25. El árbol caído.
Sale el sol.
La mucama junto a más siervos, irrumpen el aposento del príncipe para despertarlos. El resplandor que entraba por las enormes ventanas, los molesta a ambos. Los vasallos abren los nuevos baúles con indumentaria que la princesa Gertrudis les había ordenado mientras Alan y Helen se levantan.
—¿Qué es esto? — el príncipe les pregunta sin comprender.
—Nuevas noticias. La primera es: el rey de Inglaterra parece que firmará el acuerdo de paz esta noche. — la mucama contesta.
—¡Por fin! Un estorbo menos. — pone los ojos en blanco.
—¿Y la segunda? — Helen frunce el ceño.
—Tributo al árbol caído. Se hace todos los años desde que la peste invadió esta nación. — la mucama contesta mientras acomoda sus atuendos en los sillones.
—¿Qué sentido tiene? ¿Por qué no sabíamos esto?
—Es un evento...privado. Solo los miembros de la realeza tienen acceso a esta conmemoración.
—¿Dónde está ese árbol? — sigue confundida y por la tranquilidad que muestra el príncipe, se da cuenta de que ya estaba al tanto de esto.
—Será mejor dejar las preguntas para el final y empezar con el aseo. — los siervos se dividen y comienzan a prepararlos para el evento. El príncipe ya se sabía los protocolos de memoria, así que no sería un problema para ellos. Helen, en cambio, sí. — No es nada correcto que una doncella amanezca en los aposentos de su prometido antes del casamiento. — la mucama empieza a sermonearla.
Helen frunce el ceño.
—Bueno, casi me muero ayer, creo que debería ser el menor de nuestros problemas. — las siervas ajustan los lazos de su corset hasta casi dejarla sin aire.
—La muchedumbre no lo pensará de la misma manera. — Helen pone los ojos en blanco y se queda en silencio. — Bien, para esta ocasión hay reglas de vestimenta que debes respetar.
—Déjeme adivinar: solo debo usar el color negro. — la interrumpe.
—Eso es correcto, pero por esta ocasión, solo los hombres deben usarlo. Las damas, deberán ir con colores que representen el otoño. — de solo escucharlo, Helen empieza a sentir jaquecas. — Esta es la paleta de colores que tenemos a su disposición. — dos de los siervos mueven los percheros con 6 vestidos con los colores: marrón, camel, beige, naranja, gris y amarillo. Todos perfectamente confeccionados y adornados con sutiles accesorios de plata y oro. — Todos fueron hechos para usted. Puede elegir qué ponerse.
—¿Todos estos? — está impresionada.
—Todos. Siéntase cómoda de escoger. — Helen pasa sus dedos por la suave tela, mientras la mucama la deja a solas con los siervos.
—¿Cuál escogerá señorita? — pregunta una de ellas con una dulce voz.
—De hecho, me gustaría pensarlo. Es una difícil decisión y no quiero pasar por desapercibida. — miente. — ¿Podrían dejarme a solas unos minutos?
—Pero no hemos...
—Por favor. — insiste y la interrumpe, por lo que no le queda de otra que acatar la orden. Todos se inclinan y se retiran de sus aposentos, dejándola más aliviada. — Gracias a Dios. — respira profundamente. No seguir ningún protocolo era algo muy común en ella. A pesar de tener tantos vestidos costosos y hermosos a su disposición, quería sentir que vestía algo propio.
Aprovechando la privacidad, husmea entre los armarios y después de una rápida búsqueda, encuentra una túnica colorida como si de texturas de diamantes se tratase. ¿Para qué se supone que usaría algo así? Se preguntaba. Ya que no parecía encajar con el menú de colores de la realeza. Por el canasto en donde estaba, empezaba a deducir que quizás lo desecharían por no cumplir expectativas de algún miembro allí, así que antes de que alguien pudiese hacer tal cosa, lo extrae del canasto y lo esconde en su armario.
—¡Pueden entrar! Creo que ya estoy decidida. — grita para que los siervos detrás de la puerta puedan pasar.
El rey Rutherford.
Mientras se terminaba de vestir para el evento, la reina Tomasia se acerca sigilosamente a él. Ambos llevaban atuendos confeccionados especialmente para la ocasión.
—¿Dónde estabas anoche? — pregunta. — ¿Por qué te ausentaste en una cena tan importante?
—Repíteme cuán importante es conocer a los padres de una pueblerina rebelde.
—Es la prometida de tu nieto, el heredero del trono. La futura próxima gobernante de este país. Por supuesto que tiene importancia. — el rey se queda en silencio. — Anoche se desmayó de la nada y estuvimos preocupados. Y tú ni siquiera estabas.
—¿Por qué? ¿Desaparezco por unos minutos y no puedes llevar las riendas de esta familia? — la reina pone los ojos en blanco. — No me preocuparé por gente que en cualquier momento también podría apuñalarme por la espalda. — la mira a los ojos con cierto rencor que logra percibir. — Como mi cuñadito, por ejemplo.
—¿Por qué dices eso? ¿Qué le hiciste a Silas? — se preocupa.
—No lo sé, pregúntale a él. Si es que lo encuentras. — responde con calma.
—¿Dónde está, Belmont?
—¡Nada! ¡No le hice nada! Y quizás debí hacerlo desde hace mucho tiempo. — alza la voz. — Creí que tenía palabra y al final del día no hizo más que seguir viéndome la cara de estúpido.
—¿Qué hizo esta vez para molestarte? — intenta mantener la calma.
—Estropear mis planes, como siempre. — sigue arreglándose frente al espejo. — No lo he matado, de momento. Así que puedes estar tranquila. Pero no te aseguro que no lo haré en cuanto lo encuentre de donde sea que se haya escondido. Mejor ruega porque no suceda. — le advierte y sale de los aposentos.
—Señor. — Vittorio se le acerca por los corredores. — Tengo una extraña noticia. — siguen caminando.
—¿Una extraña noticia? Explícate. — Belmont frunce el ceño.
—El santuario de Ann, está destrozado. — el rey se detiene y sus guardias también, con cierto margen de distancia. — Al parecer alguien entró anoche y destruyó todo.
