3. El regreso de Tessa.

Después del largo recorrido, volvieron al castillo para la celebración. Bailarinas, invitados, banquetes, música, todo lo necesario para disfrutar. Todos los presentes eran de la realeza, ya que tampoco se permitía el acceso de pueblerinos al castillo a menos que fuera para ser parte de la servidumbre o ser castigados por algo. Las bailarinas hacen una hermosa danza para el príncipe mientras él come de los tantos postres y vinos que le han sido colocados a su alrededor.

Rato después, los invitados se marchan, quedándose el pabellón completamente vacío.

—¿Has disfrutado de tu cumpleaños? — Belmont le pregunta, sentado a su lado.

—Mucho. No tienes que hacer esto pero lo agradezco.

—Sí tengo que. Eres mi nieto. — golpea levemente su hombro. — Pero el día aún no termina aquí. — le hace señas a Vittorio y de inmediato, pasa a un grupo de jovencitas. — Todas a tu disposición. Elige a una o...a todas si quieres. — esboza una media sonrisa y Alan entiende a qué se refiere.

Observa con atención a cada una de ellas y elige a la que más nerviosa parece estar. No porque quiera tener intimidad, sino porque tiene otra cosa en mente.

—Creo que ya lo tengo claro. — la ve fijamente y cuando Vittorio la identifica, retira a todas las demás mientras unas siervas se llevan a la chica nerviosa a otra parte.

—Buena elección. — el rey bebe de su copa. — Por cierto, noté que algo te incomodó en nuestro viaje por el pueblo. Sabes que puedes contarme lo que sea, ¿cierto? Mandaría a la horca a cualquiera que te falte al respeto. — cambia de tema.

—No fue nada que me importe. — Alan responde. — Y no te preocupes, si algún día alguien me falta al respeto, yo mismo le cortaría el cuello. — esboza una media sonrisa y se levanta. — Si me disculpas, tengo otros asuntos. — el rey lo entiende, le asiente y el príncipe camina hasta otra de sus aposentos.

Rato después, las siervas le llevan a la chica que había escogido completamente cambiada, algo maquillada y mejor vestida. Alan la observa tranquilamente y respira profundo.

Y aún sigue muy nerviosa.

— ¿Cómo es tu nombre? — se le acerca.

— Claudia, señor. — dice sin mirarlo, con la cabeza agachada y temblando.

— ¿Por qué estás tan nerviosa?

— Porque... — tiene miedo de ser castigada por decir la verdad.

—Anda, dilo. No tengas miedo. — se sienta en la orilla de la cama.

—Mis padres me vendieron a su rey. Tenían muchas deudas y...los entiendo pero yo...no quería esto. No los creí capaz. — empieza a llorar. — Ahora no tengo más opción que hacer lo que usted quiera. — se seca las lágrimas.

—Pero... ¿acostarte conmigo es lo que quieres? — Claudia sigue con la cabeza agachada.

—Estoy segura de que usted es un deseo para cualquier mujer, incluso para mí pero mi sueño siempre ha sido ser desposada por alguien que me ame. — Alan frunce el ceño y pone los ojos en blancos. No es muy entusiasta de los temas románticos.

—Y efectivamente ese nunca seré yo. — el príncipe camina a su alrededor. — ¿Sabes qué? Hoy ya tuve un inusual día, así que tampoco tengo ganas, pero puede que te necesite para otras cosas. — Claudia está sorprendida.

—Pero señor...si no cumplo mi parte podrían matarme. — levanta la cabeza, está muy asustada.

—Nadie hará eso. Buscaré algún quehacer para ti dentro del castillo.

— Pero yo no quiero quedarme en este lugar, quiero regresar con mi familia y mis amigos, por favor. — le suplica.

—No puedo prometerte nada y no creo que el rey acepte tu libertad aunque se lo pida. Es la única manera en que puedo ayudarte, tú decides si la tomas o no. No suelo hacer esto con todo el mundo así que...aprovéchalo. — le explica hasta que entiende que no tiene más opciones.

—De acuerdo. Estaré eternamente agradecida con usted. — hace una reverencia.

