36. Venganza o justicia.
Imperio de Alan.
Silencio; era lo que había en la mente del rey después de calmar las voces que le decían constantemente qué hacer. Inmerso en las relajantes aguas de la tinaja que habían preparado para él descansaba su cuerpo y sus ojos. "La historia termina aquí". Un niño le susurra al oído mientras se ve a sí mismo asesinando a su esposa.
Despierta.
Por suerte, solo había sido otra pesadilla. Sale de la tina, se seca y va hasta el aposento central para vestirse. Aun llevaba su anillo nupcial y no pensaba quitárselo jamás. Aunque Helen ya no quisiera estar junto a su nueva versión. Podía haberse acercado a ella y buscar la manera de solucionar las cosas, pero sabía que no estaría de acuerdo con todo lo que quería hacer.
Tocan la puerta.
—¡Pase! — Alan vocifera y su hermano entra. — ¿Todo bien Aarón? — se abrocha los botones de su camisón.
—Sí, pero...
—¿Pero qué?
—Es Helen. — respira hondo. — Está aquí. — aquella noticia le puso los nervios de punta y muchos sentimientos abrumaron inesperadamente su corazón. — ¿Estás bien? — Aarón lo nota. El rey se apoya del escritorio y controla su agitada respiración.
—Sí, estoy bien. Es solo que...no creo que tenga el valor para volver a verla.
—¿Qué dices? — Aarón se ríe. — Por Dios, ustedes se aman. Están hechos el uno para el otro y no creo que lo que pasó sea su culpa. Ambos lucharon por proteger a su país y lo lograron. ¿Eso cómo cambiaría el hecho de que están casados?
—Tienes...tienes razón.
—Entonces...— le señala la puerta y Alan sale. Tras cruzar el portón ahí estaba, pero no se atrevía a acercarse. La tensión era palpable tanto para ellos como para todos los que estaban presentes.
—¿Así recibirás a tu esposa? — Helen rompe el silencio. — Esperaba mas de ti.
—No me buscaste.
—Tú tampoco. Estuve muy ocupada protegiendo a los pocos que sobrevivieron en el pueblo.
—Yo también. Por si aun no lo notas. — señala su alrededor con la mirada.
—Si, algo escuché. — mira la magia negra que cubre los alrededores. — ¿Es cierto? ¿Todo esto viene de ti?
—Sí.
—¿Qué fue lo que pasó ahí abajo? — quiere entenderlo.
—Ni siquiera yo lo puedo explicar, pero eso no es lo que importa ahora, ¿no es así? — se acerca con tres pasos adelante. — ¿Te asusta en lo que me he convertido?
—Sé que no quieres esto.
—Antes no lo quería, rechazaba la idea de tener sobrenaturalidad en mi interior. Pero ahora...sé que puedo hacer algo bueno con eso.
—¿Y qué hay de nosotros? — Alan ladea la cabeza. — ¿Qué pasará con nuestro matrimonio? ¿Vamos a gobernar con imperios opuestos?
—Eso depende de ti.
—¿De mí?
—Tengo planes, de los que tienes solo dos opciones: unirte...o apartarte. — dice con autoridad.
—Soy tu esposa, no puedes ponerme condiciones. — se acerca también.
—No son condiciones.
—¿Y serías capaz de dejarme ir, para siempre?
—Si es lo que quieres, por supuesto que sí. No haría nada para detenerte.
—¿Y si no estoy de acuerdo con tus planes y aun así decido quedarme para detenerte?
—Deberías saber que tengo poderes que podrían lastimarte.
—¿Serías capaz de lastimarme después de todo lo que has arriesgado por mí? — Alan se queda en silencio. — Porque de ser ciertas las cosas que se escuchan en las calles, yo soy la detonante de que todo ese poder aun siga en ti. — con un peculiar movimiento, hace emerger luz de su mano, lo que hace que instintivamente, el rey también lo haga.
—Helen, detente. No quiero lastimarte.
—¡Oh no! No lo harías. Porque jamás te lo permitiría. — une sus manos y expulsa una formidable ráfaga de luz que rodea el muro y poco a poco lo levanta del suelo. Intentaba eliminarlo.
