9. Fiesta en el pueblo.

Amanece.

En el castillo, como de costumbre, todos se reúnen para desayunar y al parecer, Alan está de mejor humor. No pretende pelear a tan tempranas horas de la mañana y su madre se alegra de notarlo.

—¡Vaya! Ni siquiera parece que estemos en riesgo de guerra. Me alegra que mantengamos la armonía. — Gertrudis comenta. En la mesa solo faltan la reina y el rey, los que poco después también se unen.

— ¿Dónde estabas anoche, hermano? — pregunta Aarón. — Vittorio me dijo que saliste en caballo a tardes horas de la noche. — come de sus deliciosos panecillos.

—Salí a inspeccionar un poco. — Alan no quiere dar muchos detalles de lo que realmente hacía.

—¿No encontraste nada? — el coronel Cristóbal pregunta.

—No. — le da un trago a su copa. — Y espero que la situación no empeore pero después de haber matado a sus infiltrados, seguramente dará otro paso. Hay que estar preparados.

—Es más que obvio que es una especie de aviso. Seguirán atacando, por suerte, según las estadísticas, nosotros somos más. — dice Aarón.

—¿Podemos no hablar de guerras en el desayuno? Estoy segura de que habrá más momentos oportunos. — la princesa Gertrudis les pide.

—Anoche estuve pensándolo mucho. — Belmont dice.

—¿El rey pensando? Qué novedad. — Alan y sus traviesos comentarios. Ya todos lo conocen, así que el rey solo lo fulmina con la mirada y respira profundo.

—Estuve...buscando algún medio para toda esta situación y opté por enviar una carta hasta Inglaterra con el Mercader para tratar de llegar a un acuerdo. Esperaremos su respuesta y...de ahí tomaremos una última decisión. — el rey continúa.

—Me parece una gran decisión. — Tomasia está sorprendida, ya que su esposo estaba acostumbrado a siempre responder con más violencia. — Me impresionas. — acaricia su mano y el rey la besa.

—Bueno, parece que esta situación está generando resultados diferentes. — Gertrudis vuelve a decir. Todos parecen estar muy tranquilos y contentos aunque sepan que pueden haber más Ingleses por ahí.

—A menos que...nuestro rey tenga más cartas bajo la manga. — Alan lo mira. — ¿Es ese el caso?

—No, puedo jurar que esta vez no tengo ninguna carta escondida. — la extraña tranquilidad del rey no convence al príncipe Alan pero sonríe para seguirle el juego. — De hecho, creo que todos estos problemas no están alejando de temas que verdaderamente importan. Como lo de la búsqueda de tu futura esposa, por ejemplo. — a Alan se le quita el apetito instantáneamente. — ¿Ya tienes alguna doncella de buenas raíces en la mira?

—No creo que sea importante. — no quiere seguir con el tema. Estas cosas lo agobian.

—Al contrario, yo creo que sí. — la reina ratifica con mucha emoción. — Es muy importante saber quién será la que tome mi lugar como futura reina. Claramente debe ser una doncella de buenos principios, de buena familia, de buena educación y sobre todo, de buena presencia. No queremos que arruinen nuestro linaje. — Alan solo se rasca una ceja mientras Aarón lo mira con una burlona sonrisa.

—Yo también estoy de acuerdo. Para una boda real hay mucho que preparar y todavía falta todo lo que conlleva antes de ese día. Como la dote, las cenas familiares, las anunciaciones. Son muchas cosas con las que trabajar. — también dice la princesa Gertrudis.

—Pero no creo que haya tanta prisa, ni siquiera sabemos cuándo el abuelo piensa dejar el trono. — tiene la esperanza de que no sea dentro de mucho.

—De hecho, será antes de lo que me imaginé. Quizás para finales de este año.

—¿Qué? ¿Tan pronto? Pero si es así entonces solo tenemos dos meses para prepararlo todo. — Gertrudis casi colapsa.

—Puedo esperarme un poco más si se necesita pero...está en mis planes retirarme antes del año nuevo. Así también Francia tendrá un nuevo rey. — Belmont está muy seguro de su decisión pero es porque confía en que completará el ritual hasta entonces y así disfrutará de la inmortalidad y el poder que se le conceda.