—Quédate aquí por esta noche. Le diré a las siervas que mañana te busquen algún cargo que puedas hacer y si alguien pregunta, que lo dudo mucho, diles que estás bajo mis órdenes. — le aclara y se retira del aposento, dejando a Claudia muy contenta con su nueva e inesperada oportunidad.

Alan va hacia uno de los balcones y toma cerveza cuando rato después, Aarón llega de otras de sus aventuras nocturnas en el pueblo.

—¡Vaya! ¿Qué haces tú aquí? Pensé que estarías muy ocupado esta noche. — se sienta a su lado y empieza a beber con él.

—Estoy rompiendo un poco la monotonía. — da otro trago de su cerveza. — ¿Hasta cuándo vamos a ignorar lo que vimos? — cambia de tema.

— ¿A qué te refieres?

—La chica que me trajo esta noche no vino aquí por voluntad propia, sus padres se la vendieron al rey y hace 18 años vimos cómo tenía a cinco mujeres encadenadas en ese templo. ¿Cómo crees que debería tomarme eso?

—No lo hemos ignorado, hemos estado buscando en todos los lugares posibles y no hay nada. Es como si hubieran desaparecido. Quizás están muertas.

—Eran niñas, más grandes que nosotros evidentemente, así que la vejez no sería una opción. Estoy seguro que las asesinó o las volvió a esconder en otro sitio. — mira a su alrededor para asegurarse de que nadie los estén escuchando. — Pero la pregunta aquí es... ¿por qué? ¿por qué las tendría encerradas así? ¿por qué las ocultaba?

—Es algo que nunca supimos y me parece que nunca sabremos.

—¿Ya te darás por vencido?

—No pero no pararé mi vida por algo de lo que todavía no tengo idea, Alan. Han pasado demasiados años, el abuelo en ese entonces era otra persona. Si aparece algo nuevo sabes que puedes contar conmigo pero de lo contrario seguiré buscándole un propósito a mi vida. — Alan pone los ojos en blanco. — Quizás debas hacer lo mismo. — Aarón se levanta y va a su aposento para descansar mientras que el príncipe, aunque reconozca que puede tener razón, no se quedará tranquilo hasta encontrar la verdad, si bien no sirva de nada.

En el pueblo.

Helen recibió miles de reclamos de toda su familia por haber mirado al príncipe de tal forma pero no se arrepentía de todos modos. Dejó claro que lo volvería a hacer cientos de veces más de ser necesario. No es de las que agachan la cabeza ante los tiranos. Lo mejor de todo fue que él también la vio y con eso le hizo entender que alguien en el pueblo no aplaude su insolencia. Al menos eso ella cree.

Para evitar más discusiones con su familia, sale de casa a tomar aire fresco y así relajarse. Se sienta sobre un banco del vecindario y mira hacia las estrellas mientras el viento sopla en su dirección, haciendo que una hoja de árbol se quede atascado en el escote de su vestido. El que por inercia se quita de inmediato. Cuando observa al suelo tratando de aclarar sus pensamientos, nota que la hoja que ha tirado...es verde. Algo muy inusual. ¿Significa eso lo que está pensando? ¿De dónde ha venido?

Se agacha, la toma en sus manos y camina a la dirección de donde viene parte del viento.

Toma un farol y se acerca. Todo está muy oscuro y le está dando miedo aproximarse a algo que no conoce. Cuando llega al límite, un viento muy frío le da escalofríos y al alumbrar el suelo, ve lo que nunca creyó: césped verde. Estaba pisando césped verde por primera vez, ya que mucho antes de nacer, nada volvía a florecer en Francia. Lo toca con sus manos para verificar que fuese real y provoca una enorme sonrisa en su rostro. Significa que los cuentos que sus padres o que los vecinos le habían dicho sobre que estaban malditos por la última guerra en el campo de los condenados, había terminado. Mientras que la verdad, es muy distinta. ¿Era esto un milagro o solo una señal de que algo mucho peor está por llegar?

Al día siguiente, Helen llevó la noticia a su familia y junto con un grupo, fueron a verlo con sus propios ojos. Unos dicen que finalmente estaban libres de la maldición, otros que era un regalo divino y otros no se confiaban del todo. El césped verde seguía esparciéndose pero aún no tenían claro sí podían cultivar en las tierras, por lo que la noticia llegó a oídos del reino. A oídos del rey.

