27. El sello de su libertad.

—Madre, tranquila, estoy bien. — Gertrudis sigue preocupándose por su hijo. En lugar de los siervos, ella acomodaba sus cobijas y sábanas.

—Lo sé, pero déjame consentirte.

—Ya me consientes demasiado. — sonríe mientras se recuesta.

—Tienes que descansar. Han pasado muchas cosas hoy. Mañana será otro día. — Alan se queda en silencio y ella lo arropa. — ¿Todo bien con Helen? — cambia de tema.

—Sí. Todo está bien.

—¿Y....sus...? ¿De dónde salió esa magia? No conocíamos esa parte sobre ella.

—Lo sé, yo tampoco. Pero, aunque es aterrador para ti y quizás para los demás, no nos hará daño. No usará eso contra nosotros. Estoy seguro. 

—Lo sé. Es una jovencita de buen corazón. Ama a su familia. Te ama a ti. Sea lo que sea, nos salvó esta noche. — acaricia el cabello del príncipe. — Pero sabes que los rumores corren y quizás esto traiga muchos problemas para ella. La gente ya odia a los que tienen poder. Ella lo recibirá al doble.

—Entonces estaré ahí para protegerla. — dice con seguridad.

—Eres tan valiente.

—Eso lo saqué de ti. — ambos sonríen.

—Te amo hijo. Buenas noches. — le da un beso en la frente y se retira de sus aposentos para dejarlo dormir.

***

Luego de ponerse al día con Claudia, Helen también quería descansar. Habían sido demasiadas emociones por un día. Sabía que aquellos acontecimientos la iban a perseguir durante mucho tiempo o quizás por toda su vida, y debía prepararse para enfrentarlo. Por suerte, tiene presente que muchas personas, a pesar de todo, estarían de su lado, apoyándola.

—Hola. ¿Puedo pasar? — Jason se asoma por la puerta.

—Claro, pasa. — Jason entra y cierra los portones a su paso. Se acerca y se sienta frente a ella.

—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien, no te preocupes. — sonríe.

—Esto es raro. Me siento raro. Deberíamos pensar volver a nuestro hogar, volver a la normalidad.

—Ya es muy tarde. No puedo cambiar nada. Solo queda...afrontar esto. Enfrentar lo que soy.

—Wau, tienes poderes. Quién lo diría. — ambos se ríen. — Yo soy el hermano mayor, el elegido debí ser yo. — bromea.

—No quieres ser parte de esto, créeme. Es aterrador, incluso para mí. Es mucha...responsabilidad. — es sincera.

—Eres como parte de una secta. — sonríe. — Al menos tienes la protección del príncipe. Es un buen hombre, y pronto te casarás con él.

—Así es. Me dijo que trabajarás para él. Al menos así te tendré cerca. ¿Cómo va eso?

—Max me entrena cada que puede, pero siempre está con él. Es muy leal. Espero ganarme su confianza pronto. 

—Lo harás, eres muy bueno. Puedes con lo que sea. — le anima.

—Te quiero mucho, ¿lo sabes verdad?

—Lo sé. Igual yo a ti. — lo toma de la mano. — Tenerte aquí me hará sentir más segura. Quisiera que todos se quedaran, pero sé que nuestra madre no aceptará. De todos modos, creo que estarán mejor en el pueblo, en una buena casa que aquí entre tantas escorias.

—Así es, también pienso que es lo mejor. Ella estará más tranquila. — se quedan en silencio unos instantes. — Extraño mucho a papá ¿sabes? Me sentía culpable de lo que pasó, pero...sé que él no quisiese que me sintiera de esta manera.

—No, tú no tuviste la culpa. Ya tenemos a quien culpar de su muerte y pagará muy caro lo que hizo. Yo me encargaré de eso. — se acerca y antes de que pueda darse cuenta, sabe que ha hablado de más.

—Espera, ¿qué? ¿Cómo que ya tenemos a quien culpar? ¿No fue un accidente?

—No, es decir, me refiero a que... — titubea. No sabe cómo arreglarlo.

—¡Helen! ¿Asesinaron a nuestro padre y nos ocultaste al responsable? — se exalta.

—Jason, por favor. — intenta calmarlo. — Esa fue la razón por la que acepté venir. Mas que cualquier cosa, quiero vengar su muerte. Pero por favor, no le digas nada de esto a Lucas y mucho menos a nuestra madre. Por favor. — le ruega. 

Jason camina de aquí para allá y pasa las manos por su cabeza constantemente.

—¡Ok, bien! ¡Está bien! Pero debes decirme quién es. ¿Quién mató a nuestro padre, Helen? — clava sus ojos de impotencia sobre ella.

—Fue...el responsable es Vittorio. — confiesa. — El soldado principal del rey.

—Maldito hijo de perra. Lo voy a matar. — intenta salir, pero ella lo detiene.

—¡No! No harás nada. Tengo todo calculado para darle su merecido y no lo estropearás. Matarlo será muy simple, debe sufrir.

—¿Y cómo piensas lograr eso? — intenta calmarse.

—Voy a encontrar su punto débil y lo haré rogar por piedad. Eso se lo prometí a mi padre y lo cumpliré.

—Pero no lo harás sola. También fue mi padre, Helen.

—Y el de Lucas, pero a veces tenemos que ocultar cosas para proteger a los que amamos. Si mamá o él se enteran de esto van a sufrir más. Apenas están recuperándose, no los hundiremos de nuevo.

—Bien, está bien, pero debes prometerme una cosa. — Helen asiente. — No habrá más secretos entre nosotros. A partir de ahora me contarás todo, sin excepción. Así que si tienes más que decirme, este es el momento. — Helen respira hondo y toma asiento.

—Está bien, te contaré todo. — le indica la silla y se sienta para escuchar todo lo que tiene que decirle.

En las mazmorras.

Vittorio entra a los calabozos con una bandeja de cena y una farola en manos. Hacía mucho frio y estaba muy oscuro. Al llegar a la celda de Loana, cuelga la farola en la pared y pasa la bandeja por el hueco de abajo.

—Estas ya no son horas para cenar y soy alérgica a las sobras congeladas. — está sentada en una esquina abrazando sus rodillas.

—No está congelada y deberías agradecer que al menos te traiga algo de comer. No tengo órdenes de eso.

—¡No me digas! ¿Y debo creerme que esto ha salido de ti? Perdón, pero no me conformo con tan poco. Deberás esforzarte muchísimo más. — está molesta, pero es irónica.

—Eres tan insoportable. Te pareces demasiado a tu padre.

—Gracias por tan hermosas palabras. — sonríe falsamente. — ¿Y qué hay de tu rey? ¿Ya superó su crisis de locura? — cambia de tema.

—Está bien, es todo lo que tienes que saber. No saldrás de aquí en mucho tiempo, si esa es tu duda.

—Están perdiendo el tiempo. Silas jamás volverá por mí.

—¿Tan poca fe le tienes a tu padre?

—Siempre me recordó la pésima hija que soy para él. Así que supongo que la falta de fe es mutua. — Vittorio se queda en silencio. — Pero qué sabrás tú de fe y padres.

—Es claro que Silas jamás te enseñó sobre modales.

—¿Y a ti sí? Seguramente ni siquiera te sabes el significado.

—Creo que ya tuve suficiente por hoy. — se da la vuelta y toma la farola.