—¡Helen, basta! — se acerca a ella y baja sus manos, bloqueando su poder con el suyo. Confundida, frunce el ceño y cede a la calma. —No hagas esto otra vez. — justo en ese momento, el rey se encontraba vulnerable ante esos hermosos y profundos ojos azules que lo habían enamorado. Coloca la mano en su mejilla y colisiona los labios con los suyos. 17 días sin el otro, había sido toda una eternidad para ellos. De un momento a otro están en el aposento, despojándose de toda indumentaria y dejándose llevar por el placer. Todas las contrariedades y toda razón por la que podrían tener una redundante rivalidad, habían desvanecido mientras se entregaban al otro. Solo él conocía cada lunar y marca de su cuerpo, y sabía cómo hacerla estremecer. — Siempre me pertenecerás. — le susurraba cada vez que podía.
Helen besó cada cicatríz, cada parte de su fornido cuerpo hasta recordarle que solo ella tenía el poder de hacerlo. Se sube en él y se mueve sobre su erección hasta que la diosa sexual en su interior detona. Alan sonríe complacido y la recuesta en su lado suavemente.
—No sabes cuánto te extrañé. — acaricia su cabello. — Pero tenía tanto miedo de lastimarte.
—Jamás lo harías. — besa su frente. — ¿Qué te dicen sus voces? Sé que es Mohat.
—Más que voces, son pesadillas. Y todas son haciéndote daño. No le agrada el poder que hay en ti porque es una amenaza para su existencia. Pero ahora, dudo que pueda seguir sin este poder. Gracias a él sigo vivo.
—Puedes controlarlo. Yo también lo hice.
—¿Cómo?
—Él puede mostrarte y decirte cosas, pero la magia la manipulas tú. Está en ti usarla para el bien, que es lo que espero que hagas. Podemos proteger a todos juntos.
—Tienes razón y es lo que he intentado en estos últimos 15 días. Pero perdí demasiado esa noche como para no hacer pagar a los responsables.
—Siento mucho lo de tu abuela, lo de tu padre y de todos los que murieron en el castillo. Fue algo que nos dolió a todos. — Alan cierra los ojos un momento. — Y estoy de acuerdo con vengarnos de esto. — aquello sorprende al rey. — También tenía planeado viajar hasta Grecia para asesinar a los dioses que respaldaron a Bemus.
—Eso es justo lo que quiero hacer, pero no sin antes hacerlos sufrir de la misma manera que sufrimos nosotros.
—¿A qué te refieres con hacerlos sufrir?
—A que Grecia terminará de la misma o quizás peor manera que Francia acabó. — Helen se levanta y se coloca un camisón.
—No puedes hacer eso. Allá también hay gente inocente. No podemos juzgar lo mismo que haríamos con ellos. Solo tenemos que castigar a los responsables.
—¿Y qué sentido tiene matarlos sin hacerlos sufrir? — también se levanta. — Seguramente tienen hijos, esposas, familias; y pienso matarlos uno por uno. Cueste lo que cueste.
—No Alan. Esa no es la manera.
—Sí la es, y justo por eso no quería que supieras nada. Aun después de todo lo que nos hicieron piensas tener piedad.
—No la merecen, lo sé. Pero la gente inocente no tiene porqué pagar el mismo precio absurdo que pagó la nuestra.
—¿A eso le llamas venganza?
—No venganza, justicia. Castigar a los únicos responsables, eso es lo que se debe hacer.
—Perdóname, pero no estoy de acuerdo. — las cosas empezaban a estar mal de nuevo. — Necesito más que eso.
Helen piensa en silencio por unos segundos.
—Está bien, dejaré que hagas lo que mejor entiendas y no intercederé. — ¿se da por vencida?
—¿Lo harás? — incluso el rey lo duda.
—Sí, de todos modos, ¿qué más podría hacer? — se acerca y vuelve a besarlo. — Quiero hacerlo otra vez. — se quita el camisón y Alan esboza una media sonrisa, acudiendo a su pedido.
Sale el sol.
Alan despierta, notando el vacío del otro lado en su cama. ¿Dónde estaba Helen? Se preguntaba. Se levanta, se da un baño, se viste y baja. Toda la servidumbre le da los buenos días y él se dirige a su hermano directamente.
—¿Has visto a Helen?
—Sí, se fue con las chicas hace unas horas. Parecían algo apresuradas. — contesta, afilando su espada.
—¿Te dijo a dónde iban?
—No, solo...se fueron. — el rey comenzaba a sospechar. — ¿Por qué lo preguntas?
—Prepara los barcos y dile a la tripulación que nos iremos ahora.
—De acuerdo, está bien. Pero ¿no partiríamos en dos días más?