—Es imposible que alguien haya entrado ahí.
—Pues no fue tan imposible después de todo. Siento que tenemos un espía entre nosotros. Alguien que sabe más de lo que quiere reconocer.
—¿Alan y quién más? — el rey sabía que su heredero sabía todos sus secretos, o al menos algunos de ellos.
—Quizás alguien que realmente pueda hacerle daño desde dentro. — Vittorio tiene sospechas. — ¿Qué tal si la séptima estrella no es como las demás? ¿Qué tal si está consciente de lo que está pasando y está haciendo algo al respecto para no caer en las trampas? Piénselo. Silas huye después de ofrecerle a una impostora y su hija merodea por las afueras del castillo. Y ahora el santuario está destruido de una manera muy sospechosa mientras afuera estábamos.
—¿Estás diciéndome que la pieza faltante para completar el ritual está en el castillo?
—Es solo una suposición.
—¿Cuándo crees que pasó esto?
—No podría darle una respuesta exacta, pero...esta mañana no ha sido. He estado desde muy temprano en guardia y no vi a nadie. ¿Usted sospecha de alguien?
—Creo que se me viene alguien a la mente, pero es nefasto. — el recuerdo de encontrarse a Helen con cierto polvo en su bata por los corredores a horas tardes de la noche, llega a su cabeza. — ¿Sospechas tú?
—A estas alturas creo que todas son sospechosas. Ni siquiera las fechas de nacimiento nos han servido de mucho. La señorita Robledo seguramente está lejos de serlo.
—Tiene suficiente con el rechazo de Alan, dejemos a esa familia fuera de esto. Lo que sí quiero en este momento, es que encuentres a Silas y mantengas los ojos abiertos. Hemos esperado bastante, no dejaré que ahora que estoy tan cerca de cumplir mi propósito alguien lo estropee.
—Entendido. Seguiremos con la búsqueda. — dice y se retira, dejando al rey muy consternado mirando el desastre que hay en el santuario.
—Sea quien sea pagará por esto. — acaricia un trozo de rostro de porcelana de Ann en el suelo.
Alan.
Ya vestido, el príncipe espera a Helen en las afueras de sus aposentos pacientemente. Llevaba un atuendo azul marino con detalles bañados en plata. Un color que favorecía el intenso azul de sus ojos y su brilloso cabello negro. Sin sentirse preocupado ni estresado por nada (aunque sí tenga motivos para estarlo), recuerda haber observado a Helen dormir durante unos minutos antes de él hacerlo anoche. Se veía tan relajada, tan bonita que casi le costaba creer que de verdad la tenía tan cerca.
—¡Alan! Qué bueno que te veo primero. — Aarón se le acerca. — Tengo algo muy importante que decirte. — recordar cómo vio a Helen salir de aquel pabellón después de destruir todo dentro a través de una luz peculiar, lo ponía ansioso.
—Está bien, dime.
—No aquí, vamos a un lugar más privado. — su actitud confunde al príncipe. Caminan hasta otro pasillo más solitario y Alan espera a que hable con el ceño fruncido.
—¿Qué sucede Aarón?
—Es sobre Helen. — un vuelco de preocupación invade el corazón del heredero. ¿Qué le pasa a Helen? Hace rato la vi despertarse bien. Se pregunta. — Anoche pasó algo muy extraño y la única que estuvo ahí, fue ella.
—¿Qué intentas decirme Aarón?
—Que creo...que no es la niña buena que aparenta ser. O bueno, quizás sí lo sea, pero esconde algo. — Alan frunce el ceño y ladea la cabeza. — Cuando llegué vi una luz salir de unos de los pabellones del castillo y poco después de eso, ella salió de él. ¿No te parece sospechoso?
—¿Estabas ebrio?
—¡No, Alan! Estoy hablando de verdad. Quizás no debamos ser tan confiados, quizás no debes dejarla... entrar demasiado.
—Aarón, ella es mi prometida y ya es oficial. No hay manera de cambiar eso. He sobornado a demasiados ya. — el vaticano fue uno de ellos. — ¿Enserio crees que Helen pueda esconder algo más que la sed de venganza que siente por Vittorio? Si miente en algo, seré el primero en descubrirlo. Si es que no lo he descubierto ya. — intenta convencerse a sí mismo.
—¿Y qué harás si eso sucede? — su pregunta lo deja en completo silencio, dándole una respuesta clara a su hermano. — Alan, estás muy enamorado de ella. Y aunque era lo que quería desde un principio hasta que no terminemos con todas las cosas extrañas que están pasando es mejor no confiar en nadie.
—¿Qué? ¿Ahora quieres seguir buscando respuestas? Pensé que querías seguir con tu vida. — recuerda sus palabras. — Me dejaste prácticamente solo cuando estuve uniendo piezas en el tablero del abuelo ¿y ahora quieres decirme en quién confiar?
—Solo intento protegerte. Si ella puede entrar en tu frío corazón no podrá salir tan fácilmente. Y no quiero que sufras por una decepción. — la severidad de su mirada lo deja preocupado.
—Hermanos Rutherford, el rey y la reina los esperan en el evento. — les avisa la mucama, interrumpiendo el incómodo silencio.
—¿Dónde está Helen? — el príncipe pregunta.
—Tuvo ciertos problemas con su vestido. La dejé con sus siervos, en unos minutos se les unirá. — responde con una sonrisa y el príncipe asiente.
—Asegúrate de que no tarde. — dice y camina detrás de Aarón.
Hora del evento.
Toda la familia real (entre otros miembros de la realeza) estaban alrededor del tronco al que veneraban cada año. Desde aquella tragedia en el campo de los condenados y la desforestación, aquel enorme árbol echaba una sola flor de sus ramas. Passiflora Caerulea. Una que, hasta ahora, todos los que saben de su existencia, saben que es imposible.
—¿Nos falta alguien para empezar? — pregunta el papa.
