juntos de esta manera, en un futuro no muy lejano, puedes estar segura de ello. ¿Acaso alguna vez fallamos una predicción?
—No —respondió la madre.
—Entonces tranquilízate, y permite que la vida siga su curso —le pidió Orion.
—¿Están seguros de no querer utilizar uno de los vehículos rescatados del Búnker? —les preguntó el Santo—. Podría serles muy útil.
—De nada nos serviría —afirmó Orion—, hay poco combustible, y finalmente tendríamos que abandonarlo en el medio del desierto. Les será de más utilidad a ustedes, eso es seguro. Además, el peregrinaje es una buena forma de llegar a la perfección.
Finalmente los dos hermanos se despidieron y se alejaron lentamente, con sus largas sombras acompañándolos, como si de fantasmas se tratase. La pareja quedó abrazada, mirando al horizonte, hasta que los hijos se convirtieron en un punto distante que finalmente desapareció. Apolo los acompañó en esos duros momentos, sin decir nada, porque su mera presencia bastaba para darles fuerza. Luego de pasado ese tiempo, Selene rompió en llanto y corrió hacia su hogar. El Santo intentó detenerla, pero no lo logró.
—¿Irás a consolarla? —le preguntó Apolo.
—Prefiero esperar un poco —le respondió el Santo—, ella necesita estar sola y pensar. Le es difícil afrontar por segunda vez en la vida una separación semejante.
—¿Por segunda vez?
—Así es —le explicó el Santo, mientras empezaba a caminar hacia las afueras del pueblo, en compañía de Apolo—. Hace muchos años, cuando nos enamoramos, sucedió lo mismo, conmigo. Éramos jóvenes, yo la amaba con locura... Pero también amaba a mi pueblo, y quería que éste prosperara y no viviera en la agonía perpetua que soportaba desde hacía tantos siglos. En un primer momento viajé entre las diferentes aldeas conocidas, recabando información y conocimientos útiles. En esa época nos conocimos y enamoramos. El problema es que no podía poner frente a mi misión y mi destino el amor de una mujer...
—Por lo tanto continuaste con tus viajes —infirió Apolo.
—Así es. Los conocimientos de todas nuestras aldeas eran pobres, y ni hablar de la tecnología que manejaban, por lo tanto quise encontrar nuevas fuentes de sabiduría. Yo no sabía que ella había quedado embarazada, fruto de nuestro amor. Si me hubiera enterado, tal vez toda nuestra historia, y por tanto la tuya, hubiera sido diferente. Pero no fue así, y siguiendo antiguas leyendas, cuentos de los ancianos, partí rumbo al Sur, dejándola sola, con los mellizos gestándose dentro de su vientre. En esos viajes descubrí grandes verdades, sobre todas las antiguas leyendas, verdades sobre la ciudad perdida, pero también descubrí que nuestro pueblo no tenía ninguna posibilidad de progresar con la ayuda de la gente que vive allí, a pesar de estar cientos de veces más desarrollados tecnológicamente que nosotros.
—¿Cómo es eso? —preguntó Apolo, cada vez más curioso.
—En los confines de este continente, al Sur, existe una gran ciudad, centro de toda la cultura y la sabiduría del mundo conocido actual. Eso ya te lo relaté anteriormente... Pero esta ciudad, y todo su derredor, está gobernada por un régimen dictatorial terrible. El problema en sí no es el régimen, sino sus gobernantes... A veces pienso que no pertenecen a este mundo... Bueno, en definitiva, nuestras aldeas, tan lejanas de aquel lugar, son de los pocos lugares libres de ese poder oscuro, y deseo fervientemente que todo siga así, por más que muramos de hambre o por causa de las enfermedades.
—¿Y tus hijos partieron para allá ahora?
—Sí, pero no puedo evitarlo. Ellos poseen un poder que yo no. El llamado que sienten va mucho más allá de lo racional... El momento está cerca, y tal vez haya llegado el día en que en esa ciudad de leyendas se cumpla una leyenda...
