Capítulo 18 - Vivencias

Mareo intenso... Sofocación...

Incontables veces lo mismo... Sueños extraños, mezclados con una realidad que no lograba comprender...

Una imagen borrosa, fija, siempre allí a su lado...

—¿Qué ocurre? —creyó poder decir en su estado de letargo.

—Shhhhh... —le respondió ella, y el silencio reinó de nuevo.

El proceso se repitió incontables veces, en un tiempo que se sentía interminable, un desconocimiento del mundo que lo rodeaba, un dolor incomprensible, inexplicable. Las pocas miradas que dio a su alrededor le causaron un dolor tan extremo que prefirió la oscuridad de los ojos cerrados. Fue una lucha difícil la que tuvo hasta que la visión se afirmó, y el dolor fue perdiendo intensidad. Y la imagen se fue aclarando: de ser una mancha borrosa pasó a convertirse en una figura humana. Pero debía ser un sueño, jamás existió alguien semejante en su mundo. Tan delgada, pálida, de cierta manera desagradable... ¿Sería la señora Muerte que lo venía a buscar, o que lo cuidaba en el más allá? ¿En eso consistía el fallecimiento?

Intentó hablar, pero las palabras no salían de su boca, sólo quedaban fijas en su mente. La conciencia de sí mismo era poco clara, y por momentos creyó que la pesadilla nunca terminaría. Pero todo tiene un final, y su estado también lo tendría... Poco a poco fue capaz de estar más tiempo consciente, de mirar a su alrededor, de intentar hablar...

*  *  *  *  *

—¿Quién eres? —alcanzó a preguntar con extrema debilidad. La frase en realidad era poco entendible, sólo él comprendía lo que estaba diciendo.

—No sé quién dijo que los hombres son más fuertes que las mujeres —habló ella, con dificultad, pero logrando pronunciar cada palabra con exactitud, aunque de manera lenta—. Hace cerca de una fase que he despertado, y ya puedo empezar a valerme por mí misma, mientras que tú todavía no eres capaz de hablar y mucho menos de levantarte.

El hombre simplemente no dijo nada, cayendo nuevamente en su letargo ya acostumbrado.

*  *  *  *  *

—¿Puedes escucharme? —dijo la voz, en ese momento. ¿Cuántos minutos, horas o días habían pasado desde la última vez que soñó con ella?—. ¿Puedes escucharme? —volvió a preguntar.

—Sí —respondió él, con seguridad, a pesar del malestar que lo consumía. Un grito de emoción se escuchó en ese instante, y aparentemente otras personas lo rodearon. Él ya podía ver con claridad, pero lo que veía no encajaba con nada que su mente le pudiera señalar como correcto. Había tres personas allí, una era la misma de siempre, un fantasma que lo acompañaba. Pero las otras dos eran normales, aunque había diferencias de constitución y estatura que lo sorprendían, esos parámetros nunca se pudieron modificar en el aspecto de los clones.

El hombre pronunció unas palabras que Apolo no alcanzó a comprender, parecía un dialecto antiguo, o tal vez su sentido de la audición le estaba jugando una mala pasada. Sólo algunas palabras aisladas le parecían entendibles, pero el resto eran fonemas y construcciones extrañas para él.

—¿Quiénes son ustedes? —alcanzó a balbucear el ente recostado sobre la dura cama.

—Ellos son Orion y Pléyade, según he llegado a comprender —explicó la mujer—. Nos han cuidado desde que llegamos, con métodos poco ortodoxos, pero pienso que sin su ayuda jamás hubiéramos sobrevivido aquí. ¡Ah!, y mi nombre es Oasis —se presentó ella.

—¿Oasis? —se preguntó él, dubitativo—. Yo conozco ese nombre... —dijo, interrumpido por un acceso de tos—. Pero no puede ser... Tú no eres ella... —suspiró, luego de un instante de reflexión.

—Sí, lo soy. Ya sé que físicamente no me veo como me recuerdas... Y tú tampoco... Pero creo que nuestro sentimiento va más allá del aspecto, mucho más allá...

Apolo no sabía que decir, tenía una representación mental de 736 obviamente incorrecta, una imagen falsa, pero nunca creyó que la diferencia entre el cuerpo y su representación gráfica pudiera llegar a ser tan abismal. Intentó levantar su mano para observar si estaba tan pálido como ella, pero no lo logró, los músculos no respondían a las órdenes de su cerebro. El peso de la mano era algo nuevo para él... Se sentía un inútil, porque creía saber cómo ordenar a su mano que lo obedezca, pero ésta no reaccionaba a sus pedidos.

—No entiendo nada —dijo luego de unos instantes Apolo—, todo es tan confuso...

