28. El gran casamiento.

Día siguiente.

Un nuevo día en Francia, pero no uno cualquiera. Todos se levantaron horas antes para empezar a preparar el gran casamiento real entre el príncipe y Helen. La princesa Gertrudis, sin poder conciliar el sueño haciendo una lista de cosas que hacían falta, envió a sus organizadoras a buscar todos los materiales y decorativos que había encargado. Empezaron a mover arcos, flores importadas de otros países, cortinas y demás hasta el pabellón real, donde realizaban todas las actividades importantes de la realeza.

La mucama entra con todas las siervas a los aposentos de Helen pero se sorprende al verla levantada y completamente lista para un nuevo día. Sin saber qué decirle y asimilando la situación, la mucama observa lo organizada que estaba la habitación.

—Oh, sí ya sé. Sabía que este día iba ser agotador así que me ahorré dos horas de sufrimiento. — Helen se acomoda los guantes. — Las dos o tal vez más horas que iban a tardar aseándome, peinándome y alistándome para este día, los invertí y me les adelanté. Tengo cosas que hacer y solo así no tendrán excusas para detenerme.

—Pero niña, debes...

—Debo salir por esa puerta ahora. Hay una carroza esperándome, tengo algo que resolver. — la interrumpe. — Cuando regrese seré toda suya.

—Debió de anticiparme esto, ya tenemos toda una agenda preparada que debe llevarse a cabo. En cuanto regrese debe....

—En cuanto regrese tengo un desayuno. — vuelve a interrumpirla. — Tengo un desayuno con...el príncipe. Mi prometido. — dice lo primero que se lo ocurre para escapar de ella. — Y como entenderá, no debo hacer esperar al próximo rey de Francia. — la mucama traga profundo. — Ahora, si me permite. — los siervos se hacen a un lado para dejarla salir y lo hace con una sonrisa de victoria.

Al salir, sus hermanos estaban esperándola delante de una carroza.

—Hasta que sales, estaba a punto de entrar a buscarte. — Lucas le dice.

—Lucas, no tienes que venir. Podemos hacer esto.

—Por supuesto que quiero ir. No creo que a estas alturas algo me asuste más. — está muy decidido.

—Llevo algunas ballestas. Pude sacarlas del armamento de Max. Debemos darnos prisa. — Jason las muestra.

—Sí, vámonos antes de que alguien quiera detenernos. — suben a la carroza y emprenden la ruta hasta el campo de los condenados, donde más respuestas esperan encontrar.

Alan.

Sin suficiente drama para empezar el día, el coronel Cristóbal convoca una reunión con sus hijos para tener una charla de padre a hijos hasta asegurarse de que entiendan la importancia de tener una buena convivencia entre hermanos, más en un día como este. Pero la verdad es que ya habían arreglado sus diferencias anoche, cuando se confesaron sus miedos.

Cuando culminan la plática, Alan se prueba varios trajes especiales que habían confeccionado para él. Todos les quedaban de maravilla, pero el negro con detalles bañados en plata superaba las expectativas. Los colores siempre eran los mismos, pero cada vestuario tenía algo diferente que el anterior. Cuando los costureros terminan con él, aprovecha el espacio a solas para visitar a su abuelo en el trono, quien leía y observaba mapas con una lupa en manos. 

Parecía muy concentrado.

—Su majestad: el príncipe Alan. — los guardias lo anuncian.

—Alan; qué gusto verte aquí. — deja todo lo que hace a un lado.

—Sí, lo noto. De hecho, me he percatado de lo repentinamente feliz que estás con este compromiso. Al cual te oponías en primer momento. — cruza sus manos por la espalda.

—Todos podemos cambiar de opinión. Solo estoy confiando en tus decisiones.

—¿Y sabes qué es lo que más odio en el mundo? Las mentiras. — lo mira fijamente. — Ya sé toda la verdad. Siempre lo supe, de hecho. Pero a veces genuinamente te daba un voto de confianza para pensar que no eres tan cruel como realmente lo eres.

—Hay una razón. Detrás de todo siempre la hay. 

—Una que es injustificable. — alza la voz, pero logra calmarse rápidamente. — ¿Qué quieres con Helen? ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones? Porque sé que las hay.

—Solo estoy feliz por ti. Supiste escoger muy bien. Ella es perfecta para esto.

—Perfecta para cumplir tus horribles planes. Porque eso es lo que realmente quieres, ¿no? — se acercan. — Quieres usarla como a las demás. ¿No era lo que tanto te faltaba para completar tu demencia?

—¿Usarla como a las demás? — el rey frunce el ceño. ¿Qué tanto su nieto sabía sobre sus planes? — No puedes hacer preguntas cuyas respuestas jamás entenderías.

—Oh, yo creo que sí las entiendo, pero no estoy de acuerdo. Nunca lo estuve. — la incertidumbre del rey era tangible. — Sabíamos de tu enfermiza colección de jovencitas inocentes y no tienes idea de lo angustioso que es crecer con esa impotencia en el corazón. Saber que algo está mal y no tener el poder de hacer algo al respecto...porque tú eres el rey.

—¿De qué estás hablando, Alan?

—Te vimos, Aarón y yo, hace 18 años. Éramos apenas unos niños, no entendíamos, pero aun así, sabíamos que algo estaba mal. — el rey se relaja. — ¿Ahora entiendes mi desprecio? — los ojos del rey se llenaron de lágrimas.

—Todo lo que...

—"Todo lo que haces es para protegernos". Sí, ya he escuchado eso demasiadas veces. — lo interrumpe. — Pero no te das cuenta de que todo lo que nos pone es riesgo, lo has creado tú. Tú provocaste al rey Enrique al asesinar a su padre primero en aquella guerra, tú condenaste a Francia a su sequía por usar demasiadas fuerzas que no conoces y esa..."criatura negra" que describes, está aquí porque tú liberaste una maldición que no nos correspondía en primer lugar. Todo está pasando porque tú te obsesionaste con esto.

—Iba a pasar de todos modos.

—¡No! Porque si no te hubieses enfocado en seguir una maldita profecía, hoy siete mujeres no tendrían estos poderes. Esa criatura no estaría asechándonos desde la oscuridad y todos viviríamos una vida normal. Sí, quizás con guerras, pérdidas, etapas difíciles y cualquier situación complicada que en los reinos se pasa, pero no con todo esto. — Alan desata los nudos en su garganta que desde pequeño estuvo reteniendo.

—Pero iba a pasar. Si no fuera yo, alguien más iba a seguirla. Quien sabe de qué país, pero...qué mejor que nosotros. Porque digas lo que digas, yo sí pude encontrarlas...a todas. Y ahora ellas nos protegerán de todo el mal que se nos venga encima.

—¿Y ya? ¿Eso es todo por lo que gastaste más de la mitad de tu vida?

