31. Los secretos del vaticano.

Cae la noche.

Con la noticia de que el rey había partido hasta Grecia, dejaba a los hermanos Rutherford más tranquilos. Con su ausencia tendrían menos preocupación. Preparados para embarcarse en una nueva misión, cabalgaron en sus caballos hasta llegar al punto de encuentro donde Loana y Ann ya estaban.

—¿No habíamos quedado en algo? — Alan se desmonta y camina hasta ellas. — Se suponía que descansarías. — estaba molesto.

—No la culpes, yo la traje. — Ann responde. — Sabe mucho, la necesito para resolver los acertijos.

—Vienes de la antigua Grecia, ¿cómo no podrías hacerlo sola? — Aarón se lo toma con más calma y observa su alrededor.

—¿Segura que puedes hacer esto? — Alan se centra en el bienestar de Loana.

—Sí, quiero hacer esto. — estaba segura.

—Bien, ¿por dónde empezamos?

—Este es el único desagüe que conecta con el túnel debajo del vaticano. Debemos entrar por aquí. — Aarón observa las rejas de la entrada y el mapa.

—Dios, se me ensuciará todo el vestido. — Ann se queja y todos la miran con mala cara. — Hagámoslo, no podemos perder tiempo. — usa su magia para romper las rejas y permitirles pasar. Con ayuda de ellos, ellas entran primero, mojando sus zapatos con el agua que residía en aquel oscuro lugar. Ann forma una esfera de luz que avanza con ellos iluminando su camino.

—Debemos seguir recto y así llegaremos a la puerta que conecta con las catacumbas. — Aarón los guiaba con el mapa. Unas ratas enormes y ruidosas los asustan y Ann activa su poder instintivo.

—Falsa alarma. — Loana dice y siguen caminando.

En el mediterráneo.

Belmont, cinco de sus soldados, Jules y Ana navegaban en el barco real del rey con destino a Grecia. Las olas empezaban a tomar fuerza y el viento frío incrementaba cada vez más.

—Parece que se acerca una tormenta, y apenas salimos del puerto. Nos espera un largo viaje. — Ana dice, sin emoción alguna.

—Creo que puedo hacer algo con eso. — las marcas de Jules se iluminan y con peculiares movimientos de sus manos, hace que el viento cambie de dirección y los ayude a avanzar más rápido.

—Bien hecho. — el rey le dice a Jules. — Pronto llegaremos a nuestro destino.

En el túnel.

Luego de un largo recorrido, llegan a un callejón sin salida, pero con muchas rocas y símbolos tallados en ellas. No había puertas ni nada de lo que en el mapa se veía. Parecían no tener salida.

—No puede ser. Debe haber una puerta aquí. —Aarón busca.

—No hay nada, caminamos por un túnel sin salida.

—No, debe haber otra forma. — Loana busca entre las paredes. — Estos símbolos, deben significar algo. Pensemos: este lugar es muy antiguo, los que la construyeron no tuvieron las puertas como opción. Sería demasiado sencillo.

—Entonces ¿qué otra entrada podrían haber construido?

—Las rocas. — Ann se acerca a la pila de 7 rocas gigantes como columna en el centro del lugar. — En Grecia creaban bóvedas de piedra y solo se podían abrir moviendo la roca correcta. Aquí hay siete. — las toca.

—¿Y cómo sabemos cuál es la correcta?

—Las pistas deben estar en estos muros. — se acercan y los observan con atención. En cada lado, los símbolos seguían un orden. Seis estrellas de diferentes formas. — Revisen las rocas, deben tener estos símbolos. — dice y lo hacen, cada una llevaban una estrella correspondiente, excepto una.

—Esta no tiene nada. ¿Qué hacemos? — Aarón pregunta.

—Es la que debemos mover. — Ann afirma.

—Y si no es la correcta, ¿qué sucedería? — Alan está inseguro.

—Todo esto caerá sobre nosotros. Pero no se preocupen, yo los protegeré. — esboza una media sonrisa. — Apártense. —les ordena y lo hacen. Con mucha concentración y magia, gira la roca sin estrella completamente y se detiene. El suspenso los hizo guardar silencio por unos instantes hasta que el lugar comienza a temblar. ¿Habían girado la incorrecta? Ann formó un escudo gigante que los cubriera a todos del derrumbe, pero en vez de eso, una roca gigante se mueve de lugar. Abriendo la entrada que estaban buscando.