—Ellos nos salvaron, nos rescataron del Refugio. ¿Recuerdas que Agnus iba a eliminarte, o a hacerte algo peor aún?

—Y allí vino la oscuridad... Pensé que estaba muriendo —rememoró él, suspirando débilmente.

—En ese momento ellos habían entrado al Refugio, y nos sacaron de allí. Fue un milagro. Hasta ahora entiendo poco de su lenguaje, por lo que no comprendí mucho de lo que me dijeron, y más difícil aún me ha sido explicarles nuestra forma de vida, creo que la labor será tuya, una vez que logremos comprender su dialecto.

Apolo no pudo hablar más, no tenía fuerzas, y los ojos se le cerraban lentamente. Apenas llegó a ver cómo unos finos tubos, provenientes de un pedestal que sostenía algún tipo de suero, estaban fijos en varias partes de su cuerpo, y le pareció repulsivo. En ese momento Oasis tomó de la mano a Apolo, suavemente. Lo que él sintió era algo inexplicable, un escalofrío, el sentimiento más intenso que jamás alguien pudiera haber llegado a percibir...

*  *  *  *  *

Un mes entero transcurrió hasta que Apolo pudo en cierta manera valerse por sí mismo. El golpe que recibieron ambos clones debido al cambio de vida fue brutal: Tantos años vivieron sanos y fuertes, sin inconvenientes ni problemas físicos, para luego pasar a morar en esos cuerpos enclenques y desvalidos... Resulta obvio que tanto Apolo como Oasis apenas podían moverse sin ayuda, a pesar de la colaboración de varias personas que intentaron hacer las veces de médicos y fisioterapeutas. Los huesos rotos o fisurados debido al transporte y al viaje al que fueron sometidos sanaron rápidamente. Allí se había regresado a una medicina natural, puesto que era la única a la cual podían acceder los habitantes de la aldea, los "médicos" eran mezcla de experiencia, tradiciones y sentido común. El noventa por ciento del tiempo los clones se lo pasaban en la cama, y salían por momentos al exterior en unas sillas de ruedas improvisadas por los lugareños, pero no podían exponerse mucho al sol, puesto que a su piel le faltaba acostumbrarse a recibirlo directamente. En realidad, tantas generaciones lejos de la luz del sol habían convertido a su raza en gente casi albina, con escasa pigmentación y resistencia al sol y a la luz.

Orion y Pléyade compartían mucho tiempo con los huéspedes, en muchos casos hablándoles, dándoles cariño y afecto (que son los alimentos del alma), e imponiéndoles las manos para ayudar a su rápida recuperación. Todo esto fue de gran importancia para que Apolo y Oasis mejoraran tanto física como emocionalmente, en muy poco tiempo, un tiempo que podría haber sido infinito en otro caso.

Lo que más odiaba Apolo era no poder contener sus excrementos, le parecía horrible que alguien se encargara de revisarlo, limpiarlo y cambiarlo como si de un bebé se tratara. También odiaba comer, esa tarea que parecía tan común y sencilla al resto de la población, y que no era más que una pérdida de tiempo para quienes toda la vida se concentraron en actividades de mayor importancia. Tragar le resultaba una tarea difícil y desagradable, más aún cuando se trataba de esa papilla insípida que le daban. Pero poco a poco pudo ir variando su dieta, hasta empezar a disfrutar de los momentos de la comida, dejando de lado el puré para probar algunos alimentos sólidos. Respirar le fue algo completamente nuevo también, y poco agradable. El aire le parecía viciado, y una tos reseca lo despertaba por las noches, ya que en el Refugio el aire que su cuerpo inhalaba era realmente puro, y no podía acostumbrarse a la atmósfera del exterior.

Lo que peor hacía sentir a la pareja era el no poder caminar... Coordinar las piernas era el trabajo más difícil que se le podía pedir a alguien que desconocía su utilidad... En realidad, dentro de la sociedad, ellos pensaban en "avanzar" únicamente, y esto sucedía, nada más. Solamente en el Simulador de Combate o en los Paisajes se daba un verdadero uso a las piernas y se tenía conciencia de ellas, pero en esos casos éstas no tenían que soportar todo el peso del cuerpo, un peso que ahora se les hacía insoportable, por pequeño que fuera.

Las nuevas sensaciones invadían todos los sentidos de Apolo y Oasis: El hambre, la sed, el frío, la torpeza, el dolor... En su mayoría desagradables... Eran una tortura para ellos, que nunca imaginaron la existencia de semejante variedad de matices. La peor sensación era el dolor: Podía ser un pinchazo, un golpe, ardor, una raspadura, un dolor interno del cuerpo, migrañas, cansancio... Mil formas distintas de sufrir...