—¿No me dirás nada sobre tus padres? Porque obviamente los tienes. ¿Sabes al menos quiénes son? — se levanta y hace que se detenga.

—Sin intentas tocar alguna...fibra, no pierdas el tiempo. Esas cosas no funcionan conmigo. — se acerca. — Y no, no sé quiénes son. Pero estoy conforme con la vida y el trabajo que me tocó. ¿Satisfecha? — Loana se queda en silencio. — Excelente.

—Dime la verdad, ¿la cena tiene veneno? ¿Por eso la charla...para sentirte menos culpable? — aun sospecha.

—Solo es...ni siquiera sé porqué te doy explicaciones. Si no la comes, las ratas lo harán por ti. — dice y se marcha. La desconfianza incrementa en ella, pero está hambrienta. Toca la bandeja y siente el tibio del aluminio. No era comida congelada después de todo. Era avena, pan y algo de vegetales. Mejor de lo que podía esperar. Aunque tenía cierto recelo, no le quedó de otra que empezar a comer.

Sale el sol.

Un día nuevo, finalmente. La luz del sol ilumina cada rincón, pero parece estar más apagado de lo normal. Por las nubes grises aseguraban que se acercaba otra tormenta, así que tendrían que estar preparados. En los aposentos del rey, la reina se arreglaba para un nuevo día en compañía de Belmont. Parecía estar despreocupada o quizás muy cansada por tantos dolores de cabeza.

—¿No hay buenos días ni un "cómo estás" para tu esposo? — Belmont se le acerca.

—Estás vivo, eso basta. — es cortante. Sus siervos le colocan perlas en el cabello recogido.

—Estás molesta conmigo, lo sé. Pero querida, todo esto me afecta al igual que a ti. Fuimos traicionados otra vez por los ingleses. Solo intentaba conseguir paz entre ambas naciones, pero... es imposible.

—Alan casi pierde la vida anoche. Mucha de nuestra gente murió. Mi hermano está desaparecido y ahora la prometida de mi nieto es una... hechicera poderosa. ¿Cómo debo tomarme tanta información?

—Te entiendo, créeme. Pero todos están a salvo, es lo que importa. — intenta tocarla, pero se aparta.

—Cuando sepa que mi hermano está bien, entonces volveremos a tener esta conversación. — deja claro y se retira del aposento. Dejando al rey desconsolado, viéndose al espejo y sabiendo que aquella mancha negra, seguía esparciéndose por todo su interior.

***

Las palmadas de la mucama despiertan a Helen. El desvelo de anoche casi la hace olvidar los protocolos que debe de seguir para poder seguir este camino. 

Con el cabello desordenado y con pocos ánimos, Helen empieza su día.

—El día está bonito, pero creo que en unas horas entrará una tormenta. Debemos realizar ciertas actividades a primera hora antes de que eso pase. — informa la mucama.

—¿Qué actividades?

—Bueno, los hombres tienen muchas reuniones hoy por los desafortunados acontecimientos, pero la princesa Gertrudis solicitó un hermoso desayuno con la reina y su comadre.

—Espere, ¿cuál comadre?

—La señora Robledo y su hija, por supuesto. — el día no podía comenzar peor para Helen con esta noticia.

—¿Para qué las invitó? No creo que sea necesario hacer eso.

—Creo que solo intenta calmar los rumores antes de que se esparzan. Luego de anoche, la gente empezará a tener opiniones. La imagen de los Rutherford es primordial. — explica y logra comprender.

—No pensé que esto causara tanto revuelo. ¿Usted me teme? ¿Me ve como un fenómeno o un bicho raro? — la mucama se queda en silencio. — Claro, es que usted ya me veía así desde antes, es verdad. — se responde a sí misma.

—Si me permite opinar, creo que lo raro no es toda la magia y lo que pueda hacer con ella, sino que seas precisamente tú. La gente le teme a lo que no entiende y hasta que no sepan si es una ventaja para ellos o no, debes estar preparada para el rechazo de una gran parte de nuestra población, incluyendo en el reino. — sus sabias palabras la hacen sentar cabeza. — Siendo así, es hora de que las siervas la alisten. La están esperando en el desayuno.

***

Luego de varias reuniones con el consejo real, tomarían represalias en contra de Inglaterra por traición, invasión y abuso de confianza. Aunque debían confirmar la muerte del rey Enrique antes de tomar contundentes decisiones. Por ende, el rey envió a sus mejores guerreros y expertos en busca de alguna prueba del fallecimiento del rey inglés en el campo de los condenados. Encargo que tardaría más de 24 horas o más.

Alan, sentando cabeza en su escritorio, intentaba unir más piezas sobre la confesión de Helen. Todas las pistas que había conseguido y todas sus sospechas habían sido confirmadas y en cierto punto, sentía una enorme impotencia al no poder ser más severo con las consecuencias por haberle mentido de tal manera.

—Señor. — Max se asoma por la puerta y Alan le asiente para que pueda pasar. — Enviaron soldados al campo de los condenados en busca de pruebas.

—Bien, por mí, ojalá esté muerto. Pero si vive me gustaría preguntarle en persona qué fue lo que realmente pasó allí. ¿Quién es esa criatura negra que el abuelo describe? No tiene sentido.

—Es evidente que el consejo le cree. Siendo honesto, pienso que deberíamos preocuparnos más.

—¿Por qué?

—Porque si el rey, quien conoce mejor que nadie las profecías, tiene tanto miedo por esta...cosa, es porque no sabe o no tiene control sobre su origen ni el cómo vencerla. — tenía sentido, mucho en realidad.

—Yo ya no sé qué más hacer con el abuelo. Quiere más y más poder, quiere protegernos de males que él mismo crea. No escucha a nadie más que a sí mismo y no hay manera de convencerlo de nada. — está cansado.

—Hay otra cosa de la que también quiero hablar con usted. — la cara de Max preocupa al príncipe.

—¿Qué sucede Max?

—Es sobre su hermano. Su padre se echó la culpa para protegerlo de su ira, pero el responsable de encerrar a su prometida fue él. Él tomó la decisión.

—¡Lo sabía! — golpea la mesa con rabia.

—También llevaron a una de las cautivas con usted. El rey la envió con Vittorio y después usted mejoró inexplicablemente.

—Ya lo suponía, pero al menos gracias a eso pude detener toda esa locura a tiempo. Ahora necesito saber cuáles son los próximos movimientos del abuelo respecto a Helen, si sabes algo, mantenme informado. Y, sobre Loana, ¿sabes por qué la tiene ahí?

—Según he escuchado, es para conseguir que Silas regrese por ella. ¿Para qué? No tengo una respuesta exacta.

—Está bien, veré si puedo sacarla sin armar otro drama. Gracias Max. Y por favor, sé que tu trabajo es protegerme, pero...enfócate más en Helen. No quiero que nada le pase.

—Entendido señor. — asiente y se retira.

Muchas inhalaciones y exhalaciones después, el príncipe toma su túnica y camina por los alrededores del castillo. Necesita verificar que su caballo luego de todo esté bien.

—¡Niño mío! — la reina lo alcanza. Él se detiene y besa sus mejillas. — ¿Cómo te sientes? Me alegra tanto que estés bien. — acaricia sus cachetes.

—Gracias abuela. Lo mismo digo. Te ves bien, aunque algo...cansada. — continúan caminando.

—No es fácil tener una familia con tantos matices. Es agotador. — sonríen.

—Todo mejorará, al menos eso espero.

