33. La coronación.
Mientras todos se regocijaban ante la pronta coronación del príncipe Alan, él se retira de la mesa para salir del castillo y tomar aire fresco. Pasando los dedos por los párpados de sus ojos mientras caminaba en su propio eje, intentaba apaciguar su furor.
—Tranquilo, podría ser peor. — Helen lo alcanza. Alan estaba sentado, ensimismado en su interrumpida soledad. — Serás un grandioso rey. — se sienta a su lado.
—Ser un buen rey o no, no es lo que me atormenta. — la mira a los ojos. — No quiero esto. No quiero ser rey.
—Pero debes, es tu destino. Y la verdad es que no hay nadie mejor para este puesto que tú. — recuesta la mejilla en su hombro.
—Me costará adaptarme. ¿Por qué ahora? ¿Por qué no esperar a su muerte naturalmente? — frunce el ceño.
—Porque ella le concedió vida eterna. — Alan frunce el ceño. — Confía en que ya nada ni nadie podrá vencerlo jamás así que está tomando decisiones que cree necesarias.
—¿Pero para qué?
—No quisiera sonar como que estoy de su lado porque claramente ya no es así, pero el rey te ha preparado para esto. Te escogió como el heredero del trono desde tu nacimiento. Ahora que cree que lo tiene todo, quiere verte como rey.
—A veces no lo entiendo. No, es que ciertamente no entiendo nada de lo que hace. — el príncipe se sentía aturdido. — En fin, dejaré de preocuparme por eso. Mañana será un día muy importante para mí de todos modos. — relaja su expresión.
—Sí, la coronación es muy importante para todos.
—Y tu cumpleaños. Mañana es tu cumpleaños. 7 de diciembre. — le recuerda.
—¡Vaya, es cierto! Casi lo olvidaba. — sonríe.
—Eso será lo más bonito del día. Celebrar tu nacimiento. — la mira intensamente y acaricia su cabello. — ¿Qué acostumbras hacer?
—Bueno...mi familia siempre me hacía un pastel. Odette siempre... Dios mío, Odette. — recordar que está desaparecida la abrumaba nuevamente.
—¿Qué pasa con Odette?
—Está desaparecida. La última vez que la vimos estaba cerca del castillo. Había hablado conmigo. Fue antes de que Enrique atacara. Creo que tiene mucho que ver con su desaparición.
—No me sorprendería. No te preocupes, mañana puedo ordenar su búsqueda.
—Estoy segura de que él la tiene. Y honestamente, prefiero eso a que esté muerta.
—No pienses eso. Estará bien, la encontraremos amor. — la tranquiliza con un tierno beso en la sien.
—Eso espero. — confía en que sí. — Lamento mucho todo lo que has tenido que soportar durante estos días.
—No hace falta. Dejemos eso atrás. Tenemos un matrimonio que reanudar. — sonríe y presiona suavemente los labios con los suyos.
—Espero que no la hayas besado sin saber que no era yo.
—¿Te refieres a besar los labios que pertenecen al maravilloso cuerpo de mi esposa? — bromea.
—¿En serio llegaste a...? — el príncipe la interrumpe colocando su índice entre sus labios.
—Soy un príncipe y puedo ser despiadado algunas veces, pero soy un hombre fiel y leal a ti. Recuérdalo siempre. — dice y vuelve a presionar los labios contra los suyos. Esta vez, enredando la lengua con la suya y sumergiéndola en una intensa ola de regodeo. — Vamos a recordarnos porqué nos casamos. — la carga sobre su hombro, haciéndole soltar una risa nerviosa mientras caminan hasta llegar a sus aposentos.
La lanza contra el suave colchón de la cama y sigue besándola con excitación. Entre caricias, besos y conexión, olvidaban todos los problemas que podían tener. Salvajemente la despoja de todos los encajes de su vestido, hasta dejarla completamente desnuda.
—¿Me deseas? — Alan le pregunta al oído.