—No te entiendo —se excusó Apolo.
—No importa. Cuando vuelvan, si es que lo hacen, tendrán nuevas noticias para nosotros al respecto. Pero yo te estaba narrando mi vida, y la de Selene. Pasé más de siete años viajando, años en los que aprendí mucho, a cambio de sufrir mucho también. Finalmente me di cuenta de que la única manera de liberar al pueblo de su sufrimiento era compartir mis conocimientos con ellos, y luchar por mejorar con las pocas herramientas con las que contábamos. Cuando regresé, fui directamente a encontrarme con Selene, y allí descubrí que Orion y Pléyade existían. Tuvimos un breve momento de felicidad, que lastimosamente duró poco, porque las obligaciones de nuevo jugaron en contra de mi vida privada. Yo había tomado una causa que ya no podía abandonar, por más que quisiese.
—¿Qué fue lo que desencadenó que abandonaras de nuevo a tu mujer y a tus hijos?
—El haber encontrado el Búnker, tu hogar —le respondió el Santo.
—El Refugio —lo corrigió Apolo.
—Como quieras llamarlo. El lugar fue localizado por un grupo de expedicionarios, que buscaban posibles nuevos emplazamientos donde asentar a nuestras familias. Pocos sobrevivieron al ataque brutal y desalmado al que fueron sometidos. Ellos no estaban preparados para pelear, eran meros viajantes, observadores. Cuando esto ocurrió me buscaron, para que organizara a la aldea, y tratara de contactar con los habitantes del lugar. Una luz de esperanza se encendió sobre nosotros: Poder conseguir conocimiento, tecnología, personas con un banco genético diferente al nuestro... La única forma de crecer sin tener que acercarnos al Sur.
—¿Y tus hombres nunca quisieron ir al Sur, a pesar de tu prohibición?
—No, simplemente porque nunca les hablé de mis viajes, ni de las tierras del Sur. Ellos creen que somos los únicos humanos vivos sobre el planeta, salvo por la gente del interior del Búnker, y es mejor que sea así. A lo más se imaginan que deben existir otras aldeas semejantes a la nuestra esparcidas por el mundo, pero no creen que existan lugares realmente desarrollados.
—Es por eso que la existencia del Refugio les trajo nuevas esperanzas de cambiar sus vidas —comprendió Apolo.
—Exacto. Y yo era el único capacitado para guiarlos a ese objetivo. Por lo tanto tuve que volver a mi pueblo, con la esperanza de solucionar todo, y luego poder continuar mi vida. Y lo que yo pensé sería pronto han sido aproximadamente once años. Once años sin ella, sin mis hijos. Once años soñando con sus rostros, once años pensando en que al volver a buscarlos tal vez estarían muertos...
—Pero no fue así.
—No —afirmó el hombre con dura expresión—. Lo que ahora temo es que Selene caiga en un estado depresivo, porque nunca pudo mantener a la familia unida... Justo ahora que está nuevamente conmigo, ha perdido a sus hijos. Me causa gran pena esta situación.
—Es triste. Ella quiere mostrarse fuerte, aunque en el fondo creo es una persona muy sensible. Pero continúa contándome lo que ocurrió al descubrir el Refugio —quiso saber Apolo.
—Nada en realidad. Las primeras incursiones las hicimos con la intención de hablar, conocer a sus habitantes. Pero siempre fuimos recibidos con trampas, muerte y sufrimiento. Fue debido a esto que intentamos entrar por la fuerza. Muchas veces quisimos hacerlo, pero sólo esta última vez lo logramos. Y ahora todo empeoró, porque a causa del ataque en el que te rescatamos fuimos perseguidos como ratas a lo largo del mundo, y tuvimos que refugiarnos lejos de nuestros asentamientos originales, con todas las dificultades que ese tipo de cambio implican. Hubo que reconstruir el pueblo, movilizar a los ancianos y niños, traer todo con nosotros... Lo único positivo es que todas las aldeas se unificaron en una sola, y ahora podemos estar todos juntos, compartiendo nuestros conocimientos y tradiciones.