—Después.... reclamaré lo que aún no se me ha concedido.

—¿Y después qué? ¿Piensas reinar por siempre? ¿Por qué empeñarte en asegurarte de que esté preparado para reinar?

—Viviendo por siempre jamás permitiría que pasaras por lo que yo pasé.

—Pero no es tu decisión. Es la nuestra. No puedes alterar el mundo solo por beneficio propio, porque ninguno de nosotros te pedimos esto. — el rey agacha la cabeza, porque sabe que su nieto tiene razón. — Una vida es plena cuando nadie intenta tomar decisiones por ti. Cuando la vives a tu manera y no hay criaturas de las que debamos temer por el esto de nuestras vidas. Eso...es... vivir. — deja al rey en silencio. — Y ya te advierto que con Helen no harás lo mismo que con las demás.

—Alan...

—Es mi prometida y dentro de poco mi esposa. Así que, si intentas hacerle daño, tendrás que matarme primero. — lo interrumpe y le advierte.

—Si no te he matado aun es porque tengo esperanza de que puedas entender todo lo que hago. — se molesta y se acerca a él. — Y como tu rey te exijo que cuides tus palabras.

—¿Que cuide mis palabras? No mereces tener una familia como esta siquiera. El peor error de la abuela fue aceptarte como su esposo. — le dice sin piedad alguna.

—¿Cómo te atreves? — la rabia invade a Belmont e intenta golpear al príncipe, pero este ágilmente, detiene su puño en su mano con mucha fuerza.

—Ya no soy el mismo niño de antes y lo sabes. Así que será mejor que cuides tus movimientos. — el rey estaba impresionado por su fuerza, pero aunque quisiera vencerle, la peste en su cuerpo le provoca fuertes mareos hasta que no puede mantenerse de pie. Sin aplicar la fuerza, Belmont se desploma en los brazos de su nieto. Quien no puede evitar sujetarlo con mucha fuerza para que no se lastime en el suelo. — ¡Hey! ¿Qué te sucede? — se preocupa.

—No es nada, estoy bien. — miente, pero sin creerle, Alan puede ver aquellos inusuales movimientos en el cuello del rey.

—¿Qué es esto? ¿Qué tienes ahí? — hala su camisón hasta verlo completamente. La mancha seguía esparciéndose cada vez más y Belmont parecía tener menos tiempo. —¿Qué demonios es esto?

—Es él. Me marcó con su peste. No me queda mucho tiempo. — contesta tranquilamente mientras se pone nuevamente de pie con dificultad.

—¿Por eso apresuraste la boda? — ahora todo tenía más sentido para Alan. — ¿Creías que no llegarías con vida? — el silencio del rey era suficiente respuesta. — Estás perdiendo lo que tanto luchaste por conservar. — se aparta. — La vida. Y solo espero por primera vez sepas que hacer con lo poco que te queda.

—¿Estarías más tranquilo verdad? Si muero. — el rey pregunta de repente.

—Que mueras es lo más normal que podría suceder, pero eso no significa que provoque ningún sentimiento positivo en mí. ¿Y sabes por qué? Porque yo sí velo por mi familia. Yo si tengo intenciones de protegerla de verdad.

Belmont agacha la cabeza.

—¿Y cómo piensas hacer eso? ¿Con tu futura esposa? — se sienta en el trono.

—Helen será mi esposa, no mi armamento. — le aclara. — Y no dejaré que nadie la use para beneficio propio. — Belmont sabía que era una advertencia para él. — Ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer. — ladea la cabeza y camina hacia la salida, encontrándose de frente con Vittorio. Quien hace una breve reverencia al verlo.

—Consíguele un médico a tu rey, se siente mal. — le dice rápidamente y sale sin más, dejando a Vittorio muy preocupado.

En Inglaterra.

Luego del rey Enrique darle detalles a Odette de lo que pasó y cómo pudo escapar, su desprecio incrementaba cada vez más. Pasó toda la noche llorando, extrañando y preocupándose por su gente en Francia, pero al salir el sol, entendió que podía tener un poder para protegerlos de algún modo. Enrique no quería hacerle daño físicamente (aunque de otra manera ya lo había hecho) y al parecer quería convertirla en su esposa. En la reina de Inglaterra.

La ama de llaves junto a otros sirvientes, la despertaron temprano para asearla, vestirla y peinarla para un desayuno con el rey. Llevaba un hermoso vestido rojo carmesí con joyas bañadas en oro. Su cabello lucía espectacular y el ligero toque de maquillaje en su rostro la hacía ver deslumbrante. Al sentarse en la mesa con el rey, no dejaba de mirarla expectante.

—Te ves aún más hermosa esta mañana.

—No tengo ganas de escuchar elogios hoy. — dice, cortante.

—Pero tendrás que soportarlos, porque los escucharás siempre. — Odette se queda en silencio. — Sé que traerte aquí sin tu previo consentimiento no tiene justificación. Y sé que me odias justo ahora, pero...algún día dejarás de hacerlo.

—Estás enfermo.

—Estoy enamorado. Jamás había deseado casarme con alguien hasta que te conocí. Y la razón por la que hice esto es porque sabía que después de la guerra que provoqué jamás nos volveríamos a ver. Esta era la única forma de asegurarme de que estuvieras aquí conmigo. — intenta tocar su mano por encima de la mesa, pero ella la aparta. — Lo quieras o no ya estás aquí, nadie vendrá a rescatarte y serás mi esposa. Será más fácil si empiezas a aceptarlo.

—Tienes razón, si pudiste sacarme de mi país sin mi permiso ni el de mi rey, entonces estoy bajo tu merced. Pero si no quieres convertirme en una más de tus amantes sino en tu reina, en la reina de esta nación y otorgarme del poder que dicho lugar me concederá, debes estar preparado.

—¿Preparado para qué?

—Para el infierno que te haré pasar en tu propio reino. — lo mira a los ojos fijamente, desafiándolo. — Así que ahora tienes dos opciones: matarme o firmar tu sentencia de sufrimiento.

En Francia, campo de los condenados.

Luego de un largo recorrido, los hermanos Laurent finalmente llegan a su destino. Jamás habían estado allí y era aún más aterrador verlo de cerca que los cuentos que escuchaban.

—Este lugar huele a mierda. — Lucas comenta. — Da mucho miedo.

—Ha muerto mucha gente aquí. Según el rey, de esta tierra emergió esa cosa. — Helen se acerca.

—¡Espera! ¿Y si vuelve a salir? — Lucas y Jason la siguen, asustados.

—Entonces sabré si soy tan poderosa como todos dicen. — siguen acercándose hasta que están a la orilla de la tierra carbonizada. El humo, los cuervos, la neblina y las malas vibraciones eran característicos de aquel infierno y Helen podía sentirlas al doble.