—Demasiado. — jadea. A lo que el príncipe solo responde con una pícara sonrisa. Se quita la indumentaria y sigue adueñándose de cada parte de su cuerpo, logrando expulsar todo el estrés que pueda sentir. Sigue hurgando hasta que están al borde de la excitación y Helen anhela tenerlo dentro de ella. El príncipe acude al llamado de su diosa sexual y entra en ella salvajemente, haciéndola gemir.
—¡Aj! — cierra los ojos y deja que el príncipe entre y salga de ella avivadamente. Abre sus piernas para darle más espacio y acaricia su cabello en tanto ahoga los gemidos en su boca. Cambian de posición y ella está arriba, satisfaciéndose mientras el príncipe contempla todo su esplendor. Lo que había empezado con una rebelión para el reino, terminó convirtiéndose en ese amor ardiente que ambos sentían.
En las afueras del castillo.
—No creo que los príncipes puedan atenderte ahora, si quieres... puedo acompañarte a casa. — escuchar esas palabras de Vittorio era más aterradoras que la cicatriz en su cara.
—No, ya has hecho suficiente. Y no, creo que ya no tengo a donde ir. Por eso quiero hablar con los hermanos Rutherford. — podía decirle la verdad, que Silas había regresado y estaba oculto en el bosque, pero aunque estaba muy molesta con él, seguía siendo su padre. Sus principios no la dejarían delatarlo.
—Puedes dormir en mi aposento. No es muy grande pero es cómodo. — se aclara la garganta, está muy nervioso.
—¿Estás invitándome a dormir contigo? — cruza los brazos.
—¿Qué? ¡No! Solo...no sé lo que estoy haciendo. — se queda en silencio. — Creo que ese beso fue un error.
—Sí, es un hecho, pero ¿qué podemos hacer? — se quedan en silencio por unos incómodos segundos. — Mantengámoslo en secreto. De todas maneras, no pasará otra vez.
—Estoy de acuerdo.
—Pero en cuanto a quedarme en tu aposento esta noche, aceptaré. Me muero de frío y me duelen mucho los pies para regresar. — aquello lo sorprende.
—Bien, está bien. Te llevaré hasta ella justo a.... — mira sobre el hombro detrás de Loana.
—¿Qué? ¿Qué ocurre? — frunce el ceño y sigue su mirada hasta ver a Ann de pie mirándolos fijamente. — Lo que me faltaba. ¿Qué hace una diosa merodeando por estos lados? — se acercan a ella.
—Lo mismo podría preguntarte. ¿Sabe Helen que te enamoraste del asesino de su padre? — dice sin humanidad alguna.
—¿Qué? — mira a Vittorio con el ceño fruncido. — ¿Es eso cierto? — una parte en su interior deseaba que no lo fuera.
Vittorio agacha la cabeza.
—Por supuesto que lo hizo. Haría cualquier cosa para resguardar a su rey. — Ann camina alrededor de ellos. — Pensé que eras más inteligente. De tantas opciones ¿pusiste tus ojos en éste? — lo ve de arriba abajo con repulsión.
—No he puesto los ojos en nadie, deja de suponer.
—¡Qué raro! Eso no fue lo que vi hace rato. — saber que los había visto besándose, los ponía aún más nerviosos.
—¿Qué es lo que quieres?
—Hablar con Helen, es todo.
—Que mal, creo que no podrán atenderte esta noche. — Vittorio le responde.
—Que mal. El guardia principal también dijo lo mismo, y ahora está muerto. — dice, preocupándolos.
—¿De qué tienes que hablar?
—No es de tu incumbencia. Es algo entre ella y yo.
—Creo que me caías mejor mientras estuviste en el cuerpo de Helen. — Loana dice con ironía. — También vine a hablar con ellos y parece que están en un anunciamiento importante.
—Verás, me importa muy poco cual anunciamiento sea porque si no hablo con Helen ahora, todos estaremos muertos al amanecer. — intenta entrar, pero Vittorio se coloca frente a ella. — Será mejor que te apartes de mi camino. — le advierte.
—Será mejor que regreses del maldito cuento del que saliste. No perteneces aquí y lo sabes. Abandona estas tierras de una buena vez. — osa al decir.