—¿Cómo es posible? — Belmont da vueltas alrededor de su trono con mucha angustia.

—Nadie lo sabe pero sigue esparciéndose. Todos los campos están volviendo a prosperar. — Vittorio dice.

—¿Qué está saliendo mal? — el rey se pregunta.

—Disculpen, pero ¿no deberíamos estar contentos con esta noticia? Nuestras tierras están recuperándose después de tantos años, creo que es una buena señal. — inquiere el coronel Cristóbal. Belmont mira a Vittorio y entre ellos entienden que Cristóbal no está al tanto de esa parte de la historia, no sabe que el verdadero responsable de dicha maldición era el rey.

—Claro, por supuesto. Es solo que...me resulta un tanto extraño. — Belmont se calma y se sienta en el trono. Después de un silencio incómodo, el coronel se retira porque tiene mucho trabajo que hacer y los deja solos.

—Investiga dónde más está pasando esto y hagan pruebas de cosechas para saber si las tierras son fértiles. — el rey le ordena.

—¿Y qué pasará si resulta que sí, señor?

—Haremos lo que sea más conveniente, pero que nadie se entere de esto, ¿entendido?

—Entendido, señor. — Vittorio responde y se retira.

En el pueblo.

Tras la emoción de saber que no están tan perdidos después de todo, cada uno vuelve a su labor. Benjamín como de costumbre, se ha ido muy temprano al trabajo junto a Jason, quien ya llegó a la edad de poder trabajar como obrero y eso deja a Helen más tranquila, ya sabe que estarán a salvo mientras estén juntos. María, Lucas y Helen van a la panadería para empezar la labor del día. Lucas es el repartidor, puesto a que lleva enormes cajas llenas de pan y demás hasta los encargos de la nobleza. Le pagan muy bien y la mayoría de las veces siempre recibe propina. Es algo que disfruta. Helen ayuda a prepararlos y a venderlos por las calles mientras da los buenos días. Se le da muy bien. Además, son los mejores y únicos panes de calidad.

Luego de un largo recorrido, camina hasta el lago para mojarse un poco los pies y refrescarse. Allí todavía todo estaba marchito, así que excepto por la cascada del lago, las vistas no eran muy bonitas que digamos. Empieza a jugar con el agua en sus pies hasta que una mariposa muy azul vuela cerca de ella.

¿Qué es? Tampoco había visto alguna antes pero sí sabía de su existencia.

Como se dirige hacia el bosque, Helen no evita hacerle caso a su curiosidad y seguirla lo más que puede. ¿A dónde va? Es lo que se pregunta mientras la sigue y es respondida al detenerse frente a un árbol gigante que en vez de tener muchas hojas verdes, tiene muchas mariposas azules. La hierba debajo también está verdosa hasta cierto límite en forma circular y aunque no entiende cómo es posible, le parece hermoso.

Intenta acercar su mano y una de las mariposas se acomoda en su dedo como si la conociera, como si supiera que no le haría daño y tuvieran alguna especie de conexión.

—¡Qué maravilla! — dice con una sonrisa. La mariposa vuela de regreso con las demás y muchas voces polifónicas comienzan a sonar. Es un idioma distinto así que Helen no puede entender. Se escuchan como ecos lejanos pero cerca a la vez y la aturde un poco. ¿Qué sucede? Un extraño símbolo en el tronco del árbol llama su atención y cuando coloca su mano en él, todo explota pero lentamente. Las mariposas intentan lejos volar pero se queman en el proceso, la tierra comienza a abrirse de una extraña manera, provocando un sonido muy escalofriante y tiene breves visiones de 6 mujeres con ojos brillantes mirándola fijamente.

—¡Helen! — Lucas la llama, regresándola a la realidad. — ¿Qué haces? — frunce el ceño. Helen muy desconcertada mira a su alrededor y ya no hay nada. Todo lo que había visto hace poco, desapareció.

—Aquí...había un árbol y... muchas mariposas. — le da la vuelta al tronco seco.