—Pero no creo estar preparado todavía.

—Sí lo estás. Me lo demuestras todos los días. — dice el rey, refiriéndose a la constante osadía con la que siempre le responde. Siguen desayunando pero como Alan ya no tiene apetito, se retira de la mesa. También porque tiene otros asuntos importantes que atender. Como el interrogatorio con Sylvie.

Helen.

Aquella pueblerina llega a su mente de repente. ¿Por qué permitía que se acercara a él demasiado? ¿Por qué le dejaba pasar cosas por las que sin pensarlo mataría? Son cosas que no entendía y le empezaban a molestar. Así que en vez de ir él mismo, envió a dos de sus guardias de más confianza por ella hasta el pueblo.

—¡Alan! — Aarón lo alcanza por los corredores. — ¿A dónde vas? Últimamente no me dices nada.

—Porque no tengo nada que decirte. — siguen caminando hasta las caballerizas.

—Te conozco muy bien hermano, algo de tus sospechosas salidas no me estás contando.

—Tú tampoco me cuentas sobre las tuyas, así que estamos a mano. — le da de comer a Morpheus antes de montarse sobre él.

—Es distinto, supongo que no querrás saber detalles de mis aventuras sexuales. — Alan solo pone una cara de repulsión y sigue en silencio. — ¿Y entonces? ¿A dónde aventurarás?

—Lo primero es que no son aventuras y lo segundo, no quiero que vengas conmigo. — le es honesto, sube en su caballo y cabalga hasta el Alcázar donde tiene a Sylvie protegida con algunos guardias más.

En el pueblo.

Como todas las mañanas, Helen acompaña a su madre hasta la panadería para abrirla y empezar con las ventas del día. A pesar de las preocupaciones por la invasión de los Ingleses, tenían que seguir con sus vidas para ganarse el pan de cada día y alimentar a sus familias. Benjamín y Jason fueron con los demás obreros mientras que Lucas se preparaba para hacer sus largas caminatas para entregar los pedidos. Por desgracias, no tenían carrozas como la nobleza o la realeza, excepto por la costurera del pueblo Ross, madre de Odette. Ya que transportaba sus vestidos hasta ambas partes.

—Anoche ya no pude hacerte más preguntas pero ahora que estamos a solas, me gustaría saber más sobre tu extraña cercanía con el príncipe. — María entra en conversación, lo que pone a Helen algo nerviosa.

—No hay más detalles madre. Solo es eso, le interesa la vida en el pueblo y ya me conoces, me gusta ayudar.

—¿El príncipe le está pidiendo ayuda a la misma chica que se rehusó a arrodillarse frente a él? — María no le cree.

—Le pedí disculpas y las aceptó. Desde entonces no ha querido relacionarse con nadie más para eso. No está pasando nada de lo que debas preocuparte madre, tranquila. — le sonríe.

—Me preocupas tú pero más él. Estoy segura de que no te le acercarías sin tener tus segundas intenciones. ¿Tratas de engañarlo con algo? — María conoce el carácter de su hija.

—¿Cómo podría engañar a un príncipe, madre? No es nada de eso, lo juro.

—Bueno, no quiero pensar que te estás enamorando de él.

—¿Qué? Por supuesto que no. Es imposible. — de tan solo imaginarlo, es un espanto para Helen.

—¿Imposible por qué? — María intenta sacarle la verdad.

—Porque él es un príncipe y yo una pueblerina. Él no es lo que quiero, ni yo soy lo que quiere él. Siempre me has enseñado a ser amable con las personas sin importar qué, es justamente lo que estoy haciendo con nuestro...futuro rey. — dice con ironía.

—De acuerdo, pero siempre recuerda que debes ser cuidadosa con los hombres poderosos.

—¿Por qué? — frunce el ceño.

—Porque los hombres que crecieron con todo a su alrededor sienten que todo les pertenece. Y cuando encuentran algo que no pueden controlar, lo destruyen. — se acerca y le acaricia las mejillas.

—Ningún hombre tendrá suficiente poder para destruirme. Jamás lo permitiré. — Helen entiende lo que le dice.

—Buenos días. El príncipe Alan solicita su presencia. — dice uno de los guardias que el príncipe Alan ha enviado. Cosa que aumenta las sospechas de María y pone a Helen en una incómoda situación.

