Capítulo 11 - Realidades
La aldea era pequeña. El fuerte viento levantaba al polvo de la reseca tierra, en forma de pequeños torbellinos, que impedían la visión, ocultando y borroneando el firmamento. Todo el mundo conocido por los hombres era así. Sólo unas pequeñas casas semienterradas en la arena sobrevivían en esas desoladas tierras de nadie. Detrás de ellas había unos cultivos pobres a pesar de ser muy cuidados, de tubérculos, los únicos vegetales que podían sobrevivir a un clima tan adverso y a las extremas temperaturas del día y de la noche. Junto a los cultivos había un corral con unos extraños animales, mezcla de cabra y perro, de orejas extremadamente largas y con los cuernos completamente retorcidos. Tres mujeres intentaban dominar a los animales, que aprovechaban las condiciones climáticas para intentar escapar del corral.
Los aldeanos procuraron sembrar trigo, pero la mayoría de los brotes murieron al poco tiempo y pocas plantas adultas quedaban más o menos sanas. Si el clima seguía comportándose así por más tiempo, ninguna se salvaría. Existían otras dos poblaciones conocidas, pero eran del mismo tamaño que ésta, y se enfrentaban a los mismos problemas.
Siempre existieron leyendas sobre la existencia de una gran ciudad, floreciente, muy lejos, en el extremo Sur del continente. Los últimos rumores al respecto fueron los balbuceos dichos por un hombre extraño que llegó hacía muchos años a la aldea, enfermo, y que murió al poco tiempo, dejando a todos con la duda de si lo dicho era verdad o un delirio causado por la fiebre. Los habitantes de la aldea intentaron buscar la ciudad mencionada, en vano. A pie recorrieron un radio de 200 kilómetros alrededor del pueblito, pero no encontraron nada.
Bueno, nada es un decir. Sí encontraron algo, pero no era lo que buscaban. Muy lejos de la aldea encontraron al Búnker, como fue bautizado, escondido entre las arenas del desierto. Lastimosamente el descubrimiento no trajo nada positivo a la comunidad, cuyos miembros murieron al ser atacados a traición frente a las puertas del lugar. Desde entonces, se perdieron demasiados hombres en distintas incursiones a ese sitio maldito, y las mujeres se encargaron del cultivo y del cuidado de los animales y los niños.
Para peor, por una causa desconocida, tal vez algún tipo de deficiencia genética, era terriblemente difícil que las mujeres se embarazaran, y si sucedía, aún tenían un alto riesgo de abortar espontáneamente. El panorama era nefasto: Los pocos hombres estaban débiles y mal alimentados, la población en general era infértil, y los niños eran milagros inesperados. Las enfermedades eran temidas, porque un brote podía aniquilar a toda la población en cuestión de días. La situación era por demás grave.
Las otras aldeas no se diferenciaban en nada de ésta: poseían escasas reservas alimentarias, un suelo rocoso muerto, y los animales en su mayoría enfermos. Por todos estos motivos los hombres se ilusionaron en demasía al encontrar el Búnker, pensaron que adentro podía existir tecnología que los ayudara, una cura para sus enfermedades, reservas alimentarias, un banco genético no degradado, conocimientos científicos, y ¡gente! Todos eran sueños y especulaciones, pero si tan sólo alguno de ellos fuera verdad...
El origen de esta población era incierto, al parecer era un grupo nómada que se instaló en esas tierras al ver que todo el planeta estaba en las mismas condiciones, y que no había ningún lugar mejor para vivir. Todas las tierras estaban desoladas, pobres, yermas. Por lo tanto fijaron un emplazamiento donde construir su pueblo, cerca de un río, que se fue secando con el paso del tiempo, y que ahora no era más que un borroso recuerdo en sus mentes. El agua se pasó a obtener de un profundo pozo, pero sólo se consigue muy sucia y barrosa, por lo que debe ser destilada antes de beberse; es un bien preciado que no se puede malgastar. Bañarse es un sueño, sólo se permite una limpieza diaria, de las partes más importantes del cuerpo. Esto trae a colación numerosas enfermedades infecciosas y cutáneas, por falta de higiene. Solamente los niños tienen el derecho al baño diario, son un bien preciado y hay que cuidarlos.
Las tradiciones son escasas. El conocimiento es poco y el idioma se ha deformado con el paso del tiempo, aunque ellos no lo sepan, ya que no tienen contacto con nadie, fuera de las otras aldeas, que se encuentran en la misma situación. Todas son una derivación del primer grupo humano que se estableció en esas tierras en tiempos inmemoriales. La noción de Dios es confusa y no tienen una religión definida, aunque mantienen algunos ritos de oscuro significado, que han perdurado pese a todo, provenientes de sus antepasados.