—Sí, yo también lo espero. Porque de lo contrario nos volveremos locos aquí.

—¿No lo estábamos ya? — Alan bromea y ríen.

—¿A dónde irás tan temprano? —cambia de tema.

—Revisaré mi caballo. Quiero asegurarme de que no fue afectado por la guerra.

—¿Me acompañarías un momento? Me gustaría que saludaras a nuestras invitadas.

—¿Invitadas en un momento como este? ¿De quiénes se tratan? — frunce el ceño.

—Las Robledo. Tu madre decidió invitarlas a desayunar para caminar luego y...

—Guardar apariencias. — completa su oración. — Sí, es lo que mi hermosa madre siempre hace. Hace fiestas, bailes y desayunos en los momentos más críticos.

—Solo se preocupa por no dar de qué hablar. La gente es cruel con los comentarios a veces. Tener buena efigie es vital para el reino.

—A mí me parece inoportuno, pero no juzgaré. Al menos no hoy. — llegan a la mesa donde Josefina, Gertrudis y Turquesa esperan a Helen. Se levantan y hacen una reverencia ante el príncipe y la reina. — Qué gusto verlas. Bienvenidas al castillo. — se saludan. — Traje a mi nieto para que las salude.

—Señoritas, un placer verlas nuevamente. — inclina su cabeza con caballerosidad. Turquesa se encontraba aun avergonzada después de lo que pasó.

—Príncipe Alan, escuchamos que fue herido ayer, ¿se encuentra bien? — Josefina curiosea.

—Sí, desafortunadamente. Pero ya estoy sano. Como por arte de magia. — dice sarcásticamente, aunque tenga mucho de verdad. Gertrudis y Tomasia se miran entre sí tras darse cuenta de su ironía. — ¿Mi prometida también desayunará con ustedes? — mira a los alrededores por si la ve llegar.

—Sí, en unos minutos se nos unirá. — su madre contesta.

—¿Y saldrán del castillo?

—Solo daremos la vuelta. Llevaremos seguridad, no te preocupes. — Gertrudis ya conocía a su hijo.

—¿Por el pueblo?

—Es más un favor para Tessa. La gente habla mucho sobre ella después de...ya sabes. Verla de la mano con Helen calmará los murmuros.

—¿De la mano con Helen? ¿Ella sabe de esto? — sonríe. Ya conoce a su chica rebelde.

—Será diligencia debida. Tú tranquilo. — Gertrudis sonríe.

—Ok, estaré en los establos. Y.... buena suerte. — sabe que, para convencerla de aquello, la necesitarán. — Díganle que vaya a los establos antes de irse. — dice por último y se retira. 

***

Después de arreglarse con un hermoso vestido turquesa (a propósito) y otros toques en el cabello gracias a sus siervas, se une al desayuno tras ser anunciada. Tessa no podía creer lo radiante que se veía, y pensar que ese habría sido su lugar, le provocaba muchos celos e incomodidad. Tras saludarse, toman asiento y los siervos les sirven. 

Era una hermosa mesa bañada en plata al aire libre.

—Helen, querida, ese vestido es...

—Muy turquesa, lo sé. No podía usarlo en una mejor ocasión. — sonríe falazmente, viendo a Tessa sentada a su lado.

—Qué bonito detalle. — Gertrudis se toca el corazón y Tessa sonríe para disimular.

—Es increíble que pasaras de servirnos el té a sentarte en la mesa con nosotras. — Josefina comenta. — Dios te bendijo con tal oportunidad.

—Algunas personas nacemos con un destino escrito, evidentemente dios sabe cuándo merecemos más. Y estoy más que preparada para aceptarlo. Ya lo hice, de hecho. — toma de su té.

—Mi hija también estaba más que preparada. Nació con todo y por eso ningún lujo la distraería de sus obligaciones. Ya sabes, me refiero a sus deberes como esposa y reina de una nación. Seguramente jamás habías usado un vestido como ese y la emoción de tenerlo todo de repente puede ser asfixiante. — Josefina no podía reservarse sus incensarios comentarios. 

—Bueno, la verdad es que nunca necesité ni necesito cosas materiales como incentivo. Mi madre era dueña de una panadería y nos acostumbró a mis hermanos y a mí levantarnos todos los días a las 5/6 de la mañana para ganarnos la vida honradamente. Y sí, no gozaba de los privilegios de usar vestidos que hoy confeccionan para mí, pero con o sin ellos crecí en una familia donde me enseñaron bastante bien lo que es el sentido de la responsabilidad. — la mira fijamente. Poniéndola algo nerviosa. — No pretendo superar a la gran reina que ya tenemos, pero... — mira a Tomasia a su costado y esta le sonríe. — ...trabajaré muy duro para hacer de nuestro reino un ejemplo para los demás.

—Así se habla. Estamos muy orgullosas. — dice la reina. La incomodidad de Josefina era evidente, pero sonreía para disimularlo.

—En lo absoluto, me quedó muy claro. Es bueno, muy bueno en realidad, que así sea. — toma de su jugo.

—Alan también será un gran rey. Deberían verlos juntos, son todo un equipo. Se protegen mutuamente y....estoy segura de que, si todavía no es amor, algún día llegará a serlo. — Gertrudis tenía la certeza de que departe de su hijo sí lo era, pero sembraba la duda para poner a Helen a prueba. Sobre todo, después de anoche.

—De eso no me cabe duda. — Turquesa sonríe con segundas intenciones y Helen lo nota.

—Por cierto, Alan quiere que vayas a los establos. Saldremos a caminar en unos minutos así que podrías aprovechar. — Gertrudis recuerda.

—Ok. Me retiro entonces. Con permiso. — se levanta y se retira. 

Alejarse de las escorias era justo lo que necesitaba para respirar con normalidad. Sostiene un puño de su vestido sobre una de sus piernas mientras camina por la arena hasta llegar a los establos. No ve a nadie allí, pero de todos modos se acerca a Morpheus.

—Hola Morpheus. Qué bonito estás. — acaricia su melena negra. Está comiendo, por lo que sabe que Alan no debe de andar muy lejos. — Que bueno que estás bien, bonito. — le da comida de sus manos.

—Aquí estás. — el príncipe se acerca. — Bonito vestido.

—Color Turquesa, tu favorito. — Alan sonríe al entender la referencia.

—¿Qué tal el desayuno? — empieza a cepillar la melena de Morpheus.

—Asfixiante. — pone los ojos en blanco. — La señora Robledo siempre tiene... opiniones. Siempre tiene algo que decir.

Alan ríe.

—Es normal en ella. Ya estamos acostumbrados.

—Debiste inventar algo para librarme de este mal rato.

—¿Y desaprovechar la oportunidad de humillarlas?

—¿Crees que voy por ahí humillando a la gente?

—No, pero a ti te gusta mucho... responder. — sigue sonriendo.

—Eres muy descarado. Disfrutas molestarme, ¿verdad?

—Sí, no lo puedo negar. — se acerca. — Pero lo que más disfrutaría en este momento, es sentir la suavidad de tus labios con los míos. — la sujeta de la cintura y la atrae hacia él. — ¿Puede satisfacerme ahora, señorita Laurent? — clava sus pupilas en las suyas, haciéndola sonrojar.

—No es correcto, Alan. — suelta una risa tímida.

—Lo hemos hecho antes, no tiene nada de malo.

—Sí, pero en privado, aquí cualquiera puede vernos.