—Es demasiado para mí —dijo Apolo a Oasis, en una de esas tardes en las que salían a recibir los tibios rayos solares. Como siempre, cuando estaban a solas, Apolo utilizaba el lenguaje del Refugio para hablar con Oasis, y no el rudimentario lenguaje de la gente del exterior.

—¿Qué cosa? —le preguntó ella, abriendo los ojos lentamente. Ambos estaban sentados en las sillas de ruedas acostumbradas, como ancianos que miran impasibles el pasar de los años frente a la puerta de su hogar, silenciosos testigos del presente.

—Vivir de esta manera. ¿Podemos llamar existencia a esto? Poco tiempo es el que paso consciente, y a pesar de la impresionante ayuda que nos brindan los hermanos, siento que este cuerpo nunca va a aceptar ser comandado por mi mente. El hueso del brazo no quiere soldarse, y odio tenerlo entablillado.

—No te quejes, ¿Acaso no hemos llegado ya a caminar un poco? —le recordó Oasis dulcemente.

—Con la ayuda de tres personas, y no más de diez pasos —se quejó él.

—Pero cada día damos un paso más. Pronto no necesitaremos que nadie nos ayude —insistió ella, intentando levantarse de la silla, utilizando toda la fuerza que sus brazos y piernas le brindaban. Casi logró ponerse de pie, pero finalmente se dejó caer en el asiento de nuevo, fatigada.

—Deja de hacer tonterías —le pidió Apolo—. Puedes lastimarte.

Ella simplemente rió.

Un joven salió de una casa frente a ellos, barriendo el piso de tierra. Cuando los vio, no pudo evitar permanecer quieto por unos instantes, observando a las extrañas figuras. Antes de continuar con su trabajo, el muchacho los saludó con la mano. Ellos le respondieron con una sonrisa y un leve movimiento de la cabeza.

—Quiero ir adentro —se expresó Apolo—. Odio que me miren así, odio ver a alguien moverse de forma tan natural como si fuera una tontería, algo sencillo, mientras que yo permanezco postrado de esta manera.

—No te pongas así —le consoló Oasis—. Sabes que ellos aún no se acostumbran a nosotros, a nuestro triste aspecto. Y en vez de mirar con envidia sus movimientos y capacidades físicas, aprende de ellos, puesto que pronto podremos realizar cualquiera de sus tareas. En breve tendremos nuestro hogar, en el que yo saldré a barrer la acera, así como lo hace el muchacho de allá enfrente.

Apolo miró a su pálida compañera por unos instantes, mostrando un signo de esperanza.

—Ojalá suceda eso, ojalá —dijo. Luego de unos instantes volvió a hablar, con el habitual tono de enojo que utilizaba últimamente— ¡No! —exclamó—. ¡Otra vez no!

—¿Qué pasó? —preguntó Oasis asustada.

—Estoy todo mojado. ¡Odio cuando me pasa! —dijo, mirando sus pantalones empapados.

—No tienes que ponerte mal. Es algo natural, pronto aprenderás a dominarlo.

—Ahora que lo dices... —sonrió él, levemente—. Hace un rato que estaba sintiendo una molestia, una incomodidad. ¿Será ese el aviso de que tengo que ir al baño?

—Y... Yo siento algo parecido —alcanzó a comentarle Oasis—. Es un avance que sientas algo, ahora sólo debes aprender a controlarlo.

—Y pensar que a ellos les parece tan natural... Obviamente nos llevan muchos años de ventaja, puesto que nosotros somos como bebés recién nacidos en ese aspecto.

—Hay que llamar a alguien para que te limpie y te cambie —le sugirió Oasis a Apolo—. Además, quiero que vengan, porque siento reseca la boca. Bueno, no reseca, porque me sobra la saliva, pero me falta algo. No es hambre, porque el estómago no es el que me molesta.

—Debe ser sed —le indicó Apolo.

—Debe ser —supuso ella—. Es mágico cómo nuestro cuerpo tiene su propio lenguaje para expresar lo que necesita: Recibir alimento, agua, luz, desechar lo que ya no le sirve... Enfermarse cuando necesita reposo... Nuestro organismo es una máquina increíblemente perfecta, una máquina que sólo una mente sublime puede haber generado, cada día me maravillo aún más de sus mecanismos.

—Yo también. Pero es una lástima que sean tan complejos. Preferiría que sus necesidades se me dieran en forma binaria y por adelantado, no sé, que un dedo se me pusiera azul si voy a tener que ir al baño en la próxima media hora, o que me picara el labio si necesitara alimento... Si todo estuviera bien, las señales no existirían, sólo se presentarían ante alguna necesidad. En cambio, el idioma que utilizan nuestros cuerpos me parece complejo y difícil de entender.

