30. La corona de perlas.
Al caer la noche y aun sobrellevar las emociones y el miedo que todos sentían después de aquella batalla, intentaban conciliar el sueño. El príncipe Alan tomaba una ducha, pero su tranquilidad se ve interrumpida cuando al salir se encuentra con Ann, recostada en su cama.
Intenta respirar para clamar paciencia.
—¿Por qué tan asustado? Solo soy yo, tu esposa. — Ann usa su ironía.
—Eres una pesadilla. — pone los ojos en blanco y sigue poniéndose la pijama. — No pienso compartir el lecho contigo. Así que disfruta la comodidad de la soledad.
—No puedes dormir en otros aposentos, levantaría sospechas y entonces sí tendremos problemas. ¿Cómo le explicarías a tu familia que tu esposa ha sido poseída por una diosa? — se ríe de pensarlo.
—¿Quién dijo que dormiría fuera? — lanza un almohadón en el diván de sus aposentos. — Mañana encontraremos lo que necesitas y volveremos a la normalidad.
—Piensas que será sencillo, ¿verdad? No lo es, te lo advierto.
—Si algo nos pasa, creo que tú sí ya estás bastante advertida. No juegues conmigo. — le lanza una mala mirada y se recuesta en el diván, pero ¿podrá realmente descansar?
Sale el sol.
Un desayuno más en el que todos notaron que el rey estaba más alegre de lo regular, y todos sabían que era una mala señal, ya que solo lo estaría si tuviera planes en mente del que jamás estarían de acuerdo. La princesa Gertrudis y la reina, también sabían que algo andaba mal con Helen, ya que desde que regresaron, actuaba diferente.
—Hijo, ¿puedo hablarte un segundo? — Gertrudis alcanza a Alan por los corredores. Él asiente y van a su despacho para conversar con más privacidad. — ¿Está todo bien con Helen? — pregunta directamente.
—Sí, ¿por qué lo preguntas?
—Es que los he notado muy extraños desde que regresaron, ¿algo salió mal?
—No, madre. No pasa nada, no tienes nada de qué preocuparte. — intenta calmar sus sospechas.
—Ok, confío en tus palabras, pero si algo pasa, sabes que puedes contarme, ¿lo sabes? — el príncipe aguarda unos segundos de silencio.
—Lo sé. Todo mejorará. Solo ella...se está adaptando. Es mucha presión.
—Lo comprendo. Solo espero que sea valiente. Pronto recibiremos visitas de otras naciones y deben estar preparados. Sé que estas cosas los estresan, pero es el deber del futuro rey y la reina. — toca su hombro. — Asegúrate de que esté bien. — le da un beso en la mejilla y se marcha.
Inglaterra.
Todo estaba listo para la gran boda entre Odette y Enrique. Una organización digna de la realeza inglesa. Enrique llevaba un traje rojo con la vestimenta característica de Inglaterra mientras que Odette levaba un hermoso y significativamente vestido blanco. Con cara de pocos amigos y cero ánimos, no le quedaba de otra que hacerlo, aunque no era lo que deseaba. Tenía que resignarse a su nueva realidad.
Cuando sale del salón donde la preparaban, otra doncella choca bruscamente con ella.
—¡Oye! — Odette refuta.
—Debes matarlo si quieres escapar. Sé inteligente y úsala con cuidado. — le susurra y le pasa discretamente una daga cubierta de cuero blanco. Odette, aun sin comprender, la observa con el ceño fruncido y al subir la mirada, aquella chica misteriosa ya no estaba.
"Debes matarlo si quieres escapar". Aquellas palabras se repetían en su cabeza.
—Señorita, el rey la espera. — otra de sus sirvientes le avisa y la guía hasta el pabellón donde todos la esperaban. Sin tener claro lo que tenía o debía hacer, siguió con el papel. Caminó lentamente hacia el rey Enrique mientras todos se ponían de pie al su pasar.
Escondió aquella daga entre su vestido y posó al lado del rey.
—Te ves hermosa. — Enrique la elogia, pero ella no le contesta. El sacerdote da los sermones y pregunta a cada uno si aceptan a su pareja como su cónyuge por el resto de sus vidas, a lo que el rey no duda en responder que sí; en cambio Odette, guardia silencio, consumiéndose de nervios por dentro. ¿Qué pasaría si respondiese que no? Provocaría un escándalo, enfurecería a Enrique y aun así, la obligaría a aceptarlo. ¿Y si le clavara la navaja? Los guardias la matarían y no lo haría sufrir como lo merecía.
