26: La criatura negra.
Sin pensarlo dos veces, todos los que pudieron trasladaron al príncipe hasta el médico del reino lo más rápido posible. Estaba perdiendo mucha sangre y eso tenía a todos preocupados. A su madre, principalmente. Quien insistió en volver para salvar a sus hijos de la tragedia.
—Niño mío, resiste. —Gertrudis acaricia su cabello mientras se lo llevan.
—Será mejor que tú te quedes. — Aarón le dice a Helen antes de que también pueda acompañarlos.
—No me quedaré, debo ir con él.
—Creo que tienes demasiado que explicar primero. — casi olvida que demostró su poder frente a su familia, a Max y al príncipe en cuestión. — ¡Guardias! Lleven a esta impostora y enciérrenla. — vocifera y los guardias a su alrededor hacen caso.
—¿Qué? ¿Qué crees que haces? — está enojada y confusa.
—Protegiendo a las personas que amo de lo desconocido. — aunque sus palabras son hirientes, logra entenderlo. Así que, aunque sabe que tiene la fuerza para impedir ser llevaba hasta aquel oscuro lugar, no se resiste.
—¿Qué hace? No puede hacerle esto a mi hermana. — Jason protesta, pero los Laurent también son alejados de la familia real por órdenes de Aarón.
—¿Qué vieron mis ojos? Helen... ¿cómo hizo eso? — María estaba desconcertada. — Tú sabes algo ¿verdad? — las expresiones de Lucas lo delatan. — Si es así debes decirme. Debes decirnos. — Jason también tiene preguntas.
—Está bien, les contaré lo que sé. — se resigna.
El campo de los condenados.
Unas voces tenebrosas despiertan al rey de Francia de su desmayo. Su brazo izquierdo estaba siendo carcomido por la mugre negra de la tierra y al percatarse, quitó la suciedad y se puso de pie. El lugar, como hace años atrás, estaba lleno de cuerpos que habían perdido su alma en una nueva batalla. Una que, de milagro, Belmont otra vez había ganado. Todos los guerreros ingleses y parte de los franceses habían sido tragados por el infierno que yacía debajo de sus pies y ya no tenían salvación.
La presencia de Mohat había desvanecido, pero no significaba que no podría volver.
—¡Vittorio! — se acerca a su cuerpo también desmayado y atascado entre las ramas. Con su espada lo libera y da palmadas en su cara para que despierte. Lo que, para su suerte, consigue. — ¡Levántate! Tenemos que irnos de aquí. — Vittorio estaba mareado por el fuerte golpe que tenía en la cabeza pero, aun así, su rey lo ayudó a ponerse de pie y salir de aquel espantoso lugar. Donde todos resultaron muertos, menos ellos.
¿Alguien más podría haber sobrevivido?
Los doctores de la realeza hacían todo lo que estaba en sus manos para salvar al príncipe de la herida mientras su familia esperaba con angustia prontas respuestas y los soldados y plebeyos ayudaban al castillo en las zonas que más fueron afectadas por el fuego. Habían muerto guerreros de ambas nacionalidades. Padres de familias e hijos de alguien que esperaba verlos al amanecer. Juntaron sus cuerpos en una pila y los incendiaron mientras le dedicaban un minuto de silencio a sus almas.
Helen sentía mucho frío, angustia y desesperación por saber de la salud del príncipe, pero tal parecía que no las recibiría dentro de muchas horas. ¿Todo se había ido a la mierda? Se preguntaba mientras intentaba mantener la calma. ¿Qué era aquella figura tenebrosa que vio entre las ramas secas de los árboles? Eran incógnitas que daban vueltas en su cabeza.
—No me lo puedo creer. La mismísima poseedora de la séptima constelación en una celda a mi lado. Qué ironía. — suena la voz de Loana. Su peculiar cabello y diamante incrustado en la frente eran fáciles de distinguir, por lo que la recordó al instante.
—Tú otra vez. Qué pesadilla. — se toma la situación con más calma de la que puede reconocer.
—Alan siempre tuvo la respuesta de todas sus preguntas frente a frente, pero jamás se dio cuenta. — Helen cierra los ojos, esperando encontrar paz en la oscuridad. — Para todos los que conocen tu poder eres una diosa, pero yo sigo viendo solo a una niña estúpida que no sabe qué hacer con su patética vida. — la mira a través de las rejas.
—Ten cuidado, le hablas a la futura reina de Francia. — responde con ironía.
—¡Pero eso no es suficiente! No podrás hacer nada con esa estúpida corona.
—Pareces saber más sobre mí que yo. ¿Hay algo que quieras compartirme?