—¿Para qué el príncipe solicita la presencia de mi hija? — María pregunta.

—Debe ser para las clases de artesanía o algo similar. Volveré pronto. — se quita el delantal, le da un beso en las mejillas y se marcha con los guardias sin dejar que su madre pueda preguntar nada más. ¿Qué voy a hacer con esta niña? María se preguntaba.

Luego de un mediado viaje a través del pueblo y parte de la nobleza en carroza que tanto disfrutó, llegó hasta el Alcázar donde el príncipe Alan con su perfecto traje y túnica negra con bordados dorados la esperaba.

Helen baja de la carroza y camina hasta él, quien parece evitar el contacto visual con ella.

—Después de todo sí es un hombre de palabra. — le dice con una sonrisa.

—Parece que esto es algo que nos interesa a los dos, así que hagamos esto rápido. — contesta cortante y abre la puerta para entrar. Helen sabe que algo anda mal pero si de jugar se trata, también jugará con las mismas cartas. Al entrar, se encuentran con Sylvie sentada y muy asustada pero al ver a Helen, se calma un poco más.

—¿Qué hace él aquí? — pregunta Sylvie, refiriéndose al príncipe.

—Es el príncipe Alan. Tranquila, está de nuestro lado, creo. — se sienta a su lado.

—Te dije que no podías confiar en ellos, Helen.

—Y no lo hago, no confío en él pero...estoy segura de que no quiere hacerte daño. — confiesa sin importarle que esté presente y su comentario pueda afectarle. — Solo quiere, al igual que yo, entender lo que está pasando. — logra convencerla.

—Yo sé sobre los engaños de mi abuelo, sé lo que le hizo a tu familia así que lo siento por eso. — Alan se acerca. — Helen me contó lo que le dijiste. ¿Es cierto que donde estuviste encerrada habían más mujeres? — mantiene un suave tono de voz para ser más persuasivo.

—Sí. — confirma.

—¿Cuántas eran?

—No lo sé, algunas cinco, creo.

—¿Y sabes por qué las tiene ahí? — es la pregunta que se ha hecho durante muchos años.

—No tengo idea. De verdad, no sé mucho más que ustedes, ya se lo dije a Helen. Pero de lo que estoy muy segura es que algo mucho más grande está pasando detrás de todo esto y ni siquiera nosotros podremos detenerlo.

—¿Lo dices por tus supuestos dones? — Sylvie frunce el ceño y cuando mira a Helen se da cuenta de que también se lo había contado.

—Aunque eso también es extraño, tampoco lo sé pero sí lo siento.

—Esto no me está sirviendo de nada. ¿Al menos recuerdas cómo eran las celdas? Algo que pueda ayudarme a descubrir dónde están. — Alan está perdiendo la paciencia.

—No pude ver mucho porque estaba muy oscuro pero sí estaba muy oculto. Cuando escapé corrí por lo que parecía ser un pasillo y luego cuando caí. Parecía estar en un lugar completamente diferente, incluso la temperatura era distinta y....habían libros. — el príncipe piensa que se podría tratar de la biblioteca instantáneamente.

—¿Cómo no pude darme cuenta de eso?

—Cuando salía lo vi, estaba entrando en el castillo, por eso lo reconocí de inmediato. No le dije nada porque no sabía si confiar en usted. — ahora se entendían mejor las cosas.

—¿Y yo qué tengo que ver en todo esto? Dijiste algo que me confundió mucho antes de que mi hermano llegara. — Helen pregunta.

—Es que realmente no lo sé. No sé lo que está pasando pero...antes de salir de esas celdas una de ellas predijo todo lo que pasaría. Mi instinto me hizo llegar hasta a ti por alguna razón y cuando vi que un pagano estaba a punto de asesinarte por la mismas razones que a mí, supuse que también eras igual. Puedo sentir tu energía, no es igual a la de los demás. — deja a Helen muy aterrada de sí misma y de lo que pueda significar.

—Pero yo no tengo ningún don, no tengo ningún poder y honestamente lo veo imposible, solo soy una pueblerina.