—Porque aún no te acostumbras a él —le explicó Oasis—. Son mucho más sencillos de lo que aparenttan. Ya verás que pronto descifrarás sus misterios, y que entenderás cada señal que te brinde tu cuerpo, reaccionando a él sin siquiera pensarlo, de forma automática. ¿Acaso los habitantes de este lugar no nacieron sin entender a su propio organismo también? De niños pasaron por lo mismo que nosotros, y ahora lo manejan a la perfección.

—La única ventaja que tienen es que ellos no recuerdan nada de esa época. Ahora entiendo por qué la mente elimina del banco de recuerdos de una persona todos esos años iniciales: ¡Son frustrantes!, nadie disfrutaría de ellos ni desearía recordarlos.

—Me parece tonto, ilógico, pero gracioso a la vez lo que decís; hasta coherente y razonable. ¿Para qué recordar una etapa en la que somos unos completos inútiles? Aunque ahora que lo dices... Siento que empiezo a perder la memoria, ¿Quién eres?.. El mecanismo que hace efecto en los bebés se empieza a mostrar en nosotros... —se burló Oasis, risueña.

—La tonta eres tú. No creo que ese mecanismo funcione ahora. Pero tal vez tenga algo de cierto lo que dije...

—O tal vez en esa época el niño aún no haya aprendido a utilizar su cerebro, que es una parte del cuerpo nueva como el resto, y no sepa registrar los eventos en la memoria, para convertirlos en recuerdos. Creo que es por eso que recordamos la infancia como flashes, leves momentos de claridad mental, porque estábamos aprendiendo a guardar datos en forma consciente en el cerebro, una parte del cuerpo como cualquier otra. Y por eso llega un momento en el que recordamos todo el pasado que nos interesa, porque finalmente aprendimos a dominar al repositorio de nuestros pensamientos y recuerdos. De alguna manera inconsciente alcanzamos a explicarle qué y cómo archivar los datos en forma de impulsos eléctricos, para que formen parte de nuestra memoria... —Oasis continuaba sonriente—. Creo que hemos desarrollado una gran teoría psicológica infantil en un momento de lucidez extrema. Me siento contenta, porque a pesar de estar imposibilitados, nuestras mentes permanecen tan claras, activas y racionales como antes.

—En eso te doy toda la razón, has mencionado uno de los pocos motivos por el que deberíamos estar contentos: El que nuestro intelecto funcione correctamente. Y me has recordado algunas de las palabras de Agnus, sobre lo mágico de la mente humana: Somos capaces de inventar las más disparatadas historias, sin base alguna, sin forma de comprobarlas, y de todos modos podríamos estar descubriendo verdades ocultas...

*  *  *  *  *

En el tiempo que transcurrió, y con extrema fuerza de voluntad, lo clones lograron recuperarse bastante, moverse con muletas y hablar de una manera bastante fluida con los habitantes de la aldea, aprendiendo parcialmente su idioma. Este logro les permitió disfrutar de momentos diferentes, en los que el diálogo con las demás personas los aliviaba del pesar que les causaba llevar una vida tan incompleta, además de permitirles descargar tensiones, contar historias con añoranza, mostrar que eran tanto o más capaces que cualquiera, lo que los hacía tan humanos como a los demás. En estas charlas Oasis y Apolo lograron explicar de una manera simple su anterior forma de vida, sus actividades, en qué consistía la Escena y lo avanzada que su sociedad estaba.

—...Así era... —explicaba Apolo, en una de esas tertulias en alguna de las chozas de sus amigos—. Cuando terminábamos alguna de nuestras obras, la poníamos a disposición de todos, en un... Estee... ¿Repositorio? —dudó, al no saber que palabra era correcta en el idioma de la aldea para expresar eso—. Al que llamábamos el Museo General. Allí todos disfrutaban de las obras y elegían a las mejores de entre todas las creadas hasta ese momento.

—Qué fantástico —dijo Pléyade—. Me encantaría crear en un lugar donde todo lo que hagas sea reconocido por los demás, si hubiera justicia verdadera a la hora de la selección de las mejores obras.

—Por supuesto que la había —aclaró Oasis—. Cada clon podía dar su voto sobre todas las obras, sin posibilidad de trampas o equívocos, y su dictamen se acumulaba con los del resto de la sociedad. Ahora, dependiendo de su nivel social, el voto emitido tenía un peso mayor o menor respecto a los del resto...

(Vale la pena aclarar que no existía ninguna palabra semejante al concepto "clon" en el idioma manejado por las personas del exterior, por lo que la palabra se traspasó a su idioma, pero de todos modos su significado era poco claro para ellos).