—Sí, mi prometida. — y justo en este instante, un guardia la presenta antes de entrar. El atuendo "horroroso" ante los ojos de los presentes que llevaba, era muy notorio y molesto para ellos. El príncipe Alan se sorprende, pero agacha la cabeza y sonríe, sabiendo perfectamente que lo hacía a propósito. Sabía que no podía ganarle en esa batalla. Gertrudis la observa con desaprobación, ya que la túnica escondía la perfección del vestido que encargó para ella.
—¿Me haces esto a propósito verdad? — le dice en voz baja cuando se sitúa a su lado.
—¿Qué cosa? — finge no saber.
—¿Qué es ese atuendo?
—Lo iban a tirar a la basura. Tenía que salvarlo. — contesta con seriedad y Alan frunce el ceño. ¿Qué tendría de sentido eso? El papa bendice la flor y con ellos las hojas que de esta van despegándose lentamente. —¿Qué es esto? ¿Por qué le hacen un ritual a una flor con... dos hojas? — para Helen, este momento era surrealista.
—No es un ritual, es respeto.
—¿Respeto?
—Respeto por la poca naturaleza que nos quedó.
—Es extraño que un árbol tan grande solo pueda hacer crecer una flor tan rara entre sus ramas.
—Es la Passiflora Caerulea. — Helen frunce el ceño. — Es una flor bastante peculiar que crece en algunos países. Se dice que es una nueva especie. Una desde la desforestación y eso la vuelve aún más prestigiosa. Varios especialistas del reino la han estudiado. Dicen que en el cuerpo humano funciona como un inhibidor del sistema nervioso y que ayuda a conciliar el sueño. El líquido de su interior y sus semillas, contienen sustancias tan fuertes que con la cantidad máxima podría dejarte dormida para siempre. Dañar tu cerebro o aún peor, convertirte en una momia viviente.
—¿Y cómo es que puede florecer aquí? — observa a su alrededor. Parecían estar dentro de una cueva lejos de los terrenos del castillo, pero, aun así, Belmont parecía haberse adueñado del lugar. Ya que lo convirtió en su otro santuario secreto.
—Esa pregunta parece no tener respuestas todavía. Todos creen que es algo divino.
—¿Y tú qué crees?
—Que solo es una flor esperanzada resistiendo al infierno mismo. — contesta con sinceridad.
—Parece que el rey tiene una obsesión por crear templos y creer en....cosas.
—¿Alguno más que conozcas? — la mira con curiosidad, poniéndola nerviosa.
—¿Qué otro debería conocer? — pregunta con ironía. Los presentes recitan una oración y guardan silencio cuando el último pétalo de la rosa cae. Destruyendo cualquier pizca de esperanza en que Francia pueda recuperarse y que los pájaros vuelvan a cantar.
—Esto será todo por hoy. — el papa dice y todos se retiran. Mientras van saliendo, una de las invitadas pisa el ruedo del vestido de Helen y la hace caer. Apoyando sus manos en el tronco bajo del árbol y expulsando una ráfaga de poder. Cuya expulsión, hace que la cueva tiemble y todos vuelvan los ojos hacia ella. Cuando nota que algo extraño está pasando, alza su mirada hasta las ramas y todos ven como la flor vuelve a florecer.
¿Qué acaba de suceder? ¿Qué clase de milagro era aquel?
Belmont se queda pasmado al ver tal cosa y comienza a sospechar aún más que podría ser la séptima estrella que tanto ha buscado.
—Helen, ¿estás bien? — el príncipe le ayuda a levantarse.
—Sí, estoy bien. — está muy asustada de que el rey haya notado su poder.
—Mil disculpas princesa Laurent, a veces suelo ser muy torpe. — la responsable se disculpa.
—No te preocupes. — le dedica una corta sonrisa.
—¿Qué acaba de pasar aquí? ¿Cómo es posible que la flor esté otra vez? — el papa cuestiona.
—Creo que es mejor que descansemos un poco, más tarde le pediré a expertos que vengan a inspeccionar. — el rey dice sospechosamente y obliga a todos a marcharse. Helen no deja de temblar y el príncipe lo nota. Así que toma su mano firmemente y la aleja del lugar.
—¿Dónde está mi familia? Quiero verla. — pregunta mientras caminan por las afueras del castillo.
—Están en el castillo, los verás después. — está algo molesto y ella lo nota. — Ahora necesito que me digas qué está pasando contigo. — se detiene frente a ella y la mira a los ojos.
—Acabo de caerme porque alguien pisó mi vestido ¿y ya me estás juzgando? Sabías que no tengo nada de "princesa".
—No me refiero a eso y lo sabes.
—No, no lo sé. No tengo manera de entrar en tu mente y adivinar lo que piensas.
—Si mis pensamientos fueran el único problema créeme que ni siquiera estuviéramos teniendo esta conversación. — Helen frunce el ceño. — No me gustan las mentiras y he mentido por ti. Mi familia y la corona son mi reputación y las he puesto en riesgo por ti. He olvidado mis propios planes para protegerte de los tuyos y cuando lo único que quiero a cambio es tu honestidad siento que no puedes dármela. — se expresa, mientras siente que un nudo se desata de su garganta.
—Siempre le he sido honesta.
—¿Lo estás siendo justo ahora? — la deja en silencio. — De la única manera que esto podrá continuar es por el contrato que ahora nos une. Porque yo nunca amaría a alguien así.
—¿"A alguien así? ¿Y cómo se supone que soy? — sus ojos se llenan de lágrimas. — No me preocupa en lo absoluto ser merecedora de tu amor, porque tú tampoco lo eres del mío.
—¡Ja! Ahora resulta. — suelta una sonrisa irónica. — Eres la soberbia en persona.
—Lo mismo diría de ti. Y si quieres que no arruine tu reputación más de lo que ya lo he hecho (según tú), vas a dejar de presionarme. — se acerca.
—Tú no me das órdenes.
—Tú tampoco me das órdenes a mí.
—Esto no va a funcionar.
—Definitivamente no. — se alejan y cruzan los brazos. Ambos en cada esquina. Acababan de tener una discusión, pero aun así no se atrevían a dar un paso más sin el otro. — Iré a ver a mi familia. — rompe el silencio.
—¿No desayunarás primero?
—Lo haré con mi familia, lejos de esta tortura. — contesta y camina hasta dentro del castillo en busca de su madre y sus hermanos.