—¿Qué? — Lucas se ríe. — Creo que encontrar esa hierba verde te hizo daño. No puedes entrar al bosque sola, es muy peligroso. Ven, vamos. Nuestra madre, como siempre, me envió a buscarte. Sabe que siempre te pierdes.

—Me sé el camino a casa, no necesito que vengan a buscarme. — le reprocha, salen del bosque y recoge su canasta. Algo dentro de ella le asegura que lo que ha visto, es real. Pero ¿qué significa? ¿Por qué es la única que parece verlo de momento?

En la mansión de los Robledo.

Después de unas vacaciones, Turquesa, la hermosa hija de Josefina y el comendador regresa a su hogar con mucha indumentaria y joyas extranjeras. Sus padres están muy contentos de verla luego de tanto tiempo.

— No puedo creer que te hayas perdido el día más importante del reino, el cumpleaños del príncipe Alan. ¿Por qué no llegaste antes? — le dice Josefina mientras toman el té.

—El lugar estaba hermoso, no tenía ganas de irme. De igual forma no sé qué es lo que quieres lograr con nosotros. La última vez que lo vi estaba obeso y demacrado. No es el hombre que busco, madre. Además, creo que nunca se fijará en mí, es muy egocéntrico. — dice. Creció jugando con Aarón y Alan pero la última imagen que tiene de ellos es de cuando estaban adolescentes.

—Eso fue hace años, ahora ya es todo un adulto, apuesto, inteligente y sobre todo, muy rico. — Josefina ha estado obsesionada con el tema de casar a su hija con el futuro rey de Francia para asegurar su fortuna y tener más posición dentro de la realeza.

—¿Y qué se supone que deba hacer? — pregunta.

—Iremos al castillo para que lo felicites tú misma y te disculpes por no estar presente. Tengo el regalo perfecto para recompensar la ausencia. — dice emocionada, mostrándole un cofre de bronce con muchas cadenas, relojes y anillos de oro dentro.

—No creo que haya echado de menos mi presencia pero haré el intento. — Turquesa toma el cofre en sus manos.

—Harás que caiga a tus pies, estoy muy segura de eso. Mira nada más que hermosa estás. — acaricia los risos de su rubio cabello. — Alístate, ponte el mejor vestido que tengas y nos iremos de inmediato. — Turquesa no tiene de otra que hacer lo que su madre le dice. Sube a sus aposentos, se da una ducha y se coloca uno de sus mejores vestidos. A pesar de que no tiene el más mínimo interés de conquistarlo, es muy sofisticada y siempre le gusta verse bien, sobre todo si visitará el castillo real.

Luego de muchas carreteras recorridas en carroza, finalmente llegan al gran castillo Rutherford. Era más grande que incluso el mismo pueblo y de entrada tenían un largo camino rodeado de guerreros, cuervos y una enorme fuente de agua. Justo cuando uno de los guardias les pide que se presenten para saber quiénes son, Gertrudis se acerca diciéndole que ellas podían pasar cuando quisieran. Está muy contenta de verlas de nuevo, así que las deja pasar y comen de lo que le han servido.

—¿Qué tal tu viaje? ¿Algún príncipe ha conquistado tu corazón? — Gertrudis pregunta, después de abrazar muchas veces a su ahijada.

—No, aún no y el viaje fue maravilloso. Lo disfruté mucho.

—Hablando de príncipes, le he dicho que ya es tiempo de ir buscando opciones para definir su futuro. Me preguntaba si usted conocía alguno. — Josefina comenta, aprovechando el tema de conversación.

—Hay muchos príncipes en la nobleza, si quieres puedo organizar un evento para que los puedas conocer.

—No creo que sea necesario. Pensarán que Turquesa está desesperada por conseguir marido y no quiero eso. Dañaría su reputación.

—Es cierto, tienes razón. Me disculpo.

—Descuide. — Josefina sonríe. — ¿Y sus hijos dónde están? Sería bonito que vinieran a saludar. — justo cuando pregunta, Alan cruza uno de los portones y Gertrudis lo llama para que se acerque y salude.

Turquesa queda embelesada al ver al príncipe tan diferente. No esperaba que de obeso pasara a ser todo un hombre guapo, alto y bien fornido. Mientras más se acerca, menos puede articular las palabras. Está consumida por su belleza.