—Su mundo era demasiado complejo —se quejó el Santo, que estaba de espaldas a la conversación, a la cual no parecía estar prestándole atención hasta ese momento—. Un mundo tan sofisticado puede ser muy bueno para algunas cosas, en especial para el desarrollo de la capacidad intelectual, pero estoy seguro de que muchos otros aspectos no funcionaban correctamente. Ustedes mismos varias veces mencionaron el hecho de que querían escapar al exterior...

—Sí, sentíamos un llamado que nos decía que debíamos huir —explicó Apolo—, aunque a veces me arrepiento de estar aquí, me parece que más que un llamado era un capricho. Por suerte ese sentimiento de arrepentimiento es cada vez más débil, ya que mi cuerpo poco a poco se ha reconciliado con mi mente, y parece disfrutar de su compañía. Ya no me siento un extraño entre ustedes, y eso me hace mucho bien.

—No eres ningún extraño —le aseguró el Santo—. Creo que nos conoces mucho más que la mayoría de la gente de la aldea, y nosotros te conocemos aún más que los demás clones de tu sociedad. En realidad, mis hijos y yo casi no hablamos con los habitantes de este lugar, son pocos los que nos comprenden.

—¿Y ustedes? —preguntó Oasis con curiosidad—. ¿Siempre vivieron de esta manera?

—Siempre —respondió el Santo—. Nosotros y nuestros ancestros. No tenemos memoria de un mundo mejor al actual, ni esperanza de que éste mejore. Aunque tampoco deseamos vivir en otro mundo, tan sólo soñamos con que éste deje de castigarnos, por más que el hombre haya sido el causante de su ruina...

—Es difícil vivir una existencia tan dura y miserable —apuntó Apolo.

—Y todo empeoró después de que los encontramos a ustedes —explicó el Santo—. Fuimos expulsados del Búnker luego de rescatarlos, por varios androides muy bien armados que nos atacaron y nos obligaron a emprender la retirada. Gracias a Dios ustedes sobrevivieron, y pudimos llevarnos del lugar incontables artefactos de mucha utilidad, pero lo que empeoró nuestra situación fue el tener que huir de nuestro emplazamiento habitual. El lugar en el cual vivíamos, a pesar de ser tan hostil como el que ahora habitamos, por lo menos ya lo habíamos convertido en nuestro hogar. Pero desde el momento en que logramos entrar el Búnker y rescatarlos, los habitantes del lugar empezaron a realizar búsquedas exhaustivas en la región con esos malditos Demonios, para borrarnos definitivamente de la faz del planeta, cosa que nunca antes habían hecho. Una de las aldeas fue prácticamente barrida sin misericordia, gracias a Dios eran pocos los que aún no se habían mudado de allí. ¿Era necesario que las cosas se dieran de esta manera?, ¿Somos acaso tan peligrosos para tu sociedad perfecta? —quiso saber compungido, interrogando a Apolo.

—Mucho más de lo que te imaginas —le respondió él, sinceramente—. Podríamos haberles ayudado, pero estoy seguro que los Maestros temían que los clones se enteraran que la vida era posible en el exterior, y quisieran abandonar el Refugio... Los Maestros no pueden vivir sin los clones, y buscaban una manera de borrar por completo de sus mentes el hecho de que realmente existía una realidad física externa al mundo ideal que predicaban. Y la presencia de tu gente, una prueba viviente de que el exterior es habitable, sólo serviría para generar conflictos, es por eso que nunca quisieron colaborar o ayudarlos.

—Peor aún —habló ahora Oasis—, tal vez temían que si ustedes conocían nuestra forma de vida quisieran unírsenos.

—O rescatarnos —aclaró Apolo.

—En definitiva, interferir con sus designios —finalizó Oasis.

—Así es. Por lo tanto, optaron por mantenerlos alejados, pensaron que sería lo mejor. Y de hecho, hasta ahora lo han logrado, la sociedad debe seguir igual que siempre, engañada. Es una pena, todo podría haber sido tan diferente si hubiéramos colaborado entre nosotros...

—Sea como fuere, nos atacaron, y para evitar ser eliminados —continuó explicando Orion—, tuvimos que viajar muchos kilómetros desde nuestra posición original hacia el Este, a tierras dónde la mano de sus Maestros no nos pudieran alcanzar. Las tres aldeas existentes se unificaron para formar una sola, ya que las bajas del último ataque al Búnker fueron numerosas, y no valía la pena vivir separados en grupos humanos tan pequeños. Además, muchas familias se disolvieron al morir tantos hombres, y las viudas y huérfanos son mayoría dentro de la población.