—¿Y qué es lo peor que podrían decir? "Dos personas comprometidas que se aman expresando sus sentimientos a través de un beso en un hermoso amanecer".

—Escucharte hablar así es aterrador. — Helen ríe.

—¿Ah sí? Entonces te diré algo mejor. — se acerca a su oído. — Estoy ansioso por la llegada de nuestro casamiento para consumar nuestro matrimonio de tantas formas y posiciones que no te podrías imaginar. — sus palabras hacen que su piel se erice. — Quitarte el enorme vestido hasta dejar tus pezones expuestos y tocar cada rincón de tu suave piel con mis dedos. — toca sus brazos con suavidad. — Penetrarte tan lento y duro que grites mi nombre mientras todos tus músculos se contraen de placer. Hasta hacerte conocer lo que es hacer el amor con el rey. Con tu esposo. — aquellas palabras invaden todo dentro de Helen, despertando una diosa sexual que le pide a gritos que eso pase en cualquier momento.

—Alan...tienes que parar. — susurra.

—¿O qué?

—O creo que sería capaz de entregarte mi cuerpo justo ahora. — su confesión lo sorprende y sonríe de alegría. Significaba que lo deseaba tanto como él y era completamente correspondido.

—Puedo hacer algo al respecto. — la guía hasta dentro de unos de los establos y cierra la puertecilla. — ¿Qué tienes puesto debajo de toda esa tela? — la arrincona.

—No mucho, siempre me salto esa parte del protocolo de vestimenta.

—Bien, necesito que lo hagas más a menudo. — sonríe y colisiona sus labios con los suyos. Saborea el dulce de sus labios y enreda la lengua con la suya. Juegan entre sí mientras él la sujeta de la espalda y ella acaricia su lacio cabello negro. Deseaba mucho al hombre que tenía en frente, tanto que era capaz de perder la cordura frente a él. Baja sus manos hasta subir su vestido y buscar el camino a su entrepierna. Sin previo aviso, toca su clítoris y empieza a mover sus dedos en círculos, provocándole múltiples oleadas de placer.

—¡Ah, Alan! — gime, dejándose caer.

—Aquí estoy, nena. — le susurra y antes de que pueda hacerla correr, la voz de Gertrudis desde lejos los interrumpe.

—¡Dios! Es tu madre, me está esperando. — se apartan y se acomoda el vestido.

—Entonces será mejor que te vayas. — sonríen. — Ven, te ayudaré con eso. — acomoda su cabello hasta que todo esté en orden.

—Gracias. — sonríe.

—Nos veremos luego. — Helen alcanza a la princesa y suben en la carroza para dar el paseo acordado.

La reina decide quedarse para mantener el orden dentro del castillo, pero mientras camina de regreso, ver salir a Vittorio de las mazmorras llama mucho su atención. Acelera sus pasos con sus siervos detrás siguiéndola.

—Vittorio. — en cuanto la escucha, se detiene y hace una reverencia.

—Su majestad.

—¿Todo en orden?

—Sí, todo en orden. — está nervioso. Pocas veces la reina se dirigía directamente a él.

—Sé que eres como el bastón de Belmont. Eres la única persona que lo conoce mejor que él mismo y ahora debo preguntarte... ¿él está bien?

—Sí, ¿por qué lo pregunta, su majestad?

—Sé que su salud está empeorando, pero estoy muy molesta y cansada para hablarlo con él otra vez. Así que, aunque probablemente no lo harás, si sabes algo que yo no, creo que debería saberlo. Al menos para estar...preparada.

—La entiendo a la perfección, su majestad. Lo único que creo es que...el rey necesita cuidado y tal vez un poco de descanso. Han pasado muchas cosas.

—¿Descanso? ¿Quién tendrá el poder de convencerlo? — vuelve a mirar la entrada de las mazmorras. — ¿Todo bien ahí dentro? — cambia de tema.

Vittorio sigue su mirada y entiende a lo que se refiere.

—Sí, todo en orden. — miente.

—Parece que tienes respuestas predeterminadas. ¿Si entro me encontraré algo desagradable?

—Para usted, sí. El sitio se construyó para torturar. Ahora si me lo permite, tengo que retirarme. — contesta educadamente.

—Bien, puedes hacerlo. — le da permiso y Vittorio se marcha. 

Sin poder quedarse con la duda, la reina decide entrar a aquel lugar de violencia, dolor y lamentos. Sus siervos desconcertados intentan detenerla, pero está decidida a responderse por sí sola. Los guardias abren las puertas y Tomasia camina entre las celdas. Todas están vacías, con uno que otro prisionero, pero nada que no se esperaba. Hasta que al final, logra verla. 

A Loana.

—¿Su majestad? — Loana se pone de pie.

—¿Tú eres...?

—Loana. Soy....la hija de Silas. — la reina abre los ojos como platos ante su revelación.

—Tú eres hija de...Silas. — se acerca más.

—Sí, soy hija de su hermano, su majestad. — enfatiza. — Y antes de que lo pregunte, el rey, su esposo, me tiene encerrada para hacer que vuelva. Plan que no le funcionará. Así que estoy aquí, esperando que alguien me salve o que simplemente llegue mi muerte. — vuelve a sentarse en el suelo de su celda.

—Belmont no tiene límites. — la reina está anonadada. — Nunca me metí en sus órdenes y por eso nunca hice nada por él cuando debí hacerlo. No haré lo mismo contigo ahora que sé que eres su hija y que estás aquí.

—No es necesario, señora. Mi padre tampoco es un santo. Ninguno lo somos. Si decide no hacer nada, nadie la responsabilizará.

—Sí, yo sí. Te sacaré de aquí, solo dame unas horas. — Loana asiente y la reina se marcha. 

Varios le habían prometido sacarla de allí: ¿quién lo haría realmente? Pero sin importarle mucho que digamos, Loana solo era paciente y aceptaba su realidad. La realidad de que no era suficientemente importante para que su padre volviera a rescatarla.

En las avenidas de la nobleza.

Esta se había convertido en la caminata más silenciosa de la historia. Mientras la princesa Gertrudis se distraía platicando con varias amigas de la nobleza, Turquesa y Helen avanzaban por las calles sin dirigirse la palabra a pesar de que todos las vieran y murmuraran entre ellos.

—Esto no sirve de nada, no tiene sentido. — Tessa susurra.

—Yo no tenía idea de esta locura, así que no me culpes. — Helen contesta.

—Lo sé, sé que no moverías ni un dedo para salvarme, aunque al menos solo sea un pensamiento.

—¿Enserio hablas de "salvarte" como si todo un ejército estuviera buscándote? Debería avergonzarte.

—Mi imagen, para mi familia lo es todo. Mi futuro depende de ello.

—¿Es que acaso tu castidad es lo único que podrías ofrecer? — Tessa frunce el ceño y se queda en silencio. — Alan me contó la verdad. Lo que realmente pasó en los establos de tu mansión. — aclara y Tessa no evita sentirse terriblemente avergonzada. — Tranquila, no soy de las que juzgan. Tengo la mente muy avanzada para mi edad.

—Fue un error, y me costó mi futuro como reina de Francia. Lo que aun no entiendo es porqué tú. De tantas princesas ¿por qué te escogieron a ti?

—Digamos que en primer lugar no dejé que me escogieran. Jamás fui opción de nadie. Solo...me brindaron una oportunidad y acepté.