—Puedes destruir este castillo completo si así lo deseas, pero aquí estás. Dejándote doblegar por los que se creen dueños de todo. — Helen guarda silencio. — Tienes el poder de toda una maldita constelación en tu interior. Puedes invocar rayos de luz, abrir portales, destruir sombras, levantar maldiciones, calcinar a todo un ejército con tus potenciadoras y liberar a Francia de este maldito reino.
—¿Con mis potenciadoras? ¿Qué quieres decir? — frunce el ceño.
—Las otras seis. No son solo más que tus amplificadoras. "Cum septem constellationes convenerint, magia irrevocabilis erit/ Cuando las siete constelaciones se unan, la magia será irreversible". Eso decían las escrituras que leí en latín. No sé porqué no usan su poder para salir de aquí. — la confusión es evidente en Loana.
—No es tan simple. Han estado encerradas aquí por más de 18 años. No conocen otra cosa más que las rejas del castillo. Y por más que se intente ayudarlas...parecen tener su propio plan. Uno del que ya soy parte.
—¿Qué plan?
—Quinta. Ella ve el futuro. Me ha mostrado cosas que aún no logro entender.
—¿Y cómo sabes que puedes confiar en ella? ¿Cómo estás segura de que no está cambiando esas visiones a propósito? Piénsalo. ¿A quién es el único que le conviene que permanezcan allí? — sus suposiciones la hacen dudar. Aunque nunca se haya fiado de ella del todo.
Horas más tarde.
Mientras el coronel Cristóbal cuestionaba las acciones de su hijo menor, el príncipe se debatía entre la vida y la muerte. Los sanadores del reino atendían a los heridos y otros guerreros reconstruían los desastres que las peleas ocasionaron. Todos murmuraban y les aterraba no solo el ataque de los ingleses, sino el poder que presenciaron de la prometida del futuro rey de Francia que, aunque lo reconozcan o no, los salvó.
Con angustia y sin poder mantenerse de pie, el rey Rutherford cruza los portones del palacio junto a Vittorio y todos sus súbditos corren hasta ellos para darles los primeros auxilios. Vittorio tenía múltiples heridas superficiales, pero con reposo se recuperaría pronto. Mientras que la salud del rey parecía desvanecer cada vez más.
—Esos malditos ingleses. ¿Dónde están los demás? — pregunta a todos mientras velan por su seguridad. — ¿Dónde están mis nietos? — mira al coronel Cristóbal, quien se encuentra en el pabellón.
—Hirieron a Alan, señor. — contesta con la mirada baja.
—¿Qué?
—Está bajo cuidados, la fiebre no cesa, pero todos estamos rezando por él. Todos los demás parecemos estar físicamente...bien.
—Esto no puede ser posible. ¿Dónde estaban sus guerreros? ¿Por qué no lo protegieron? — está muy enfadado.
—Porque decidió sacrificarse para salvar a su prometida. — Aarón contesta. Recibiendo una reprochante mirada de su padre.
—¿Y dónde está ella ahora?
—Encerrada en las mazmorras. — sin expresión alguna, el rey guarda silencio y no le da importancia.
—Déjennos a solas. — dice. — ¡Ahora! — grita, y todos excepto Vittorio, salen del pabellón.
—¿Se encuentra bien señor? — Vittorio se acerca.
—Ve hasta ellas y trae a la tercera.
—¿Está seguro señor?
—Solo hazlo. No perderé a ninguno de los míos. No otra vez.
En los corredores del castillo.
—¿Qué crees que haces hijo? ¿Qué tienes en contra Alan ahora? — Cristóbal le reclama mientras caminan.
—¿En contra de Alan? Jamás le haría daño, intento protegerlo. Tú viste, todos fueron testigos de lo que ella puede hacer, ¿y eso qué se supone que significa?
—Sea lo que sea nos salvó. Protegió al castillo y es la prometida de tu hermano. ¿Tienes idea de cómo se pondrá cuando despierte y sepa lo que hiciste?
—Me haré responsable de las consecuencias. — está decidido.
Como el rey lo había ordenado, Vittorio fue hasta el pasadizo secreto y escoltó a la tercera estrella hasta Belmont. Muy asustada y sin poder articular media palabra, mantenía la mirada baja y los nervios de punta ante su presencia.
—Estoy empezando a perder la paciencia con todas ustedes y todo lo que he sacrificado para nada. Pero ahora tú tienes algo, tienes un don que necesito que uses con mi heredero. Quiero que cures a Alan y que vuelva a despertar.
—Si sus heridas son muy graves no creo que pueda...
—Eres parte de una maldita constelación. Por supuesto que puedes. — la interrumpe y con una señal, Vittorio la lleva hasta Alan para que cure completamente sus heridas. Para esto, los guardias sacan a todos los presentes, incluyendo a su madre para que nadie sea testigo de lo que aquella mujer estaba a punto de hacer.
Postrado en la cama y transpirando, Alan no parecía dar señales de mejora.