—Señorita...debe responder. — el sacerdote la presiona mientras todos murmuran.
—Yo... — mira a Enrique, quien solo mantiene su vista al suelo, sin presionarla. — Acepto. — finalmente dice. A lo que el sacerdote los declara marido y mujer. Donde seguido, le entregaría la corona, convirtiéndola en la nueva soberana de Inglaterra junto a él.
—¡Larga vida al reino de Inglaterra!
—¡Larga vida al rey y la reina! — todos gritaban, mientras Enrique miraba a Odette con una satisfactoria sonrisa.
Francia.
Aarón ya tenía todo preparado para empezar la búsqueda, pero antes, necesitaba algo más. Va hasta el campo de entrenamiento donde Vittorio estaba para pedirle una última cosa.
—¿Puedo servirle en algo príncipe?
—Sí, necesito más del líquido que vulnera a Ann.
—¿Puedo saber para qué? ¿No lo tenían controlado anoche?
—Solo haz lo que te pido. No lo haría si no fuera importante.
—Está bien, solo quiero saber si puedo ayudar...personalmente.
—Tu lugar es con el abuelo. Con tu silencio será más que suficiente. Ahora, necesito el líquido. — lo presiona y Vittorio asiente. Lo lleva hasta su aposento y le entrega cinco frascos delgados con aquello.
—No sé cómo esto funciona contra ellas, pero todo pasa por una razón.
—Nunca pensé que estaríamos de acuerdo en algo.
—Sé que estar del lado del rey es estar contra ustedes, pero aun así, sigo guardando silencio porque sé que esa cosa dentro de la princesa Laurent puede lastimarlo más de lo que ustedes lo harían. Así que haré todo lo necesario para hacerla desaparecer. — Vittorio dice y Aarón lo comprendía.
—Te informaremos cualquier situación de ser necesario. — dice y va hasta los demás. Los hermanos Rutherford y Ann montaron a caballo hasta llegar al punto de encuentro en el bosque con Loana. Desde allí partirían hacia el lago a pie para empezar con la búsqueda de la corona de perlas.
—¿No era mejor venir en carroza? Ya me duelen los pies. — Ann se queja.
—Mientras más desapercibidos seamos, mejor. Ellas odian el ruido.
—¿Ellas quiénes? — Alan pregunta.
—Según lo que veo en el mapa será sencilla de encontrar. El lago no es muy profundo. — Aarón observa el mapa en sus manos.
—Te sorprendería lo que un simple lago puede hacer. — Ann comenta y se detienen frente a el.
—Bien, finalmente llegamos. — dice Loana, disfrutando del frío viento.
—Perfecto. Supongo que esta es la parte en la que ustedes nadan y nosotros la esperamos. — Aarón dice. — No acordamos venir con ustedes aquí también.
—Cada cosa que sale de tu boca es peor que la anterior. — Ann pone los ojos en blanco. — Creo que ya puedes empezar con tu parte. — mira a Loana. ¿Qué haría ahora? Los hermanos Rutherford se preguntan mientras ella respira hondo, se acerca más a la orilla y entra una de sus manos en las aguas.
—Estas aguas son parte de mí como yo parte de ellas. — Loana cierra los ojos. — Déjennos entrar. — como si sus palabras tuvieran poder, unas manos salen del agua y la halan hasta las profundidades salvajemente.
—¡No perteneces aquí! — Loana escucha voces polifónicas mientras intenta salir de las aguas sin éxito alguno. Tenía que mostrarles que era parte de ellas, pero para eso debía sumergirse en un profundo dolor al recordar su pasado antes de que su madre (también como ellas) se suicidara para proteger a Silas y a su hija de los males de Francia.
Recuerdos donde era feliz.
—¡Loana! — los hermanos Rutherford gritan intentando sacarla, pero desesperado, Alan se quita la túnica para lanzarse a las aguas.
—¡No! No lo hagas. Ella debe hacer esto, solo así nos permitirán entrar. — Ann lo detiene.