—Eres un bocón, qué horror. — se lo toma con tranquilidad. — Vaya, es una pena tener que hacer esto, pero no hay de otra. — ambos fruncen el ceño y con un vertiginoso movimiento de dedos, rodea el cuello de Loana con su magia y la levanta del suelo, impidiéndole poder respirar con normalidad.
Vittorio saca su ballesta y le apunta con una flecha.
—Suéltala. — le ordena.
—Lo haré si te apartas de mi camino por las buenas. — Vittorio estaba preocupado. — Todos tarde o temprano tienen un punto débil. Ahora, ¿qué es más importante para ti? ¿La vida de tu primer amor o tu lealtad hacia las órdenes del rey? — le pregunta, poniéndolo en una situación a simple vista difícil.
—¿Serías capaz de matarla después de todo lo que te ha ayudado?
—¿Tú qué crees? — ladea la cabeza. Estaba dispuesta a todo con tal de poder hablar con Helen Laurent.
—¿Qué sucede aquí? — Aarón intercede. — ¿Qué más quieres de nosotros? ¡Bájala!
—¿Cuántas veces tendré que repetirlo? Solo quiero hablar con Helen. — empezaba a perder la paciencia.
—¿Sobre qué? ¿No la torturaste demasiado ya?
—No tendré esta conversación contigo, y por si todavía no se han dado cuenta, a su amiga le quedan pocos minutos para quedarse sin oxígeno. — les recuerda, pero Aarón y Vittorio se miran entre si antes de tomar una decisión.
Helen.
Después de tener una pesadilla con Ann, Helen despierta abruptamente. Sentía que algo no andaba bien, podía sentir su presencia. La presencia de Ann en el castillo. Así que, sin pensarlo dos veces, toma su vestido y camina hasta las afueras, donde se une con los demás.
—¡Princesa! Hasta que finalmente sales. — Ann se alegra de verla.
—¿Qué haces? ¡Suelta a Loana ahora! — le ordena.
—Como digas. — la deja caer bruscamente, pero Vittorio y Aarón la sostienen rápidamente antes de que se pueda lastimar. — ¿Será que podemos hablar a solas? — se acerca, pero todos la miran con sospechas. Nadie cree que sea buena idea.
—Bien. Déjennos a solas un momento por favor. — les ordena y así lo hacen. — Entonces... ¿qué tienes para decirme? No tengo toda la noche. — cruza los brazos.
—Estamos en peligro y necesito de tu ayuda. — confiesa, a lo que Helen responde con un ataque de carcajadas mordaces.
—¿De verdad piensas que voy a ayudarte en algo después de lo que hiciste? Estuviste dos meses arruinándome la vida, ¡dos meses! Y ahora vienes aquí buscando mi ayuda. ¿En qué? Porque hasta donde recuerdo, la diosa y legendaria poderosa Ann, eres tú. — la afronta, está muy enfadada.
—Me encantaría tener tiempo para que me cuentes tus problemas, pero no puedo. Se nos acaban las oportunidades. — estaba desesperada en realidad. — Pensé que estaban aquí, pero... él está aquí. — Helen frunce el ceño. — Bemus. El principal cazador de fenómenos como nosotras.
—No, ya no hay un "nosotras", ya no tengo ese poder. Así que estás sola en esto.
—Helen, debes hacerme caso. Va a buscarte a ti y se asegurará de no dejar amenazas.
—¿Y por qué de repente te importa tanto mi vida? — cruza los brazos. — Ambas sabemos que no te importa nadie más que tú.
—Sí me importa algo: mantener mi legado. Y no podré vencerlo sola.
—Lo siento, pero ya no es mi pelea. — intenta irse pero Ann la detiene.
—Soy Ann, la diosa de las que muchos temían, pero ahora no estoy en mi época y eso me pone en desventaja frente a ellos. Saben que el balance cósmico no está de mi lado y por eso destruirme será sencillo para ellos. — hace una pausa mientras Helen intenta no escucharla. — En cambio tú, tienes el respaldo de la naturaleza, con mis habilidades y tu propia magia podrías extinguirlos.
