32. Vacíos emocionales.

Sale el sol.

Después de un largo y tedioso día Francia tenía un nuevo amanecer. Tras ser atendida por médicos del reino y descansar largas horas de la noche, Helen finalmente despierta. Con una ola de recuerdos borrados no lograba concentrarse con la realidad. Estaba sola en sus aposentos con muchas preguntas y desconcierto.

- ¿Cómo te sientes? – la voz del príncipe irrumpía el sosiego de la habitación. Estaba sentado en el sillón frente al lecho.

-Confundida. ¿Qué fue lo que me pasó? – intenta mantener la calma.

­-Tengo varias opciones para responder a eso. Pero me concentraré en el hecho de que estás devuelta. Estás bien. – estaba enfadado y ella lo sabía.

-Solo quería protegernos. No tenía mas opción.

- ¿Y cómo terminó eso? ¿Que no te advertí que no podías confiar en el rey? – se levanta y se coloca el saco de su traje. – Prometí protegerte y eso intento, pero es inservible cuando se trata de alguien que hace todo menos lo que le dices.

Helen agacha la cabeza.

-Lo siento, Alan. Siento haberme ido esa noche. – se siente apenada. – Y no me puedo imaginar todo lo que tuviste que pasar mientras yo... - no sabe cómo explicar lo que le había pasado. – ...mientras yo no estaba.

-Escucha... - se sienta en la cama con ella. – Sé que quieres hacer algo bueno con lo que tienes pero cual sea que sientas que es tu propósito jamás importará mas que salvarte. Amarte no estaba en mis planes, pero ya que estás... - bromea y sonríen.

-Prometo hacerte más caso la próxima vez. – se ven a los ojos.

-Eso me complacería. – acaricia su mejilla y une suavemente sus labios con los suyos. – Me alegra que estés aquí. Las chicas podrán ponerte al día. – se pone de pie y camina hasta la puerta.

- ¿A dónde vas?

-Hay ciertos asuntos que requieren mi atención. Volveré para el almuerzo. – le da un beso en la frente y se marcha.

En los aposentos reales.

Belmont estaba feliz, después de tantos años sentía que había cumplido su propósito. Había conseguido lo que tanto anhelaba. Ahora, con el don de la inmortalidad, quería asegurarse de que toda su familia estuviera a salvo, pero quién los salvaría de él. La reina, en cambio, empezaba a sentirse mal. Había recurrido a atenciones médicas en secreto pero no había recibido buenas noticias mas que tener la probabilidad de padecer de una enfermedad severa que podría acabar con su vida lentamente.

- ¿Por qué tan feliz esta mañana? – le pregunta mientras sus siervas le arreglan el cabello.

-Nuestras victorias son mas que razones suficientes para estar felices. Hemos derrotado a esa criatura del averno, hemos salvado a nuestro reino. La suerte finalmente está de nuestro lado.

-Yo no le llamaría suerte. Porque de tenerla nada de esto nos pasaría en primer lugar. – lo deja en silencio. – En fin, solo me importa que nuestra familia esté bien. ¿Desayunarás con nosotros hoy? – se pone de pie, ya lista.

-No. Estaré ocupado en el trono. Tengo que hacer algunas innovaciones. – come una uva y se retira de la habitación.

En las afueras del castillo.

- ¡Hey! ¿A dónde vas? – Aarón alcanza a su hermano tras verlo salir.

-Daré un paseo. – se monta en el caballo.

- ¿Un paseo a estas horas? No te creo. ¿Puedo ir contigo?

-No es necesario. Puedes quedarte para asegurarte de que todo esté bien por aquí.

Para eso ya tienes a Max. Iré contigo. – toma otro caballo y cabalgan juntos hasta el pueblo.

Después de comer algo, las ahora cinco doncellas le narraron todo lo ocurrido tras los últimos dos meses a la princesa Laurent. Información que la dejó aun mas aturdida que como había despertado aquella mañana. El rey la había traicionado, se había salido con la suya después de todo y eso la enfurecía. Jules había muerto por ser parte de sus caprichos. Había muerto creyendo en que Helen sería su salvación. Pero ahora sin su poder, toda esperanza de que eso fuera posible desvanecía.

-El príncipe Alan hizo todo lo que estuvo en sus manos para liberarte de ella. – Ana dice.

-Y lo consiguió. – Sylvie comenta.

- ¿Por qué aceptaron ayudar al rey a buscar el cadáver momificado de Ann?

-Era la única manera de sacarla de ti. De no recuperarlo, jamás te redimiría. – Ana contesta.

- ¿Y ella dónde está ahora?