—Debe haber sido muy duro para todos ustedes este proceso de cambio —supuso Oasis apenada.

—Pero por lo menos ahora estamos juntos —se expresó Pléyade, mirando a su padre—, ese es un hito importante dentro de nuestras vidas. Juntos emprendimos el viaje en búsqueda de tierras aptas, ayudando y colaborando con todo lo que fuera necesario para mejorar la vida de esta gente tan sufrida.

—Aunque estoy seguro que no se quedarán mucho tiempo más entre nosotros, no hace falta que me lo digan, ya lo he percibido —habló apesadumbrado el Santo—. Irán a buscar ese "destino" del que tanto hablan.

—Así es —le informó Orion fríamente—, y nada podrá evitar que eso ocurra.

—Ya lo sé, no intento detenerlos... —manifestó el Santo—. Sólo intentaré capturar este momento, y alargarlo en mi mente durante todo el tiempo que ustedes no estén conmigo.

Pléyade miró a su padre con ternura, y lo abrazó muy fuerte, por unos instantes. Luego se reincorporó y continuó con la conversación:

—Por lo menos la migración tuvo aspectos positivos —aceptó—. Además de reunirnos a todos, encontramos éste lugar, con el pequeño pero maravilloso arroyo que corre a su lado. Es una fuente importante de agua para estos tiempos, y podemos beberla y asearnos mucho más a menudo, con total naturalidad, sin sentir que estamos desperdiciando un recurso tan valioso.

—Realmente eso es muy bueno —dijo el Pléyade—, ha sido un gran cambio para todos poder bañarnos a diario, e impedir que las enfermedades se propaguen con facilidad. Además podemos regar los pequeños cultivos que poseemos, sin temor de que mueran resecos ante las difíciles condiciones climáticas.

—Es muy pintoresco este pueblo, así como la forma de vida de la gente —señaló Oasis.

—Sí, lo es... Pero creo que lo más pintoresco dentro de él, son ustedes dos —supuso el Santo con una sonrisa, tal vez recordando alguna cosa que no mencionó.

*  *  *  *  *

Apolo y Oasis hablaban mucho, sobre su vida anterior y la actual, sobre sus amigos, a quienes extrañaban en demasía, sobre el futuro... Cuando ambos pudieron cuidar de sí mismos, los hombres construyeron una pequeña choza para que habitaran juntos, puesto que como toda pareja, pensaron que necesitarían un poco de intimidad. La casita no era nada importante, sólo unas paredes de adobe techadas con palmas, con pequeños ventanucos. Adentro había una cama, una mesa y dos sillas, todas de madera. La carpintería estaba bastante desarrollada, y los aldeanos poseían numerosas herramientas con las que trabajar.

Desde ese momento, la vida se fue normalizando para ellos, mientras se acostumbraban al exterior, un ambiente extremadamente hostil para quien nunca tuvo que vivir en él.

—...Pero hay otra cosa que quiero saber —consultó Apolo, conversando con el Santo, e intentando saciar su curiosidad, como todas las tardes solía hacerlo—. ¿Cuáles son los orígenes de tu pueblo?, es más ¿Cómo sobrevivieron a la Hecatombe?

El Santo lo miró un tanto desconcertado, y se sentó junto a él en el sucio suelo, afuera de la choza que Apolo y Oasis compartían:

—Nuestro origen... Quién sabe. Siempre hemos estado aquí, nadie recuerda otra cosa. Y en cuanto a la Hecatombe, como tú la llamas, o a las Guerras de los Días Antiguos, como nosotros las recordamos... Bueno, yo sé algunas cosas, por circunstancias particulares e investigaciones que he hecho. Pero la mayoría de la gente desconoce totalmente el pasado, y tal vez sea mejor: Todo lo que sabemos es una mezcla de historias, leyendas, verdades y ficción. Sé que hubo una gran guerra, que dejó todo de la manera que ahora lo conocemos. He visitado ruinas y monumentos de esas épocas, en los que encontré información e inclusive artefactos muy útiles para nosotros. Pero el legado que esos lugares nos dejaron no es más que eso, algunos escritos y objetos de valor, nada más. Y sé también que en aquellas épocas el mundo estaba muy poblado, y que el hombre poseía avanzadas tecnologías y conocimientos, muchos de los cuales se han perdido irremediablemente.

—Mucho de ese conocimiento está almacenado aún dentro del Refugio, de eso estoy seguro —le aseguró Apolo.