—Pero parece que Alan sí tiene sentimientos por ti. Y honestamente eso explicaría muchas cosas. — Helen se detiene y la mira con confusión. — Si a pesar de tu estatus te aceptó en la familia real, eso deja mucho que decir. — aclara.

—Pareces demasiado impresionada. Cuidado con perder la cordura. — siguen caminando y entran a las calles peligrosas de Francia. Donde solo gente que guardaba mucho odio en su corazón yacía. La humedad y el inusual aroma a madera quemada empezaba a ser un problema para Turquesa; pero la situación empeoró aún más cuando unos hombres con poca educación empezaban a murmurar y a aproximarse más de lo apropiado.

—¡Ramera! ¡Echaste todo a perder! ¡Apostamos todo por ti! — eran algunas de las cosas que se oían decir. — ¿No nos escuchas? — uno de ellos hala a Turquesa hasta rajar su vestido.

—¡Oye, apártate! No permitiré que le hagan esto en mi presencia. — Helen sale en su defensa.

—No debería siquiera caminar al lado de una...cualquiera. — dice uno de ellos, pero antes de que diga otra cosa, los guardias empujan a los desobedientes. Turquesa, consumida por su vergüenza, no dice una palabra. — ¡Ella no merece su devoción! — el hombre vuelve a vociferar.

—¿Y tú sí? — Helen se acerca. — Supongo que sabes a quien le estás hablando ¿no? Entonces sabrás que puedo hacer que te arrepientas de tus palabras. — el guardia se detiene, asegurando que aquel rebelde no pueda acercársele.

—Solo digo que debe cuidar mejor su espalda. Usted es la futura reina de Francia, ella ya no. — parecía estar muy seguro de sus palabras. Era muy idólatra. 

El guardia lo aleja hasta que ya no pueden verlos.

—Será más seguro volver al castillo. — comenta uno de los soldados.

—No, la princesa quería hacer este recorrido por una razón. Vamos a terminarla. — Helen asevera y siguen caminando. Su actitud sorprende a Turquesa, quien no sabía cómo sentirse con ella después de todo esto.

En el pueblo.

Ver a la madre de Odette regando pósteres y preguntando a todas las personas que pasaban por su lado desesperadamente captó toda la atención de Helen, y sin pensarlo, corre hasta ella para saber qué sucede. Por su mal estado físico sabía que no había dormido en toda la noche y eso la preocupaba aún más.

—Ross, ¿qué sucede?

—¡Helen! ¡Oh por Dios! — se sorprende de verla. — Es mi niña, Odette. No la encontramos desde anoche. Me da miedo que...algo malo le haya pasado después de la traición de los ingleses. — sus lágrimas caen por sus mejillas.

—Tranquila, debe estar bien. Es inteligente. ¿Cuándo fue la última vez que la vio?

—Salió muy temprano ayer. Dijo que primero iba a verse con él.

—¿A verse con quién?

—Con el rey...con el rey de Inglaterra. Sabía que no saldría nada bueno de eso, pero nunca me escuchó. — Helen se preocupa al doble con esta revelación. Odette ya le había contado cosas sobre él. — ¿Y si él la tiene? ¿Y si la secuestró? ¿Y si está haciéndole cosas malas?

—No se atormente, estoy segura de que no es el caso. Están buscando el cadáver del rey inglés en aquel campo. Nadie más que el rey y su peón salieron con vida de allí.

—¿Por qué el rey siempre parece liberarse de la muerte? ¿Qué nos asegura que esta vez haya sido diferente? — sus dudas tenían mucho sentido.

—Ordenaré su búsqueda. No dejaré que descansen hasta encontrarla, lo prometo. Se lo prometo. — Helen da su palabra y Ross confía en ella.

—Está bien. Tráela de vuelta a mí, sana y salva. — rompe en llanto.

—Eso haré. — le asegura.

***

Luego de una extensa búsqueda, los soldados y expertos no encontraron más que huesos y cenizas en aquel infierno. Todo parecía indicar que había muerto excepto por la túnica con el logo inglés que encontraron tan solo a algunos metros más lejos del campo de los condenados. Uno de ellos se había salvado de la muerte ¿o quizás habrían sido más? Cuando esta información llegó a oídos del rey, se lo tomó con tranquilidad. Aunque podía significar una amenaza, tenía la constancia de que nadie después de ver a aquella criatura del mal querría volver por más.

En los aposentos del rey.

—¡Necesito que liberes a la hija de Silas ahora mismo, Belmont! — la reina entra sin previo aviso. — ¿Qué crees que ganas con todo esto? ¿Qué más buscas? ¿Qué más quieres ganar? — el rey se estaba vistiendo para una nueva cena familiar.

—Estoy cansado de tus preguntas, Tomasia. — se porta indiferente.

—Entonces no me des más razones para seguir haciéndotelas. Es mi sobrina, Belmont. Es la hija del hermano por el que nunca hice nada.

—¿Qué? ¿Ahora vas a culparte por decisiones ajenas? Esto siempre fue entre él y yo.

—Y nunca así debió ser. Me he mantenido bajo tu sombra durante todos estos años, nunca te he cuestionado....

—Sí lo has hecho, y mucho. — la interrumpe.

—Pero nunca hice nada al respecto. Siempre te dejaba tomar todas las decisiones y ahora...estoy sintiendo el peso de conciencia.

—¿Peso de conciencia? Solo reprímela. Es inútil.

—No todos somos tú.

—Pero tú sí pudiste serlo. Pudiste ser parte de todos mis planes, pero siempre supe que ibas a cuestionar cada movimiento. Por eso las cosas son así.

—¿Hablas de excluirme?

—Hablo de protegerte. — la mira a los ojos. — Luego de la muerte de mis padres tú fuiste lo más importante en mi vida. Fuiste la luz en mi camino, mi felicidad. La razón por la que seguí adelante y no me consumí por el rencor. Tuve la oportunidad de ser padre y tener esta familia.

—Familia que nunca valoraste. No aprecias nada, solo nos ves como fichas en tu ajedrez. Usas a cada quien a tu favor. — Belmont hace una mueca y gira sobre sus talones para ignorarla. — Lo único que te pido ahora es que la liberes, es todo.

—No puedo hacerlo, necesito a Silas de regreso.

—¿Por qué?

—¡Porque no me queda tiempo! — grita, dejándola con el ceño fruncido. — Estoy muriendo. — confiesa, en el estado más vulnerable en el que jamás se había encontrado.

—¿Qué? ¿Por qué dices eso? — la reina quiere entender.

El rey baja el cuello de su camisón y muestra cómo parte de su cuello y hombro están consumiéndose por la peste negra que desde anoche absorbió.

—Algo malo está matándome por dentro, y no dejaré que todo corra por cuenta propia cuando tengo todo para hacer que suceda antes y poder verlo. — termina de vestirse y sale de los aposentos, dejando a la reina en estado de shock.

***

En las afueras del castillo, la familia Robledo se despedía de Gertrudis y agradecían por su amabilidad como de costumbre al invitarlas y hacer aquella caminata por Turquesa hoy. Helen y ella parecían llevarse bien y comprenderse un poco más, y aunque Josefina no lo entendía, mucho menos aprobaba, nada importaba más que mejorar su sociabilidad.

—Alan, ¿puedo hablarte unos segundos? — le pregunta antes de marchar, pero este mira a Helen en busca de aprobación. Cuando ella lo entiende, le asiente y solo así, Alan se aparta para escucharla con más privacidad. — Disfruté mucho este día, no podría estar más agradecida.