Los conocimientos científicos son por demás escasos. Sólo “El Santo” aparenta tener una sabiduría que nadie más posee, y tampoco se sabe como la obtuvo. Existen pocas herramientas y artefactos, obtenidos de búnkers y construcciones abandonadas, que datan de las “Guerras de los Días Antiguos”, según la tradición. Analizaron los instrumentos y las armas encontradas, y lograron que algunas funcionen. Dentro de la enmarañada red de túneles encontraron todo tipo de objetos, e inclusive libros, que eran indescifrables para los hombres, pero que el Santo con paciencia analizó y estudió, antes de su viaje de varios años por el mundo conocido y más allá. Lastimosamente, pocos de estos volúmenes fueron rescatados, puesto que la mayoría se desintegraban con sólo tocarlos.
El Santo era especial, un iluminado, un genio. Nadie supo cómo logró esa capacidad inigualable. Desde muy pequeño tuvo comportamiento de líder, y en la adolescencia ya era respetado y admirado en la aldea. Por varios años se ausentó de ella, en un viaje cuyo itinerario nunca reveló, así como sus experiencias. Cuando volvió, había crecido muchísimo como persona. Todos se sorprendieron de que hubiera regresado, vivo. Y lo hizo cuándo más se lo necesitaba: Poco tiempo después del descubrimiento del Búnker. Él se dedicó afanosamente a entrenar a sus hombres y a traspasarles todo los conocimientos que había adquirido, de fuentes que nunca reveló, pero que podrían haber sido esos mismos libros, si es que de alguna manera los hubiera podido comprender.
La vida de la aldea ahora estaba en sus peores momentos, todos estaban completamente desanimados, pensando en que no había solución a su trágico destino. La gente posaba sus esperanzas en este hombre sin igual, y la presión ejercida sobre él le era difícil de sobrellevar. Sentía que tenía que solucionar el problema de forma definitiva, por más imposible que pareciera, ya que desde el descubrimiento del Búnker, tantos años atrás, nunca tuvieron tranquilidad. Sabían que desde ese día existía la posibilidad de ser perseguidos y atacados, y estaban sorprendidos de que ello no hubiera ocurrido aún. Tal vez sus habitantes no querían seguirlos, tal vez sólo deseaban vivir en tranquilidad y alejar a todos los extraños e invasores que los molestaban.
Estos pensamientos vagaban errabundos por la mente del Santo, mientras sus ojos miraban al infinito, perdidos, buscando algo, o tal vez la nada, esa nada que invadía a todos, a sus mentes indefensas, pensando en cosas incomprensibles, tal vez inconcebibles.
—¡Santo! —gritó Mayhem, saliendo de una de las chozas semiderruidas.
El Santo salió de su estado de trance, y lentamente se acercó a la aldea, de la que se había alejado para meditar.
—¿Qué pasa, querido amigo? —le respondió, cuando ya se encontraba a pocos metros de él.
—Hemos probado los instrumentos. El detector de calor funciona perfectamente, y el radar es algo increíble, prácticamente puede hacer mapas, detectar cualquier cosa en un gran rango. El único problema es energético, porque tenemos una sola batería capaz de alimentar a éstos instrumentos, y le queda poca carga.
—Entonces no hagas pruebas innecesarias con ella, conseguir otra puede ser todo un milagro. ¿Y las armas, funcionan? —inquirió él, interesado.
—Las ametralladoras aún no funcionan, tienen municiones, pero algún tipo de traba impide que se puedan disparar, estamos intentando repararlas. Pero lo mejor... —dijo Mayhem con un aire de suspenso.
—¿Qué es lo mejor? —preguntó el Santo intrigado.
—¡El cañón!
—¿Qué tiene el cañón?
—Creo que hemos logrado arreglarlo. Parece ser muy potente, y me gustaría que estuvieras presente para la primera prueba que le vamos a hacer.
—No hay tiempo que perder, hagámosla ya mismo —asintió el Santo.
Los dos hombres salieron de la aldea. Detrás de ella estaban todos los soldados reunidos, alrededor del magnífico cañón. Éste estaba apuntando hacia un gran bloque de piedra, que se alzaba sobre una elevación del terreno. Todos estaban expectantes...
—Ojalá funcione —deseó el Santo—, y haga un gran hoyo en esa pared. Si logramos eso, tal vez tengamos alguna esperanza.
—Todos esperamos lo mismo. Es la única arma con verdadero poder que tenemos, luego de haber perdido la bazuca que portaba Fernando —agregó Mayhem, uno de los pocos hombres de confianza del Santo que aún quedaban con vida. Con el tiempo, se había convertido prácticamente en su mano derecha.
Mientras tanto, Esteban se acercó al cañón, y movió una serie de perillas y controles.