—¡No puede ser! Lo logramos. — Loana sonríe.

—No celebres todavía, lleguemos al grimorio primero. — Ann toma la delantera y los demás la siguen. Había cientos de calaveras y huesos humanos apilados por montones en todo el lugar. Las farolas encendidas les dejaban claro que actualmente seguían cuidándolas.

—Este lugar es enorme, ¿cómo sabremos dónde empezar a buscar?

—Justo aquí. — Ann dice, mostrándoles el interior de una formidable bóveda a la que llegaron. Habían muchos baúles y artículos raros que ocupaban los estantes que allí se encontraban.

—¡No es cierto! — Loana se deslumbra.

—No te distraigas, recuerda porqué estamos aquí. — Ann le recuerda y empiezan a buscar en todas partes hasta encontrar el grimorio, lo que se les había complicado mas de lo esperado. Después de revisar baúles, recipientes y demás, y no encontrar nada, casi se daban por vencidos. Hasta que a Ann se le ocurre una idea.

—El grimorio debe estar dentro. No aquí abajo; arriba. — piensa. — Quizás alguien intentó buscarlo primero o simplemente supieron que debían salvaguardarlo a más no poder.

—Si está arriba será imposible colarnos sin que se den cuenta. — Aarón se preocupa.

—Creo que sí hay una manera. — dice Ann, mirando al príncipe Alan.

—¿Qué quieres que haga, específicamente? — Alan cruza los brazos.

—Puedes distraerlos. La visita del heredero del trono captará toda su atención.

—Sí, en otro caso sería así, pero en el mío no soy muy "tolerado" en esta zona. Me consideran un rebelde y repetirte las razones es innecesario.

—Debes intentarlo. Mientras haces eso, nosotros podríamos colarnos y tengo las herramientas para eso. Será rápido. Solo necesito 15 minutos.

—Odio esto, pero es el plan más razonable. Solo así podremos terminar con esto pronto y salir de aquí. — Loana se expresa. Cuyas palabras terminaron de convencer al príncipe.

—Está bien. Creo que puedo hacer algo al respecto.

***

Los monjes llevaron al príncipe hasta el papa de inmediato. Todos lo miraban con admiración y respeto, pero su presencia no era de mucho agrado para los líderes de aquel lugar.

—Príncipe. — hace una reverencia. — ¿A qué debemos su visita? Es muy peligroso que el futuro rey circule por las calles de Francia a estas horas de la noche.

—Tenía asuntos urgentes que debatir con usted. ¿Puedo? — señala el sillón frente a su escritorio de caoba. El papa asiente con la cabeza y se acomodan.

—Y bien, ¿en qué puedo servirle, señor? — une sus manos sobre la mesa.

—Creo que, a pesar de la distancia, también ha sido testigo de los acontecimientos insólitos que Francia ha tenido que enfrentar últimamente. A pesar del miedo y el desconocimiento del origen de estas criaturas aquí, los hemos enfrentado por nuestra gente. ¿Ha investigado o ya saben algo al respecto que sea de utilidad para la seguridad del reino? — el príncipe ya sabía la mayoría de las respuestas, pero aun así, aquella era la mejor excusa mientras Aarón, Ann y Loana, accedían a los aposentos del papa.

—Sí, hemos estado al tanto, pero la razón por la que nunca intercedemos es porque el rey siempre parece tener una carta bajo la manga para todas las catástrofes. Han detenido la amenaza de momento, es lo único que agradecemos.

—No es solo el rey, todos nosotros hemos ganado esta batalla. Solo necesito saber... ¿a qué se debe? ¿Conoce usted alguna historia detrás de todo esto? — intentaba ganar tiempo y sacarle información a la vez.

No sé mucho más que usted, se lo aseguro, pero sí sabemos que Francia hace muchos años dejó de ser un país libre de maldad. — se levanta, saca papiros de un cajón y lo muestra. — Hemos estado observando a Belmont desde que sus padres fallecieron. Sabemos que es el principal responsable de la mayoría de los problemas de Francia. — en aquel papel, estaba todo lo que había hecho el rey desde que tomó el trono en escrituras.

—Parece que tienen demasiado tiempo libre para vigilar al rey.

—La información es poder y Francia merece tener una buena historia.