—Hola Tessa. — le dice. Nunca le gustó llamarla Turquesa, así que ese fue el apodo que Aarón y Alan le pusieron.

—Hola, príncipe Alan. — hace una reverencia.

—Bueno, supongo que tienen que ponerse al día con muchas cosas. ¿Qué te parece si la sacas a pasear, querido? — Gertrudis lo incita, por lo que Alan no se puede negar.

—Por supuesto. — le extiende su mano y juntos dan un recorrido por todo el castillo. — ¿Te sucede algo? — le pregunta, al notar su constante expresión de sorpresa.

—No, es solo que...estás muy diferente que hace años. — sonríe.

—El entrenamiento de espadas me ayudó a bajar de peso y mantenerme en forma. Me alegra que lo notes. — también le sonríe.

—Creo que cualquiera lo notaría. — parece que el plan de su madre no le parece tan descabellado después de todo. Para Turquesa el físico y el estatus social de alguien siempre ha sido muy importante. Y ahora que siente que puede tener al futuro rey de Francia comiendo de su mano, es una oportunidad que no dejará pasar.

— ¿Y qué has estado haciendo en todo este tiempo? — pregunta.

—No mucho. Voy a clases de vez en cuando, compro cosas que llamen mi atención y hago planes para conocer el mundo. ¿Y tú?

—Las cosas han cambiado mucho por aquí. Por lo que dice el abuelo pronto seré el próximo rey y estoy lidiando con ello.

—¿No crees que puedas ser un buen rey?

—Estoy muy seguro de que seré el mejor, pero antes de eso necesito resolver muchas cosas.

—¿Cómo cuáles? — Turquesa está intrigada.

—Prefiero reservármelas.

—Claro, lo comprendo. — siguen caminando.

—Qué bueno que estás devuelta. Aarón estará muy contento de volver a verte. — Turquesa sonríe y siguen su paseo un rato más mientras se ponen al día con sus vidas.

En el pueblo.

Después de un nuevo día de quehaceres y mucho trabajo, Helen trata de olvidar lo que vio en aquel bosque. Una parte en su interior le decía que había sido real, como una señal, pero su lado más consciente consideraba que olvidarlo sería lo mejor. Quizás solo fue el resultado de una semana llena de estrés.

Los guerreros del rey, dentro de ellos Vittorio, habían registrado todos los campos para hacer las examinaciones que Belmont les había pedido. Plantaron trigo para saber si daban resultados en unas semanas o no, ahí sabrían si las tierras después de tantos años volvieron a ser fértiles.

Helen pasa por la tienda de la modista del pueblo y le sorprende ver a Odette, una de sus mejores amigas allí. Había salido del pueblo con su familia por un tiempo y le sorprende que haya regresado tan pronto.

—¿Odette?

—¡Helen! — se alegran de verse y se abrazan fuertemente.

—No sabía que habías regresado. ¿Por qué no me dijiste nada?

—Apenas regresamos anoche. Fue un viaje muy largo. Te recuerdo que la tinta para los vestidos no es fácil de conseguir por aquí, así que tuvimos que viajar para conseguirlas en otra parte. — la deja pasar a la tienda y se sientan.

—¿Y Ross? ¿Dónde está tu madre? — Helen pregunta al notar su ausencia.

—Está entregando algunos encargos en el reino pero regresará pronto.

—Podía decirle a mi hermano, él los habría llevado.

—No te preocupes. Cuando se trata de visitar el castillo real siempre prefiere hacerlo ella misma.

—Entiendo. — Odette era una hermosa jovencita de la misma edad de Helen. De piel oscura, ojos negros y de cabello corto. Al igual que ella, también tenía carácter pero era más de soñar con casarse con un príncipe azul que de destruir a todo el reino como Helen.

—Y dime, ¿finalmente algún plebeyo o algún príncipe que llame tu atención? — Odette cambia de tema.

—No, ninguno. Todos son unos... crapulosos.

—¿Por qué eres tan pesimista? Ya estamos en edad de ir buscando a nuestros esposos o nos tacharán de solteronas y nadie nos querrá. — para Odette seguir las normas sociales era muy importante.