—¿Estás bien? — Jason se preocupa.

—Sí. Hay algo más aquí, puedo sentirlo. — sigue sus instintos y camina sobre la tierra negra hasta llegar al centro. Las mismas voces polifónicas vuelven a resonar y la perturban. Intenta agacharse y extiende su mano para tocar la tierra, pero Jason la detiene.

—No hagas eso, es peligroso.

—Debo hacerlo. Tengo que entender lo que pasó para saber cómo detenerlo antes de que sea demasiado tarde. — libera su brazo. — Estaré bien, solo...mantengan distancia, por si acaso. — sus hermanos se echan hacia atrás y le dan su espacio. 

Cierra los ojos y respira profundo.

Cuando su mano toca el suelo, un silencio abrumador la posee. Poco a poco puede escuchar latidos fuertes de la tierra hasta que recibe ráfagas de recuerdos de lo que pasó hace muchos años en aquel lugar. El rey visitando a aquella anciana en medio de la nada pidiendo su ayuda, el veneno en la cena de sus guerreros y cómo todos murieron rápidamente. El intento fallido del rey al completar el ritual con la falsa séptima estrella, los portales que se abrieron tras su fracaso, el rey Enrique investigando más sobre aquel lugar y todo lo que pasó hace poco. Todo empieza a temblar y Helen abre los ojos. Algo estaba a punto de salir y sus marcas brillaban instintivamente. Sea lo que sea, activaba su poder sin que pudiera controlarlo, como si algo en su interior, tuviese mucho miedo.

Un cráter se forma y aquella criatura negra sale lenta y poderosamente de ella. Era enorme, incluso más alta que los troncos secos de los árboles, tal y como la vio aquella noche. Mira hacia atrás, pero sus hermanos parecen petrificados.

—Tú... — hablaba, aquella criatura del averno podía hablar. Helen retrocede y aumenta el poder que emerge de sus manos, lista para atacar. Al notarlo, una parte de lo que estaba compuesto se desprende de su figura y se acerca a ella intentando tocarla, pero una ráfaga de luz se potencia y no se lo permite, logrando así herirlo.

—¿Qué quieres de nosotros? — saca valentía para preguntarle, pero aquella criatura solo la observaba e inclinaba la cabeza. — ¿Qué? — lo imita. — ¿Ahora no tienes el valor de responder? Deberías saber que no puedes lastimarme. — sus palabras lo hacen enojar y la levanta del cuello bruscamente. Asustada, intenta defenderse, pero su poder parece bloquearse ante la magia oscura que la amenaza.

A una alta distancia y sin poder tocar el suelo, Helen se quedaba sin respiración.

—Todas ustedes ...van a morir. — se escucha una voz infernal decir.

—¡Helen! — Lucas la regresa a la realidad. Se había sumergido en una visión que aquel lugar le provocó. Que Mohat le había provocado. — Te fuiste como por cinco minutos. ¿Estás bien? — le ayudan a ponerse de pie.

—No puede ser. — apenas le sale la voz mientras toca su cuello. — Sé lo que intenta hacer.

—¿Qué es? ¿Qué viste? — Jason pregunta.

—El rey no está muriendo. No está enfermo. — sus hermanos fruncen el ceño. — Está en transición.

—¿En transición a qué?

—A ser poseído por Mohat. — revela.

En el castillo.

Loana ya estaba cansada de estar encerrada, pero sabía que no podía hacer nada más. Al menos no por el momento.

—Ag, tú otra vez. — dice al ver a Vittorio en el umbral. — ¿Tu rey aún espera que Silas venga por mí? 

—Creo que Silas ya no tiene porqué volver. Sabe que solo le espera muerte. Si huyó por miedo, no creo que vuelva. — se acerca y saca unas enormes llaves de su cinturón.

—¿Y qué? ¿Ahora van a liberarme sin más? ¿O tienen planes más macabros para mí?

—Sí, tengo órdenes de liberarte, pero estas órdenes no vienen del rey, sino de la reina. — abre la celda. — Le diste la suficiente pena para que tomara esta decisión.

—Me sorprende que la reina sí pueda tomar decisiones.

—Digamos que el rey no está en condiciones de tomarlas ahora. Está enfermo.

—Sí, eso ya lo sé. Y lo siento mucho, pero espero que se muera. — sonríe falsamente. — Ha hecho demasiado mal. Que ya no camine entre nosotros no eliminará la maldición de Francia, pero sí la más grande de ellas. — intenta alejarse, pero Vittorio la detiene.

—No creas que será tan sencillo. Es mejor que tengas cuidado porque vigilaré cada uno de tus pasos y si traicionas las reglas de tu reino otra vez...

—Déjame adivinar: me aniquilarás. — lo interrumpe. — Tranquilo, no pienso mover un dedo por nadie. Al menos no en las siguientes 24 horas. — se libera del agarre de su brazo y camina hasta las afueras, donde varios guardias la acompañan hasta la salida. Siendo observada por la reina desde las ventanas de sus aposentos.

En el campo de los condenados.

Cuando los hermanos Laurent intentan salir de aquel tenebroso lugar, se pasman al encontrarse al príncipe Alan de pie en su delantera. Ambos hacen una reverencia y él se les acerca.

—Esto sí que es una sorpresa. No sabía que también eran investigadores. — tanto Jason como Lucas no sabían qué decir. Estaban asustados.

—Como todos, también tenemos curiosidad. — Helen toma la delantera. — Y no es por ofender, pero...quizás yo sí pueda ver cosas que los demás no. — Alan entiende a qué se refiere.

—¿Y lo obtuviste? ¿Pudiste ver algo? — tenía el constante deseo de ocultarle cosas a su prometido, pero tras su promesa de no mentirle jamás, estaba obligaba a ser honesta.

—Esta cosa, es la presencia de Mohat. Cruzó por los portales que el fallido ritual del rey abrió. Cuando Silas lo engañó dándole a una impostara en vez de a mí. — Alan escucha con atención. — De momento solo su poder está en nuestro mundo, pero si logra poseer al rey...caminará entre nosotros. — esto la atemorizaba más de lo que podría reconocer.

El príncipe se ríe.

—¿Estás diciéndome que el abuelo está siendo poseído por el poder contrario de lo que por años se sacrificó?

—Sé que se oye como una locura, pero...es la verdad. Es lo que está pasando. Tú decides si creerlo o no.

—¿Y no te has planteado que quizás Mohat no es el verdadero villano en la historia? Porque si no mal recuerdo a quien queríamos detener desde el principio es a... ¿cómo se llamaba? — pone los dedos en su barbilla. — ¿Ann? — frunce el ceño. — ¿No es el gran mal que el abuelo ha tratado de traer a Francia?

—Puede que siga siendo una amenaza, pero no es quien ha estado atacándonos.