Loana deja de luchar y se deja arrastrar hasta las profundidades donde ya no puede respirar. Mientras está sumergida en los recuerdos, su subconsciente le grita salir y despierta en un desierto oscuro con niebla, viento frío y una horca en medio de la nada.
Estaba en la conciencia de las aguas y Loana ya sabía qué hacer.
—Sé que están ahí y ahora saben quién soy. — su miedo no era más fuerte que su necesidad. — Por eso yo...Loana Foster, las invoco. — el viento sopla fuerte y el sonido de relámpagos retumban en la oscuridad. Haciendo presencia repentinamente diez hermosas mujeres con gemas resplandecientes incrustadas en el medio de sus cejas al igual que ella. Tenían símbolos en su piel y el largo de sus cabellos arropaba casi todos sus cuerpos.
—Loana...ha pasado mucho tiempo. — dice una de ellas. — ¿Aún sigues buscando a tu madre? — sonríe con maldad, pero no se dejaría provocar.
—Si nos invocaste solo es por una razón. — otra de ellas con voz dulce se acerca. — Necesitas un favor. Todas se veían muy jóvenes, pero solo era un engaño. Tenían miles de años. Usaban apuestas apariencias para engañar a sus presas.
—Me descubriste. Es verdad, necesito un favor. Deben ayudarme.
—¿Ayudarte? Eres el fruto de una traición. No eres de nuestra manada, no te debemos nada.
—Si no lo hacen mucha gente morirá.
—Oh, oh. Razón errónea. No nos importa la vida de nadie.
—Y si les dijera que se trata de la poseedora de la séptima constelación. — esto parecía llamar su atención. — Justo ahora está afuera, poseída por Ann, la diosa de la que muchos hablan. Y necesita algo devuelta que los dioses ocultaron aquí.
—¿Y por qué no viene ella misma? ¿Acaso nos teme?
—No creo que sea miedo, créame. Solo intenta cumplir con su parte del acuerdo y accedió a hacer esto de la manera más civilizada. — todas se miran entre sí.
—¿Y qué es lo que busca, dime? — otra de ellas flota a su alrededor.
—Una corona...con perlas. — se quedan en silencio por unos instantes.
—¿Y qué nos ofreces a cambio?
—¿Tienen la corona?
—No, pero sabemos dónde está. Podemos encontrarla para ti. Cosa que no te daremos sin una digna ofrenda. — Loana piensa en qué podría ofrecerles, pero no tiene nada. No se le ocurría nada. — ¿Y bien?
—No tengo nada que ofrecerles. — baja la mirada. — Pero sí puedo devolverles algo. — todas la miran con atención mientras se arranca dolorosamente la gema de su frente. — Aquí tienen. — avanza dos pasos y la deja en el suelo. — Esto era lo único que me conectaba con ustedes, con mi verdadero origen. Sin esto ya no tendré el poder de entrar a sus aguas y molestarlas más. Es lo que siempre han querido, ¿no?
Se vuelven a mirar entre sí.
—La aceptaremos por el valor del sacrificio. Si te has lastimado a ti misma para obtener esa corona es muy grande el problema que están enfrentando. Espero que las personas por la que lo acabas de hacer lo valoren tanto como nosotras. — la gema se evapora de su presencia.
—Y bien, ¿dónde está la corona? — insiste.
—Los guardianes del balance cósmico esparcieron sus perlas por los océanos. Pasaron a través de muchas aguas hasta llegar aquí, pero nunca había sido requerida hasta entonces.
—Bien ¿pueden entregármela?
—Por supuesto. — todas se mueven igual y al mismo tiempo mientras hacen un canto escalofriante que provoca una luz cegadora. Canto que hace que Ann se cubra los oídos y se queje de dolor. ¿Qué sucedía? Los hermanos Rutherford se preguntaban, sin saber qué hacer.
Aquellas ninfas desaparecieron, pero en su lugar, dejaron la corona que Ann tanto necesitaba. Era más ostentosa e intimidante de lo que la describían y el solo tocarla, le provocaba mucha inseguridad. Despierta. Aquella misma voz la hizo volver a despertar. Esta vez, fuera del lago con los demás.
—¡Loana! — se acercan a ella para ayudarla a levantarse. Estaba empapada y con una quemadura en lugar de su gema. — Dios, ¿qué pasó? ¿estás bien? — se preocupan por ella.