—Por mí que lo hagan, no me interesa.

—¿Sigues con esos planes de convertirte en una guerrera, armar tu propio equipo y quemar el castillo? — se ríe porque piensa que es imposible.

—Tengo esperanzas pero tampoco estoy muy segura.

—Tienes que ver la vida con más color, Helen.

—Me lo dices cuando literalmente todo está marchito por aquí.

—¿Sabes? En el viaje pude confirmar que las leyendas son ciertas. En todas partes hay áreas verdes, flores y árboles menos aquí. Es muy extraño ¿no te parece?

—Sí pero hace dos noches descubrí que nuestras tierras están volviendo a prosperar. La noticia corrió y los guerreros del rey las están examinando.

—¿De verdad? — está sorprendida.

—Sí. También tuve una...extraña visión cuando entré en el bosque del lago. — sabe que quizás no le crea al igual que Lucas pero necesitaba contárselo a alguien más.

—¿Qué tipo de visión?

—Pues...era un árbol pero en vez de hojas tenía mariposas azules y luego...no sé, todo comenzó a destruirse. — Odette frunce el ceño.

—Eso sí es muy raro pero quizás no signifique nada, así que no te preocupes. Dicen que el bosque está infestado por la energía de brujas y paganos, quizás tocaste algo envenenado y tuviste estas visiones.

—Quizás tengas razón. — Helen comienza a considerarlo.

En el castillo.

Alan aprovecha que todos están cenando para poder entrar en aquel templo oculto sigilosamente. Cuando cruza los portones y los cierra al entrar, empieza a buscar lo que sea que le sirva como pista pero no encuentra nada más que muchos papiros sin aparente importancia. Por muchos años ha intentado descubrir la verdad de aquella noche pero le ha sido muy difícil. El rey parece saber lo que hace para que nadie lo descubra.

—Nada puede salir mal, asegúrense de que nadie los vea. — escucha la voz de Vittorio en los pasillos y se acerca detrás de los portones para poder escuchar mejor. Los abre un poco y llega a ver cómo uno de ellos lleva un recipiente de sustancia química en sus manos.

¿Para qué es? ¿A dónde lo llevarán?

Cuando se van, Alan les da una última revisada a los papiros y por suerte, encuentra lo que parece ser el nombre de una chica: Sylvie. Y como no tiene ni idea de quién podría ser, piensa en alguien que quizás conozca más sobre el pueblo que cualquiera: Claudia. Así que va hasta la cocina y les pide a todos retirarse para estar a solas con ella.

—Mi señor, quiero agradecerle una vez más por su hospitalidad. Me han tratado muy bien aquí.

—Descuida, no agradezcas pero ahora necesito un pequeño favor.

—Dígame para qué soy buena, mi señor. — está dispuesta a ayudarlo incondicionalmente.

—Estoy investigando algo y este nombre es la primera pista que tengo. — muestra el trozo de papiro donde está escrito Sylvie aunque no sepa leerlo. — ¿Tengo entendido que vienes del pueblo, no?

—Así es señor.

—¿De casualidad conoces a alguna Sylvie? — se queda pensándolo por unos segundos.

—No me suena ninguna Sylvie pero...pensándolo mejor, sí llegué a oír sobre una familia que tenía una hija con ese nombre. Venían de otra ciudad por invitación del rey pero nunca volvieron a ser vistos. — esto aumenta las sospechas de Alan.

—¿Y sabes dónde podría encontrar más información?

—No lo sé, quizás yendo al pueblo. Podría encontrar a alguien que le pueda decir más. — es lo que piensa hacer esta misma noche aunque no acostumbre a acudir a ese lugar con frecuencia. — Pero ¿puedo saber por qué le interesa, mi señor? — Claudia tiene curiosidad.

—Se me hace que el rey oculta algo y esta chica está metida en ello. No tengo la certeza pero es lo que quiero averiguar. — Claudia le inspira confianza, por eso le cuenta.

—Entonces puede contar conmigo con lo que necesite, mi lord. — hace otra reverencia y antes de que se marche, lo llama. — Ya que va al pueblo, me gustaría saber si pedirle que le entregue algo a mi familia sería mucho.