—Se ve muy mal. — Tercera dice, sintiéndose apenada por su situación.
—Y ahora tu trabajo es hacer que no siga viéndose así. — Vittorio la presiona a su costado. Tercera respira hondo y se acerca al príncipe lentamente mientras recita oraciones en voz baja. Las tres marcas en su antebrazo izquierdo se iluminan y al tocar con su mano la piel del príncipe, cierra los ojos y libera sus dones. Para poder curarlo debía sentir el dolor de sus heridas y aunque casi la consume, logró su propósito. Lo curó. Su nariz sangraba, puesto a que nunca había usado demasiado su poder sobre alguien, pero, aun así, Vittorio solo se aseguró de que las órdenes del rey se ejecutaran a la perfección.
Aunque nadie comprendía qué pasaba, la felicidad de saber que Alan había mejorado era suficiente para toda la realeza. Pero el coronel y Aarón no pasarían por alto del todo lo que acababa de ocurrir.
En los aposentos del rey.
¿Cómo era posible tanto fracaso a sus pies? Belmont se preguntaba en la soledad de su alcoba. ¿Qué demonios acababa de ocurrir en el campo de los condenados? ¿Qué era aquella cosa oscura tan poderosa? ¿Dónde estaba el supuesto poder que iba a reclamar? Aún muy afligido física y emocionalmente, se mantenía cuerdo para tomar decisiones.
—¿Cómo está Alan? — le pregunta al coronel Cristóbal después de solicitar su presencia.
—Parece estar mejorando...más...rápido de lo normal. — sospecha.
—Lo importante es que está bien, ¿no? El futuro rey vive. — las nota. — ¿Algún maldito inglés con vida? — cambia de tema.
—No, señor. Los guardias revisaron todos los rincones del palacio, todos murieron. — el coronel responde.
—Qué extraño. O mis soldados son muy buenos...o aquí pasó algo más. — recordando que Helen estaba encerrada en las mazmorras, creía darles la respuesta a todas sus preguntas. — Llévame hasta la hija del obrero. — le pide a Vittorio.
—Señor, no creo que sea... — el coronel intenta interponerse, pero ante la fría mirada de su rey, no le queda de otra que agachar la cabeza y apartarse de su camino. Sabía que con todo esto, las cosas solo se complicarían cada vez más.
En las mazmorras.
—Perdí mucho tiempo intentando convencer a Alan de que las profecías eran reales. No lo perderé de nuevo contigo. — Loana se resigna y se toma la situación con calma.
—Hablas como si lo conocieras demasiado. ¿Es que acaso tú y él...? — la curiosidad de Helen emerge.
—¿Quieres saber si nos acostamos? — sonríe burlonamente. — Claro que no. De hecho, resulta que somos parientes. La reina es hermana de mi padre, y de ahí deduce lo demás. Pero eso no quita que haya existido la posibilidad. — de solo oírlo, algo caliente recorre sus venas. — Es broma. Alan siempre ha sido frio con todo lo que se le acerca, y sí, lo conozco desde que éramos pequeños. Amaba explorar el bosque que le tenían prohibido visitar solo para molestar a su abuelo. Tienes suerte de que ahora sea tu prometido. Hablarle de casamiento era como vomitar en su ostentosa túnica.
—Las personas pueden cambiar de opinión.
—¿Y de verdad crees que Alan te ama?
—Me ha salvado la vida cientos de veces. Y....han pasado cosas que...simplemente me dejan claras sus intenciones. — se pone nerviosa.
—¿Y no te has puesto a pensar que quizás hace y ha hecho todo eso solo porque significas todo lo opuesto de lo que toda la realeza quiere para él? Llevar la contraria, romper las reglas. Es algo que le apasiona. — siembra sus dudas. — Porque sinceramente, no creo que Alan sea un hombre que pueda amar a nadie más que a sí mismo.
—Finalmente, veo tu rostro sin máscaras. — la voz del rey irrumpe el espacio. Aun malherido, tiene fuerza para mantenerse de pie. Tanto Helen como Loana, se quedan en silencio y bajan la guardia. — He invertido más de la mitad de mi vida para cumplir un propósito y reclamar la recompensa. Y esta noche siento que nada ha valido la pena. — se acerca a la celda de Helen. — Solo hasta que tú pareces ser la luz en el túnel.
—No sé de qué habla.
—Dime... ¿por qué estás aquí? ¿Cuál es la razón? — mira de reojo a Loana.
—El príncipe salvó mi vida.
—Eres su prometida y está enamorado ¿no? Entonces por... ¿qué eso debería ser penado nada más y nada menos que por Aarón? ¿Qué límite cruzaste para lograr que el ser más alegre de este castillo te haga esto? — intenta sacarle la verdad.