—Yo también lo era. — la deja sin respuesta. — No sé por qué el rey hace esto pero creo que las demás también tenían otros dones. Quizás las cace para usarlos a su favor.

—Conociéndolo no me suena tan irracional. Supongamos que de eso se tratase ¿cómo sabe exactamente quiénes son? Tengo entendido que tú no eres de por aquí, ¿cómo supo de ti? — Alan intenta completar el rompecabezas del que aún faltan muchas piezas. — ¿Recuerdas algo inusual que haya dicho o hecho?

—Cuando llegamos su guardia nos revisó la piel para comprobar que no tuviéramos ninguna enfermedad. Fue muy extraño pero...recordando que una vez una peste destruyó toda nuestra naturaleza no nos pareció tan descabellado en el momento.

—¿Les revisaron toda la piel antes de poder entrar? — Helen frunce el ceño.

—No, solo los brazos. Como si estuviera buscando alguna marca o algo similar. — esto los confunde más. — Sea lo que sea, los paganos también lo saben y quieren evitarlo.

—¿Por qué querrían matarme si no tengo nada que ver con esto?

—No que tú sepas. Cuando te encontré supe que eras tú de quien aquella chica me habló. Querían que encontraran a alguien y eras tú. El pagano lo confirmó.

—Ingleses y paganos, qué bonita combinación. — Alan cruza los brazos. Lo que creyó que sería simple es más complicado al parecer. — Por el momento creo que es suficiente. Te quedarás aquí con seguridad hasta que sepa qué hacer.

—¿No le darás la libertad de elegir qué es lo que quiere? — Helen objeta.

—Tranquila, estaré mejor aquí que allá afuera. Al menos tendré un techo, comida y la seguridad del príncipe. — incluso Sylvie comienza a confiar más en Alan.

—Bien, ya nos vamos. — le dice y salen del Alcázar. La tonalidad del cielo indica que se acerca una tormenta y deberían prepararse para ello.

Alan parece estar aún más molesto y Helen lo nota.

—¿Está seguro que estará bien aquí?

—Sí. — vuelve a responder cortantemente y ella finge que le da igual. — Te haré una pregunta. — se detiene y la mira a los ojos. — ¿Por qué te subes a la carroza y caminas al lado de un hombre en el que no confías? — su comentario de hace rato parece haberle ofendido más de lo que se imaginó.

—¿Tanto poder tienen las palabras de una pueblerina que ofenden al futuro rey? — a Helen no parece importarle cómo se sienta.

—Todo lo que hiera mi persona es ofensivo.

—¿Y le ha ofendido el hecho de que no confíe en usted? — Helen se acerca.

—Creo que te estás confundiendo. No juegues con fuego, linda. — cada vez están más cerca.

—Creo que el confundido aquí es otro. Si lo que quiere es intimidarme con eso de que es el futuro rey de Francia, no lo conseguirá, así que no pierda su tiempo. — se acercan tanto que las puntas de sus narices llegan a rozar. La tentación y el deseo están ascendiendo entre ellos. — ¿Ve eso que tiene ahí? — toca con su dedo el grillete bañado en oro que sujeta las dos extremidades de su túnica. — Vale más que todo lo que conseguimos con mucho sudor y lágrimas en una semana, así que no me venga a decir que herir su patético ego es lo importante aquí. — observa su mano sobre el grillete y la mira a los ojos nuevamente.

—Quizás solo somos pueblerinos pero nuestros valores importan más que todas sus riquezas. Y es justamente por eso que no le tengo miedo, ni a usted ni a nadie. Sé muy bien que si quisiera matarme, ya lo estuviera. Así que supongamos que en este momento solo somos personas con intereses no tan diferentes ¿está de acuerdo? — se acerca tanto que por un momento pareciera que sus labios colisionarían pero no es así. Helen se aparta y se sube en la carroza antes de que él diga algo más.

En lugar de estar enojado, el príncipe ha quedado fascinado con tales palabras. Acababa de darse cuenta de que había conocido a la única persona sobre la faz de la tierra que podría dirigirse a él de tal manera sin que quisiera hacer algo al respecto más que despertar deseos impuros en su interior. Perder el control no era algo que le emocionaba pero perderlo con ella lo significaba todo.