-Anoche...me dijo algo inquietante. – Ana recuerda sus palabras. – Dijo que mataría a los dioses, que alguien los había despertado.

- ¿Quién? ¿Eso qué significa?

-Significa una amenaza para ella. Y también para ti.

- ¿Para mí? ¿Por qué para mí también?

-Porque básicamente representas lo mismo que ella. Aunque ya no tengas tus poderes ellos creerán que sí y se asegurarán de descartar cualquier riesgo.

- ¡Genial! ¡Era justo lo que me faltaba! – Helen estaba fastidiada.

-Ann detuvo a Mohat pero...algo me dice que sigue ahí, observando desde la oscuridad.

-Mohat justo ahora me importa un comino, ha pasado justamente todo lo que quería evitar y ¿ahora qué? ¿Cómo se supone que proteja a los que amo sin mis poderes? Estamos expuestos. Estamos indefensos.

-Aun te tenemos a ti. Eres Helen Laurent. Y ahora eres una Rutherford. Sácale provecho. – Sylvie le recuerda. Lo que la hace centralizarse y recobrar la cordura.

- ¿Sabes qué? Tienes razón. Les voy a demostrar una vez mas quién soy. – dice y se retira de sus aposentos. Con un fastuoso vestido azul con detalles bañados en plata camina por los corredores del castillo en dirección al trono, donde el rey se encontraba, haciendo planes con Vittorio. Los guardias intentan detenerla pero accede de igual manera.

- ¡Mi lord, intentamos detenerla pero...!

-Tranquilos, ya conocemos a mi nuera. Siempre tan...oportuna. – dice, irónicamente. - ¿Qué podemos hacer por ti? – se acomoda en su trono.

-Todo lo que tenía que hacer, era cumplir con su palabra ¿y qué fue lo que hizo? – está furiosa.

-Consentiste completar el ritual y ¿qué crees que pasa en uno? Mientras Ann estuvo aquí, dentro de ti hizo cosas que tú con un poder que no te pertenece jamás hubieras hecho. Francia es libre. Está a salvo y no gracias a ti.

- ¿Y cree que todo termina aquí? ¿Cree que puede hacer lo que quiera sin tener consecuencias?

-Por algo soy el rey. – abre las manos y se ríe burlonamente. – Tu trabajo ahora es ser una buena esposa para mi nieto. Ser su ocio, no un estrés más.

Helen suelta carcajadas de ira.

- ¿Enserio piensas que puedes darme órdenes?

-Te recuerdo que ya no tienes poderes que te resguarden de mi ira esta vez. – se levanta del trono. – Faltarle al respeto al rey tiene un castigo.

-No me das miedo. Ni tú ni tu escuadrón de peones. – mira a Vittorio.

-Pues deberías. Porque así como aprobé que fueras la esposa de mi heredero, puedo hacer de tu vida un infierno hasta obligarte a querer escapar de este lugar. – se acerca demasiado, tanto que casi cree que intentaría golpearla en cualquier instante.

-Oh no, escapar no es lo mío. – lo empuja y ágilmente toma la navaja de Vittorio y lo coloca en el cuello del rey. Obligando a todos sus guardias a retroceder. – Si dan otro paso les juro por Dios que se quedarán sin rey. – los amenaza.

-Princesa Laurent, no cometa un error del que podrá arrepentirse por el resto de su vida. – Vittorio interviene.

-Suelta esa navaja, no te servirá de nada. – Belmont se sentía muy seguro.

- ¿Por qué estás tan seguro? – presiona la navaja, cortando un poco la piel.

-Adelante, intenta matarme, si es que tienes la osadía de poder. – la provoca y lo empuja hasta que cae en el suelo. Los guardias corren hasta ella pero el rey abre su mano y los detiene velozmente.

- ¡Eres un bastardo! No te importa cuántas vidas dañas a tu paso. ¿Pero sabes qué? – se acerca a él. – Llegará el día en que alguien te arrancará todo lo que tienes y solo así, pagarás todo el mal que has hecho.

-Ya me han dicho eso muchas veces, y sigo aquí. Siendo rico, con mi familia completa y haciendo lo que quiera. ¿Tú qué más tienes aparte de un padre muerto y la atención del heredero? – sus palabras cortan el hilo de su paciencia e intenta hacerle daño con su poder, pero recuerda que ya no lo posee.

-Sí, te diré qué tengo. – mantiene la calma. – Una conciencia limpia. Así que esperaré pacientemente hasta que la vida te dé lo que mereces.

-Te has vuelto muy caprichosa eh. – se pone de pie.