—¿De qué se trata? — Alan frunce el ceño y Claudia saca una bolsa de su vestido.

—Son algunas monedas que pude conseguir. — toma la bolsa.

—¿No crees que ya tengan suficiente al venderte?

—Sigue siendo mi familia. — al príncipe le parece injusto pero si es su deseo, enviará a sus guerreros de confianza hasta su casa para entregarles las monedas en su lugar. Él tiene otras cosas de las qué preocuparse.

En el pueblo.

Parecía ser una noche tranquila hasta que comienzan a escucharse los gritos. Helen y toda su familia también salen y ven cómo los campos que le devolvieron la esperanza están en llamas. Desesperadamente, buscan cubos llenos de agua para tratar de apagarlo pero se expande cada vez más y nadie parece saber qué ha sido el causante. Jamás había pasado algo similar, ya que todos son muy cuidadosos con sus tierras.

Mientras Helen observa el fuego, vuelve a tener las mismas visiones del árbol en el bosque y la paraliza por unos segundos hasta que Jason, muy preocupado, la aleja de las llamas. Poco después, los guerreros del rey, dentro de ellos Vittorio, llegan para extinguir el fuego con más apresuramiento y luego de un largo rato, lo logran.

Nada se pudo salvar. Todo quedó incinerado.

—¿Dónde está el líder de los obreros? — pregunta Vittorio y Benjamín da un paso hacia delante. — ¿Dónde se supone que estabas para evitar que esto sucediera?

—Estaba en mi casa descansando como todos los demás. — le contesta con mucho respeto.

—Pero el rey no te designó como líder para que descansaras, sino para evitar que cosas como estas pasen. — Vittorio está muy enojado. — ¿Qué provocó el fuego?

—Nadie lo sabe aún.

—Pero debe haber un responsable ¿no? ¿A quién de ustedes debería castigar por esto? — saca su látigo.

—No se debería castigar a nadie hasta que no se sepa la causa del incendio. — dice Jason y todos los pueblerinos están de acuerdo, pero Vittorio no.

—¿Cuánto se tardarían en descubrirlo? Fácilmente le daríamos ventaja de que escape o encuentre la manera de limpiarse las manos. Así que de momento el que no hizo debidamente su trabajo, debe ser castigado.

—¿Por qué quemaríamos nuestros propios campos? A nadie les importarían más que a nosotros. — dice otro de ellos y todos lo apoyan.

— ¿Y qué insinúas? ¿Qué hemos sido nosotros? — Vittorio mira al pueblerino.

—En estos tiempos ya no se sabe en quién confiar. — Benjamín le responde, levantando la mirada. Lo que hace enojar a Vittorio y lo hala para empezar a golpearlo pero Helen interviene.

—¡No dejaré que haga esto, es una injusticia! — se coloca delante de su padre. Está muy furiosa.

—Apártate, mocosa.

—¡No lo haré! — se mantiene firme como un escudo y sin miedo a lo que pueda pasarle.

—Quítate o también serás castigada. — la amenaza.

—Hágalo. — sigue muy segura de su decisión y antes de que Vittorio pueda golpearla, le pega fuertemente en la cara con una roca filosa que con anterioridad había tomado. Lo que deja a todos impresionados, incluyendo a los demás guerreros.

Vittorio pasa los dedos debajo de su naríz y cuando mira la sangre, sonríe y se enfurece aún más.

—Pagarás muy caro por esto. — Jason y Lucas intentan protegerla pero los demás guerreros los apartan. Sin que pueda defenderse, la sostiene fuertemente del brazo y la lanza contra el suelo. — Ahora sabrás quién manda aquí. — le echa un último vistazo a su látigo y alza su mano para empezar a azotarla.

—¡Suficiente! — la voz del príncipe Alan detrás de él lo detiene instantáneamente. Todos los pueblerinos murmuran con alegría y sorpresa por la repentina llegada de su futuro rey. Helen cierra los ojos y respira profundo, tratando de controlar su miedo. Estuvo a punto de desfigurarle la espalda con esos latigazos que gracias al príncipe, ya no tendrá. 

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