—¿Con cuál magia? Ya no tengo un poder con el que pueda defenderme. Ya no existe la locura con la que empecé y todo gracias a ti. ¿Qué te hizo cambiar de opinión? — pregunta, pero no le interesa saber la respuesta.
—Eres la poseedora de la séptima constelación. ¿Tienes idea de lo que eso significa?
—Significa que solo era una más de tus fichas en el tablero.
—No. Eres mucho más. — parecía muy segura de sus palabras. — Dentro de tantas no te escogieron a ti por nada. Ellos saben algo que nosotros no. — una parte en su interior, también quería descubrirlo.
—¿Y qué esperas que haga? ¿Cuál es tu plan?
—Me atraparán y pasará de cualquier manera, pero no contarán con que puedas herirlos. No si ya me tienen a mí.
—¿Piensas entregarte?
—Sí. Bueno, no tan fácil. Les haré creer que ganaron y es entonces cuando tú aparecerás.
—Apareceré. Así sin más. — dice, irónicamente. — ¿Y qué sucederá? ¿Me matarán y tomarás mi lugar otra vez?
—Escucha, esto no es un juego. Sé que tienes mil razones para no creer en mi pero no haría esto de no ser necesario. No tienes idea de lo frustrante que es pasar toda tu vida y muerte huyendo de los obsesionados con poder. Es lo que te pasará a ti si no me ayudas. — parecía convencerla.
—No confío en ti, es un hecho. Pero hasta que no tenga pruebas de lo que dices, no moveré un solo dedo por ti. — dice, y entra de nuevo al castillo. Dejándola muy preocupada.
Día siguiente, 7 de diciembre.
Había mucho movimiento en todo el castillo por la coronación del príncipe Alan. Un día que, sin lugar a dudas, sería bastante largo para todos. Alan, aun desalentado por su no deseada ceremonia, se viste a tempranas horas de la mañana para ir a un lugar en específico junto a Max.
Luego de un largo recorrido, llegan a una aldea oculta donde los Tenebris y otros soldados se escondían. Cuando camina por las viviendas mientras el viento mueve la capa de su túnica oscura hacia atrás, todos se inclinan ante él. Le guardaban mucho respeto. Aunque no era común viniendo de los Tenebris.
—¡Ha llegado el día del que tanto les hablé! — dice en voz alta, mientras todos escuchan con atención. — Hoy al atardecer, cuando me proclamen rey serán liberados. Le mostrarán a la nación la verdad.
—¿Y el rey? ¿Qué haremos con él?
—El rey es asunto mío. Adhiéranse al plan principal, de lo demás yo me encargo. Si voy a ser rey no edificaré mi imperio sobre uno lleno de mentiras. Cambiaré a Francia por completo. — les dice y todos están de acuerdo. Suficientemente preparados para la guerra que se aproximaba.
Helen.
Sin su magia, sentía que algo le faltaba, pero sus siete marcas aún permanecían. Aquellas palabras de Ann seguían repitiéndose en su cabeza. ¿Y si tenía razón? ¿Y si estuviese condenada a ser perseguida por el resto de sus días? Sus pensamientos desvanecen cuando al terminar de arreglarse, ve un enorme ramo de flores de toda clase sobre la cama. Sabía que había sido Alan y su sonrisa era inevitable. Hoy era su cumpleaños, y era su coronación también.
—¿Está lista para el día de hoy, princesa? — la mucama la alcanza por los corredores.
—Eso creo. ¿Dónde está Alan?
—No tengo esa información, pero ordenó un delicioso desayuno para usted. — la mucama, después de tanto, aprendió a tratar a Helen con el respeto que como futura reina merecía.
—¿Un desayuno solitario? Creo que no alegrará mi mañana. Iré al pueblo.
—No creo que sea apropiado salir antes de la coronación.
—¿De verdad hará esto de nuevo? — con una mirada, era más que suficiente para que la mucama se diera por vencida. — Confío en su trabajo y sé que puedo salir por esa puerta y dejar todo en sus manos. Que esta vez no sea la excepción. — le dice, antes de retirarse de los aposentos. Tanto movimiento por los corredores le recordaba el día del casamiento y por más que intentara calmarse, sus nervios seguían a flor de piel.