—Me alegra que así sea. Solo te deseamos lo mejor. — une sus manos en su espalda.

—Lo sé. — mira a Helen. — Sabes, hoy tuve la oportunidad de conocerla más. Es una gran chica. Tiene un carácter que aún me cuesta comprender, pero ahora entiendo lo que hay entre ustedes. Se parecen mucho en eso. Entiendo que es lo que buscas y lo tienes. No lo dejes perder. — casi le sorprende escucharla hablar con tanta madurez.

—Sí, sí lo es. — la mira y sonríe. — Me alegra que lo entiendas y se lleven bien. 

—Bueno, no es como que iremos de picnic todas las tardes, pero...creo que nos comprendemos. — ríen. — Espero que me llegue la invitación del casamiento a mi casa.

—Seguro que la recibirás. —sonríen. 

—Cuídate, Alan.

—Tú también, Tessa. — sonríen nuevamente y se marcha en la carroza con su madre de regreso a la nobleza.

—Qué día tan agobiante, necesito una ducha. Nos vemos en la cena. — Gertrudis los besa en las mejillas y se retira con sus siervos hasta sus aposentos.

—Tú también deberías descansar. — Alan la atrae más a él.

—Tú también. Fuiste herido. Aunque ya no estén. — toca la zona en la vio la flecha herirlo.

—Estoy sano, gracias a tus amiguitas. — que las mencione cambia su estado de ánimo. — ¿Qué sucede? — lo nota.

—Hice un acuerdo con tu abuelo. — confiesa sin más.

—¿Qué? — frunce el ceño. — ¿Qué tipo de acuerdo?

—Quiere mi ayuda...quiere usar mi poder para detener la cosa que los atacó anoche.

—¿Y accediste?

—No tuve de otra, es algo que haría de todas maneras. Si de verdad quiere lastimar a los que amo, por supuesto que haré lo necesario para protegerlos.

—¿Y cómo estás tan segura de que no es otro plan del abuelo? Sabes lo manipulador que es. ¿No era el plan al revés?

—Yo lo vi, me vio fijamente cuando protegí el castillo. Era gigante, no sabría cómo describirlo, por eso le creo.

—Helen, no puedo creer que de verdad estés de acuerdo con él en algo. Nada lo hace, no da un paso sin segundas intenciones.

—Confía en mí, sé lo que hago.

Alan resopla.

—¿Qué le pediste a cambio?

—Liberarlas. Darles el lugar que merecen, aunque sea dentro del castillo. Es todo lo que quiero.

—¿Pusiste a 6 mujeres que no conoces por encima del bienestar de tu familia?

—De la seguridad de mi familia me encargo yo. Como futura reina de Francia no habrá nada que les falte ¿o sí? Creo que todo tiene un balance. — Alan aun duda, pero se queda en silencio. — No confío en él, pero sí en los motivos por los que me pide ayuda esta vez. Los planes originales siguen en pie, jamás lo olvidemos.

—Bien, porque no me gustaría pensar que siquiera podrías considerar estar del otro lado. — finalmente deja salir sus inseguridades.

—Jamás, Alan. Tuve claro mi lado desde el principio. No voy a decepcionarme a mí misma. — eso lo deja más tranquilo y besa su mano dócilmente. — Pero tú aún no me has dicho cuáles son tus verdaderos planes, aparte de llevarle la contraria a todo el consejo.

—Ya sé.

—¿Por qué no me dices? ¿Qué carta tienes bajo la manga?

—Cuando llegue el momento lo verás. — se limita a responder y Helen lo nota. — ¿Vamos a la mesa? — la toma de la mano y caminan hasta unirse al comedor real. 

***

Todos estaban sentados, esperándolos para poder comer. Especialmente al rey, quien, tras unirse, no dice una sola palabra al igual que la reina. La incomodidad después de todo lo sucedido en los últimos días, era abrumadora. La mesa estaba irrumpida por el silencio hasta que el coronel Cristóbal intenta sacar conversación.

—El consejo dijo que tomará medidas después de la traición de los ingleses. Rompieron un tratado de paz y eso es castigable.

—No quiero escuchar la palabra "inglés" e "Inglaterra" durante las siguientes 48 horas. — el rey lo interrumpe de inmediato. — Tuvimos...suficiente con cometer el error de repetir la historia. — está agobiado.

—Las cosas terminaron como tú las empezaste, abuelo. Y con esto tampoco estoy justificándolo o alegrándome de nuestras pérdidas, pero...debes admitir que te ganaste a pulso su traición. — el rey intenta no escucharlo. — Mataste a su padre. Al rey de toda una nación. — le recalca.

Belmont resopla.

—No sé cuántas veces debo repetirte cuáles son las obligaciones de un rey. Las guerras a veces son necesarias.

—Bien, solo digo. — Alan opta por no empezar una discusión y sigue comiendo. 

Mientras la reina no podía tocar la cena en su plato por el disgusto y la preocupación de lo último que habló con su esposo, el rey no apartaba la vista minuciosa de Helen.

—¿Y cómo van los preparativos de la boda? — su repentino cambio de tema sorprende a todos en la mesa. — El reino necesita aire fresco.

—Estamos haciendo todo lo que se necesita para que quede de ensueño. — la princesa Gertrudis mira a Helen con una sonrisa.

—Siento que los días pasan y esta boda jamás llega. Me estoy desesperando. — Belmont comenta. — Quiero que sea este sábado. — objeta antes de que alguien pueda decir algo.

—¿Este sábado? ¿Pasado mañana? Pero aún faltan cientos de cosas por preparar. — Gertrudis se alarma. — Todo lo que ha pasado últimamente no nos han permitido avanzar.

—Estoy seguro de que puedes hacer esto. Un día para ti es más que suficiente para preparar una fiesta, las has hecho incontables veces.

—Pero no una boda real. Serán los próximos soberanos de Francia, debe ser inolvidable.

—Y harás que lo sea. Aún tienes 31 horas. Podría ser a las 2 de la tarde.

—Me parece que están tomando decisiones sin siquiera preguntarles a los protagonistas de esta boda. Es decir: nosotros. — señala a Alan y a sí misma. — Es muy desconsiderado celebrar una boda después de tanta muerte y destrucción. El país necesita ayuda. — Helen deja clara su posición.

—El país necesita unión. — el rey le refuta.

—Es cierto, pero quizás no debamos presionar. Es claro que para la señorita Laurent todo esto es mucho de digerir, quizás no esté lo suficientemente convencida de dar este paso. — Aarón opina. ¿Por qué la odiaba tanto? Creo que Helen podía responderse a sí misma.

—Al contrario de otros yo sí estoy segura de lo que quiero en mi vida. De no querer hacer esto no estuviese aquí sentada ahora en primer lugar.

—Cuentas con suerte, eso es todo. — no parece importarle que todos sepan que está en su contra.

—No creo que justo ahora exista una persona con más suerte que tú. Acabas de decir una cosa como esa y sigo a una prudente distancia lejos de ti. — Alan intenta controlar su ira en la cena.

—¡Estalla, Alan! ¡Estalla! Es lo que más deseo porque realmente no entiendo cómo todos pueden estar tan tranquilos después de ver lo que ella puede hacer. — se exalta. — No es normal y aun así están todos aquí, planeando su boda.

—Aarón, por favor, compórtate. — su madre lo regaña.