—¿Y qué te asegura que no está detrás de todo esto?

—Porque cuentan las leyendas que solo uno puede caminar en la tierra, no ambos. Uno debe morir para que el otro pueda vivir. No coexisten, así que no creo que compartan los mismos planes. — le explica con cierta ironía.

—Ok, sí. Aarón me contó algo sobre eso. Está bien. Entonces...esta cosa llamada Mohat nos ataca, ¿qué haremos para detenerla? — cruza los brazos. Helen mira a sus hermanos; a Jason, sobre todo.

—Yo lo detendré. — confiesa con inseguridad.

—¿Tú? ¿Vas a ofrecer tu vida para salvar la del mundo sin más?

—No tenemos opción, Alan. — lo mira tiernamente a los ojos.

—Siempre encontramos una. —acaricia dócilmente su mejilla. — Algunas reglas del acuerdo siguen en pie. Recuérdalo.

—Y una de ellas es mi libre albedrío. Así que de no encontrar otra manera de deshacernos del peligro que amenaza a nuestras familias, haré lo que tenga que hacer y no podrás intervenir. — le advierte con seguridad.

—Claro, se me olvidaba que tú eres la poderosa aquí. — sus palabras tienen pizcas de desprecio. — Entonces no perderé mi tiempo, dejaré que hagas lo que quieras. — camina hasta sus hermanos, alejándose de ella. — Deberían volver al castillo, no es seguro aquí. — Lucas avanza con Helen hasta la carroza mientras Jason se detiene pensativo.

—Tú no estás muy de acuerdo con tu hermana, ¿no es así? — el príncipe lo percibe.

—No. Es una locura. Tenemos que detenerla.

—Para hacer eso creo que deberíamos saber primero qué es exactamente lo que piensa hacer. — Jason mira al suelo y piensa su respuesta por unos instantes.

—Yo sé lo que quiere hacer. — revela, dejando al príncipe muy intrigado.

Horas más tarde.

Luego de una extensa prueba de los mejores vestidos reales para novias, Helen finalmente encuentra el adecuado. Su emoción por la ceremonia no había estado presente hasta que se vio en el espejo con aquel hermoso y sofisticado vestido. La preparación de la boda no había cesado y todos seguían trabajando bajo las órdenes de la princesa Gertrudis.

Alan llega al castillo y mientras intenta evadir a la servidumbre, se encuentra en un corredor sin salida con la madre de su prometida, María, la madre de Helen.

—Señora. — se inclina ante ella.

—A mí no me debes formalidades, muchacho.

—Claro que sí. Es la madre de mi prometida. — esboza una media sonrisa.

—Sí, y como madre necesito dejarte algo muy claro. — su severidad asusta un poco al príncipe.

—Por supuesto. ¿Quiere que la invite a un té?

—No, será breve. — mira a su alrededor. — Esta vida llena de lujos y sirvientes definitivamente no es la mía, pero mi hija decidió que sí y solo por eso sigo aquí. Al menos hasta que termine la ceremonia. Sé que puede defenderse bien sola pero aun así te pido, te advierto que si la lastimas, volveré con todo lo que tenga y haré que te arrepientas. — su rabia hace que hable más alto de lo normal. — Ahora que todos saben que es un ser especial, querrán hacerle daño y necesito que la protejas. Hasta de ti mismo si lo consideras.

—No tiene que preocuparse por eso. La he protegido desde la primera vez que la vi y usted lo sabe. Al contrario, debería ser yo quien tuviera miedo de que sea ella quien me lastime. Yo seré el rey de Francia, no tendré más que una corona y aliados, pero ella...tiene todo el poder de una constelación en su interior. Puede matarme en un abrir y cerrar de ojos si así lo decide.

—Sean cuales sean los planes que Dios tiene para ella, asesinar personas inocentes nunca será una opción. Porque pase lo que pase, seguirá teniendo un corazón Laurent. El corazón de su padre. — Alan asiente en silencio. — Solo cuídala y hazla feliz. — se calma.

—Lo haré. Lo prometo. — le asegura y ella le da un voto de confianza.

En el bosque.

Mientras Loana vuelve a su antiguo hogar con esperanza de encontrar a alguien, se lleva una decepción. Nadie había vuelto, y los que quedaron se escondían lo suficiente para no ser encontrados por los soldados del rey.

—Sí, no hay nadie. El abuelo saqueó este lugar. — Aarón aparece de la nada, haciéndola saltar del susto.

—¿Tú qué haces aquí?

—Buscando respuestas, pero creo que ya no necesito más.

—Si sigues odiando a la única que podrá salvarnos eres un idiota. — sabe que se refiere a Helen.

—¿Tú confías en ella? — Aarón la fulmina con la mirada.

—Confío en lo que puede hacer con su poder, pero es demasiado ingenua.

—Pensé que sus dioses eran lo contrario a lo que seguía el abuelo.

—Silas y casi todos los paganos sí, pero los divergentes como yo, creemos en cualquier cosa que pueda salvarnos. — entra a una de las cuevas del bosque y recoge los libros que cree necesarios.

—¿Te refieres a que puede salvarnos del monstruo que está ahí afuera? — pregunta con incredibilidad.

—Si no vas a creer en las respuestas, no hagas tantas preguntas. No sé cómo Alan te tiene tanta paciencia. — salen de la cueva.

—Solo necesito saber más sobre ella, sobre Ann. — la sigue. — Y tú pareces ser la persona perfecta para decírmelo. — Loana se detiene y lo observa.

—Bien, te contaré sobre ella entonces. — caminan hasta una zona perdida en el bosque donde solo hay neblina, troncos secos y una densa vista hacia el lago. El sol estaba cayendo y la luna lentamente empezaba a brillar. Aarón no entendía qué hacían allí, pero se mantenía en silencio, expectante. — Ann es nativa de Grecia. Era una mujer hermosa, llena de virtudes y ambiciosa. Parecía ser solo una diosa griega más pero no fue así. Poco a poco se convirtió en la más poderosa de todos los tiempos.

—¿Cómo obtuvo su poder?

—No lo obtuvo, nació con él. Así como el hombre y la mujer habían sido creados, ellos también. Todos creyeron que no sería una amenaza, apenas ella lo comprendía. Pero cuando conoció la maldad del hombre y se enamoró por primera vez, parece que algo cambió dentro de ella. — abre un papiro con un dibujo suyo. — Se volvió oscura y expandió todos los límites de su poder, hasta descubrir por completo lo que realmente era.

—Espera, dijiste que se enamoró por primera vez, ¿de quién? — antes de que Loana responda, un fuerte temblor sacude la zona y ambos se sujetan. — ¿Qué demonios fue eso?

—No lo sé, pero no debe ser bueno. — Aarón nota algo extraño en la frente de Loana y se queda estupefacto.