—¿Por qué no le pregunta a él entonces?
—¿Y qué mejor que escucharlo de ti? Cuéntame.
—Si pregunta con tanto interés, es porque sabe la respuesta. Tal vez cree que no sé todo lo que hace cuando nadie lo ve. — osa al decir.
—Todos tenemos una parte de nuestros días que no le contamos a nadie. Pero tú...tienes la oportunidad de ser honesta con tu rey ahora.
—¿Y qué espera que le diga? ¿Cuáles son mis ventajas? Si es que las hay.
—Pareces ser una jovencita bastante negociadora ahora. Seguramente así fue que engatusaste a mi nieto para que te diera este lugar. — murmura. — ¿Acaso está confirmando mis suposiciones? — alza la cabeza.
—¿Acaso no tiene palabra? — lo desafía. — Acaso no tiene nada más de qué preocuparse que estar aquí hablando con una simple doncella. Su heredero está batallando por su vida, su reino ha sido traicionado y su gente desvanece entre las cenizas. — está furiosa, pero entre tanta rabia, el rey solo puede distinguir aquellas siete marcas en su antebrazo izquierdo. Los que estuvieron buscando durante muchos años y en diversas pieles del reino. Sin importarle nada más, abre los ojos como platos y alza la mirada.
Su expresión cambia radicalmente y ahora parece estar embelesado con la belleza de Helen.
—Eres tú. Siempre fuiste tú. ¿Cómo pude ser tan tonto? — sus ojos se iluminan.
Helen frunce el ceño con asco.
—No sé de qué está hablando. — mira de reojo a Loana, quien observa tranquilamente desde su celda.
—Muéstrame. Muéstrame lo que puedes hacer. Muéstrame el poder que he estado buscando durante tantos años. El que pronto me pertenecerá. — intenta tocar su rostro alargando su mano a través de las rejas, pero ella se aparta. — Hay algo, hay algo ahí afuera y....y....está cerca. Lo siento. Tiene maldad. Quiere quitarme todo lo que he conseguido. Quiere dañar a mi familia. — empieza a tener una crisis.
—¿Qué le sucede? — ni siquiera Loana puede entender.
— Señor, ¿está bien? — Vittorio se preocupa. Este comportamiento frenético y de locura no eran muy comunes en él. No de esta manera. — ¡Guardias! — grita y entran de inmediato. — No está bien, necesita atención médica, ¡ahora! — ordena y lo acatan de inmediato.
—¡Tú! — Vittorio señala a Helen con el dedo furiosamente. — No creas que te salvarás de esta. — le sostiene la fría mirada, gira sobre sus talones y se marcha de las mazmorras.
Odette.
Después de aquella conversación con Helen, intentó esconderse entre los muros de los alrededores del castillo, pero no tuvo éxito. Luego de forcejear con varios ingleses, sin entender qué sucedía trató de liberarse, pero al ser más fuertes que ella, de un fuerte golpe en la cabeza lograron hacerla desmayar. Horas más tarde, abre los ojos lentamente y poco a poco el constante movimiento de lado a lado la despierta totalmente. ¿Dónde demonios están? Se pregunta mientras se levanta.
Al chocarse bruscamente con nada más que mar a su alrededor, casi se infarta de la desesperación. ¿Dónde estaba? ¿A dónde la llevaban? Vuelve a preguntarse tratando de aclararse la mente.
—Tranquila, señorita. O se volverá a lastimar. — la voz seria de un hombre que apenas ve en su frente la saca de órbita. — No soy bueno vendando, pero su herida no es profunda. Lamento tener que hacerle eso. De otra forma no me habría dejado cumplir mi misión. — apenas se da cuenta de que se trata del guardia principal del rey Enrique.
—¿Qué...? ¿Cómo que cumplir su misión? ¿A dónde demonios me lleva? — está muy asustada.
— De hecho, ya estamos llegando.
—¿A dónde?
—Al palacio de Inglaterra. — responde sin más.
En el castillo francés.
Alan despierta. Como todo un hombre nuevo. Sus heridas no estaban, pero podía sentir su incomodidad. Lo primero que hace es revisarse el abdomen en busca de algunas de ellas, pero no están. ¿Qué demonios? ¿Estaba muerto? ¿Estaba en una especie de infierno? ¿Dónde estaba su familia? ¿Dónde estaba Helen?
—¡Hijo! ¡Dios mío! Despertaste. Qué alivio. — su madre se acerca, preocupada. — ¿Estás bien? ¿Te duele algo?
—No, estoy bien, madre.
—Gracias a dios. — besa sus mejillas. — Estaba tan asustada.
—¿Dónde están todos? ¿Están bien? — recuerda a la perfección lo último que sucedió.