—Eso es lo que nosotros siempre creímos, y es por eso que tantas veces quisimos romper su seguridad... Pero como te decía, nadie sabe bien qué ocurrió en esos tiempos remotos. Casi toda la humanidad fue exterminada, hubo pocos sobrevivientes, en su mayoría débiles y enfermos. Pero el hombre se adapta a todo, inclusive a situaciones tan extremas. Y poco a poco, los escasos hombres aún vivos se volvieron a aglutinar en pequeñas comunidades, luchando juntos por un mejor porvenir, cómo en los tiempos antiguos humanos, antes de que existieran las grandes ciudades y la tecnología. Eso es lo poco que sé de nuestra historia... Y creo que en realidad no tiene importancia saber más sobre ella, no ganamos nada con conocer el pasado. Ahora hay otros conocimientos más urgentes que necesitamos asimilar.

—Pero tal vez el conocer el pasado sirva para no cometer los mismos errores en el futuro, es por eso que es importante el estudio de la historia antigua.

—No opino como tú. ¿Acaso alguien alguna vez dio importancia a la historia, en los momentos claves de la vida del hombre? Siempre hubo guerras, y el género humano nunca aprendió que éstas no eran buenas para nadie. Además, el mundo ahora es demasiado grande como para que nos peleemos por problemas territoriales... ¡Imagínate!, ni siquiera el concepto de nación existe. Retrocedimos a la época de las tribus nómadas, en dónde el único territorio importante es el que en ese momento estamos pisando ¡Tenemos miles de años por delante sin posibilidad de la existencia de enfrentamientos bélicos!

—Tal vez sea cierto, tal vez no —insistió Apolo—. ¿Y cuántas comunidades como ésta existen?

—No lo sabemos. Ya te expliqué que las conocidas por nosotros, en este continente, eran dos, además de la nuestra, y ahora nos hemos unificado con ellas. Tal vez haya otros pequeños grupos humanos en lugares lejanos, pero jamás tuvimos trato con ellos... Bueno —dijo luego de un momento en el que no se decidía a callar o continuar—, en realidad conozco otro lugar habitado, muy lejos de aquí... Se llama Yronia, y es una gran ciudad, como las de la antigüedad, pero tiene tantos problemas e injusticias que prefiero no recordar que existe.

—¿Tú has visitado ese lejano lugar? —le preguntó Apolo interesado.

—Sí, cuando era joven y tenía ansias de conocimiento. Debo aceptar que encontré mucho de lo que buscaba allí, pero tuve que sufrir demasiado para lograrlo, un sufrimiento que ahora no me atrevería volver a sentir. Por eso no hablo nunca de ese lugar, no quiero infundir falsas esperanzas en mi gente, tenemos que seguir luchando aquí, solos, por nuestro futuro, y olvidarnos de que existe.

—Todos los datos que yo poseía, en el Refugio, indicaban que era imposible vivir en el exterior, que ningún hombre soportaría las condiciones climáticas y ambientales del mundo... —pensó en voz alta Apolo.

—Es muy duro vivir aquí, lo admito —asintió el Santo—, pero no imposible. Obviamente que no es el lugar ideal que todos deseamos, pero ¿Qué más podemos hacer?, nada, sólo esperar a que las cosas mejoren de a poco.

—Pero los cambios se dan muy lentamente, la espera será larga y dura para todos ustedes.

—Para todos nosotros, compañero —afirmó el Santo con voz profunda—. Recuerda que ahora vives aquí y pasarás por nuestros mismos avatares. Y es cierto que esa lentitud nos matará, por eso debemos buscar formas de acelerar los cambios en nuestro mundo. El hombre es la única criatura capaz de realizar semejante transformación...

Apolo tomó del piso una piedrecilla, y la lanzó hacia adelante, intentando dar en otra más grande. Pero el lanzamiento se desvió completamente en otra dirección, y casi acertó a un inocente niño que estaba jugando cerca de ellos.

—¡Nunca superaré esta torpeza! —exclamó, disgustado.

—No te preocupes —lo alentó el Santo, calmado—, has vivido demasiado tiempo fuera de tu cuerpo material, y no sabes manejarlo. Eres como esos niños que corren allá enfrente, que tropiezan, caen, se lastiman y luego vuelven a empezar, porque recién han aprendido a caminar, y aún no dominan su cuerpo. Poco a poco lo lograrás, es sólo una etapa de crecimiento que debes superar.

—No lo sé —respondió Apolo—, el problema es que a su edad, sin tener conocimiento de otra cosa, es fácil aprender. ¡Pero yo viví 27 años sin un cuerpo!, jamás lograré dominarlo, tener fuerzas, seguridad. Apenas seré un espectro intentando manejar un organismo que no le pertenece, un ente que no está preparado para saltar del plano mental al físico, ni para sufrir semejante regresión. Me resulta tan extraño sentir la superficie de los materiales, tan distintos entre sí, me desagrada tocar objetos muy fríos o calientes... ¿Recuerdas cuando toqué esa olla sin querer?