—¡No madre! Si todos quieren seguir como si nada lamento decirles que yo no.

—¿Y qué sugieres? — Belmont habla, desde la serenidad de su asiento. — ¿Qué sugieres que hagamos con el fenómeno que tus ojos ven? — señala a Helen.

Aarón guarda silencio.

—Siempre has sido bueno buscando el origen del problema, pero nunca hallando una solución. Y justamente por eso, es que no eres ni nunca fuiste digno de ser escogido como el heredero del trono. — el rey le dice, con frialdad. — ¿Qué bases tienes para atacarla aparte de tu poco raciocinio con la realidad?

—¿Es una broma? Es una impostora con poderes sobrenaturales.

—¿La viste asesinando a alguien inocente?

—No, pero podría...

—¡Entonces no supongas! — lo interrumpe. — El casamiento será en 24 horas y quien no esté de acuerdo, tiene las puertas abiertas para marcharse y jamás regresar. — la posición del rey esta vez sorprendía a todos, ya que pocas veces la mayoría estaban de acuerdo con sus opiniones como las de esta noche, excepto Aarón.

—Entonces no tengo nada que buscar aquí. — se levanta, tira su pañuelo sobre su plato y se marcha, yendo la princesa Gertrudis preocupada detrás de él.

En Inglaterra.

Encerrada en un ostentoso aposento del castillo inglés, Odette buscaba la manera de escapar, pero le era imposible. Las ventanas eran muy pequeñas para que su cuerpo cupiera y los únicos portones estaban custodiados por tres guerreros. ¿Por qué la raptaba y la encerraba en su castillo sin previo consentimiento? ¿Dónde quedó su caballerosidad? ¿Dónde estaba el rey Enrique justo ahora? Eran algunas de las cosas que se preguntaba.

—Disculpe señorita...— una dulce voz hace que salte del susto. — Me disculpo, no quería asustarla. Soy la ama de llaves del castillo.

—¿Cómo...? — intenta controlar su exaltada respiración.

—Le traje desayuno y algo de ropa, seguramente tiene mucha hambre. Fue un largo recorrido. — coloca una enorme bandeja en una de las mesitas de hierro mientras más siervas entran y acomodan muchos tendederos con vestidos.

—¿Qué? Pero yo no he pedido nada de esto. Solo quiero irme de aquí, por favor. — suplica.

—Lo lamento mucho, tenemos órdenes de no dejarla salir hasta que se adapte.

—¿Hasta que me adapte? Este ni siquiera es mi país. No conozco a nadie aquí.

—Ya tendrá tiempo para conocerlo.

—¿Conocer a quién?

—Al rey Enrique, su futuro cónyuge. — en cuanto lo dice, el alma casi deja el débil y cansado cuerpo de Odette, haciendo que su expresión refleje mucho horror en sus ojos.

—¿Qué? ¡Espere! — le grita, pero antes de que pueda alcanzarla, la ama de llaves cierra los portones a su salir. — No puede ser. Esto no puede estar pasándome. — cierra los ojos e intenta respirar con normalidad. Aunque la comida le resulte tentadora, no toca ni un bocadillo del plato. 

¿Alguien iría a rescatarla? ¿Quién?

Las puertas vuelven a abrirse, pero no es la ama de llaves ni otros siervos, es un hombre. La silueta perfecta que hacia el contraste de la luz de las farolas y la oscuridad de la noche era estremecedora.

—Buenas noches, Odette. — conocía esa voz, le era muy familiar. Al acercarse más y ver de quien se trata, queda anonadada. Era el rey Enrique, quien se encontraba aparentemente bien después de haberse enfrentado a la realidad de aquella criatura del abismo. — Tenemos mucho de qué hablar. — los guerreros cierran los portones tras su entrada.

En el castillo francés.

Ni siquiera Gertrudis podía calmar la rebeldía de Aarón y estaba decidido a no tolerar lo que desconoce sobre el poder de la prometida de su hermano. Era, en cierta parte comprensible, pero nadie podía entender porqué esta vez no apoyaba incondicionalmente las decisiones de Alan como de costumbre.

Estaba en las afueras del palacio tomando aire fresco cuando ve al príncipe Alan acercarse silenciosamente a él.

—Oye, no quiero...— pero antes de que pueda terminar sus palabras, Alan lo golpea fuertemente, haciéndolo tropezar con sus propios pies y caer al suelo.

—No puedo creer que me estés haciendo esto cuando nadie me conoce mejor que tú. — está muy molesto. Aarón toca su nariz y ve la sangre que mancha sus dedos.

—Justamente porque te conozco es que estoy haciendo esto. Estoy muy seguro de que en mi lugar tú estarías igual. — se levanta con dificultad.

—¿Qué es lo que pretendes? ¿Vas a tomar la actitud del rey que tú y yo odiábamos antes?

—¿Es que acaso no te das cuenta? El abuelo solo ha hecho todo lo que ha hecho por poder y ahora que sabe que tu prometida tiene esta magia que aun no comprendo la usará como su marioneta. ¿Por qué crees que ahora está de su lado? ¿Qué te asegura que ella en cuanto tenga la oportunidad no te clavará una daga en la espalda?

—Porque me ama, igual que yo a ella.

—De tus sentimientos estoy consciente pero no he visto que ella esté dispuesta a dar la vida por ti como tú por ella. Y lo siento, pero siempre estaré velando por la seguridad de mi sangre antes que una desconocida que se haga pasar por buena persona.

—Ella es buena persona, ¿ya lo olvidaste?

—Ya no lo sé porque lo que vi anoche no es normal. Es poderosa y sí, sé que nos protegió, pero ¿Qué tal si una próxima vez decide no hacerlo? ¿Cómo la detenemos? ¿Qué harás al respecto? — Alan se queda en silencio. — Tus palabras son abrumadoras, Alan. — usa la ironía.

—No le tengo miedo a su poder, ella también a penas lo conoce.

—Pero yo sí porque no entiendo nada de lo que pasa, Alan. ¿Y si un día decide matarnos a todos? Porque sabemos que motivos le sobran. — Aarón está desesperado. Le teme a lo que no conoce.

—No lo hará, porque tenemos un acuerdo. — revela. — Nada de esto empezó sin razón. Ambos pusimos nuestras cartas sobre la mesa y firmamos un acuerdo. — Aarón frunce el ceño. — Ella quiere vengar la muerte de su padre y evitar que el abuelo complete el ritual. En esa parte estamos más que unidos. — camina a su alrededor mientras le explica.

—¿Me estás diciendo que este compromiso fue un acuerdo?

—Así fue al principio. Los beneficios eran más importantes para ambos en ese entonces. Aunque el mío siempre fue...

—Tu locura por ella, ¿no es así? — Aarón resopla. — Dijiste que ella quería evitar que el abuelo completara el ritual, ¿cómo sabe sobre eso?

—Creo que ya sabes la respuesta. — Aarón recuerda todo lo que investigó. — Ella es la pieza que faltaba para completar el ritual. Ella es la séptima doncella que necesita obtener lo que por más de 18 años estuvo buscando. — su revelación casi hace que Aarón se desmaye. — Puedo contarte el resto, pero primero necesito saber de qué lado estás.

—Siempre he estado de tu lado, Alan. Y la razón por la que tuve esta actitud es porque conozco tu corazón. Finalmente has dejado que alguien entre en él y derribe tus muros, los que desde niño habías construido. Y me da miedo que alguien traicione ese lado humano porque sé que te perderemos para siempre. — se sincera.