—Loana...

—¿Qué? — se asusta.

—La gema en tu frente, está brillando. — ambos se quedan inmóviles y ella abre los ojos como platos. — ¿Por qué está brillando? — Aarón se aleja y ella corre hasta el lago para poder comprobar que es cierto cuando ve su reflejo en el agua.

—Aarón, no es nada malo, tranquilo. — intenta acercársele.

—¿Qué eres tú también?

—Solo soy yo, Loana.

—¿Y por qué esa cosa en tu frente está brillando? ¿También eres como ellas? — está asustado.

—¡No! No soy como ellas, jamás lo he sido.

—¿Entonces? — mantiene distancia, ya no confía en su vieja amiga.

Loana respira hondo y contempla las aguas.

—Te lo voy a mostrar, pero debes confiar en mí. — Aarón se queda en silencio y la observa con atención; Loana solo camina y hace peculiares movimientos con sus manos. El lago se mueve hasta formar un espiral de agua detrás de ella y cuando suelta sus manos aquel se congela, impresionando al príncipe Aarón.

—No puede ser. — aún sigue anonadado.

—Jamás les haría daño. Ni a ti ni a Alan. — se vuelve a acercar.

—¿Eres...la diosa del hielo o algo así? — está confundido.

—¿Qué? No. — se ríe. — Soy una ninfa marina. Soy lo más cercano de lo que podrían llamar "sirena". Solo que no tengo un canto hipnotizante ni nada similar. — vuelven a reírse. — Tampoco es que sea tan poderosa, solo conozco algunos trucos y....me llevo bien con el agua.

—¿Tu padre lo sabe?

—Sí. ¿Por qué crees que me odia? ¿Por qué crees que jamás estuvimos de acuerdo en nada? Evidentemente no compartimos la misma perspectiva de la vida.

—¿Y cómo es que...? ¿Tu madre es...? — Aarón cada vez tenía más preguntas.

—Es otra historia complicada, será mejor saltarnos esos detalles. — Aarón asiente.

—¿Hay más como tú?

—Muchas más, los océanos están llenos de ellas. Este lago también.

—¿Y cómo es que caben en un lago tan pequeño?

—Porque este es más profundo de lo que crees. Pueden teletransportarse de un mar a otro. Solo tienen que tener un objetivo.

—¿Ellas también pueden caminar como tú?

—No, soy única en mi especie. Ellas no tienen la estructura humana que tengo yo, y son...su naturalidad es algo más aterradora. — Aarón pierde el miedo y lo comprende.

—¿Entonces...tú hiciste eso? ¿Tú provocaste este temblor, por eso tu gema se encendió?

—No, no tengo idea de que lo provocó, pero si la gema se ilumina solo significa una cosa. — Aarón frunce el ceño con suspenso. — Algo muy malo se acerca y ellas lo sienten. Es una advertencia. — aparte de Mohat, ¿algo más aterrador podría suceder?

En el castillo.

Todos estaban exhaustos, pero finalmente tendrían su cena y horas de reposo. Luego del casamiento entre Belmont y Tomasia, esta era la primera boda real en décadas. Helen se paseaba por los arcos y asientos decorados donde se llevaría a cabo, recibiendo el golpe de realidad de lo importante que sería aquel evento para toda Francia. ¿Cuál de todos los papeles era el más importante? ¿El de ser una heroína, ser la reina de todo un país o ser la esposa de Alan Rutherford? 

Todos lo son. Responde la voz de su subconsciente.

—¿No te da miedo estar aquí sola? — la voz del príncipe la saca de sus pensamientos.

—Me da más miedo enfrentarme a las reglas de la mucama mañana.

Alan sonríe silenciosamente y se acerca.

—Es nuestra boda, por supuesto que todos estarán estéricos. Pero solo debemos recordar que somos tú y yo. Siempre seremos solo tú y yo. — la toma de las manos y antes de sumergirse en los sentimientos, aquella visión que tuvo cuando tocó las manos de Cinco del príncipe lanzándole una flecha con los ojos inyectados en sangre, invade su mente. — Todo estará bien.

—Eso espero. — Alan sabía que algo más la preocupaba, pero no se atrevería a preguntar. — Pero si ese monstruo se nos acerca mañana...yo...

—Lo detendremos juntos. Todos juntos. No estás sola, Helen. Mucho menos después de mañana. — la interrumpe, intentando de tranquilizarla. — No solo tengas fe en ti, ten fe en todos los que te amamos. — Helen alza los ojos ante sus palabras. — Sí, te amo, Helen Laurent. — nota su incertidumbre. — Recuérdalo siempre. — unen sus frentes mientras cierran sus ojos.

—Yo también a ti. — une los labios con los suyos y disfrutan del delicioso néctar de sus lenguas juguetonas. El príncipe la sujeta con fuerza de la cintura y la adhiere a él, mientras que ella enreda sus suaves dedos por el cabello que sobresale en su nuca.

Se apartan para recuperar el aliento.

—Mañana será nuestro día. — Helen dice con una sonrisa.

—Lo será. — Alan le devuelve la sonrisa y nada más que felicidad invade sus corazones por ese momento.

En las celdas de la biblioteca.

Vittorio, cumpliendo las órdenes de su amo, fue hasta allí con las llaves necesarias. Diez guerreros más lo acompañaban por precaución, pero él ya tenía suficientes líquidos para hacerles lo mismo que a Sylvie la última vez. 

Todas se asustan y se ponen de pie cuando los ven entrar.

—Creo que ya saben porqué estoy aquí, así que ahorrémonos tiempo. — saca las llaves y abre todas las cerraduras. — El rey hizo un acuerdo y está cumpliendo con su parte. Ahora, ustedes harán el resto. — con miedo y extrañeza, dan pasos fuera de sus calabozos. — Irán a un aposento compartido y estarán bajo vigilancia cada segundo. La mucama les dará muchas instrucciones que deberán cumplir al pie de la letra. Serán las damas de honor de la futura reina de Francia y deberán aprender a comportarse entre la realeza sin levantar sospechas. — camina entre ellas mientras habla. — Un error, un movimiento en falso y el acuerdo se destruye. — le dice a Sylvie al oído, ya que fue la única que intentó (y casi lo logra) matar al rey.

Las prisioneras de más de 18 años (excepto Sylvie) finalmente serían libres; o quizás no tanto después de todo, pero al menos podrían ver el amanecer que desde hace muchos años, no contemplaban.

Día siguiente; hora del gran casamiento.

Las campanas sonaban y tanto la nobleza como la realeza, se acomodaban en sus respectivos asientos en el templo. Estaba adornado con flores azules, verdes y blancas importadas de otros países. Toda la vestimenta del reino era azul marino como el extravagante traje del príncipe. Quien cuando todos ya están listos, entra y camina por la alfombra negra hasta llegar al altar, donde se encontraba el papa con sus monaguillos y monjes, y detrás sentados en los tronos, la reina y el rey.