—¿Y por qué nunca fuiste a buscar a Selene a su aldea y la trajiste contigo, ya que veías que no había esperanzas de lograr los objetivos propuestos? —quiso saber Apolo.
—¡Siempre había esperanzas! —exclamó el Santo—. Además no era tan fácil... La relación entre las aldeas nunca fue buena. Cada una tenía sus costumbres, y era difícil que se permitiese que haya migraciones entre ellas. Encima ella fue jefa de su pueblo por bastante tiempo, luego de la muerte de su padre. Y yo no podía darme el lujo de tener a nadie dependiendo de mí, haciéndola sufrir cada vez que partíamos rumbo a una nueva batalla o incursión. Todo mi tiempo debía estar dedicado a los hombres que colaboraban conmigo y no a una persona a quién haría infeliz.
—¿Y me dirás que Selene, viviendo sola con los niños y alejada de ti, no era infeliz?
—Aún te falta mucha experiencia sobre las cosas de la vida, amigo mío, como para comprenderlas. Jamás podrás comparar el dolor que se siente por haber perdido un amor, con el sufrimiento que sientes cada vez que crees que ese día lo estás perdiendo. El primer dolor pasa, se cura, se olvida o se guarda escondido, mientras que el segundo es una espina que se clava en tu corazón repetidamente, cada vez que crees que ese día puede ser el último en ver a la persona amada...
—¿Y acaso ha valido de algo todo ese esfuerzo, ese sufrimiento, el estar alejado de los afectos? —preguntó Apolo, perturbado, casi enojado con su amigo.
—Eso está por verse... Algunas cosas importantes se han logrado: Unificar a las tres aldeas, rescatarlos a ustedes, penetrar al Búnker, que parecía inexpugnable, conseguir nuevas armas y formas de transporte, así como tecnología. Pero creo que lo más importante es la esperanza que se generó alrededor de Oasis y de ti. Todos creen que ustedes serán nuestros salvadores, que nos enseñarán a mejorar nuestra forma de vida, a comprender a la naturaleza, a conocer el arte, nuestra historia, todo lo que en su mundo se sabía.
—No somos hacedores de milagros —se disculpó Apolo—, pero creo que ya estamos listos para compartir todo el conocimiento que poseemos, y es lo menos que les debemos a todos ustedes. Sólo que ese conocimiento teórico no estoy seguro si servirá para mejorar en algo sus condiciones de vida, eso lo veremos. Si te parece bien podríamos reunirnos algunas horas diarias alrededor del círculo de piedras, por la mañana o la tarde, y hablar, compartir y discutir todo lo que sabemos.
—Es una excelente idea. Hoy hablaré con el resto de la gente, y comenzaremos cuanto antes —aseguró el Santo, mostrando estar contento.
Para ese entonces los dos personajes habían rodeado completamente el pueblo, y estaban cruzando la entrada de nuevo, regresando al lugar dónde iniciaron la caminata. Apolo pateó con dificultad una pequeña roca del piso, que fue rebotando hasta dar contra la pared de una casa. Ambos permanecieron quietos, hasta escuchar el ruido seco de la piedra contra la madera.
—Bien hecho —lo felicitó el Santo, dándole fuerzas.
Apolo sonrió:
—Gracias —le dijo.
—Podrías enseñarnos también tu lenguaje —pensó el Santo, reflexionando sobre lo que habían estado hablando hasta ese momento.
—¿Para qué? —le preguntó Apolo.
—Supongo que tu lenguaje estará más desarrollado que el nuestro, que ha ido degenerándose con el tiempo. Cada aldea ha creado su propio dialecto, lo que ha causado más confusión aún. El tuyo debe ser más puro, más cercano al original, mejor para el arte y la expresión.