—Sí, están todos bien. Tu abuela estaba muy nerviosa así que sus siervos le dieron un té para que duerma con más facilidad. Algunos de nuestros siervos sufrieron heridas y otros...murieron.
—¿Y Helen dónde está? — en cuanto lo pregunta, todos se miran entre sí. — ¿Qué sucede? ¿Dónde está? — insiste.
—Hermano...tienes que escucharme. — Aarón se acerca.
—¿Qué hiciste? — sospecha. Recuerda que intentó meterle cosas malas en la cabeza sobre ella.
—Yo...
—Si le hiciste algo, te juro por Dios que la vida no te bastará para el sufrimiento que te provocaré. — está furioso.
—Está encerrada, en las mazmorras. Yo lo hice. — intercede el coronel Cristóbal. Todos lo miran con sorpresa porque saben que no es verdad. Pero solo intenta proteger la hermandad que sus hijos siempre han tenido.
—¿Por qué hiciste eso? — se acerca a su padre, quien agacha la cabeza. — Saben lo importante que ella es para mí y aun así hacen esto, ¿qué más son capaces de hacer sin importarles los sentimientos de los demás? — es la primera vez que escuchaban al príncipe tan emocional.
—Llévame con ella. — le pide a Max, quien nunca se aparta de su lado.
En las mazmorras.
—Si me cayeras solo un poco mejor te ofrecería mis entrenamientos. Yo podría enseñarte a controlar todo ese poder. Pero no, prefieres dejar que te humillen de tal forma. — Loana sigue sermoneando a Helen.
—No vine a este mundo para agradarle a todo el mundo. Si tanto me odias solo tú vivirás con el tormento. — contesta, cansada del asunto. Su desagradable conversación se ve interrumpida por la entrada del príncipe Alan. Quien, aunque se encuentre físicamente bien, no deja de tocar con su mano la zona donde se supone que debería tener la herida.
—¿Alan? — Loana no parece creer lo que ve. Helen se queda sin habla mientras lo observa como si de un milagro se tratase.
—¿Tú también estás aquí? — Alan frunce el ceño. — ¿Qué pensaban hacer con ustedes? — vuelve la mirada hacia su prometida. — ¡Abran la celda! — les ordena a los guardias, lo que hacen inmediatamente.
—¿Estás bien? — en cuanto lo pregunta, Helen cae rendida en sus brazos. Había guardado tanta fuerza por temor a que algo malo les pasara a él y a su familia por lo que todos vieron, pero ahora, en sus brazos, sentía que todo estaría bien. — Ya estoy aquí. Tranquila nena. — le susurra mientras acaricia su cabello. — Todo estará bien. — Max a su lado, agacha la cabeza luego de apreciar lo muy enamorado que su amo estaba.
—¿Por qué estás aquí? — mira a Loana.
—Soy la garantía de tu abuelo. Me tiene aquí para atraer a mi padre. Después de la estafa colosal con la impostora, su sed innecesaria de venganza incrementó. — responde con mucha calma. Como si fuera una de sus menores preocupaciones.
—Lo que me sorprende es que de verdad te haya atrapado.
—Y tú fuiste la razón. De no ser porque me preocupo demasiado por ti, estuviera en otro lugar disfrutando de las vistas. — Alan recuerda el amuleto que le obsequió la última vez que estuvo por estos lados, así que deduce que fue en ese entonces.
—Veré si puedo interceder por ti.
—¡Vaya! Eso sí que me da muchas esperanzas.
—Las tienes. — gira sobre sus talones y salen de las mazmorras.
—¿Qué pasará ahora? — Helen pregunta mientras caminan por los corredores.
—Tú y yo...primero tenemos que hablar. — la toma del brazo, se aleja de los guardias y se encierran en sus aposentos. Pasa los dedos por los párpados de sus ojos y su barbilla mientras Helen juega con sus dedos por los nervios. ¿Qué me dirá? Se pregunta, aunque cree ya saber la respuesta.
—¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo hiciste eso? — se recuesta sobre una mesa de madera refinada. — Y quiero la verdad. — la mira firmemente.
—Yo...no sabría cómo explicarlo. Es un cuento muy largo. — mantiene cierta distancia.
—Solo explícalo. Tengo tiempo. — se acomoda.
—Toda mi vida tuve duda de estas marcas extrañas con las que nací. — se las muestra con vergüenza.
—Acércate, desde ahí no las puedo ver. — le pide y se acerca. Toca su brazo y sus marcas con sutileza. — ¿Cómo no las había visto antes?
—Siempre intentaba cubrirlas. — se miran a los ojos por prolongados segundos y la tensión era tangible. — Cuando crecí empecé a tener visiones. Eran como... premoniciones.
—¿Una que recuerdes? — está intrigado.