Belmont Rutherford.
Después de aquella revelación, lo primero que el rey hizo fue buscar entre los papeles las últimas fechas de una posible poseedora de la séptima constelación. Hasta que desesperadamente, encuentra su nombre: Helen Laurent. Y todas las posibles señales de que desde un principio era ella llegaron a su cabeza.
—Maldita seas. — dice mientras estruja en su mano en papel con su nombre.
Rey Enrique.
Aburrido de esperar respuestas de expertos en análisis de materias extrañas sobre la muestra que extrajo de las tierras del campo de los condenados, decide darse otra vuelta por el pueblo con esperanza de ver a Odette. Una que logra cumplir. Entre los pueblerinos caminando por las aldeas logra verla observando prendas que parecen llamar su atención.
—¿Alguna joya que llame su atención, señorita? — se le acerca, asustándola un poco.
—¡Oh! Rey Enrique. — hace una reverencia.
—Deja de hacer eso, no es necesario. — sonríe. — ¿Todo bien por aquí?
—Sí, nada cambia aquí regularmente. ¿Qué hace por estos lados? Pensé que se iría pronto.
—Hoy es mi última noche, en teoría. Para mañana estaré en mi país nuevamente. — aunque quiera evitarlo, esto la entristece. — Pero antes de que eso pase, me gustaría disfrutar más tiempo contigo.
—¿Conmigo?
—Sí, contigo. ¿Me acompañas a dar un paseo? — le extiende su mano, la que mira muy nerviosa.
—Con gusto. — coloca su mano sobre la suya y caminan entre la gente hasta entrar en un restaurante. Uno en la nobleza que reservó solo para ella. — Wow. Este lugar es hermoso. — dice mientras vergonzosamente observa.
—¿No habías venido aquí? Es uno de los pocos con buen gusto que encontré en esta nación. — la mesera los guía directamente a su mesa.
—No. No somos bienvenidos aquí. Nunca tenemos suficiente dinero para disfrutar de lo mismo que ellos.
—Es una pena. — mueve su silla. — Siéntate, por favor. — le indica el asiento y ella se acomoda en él. — ¿Qué desea comer? — se sienta frente a ella y mira el menú.
—No lo sé. Dejaré que usted decida. — está nerviosa y él lo nota. — Aunque me hubiera gustado que me avisara de alguna forma para poder vestirme mejor. Siento que este vestido no es adecuado para un lugar como este.
—Cualquier cosa que te pongas se te verá genial. Tu belleza es tan espléndida que no necesitas mucho para verte como toda una reina. — sus palabras la hacen sonrojar.
—Todavía no entiendo porqué me dice estas cosas. Ni siquiera sé porque me trae de la mano hasta aquí. ¿Cuáles son sus intenciones conmigo? — casi se arrepiente en cuanto lo dice.
—¿Mis intenciones contigo? ¿De verdad quieres escucharlas? — la hace dudar de toda su existencia. — Quiero conocerte, aprender de ti, darte todo lo que mereces.
—¿Cómo podría hacer eso si se va esta noche?
—¿Te gustaría verme por más tiempo?
—Sí, pero si eso significa desesperanza para mi país entonces termine el acuerdo y regrese a su reino.
—Pase lo que pase esta será mi última noche en Francia, pero si quieres...puedo llevarte a Inglaterra conmigo.
—¿A Inglaterra? ¿Con qué pretexto?
—Como mi prometida. Me encantaría convertirte en la reina de Inglaterra. — los latidos de su corazón se aceleran más de lo normal. — Obviamente nos daríamos más tiempo para conocernos, pero...
—No puedo. No puedo dejar a mi familia. Toda la gente que amo está aquí. — lo interrumpe.
—Puedes traerla contigo. — Odette sigue insegura. — Escucha, este lugar dejó de ser seguro desde hace muchos años. No estarás a salvo aquí. Nadie en realidad.
—Estamos acostumbrados al peligro, podemos vivir con ello.
—No tienes ni idea de lo que este sitio oculta. De lo que tu rey esconde. Lo mejor que te podría pasar es salir de este lugar...antes de que sea demasiado tarde.
—No puedo simplemente irme y acostumbrarme a un reino que no conozco. No te conozco.
—Un cuento de hadas, un amor honesto, un príncipe azul, ¿no eran las cosas que soñabas?
—Con alguien que sintiera algo real por mí, ¿acaso lo sientes tú? — lo deja pensando por unos momentos. — No eres mi príncipe azul. No por ahora. Y si no tiene planes de volver, no lo será jamás.
—Odette...
—Seguramente hay hermosas princesas en Inglaterra, le deseo mucha suerte. — se levanta. — Fue un placer conocerlo. — camina hasta salir del restaurante. La mente y lógica del rey le decía que dejarla ir era lo mejor. Que tenía opciones menos riesgosas que sacrificarlo todo por ella, pero su cuerpo simplemente tiembla, arde y corre detrás de ella. Y sin dejarla decir nada más, sostiene sus mejillas y fusiona sus labios con los suyos. Provocando que todo dentro de ella se encendiera.
Era su primer beso y había sido con un rey. Con el rey de Inglaterra.
—Esto es lo que quiero y quiero que seas parte de ello. — dice al romper el beso mientras hiperventilan. — Acepta esto. Prometo solo darte felicidad. Todo lo que quieras estará a tus pies. Me encargaré de eso. — acaricia su cabello.
—¿Cómo sé que lo que me dices es verdad? — sus ojos se llenan de lágrimas. El rey se aparta y saca un hermoso anillo de esmeralda de sus bolsillos.
—Este anillo ha pasado de generación en generación en mi familia, y ahora quiero que lo lleves tú. — la mira a los ojos. — ¿Me permites? — a lo que, conmovida, asiente con la cabeza. Provocando una enorme sonrisa en el rey de Inglaterra.
—Tengo que hablar con mi madre, tengo que decirle a Helen. — mira el anillo en su mano sin poder creerlo.
—Haremos todo correctamente, no te preocupes. No pretendo desvergonzarte.
—¿Esto es real? ¿De verdad está pasando?