—Sí, estoy bien. Estoy bien. Solo necesito...respirar. — escupe agua y Ann no quita los ojos de la corona en sus manos.
—La recuperaste. — casi le cuesta creerlo.
—¿Y a qué precio? — Aaron sabía que había entregado su gema a cambio de la corona. — Espero que sepas agradecer su sacrificio.
—Querían algo a cambio, no tuve más opción. Aquí está. — se la entrega.
—Finalmente. — los ojos de Ann brillan al tenerla en sus manos.
—Loana ya hizo demasiado por hoy, espero que estés contenta. — Alan estaba enfadado.
—Esta causa también les conviene, no lo olviden.
—¿Y ahora qué? ¿Te pasearás con ella por todas partes?
—Por supuesto que no. Aún falta el grimorio y mi cuerpo. — la guarda en el baúl que han traído.
—Iremos por el grimorio al anochecer. Para entrar al vaticano debemos formar un buen plan si queremos salir con vida. — Aarón dice.
—Ustedes son los nietos del rey, nadie puede hacerles daño. No tienen que temer.
—Iré con ustedes. — dice Loana.
—De ninguna manera, te quedarás en uno de mis alcazares y descansarás. — Alan le ordena, colocándole su túnica para abrigarla del frío. — Y no vamos a discutir esto. — ya la conocía, y ella se resigna. En el fondo, aquel encuentro con su especie había sido agotador.
—Está bien, no iré con ustedes, pero al menos los ayudaré a formar el plan. Conozco muy bien el vaticano. — y eso sonaba más razonable para ellos.
El rey.
Tenía todo preparado para marcharse a Grecia en busca del cuerpo de Ann y para ello, se llevaría a Ana y a Jules consigo. Llevarían valijas con suficiente comida, agua, ropa y armamento para su estadía en aquel lugar. No llevaría a tanto soldados como de costumbre para pasar más desapercibidos
—¿Seguro que no quiere que lo acompañe señor? — Vittorio se le acerca.
—No. Te necesito aquí para que vigiles a todos de cerca. Volveremos dentro de un par de días.
—Navegar nos llevará como 15 o 20 días. Lo mismo para volver así que estaremos alrededor de 2 meses fuera de Francia. — Ana no estaba emocionada por el viaje.
—Puedo ayudar con el tiempo, quizás volvamos antes. — Jules está lista.
—Tengo todo lo que necesito, volveremos pronto. — pone la mano en su hombro y muy feliz se despide de todos, excepto de sus nietos, porque en el castillo no se encontraban. Asuntos de negocios con el reino de Grecia fue la excusa que dio para poder emprender el viaje sin levantar sospechas, aunque no sirvió de mucho con la reina que digamos.
Silas; aguas lejanas.
—¿Cuánto falta para llegar? — preguntaba a sus hombres mientras navegaban.
—Según los cálculos como en 10 días más señor.
—Bien, cada vez falta menos. — mira el horizonte. — Nunca debimos irnos.
—¿Cree que el Dios Mohat aun viva?
—Siempre vivirá, solo espero no llegar demasiado tarde. Debemos hacer que cumpla su propósito. — mira la marca triangular en su muñeca.
—¿Y qué hay de Loana?
—Se sabe cuidar muy bien, estoy seguro de que no nos necesita.
—¿Y si resulta que sí? Nosotros huimos, ella no. ¿Y si el rey la encontró? — todos en la tripulación murmuran.
—¡No tengo cabeza para preocuparme por eso ahora! — alza la voz. — Concentrémonos en llegar y cumpliremos nuestro trabajo. No dejaremos que el rey se salga con la suya y esta vez no vamos a huir. — estaba decidido a vengarse, aunque eso acabara con su vida.
Inglaterra.
Mucha celebración y baile después, la nueva reina de Inglaterra y el rey se quedaron a solas en el aposento real para llevar a cabo la consumación del matrimonio. Entre tensión y silencio, Odette no sabía qué hacer. No estaba dispuesta ni preparada para entregarse a alguien, mucho menos si del rey Enrique, después de todo lo que había hecho, se trataba.
—Puedes dormir tranquila, no pienso tocarte. — le dice mientras se desnuda frente a ella.
—¿Y debo agradecerle?
—Yo creo que deberías. Estoy en mi derecho de hacer lo que quiera contigo. Oficialmente eres mi esposa. — se coloca la túnica para dormir.