- ¿Qué esperabas? Ya soy una de los tuyos. – baja, le lanza la navaja devuelta a Vittorio y se retira del trono. Dejando a todos los guardias muy desconcertados por lo que acababan de presenciar.

Alan.

Luego de cabalgar una hora hasta el pueblo, el príncipe junto a su hermano caminaban por las zonas mas peligrosas de la aldea. Aarón, aunque no entendía qué sucedía, siguió a su hermano sin dudar. Segundos después, llegaron a una morada detrás de una taberna donde vivía su investigador Pietro. Quien se inclina en cuanto lo ve llegar.

-Pietro, ¿conseguiste algo para mí? – Alan va al punto.

-Sí, no mucho en realidad pero creo que esto puede ayudar. – busca papiros en sus bolsas y las abre sobre la mesa. – Me costó semanas recopilar esto pero es mas que suficiente.

-Dime qué son. – el príncipe los observa con atención.

-Son escritos del vaticano, no son los originales pero vinieron del copista mas viejo de aquel lugar. Se dice que quería desligarse de ellos pero no podía, mas bien, no se lo permitirían.

-Sabía demasiado. – Alan lo entiende.

-Sí. Parece que ya sabía que no tenía salvación, por eso decidió exponer sus oscuros secretos vendiendo las historias en todas las bibliotecas del pueblo. Así que, para cuando ya lograron asesinarlo, fue demasiado tarde. La gente comenzó a interesarse con estas evidencias, los libros contenían dibujos y escritos que describían todo lo paradójico que ejercían dentro, pero buscaron la forma de hacerles creer que solo eran invenciones de entretenimiento y nada más. – Aarón estaba concentrado en entender. – Intentaron destruir todos los libros y lo consiguieron, excepto este. Lo encontré en la casa de una vieja bruja de las afueras.

-Buen trabajo Pietro, ya tendré tiempo de leer todo esto. – toma los papiros y los guarda en su valija. - ¿Algo sobre Ann?

-No más de lo que ya sabe, señor. Pero ella...no debería estar aquí.

-Sí, Francia no es lugar para una "diosa".

-No, me refiero a que no debería estar aquí. Con nosotros, en cuerpo y alma. – los hermanos Rutherford fruncen el ceño. – Su origen es de Grecia ¿no? Y la única razón por la que está aquí, es porque según lo que creemos el rey fue quien empezó a seguir las instrucciones del grimorio pero... ¿por qué el libro que ella destruyó ya estaba aquí, en el vaticano?

-Dijo algo como de que las aguas estaban conectadas y las iglesias también. – Aarón dice.

-Puede ser pero a lo que quiero llegar es que...no creo que el rey sea el único y total responsable de que estas criaturas habiten aquí. Ya estaban desde antes. Estos escritos, son de miles de años atrás y esas cosas que viste en el vaticano, también lo son. Una diosa, una criatura que emerge del averno y especies de...sirenas en las aguas de Francia es lo mas normal que hemos visto hasta ahora.

- ¿Estás diciéndonos que todo podría ser aún peor? – Aarón se preocupa.

-Definitivamente. Estoy muy seguro. Francia guarda mas secretos de lo que podríamos imaginar. – se quedan en silencio por unos segundos. – Quizás el grimorio que destruyó tenía las respuestas, y ahora que ya no está, será más difícil encontrar una solución a todo esto.

- ¿Hay otros países con estas...anomalías?

-Nunca lo sabremos. Al menos conocemos que existen dioses poderosos en cuerpos humanos en Grecia. En los demás, no tengo cómo saberlo.

-Está bien, gracias por tu servicio Pietro. – le entrega una bolsa de tela negra con muchas monedas de oro. – Guarda el secreto y sigue manteniéndome informado.

-Lo haré señor. – se inclina y los hermanos se marchan.

- ¿Por qué no me habías dicho lo que viste en el vaticano? – Aarón lo cuestiona mientras caminan de regreso a sus caballos.

-Era demasiada información para compartirla. Me he enfocado en entender el origen de todas estas criaturas que de repente comparten la nación con nosotros.

- ¿Sabes? Tengo miedo de que el querer saber tanto termine arruinándote la vida.

- ¿Desde cuándo tener conocimiento de lo que nos rodea está mal?

-Desde que te conviertes en el encargado de proteger a tanta gente. – sabe que habla de su próxima coronación. – El abuelo podrá declararte rey en cualquier momento y me asusta que pierdas la cabeza siguiendo leyendas como él.

-Jamás seré como el abuelo.

-Entonces disfruta tu matrimonio. Sé un hombre normal, olvidémonos de todo esto al menos por unos meses hasta que vuelvan a atacar. Creamos armas que nos protejan, créeme que así será mas sencillo. – Alan empezaba a creer que su hermano tenía razón. – Seamos felices mientras podamos al menos.