Sin más señales de los ingleses, todos volvieron a la normalidad. Solo debían esperar a que el mensaje llegara tras unos días y esperar la respuesta. Mientras que en el castillo cenaban en su enorme mesa llena de manjares, en el pueblo comieron y bebieron todos juntos alrededor de una fogata mientras bailaban, tocaban instrumentos y cantaban para no perder las costumbres.

En el castillo.

El príncipe Alan, después de la cena fue a sus aposentos para recostarse en su lecho y mientras miraba el perfecto techado, no dejaba de pensar en las desafiantes palabras de aquella doncella de nombre Helen Laurent. Había algo que le empezaba a gustar de ella y no sabía cómo explicarlo, solo le fascinaba cómo se sentía. Todos sus encuentros, de principio a fin han sido escandalosamente un reto para él. Desde intercambiar miradas tentadoras, pareceres y posiciones sociales distintas, y carácter similar. Lo que de un momento a otro hace que sonría sin razón.

Cuando escucha la voz de Aarón por los pasillos, sale y lo alcanza antes de que se vaya.

—¿A dónde vas a estas horas? Podría ser peligroso. — Alan le dice.

—La misma pregunta te hice esta mañana y lo único que recibí fue tu desprecio, pero no te preocupes hermanito, ya estoy acostumbrado. — contesta irónicamente. Podría decirse que es la persona más alegre del castillo.

—Discúlpame, he estado muy estresado.

—No, no es por eso. Es porque tú eres así. — se ríe de él. — Pero por si te interesa, voy al pueblo. Después de un largo aburrido día en este enorme castillo, es mi dosis de felicidad.

—Todos deben estar dormidos a estas horas. Déjalos descansar.

—No tienes ni idea de cómo es el pueblo que pronto reinarás. Son los que mejor saben divertirse. Si vinieras conmigo lo entenderías. — se acomoda su chaqueta.

—Ok, entonces voy contigo. — esto sorprende a Aarón.

—¡Wow! Si vienes para arruinar mi momento será mejor que te quedes.

—No arruinaré nada, solo quiero distraerme un poco. Lleguemos juntos y tú disfruta a tu manera, no tienes que cuidar de mí. — esboza una media sonrisa, va por su túnica y aún con cara de sorprendido, cabalgan hasta el pueblo.

En el pueblo.

Mientras todos siguen con sus momentos de regocijo, Odette motivaba a Helen encontrar algún chico bueno entre la muchedumbre para conquistarlo y pensar en matrimonio pero ella no estaba muy interesada. Lucas ya está muy ebrio, bailando y cantando como loco por toda la aldea mientras que Jason lo vigilaba. Como era el mayor, sentía la responsabilidad de cuidar de sus hermanos y aunque también disfrutaba, no bebía de más.

—¿Ves ese de allí? Tiene cara de niño bueno pero seguramente es un dependiente de mami y cuando te cases con él estará comparándote con las atenciones de su madre por el resto de tu vida. — Odette comenta, señalando a uno de los chicos entre la gente. — Ese otro, te engañará con algunas cinco mujeres más y posiblemente llegue borracho cada noche. — señala a otro más. — Y este, seguramente no te complazca lo suficiente sexualmente por las noches.

—¿Qué tan importante es el apareamiento en un matrimonio? — Helen desde su inocencia pregunta.

—¿Bromeas? Es la mayor base de todo matrimonio, Helen. ¿De dónde crees que salen todos estos hijos? — señala a una mujer con cinco hijos en una esquina y Helen los ve. — Nos volvemos viejas. A este paso me quedaré en casa de mi madre por el resto de mi vida siendo la solterona niñera de todos los niños del vecindario. — a Helen le divierte ver cómo Odette se desanima por no tener su príncipe azul todavía.

—Tranquila, algún día llegará tu amor incondicional. Algún día tendrás al hombre que cumpla todas tus expectativas. — la anima.

—¡Madre de Dios! Parece que nuestras plegarias fueron escuchadas. — dice Odette mientras mira a los príncipes Rutherford llegar al festejo. Solo que no los reconoce, ya que Alan lleva una bandana que cubre la mitad de su cara y Aarón tampoco era muy conocido por ser un príncipe en el pueblo. Helen frunce el ceño y cuando sigue su mirada, se encuentra con los ojos azules de Alan, mirándola desde la distancia. Aunque esté cubierto, ella sabe que es él, esos ojos comenzaron a ser inolvidables para ella.