—Sí, de verdad está pasando. — sonríen. — Y como tengo acceso al reino puedo organizarte una reunión con tu amiga. La que ahora es prometida del príncipe.
—¿De verdad harías eso?
—Por supuesto que sí. Te haré llegar a uno de mis guardias para que te lleve con ella. — la observa y nota su angustia. — Tranquila, todo estará bien. Lo prometo. — ¿podía confiar en las promesas del rey Enrique? Era lo que se preguntaba. Pero creía en cumplir sus sueños y no iba a desaprovechar la oportunidad.
Helen.
Después de desayunar con su madre y sus hermanos, sale a caminar con Lucas mientras su madre está en la cocina con Claudia y las demás, y Jason entrena para su nuevo puesto como guardia del príncipe. Los malos chistes y la constante alegría de su hermano le ayudaban a apaciguar las tensiones que ha soportado desde las primeras horas del día.
—Casi nos matas del susto anoche. Pensé que tus crisis de niña iban a volver. — dice mientras recorren los alrededores del castillo.
—¿Crisis de niña? ¿A qué te refieres? — frunce el ceño.
—Cuando eras pequeña te desmayas mucho. Había noches que te encontrábamos mirando hacia el suelo, casi como si estuvieras poseída. — se ríe al recordarlo. — Dabas mucho miedo. Otras veces caminabas dormida hasta el lago.
—¿Hasta el lago?
—Sí, nunca supimos por qué. Pero nos convencimos de que solo se trataba de sonambulismo. Aunque después de lo que vi que puedes hacer, no me sorprendería cualquier historia que tengas detrás.
—Gracias por guardar mi secreto. Sé que es difícil, pero...encontraré una manera.
—Tener una hermana con superpoderes es probablemente la cosa más interesante que podría pasarme. — se toma el tema con calma. — Pero creo que mamá merece saberlo. Sabes que estaría de tu lado.
—No quiero meterla en esto. A veces se vive mejor sin saber algunas cosas. — Lucas se queda en silencio porque sabe que tiene razón. — Esto es una locura. Mi vida es una locura. Tengo este...poder y estoy a punto de casarme con el príncipe.
—Todo cambió en un segundo. Pero me gusta. Esa corona te queda bien.
—¿De verdad? — sonríe.
—Sí, de verdad. — se abrazan mientras caminan. — ¿El príncipe es amable contigo? — pregunta repentinamente. — Lo digo porque...parece ser muy frío con la mayoría de las personas que lo rodean.
—En parte, creo que sí es un poco amable. Como debe ser. Jamás le permitiría tratarme mal.
—Eso me queda bastante claro. ¿Y cuánto falta para la boda exactamente?
—Menos de un mes, creo. Me preocupado por miles de cosas menos de eso. Ya quiero que esto pase.
—¿Y tú...lo amas? — su pregunta la deja en silencio por varios segundos.
—No sabría cómo responderte esa pregunta. No ahora.
—¿Pero crees que es posible que suceda? Porque siento que solo haces esto por venganza, Helen. — casi le asusta que la haya descubierto.
—¿Por qué lo dices?
—¿No crees que es muy obvio? Puedes engañar a todos, pero yo te conozco. Sé que los odias, hasta hace poco juraste jamás involucrarte con ellos y sospechosamente días semanas después de la muerte de nuestro padre te comprometes con el príncipe. Entonces hay dos opciones: o te prometieron la corona para callarte y mantener limpia la imagen de la familia real (en la que no creo) o estás haciendo todo esto para tener el respaldo del príncipe y de la corona para vengarte con más fuerza. ¿Estoy en lo correcto verdad? — Helen traga hondo.
—Debes guardar el secreto. — se delata.
—¿Acaso me estás convirtiendo en tu lámpara? Ya no tengo almacenamiento para guardarte más secretos. — bromea y sonríen. — Pero está bien. Estoy contigo.
—Gracias hermanito.
—De nada, hermanita. — siguen caminando.
El rey Enrique.
Después de recibir los resultados de las pruebas y confirmar que aquella peste negra en las tierras donde murió su padre no fue un accidente, sabía perfectamente lo que tenía que hacer. En un sitio privado, junto a todos sus guardias hablaba en voz alta.
—¡Vinimos aquí con un objetivo y lo vamos a cumplir! Pudimos confirmar que efectivamente, mi padre murió por culpa de esta gente. Del rey, principalmente. Y aunque nos costó mucho tiempo, finalmente obtendremos venganza. Vengaremos la muerte del rey de Inglaterra. — lanzan un grito de lucha. — Ejecutaremos el plan que ya conocen. Francia sufrirá esta noche lo que sufrió nuestra nación.
Cae la noche.
—¿Sigues enojada conmigo o ya podemos bajar las armas? — le pregunta el príncipe a Helen mientras entra sin permiso a sus aposentos.
—¿No le enseñaron a tocar antes de entrar? Y no, no estoy enojada. — se termina de arreglar el cabello frente al espejo.
—Mi hermano me dijo cosas muy raras sobre ti esta mañana. — se coloca detrás, mirándola a través del espejo.
—¿Qué cosas? — frunce el ceño.
—No sé, tu dímelo. ¿Dónde estabas anoche?
—¿Te dijo que estaba con otro hombre en las sombras del castillo? Me sorprende que Aarón sea capaz de decir tal cosa de mí. — bromea.
—Me dijo que estabas en uno de los pabellones sellados por el abuelo. ¿Cómo pudiste entrar y por qué? ¿Qué buscabas?
—No tengo porqué responderte eso. No sé de qué me hablas. — miente e intenta alejarse, pero el príncipe la sujeta fuertemente y la obliga a permanecer quieta delante suyo.
—Sabes que no me gusta que me mientan y sé cuándo lo estás haciendo, pero por una razón que no comprendo, soy demasiado dócil y tonto contigo. — se acerca demasiado a sus labios.
—¿Tonto? No creo que tenga nada de tonto. Todo lo que hace y dice es para su conveniencia. — se aparta.
Alan pone los ojos en blanco.
—No quiero responder a eso porque ya no quiero pelear más. El inglés firmará el acuerdo finalmente y es suficiente razón para sentirme feliz. Por fin nos lo quitaremos de encima.