—En realidad no lo sé —dudó el pálido hombre—. Puede que nuestro idioma se haya alejado de la rama original tanto como el tuyo, quién puede saberlo. En realidad he notado que ambas lenguas provienen de un tronco común, puesto que compartimos numerosas expresiones y palabras. Y no le veo utilidad a que aprendan una lengua muerta que es utilizada solamente por unos seres virtuales, esclavos en un mundo falso.
—¿Y qué pasaría si por algún motivo logramos tomar el control del Búnker?, de seguro toda la información estará en tu idioma, y necesitaremos no sólo comprenderlo, sino leerlo y escribirlo —insistió el Santo, demostrando que su pedido tenía un fin mayor al simple aprendizaje.
—Bueno, eso sí es cierto.
—Entonces podrías hacer que Oasis enseñe tu lengua a quienes les resulte interesante, entre los que me incluyo. Estoy seguro que nos será más que necesario ese conocimiento en el futuro.
—Sí, ¿Pero acaso estás pensando volver a atacar el Refugio?, Si no lo vas a hacer no tiene sentido que aprendas mi idioma —subrayó Apolo.
—No me interesa atacar ese lugar, no ahora, con todos los hombres que han muerto, y lo precaria que es nuestra situación. Pero en un futuro, tal vez utilizando tus conocimientos, podríamos penetrar allí sin usar la fuerza, desbaratando sus defensas de alguna manera que desconocemos. No te preocupes, de todos modos aún falta mucho tiempo para que pensemos en eso, ya habrá oportunidad de hablar al respecto.
—No lo sé... Los Maestros saben todo lo que ocurre, no creo que haya forma de engañarlos.
—Olvida lo que dije, fue sólo un comentario —replicó el Santo, mirando las vetustas chozas que se presentaban frente a ellos. Luego continuó, con tono de preocupación—. Iré a ver cómo se encuentra Selene, espero poder reconfortarla y darle fuerzas en estos momentos tan difíciles. Por lo menos me tiene a mí. Si nuestros hijos se hubieran ido, y yo no estuviera para acompañarla, creo que moriría de tristeza.
—Me parece muy bien que la acompañes —razonó Apolo.
Ambos se despidieron, y caminaron rumbo a sus respectivos hogares. Al entrar al suyo, Apolo observó que Oasis permanecía aún recostada en la cama, envuelta entre las sábanas, dominada por un cansancio y un ensoñamiento que era normal para ellos. Hasta ese entonces su debilidad no les permitía estar más de algunas pocas horas activos, antes de necesitar un nuevo descanso. Sus débiles cuerpos sentían muy rápido la fatiga, lo que los obligaba a alternar las horas de actividad con otras de descanso prolongado. Cuando Oasis se percató de la presencia de Apolo, abrió los ojos y le habló:
—¿Dónde te metiste? En vez de estar conmigo, apoyándome y dándome tu cariño, desapareciste...
—Discúlpame, es que quería compartir nuestra felicidad con el Santo, Selene y sus hijos, que ya se marcharon rumbo al Sur. Y luego me puse a hablar con el Santo sobre su vida, la nuestra, tantas cosas...
* * * * *
Los meses que siguieron fueron los más felices y gozosos que la pareja vivió jamás. Apolo y Oasis impartieron clases a los aldeanos sobre todos los temas que dominaban o tenían conocimiento. Lastimosamente las exposiciones eran meramente verbales, con la ayuda de una improvisada pizarra... Apolo soñaba con poder alimentar directamente las mentes de éstas personas mediante herramientas audiovisuales, como las que utilizaba con sus alumnos de la Clase, pero no era posible, y se sentía impotente en cierto modo por ese motivo. Era tan difícil explicar hechos o datos accesibles únicamente a través de aparatos que la aldea no poseía. Ambos se sentían culpables porque sus nociones de anatomía, biología y medicina eran poco elevadas, y por lo tanto no podían ayudar en demasía a los habitantes del pueblo en uno de los aspectos que más colaboración y conocimiento necesitaban: La salud. De todos modos, la poca instrucción que tenían sirvió para mejorar la atención de algunas enfermedades infecciosas, el tratamiento de virus, la curación de quemaduras o inclusive realizar algunas intervenciones quirúrgicas simples. Las avanzadas matemáticas y nociones físicas manejadas por los clones sí pudieron brindarse a la gente, con el único problema de no poseer un laboratorio físico en el cual demostrar la verdad de los hechos, para que no creyeran ciegamente en una certeza intangible. De todos modos, se realizaron algunos experimentos pendulares y gravitatorios básicos, por lo menos para tener una idea como esa física teórica era aplicable dentro de la realidad.