—Esos hombres de apariencia oscura y misteriosa, son los primeros en romperte el corazón, así que no te ilusiones. — le aconseja pero cuando la mira, ya está sonriendo y caminando hacia el centro de la fiesta para hacerse notar frente a Aarón. Ya conocía a su amiga, así que no había manera de decirle qué hacer.

Helen resopla y sigue observando a todos cantar y bailar.

—No sabía que te gustaban las fiestas. — dice Alan, acercándose. Helen lo ignora y el sonríe. — ¿Puedo sentarme a su lado, señorita Laurent?

—No sé cómo son las cosas en el castillo pero aquí las rocas y bancos están disponibles para todos. Así que sí, puede sentarse. — le responde de no tan buena manera. El príncipe se sienta a su lado y observan a la gente juntos en silencio por algunos segundos.

— No sabía que realizaban estas actividades. — rompe el silencio.

—Es nuestra manera de evadir nuestro sufrimiento.

—No veo que nadie esté sufriendo ahora.

—Que bailemos y cantemos no significa que no estemos conscientes de que merecemos más. De que merecemos un trato mejor. — parece que Helen sufre más por su pueblo que todos los habitantes juntos.

—¿Tú darías tu vida por ellos, no es así?

—De ser necesario, sí. No tolero las injusticias y aquí las vivimos a diario. — Alan se queda en silencio. — Es extraño verlo aquí pero lo que es aún más extraño es que esté sentado a mi lado después de todas las cosas que le dije. Honestamente pensé que mandaría a sus guerreros a mi vivienda a romperlo todo y encerrarme en una de sus celdas.

—Nunca te haría algo así. — desde que se conocen, es lo más pasivo que le ha dicho. — Me gustan las personas con tu carácter y en estos tiempos, hay muy pocas. Así que me siento afortunado de conocerte. — Helen se ruboriza.

—¿Si soy así con el rey o con los demás miembros de la realeza, pensarían lo mismo?

—No y no te recomiendo que lo hagas. Solo sé así...conmigo. Aunque sé que es un trabajo imposible para ti.

—Puedo hacer un intento. Se me da muy bien hacer mi papel de niña buena.

—Es que sí eres una niña buena pero con mucho carácter y algo...impetuosa. — Helen lo fulmina con la mirada y sonríe.

—No sé si deba darle las gracias o lanzarlo al fuego. — se ríen, es la primera vez que se ríen juntos. — ¿Quién es el chico con el que vino? ¿Es un príncipe? — se refiere a Aarón.

—Sí, es mi hermano. Te lo presentaré cuando termine lo que sea que está haciendo. — lo ve danzar vergonzosamente con los demás.

—Es la danza de la alegría. Me enseñaron a bailarla desde pequeña, es una tradición por aquí. ¿Le gustaría aprenderla?

—No, estoy bien aquí. Demasiados bailes del reino ya me conozco. — vuelven a sonreír. — Los paganos tienen la entrada prohibida a estas tierras pero aun así lo que te pasó podría repetirse. Quiero que tengas cuidado y guardes esto. — le entrega una daga en su respetiva bolsa de cuero negra.

—¿Qué es? — la toma.

—Una daga. Úsala cuando sea necesario. Dos de mis guardias de confianza estarán dándose la vuelta por aquí, si algo anda mal, puedes hablar con ellos de inmediato. Solo están bajo mis órdenes. — realmente está preocupado.

—Todos los guerreros se ven igual, ¿cómo podré diferenciarlos?

—Los míos siempre llevan un cinturón negro pero no te preocupes, poco a poco conocerás sus caras.

—Gracias. — le dedica una sonrisa y él no deja de sentirse confundido por lo que siente cuando está con ella. — Realmente, no entiendo qué está pasando o porqué de repente parezco estar envuelta en algo que desconozco pero...trato de sobrellevarlo de la mejor manera. Intento demostrarles a todos y a mí misma que soy fuerte y que nada me afecta pero la verdad es que tengo mucho miedo. No por el rey sino por los paganos y todo lo extraño que me sucede. — decide desahogarse aunque después se arrepienta.