—Helen, cariño. — la princesa Gertrudis la alcanza. — No pude preguntarte, ¿te sientes cómoda con la remodelación de tu armario? — frunce el ceño porque no lo recuerda, pero sabe que Ann tenía mucho que ver con ello.
—Sí, sí, estoy muy cómoda con los cambios. No se preocupe. — sonríe. — Poco a poco me voy adaptando, eso es todo.
—Lo entiendo, sé que todo esto puede ser abrumador, pero... ya eres parte de nuestra familia y tienes a mucha gente que te adora. Cuando te sientas así, recuerda estas palabras. — sonríen. — ¿Estás lista para la coronación?
—Si, eso creo.
—¡Helen! — Jason la alcanza sonriendo. — Feliz cumpleaños. — le regala un pastel que, con ayuda de Claudia, había preparado.
—Dios mío, ¿es tu cumpleaños? — Gertrudis se pone la mano en el pecho.
—Si. — asiente con la cabeza.
—¿Y por qué nadie me lo dijo? Hubiera organizado una gran fiesta para ti. Creo que aún tengo tiempo.
—¡No! No es necesario, no se preocupe. Con la coronación es más que suficiente. No quiero más fiestas, de verdad. — le aterraba que la princesa se obsesionara con su cumpleaños.
—No me deja nada contenta, pero si es lo que quieres... está bien. Puede que te obsequie algo después. — sonríen y Gertrudis se retira.
—Tu suegra es algo... — Jason camina con ella.
—Si, ya lo sé. No deja escapar nada, pero aun así, la adoramos. — estaba feliz con su pastelito de cumpleaños. — Gracias por el pastel, me encanta.
—No hay de qué. — se queda en silencio por unos instantes. — ¿Estás bien? Lo pregunto por...ya sabes. Hoy te conviertes en reina, de verdad. Algo que nunca te hubieras imaginado.
—Bueno, la verdad no. Pero todo pasa por una razón. Trataré de hacer esto lo mejor que pueda.
—Sé muy bien que lo harás. — sonríen. — ¿Ibas a alguna parte? — cambia de tema.
—Sí, quería ir al pueblo, pero ya no sé si realmente es buena idea.
—¿Por qué?
—Porque mucha gente quiere asesinarme y sin mis poderes...me siento desprotegida.
—¿Desprotegida? Yo no te veo así. — asegura y ella comprende, pero a pesar de tener a toda la guardia de su lado, sabía que no eran suficientes para el peligro sobrenatural que la asechaba.
—De igual forma, creo que tengo mucho que hacer aquí para esta tarde. ¿Podrías asegurarte de que nuestra madre llegue segura?
—Por supuesto. Iré a buscarla personalmente, no te preocupes.
—Gracias, Jason. No sé qué haría sin ti.
—Ser la reina de Francia. — bromea y ambos ríen. — Bueno, ya me tengo que ir. Nos vemos en la coronación. — Helen asiente y su hermano se marcha.
Hora de la coronación, en el vaticano.
Toda la realeza estaba acomodada para presenciar la coronación de sus elegidos. Entre tanta ostentosidad y regocijo, Helen mantenía sus pies sobre la tierra. Lucía espléndida, tanto como el día de su boda. El papa los espera en el altar mientras Belmont, Tomasia y el resto de la familia Rutherford, los observaban detrás.
—¿Cómo te sientes? — Helen le pregunta en voz baja a su esposo.
—Como el que está a punto de cometer un grave error. — bromea y ambos sonríen. — ¿Y tú? ¿Segura que estás bien?
—Sí, lo estoy. Estoy contigo. — responde con mucha seguridad, y él besa dócilmente su mano. El papa les da la bienvenida a todos los presentes y cumple su parte en la coronación. Luego de hacer alocuciones y consagrar a los príncipes, le coloca la corona a cada uno, declarándolos como los nuevos reyes de Francia oficialmente.
—¡Larga vida al reino! — grita el vocero.
—¡Larga vida al reino! — repite la muchedumbre.