—El árbol seco del bosque; el lago es mi lugar favorito. Según mi madre fue donde nací. — sonríe. — Un día cuando lo toqué, fue como si me...teletransportara a otro lugar. Uno en el que el árbol florecía y tenía cientos de mariposas azules a su alrededor. Pero pocos segundos después, todo simplemente...detona.
—¿Detona? ¿Cómo un proyectil? — frunce el ceño.
—Sí, como si todo a mi alrededor desapareciera lentamente por el fuego. No sabía qué significaba, pero es lo que pasó. Luego tuve otros, pero...no recuerdo los detalles. Muchas cosas raras empezaron a sucederme. La primera vez que me di cuenta de que tenía algo sobrenatural fue cuando unos paganos me atacaron. Yo no quería, pero la llama en mi interior salió a flote y me protegió. — explica.
—Ahora entiendo muchas cosas. Todo concuerda.
—Yo...aun no logro entender qué hay detrás de todo esto, pero me aterra el futuro. Me aterra que personas inocentes sufran las consecuencias de tanta anomalía.
—El niño que dibujó tu rostro, no mentía ¿verdad? — ambos caen en el recuerdo.
—Yo ya sabía lo que Sylvie era, pero no fui quien la sacó de allí. Sabía que estaba segura bajo tu mando. Por eso llegué a visitarla algunas noches. Necesitaba respuestas y solo ella pudo dármelas. Algunas, al menos. — agacha la cabeza. — Sé lo que son y sé lo que pueden hacer; lo que podemos hacer. Por eso debo ayudarlas.
—¿Me aceptaste por eso? ¿Porque sabías que tenerme de tu lado sería una gran ventaja? — el amargo sabor en sus palabras era distinguible.
—Ambos hicimos un acuerdo por eso. También me necesitas. Tienes planes en los que yo te puedo apoyar, ahora mucho más que sabes...lo que soy.
—¿Y ahora? Porque no sé si te has dado cuenta de que esto entre nosotros hace tiempo dejó de ser un simple acuerdo. — se levanta y se acerca demasiado.
Helen intenta controlar la respiración.
—Bueno...estamos comprometidos. Pero él ya lo sabe. Estuvo aquí hace rato y vio mis marcas.
—¿El abuelo? — frunce el ceño.
—Sí. De repente se volvió paranoico y sus guardias lo sacaron. Me da la impresión de que algo más lo está atormentando y no sé qué quiera hacer al respecto. — se preocupa.
—Tranquila, si eres tan valiosa hará cualquier cosa para mantenerte cerca igual que a las demás. Cosa que, de momento, nos beneficia. — Helen asiente con la cabeza. — Tenemos que ser fuertes. — coloca un mechón de su cabello detrás de la oreja.
—Entonces... ¿estamos juntos? ¿Estamos bien?
—Estoy decepcionado. Sabías que odio las mentiras y fue lo primero que hiciste. Te di millones de oportunidades para ser sincera y no lo hiciste. Pero por mucho que eso me moleste, logro entenderlo. Hay cosas que me importan más ahora.
—¡Alan! — Aarón los alcanza, poniendo cara sospechosa cuando ve a Helen.
—¿Qué pasa? — Alan cambia de humor y coloca su mano en la cintura de su prometida.
—El abuelo, está mal. Quiere vernos. — la mira de reojo. Está avergonzado.
—Bien, necesito ducharme primero. — se gira. — Encárgate de que esté segura en mi ausencia. — le ordena a Max, refiriéndose a su prometida. — Nos vemos luego. — acaricia sus mejillas y se marcha. Dejando una incómoda tensión entre ellos.
Helen camina y tanto Max como Aarón, la siguen.
—¡Helen! Necesito hablar contigo. — la alcanza primero que Max.
—Lo siento, pero lo único que quiero ahora es ver a mi familia, ¿dónde está? — se detiene y lo mira con rabia.
—Están a salvos, pero muy preocupados por ti. Necesito que me escuches. — la sujeta del brazo y ella se libera de sus manos al instante. Max los vigila, listo para interceder de ser necesario.
—¿Qué voy a escuchar? ¡Me encerraste en ese lugar sin importarte nada! Tienes suerte de que Alan no sepa la verdad. — le alza la voz. — Sé que te asusta lo que todo esto pueda representar, pero no estoy aquí para hacerle daño a nadie que no se lo merezca. Es todo lo que tienes que saber. — le deja claro y se retira.
Rato más tarde.
Luego de reencontrase con su madre y sus hermanos y convencerlos de que estaba bien, se sentía mejor. Más calmada, más tranquila. Aunque no entendían del todo lo que estaba pasando, excepto por lo que le había explicado a Lucas, le aseguraron siempre estar de su lado, a pesar de todo. María, tocó su rostro con una mano y le llamó su estrellita. Siempre supo desde su nacimiento que tenía algo especial. Que tenía una conexión con la naturaleza y que sería importante para el futuro de Francia.