—Lo comprendo, créeme. — parece que ambos necesitan sacar todo lo que sienten esta noche. — Cuando éramos pequeños, Aarón y yo aventurábamos en el castillo y en una de esas noches, fue donde descubrimos que el rey tenía un templo con chicas encadenadas en círculo. Sabíamos que algo andaba mal y aunque como niños intentamos investigar, todo se nos complicó. Nos hicimos una promesa de volver a encontrarlas para saber qué y porqué nuestro abuelo estaba haciendo eso y nos ha costado muchos años. Aarón se rindió pero yo no y...ahora siento que no podré estar tranquilo hasta descubrirlo, hasta cumplir esa promesa. La que sorprendentemente aún sigue vigente porque al parecer, el rey sigue con sus extraños hábitos.

—El rey es peor de lo que imaginé. Debió ser muy frustrante que la persona que admiraba se convirtiera en un ser despreciable frente a sus ojos. Sé que no solo es su rey, también es...su abuelo ¿no?

—Sí.

—Espero que pueda cumplir esa promesa pronto para que esté tranquilo. Al menos se convertirá en rey y podrá cambiar todo lo que quiera en su propio reino.

—Es que el problema más grande es ese: no quiero ser rey. — esto deja a Helen atónita. Esperaba cualquier cosa menos eso. — Me fascina la idea de tener el poder absoluto de todo pero...aun así siento que no es mi destino. Siento que ser rey no es para mí.

—¿Y qué es lo que anhela entonces?

—Irme lejos, construir mi propio imperio y estar tranquilo. Sin tener que esperar a que nazca mi primogénito para repetir la historia una y otra vez.

—Puede hacerlo desde su propio reino. Solo tiene que cambiar las reglas y detener la maldad. — cuando viene de la boca de Helen, no suena tan mala idea, así que el príncipe lo reconsideraría.

— ¿No me presentarás a tu amiga, hermano? — Aarón se une a ellos mirando a Helen de forma inapropiada.

—Es Helen, mi única y nueva amiga en el pueblo. — la presenta.

— Oh, pues mucho gusto, de seguro ya sabes quién soy así que me ahorro la presentación. — toma su mano y la besa con sutileza. Cosa que no parece ser de mucho agrado para Alan. — ¿Te gustaría beber un poco conmigo?

—No la molestes, Aarón. — le ordena con una amenazadora mirada. Aunque Aarón no entiende su actitud, opta por retirarse y seguir su fiesta antes que discutir con su hermano en frente de la doncella que aún no conocía.

— Discúlpalo, la cerveza nubla su educación.

—No se preocupe, estoy acostumbrada, sé sobrellevarlo. — Helen sonríe. — ¿Sabe? Admito que usted es un caballero con las mujeres, pensé que sería igual que los demás.

—¿Igual que los demás? ¿Cómo se supone que tratan los hombres a las damas por aquí?

—Sin importar si las conozcan o no, creen que son sus señores. Nos miran inapropiadamente, nos tocan y creen que debemos hacer todo lo que nos pidan. Tampoco suelen decir cosas lindas, solo actuar como salvajes. — eso y más tenían que soportar.

—¿Quiere decir que tus hermanos también son así? — los miran desde la distancia.

—Lucas quizás sí lo sea pero Jason es más dócil.

—¿Jason es el mayor?

—Sí, siempre está cuidando de nosotros. También está trabajando con nuestro padre en las obras.

—Entonces es un joven ejemplar. — Alan empieza a sentir cierto respeto por él.

—Sí lo es. — vuelven a quedarse en silencio por unos segundos hasta que suena la melodía favorita de Helen y le dan ganas de bailar. — ¿Quiere bailar con nosotros? Es mi melodía favorita. — se levanta y le propone.

—No, lo disfrutaré desde aquí. Ve y diviértete. — le responde y la ve bailando junto a los demás desde allí sentado. Por más que lo intente no puede apartar sus ojos de ella, de la combinación de su vestido y su cabello cuando da la vuelta y sonríe. Está cautivado por su belleza y sencillez.

—¿Está disfrutando del festejo? — Jason se sienta a su lado de repente.

—Sí, el ambiente es agradable.