—Entonces estarás ahí para devolverme a la realidad y recordarme que tengo un hermanito menor fastidioso al cual proteger con mi vida. — toca su hombro y sonríen. — Quiero que estemos bien, pero para eso, debes aceptar que me casaré con Helen en 24 horas. Sé que te asusta, pero no dejaré que nadie te haga daño, deberías saberlo.

—Lo sé. Siento mucho todo esto, de verdad yo...solo quiero...

—Está bien. — lo abraza. — Todo estará bien.

Helen.

Luego de disfrutar un momento cálido con su familia, Helen los preparaba para las más emociones que recibirán en los siguientes días. María solo seguía de pie porque sus hijos eran su mayor motivación, pero estaba ansiosa por volver a su vieja vida en el pueblo. La que pronto tendría cuando entregue a su hija en el altar. 

Sus hijos le dan las buenas noches y caminan hasta sus aposentos para descansar, pero Jason no entra al suyo y sigue caminando con Helen un rato más.

—Debo pedirte algo. — Helen susurra.

—¿Qué sucede? ¿Qué necesitas?

—Es Odette, cuando fui al pueblo esta mañana Ross estaba desesperada buscándola. Dice que fue raptada y sospecha del rey Enrique.

—¿Pero él no está muerto ya?

—Aún no confirman nada, solo encontraron su túnica y nada más. Cualquier cosa podría ser posible. — Jason estaba de acuerdo. —Ahora que entrenas en el ejército de Alan, necesito que uses tus influencias para buscarlo.

—¿Buscarlo?

—Tengo el pequeño presentimiento de que, si queremos encontrarla, primero tenemos que saber qué pasó con él. Los soldados del rey saben más de lo que dicen sobre ese lugar.

—¿Te refieres al campo de los condenados?

—Sí. Ahí están las respuestas.

—Quieres que vaya hasta allí, ¿no es así? No creo que sirva, seguro que la gente del rey limpió las evidencias antes de que alguien más las encontrara.

—Eso también es verdad.

—¿Por qué no vas tú? Te acompaño si quieres. — su idea no suena tan mal después de todo.

—Mañana todo el mundo estará sobre mí. No creo encontrar la forma de escaparme de la mucama siquiera.

—Entonces vamos ahora. Sé que es tarde, pero... ¿vale la pena intentar?

—Primero, ya sé a dónde debemos ir. — sin cuestionarla, la sigue hasta el pasadizo secreto donde estaban ocultas las demás. Cinco, se sorprende de verla al igual que las demás, pero todas guardan la calma mientras Jason intenta no asustarse con lo extraño que era todo eso para él.

—Hasta que la futura reina nos visita. ¿A qué debemos el honor? — parece molesta.

—Tú eres la que ve el futuro, tú dime. — Helen cruza los brazos.

—Supongamos que he visto cosas que no agradan. ¿Sabías que el rey usó a Selene para sanar al príncipe?

—¿Quién es Selene?

—Ah, es cierto. Te importamos tan poco que ni siquiera sabes nuestros verdaderos nombres.

—¿Vas a culparme ahora? Si no dependieras tanto del rey ya estuvieras casada y criando tus propios hijos. Tuviste, todas tuvieron la oportunidad de salir ¿y qué hicieron? Así que no intentes buscar más responsables de tu verdadera desgracia. — la deja en silencio. — Y, de hecho, ya hice un trato con el rey. — Jason frunce el ceño a su lado. — Hicimos un intercambio de favores temporalmente y ustedes obtendrán su libertad. Pero supongo que eso ya lo viste, ¿no es así?

—No exactamente. Pero fue suficiente para saber que nada de esto valdrá la pena.

—¿Qué es o.... quién es la criatura negra que tanto asusta al rey? Si sabes algo debes decírmelo.

—Es Mohat. El dios de los paganos. Rey de las tinieblas y bla bla bla. Es todo lo opuesto de lo representamos nosotras.

—¿Y qué hace aquí? ¿Qué quiere? Mató a muchos ingleses y franceses en ese lugar otra vez. Y pude verlo. No tiene una mirada muy amigable que digamos.

—Somos su sello de libertad. Algo debió provocarlo y ahora quiere asegurarse de que ella no vuelva.

—¿Ella quién?

—Ann. Mohat ya sabe que solo eres un recipiente de su inmenso poder y no se irá hasta asegurarse de que estés muerta. Solo evitando que completes tu constelación sellará su libertad, de lo contrario, sabrá que está perdido.

—¿Y cuándo completo mi constelación?

—El día que naciste, Helen. — el 7 de diciembre era la fecha límite para que aquella criatura se deshiciera de Helen y eso la aterraba.

—Por eso te quisiste quedar aquí, ¿verdad? Sabías que vendría por nosotras.

—Sin importar lo que piensen, estamos más seguras aquí que allá afuera. Pero el día se acerca y le mostraremos a todos de lo que estamos hechas. Mis visiones jamás fallan.

—¿Hay alguna manera de detenerlo?

—Nosotras podemos desconcertarlo, tú puedes herirlo. Pero solo hasta que completes tu constelación podrás detenerlo completamente.

—Para ese entonces estaremos muertas. Tengo muchas personas a las que proteger. — mira a su hermano a su lado. — A menos que...dejemos que el rey complete el ritual. — un foco se ilumina en su mente.

—Creo que ya estás entendiendo de qué se trata todo esto. — con cada revelación, todas entendían más las decisiones que Cinco escogía durante más de 18 años al no tomar las oportunidades de escapar. Encerradas en ese lugar estarían protegidas de los paganos, de los Tenebris, de los rebeldes del pueblo y sobre todo de Mohat. Y solo para vencerlo sin que antes él las asesine o asesine a sus seres queridos primero, debían dejar que Belmont cumpliera su propósito para que el poder de Ann se desatara antes de lo cósmicamente establecido.

—¿De qué está hablando? Tú no puedes hacer eso. — Jason protesta.

—Solo necesita una gota de nuestra sangre, Jason. Solo así podremos detenerlo. — está convencida y Jason pasa las manos por su cabello negándose a la idea de acceder a eso.

—No voy a dejar que te sacrifiques así. ¿De qué se trata todo esto? — intenta entender.

—Hay demasiadas vidas en juego, no tenemos mucho tiempo. — Cinco parece desconsolada.

—¿Quién morirá? ¿A quién viste? — se preocupa.

—No me atrevería a decirlo sin más. — la profunda mirada de melancolía preocupa a Helen. ¿Quién morirá en los próximos días? No podía ni imaginarse que alguno de su familia, de sus amigos o incluso Alan, sufrieran aquellas consecuencias.

—Sea lo que sea, no dejaré que pase. No lo permitiremos. Pero antes debo saber...cuando salgan de aquí, ¿estarán conmigo en esto? ¿Estarán de mi lado?

—Estamos destinadas a protegerte y ser tu potenciadoras, jamás podríamos dejarte sola. Pero la verdad es que no nos necesitas. No nos necesitarás. — sus palabras con tanto misterio siempre aceleraban los pulsos de su corazón.

—Claro que sí. — se gira sobre sus talones y camina hasta la salida, pero antes se gira para decirles algo antes de marcharse. — Y por cierto...están invitadas a mi boda. Serán mis damas de honor. — les informa sin más. 

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