Alan mira al rey sin emociones, pero muy en el fondo le preocupaba lo que Mohat le estaba haciendo por dentro. La princesa Gertrudis estaba muy feliz, lucía radiante con un hermoso vestido azul oscuro con detalles plateados al igual que todos los Rutherford. El coronel estuvo a su lado en todo momento. Algunos de los invitados más importantes estaban allí: La familia Robledo, la familia Laurent y demás), en espera de la novia. Quien detrás de los portones se mantenía de pie.

Su vestido era tan grande que cubría toda la entrada. Estaba compuesto por varias capas que se ajustaban a su medida. Su escote llevaba forma de corazón con un juego de mangas abrochadas en la espalda. A pesar de ser completamente blanco, tenía detalles de estrellas y media lunas confeccionadas en todas partes. Su cabello caía en hondas hasta su cintura con muchas perlas en él, junto con un hermoso y extenso velo que cubría su rostro.

Como lo pidió, sus damas de honor eran sus compañeras de profecía. Pero la ausencia de Odette era demasiado notoria en un momento tan importante como ese. 

¿Dónde estás Odette? Se preguntaba.

—Me equivoqué, no estamos listas para esto. — Cinco dice nerviosa de pie a su lado.

—Ya es demasiado tarde, no avanzamos tanto por nada. — Helen le recuerda. — Además, ¿no era lo que tanto querías?

—Hay... demasiada gente aquí. — dice Dos.

—Chicas, esto es normal, la vida que tenían ahí dentro no lo era. Este es un paso enorme, si renunciamos ahora, jamás nos libraremos del rey. — Sylvie intenta hacerlas entrar en razón. Todas llevaban hermosos vestidos azules con los mismos detalles de estrellas y media lunas.

—Son más fuertes de lo que creen, pueden con lo que sea. Reclamen la libertad que siempre les correspondió. Que toda esa injusticia sea su mayor motivación para jamás rendirse, mucho menos ahora. — se toman de las manos y sus marcas se iluminan, llamando la atención de algunos monjes que merodeaban por los alrededores.

—¿Estás lista? Ya es hora. — Jason se les acerca. Será quien la entregue al altar.

—Sí, estoy más que lista. — responde con una sonrisa. Jason le ofrece su brazo y ella lo une con el suyo. La tristeza de saber que de su padre no estar muerto, él la entregaría personalmente al altar, a Alan, la invade. 

Cuando agacha la mirada y la vuelve a levantar, en vez de Jason, ve el rostro de su padre. Mezclándose con la gran luz que atraviesa por los ventanales. Conmovida, se queda perpleja y sus ojos se llenan de lágrimas al instante.

—¿Papá? — apenas le sale la voz.

Estoy muy orgulloso de ti, princesa. Escucha su voz decir, pero su rostro no mueve los labios, solo le sonríe. Lo que la llena de felicidad y sus lágrimas salen sin cesar.

Te amo, nunca lo olvides.

Le da un beso en la frente y Helen abre los ojos, regresando a la realidad.

—¿Fue él verdad? ¿Papá estuvo aquí? — Jason lo nota y sus ojos también se llenan de lágrimas. Helen solo asiente y ambos sonríen de conmoción. — Ya lo ves, jamás nos ha dejado solos. — la voz del vocero real se oye fuertemente anunciar su entrada y los músicos están listos para empezar la melodía.

—...y con nosotros, nuestra próxima reina, la prometida que hoy se convertirá en la esposa de nuestro heredero: Helen Laurent. — en cuanto los enormes portones se abren, la melodía comienza. Todos se ponen de pie para recibirla, pero ella no puede avanzar por los nervios.

—Vamos, tú puedes. — Jason le susurra y la sostiene del brazo fuertemente. Cuando comienzan a caminar, todos los ojos se enfocan en ella y en lo hermosamente colosal que lucía en ese momento. Incluso Turquesa la miraba con orgullo. El rey apretaba con fuerza el apoyabrazos de su asiento al ver a sus prisioneras caminando entre tanta gente con tanta seguridad y la reina lo notaba.

Cuando Helen enfoca su mirada solo hacia la de su futuro esposo, todos desaparecían a su alrededor. "Solo seremos tú y yo" "Solo tú y yo"; sus palabras se repetían en su cabeza, proporcionándole la fuerza y la tranquilidad que necesitaba. Alan baja un escalón y extiende su mano para recibirla. Sin apartarse la mirada ni en un solo momento. Las damas se situaron tal y como les habían instruido: tres de un costado y tres del otro, evitando el contacto visual con el rey. Excepto por Sylvie, quien por instantes lo observaba con rabia.

Entre Helen y Alan no había lugar para problemas en aquel momento tan especial, solo ellos y sus sentimientos. Solo amor y felicidad.

El papa comenzó con los sermones que una ceremonia como tal ameritaba, poniendo su matrimonio en manos divinas para que perdurara sobre cualquier circunstancia. Momento que teletransportó a la reina a su boda con Belmont, que para en ese entonces, no tenía idea de lo que al pasar de los años se iba a convertir.

—Siendo así, oficialmente los declaro: esposo y esposa. ¡Larga vida a los próximos reyes de Francia! — el papa atestigua después de haberse colocado los anillos y aceptar pasar el resto de sus vidas al lado del otro. El príncipe sin dejar de sonreír levanta el velo de su ya esposa con sutileza y descubre una vez más, la belleza que la caracteriza. Y frente a todos, sellan su compromiso con un gran beso de amor.

La multitud se levanta y aplauden mientras salen del templo camino al castillo, donde continuaría la celebración. Muchos pueblerinos también esperaban en las afueras de la iglesia y gritaban de alegría por aquel matrimonio. A fin de cuentas, se había casado una de ellas. Una pueblerina.

En el castillo.

El ornamento era aún más colosal allí que en el templo. Arcos gigantes, las mismas flores, mucha comida, malabaristas, servidumbre, músicos y demás. Gertrudis los felicitó al igual que todos y empezaron a bailar. Esta vez, Helen compartía asiento en el trono con los reyes y su esposo, lo que la tensaba un poco.

—¿Una flor? — Alan le ofrece.

—Son hermosas. — la toma y la huele.

—Las pedí yo mismo. Fue en lo único que pude intervenir. Ya conoces a mi madre. — ambos sonríen.

—Queridos, ¿están listos para su baile? — Gertrudis se les acerca con emoción.

—Demasiado listos, diría yo. Hemos ensayado más de lo que se debería. — Alan bromea y ayuda a su esposa a ponerse de pie. La guía hasta la pista de baile, cada uno en un extremo hasta que su melodía comienza. Habían practicado aquella coreografía bastantes veces, así que sería sencillo para los dos.