—Qué pena, a mí me agrada. — se peina frente al espejo. Intenta provocarlo.
—Lástima que él no te pueda tener... yo sí.
—¿Tú sí? ¿Quién te dijo que era de tu propiedad? — se gira y lo mira.
—Bueno, te recuerdo que con quien estás comprometida es conmigo. No con él. — deja ver piscas de celos en las expresiones de su rostro. — Y por más que quieras demostrarme lo contrario, debes tener presente que pactamos un acuerdo. Uno irrompible.
—Es gracioso que suenes tan amenazante justo ahora y que sepa que realmente no te atreverías a lastimarme. — sus ojos brillan a verse. — Darías tu vida por mí. Y es lo menos que podría esperar siendo tu reina. — el príncipe solo sonríe y se acerca cada vez más. Dejándola sin salida.
—"Siendo tu reina". Eso sonó un tanto...
—Real. — completa la oración. — Tenemos un acuerdo y también te recuerdo que acepté todo esto por una razón. Por varias razones, en realidad. Y no hemos empezado con ninguna.
—Están pasando muchas cosas a la vez, linda. Tenemos que comunicarnos más y no puedo saber lo que piensas mientras siento que me ocultas algo.
—Y vuelves con eso. — pone los ojos en blanco. — No sé qué más esperas que diga.
—La verdad. Las cosas más bizarras que pasan por tu cabeza, lo que quieres hacer después de que seas oficialmente mi esposa, cuáles son tus planes para el futuro, cuáles son tus sentimientos, todo. Eso quiero escuchar.
—¿Cuáles son mis sentimientos? — frunce el ceño mientras pueden sentir la respiración del otro. — ¿En serio quieres escucharlo?
—Sí.
—No lo soporto. Y muchas cosas pasan por mi cabeza, pero la que más me atormenta, es lo que se mueve en mi corazón. — toca su pecho con la mano.
—¿Qué se mueve en tu corazón, dime?
—Amor...ardor, un deseo de amar y ser correspondida que nunca hubiese sentido.
—Es muy afortunado el hombre que ha logrado provocar esos sentimientos en una mujer como tú. Y ojalá seas correspondida.
—Príncipe Alan... ese afortunado...es usted. — en cuanto lo confiesa, siente cómo se libera de una enorme carga en su pecho. Decirlo en voz alta resultó ser más gratificante de lo que esperaba. El príncipe, sin poder creer lo que con sus propios oídos acababa de escuchar, se queda sin habla y retrocede dos pasos.
Ambos hiperventilando y sin apartar las miradas.
—Perdóname. — Alan ladea la cabeza.
—¿Por...qué? — Helen está asustada.
—Por romper la primera condición. — avanza hacia ella y estampa los labios con los suyos. Sujeta sus mandíbulas firmemente y entrelaza la lengua con la suya. Ambos sumergiéndose en el deleite que han reprimido durante tantos meses. La toma de la cintura, la sienta sobre un lujoso baúl y toca sus piernas con atrevimiento.
—Príncipe...Alan. — Claudia los interrumpe. — Disculpen, no sabía...debí tocar antes. — está muy avergonzada.
—Sí, debías. — Alan dice.
—Su hermano lo espera afuera. — mantiene las manos unidas por delante y la cabeza agachada.
—Hablaremos cuando regrese. — el príncipe sabía que se trataba de algo sobre sus recientes investigaciones. Pero antes de irse, le da a Helen un tierno beso en la frente. Tras salir, Claudia cierra las puertas, dándole una pícara mirada a Helen por lo que acababa de pasar. Esta, sin poder controlar sus hormonas y su sonrisa, inhala y exhala y segundos después, sale también. Encontrándose al desagradable de Vittorio por los corredores del castillo. Quien la mira con rechazo y ella con furia. Ya llegará tu hora, maldito. Se decía así misma mientras controlaba sus impulsos.
En el campo de los condenados.
—¿Era necesario venir hasta aquí para sellar un acuerdo? — dice Belmont cuando se desmontan de sus carrozas.
—¿Te refieres al lugar donde murió mi padre? Creo que sí me parece algo...justo. — Enrique le contesta, desde el otro lado.
—Si conocieras a Francia lo suficiente sabrías que este es un mal lugar. — Belmont observa sus alrededores con miedo después de las cosas que pasaron la última vez que estuvo allí.
—Te sorprendería las cosas que sé.
—No serías tan tonto de tenderme una trampa en mis propias tierras, ¿no es así? — el rey sabe que no puede confiar.
—¿Trampa? ¡No, en lo absoluto! Solo necesito que sellemos este acuerdo en el mismo lugar que mi padre murió.
—Una pena que esa desgracia nos haya perseguido por tantos años.
—Sí. — aunque mantenían la calma, la incómoda tensión les aseguraba que alguno de los presentes tendría un haz bajo la manga. Belmont le hace a Vittorio una seña y este abre el papiro con el acuerdo de paz tallado en las hojas sobre un tronco cortado.
—Esperamos por usted. — le entrega un plumón. Entre la rigidez del momento y la tensión de la espera, el rey Enrique lo toma y justo antes de tocar el papel con la punta, empieza a reírse a carcajadas. Cosa que deja a todos los presentes desconcertados.
—Esto es tan estúpido. ¿De verdad crees que soy estúpido? — Belmont frunce el ceño y todos sus guardias activan su modo alerta. — Sé que la muerte de mi padre no fue por un accidente. No fue solo por la guerra. Sé que aquí paso algo más.
—No sé de qué está hablando.
—Esto lo demuestra. Me tomé el atrevimiento de hacer algunas pruebas y descubrimos tu verdad. Sé que utilizaste magia negra para asegurar la victoria. Aunque el precio sería la muerte de tus propios soldados. ¿Qué tipo de rey asqueroso podría hacer algo así? — osa al decir.
—¿Cómo te atreves? — intenta avanzar, pero Vittorio lo detiene y todos los guardias se apuntan con el pico de sus espadas y flechas entre sí.