—¿Y considera usted que esta es una buena historia? ¿Con cientos de fenómenos sobrenaturales que amenazan con destruir toda la nación en un despertar? — el papa se queda en silencio. — Esto es una pesadilla y si no hacemos algo rápido nadie podrá contar ninguna historia porque nadie sobrevivirá.

—Quizás sí tenemos algo. — se levanta. — Acompáñeme. — dice y el príncipe lo sigue. Caminan a través de los corredores del vaticano mientras el príncipe mira a su alrededor deseando no encontrarse con su hermano y las chicas. Llegan hasta otro despacho, sellado con cerraduras especiales a las que él tenía las llaves correspondientes.

En el interior, el príncipe Alan se deslumbra al ver tantas armaduras desconocidas colgadas en todos los muros de la habitación.

—¿Qué es todo esto? — Alan observa.

—Son armamentos que hemos creado a partir de las criaturas prodigiosas que han hecho presencia aquí. — pasa sus manos sobre una de ellas. — Por ejemplo, esta. La llamamos "centinela". Fue creada con la sangre e inteligencia de un pagano. Si la tocas siendo uno de ellos te petrificará en un instante. Si eres como nosotros, solo debes apuntarle con esto y sin hacer nada más, los sacará de tu camino.

Para el príncipe, aquella cortina de humo resultó ser más interesante que encontrar el grimorio.

—Hay demasiado armamento aquí. Dígame de cuáles criaturas están hechas exactamente. En general.

—Paganos, brujas, demonios, ángeles, humanoides, dioses y mucho más. — casi lo deja boquiabierta.

—¿Ángeles? ¿Demonios?

—Tenemos uno aquí. En el sótano. — el suspenso se apodera del momento y con mucha incertidumbre, pero más curiosidad, Alan lo sigue hasta verlo de verdad.

Abren la puerta del sótano.

Con muchas celdas similares a las mazmorras del castillo, el sótano emanaba una sensación de peligro constante. Dos de ellas parecían estar vacías, pero aun así, estaban muy aseguradas. ¿De qué las resguardaban? El príncipe se preguntaba a primera vista. Mientras que las otras, tenían criaturas encarceladas. Una con alas grises y apariencia terrorífica (ángel), otro con cuerpo quemado y ojos amarillos completamente quieto en el suelo (demonio) y una bruja con el rostro desfigurado en otra de ellas.

—Aquí están algunos de ellos. Espero que no te asusten. — el papa se tomaba el asunto con normalidad. Estaba acostumbrado a ellos.

—¿Dónde...dónde los encontraron? — Alan estaba atónito.

—El ángel apareció una mañana en la azotea del santuario después del derrumbe de la guerra hace muchos años atrás. Estaba muy herido y el que era papa en ese entonces, decidió conservarlo como prueba de lo divino.

—¿Cómo no ha muerto todavía?

—Son ángeles, tienen vida eterna. — se mueven hasta estar frente a la celda del demonio. — Y a él, lo encontramos hace meses, vagando en la oscuridad de las calles de Francia. Estuvimos interrogándolo hasta que descubrimos que su único propósito aquí es molestar. — aquel demonio solo miraba a Alan en silencio, pero el príncipe no le mostraba miedo. — Y la bruja fue más sencillo, ya son parte de la población de Francia. Solo que esta está verdaderamente perdida en el infierno. Solo mira su apariencia. — y era más que suficiente para creerle.

Mientras el papa le mostraba todo o gran parte de los secretos del vaticano, Aarón, Ann y Loana encontraron el grimorio en el aposento principal en un baúl oculto debajo de una madera floja del suelo. Finalmente lo tenían en sus manos y debían salir antes de que algunos de los monjes que merodeaban por los alrededores los encontraran.

Cuando salen de la habitación, observan sus alrededores y como ven que no hay nadie, caminan rápidamente lejos de allí, en dirección a la salida. Meta que se complica, cuando tres guardias que aseguran los pasillos, los ven sospechosamente.

—¡Hey, alto! — les gritan, pero ellos en vez de detenerse, empiezan a correr. Los escoltas corren detrás de ellos y alertan a los demás de que tenían intrusos en el vaticano. Haciendo sonar las enormes campanas de emergencia. Lo que saca al papa de sus cávales.

—Creo que le he mostrado bastante. — el papa mira con sospechas. — Pero aún no me ha dicho... ¿qué hace aquí a estas horas, príncipe Alan? — intenta sacar algo de sus bolsillos, pero el príncipe toma delantera y lo detiene con el filo de su espada.