Después de que el rey se reunió con toda su familia y confirmó que todos estuvieran bien, sobre todo su heredero, tuvo una reunión con todos sus guerreros y parte de la servidumbre para dar una digna sepultura a los fallecidos y tomar medidas más drásticas con la seguridad de Francia. Revisarían cada rincón de la nación nuevamente hasta asegurarse de que no quedara ningún inglés con o sin vida.
Aquellas imágenes de la sombra que salió de la tierra daban vueltas en su cabeza y lo aterraba. Creyó estar preparado para lo desconocido, pero no lo está. Darse cuenta de que no tiene control lo atormentaba lo suficiente. Ante las preguntas del comendador, el coronel y el consejo real sobre lo que verdaderamente sucedió en aquel lugar de muerte nuevamente, no tuvo de otro que confesar la verdad, pero dando por hecho que tendría todo bajo control. Pero ¿era realmente cierto?
En el trono.
Vittorio, por órdenes del rey, salió en busca de Helen hasta llevarla frente a él. Estaba nerviosa, pero sería impetuosa esta vez. No se dejaría amedrentar como las demás. Habían más soldados de lo acostumbrado dentro del castillo y entendía el porqué.
—Por fin estás aquí, Helen Laurent. — era la primera vez que pronunciaba su nombre y era aterrador.
—¿Qué es lo que quiere? — va al grano.
—No tengo mucho tiempo. Quiero que me muestres tu poder. Muéstramelo ahora. — dice sin más.
—Parece que no está consciente lo que está pidiendo.
—Sí lo estoy. Hay una cosa allá fuera y me temo que soy el responsable. Necesito evaluar mis armas y saber con qué detenerlo.
—¿Sus armas? — frunce el ceño.
—Escúchame, niña. Pasé más de la mitad de mi vida siguiendo una maldita profecía y ahora que tengo la pieza faltante justo en frente, no la desaprovecharé. — se acerca. — Hazlo. — la presiona.
—¿Y qué pasará después? ¿Piensa encerrarme como a las demás? Porque le advierto que no lo dejaré.
—No dejas de ser la prometida de mi nieto, pero ahora también serás mi más grande descubrimiento. Mi talismán. — escuchar aquellas palabras la aterraban. — Ahora, quiero que me muestres. A no ser que necesites motivación. — otro de sus guardias entra con su madre y coloca una navaja en su cuello.
—¡Madre! — intenta correr hasta ella, pero otros se acercan, cerrándole el paso. Retrocede lentamente, buscando una señal de qué es lo que debería hacer.
—Ahí está; no hay mejor incentivo que tener la necesidad de proteger a tu familia. Lo he sufrido desde los 11 años. — susurra a su espalda. — Ahora, si no haces lo que te pido, ella y cada uno de los pocos seres amados que te quedan, sufrirán las consecuencias. — la rabia invade su alma y la sangre caliente recorre por sus venas. Está furiosa.
Las siete marcas en su antebrazo comienzan a brillar, como constante de que esta vez, ante el rey, no eran falsas. Un viento agresivo y frío impregna el trono y su largo cabello negro se mueve con él. Con peculiares movimientos gira sobre sus talones hasta ponerse en frente a él, quien está deslumbrado viéndola. Ondas de poder emergen de las palmas de sus manos hasta que las une y forma una formidable esfera de luz.
Las separa bruscamente y todo el trono tiembla, provocando que algunos objetos caigan, incluso algunos de los presentes.
—¿Quería ver lo que soy capaz? — sus ojos se iluminan y Belmont se aterra. — Aquí lo tiene. — se gira y con una mano controla el cuerpo de todos los guardias que la rodean. Los hace arrodillarse y despedaza sus armaduras sin siquiera tocarlos. No los deja respirar hasta que ruegan por sus vidas. Incluso el que tenía a su madre amenazada.
—Impresionante. — Belmont dice a su espalda.
—Deje ir a mi madre ahora o el siguiente es usted. — su voz se torna más fuerte y amenazante.
—¡Háganlo! — el rey ordena y dos de ellos la sacan cuidadosamente del trono, aunque María siga preocupada por lo que pueda hacerle a su hija. — ¿Por qué tú? ¿Por qué la hija de un simple obrero? Los misterios del universo son imprescindibles. Pero todo pasa por una razón. — se acerca más. Aunque sus ojos brillen y el viento aun sople. — Te busqué por años, pero tú viniste a mí. Tienes su poder y ahora me pertenece.
—¿Está seguro de eso? — ladea la cabeza y hace que su corona implosione por partes en su cabeza. Al percatarse, se la quita y la arroja al suelo. — No le pertenezco. Recuérdelo.