—Bueno —empezó a explicar—, ustedes saben que esta arma se rescató de uno de los Demonios Aéreos, y que además de repararla, tuvimos que adaptarla para funcionar fuera de la nave. Hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance para hacerla funcionar, dentro de lo que nuestros conocimientos permitieron, y ahora tendrá su prueba de fuego.
Todos se cubrieron detrás de una especie de trinchera, y esperaron. El hombre terminó de mover las últimas llaves, y un leve zumbido se escuchó, proveniente del mismísimo corazón del cañón. Apuntó directamente al bloque de piedra, y apretó un botón. Una gran cantidad de energía condensada fue escupida directamente hacia el objetivo, y se produjo una explosión impresionante, llenando al ambiente de polvo, mientras que algunos pedregullos caían como si de una lluvia se tratase. Luego, cuando la ceniza se empezó a disipar, todos quedaron estupefactos... El láser no había hecho un hoyo en la roca, ¡La había desintegrado completamente! Un aplauso, acompañado de gritos y vítores fue la reacción inmediata.
Todos entendieron en ese momento cómo era tan fácil para los Demonios exterminarlos, ya que no necesitaban apuntar, con tan sólo acertar un área determinada destruían todo a su alrededor y se aseguraban matar a quien allí estuviera. De forma sencilla se masacraban grupos completos de hombres, con un sólo disparo.
—¡Fantástico! —exclamó el Santo, acercándose a Esteban. Deberíamos hacer algunas pruebas más, esta arma es una maravilla.
—Sí —le respondió él—, yo creo que...
No terminó de pronunciar la frase, cuando unas chispas saltaron del cañón, que empezó a arder al instante. Desesperados, todos los soldados se abalanzaron sobre él, y apagaron esas primeras llamas con la arena del mismo suelo.
—Se está recalentando —observó Esteban—, tienes que darme un poco más de tiempo para descubrir la forma de solucionar este problema.
—Es mejor que te apures —respondió él—, necesitamos que funcione correctamente con urgencia, sin esta arma, nada podemos hacer. Y si dejamos pasar mucho tiempo, volver a atacar será imposible, porque estarán preparados y esperándonos.
—Haré todo lo posible —asintió Esteban.
—Y lo imposible también —le instó el Santo, con una leve sonrisa dibujada en su rostro, luego regresó a su choza, mientras que el resto de los hombres discutían sobre el poder del cañón y lo útil que sería para la próxima incursión al Búnker. Al poco tiempo, Mayhem se presentó de nuevo ante el Santo.
—Esperemos que el cañón funcione pronto, pon a toda la gente necesaria en su reparación —le pidió éste, al verlo entrar a la habitación.
—¡Sí señor! —fue la respuesta del subordinado.
—Debemos planear un nuevo ataque, antes de que refuercen sus defensas y reparen sus naves, o peor, construyan otras nuevas. Debemos atacar por sorpresa, y pronto. Por favor, revisa también el tema de las ametralladoras, porque las necesitaremos.
—No se preocupe, trataré de reparar todos los artefactos, y de levantar la moral de los hombres, preparándolos para el ataque.
—¿Llegaron los mensajeros a las demás aldeas, con el pedido de ayuda? —preguntó preocupado el Santo—. Ésta es nuestra última oportunidad, necesitamos todo el apoyo posible, para lograr penetrar en ese lugar. Cuanta más gente esté de nuestro lado, mejor. Aunque temo también que cuanta más gente haya, más muertos dejará la batalla.
—Los enviados cumplieron su misión —contestó Mayhem—. De hecho, por eso he venido, dos personas de una de las aldeas del Norte están aquí, llegaron hace un momento... Me entiendes, ¿verdad?.. Los de la aldea del Norte... Son extraños...
—¿Los psiónicos? ¿Están aquí?, vaya, luego de tanto tiempo, deben ser unos verdaderos adultos. ¡Hazlos pasar ahora mismo! —exigió el líder.
Mayhem salió del lugar, y en un instante dos personas ingresaron, acompañadas por él.
—Cómo pasa el tiempo —dijo el Santo a los recién llegados, con una gran sonrisa—, si no los anunciaban, jamás los hubiera reconocido. —Su voz era fría como siempre, pero su expresión era claramente fuera de lo común, se mostraba amable, casi cariñoso—. La última vez que los vi, ustedes eran apenas unos niños de siete u ocho años. Ahora son todos unos adultos... Me apena tanto no haberlos podido acompañar en su crecimiento... —se lamentó, con un extraño pesar, puesto que a él nunca se le descubrían los sentimientos.
—No tan adultos —respondió uno de ellos, varón. Era alto, rondando el metro ochenta y cinco. De constitución delgada y ojos vivaces, no parecía haber sufrido como el resto de la gente de las aldeas. No tenía cicatrices ni arrugas aún. El pelo, castaño corto, le molestaba un poco al caer desprolijamente sobre sus ojos—. Ahora tenemos apenas diecinueve años, y once han transcurrido desde la última vez en que nos reunimos.