—Me secuestras y ahora dices que no me tocarás y piensas que debo estar agradecida contigo.
—No quiero discutir otra vez. Estoy cansado.
—¡Yo estoy cansada! Extraño a mi familia, a mis amigos y a mi país. ¿Qué fue lo que les hiciste?
—Ellos mataron a mi padre, fui piadoso porque hay algo más haciéndolos sufrir. Toda esa...oscuridad y brujería que tienen, será su fin.
—¿De qué estás hablando? — Odette no entendía.
—Ah sí, no te he contado esa parte, ¿verdad? — se acerca. — Esa noche, cuando comencé la segunda guerra algo más salió de las sombras. Nos atacó y muchos de nuestros guerreros murieron. No sé si logró sobrevivir, pero supongo que tuvo consecuencias. Algo muy malo está pasando con Francia. Deberías agradecer que te saqué de ahí. — intenta acariciar sus mejillas, pero ella se aparta.
—No. Si Francia corre peligro mi madre también y debería estar con ella, protegiéndola.
—Si quieres puedo enviar a mis guerreros por ella.
—¡No! No te acercarás a ella. — le alza la voz. — Pero al menos tengo que encontrar una manera de comunicarme. Enviarle sustento, ayuda quizás.
—Puedes hacerlo. Odette, eres la reina de una nueva nación. Una nación libre de maldad y brujería, no te estoy prohibiendo hacer lo que te gusta. Solo...te estoy brindado una nueva vida, una nueva oportunidad y ya me disculpé por hacerlo de la manera incorrecta. Lo demás, está en ti. — sus palabras la hacen recapacitar.
—¿Sabías que alguien me dio una daga para asesinarte? — su confesión lo deja atónito. — Sí, así es. Tienes un traidor entre tu gente. — le muestra la daga. — Tu reino no está tan libre de maldad después de todo. Pude hacerlo y decidí que no. Así que espero que lo tengas presente cuando quieras decirme lo que tengo que hacer. — le echa una mala mirada y se recuesta en la cama. Dejando al rey Enrique enojado y con muchas dudas.
Francia.
Con Loana, terminaban de crear el plan perfecto para entrar, tomar el grimorio y salir ilesos del vaticano. Pero sabían que no sería tan sencillo después de todo. El vaticano estaba construido encima de catacumbas y el grimorio estaba debajo. Por lo que tendrían que entrar por una alcantarilla y caminar a través de un túnel.
—Este plan parece más arriesgado que el anterior. ¿Cómo sabremos dónde está exactamente? — Aarón pregunta.
—Si es un libro tan poderoso debe estar en una de ellas, pero no será tan fácil saber en cuál. — Loana observa el mapa.
—¿Por qué?
—Porque los ancestros amaban los acertijos y seguramente todas ellas tienen algunos. Deben estar preparados.
—Bien, los resolveremos. Llevaremos a una "diosa" con nosotros ¿no? — Alan mira a Ann. — Será pan comido.
—Bien, tenemos todo claro de momento. Al caer la noche nos reuniremos en el pueblo y de ahí marcharemos. — Aarón recoge sus cosas y caminan hacia fuera para marcharse y dejar a Loana descansar.
—Alan... — Ann hace que el príncipe se detenga. — Sé que todo esto te afecta más de lo que puedes reconocer, pero...no soy una mala persona. Tendrás a Helen devuelta, solo....
—Necesitas tu vida devuelta. Lo sé. — completa sus palabras. — Solo que...no es justo que Helen sea quien tenga que pasar por esto. Ha perdido mucho ya.
—Nada es justo aquí.
—Solo dime que su vida volverá a la normalidad. Que volverá a ser ella misma.
—Alan, su vida jamás fue normal. Nació siendo la elegida, no hay manera de revertir eso. Pero sí puedo darle tranquilidad. Puedo quitarle esta responsabilidad.
—Es lo que más anhelo. Necesito que esto termine pronto, porque si no, me volveré loco. — Ann sabía que el príncipe estaba reprimiendo sus verdaderas e impulsivas emociones para salvar a Helen de aquella tortura, pero también sabía que tenerlo de enemigo, no era algo agradable para nadie.
Al caer la noche, empezarían con la última búsqueda.
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