- ¿Ser felices? Lo somos. Lo soy. Pero no taparé el sol con un dedo. No giraré la cabeza mientras mi familia pueda ser asesinada por esas cosas. ¿Logras entenderme? – se sube sobre Morpheus y empiezan a cabalgar de regreso al castillo.

En el castillo.

Helen busca a su hermano por toda la fortaleza hasta que lo encuentra en la zona de armamentos. Cuando pronuncia su nombre e intenta acercarse, Jason se gira y le punta en la garganta con el filo de su espada.

- ¡Jason! ¡Tranquilo! ¡Soy yo, Helen! – levanta las manos.

-Pruébalo. – desconfía.

-El día de mi boda, segundos antes de entrar por la puerta vi a mi padre y solo tú lo notaste. Dijiste que siempre estaría en mi corazón.

-Eso es muy fácil de saber.

-El día que asesinaron a nuestro padre, estabas ahí. Desde entonces te has sentido culpable de su muerte porque sientes que pudiste hacer mas por él pero no es así. Cuando me secuestraron y me trajeron aquí, los días que estuve desaparecida, mamá salió a buscarme por todo el pueblo y lo sé porque tú mismo me lo contaste. En tu último cumpleaños te hicimos una tarta de zanahoria y la odiaste, pero solo me contaste a mí para no hacer sentir mal a mamá. ¿Es suficiente? – Jason baja la espada.

-Helen...

-Soy yo. Volví. – sin mas que decir, se abrazan vigorosamente y solo así, Helen se siente como en casa. Su familia siempre sería su lugar seguro.

Cae la noche.

Todos en la realeza habían sido convocados a una cena con el rey, tal parece que tendría algo importante que anunciarles a todos. Sin ganas de ir pero con la obligación de estar presente, Helen estaba lista. Sentada frente al espejo, acariciando un mechón de su largo cabello con la mirada perdida en el vacío, no sabía como aceptar su nueva realidad. Cómo vivir con las consecuencias emocionales de haber sido poseída por una diosa vanidosa que solo deja deterioros a su paso.

-Sí, te entiendo. Yo tampoco tengo ganas de cenar con mi familia esta noche. – la voz de Alan la saca de sus pensamientos. - ¿Cómo estás? – se sienta a su lado.

-Agotada, mentalmente.

-Todos estamos así. ¿Pero sabes qué? – gira la silla hasta tenerla de frente. – Los días de nuestra luna de miel fueron los mejores de mi vida. Nunca había sentido tanta felicidad. Nunca me había sentido como si...

-Como si estuvieras en el lugar correcto, ¿no? Como si estuvieras en casa. – completa sus palabras.

-Sí pero...jamás he sentido que este castillo es mi hogar. A veces siento que no pertenezco aquí. De no ser por el parentesco creo que creería que soy adoptado. – sonríe de su propio chiste.

-No es así. Solo eres una buena persona, un buen hombre. Tu mamá, tu papá y tu abuela también lo son. La única excepción...

-Es el rey. – completa sus palabras también y Helen asiente con la cabeza. – Es un dolor de cabeza.

-Es muy cruel. Jamás cambiará.

-Nadie cambia de la noche a la mañana. Mucho menos si dedicó mas de la mitad de su vida para conseguir esto. – Alan la mira a través del espejo. – Pero olvidémonos de él por unas horas y tratemos de cenar en paz. Sea lo que sea que anunciará esta noche, no es mas importante que tú y yo. – se levanta y le extiende su mano. - ¿Nos vamos?

Helen lo mira y coloca su mano sobre la suya.

-Vamos.

Todos llegaron al comedor real y se acomodaron en sus respectivos asientos mientras la servidumbre les servían la cena. Todos lucían serenos y ansiosos por lo que el rey tenía para anunciarles. Cuando Alan y Helen se unen y todos comen de los banquetes que les han preparado, el rey se pone de pie y alza su copa.

-Como todos saben, los he convocado a este banquete en especial porque tengo algo muy importante que anunciarles. – dice, mientras todos están expectantes. – Hemos atravesado mucho los últimos meses y era necesario disfrutar de una noche tan agradable como esta. – Aarón, Alan, Helen y la reina ponen mala cara porque saben gracias a qué. – Mi nieto primogénito, no solo me ha demostrado a mí sino a todos ustedes cuan valiente es. Mi elección no podría ser mas acertada. Hemos vivido los años suficientes para estar satisfecho con todo mi trabajo y dedicación para proteger al reino. Sé que muchos dentro de mi propia familia me odian y están en desacuerdo con mis metodologías, incluyendo a mi heredero. – solo él se ríe de su propio chiste. – Pero a pesar de eso, muchos deberían mostrar su agradecimiento, ya que gracias a mí, aún viven. Pero ese no es el tema de esta noche. Alan, hijo mío, ¿puedes ponerte de pie? – en suspenso y sin tener ganas de obedecerlo, Alan lo mira con el levemente ceño fruncido. ¿Qué quería el rey esta vez? Aun con incertidumbre, el príncipe se pone de pie.