Mientras tanto, Oasis impartió clases de su idioma a los interesados, que eran más de quince. No le era del todo fácil hacerlo, porque su dominio de la lengua de estas personas era escaso, pero hizo todo lo posible para tener una clase útil y didáctica.
Gracias a la ayuda brindada por la pareja, la forma de vida de estas personas mejoró notablemente, especialmente en cuanto a sus hábitos y costumbres. Además, intentaron convencerlos de la necesidad de desarrollar algunas actividades artísticas y de recreación, para distraerse de la dura vida que llevaban. De este modo se formó un pequeño grupo de teatro, y se exploró un poco el ámbito de la pintura y el de la escultura, buscando diversas formas de expresión que ayudaran a la gente a vivir mejor en el duro mundo que les tocó compartir.
Por las noches Oasis y Apolo pasaban largas horas disfrutando de la belleza del firmamento, observando las estrellas y las galaxias, o simplemente sintiendo el aire fresco y la brisa nocturna. Más de una vez se quedaron despiertos esperando ver el amanecer, con sus primeros fulgores, matando a la oscuridad que los rodeaba. Seguían disfrutando de esa alegría sin igual que les producía observar una hoguera encendida, y de disfrutar de una comida junto al fuego, contándose anécdotas con las demás personas, explicándoles su forma de vida anterior, y escuchando las leyendas y cuentos de tantos años, pasados de generación en generación. De día preferían caminar por los alrededores del pueblo, sentarse sobre las rocas y observar al horizonte. El crepúsculo les parecía otro momento imperdible... Ver cómo el firmamento cambiaba de colores, entre las escasas nubes, mientras que el sol se escondía detrás del desierto, borroneando la fina línea que separaba al cielo de la tierra.
Estos meses de dicha fueron incomparables: Apolo acompañó a Oasis en el embarazo, haciéndole sentir su cariño, hablando con ella y con el niño que dentro de su vientre se albergaba. En ese tiempo compartieron todos sus sentimientos, ideas y opiniones. Apolo sentía que ella era la única persona en el mundo que lo comprendía, que entendía sus motivaciones, su forma de pensar, sus gustos, sus añoranzas...
Pero algunos problemas empezaron a surgir cerca del séptimo mes de embarazo de Oasis. Su cuerpo se debilitó, y ella tuvo que permanecer en constante reposo. Sufrió algunas pérdidas que ponían en peligro tanto la vida del niño como la suya propia. El malestar le hacía vomitar todo lo que ingería, y rechazaba la mayoría de las medicinas que le preparaban con hierbas las mujeres de la aldea. Cada día que pasaba, el panorama se complicaba, por lo que sugirieron a Apolo que la convenciera de adelantar el parto, ya que era muy improbable que lograra llevar el embarazo a buen término hasta el noveno mes. De este modo, se decidió realizar un parto prematuro cerca del octavo mes de gravidez...
* * * * *
Apolo permanecía fuera de la habitación, en silencio. El Santo estaba junto a él, callado también, pero apoyándole la mano sobre el hombro, en señal de apoyo. Las estrellas parecían brillar más intensamente que nunca, a la vez que el cielo estaba formado por un negro impenetrable. Apolo se mostraba contrariado, miraba hacia arriba y luego bajaba la vista, cerrando los ojos. El impulso de llorar lo invadía por momentos, pero lograba dominar este sentimiento y doblegarlo, antes de que lo hiciera estallar.