—No estoy muy seguro pero creo que nunca lo había visto por aquí. Que lleve una bandana me hace sospechar, reiterando que tenemos Ingleses en nuestras tierras. — Jason tiene las pequeñas sospechas de que se trata del príncipe pero no lo expone.

—Oh sí, es que... estoy de paso. — podría inventarse cualquier historia pero no puede mentir. — No tiene caso, realmente soy el príncipe Alan. — confiesa y Jason se impresiona.

—Me sorprende que esté por aquí, mi lord. ¿Por qué usa una bandana? — Jason le hace una reverencia.

—Creo que si todos ven mi cara me tratarán como lo que soy y no como quiero sentirme en este momento: una persona normal. — le es honesto.

—Puedo comprenderlo pero aquí nos tratamos así. Quizás algunos...apasionados pierdan el control pero en esta aldea nos tratamos como uno mismo. Si lo duda, solo mire al príncipe Aarón. — lo miran. Está tocando los instrumentos con los demás y no lleva nada que cubra su cara. — Ha demostrado ser un buen hombre, así que siempre será bien recibido por aquí. Es nuestro futuro rey, además. — le dedica una sonrisa y vuelve con Lucas para llevarlo a casa y evitar que se siga embriagando.

Parece que poco a poco, el príncipe Alan hace nuevos amigos.

Mucho rato después.

Cuando concluye el festejo, los hermanos Rutherford cabalgan de regreso al castillo. Aarón ha ido todo el camino en silencio y eso no es muy común en él. Alan lo nota.

—Lamento si cómo te hablé hace rato te molestó pero hay cosas que tienes que entender, como que no puedes acostarte con la primera chica del pueblo que veas, no es igual que en el reino. — el príncipe Alan rompe el silencio.

— No me molesté por eso, sino porque ahora entiendo cuál es la razón, o mejor dicho, quién es la razón de tu insistencia en venir al pueblo.

—¿Puedes explicarte mejor? — Alan frunce el ceño.

— Te gusta esa chica. Helen. Por eso la protegiste y por eso siempre estás tan metido por estos lados. No te culpo, es muy hermosa, se vería bien contigo. Estoy molesto porque se supone que debes confiarme estas cosas.

— ¿Qué estás diciendo, Aarón? ¿Estás demente? Por supuesto que no se trata de eso.

— ¡Ay, por favor! No finjas conmigo, nadie te conoce mejor que yo. No te preocupes, no pretendo contárselo a nadie.

—Ella es... solo una amiga. Solo trato de seguir tus consejos: conocer más al pueblo que gobernaré. — ni siquiera el príncipe está seguro de que solo se trate de eso.

— Di lo que quieras pero a veces un tercer ojo se da cuenta de cosas que dos no pueden ver. — Aarón cabalga más rápido y Alan también, lo que genuinamente se convierte en una carrera de caballos hasta llegar al palacio.

Al dejar los caballos en sus lugares y entrar al castillo, se encuentran a Gertrudis junto a Josefina y su hija Turquesa en el salón real. ¿Qué hacían allí a estas horas? Se preguntaban pero aun así, las saludaron con mucho respeto. Cuando intentan subir a sus aposentos, la princesa Gertrudis llama a Alan y Aarón lo mira con una sonrisa burlona mientras sigue subiendo los escalones.

—Dígame, madre. — se acerca a ellas otra vez con sus manos entrelazadas en su espalda.

—Josefina y mi adorada ahijada se quedarán por un tiempo en el palacio. El comendador ha emprendido un viaje por cuestiones de actividades comerciales y les ofrecí quedarse aquí para que no estén tan solas en su mansión. Así que me gustaría que le hicieras compañía a Turquesa para que no se aburra. ¿Qué dices? — Alan nota que realmente su madre hace esto para llevar a cabo sus planes de boda lo antes posible y piensa que Turquesa sería la mejor opción.

—No tengo ningún problema. — Turquesa y Josefina sonríen. — Pero ahora estoy muy cansado. Si me disculpan, iré a ducharme. Nos vemos mañana en el desayuno. — las tres le asienten y Alan sube los escalones.

¿Cómo serán los siguientes días con Josefina y Turquesa Robledo en el castillo?

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