Después de recibir felicitaciones y reverencias departe de toda la realeza, Helen y Alan Rutherford, pasean en la carroza real por todo el pueblo. Las personas celebraban y mostraban su respeto y agradecimiento por sus nuevos soberanos, sabían que tener una reina que anteriormente era como ellos, era esperanzador.
—Míralos, te adoran. — Alan dice a su lado, orgullosamente. Helen observa a toda la gente que grita su nombre y lloran de felicidad, escena que la conmueve y les ordena a los guardias parar la carroza. Preocupado, el rey frunce el ceño, pero no la detiene. Con ayuda de Jason, quien cerca se encontraba, baja de ella y se acerca para saludar y darle monedas a su gente. Gesto que remueve a la multitud. Saluda y les dedica una sonrisa a tantos puede mientras los escoltas y su hermano la protegen de los socarrones.
—Mira nada más, mi hermanita ya es toda una reina. Aunque siempre lo fuiste, literalmente. — Lucas se acerca y ella lo abraza fuertemente.
—¿Dónde estabas?
—Trayendo a mamá devuelta. Está muy feliz por ti.
—¿Está en casa ahora?
—Sí. — se quedan en silencio por unos instantes, aunque los pueblerinos no dejaban de gritar a su alrededor.
—Debe regresar a la carroza, su alteza. — Max se acerca y le dice. Tenían que terminar con el recorrido y regresar al castillo. Pero antes de poder hacerlo una ráfaga de luminiscencia invade el cielo sobre ellos y cae a unos pocos kilómetros de allí. Dejando a varios heridos y muchos muertos. Todos se asustan y corren lejos del lugar. ¿Qué estaba pasando? Era la pregunta que todos se hacían, pero nadie tenía ganas de quedarse para investigar.
Alan baja y toma a Helen de la mano para ponerla en un lugar seguro, pero ella, sin saber qué pasa, no quería dejar a su gente atrás.
—¿Qué está pasando? ¿Quién está atacándonos?
—No lo sé, pero no nos quedaremos para averiguarlo.
—No podemos...no puedo dejar a mi familia aquí.
—Max los traerá al castillo, tú y yo debemos ponernos a salvo. — logra convencerla, pero antes de que suban a la carroza, otra ráfaga la destruye junto con los que la resguardaban. Fue entonces cuando descubrieron que aquellos ataques no eran normales; sino sobrenaturales. Y eso no era buena señal.
—¡Vengan, por aquí! — Jason los guía por un atajo. Conocía las calles de su pueblo bastante bien. Cuando creen alejarse del peligro lo suficiente y sienten mucha calma, los papiros y residuos de las calles siendo arrastrados por el viento en una dirección en específico, los extraña. Caminan cautelosamente a través del viento hasta que logran ver a un hombre esbelto de apariencia fúnebre parado erguidamente entre el polvo que cuyos ataques habían provocado.
—¿Quién es ese? — Jason pregunta, pero nadie aún tenía esa respuesta.
—Rey Alan, es un honor verlo finalmente. — dice aquel hombre. Llevaba un traje antiguo con símbolos tallados en una lengua que desconocían.
—¿Te conozco, acaso? — Alan frunce el ceño, manteniendo a Helen detrás de él. Tenía cierta sospecha de lo que buscaba allí en realidad.
—No, llevo dos días aquí pero no por gusto; por trabajo. Y necesito que usted me lo...facilite. — su acento era diferente, por lo que era evidente que venía de Grecia también.
—¿De qué se trata?
—Eliminar a los entes que amenazan no solo la seguridad de su nación, sino la del todo el universo. — con un sutil movimiento de dedos, hace que Ann aparezca frente a ellos, lazándose de rodillas contra el suelo. Tenía las manos y los pies atados con unos grilletes de oro con insignias poderosas que no le permitían usar su magia. Los moretones y la sangre saliendo de sus oídos y nariz, indicaban que había sido muy maltratada, antes de ser sometida de tal forma. Su mirada solo le decía a Helen: "Te lo advertí". Y el sentimiento de culpa que empezaba a sentir, no sería fácil de remediar.
—Ya me encargué de las demás, solo falta una. Y sabes quién es.