—Ni se le ocurra moverse o esto terminará muy mal. — lo amenaza.

Los guardias casi los alcanzaban, pero Ann, furiosa, se gira hacia ellos aun corriendo y con su magia, logra golpearlos a cada uno simultáneamente. Consiguiendo así, más ventaja.

—Pensé que finalmente pudiese tomar cordura. Mucho más después de mostrarle todo esto. — aún estaban en el sótano.

—Esto fue muy interesante, hasta casi olvido la verdadera razón por la que vine hasta aquí. Pero no quiero hacerle daño, así que no me obligue a tener que.

—¿Qué es lo que verdaderamente está buscando, príncipe?

—Libertad. — el papa frunce el ceño. — Mi esposa está siendo poseída por una "diosa" que no es de mi agrado y para eso, la estamos ayudando a conseguir algunos objetos que necesita para marcharse. Sospechosamente ustedes tenían en su poder uno de ellos.

—Es el grimorio, ¿cierto? — ¿Cómo el papa pudo saberlo tan pronto? — Muchos han intentado sacarlo de aquí, pero créeme, si lo hemos escondido todos estos años es por una razón. No puede caer en manos equivocadas.

—Ella lo quiere destruir, así que no hay de qué preocuparse.

—Hace unos segundos dijiste "una diosa", ¿de cuál diosa estamos hablando? — pregunta con incertidumbre.

—Jamás se lo diré.

—De acuerdo, pero en algún momento tendrá que. Porque nunca se puede tratar con un dios, son expertos en el engaño. Te prometen cosas que nunca cumplirán. No se deje cegar.

—Eso estamos por verlo. — sigue apuntándole. — Ahora abra la puerta y déjeme salir por las buenas. — le señala la puerta y el papa la abre sin problema alguno. Estaba muy sereno ante la situación.

—Recuerde mis palabras, príncipe Alan. Su propósito puede ser más grande que solo ser el rey de Francia. — le dice antes de marcharse completamente. ¿Qué le habrá querido decir con ello?

***

Ya reunidos, Ann tenía los elementos que necesitaba: la corona y el grimorio, gracias a la ayuda de Loana, Alan y Aarón. Destruyó el libro tal y como lo prometió delante de ellos en el bosque para no dejar evidencia, pero nunca supieron lo que aquel realmente contenía en su interior. Ahora solo debían esperar que el rey volviese de Grecia con el cuerpo momificado de Ann en barco en alrededor de 30 días más.

Quince días después, Belmont, Ana, Jules y sus soldados, finalmente llegaron a su destino: Grecia. Y gracias a sus poderes, fue de la única forma que pudieron adentrarse en las tumbas de uno de los palacios donde el cuerpo de Ann encontraron. Solo era un ataúd con su apariencia tallada en el exterior, pesado pero sin mal olor. ¿No debería estar descompuesto luego de tantos años? Cuando la guardia costera de aquel lugar se percató de que estaban extrayendo el ataúd, intentaron detenerlos y casi lo consiguen, puesto que tras cada minuto los soldados griegos eran más. Corrieron y corrieron hasta que ya no parecían tener más escapatoria.

—Son demasiados. — Ana estaba asustada. — No lograremos salir de aquí. — al rey lo escoltaban los guardias franceses de regreso al barco.

—Yo puedo hacer que sí. — Jules estaba decidida. — Puedo detenerlos y puedes llegar al barco junto al rey.

—¿Qué? ¿Y tú? No tendrás tiempo de huir.

—Lo sé, pero es la única manera. — se le llenan los ojos de lágrimas. — Mi vida nunca ha sido tan importante, pero la tuya sí. Estás más cerca de poder ayudar a nuestra gente a liberarse del mal que es el rey.

—No me iré de aquí sin ti, Jules. Deja de decir tonterías.

—Debes volver con las demás. Si no logran entregarle el cuerpo a Ann jamás librará a Helen y sabes que es la única que podrá salvarlos de lo que llegará. Debes irte ahora. — se coloca al frente y con todo lo que tiene, detiene a tantos (casi la mayoría) de los soldados griegos que se acercaban a ellas con sus armas. — No podré hacerlo por mucho tiempo. ¡Corre! — le grita y Ana no deja de llorar.