Helen empieza y hace una reverencia al compás de la música, al igual que el príncipe toca su corazón con una mano y con la otra en la espalda mientras se acerca a ella. Sus movimientos son una combinación perfecta y transmitían ese regocijo a todos los presentes. Mientras danzaban y sonreían, Belmont no dejaba de juzgar tanta felicidad con la mirada desde su trono, ¿había hecho bien en acceder tan fácil? Por un momento se cuestionaba. Todos sonreían, aplaudían y bailaban, dentro de ellos su hija Gertrudis, quien estaba secándose las lágrimas con un pañuelo que el coronel Cristóbal le había dado; y luego estaba la reina. Había bajado del trono para verlos más de cerca mientras ríe como desde hace mucho tiempo, no lo había hecho. Momento que hizo al rey reflexionar de todo el mal que le había provocado a su familia y a su país.

Después de aquel baile, todos comieron, bebieron, socializaron y festejaron la unión entre una pueblerina y el príncipe, incluso las seis doncellas se familiarizaron rápidamente con su nuevo entorno. Sabían que las cosas podrían empeorar después de aquella noche y por eso aprovecharon al máximo. Muchas más felicitaciones después los invitados reales empezaban a marcharse.

—¿La ceremonia ha cumplido sus expectativas? — el príncipe Alan, su ahora ya esposo se le acercó.

—Ha sido más de lo que esperaba. No pensé que casarse fuera tan bonito.

—Es porque no es el simple hecho de casarse, es porque somos nosotros. — se acerca demasiado, poniéndola nerviosa.

—Nunca creí que tanta gente se alegraría de vernos juntos. — traga hondo.

—No tienen más opción. — observa a su alrededor mientras se queda callada. — ¿Estás lista?

—¿Lista para qué?

—Para nuestra luna de miel. — la sangre se le congela al escucharlo. — En 10 minutos tenemos que irnos. La mucama y mi madre nos han preparado las valijas.

—¿Las valijas? — frunce el ceño, no entiende nada.

—Sí. ¿Creíste que pasaríamos la noche aquí? — el príncipe sonríe con una pizca de burla.

—Bueno, pensé que no podríamos salir del castillo.

—Eso es justo lo que haremos. Estaremos tres días o quién sabe si más fuera. Cuando regresemos, volveremos a la normalidad. Pero con más responsabilidades. Al menos tú. — Helen intenta calmarse. — Pero tranquila, no haré nada que no quieras hacer. Estarás segura conmigo. — clava sus intensos ojos azules en los suyos.

—Lo sé, por eso me casé contigo. — sus palabras dejan al príncipe perdido en su mirada. — ¿Alguien más nos acompañará?

—Solo la mucama y algunos de nuestros sirvientes. 

 —¿La mucama en nuestra...luna de miel? — frunce el ceño nuevamente. 

—Tiene que asegurar que...tú y yo... — no sabe cómo explicarle sin que suene vulgar. 

—Oh, creo que ya entendí. — es muy inteligente después de todo. Juega constantemente con los detalles de su vestido y el príncipe lo nota. — ¿Qué pasará con las chicas?

—Estarán bien, el abuelo te dio su palabra ¿no? Además, Max las vigilará. — eso la tranquiliza. — Somos un equipo, y los equipos se cuidan entre sí. — acaricia sus brazos. 

—Lo sé. — Helen confía plenamente en él. 

—Te espero en el carruaje. — le da un beso en la frente y se marcha. 

Helen camina con sus ahora oficiales sirvientes hasta sus aposentos para asearse nuevamente, cambiarse de ropa y perfumarse para su luna de miel con el príncipe. Desde que le rosearon las lociones, el miedo, los nervios y el nudo en el pecho comenzaban a atormentarla. Se acababa de casar con el príncipe, próximo rey de Francia, y ahora iría de camino a entregarle lo que juró jamás hacer. ¿Pero era tan malo después de todo?

—Helen. — Claudia entra con una sonrisa que se borra de inmediato cuando siente las miradas de desaprobación de todos los presentes al llamarla solo Helen. — Princesa Rutherford. — se corrige y hace una corta reverencia. Helen hace una seña y todos salen, dándoles privacidad. — Vaya, ahora te obedecen con una mirada. — ambas sonríen. — Aunque es verdad, debo tratarte con más respeto. 

—Deja esas tonterías, no hace falta. Al menos no mientras solo seamos tú y yo. — Helen nunca perdía la humildad que la caracterizaba. — Estoy muy asustada. No pensé que todo esto realmente llegaría. 

—Pero es así y debes enfrentarlo. No puede ser tan malo. Sé que ustedes se aman. 

—Y es así, pero...esto es nuevo para mí. No tengo experiencia seduciendo a hombres, al contrario, sé perfectamente cómo ahuyentarlos. 

—Y no quieres equivocarte y ahuyentarlo a él, ¿cierto? — asiente con la cabeza. — Solo debes recordar que es tu esposo, el hombre con el que decidiste pasar el resto de tu vida y que te adora muchísimo más de lo que puede reconocer. Eso hará que todo sea más fácil. Y, lo que es más, te gustará. Disfrutarás. — sus consejos eran muy sabios para pensar que Claudia seguía siendo inexperta. 

—Parece que tienes cosas que contarme. — Helen sospecha. 

—Muchas cosas cambian. Pero ahora tú también tendrás tu propia historia que contar. — Helen respira hondo. — Anda, ve. Su esposo la está esperando. — le abre paso hasta la puerta. 

—Gracias por esto, Claudia. 

—No hay de qué. — ambas se sonríen y Helen cruza los portones de sus aposentos hasta llegar al carruaje donde el príncipe la espera. 

Media hora después. 

En un alcázar lejos del castillo, el señor y la señora Rutherford descansarían. Ya estaba preparado y acomodado para recibirlos. Los siervos ordenan sus cosas mientras el mayordomo les prepara algo para cenar. 

—Muchas felicidades por su casamiento, les deseo larga vida. — les dice con alegría y ellos agradecen. — ¿Gustan algo en específico para cenar esta noche? — Alan mira a Helen, esperando su respuesta.

—No, ya comí demasiado. Solo quiero descansar. 

—¿Y usted mi lord? 

—Igual. Descansaremos un poco, si necesitamos algo les avisaremos. — todos asienten y los recién casados suben los escalones. El alcázar era tan grande como un palacio real, pero nada se comparaba con el castillo. Cuando entran en su aposento, Helen se deslumbra con lo bonito que es. — ¿Te gusta? — Alan le pregunta.

—Me encanta. Es agradable. — se sienta en el suave colchón de la cama. El príncipe se despoja de su túnica y la coloca sobre un sillón. 

—Creo que estás en mi lado de la cama. — se acerca y señala donde está sentada. 