Selene salió de la casa, con un rostro frío, que no mostraba pena ni alegría. Lentamente se acercó a Apolo, para anunciar las noticias.
—¡Felicidades! —le dijo—. A pesar de todos los problemas, es una niña hermosa, fuerte y sana. Será tan normal como el resto de los niños de aquí, o inclusive mejor que ellos, puesto que tiene una sangre pura e intacta, que no se ha degradado con tantos años de dolor como los que nuestros pueblos sufrieron.
Apolo sonrió, mostrando mucha paz. Movió levemente la cabeza hacia la derecha, de manera cortante, como si fuera fruto de un tic nervioso. Luego preguntó, con delicadeza:
—¿Y ella?, ¿Cómo está?
Selene miró al Santo, quién le hizo un gesto indicándole que prosiga, y luego se volvió a Apolo:
—Está muy débil. Perdió demasiada sangre, y la transfusión que se le hizo parece que en vez de mejorar su estado, lo empeoró aún más...
—Si tan sólo hubiéramos tenido a nuestra disposición el Laboratorio Biológico del Refugio —se reprochó Apolo—, todo hubiera sido tan simple, sin complicaciones. Allí existen todos los instrumentos necesarios para cualquier intervención, además de que se podrían haber hecho todos los análisis previos necesarios...
—Pero no estás allí ahora —le recordó enérgicamente el Santo—. Este no es un mundo perfecto, y lo sabes. Te recomiendo que vayas a conocer a tu hija, y brindes todo el cariño que puedas a tu mujer, antes de que sea tarde.
Apolo miró al Santo duramente y dijo:
—¡No voy a permitir que ella muera! ¡No ahora! —luego se levantó abruptamente y se alejó, rumbo al lugar donde las dos mujeres más importantes de su vida se encontraban.
Al entrar a la habitación, vio que tres muchachas se hallaban alrededor de Oasis, cuidándola. Ella estaba abrazando a la pequeña bebé que había nacido con tanta dificultad. Cuando él se acercó, las mujeres se alejaron un poco, para permitirles hablar en privado. Apolo no podía contener sus lágrimas, que brotaban de los ojos de forma irregular, corriendo por todo su rostro y por el cuello, hasta ser absorbidas por su ropa.
—No llores —le dijo Oasis, y luego intentó acercarle a su hija para que la viera—. Mira, ésta es la mayor obra que jamás pudimos haber creado. Nada de lo que hicimos hasta ahora puede compararse con ella, y no hubiéramos podido generar este milagro de no haber estado aquí, en este mundo imperfecto. No existe nada en el Museo que se le compare, o que hayamos tallado en bits y en esquemas virtuales. Esto es algo real y nuestro. La perfección absoluta de la vida, sobreviviendo, replicándose a partir de nosotros de manera casi mágica. Estoy tan feliz de haberlo logrado que creo que ya he cumplido mi misión sobre la faz de esta tierra, y puedo descansar en paz. Y esta obra jamás podría haber sido creada de no ser por nuestro amor, porque es algo que se hace de a dos, y que sola jamás podría haber generado.
—Yo también estoy feliz —suspiró el hombre—. Coincido en que jamás, ninguno de los dos, ha logrado crear nada semejante, nada tan perfecto, nada más hermoso que a nuestra hija. Pero esa no es excusa para que ahora dejemos de luchar por nosotros mismos, y que nuestra existencia pierda el sentido.
—Obviamente que no, nada ha perdido su sentido, es más, ahora todo tiene sentido para mí, pero el haber logrado esto me permitirá morir en paz, si se da el caso, sin arrepentirme de haber dejado algo pendiente, de no haber hecho todo lo que debía. Estoy feliz de que hayamos escapado de nuestra prisión y seamos libres y compañeros aquí, a pesar de las dificultades. Ahora ya no le debo nada a la vida, y ella tampoco me debe nada a mí.