—No, debo llegar antes que ella. Ya sé lo que quiere hacer. — parecía molesto y decidido, así que Aarón cumplió con su orden de inmediato.
3 días después; Grecia, Atenas.
Con ayuda de su poder, Helen llegó más rápido de lo esperado a su destino. Sabía que solo haciéndole creer que estaba del lado de su esposo, le daría ventaja de salir antes que él. Siguiendo el mapa, sabía a dónde exactamente tenían que ir. Era un templo oculto entre unos solitarios senderos, muy alejado de su reino.
—¿Cómo entraremos sin que se den cuenta? — Jason le pregunta.
—Parece que celebrarán algo esta noche. Nos colaremos entre la multitud. — Helen mira los papiros en las calles. — Tenemos suficiente tiempo para localizar a sus familias y llevarlas a la cueva. Solo así estarán a salvo.
—No quiero sonar raro pero sí parece que les estamos haciendo un favor en vez de vengarnos. — Jason vuelve a decir.
—¿Quieres dejar que maten a todos los niños, padres y ancianos inocentes de este país? ¿Te parecería justo?
—No, la verdad no.
—Entonces es justo lo que evitaremos. Nuestros objetivos estarán ahí, justo donde los queremos y solo allí ejecutaremos nuestro plan. Busquen a las familias, ahora. — les ordena y Jason, junto a algunos soldados se marchan.
—¿Tu y yo qué haremos de mientras? — Sylvie pregunta.
—Busquemos algo de ropa que nos pueda familiarizar. — dice, y caminan hasta llegar a uno de los bazares.
Inglaterra.
A Odette le había llegado un papiro con las noticias desastrosas de Francia. ¿Cómo estarían sus amigos y su madre? Era lo que más se preguntaba. Sentía que debía hacer algo al respecto pero ¿cómo podría hacerlo?
—¿Todo en orden? — Enrique se acerca, notando su preocupación.
—No, no lo está. Francia colapsó. — le muestra el papiro.
—Era de esperarse. ¿Estás preocupada por tu madre, no es así?
—Sí, sobre todo. Pero me preocupan todos en realidad.
—¿Qué quieres hacer?
—Lo que realmente deseo creo que va en contra de las reglas de tu reino. — se levanta y lo mira fijamente.
—De nuestro reino, querrás decir. — la corrige. — Tienes que acostumbrarte, ya es tiempo.
—Vamos a nuestros aposentos. — su petición lo confunde pero aun así, sigue sus pasos. Cierra la puerta con seguro y nota su nerviosismo, esperando pacientemente lo que sea que tendrá que decirle. — Estoy dispuesta a darte lo que quieras si cumples mi petición.
—Soy todo oídos, amor mío. — se sienta en el sillón.
—Quiero viajar a Francia. Con provisiones y lo que sea necesario para ayudar. A cambio... — comienza a quitarse toda la ropa, hasta quedarse desnuda frente a él. — ...me entregaré a ti completamente y no me quejaré. — su desnudez era un tesoro prohibido para él. El deleite en su mirada era incuestionable.
—¿De verdad harías eso? — se levanta y se acerca demasiado a ella.
—Sí. — baja la mirada y el, aunque se moría de ganar de poseerla, toma su camisón y se lo coloca nuevamente, confundiéndola.
—Me muero por hacerte mía de todas las formas posibles, pero no quiero que sea así. Debes desearme de la misma manera que yo te deseo para que el placer sea mutuo. — acaricia su mejilla. — Y no te preocupes, le diré a nuestros guardias que preparen todo lo necesario para viajar hasta Francia.
—¿De verdad harás eso?
—¿Por qué no? Honestamente me importa muy poco lo que pase en ese país pero...tú eres parte de él. Y si vas a volver, no quiero que lo hagas sola. — aquella bestia parecía haberse convertido en su salvación. — Solo quiero que estés bien. Iré a decirles. — intenta irse pero ella lo detiene.
—Ya que estamos aquí...podríamos empezar de cero. O no de cero pero reanudar la noche de bodas que jamás se nos dio. — no suelta su mano mientras lo atrae más a ella. — Solo necesito saber que no me traicionarás ni me darás la espalda cuando más te necesite.
—Jamás lo haría.
—Entonces...— se quita nuevamente el camisón. — Quiero hacer esto ahora, contigo. Solo sé dulce conmigo. — está decidida.
—¿Estás segura?
—Muy segura. — Enrique presiona sus labios con los suyos y la desposa como en la noche de bodas debió suceder.
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