—Haré que todos recuerden tu nombre. Te amo, Jules. — sus palabras hacen que rompa en llanto. Habían pasado más de la mitad de su vida compartiendo celda juntas, así que los múltiples sentimientos de aquel momento eran desgarradores. Ana corrió hasta el barco y cuando finalmente logran alejarse y entrar más al mar de regreso a Francia, Jules se da por vencida, deja de usar su magia y los griegos la matan con muchos flechazos atravesándoles todo el cuerpo hasta causarle la muerte.

En Francia, en la ausencia del rey, todo marchaba con normalidad. Excepto Ann en el cuerpo de Helen todavía. Muchos empezaban a notar la discordia entre ella y el príncipe, y por ello, debieron disimular estar felices frente a otras personas. Sobre todo, delante de los invitados extranjeros de los que la princesa Gertrudis les había comentado.

Silas había regresado a Francia, pero devuelta a las oscuridades del bosque, encontrándose con la furia y el desprecio de Loana, al no regresar a rescatarla de las garras del rey. Y todo marchaba regular en la nación hasta que finalmente, pasaron dos meses después.

Dos meses después.

Belmont llega con el cuerpo de Ann y con Ana, pero no con Jules. Lo que causa mucha tristeza en las demás. Todo lo que hacía feliz a la diosa de las estrellas, requería un doloroso sacrificio. El rey había cumplido con su parte del trato y era todo lo que le importaba.

Ann abriría el ataúd en el mismo lugar donde realizaron el ritual y ya estaba lista para volver a su cuerpo. Al hacerlo, su organismo permanecía en perfectas condiciones. Tenía piel blanca como la nieve, largo y lacio cabello negro y un hermoso vestido blanco con el que había sido vista por última vez. Algunos de sus rasgos eran muy similares a los de Helen Laurent. El rey empezó con el ritual nuevamente, pero esta vez, con la ayuda de Ann. Ya que sabía cómo volver a su cuerpo. Muchas instrucciones después, Ann logra salir del cuerpo de Helen dolorosamente y vuelve al suyo, pero ninguna de las dos despierta.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no despierta? — el príncipe se desespera y sostiene la cabeza de Helen en sus brazos.

—¿Algo salió mal? — Aarón pregunta.

—No lo creo. — Ana mira cómo las perlas en la corona de Ann se iluminan. Todos se mantienen expectantes hasta que su cuerpo empieza a emerger. Las chispas de su poder se apoderan de todo su ser hasta lentamente volver a la vida. Sus pies no tocan tierra y sus ojos brillan. La verdadera Ann había renacido.

—¡Bien, finalmente cumpliste tu propósito! ¡Ahora haz que Helen despierte! — Alan le grita.

—Fueron muy nobles con su parte del acuerdo, así que por supuesto que cumpliré la mía. — su voz casi se oye tan polifónica como sonaba siendo solo apenas una esfera de luz en el templo que Belmont había edificado para ella. — Tráela hasta a mí. — el príncipe Alan la carga en sus brazos y la acerca a ella. Ann sitúa su mano en el corazón de Helen y con una ráfaga de luminosidad, Helen despierta. Alegrando a todos.

—Diosa Ann. — los ojos de Belmont brillaban ante su presencia.

—En persona. — baja hasta que sus pies descalzos tocan la tierra. — Ahora nadie me podrá detener. — siente el poder en sus manos.

—Dijiste que liberarías a Francia del mal, es hora de que lo hagas y de que te vayas. — Aarón le recuerda.

—Y lo haré, pero no esta noche. — mira el cielo. — Deben irse.

—¿Helen? — Alan le ayuda a ponerse de pie; está en estado de shock. — ¿Estás bien? — sonríe. Finalmente la tenía de vuelta.

—¿Qué? ¿Qué pasó? — está confundida. Su último recuerdo fue aquella noche en la que escapó para completar el ritual que el rey tanto anhelaba. — ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Me perseguiste?

—No amor, no. Cálmate. Todo está bien. Puedo explicártelo todo pero no aquí, no ahora. Regresemos al castillo. — la cubre con su túnica y cabalgan de regreso. Los demás también se marchan, pero Ana se detiene desconfiadamente.

—¿Tú qué harás ahora? — le pregunta.

—Acabar con los dioses.

—¿Y ellos...viven?

—No lo hacían, pero alguien los despertó. — Ana frunce el ceño. — Están aquí. — Ann afirma con seguridad. 

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