—¿Por qué ya decidiste en qué lado dormirás?

—Estoy acostumbrado, el lado cerca de la puerta siempre ha sido mi lugar. — no tenía mucho sentido para ella, pero aun así lo respetaba. Se levanta y le deja su espacio. Mientras él parecía tranquilo y actuaba con normalidad, ella no sabía qué hacer para que aquella noche no fuera más extraña. — ¿Sabes jugar ajedrez? — cambia de tema y coloca un tablero sobre la cama. 

—Sí, mi padre me enseñó. — se sienta a su lado. 

—¿En serio? Tu padre y yo nos hubiéramos llevado muy bien. — su comentario la conmociona. — Ven, muéstrame tu talento en el tablero. 

—Con gusto, mi lord. — dice sarcásticamente y comienza a mover las piezas estratégicamente. El juego se complicaba, puesto que el príncipe era un oponente poderoso, pero aun así, y un par de movimientos más, logra ganarle. — Jaque mate. — declara orgullosamente.  

Alan tensa la mandíbula, decepcionado de sí mismo. 

—¿Qué? ¿Nunca nadie le había ganado en una partida mi lord? — lo nota. 

—Adelante, búrlate de tu esposo. — se resigna. 

—No hace falta, esto es más que suficiente. — se quedan en silencio un par de segundos. 

—Bueno, como eres la ganadora deberías pedirme algo. No sé quizás...hacerme un reto. 

—¿Hacerte un reto? ¿De qué?

—De lo que quieras. Haré lo que me pidas. — sus pupilas se dilatan cuando la ve. Helen se sumerge en la dulzura de su mirada y recuerda las cosas que estará dispuesta a hacer después de que aquellos tres días de gloria terminen para ellos. 

—Quiero que me toques. — confiesa. — Quiero que consumamos nuestro matrimonio ahora, esta noche. — le pide con deseo. El príncipe controlaba el asombro por su confesión con una encantadora media sonrisa. — Eso es lo que quiero. 

—Amor... — toca su mejilla con suavidad. — No hay nada que quiera más que hacerte mía en cuerpo y alma. 

—En alma ya lo soy. — se quita la pijama lentamente hasta quedar descubierta para él. El príncipe se acerca y acaricia cada centímetro de su cuerpo, haciendo que su piel se erice. Se aproximan tanto que pueden sentir su respiración y absorber la fragancia del otro. Alan besa su cuello y acaricia las areolas de sus pezones con suavidad. 

—Tu cuerpo es precioso. — le susurra mientras no deja de acariciarla. Helen solo cierra los ojos y disfruta de su tacto. Alan baja hasta su entrepierna dándole pequeños besos mojados por todo su abdomen y adueñarse de su intimidad cuidadosamente. Al no resistir de pie tantas sensaciones, el príncipe la sujeta fuertemente y la recuesta sobre la cama. Sigue besándola y moviendo sus dedos en su entrepierna hasta hacerla excitar perdidamente. — ¿Quieres que entre en ti? — pregunta también, con mucha excitación. 

—Sí. — jadea.

—Entonces abre tus piernas para mí. — le pide y ella así lo hace. Dándole luz verde para entrar en ella y desgarrar su virtud dolorosa y apasionadamente. Los primeros segundos eran incómodos, pero poco a poco se entregaba a la satisfacción. Nunca se habría imaginado que aquella experiencia sería tan benévola después de todo. Pero quizás debía esperárselo si se trataba de él, de Alan. 

Sumergidos en el placer, disfrutaron de la luna de miel. Comieron, bailaron, disfrutaron del amanecer, atardecer y anochecer durante los siguientes tres días. Se conocieron y aprendieron más del otro hasta que la convivencia era inquebrantable. La mucama y sus sirvientes eran testigos de ello; fueron el sello de evidencia de su consumación. 

Tercer día, noche antes de partir. 

Helen observa a su esposo dormir por unos segundos antes de ejecutar su plan. Se coloca una túnica azul marino, toma un afarola y escapa de los guardias que protegen las salidas del alcázar. La noche estaba muy oscura, pero conocía el camino que debía recorrer. Cuando finalmente llegó a su destino, un viento apagó el fuego de su farola inexplicablemente. Entrañada por aquello, frunce el ceño, pero suelta la farola e ilumina su camino con una esfera de luz. 

—Finalmente. Casi creo que te arrepentiste. ¿Qué tal la luna de miel? — dice el rey, viéndola sin sorpresa. Estaban en el mismo lugar donde Belmont Rutherford había planeado completar el ritual por años. Las seis doncellas más también allí estaban. 

—Hicimos un trato. Di mi palabra y aquí estoy. — ilumina todos los faroles con fuego blanco. — Ahora cumpla la suya. 

—Bien, únete a tus hermanas. — le indica el único punto del heptágono que está vacío. —Finalmente cumpliré mi propósito, y qué mejor que por su propia voluntad. — sonríe victoriosamente. 

—No se enorgullezca tanto, solo es por un bien común. — Sylvie refuta. 

—Exactamente, ¿quién dijo que no fue la razón desde el principio? — se coloca detrás de un atril de madera y abre el grimorio. — Ann estará con nosotros. Mi diosa nos salvará. 

—No seré ella, solo tendré su pleno poder. — Helen aclara. — ¿No es así? — mira a Cinco, buscando su confirmación, pero esta solo muestra angustia. El rey comienza a pronunciar palabras en otros idiomas hasta que poco a poco algo tensa el ambiente. Mientras cada una derrama su sangre en la estrella, sus marcas por orden comienzan a brillar. Todo parecía en orden hasta que es el turno de Helen. Tras el brillo de cada una de sus marcas, un dolor inaguantable la hacía gritar y retorcerse por dentro. 

Fuerte viento, destellos de luz en el cielo, cuervos volando y aquella misma extraña melodía, apuntaban de que las cosas no estaban saliendo tan bien como lo esperaban. Helen cierra sus ojos y cae de rodillas y manos al suelo. Entrando en un trance donde su mente le hace ver recuerdos que no son suyos. Gente la rodea con ropa distinta, hablan en otro idioma, lugares que nunca había visto e incongruentes desenlaces de situaciones que jamás vivió. 

—¿Qué fue lo que hiciste? — Cinco cuestiona al rey, quien solo observa a Helen con esperanza. La sangre en el heptágono se transforma en luz y forma una grieta en el suelo que golpea a todos los presentes. Incluyendo a Helen.

Día siguiente, hora de la partida. 

Como si nada hubiese pasado, Helen despierta. Sola en sus aposentos, camina y se pone de pie completamente desnuda frente al espejo. Sus ojos brillan y ella sonríe, porque realmente no se trataba de Helen Laurent, sino de Ann. La diosa de las estrellas estaba dentro de ella. 

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