—Lo recuerdo —dijo el Santo, sonriendo.

—Yo no pensé que podría lastimarme el hacerlo. Por más que siempre tuve en mi mente el concepto de "quemarse", jamás imaginé que fuera tan dañino... No sé, son tantas cosas... Me avergüenzo de haber sido alimentado y cambiado por ustedes mientras me recuperaba. Yo jamás podría limpiar los excrementos de otra persona...

—Eso lo dices porque no tienes hijos, cuando lleguen cambiarán muchas cosas en ti.

—Por favor, no estoy capacitado para tener un hijo —respondió Apolo irónicamente—. Probablemente él me tenga que enseñar a caminar a mí, y no yo a él. No puedo educar a alguien sobre la vida en un mundo al que no pertenezco.

—El problema es que ya perteneces a este mundo, amigo mío —insistió el Santo—, y debes dejar de excluirte a ti mismo de él. Entiendo que provienes de un lugar donde jamás tuviste conciencia de tu propio ser fisiológico, dónde tu humanidad quedó relegada a un concepto, a una historia de épocas pasadas. Pero poco a poco te deberás acostumbrar a vivir dentro de esa prisión que te atormenta.

—¿Acostumbrarme? Aún no me acostumbro a los olores, a ingerir alimentos, al gusto que ellos producen en mi boca. Ni siquiera puedo masticar sin sentir dolor y cansancio.

—Justamente... Eso es el ahora, no el mañana. Pronto serás capaz no sólo de sobrevivir encerrado en ese cuerpo, sino de disfrutar de él y de todo lo que te puede brindar. Te repito lo mismo... Piensa que eres un bebé que está creciendo, bajo el cuidado de sus padres, que en este caso somos nosotros. Y compórtate como tal, sin sentir vergüenza por ello. Debes caerte para aprender a caminar, quemarte para temer al fuego, comer alimentos blandos para aprender a masticar, sentir frío para entender el valor de un abrigo, sufrir para llorar... Es la ley de la vida.

—Tal vez lo sea —dudó Apolo—, pero ya he crecido, fui demasiado en mi mundo como para empezar todo de cero ahora. Me siento completamente inútil, dependiente.

—Ya verás que superarás esos sentimientos pasajeros, y pronto. Te has recuperado demasiado rápido, mucho más de lo que esperábamos, por más que contaras con la atención de mis hijos. Eso quiere decir que tu cuerpo te acepta, necesita que lo guíes, quiere vivir, aprender, y conformar parte de tu ser, dejando de estar relegado al olvido o la imaginación.

—Pero nuestra conversación no pasa meramente por la recuperación física, ese es sólo un aspecto del problema. El factor psicológico, producido por semejante cambio es el que más me tortura. Este no es mi mundo, siempre estuve fuera de él, y no creo que pueda o deba intervenir en el desarrollo de las vidas de todos ustedes, hablándoles de verdades falsas, contándoles historias que no sé si formaban parte de mi imaginación o de mis sueños. Ni siquiera sé si ahora estoy soñando y pronto despertaré, o si aquella vida fue una locura pasajera...

—Es normal que estés confundido —lo reconfortó el Santo—, pero entre todos los que te apreciamos te ayudaremos a soportar el difícil proceso de adaptación a esta vida.

—No necesito adaptarme —dijo Apolo contrariado—, sino creer. Creer que estoy aquí, contigo, creer que existo, creer en este mundo tan singular y desconocido, creer en el amor que he vivido... Tal vez este sea sólo un infierno creado por Agnus especialmente para mí, algún tipo de tortura de la que vendrá a rescatarme una vez que me haya redimido de los pecados que cometí en mi sociedad. O tal vez esto es real y ese sea el verdadero castigo, que él me haya dejado escapar para saber que sufriría o probablemente moriría aquí afuera. Es triste, ni siquiera puedo recordar mi rostro. Cada vez que observo mi imagen reflejada, estoy viendo a un extraño frente a mí. No sé quien soy, ni si mi apariencia es verdadera. No reconozco a mi pareja, siento que somos dos extraños queriendo revivir un recuerdo, soñando con algo que pasó y que nos atribuimos a ambos, pero dudando si realmente fuimos nosotros esos locos enamorados.

—Claro que lo fueron, y lo siguen siendo, sólo necesitan más confianza, para encontrar al viejo conocido dentro del nuevo compañero. ¿No lo crees?

—No sé si creerlo porque siento que es así, o porque me convences de que así debe ser con tu arrollador carisma, pero lo creo...


 

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