—Es una alegría verlos así, sanos, me siento feliz, noto que su madre los ha cuidado bien... Espero que siga tan hermosa como siempre, ¿Cómo se encuentra ella? —preguntó el Santo, con curiosidad.
—Está bien, con el mismo carácter y la misma energía de siempre. Aunque se encuentra un poco agobiada por el cansancio y el paso del tiempo. Nuestra vida ha sido muy dura, más aún para una mujer sola con dos hijos —respondió la mujer. Era hermosa, nunca se vio a una muchacha semejante en esas tierras azotadas por el dolor. Alta, de un metro setenta y seis, con un cabello castaño claro muy largo, brillante. Su piel se mantenía muy suave, inmaculada, como si desconociera la realidad en la que vivía. Los ojos tenían el mismo resplandor que los del hombre a su lado. La sonrisa en su rostro podía tranquilizar a cualquier alma angustiada, y sus movimientos delicados enamorarían a cuanto hombre estuviera cerca suyo.
—¡Ay!, a veces necesito tanto verla, hablar con ella, que me reconforte en estos duros momentos... —les explicó el Santo—. Pero esa parte de mí murió hace mucho tiempo, ahora tengo tantas obligaciones, responsabilidades, tanta gente depende de mí, que ya no me puedo dar el lujo de preocuparme por los detalles mi propia vida... Espero que no me odien por eso... —se excusó él, apesadumbrado.
—Te entendemos, no te odiamos por ello, aunque a veces, por las noches, sentíamos que era injusto todo lo que nos pasaba. Ella también te necesitó mucho, no hay un día en el que no te mencione, hasta hoy.
Hubo un leve brillo de esperanza en los ojos del Santo, pero se desvaneció inmediatamente, cuando su mente empezó de nuevo a proteger a su corazón, y a alejarlo del dolor. Por lo tanto bajó de nuevo la vista, intentando olvidar el pasado, los momentos de tranquilidad que precedieron a la pesadilla actual.
Mayhem, entretanto, no entendía en lo más mínimo la conversación. El contacto con la aldea del Norte era mínimo, puesto que era un pueblo de gente muy extraña, de la que preferían estar alejados, y no sabía que el Santo conociera a las personas de allá tanto como lo denotaba ahora. El caudillo, al ver la cara de confusión de Mayhem, se aprestó a presentarlos y a explicar la situación.
—Ellos son Orion y Pléyade —le explicó a Mayhem—. Vienen del pueblo del Norte. Siempre se vislumbraron sus capacidades, a pesar de su corta edad. A veces me parece que la palabra psiónico es un poco despectiva, rara, pero no sé de qué otra manera podemos llamarlos. Creo que pueden sernos muy útiles en nuestra misión, y por eso están aquí. Por si no te has dado cuenta, son mellizos, frutos de una unión muy especial, de dos personas sobresalientes.
—Mi pueblo ha accedido a ayudarte en esta incursión —informó Orion—. Todos creemos que puede ser bueno el descubrimiento de ese lugar, y el rescate de los valiosos conocimientos que adentro deben estar guardados. En cualquier momento llegarán nuestros hombres, listos para la dura jornada.
—Además —agregó Pléyade—, es una buena oportunidad para alejarnos de nuestra aldea, y poder emprender nuestro largamente esperado viaje al Sur. Mamá nunca nos permitió marcharnos del pueblo, pero creo que el momento ha llegado, puedo sentir el llamado...
—¿Viajar al Sur?, ¿Ustedes saben de qué están hablando?, ¿A lo que se enfrentarán? —inquirió el Santo con preocupación.
—¿Acaso tú no hiciste lo mismo a nuestra edad?, ¡Cruzaste la cordillera de Eglarest solo!, ¿Piensas que podrás detenernos?, ¿Torcer el destino? Creo que no puedes, has perdido el derecho de ordenar lo que podemos hacer o dejar de hacer en nuestras vidas —exclamó ella ofuscada y nerviosa.
—Mayhem, te pido por favor que te retires... —rogó el Santo, un poco alterado—. Necesito hablar con ellos a solas. Organiza mientras tanto todo lo necesario para el próximo ataque y haz todo lo que te pedí.
—A sus órdenes —dijo el hombre, mientras salía de la habitación, preguntándose quiénes eran esas personas, y qué significaba todo lo escuchado, el viaje al Sur... Del que el Santo nunca quiso hablar.
Los otros tres personajes permanecieron horas dentro de la choza, discutiendo múltiples asuntos, trayendo a la mente recuerdos largamente sepultados, mientras que el tiempo y los años, detenidos artificialmente, empezaban a cobrar vida de nuevo...
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