—¿Qué les hiciste? — Helen se preocupa por las otras.
—Lo mismo que te pasará a ti si te resistes a entregarte. — aquella respuesta dejó a todos preocupados. ¿Las demás estrellas estaban muertas? ¿Ana...Sylvie?
—Matarme ya no tiene sentido. Ya no tengo ese poder. No soy parte de esto. Tienes a la única responsable bajo tu mando ahora. Confórmate con eso. — Helen osa al decir.
—Cualquier persona que haya sido elegida como portadora de lo sobrenatural, siempre será un riesgo que en Grecia nos prometimos a no dejar pasar. El mundo debe tener un balance, su existencia lo desequilibra totalmente.
—¿Ah sí? ¿Entonces quién protege al balance y a la gente de fenómenos como tú? ¿Qué balance necesita dejar tantas muertes de gente inocente a su paso? — Alan se acerca. Estaba molesto.
—Su nación dejó de ser inocente desde hace muchos años. No están en posición de negociar. ¡O me entregan a la chica, o todos morirán! — estaba decidido y no parecían tener muchas opciones.
—Bien, ¿cuál es el plan? — Jason pregunta en voz baja.
—No podemos atacarlo con una simple espada, si nos acercamos nos matará en un segundo. — Helen responde.
—Conozco un lugar en el que estaremos seguros, pero tendremos que correr. Correr muy rápido.
—¿Correr hacia dónde?
—Hacia atrás. Hay que volver. — Alan dice y regresan corriendo velozmente por el atajo de donde vinieron. Lo que aumenta la ira del poderoso Bemus.
Mientras la gente corre por sus vidas y muchos guardias mueren intentando protegerlos, cientos de portales se abren en el cielo. Iba a suceder de nuevo. Miles de criaturas del averno estaban a punto de cruzar las rejas.
Belmont, Tomasia, Gertrudis y el coronel, iban de regreso escoltados a través del bosque, pero también se ven detenidos cuando un grupo asesina a todos sus guardias. ¿Quiénes eran? El rey se pregunta, así que decide salir, no sin antes advertirle a su hija y esposa, quedarse dentro de la carroza. Muchos paganos con túnicas y flechas les apuntaban. Estaban rodeados, no tenían escapatoria.
—Están cometiendo un grave error. Apártense de nuestro camino. — el coronel Cristóbal les advierte.
—Paganos...pensaba que finalmente me había librado de ustedes. — Belmont dice, con mucha calma.
—Jamás te lo iba a permitir. — Silas hace su entrada, desde las sombras. Sorprendiendo a Belmont. — ¿Creíste que no volvería?
—Bueno, ni siquiera lo hiciste por la vida de tu propia hija. ¿Qué otra cosa podía esperar? — recordar que no pudo hacer nada por Loana, le lastimaba. — Al final su tía terminó haciendo más por ella que tú.
—¿Te crees muy valiente ahora no? No creas que no estoy informado. ¿Conseguiste lo que tanto querías? ¿A qué precio? — intentaba controlar su ira. — Todo lo que está pasando, es tu culpa.
—¿Cuándo dejarás de culparme por todo? ¿Cuántos años más tienen que pasar?
—Ya no serán muchos más, eso te lo puedo asegurar. — dice y avanza hacia él para atacarlo, pero...por primera vez, Belmont Rutherford demuestra que también sabía cómo defenderse y batallar cuerpo a cuerpo. El coronel le cubría la espalda, aniquilando a tantos paganos podía, mientras Tomasia y la princesa Gertrudis permanecían en silencio y asustadas dentro de la carroza.
Uno de ellos logra acercarse y arrastrarla del pie hasta fuera, haciendo que el coronel cambie de prioridad. Lanza sus flechas antes de que puedan hacerle daño y cuando lo logra, otro de ellos clava en su espalda una navaja.
—¡No! — la princesa gritó, acercándose a su esposo moribundo.
En un descuido, Belmont logra herir a Silas y para obligar a sus paganos a retroceder, toma un arma de fuego y le apunta en la cabeza. Estaba decidido a acabar con unos de sus mayores y más grandes tormentos desde los inicios.