-He servido a este país con honor y gloria pero creo que ya es tiempo de retirarme y darle el puesto a alguien que ya está mas que preparado para tomar mi lugar. Por eso, tú Alan Joseph Rutherford, serás coronado y declarado mañana como el nuevo rey de Francia. – todos abren los ojos como platos del asombro, sobre todo él. – Mañana al caer el atardecer, cederé mi trono y la corona a mi nieto. Así que desde ahora, ¡larga vida al nuevo rey! – alza su copa.

- ¡Larga vida al nuevo rey! – todos alzan las suyas también. Todos parecían contentos con esta noticia, menos él. Ser rey, aunque desde niño era su destino, no era algo que anhelaba.

En las afueras del castillo.

Loana, con choques de emociones negativas por el regreso de su padre y su desvinculación con sus orígenes, caminó hasta el castillo en busca de poder hablar con sus únicos amigos: Alan y Aarón, pero en vez de verlos a ellos, se encuentra a Vittorio resguardando la zona.

- ¿Tú otra vez? ¿A quién se le ocurre volver donde estuvo por días encerrada? – le dice.

-El simple hecho de ver tu cara me estresa mucho mas de lo que ya estoy. Necesito hablar con los hermanos Rutherford. ¿Puedes decirles que vengan?

-Eso no será posible, están cenando con el rey justo ahora. Están celebrando un anuncio importante.

-Francia es una mierda, no hay ningún motivo para celebrar.

-Francia tendrá un nuevo rey mañana. Alan será coronado al atardecer. – su confesión la sorprende. – Así como lo oyes, el rey se volvió loco.

-Esto es bueno para todos pero no creo que Alan esté contento con eso. Ahora con más razón debo verlo. – intenta avanzar pero él la detiene.

-Están cenando ahora, tengo órdenes estrictas de no dejar a nadie pasar. No me compliques el trabajo. – se aparta de él y respira profundo. - ¿Viniste caminando? – su pregunta la extraña. – Tus pies se ven muy lastimados.

-Sí, llevo días caminando sin parar para evadir mi amargura.

- ¿Y la roca en tu frente? ¿Ya no forma parte de tu maquillaje? – que lo pregunte toca una fibra sensible en su interior. Un nudo se forma en su garganta que no le permite articular una sola palabra y él lo nota. - ¿Dije algo malo? – Loana, sin poder resistir, empieza a tener un ataque de ansiedad. Le cuesta respirar y mantenerse de pie y aunque aquel gesto era nuevo para él, Vittorio la sostiene fuertemente en sus brazos.

-Tranquila, respira. – sostiene sus manos hasta que poco a poco dejan de temblar y su respiración vuelve a la normalidad. – Lo ves, no pasa nada. No hay razón para temblar. – y por raro que parezca, sus palabras funcionan en ella. - ¿Mejor? – le ayuda a ponerse de pie.

-Mejor. Gracias. – lo que acababan de vivir, se sentía muy extraño. - ¿Por qué lo hiciste? Pudiste haberme dejado tirada, es algo que harías tú.

-No lo sé, la verdad es que no lo sé.

-Debes tener un porqué y si no me lo dices ahora, me volveré mas loca. – lo presiona.

-Bien, quizás es porque me agradas más de lo que podría reconocer. No me pasa seguido pero no te ilusiones, eso nunca termina bien.

-Nunca termina bien, ¿verdad? – se acercan demasiado.

-Nunca. – mira sus labios y sin poder contenerse, colisiona los labios con los suyos. Sumergiéndose en una ola de pasión y placer. Mientras se derrochaban entre ellos, Ann, quien también quería hacer una no muy agradable visita, los observaba desde la costa esbozando una media y maliciosa sonrisa. Tenía planes en mente y saber que Loana era una pieza significativa (ahora para Vittorio también) le daba más elecciones.

-Señorita, ¿qué hace por esta zona? – uno de los guardias la ve.

-Oh, discúlpeme. Sé que no son horas de visitas pero preciso hablar con alguien.

- ¿Con quién?

-Con la princesa Laurent. Necesito hablar con Helen Laurent. 

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