—Tú no vas a morir —afirmó Apolo, con el rostro repleto de lágrimas—, eres muy fuerte. No puedes dejar a tu hija y a mí abandonados, ¡No puedes! —gritó, tomándola de la mano.
—Ya te dije que dejes de llorar —le respondió dulcemente Oasis—. No puedes quejarte de nada, hemos observado las estrellas en libertad, tal y cual son, sin formar parte de nuestra imaginación, o ser una proyección mental de una falsa realidad. Hemos sentido y escuchado el viento, en esas noches hermosas que pasamos juntos. Hemos compartido nuestro lecho, hemos sentido la piel del otro, nos hemos amado... ¿Qué más necesitamos?, realizamos todos esos sueños que creíamos imposibles, inclusive concebir a nuestra hermosa niña, y estamos aquí juntos... Y si debiéramos separarnos, no hay porqué sufrir, puesto que hemos compartido todo lo que necesitábamos compartir, de aquí en adelante no viviríamos más que una repetición de lo mismo.
—¿Una repetición? —preguntó él, afligido—. No lo creo. ¿Acaso sería una repetición escuchar las primeras palabras que nuestra hija pronuncie?, ¿O sería una repetición que te lleve alguna vez al mar, y podamos oír y ver las olas tal y cual son? ¿Sería una repetición observar a nuestra hijita corriendo por la playa con sus pies descalzos, mientras ambos permanecemos abrazados?
—La vida siempre te brinda cosas nuevas, esa es su magia —afirmó la mujer en el lecho, haciendo un esfuerzo por levantarse y acariciar el rostro del hombre a quién dio todo su amor—. Pero no podemos soñar con poder hacer todo en ella, es demasiado corta para eso, ya lo hemos discutido, ¿Lo recuerdas?
—Por supuesto que sí —asintió él.
—Tan sólo hay que saber vivir y disfrutar al máximo cada momento que se nos brinda, y de ese modo habremos disfrutado de toda la vida —continuó Oasis, reclinándose de nuevo en la cama—. Si yo no llego a estar físicamente contigo cuando nuestra hija diga sus primeras palabras, o cuando camine por primera vez por la playa, al lado del mar, no importará, porque mi espíritu estará siempre acompañándolos, y si el espíritu no existiese, por lo menos quedará mi recuerdo, que permanecerá contigo hasta tu muerte también. Disfruta de cada momento como si yo estuviera a tu lado, es muy importante que lo hagas así... —dijo la mujer, hasta que una leve tos le impidió seguir hablando.
Apolo, entre lágrimas, abrazó a su hija y a Oasis, uniendo a esas tres almas por primera y única vez.
—Ella está muy fatigada —le indicó una de las mujeres a Apolo—, es mejor que la dejes descansar. Su estado es muy delicado.
Apolo miró a la mujer, y luego volvió la vista a Oasis, que ya había cerrado los ojos, intentando descansar. Lentamente se acercó a ella, y le dio un tierno beso en la boca, para luego salir de la habitación, sin poder contener el llanto... Esa forma de expresión tan primitiva, pero sincera, que le era difícil de controlar. En ese momento de dolor se dio cuenta de todas las veces que necesitó llorar, dentro del Refugio, sin que esa libertad le fuera posible, y por lo tanto la opresión no podía ser desahogada. La misma necesidad había sentido cuando Xor desapareció: Ese sentimiento de impotencia, que tenía que explotar de alguna manera desconocida para él en ese entonces.
Los recuerdos del rostro de Oasis, de su sonrisa, de su palidez, las palabras que utilizaba, el cariño que le demostraba... Torturaban a Apolo aún más. El Santo y Selene estuvieron a su lado toda la noche confortándolo, para que sobrellevara la situación de la mejor manera posible, aunque sabían que el sufrimiento y la opresión que Apolo sentía eran extremas, y que ese dolor no podría ser sobrellevado únicamente con palabras de aliento.
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