—Si dan un paso más su amo morirá.
—¿Serías capaz? — Silas escupe sangre.
—No me pruebes.
—Pues adelante, te reto. Acaba con esto. — Belmont lo duda por unos segundos. — ¡Acaba con esto! — grita, provocando al rey disparar. El fuerte sonido de aquel disparo irrumpe la audición de los presentes, pero cuando Belmont abre los ojos, se lleva una gran desilusión. El cuerpo sin vida y con una bala en la frente cayendo delante ellos se convirtió en su más grande error.
—¡No! — Belmont gritó, soltando el arma y corriendo hacia ella mientras Silas se quedó de pie, completamente anonadado. — ¡No! — Belmont había disparado a matar, cuya bala era para Silas. Pero en lugar de él, la había recibido Tomasia.
Con mucha desesperación, Belmont abrió una herida en su mano y le dio de beber su sangre, con esperanza de que su don de inmortalidad pudiese pasarse a ella a través de ella. Pero...de nada sirvió. Mientras abrazaba su cuerpo, Silas tambaleaba hacia todos lados con mucha desorientación, hasta que al final decidió caminar solitariamente hasta el lago...donde la culpa y la desesperanza terminó obligándolo a quitarse la vida ahogándose en las profundidades.
En el pueblo.
Alan, Helen y Jason lograron llegar al vaticano, pero no estaban seguros de quedarse en aquel lugar.
—¿Por qué me traes hasta aquí?
—Es el lugar más seguro de momento, cuando esta cosa se vaya iremos a otro sitio. — el rey Alan, parecía estar muy seguro de sus palabras.
—¿Y qué intentas hacer? ¿Dejarme aquí encerrada como una tonta mientras tú salvas el mundo? ¿Cómo lo harás? — habla en voz baja antes de que el papa los alcance.
—No lo sé, pero tengo mis secretos.
—¿Vas a decirme por fin cuáles son? ¿Cuáles son esos planes que decías que tenías?
Alan resopla.
—Durante todos estos años he tenido mi propio ejército. — empieza.
—¿Quién? ¿Te refieres a Max?
—No, aparte de ellos...también los Tenebris. Hicimos un trato y desde entonces han estado construyendo y protegiendo mi fortaleza.
—¿Qué? — Jason no podía creer lo que escuchaba.
—¿Tu fortaleza? ¿Qué clase de fortaleza? ¿Dónde está?
—Al final del bosque, cerca de las afueras de Francia. — confiesa. — Allí iremos cuando todo esto termine.
—¿Y si nada de esto hubiera pasado? ¿Nunca pensabas decírmelo?
—Cuando empecé a construirlo, cuando hice todos estos tratos y planes, siquiera sabía que existías. No sabía que me iba enamorar de ti. Solo pensé que si me casaba lo haría por deber, pero al final nunca le daría al abuelo lo que quería. Nunca lo dejaría dominar mi vida. Así que...solamente iba a hacer mi vida como rey en otro lugar. Con mis propias reglas. Sin tener que rendirle cuentas a nadie más. — cada una de sus palabras, eran como una apuñalada en su corazón, pero no tenía derecho a molestarse. Aun recordando como fue que todo empezó.
—¿Y ahora? ¿Qué tanto cambiará eso? — lo mira a los ojos, pero su silencio, le hace dudar de aquel amor que tanto profesaban tener.
—No pueden estar aquí. — el papa se les acerca.
—No estás en posición de decidirlo. Ahora soy tu rey y te ordeno que los protejas hasta que sea seguro salir. — le dice, autoritariamente. — Dales lo que necesiten. — mira a Helen con melancolía, pero esta no lo ve a los ojos. Estaba molesta y quizás algo decepcionada con él, y él lo sabía. — Volveré. — les promete y sale del vaticano.
El castillo había sido atacado y muchos desafortunadamente murieron, dentro de ellos: Claudia, Marianne, Selene, Sofia, el comendador, Josefina y muchos siervos del reino. El castillo había sido destruido por una de aquellas ráfagas de Bemus mientras sucedía la coronación. Dejando solamente los escombros y cenizas.
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