—Ahí están las pruebas, son todas tuyas. — le lanza una bolsa con recipientes y pruebas empíricas que arrojan los resultados. — Vine aquí con un propósito y lo voy a cumplir.
—Cuida mejor tus palabras, niño bonito. — Vittorio lo amenaza.
—¿Quieres vengarte? Adelante. Arma otra guerra en el mismo lugar en el que también morirás. — Belmont lo reta.
—¿Y que todo sea en vano? No. No dejaré que sea tan fácil. Lo que tu necesitas, es saber lo que mi reino sintió cuando mi padre murió.
—No hay nada que puedas hacer. Vivirás con el sentimiento del fracaso toda tu vida.
—Yo que tú no estaría tan seguro de eso. Porque justo ahora los que más quieres morirán en las peores condiciones posibles. — sabe que se refiere a su familia en el castillo.
—Si te atreves a hacerles daño te juro que... — dice, y un fuerte silbido invade sus oídos y los de todos sus guerreros. Sin que puedan hablar siquiera.
—Ah y por cierto...te presento a Muriel. Una bruja pagana de tu propia nación. Solo bastó la idea de provocarte daño para que aceptara darnos una mano con esto. — la bruja avanza mientras hace peculiares movimientos con sus manos y recita unas oraciones en latín. — Ahora serás testigo de cómo toda tu familia muere lentamente y no podrás hacer nada para salvarlos. — vuelve a decirle mientras se cubre los oídos y grita de dolor.
En el castillo.
Después de hablar con su familia y asegurarse de que estuvieran cómodos en el palacio, Claudia le había avisado que una vieja amiga suya la estaba esperando en las afueras. Cuya amiga, era Odette. Con la alegría de verse nuevamente, se abrazan y caminan un poco mientras hablan.
—¿Cómo llegaste hasta aquí? Estoy sorprendida. — Helen pregunta.
—Uno de los guardias de Enrique me trajo.
—¿Enrique? ¿Desde cuándo lo tuteas?
—Desde que me propuso matrimonio.
—¿Qué? — se detiene frente a ella.
—Sí, así es. Y la verdad es que estoy muy decidida a irme a Inglaterra con él. Solo quería que lo supieras antes.
—Odette, ¿no crees que es muy pronto? Ni siquiera lo conoces bien. No conoces su país, sus costumbres. No sabes qué clase de hombre es.
—Es muy lindo conmigo, Helen. Hasta habló con mi madre hace unas horas. Ella no está muy convencida, pero quiere darle un voto de confianza.
—Tú estás loca. Todos los hombres son lindos contigo hasta que consiguen lo que quieren de ti. No puedes confiar en él. Los hombres acostumbrados al poder...
—Cuando no tienen control sobre algo se vuelven locos. Lo sé. — completa su frase. — Y tendré mucho cuidado.
—¿Tendrás mucho cuidado sola en un país y en un reino que no conoces?
—Sé que suena tonto y que es muy pronto, pero...no puedo perder esta oportunidad. La oportunidad de tener la historia que siempre quise. Una linda historia de amor. — Helen pone los ojos en blanco. — Como la que tú tienes con el príncipe Alan. También fue muy pronto, pero aquí estás. Radiante, hermosa y enamorada.
—¿Quién te asegura eso? Las cosas aquí son diferentes. — mientras habla, un humo inusual empieza a hacerse notar entre los muros del castillo. —Espera, ¿qué es eso? — pregunta, muy asustada. — ¡Por Dios, es humo! ¡El castillo se está incendiando! No te acerques, quédate aquí. Buscaré ayuda. — dice y corre hasta el castillo.
Alan.
—Sé que no me crees, pero aquí están las pruebas. — Aarón le enseña algunos papeles. — Me he pasado todo el día buscando y encontré esto. ¿Recuerdas el nombre que encontramos: Sylvie? Estaba entre los archivos del abuelo y mira esto. — abre el papiro. — La fecha y nombre de nacimiento de Helen estaba entre el montón. Sylvie resultó ser parte de su locura, lo que ha buscado desde hace tantos años y todo indica que Helen también. Si es parte de la profecía que el abuelo sigue, explicaría lo que vi anoche. No puedes casarte con ella. Si es tan poderosa como en las historias, sería nuestro fin. Mataría al primero que se interponga en su camino.
—¿Te estás escuchando? Estamos hablando de Helen. La chica que perdió a su padre injustamente y hoy es mi prometida.
—Sé que estás enamorado de ella, pero también sé que ella no de ti. Solo te usa para llegar a las demás, ¿es que acaso no te das cuenta? — desde que Aarón vio lo que vio, su común sentido del humor ha desaparecido temporalmente. Se ha dedicado únicamente a hacer una profunda y no tan difícil investigación acerca de las personas que los rodean. Dentro de ellas: Helen.
—Sé más cosas de las que te puedes imaginar, hermanito. Confía en mí. Sé lo que hago. — coloca la mano en su cuello.
—¿Y sabes sobre su poder? Porque solo así podría creer que no te está utilizando. — su pregunta lo hace dudar porque, aunque sospeche, nunca ha podido comprobar que sus teorías sean ciertas. O quizás sí y estaba muy enamorado para decirlas en voz alta.
Mientras piensa, los gritos lejanos y el extraño humo que empezar a emerger, desvía su atención.
—¿Qué está pasando? — pregunta mientras intentan entender.
—¡Señor, el castillo se incendia! ¡Debemos sacarlo de aquí y ponerlo en un lugar seguro! — Max corre hasta ellos.
—¿Qué? ¿Cómo es posible? ¿De dónde viene el fuego?
—Nadie lo sabe todavía, parece que...alguien lo está provocando. — todos se miran sospechosamente entre sí. ¿De alguna hechicera o pagano se trataba? Nadie podía saberlo.
—¿Dónde está mi madre? ¿La abuela?
—Los guardias del rey las están resguardando. Estarán bien. Usted debe acompañarnos.
—Helen. — ella llega a su mente. — No me iré de aquí sin ella. Ayudaré a extinguir el fuego y a poner a todos a salvo.
—Yo también. — Aarón está dispuesto.