—Tú no, para eso pronto te casarás con mi nieto. Pero tu poder...sí. Es la recompensa que merezco tras tantos años de espera.
—¿No me ha dicho qué quiere hacer con tanto poder? Porque es evidente que no le basta con la corona y con las demás como yo.
—Oh querida, tú no eres como ellas. Eres la diosa de la constelación más grande que ha existido en el universo. Si Ann te escogió fue por una razón. Ahora su poder vive dentro de ti. — Helen se queda en silencio. Lo que había leído y presenciado de Ann la asustaba un poco aún. — Se acerca una gran amenaza. Hay una...cosa allá fuera que salió de la tierra en el campo de los condenados. No sé lo que es, pero estoy seguro de que no tiene buenas intenciones. Mató a todos sin piedad y con tanta facilidad, incluso casi hace lo mismo conmigo. — muestra su cuello. Una extraña mancha negra que parece moverse dentro de sus venas se esparce.
Helen relaja su expresión y empieza a creer en sus palabras.
—Y sé lo que hiciste, protegiste el castillo en mi ausencia. Lo que me asegura que al menos en esto, estarás de mi lado. — tanto ella como Vittorio, fruncen el ceño. — Necesito que nos protejas hasta que descubramos cómo vencer a la criatura negra.
—¿De qué criatura negra habla? — calma su magia y vuelve a la normalidad.
—Pronto la verás, estoy seguro. Yo vi sus ojos, sé que volverá y solo quiero estar preparado para eso. — cuando menciona "sus ojos", flashbacks de lo que vio a través de las ramas en la oscuridad llegan a su mente. ¿De eso temía tanto el rey? Se pregunta mientras lo observa.
—¿Está pidiéndome ayuda? — casi no puede creerlo.
—Estoy moviendo fichas para un bien común. Sé que tienes un...buen corazón. Protegerás a todos los que amas (dentro de ellos Alan) y nos parecemos en eso.
Se queda pensando por unos instantes.
—Está bien, pero quiero algo a cambio. — Vittorio pone los ojos en blanco a su costado y el rey se toma todo con apacibilidad.
—¿Qué cosa?
—Necesito que las liberes, o que al menos no las ocultes más. Han sufrido demasiado ya. — el rey no parece muy convencido. — Usted ya lo dijo, no son como yo, no tienen el poder que yo tengo, así que mientras esté de su lado, las dejará en libertad.
—De todas formas, no tienen a dónde ir.
—No tienen que irse, solo ser tratadas como se lo merecen. Deles un lugar cómodo dentro del castillo, a cada una sin excepción. Ya todos saben lo que soy, al menos los que pudieron verme anoche. No tiene porqué mentir, puede decir la verdad.
—Señor, es muy riesgoso. — Vittorio opina.
—¿Riesgoso para quién? ¿Para el rey de Francia? — Helen sabía lo que provocaba con sus palabras. Estaba poniendo en duda el poder del rey.
—Está bien. — todos, incluyéndola, parecen sorprendidos. — Puedo hacer eso. ¿Tenemos un trato?
—Espero que tenga en cuenta que, si me doy cuenta de que quiere traicionar este acuerdo después, no tendré la misma respuesta que ahora.
—Lo mismo digo. — ¿Realmente estaba pasando esto? ¿Estaba haciendo un trato con el rey que juró destruir? ¿Ciertamente estaba tan desesperado por aquella protección y tenía tanto miedo? Son algunas de las preguntas que no la dejaban en paz durante los siguientes 30 segundos.
—Entonces, trato hecho.
—Trato hecho, señorita Laurent. — su actitud tan amigable era aún más aterrorizante que cuando gritaba de rabia.
Los guardias abren los portones y ella se retira.
—Señor, ¿qué acaba de hacer? — Vittorio lo cuestiona.
—Es lo mejor para todos, créeme.
—Pero esto no parece...está destruyendo todo por lo que ha luchado durante tanto tiempo.
—Lo más importante ahora es proteger a mi familia y tú viste la cosa que salió en ese lugar. Viene por nosotros y no estaré listo para perder a nadie más. Seremos el reino más poderoso que jamás haya existido.
—¿Y Silas? ¿Qué haremos con su hija?
—Él vendrá, y lo mataré yo mismo.
—¿Y con los demás? Helen se casará con su heredero pronto. ¿Qué piensa hacer con eso?
—Los planes han cambiado. Tengo cosas nuevas en mente para ellos. — uno de sus siervos recoge la corona sobre una almohadilla y la lleva con el herrero para repararla.
—¿Piensa detener el casamiento?
—No, de hecho, creo que lo adelantaremos. — sonríe maliciosamente y se retira del trono, dejando a Vittorio muy desconcertado. ¿Qué estaba pasando con su amo después de ver y casi ser asesinado por Mohat?
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