—Nuestro objetivo sobre cualquier cosa es protegerlo, así que estamos con usted. — Max dice. En momentos como esos, Alan solo podía probar la lealtad que recibía de sus soldados.
—Bien, pero ahora necesito que encuentres a la familia de mi prometida y los pongan a salvo, ¿de acuerdo? Es una orden. — dice y la acata. Enviando a sus demás guerreros a ejecutarla.
Mientras todos corrían y otros ayudaban a apagar las llamas del fuego, dos brujas poderosas pagadas por el rey de Inglaterra recitaban entre la oscuridad para mantenerlo vivo. El rey Belmont, aunque podría ser irónico y un gozo para Enrique, sentía la impotencia de saber que su reino se estaba cayendo a pedazos y no podía hacer nada al respecto. Ni él, ni sus soldados. Ya que estaban siendo acorralados por fuertes silbidos que los hacían sangrar por los oídos y nariz desde que todo empezó.
Entre que Alan busca a Helen, varios soldados ingleses entran al castillo y lanzan sus flechas contra los franceses.
—¡Alan! — Helen logra verlo mientras se dirige hacia él.
—¡Helen! — se alivia de verla, pero un soldado inglés detrás de ella apuntándole con un arco hace borrar su expresión de alegría. — ¡Cuidado! — le hace señas con la mano de moverse a un lado mientras corre hacia ella sin que esta entienda qué sucede. Y antes de que pueda reaccionar o de que Alan pueda usar su espada, se interpone para que en vez de a ella, la flecha lo hiera a él. El impacto hace que ambos caigan al suelo mientras Aarón y otros guerreros matan al culpable y aseguran la zona.
—¡No, Alan! ¿Qué hiciste? — Helen se preocupa a su costado. Aún tiene la flecha enterrada en su abdomen.
—Lo que un rey...hace por su reina. — tartamudea. Sangre sale de su boca mientras parece desvanecerse. Aquellas palabras le recordaban la conversación que hace poco habían tenido en sus aposentos. ¿De esta manera tenía que todo terminar?
—No. No tenía que ser así. — un par de lágrimas salen de sus ojos. — ¿Resiste, okey? Tenemos un acuerdo que cumplir, ¿lo recuerdas? — sostiene su cabeza con las manos.
El príncipe sonríe.
—Eres dueña de mi corazón, y ahora...está dejando de latir.
—No, no digas eso, Alan. Vas a estar bien. — dice, pero el príncipe cierra los ojos y no vuelve a contestar. — No. No, no, no, no, ¡no! — grita.
—Esto no puede ser real. — Aarón está pasmado mientras el fuego seguía extendiéndose. Entre las lágrimas, la rabia y las personas corriendo para salvar sus vidas, Helen entiende lo que debe hacer. Sin importar nada más que salvar a todos, se levanta y camina siete pasos hacia delante. Sus marcas empiezan a brillar y un fuerte viento la rodea. Una intensa y aterradora melodía resuena entre los escombros y mueve sus manos de una forma peculiar.
—¿Helen...qué haces? — Aarón le pregunta con confusión.
—¡Helen! — Lucas y su familia se les une.
—Señorita, ¿qué hace? — Max también se le acerca. Desconcertado por ver al príncipe en tal estado. Ignorando a todos y sin poder escucharlos, cierra sus ojos y deja que sus emociones controlen su poder. Con visiones y frecuencias polifónicas (como si de una antigua vida se tratase) deja salir una detonación de poder de su interior. Un campo de fuerza degradada entre azul como el profundo océano y blanco como la luz de las estrellas. Cuya esfera se volvía cada vez más fuerte, hasta cubrir el castillo por completo.
Las brujas intentaban seguir esparciendo el fuego, pero no podían contra el poder de la séptima constelación. Con el poder de Helen. Así que murieron en el intento. Sus venas brotaron y sus cuerpos quedaron sin ningún alma que los habite. Los guerreros ingleses que lograron infiltrarse habían muerto tras ser tocados por su magia y los que quedaban en el exterior, eran atacados por los cientos guerreros franceses del reino.
En el campo de los condenados.
Un fuerte temblor interrumpió el momento de sufrimiento del rey y sus soldados. Ambos bandos, sin tener idea de qué pasaba exactamente, empezaron a asustarse frente a lo desconocido. ¿Si no era una carta escondida de ninguno entonces qué sucedía? Su pregunta fue contestada cuando de la tierra maldita resurgió aquella sombra. Aquella sombra en forma de un superhumano con túnica y una temible presencia. Mohat.
—¿Qué demonios es eso? — pregunta uno de los guerreros ingleses.
—¡No lo sé, solo atáquenlo! — Enrique les ordena, y así lo hacen. Ni siquiera Belmont podía decir a ciencia cierta qué era aquella aberración que sus ojos presenciaban. Las flechas ni ningún tipo de armamento parecían herirlo, así que optaron por retroceder, pero sin ni siquiera moverse, Mohat hizo que la tierra se tragara a cada uno de ellos sin piedad alguna. Incluyendo a los guerreros franceses. Mientras Vittorio trataba de proteger a su rey, fue golpeado por una de las fuerzas de Mohat, haciéndolo caer bastante lejos. Lo suficiente para que Belmont, pareciera no tener escapatoria alguna.
—¡Esto es un error! Seas lo que seas soy tu rey, debes protegerme. — es lo primero que se le ocurre decir mientras se va acercando.
—¿Dónde...está? — suena una voz infernal. Como si le costara pronunciar palabras en el idioma que Belmont entiende.
—¿Dónde está qué? — el rey estaba asustado. Mohat lo levanta del cuello y una ráfaga de luz desde el castillo, obtiene su atención. Suelta a Belmont como si nada y camina para observar sus alrededores mejor. Su altura sobrepasaba los árboles secos de Francia y desde lejos, podía distinguir aquella magia que ya conocía. La magia de Ann. ¿Había reencarnado su ser prohibido y amado en una mortal? Como si Helen también pudiera sentir su presencia, mira a través de los árboles secos aquella figura lejana que la observaba fijamente desde la oscuridad.
¿Era el comienzo de una guerra sin fin o más secretos estaban por salir a la luz?
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