23. El picnic.

Después de una ducha, Helen se siente como nueva. Aunque la angustia de no saber qué más le espera en el futuro, aun la atormenta. ¿Cómo podría saberlo? En ese instante, su mente se ilumina con alguien que sí. Cinco. Así que aun con su cabello húmedo, camina directamente hacia el pasadizo secreto de la biblioteca donde estaban encerradas. O, mejor dicho, escondidas.

Cuando los escoltas la ven venir, activan su modo alerta pero antes de que puedan impedirles el paso, Helen usa su hipnosis para que la dejen en paz. Cosa que consigue con éxito. Con una esfera de luz ilumina el camino hasta cruzar los portones que conectan las celdas.

—¡Helen! — se sorprenden de verla. Pero sin decir una palabra y con cara de pocos amigos, fusiona su magia con el material de las rejas y las destroza de un solo movimiento. — ¿Qué haces? — están asustadas.

—Liberándote. — mantiene una prudente distancia. — ¡Adelante, sal! ¿Por qué le temes tanto a la libertad?

—Helen, no pierdas la razón. Hemos avanzado bastante.

—¿Avanzar para qué? — grita. — Puse a mi hermano en peligro esta noche por tratar de ayudarte y seguir una profecía que ni siquiera sé si en realidad me beneficia.

—Te beneficia, y lo sabes. — Helen duda. — Pudiste ver lo que vi yo. Sabes que no estoy mintiendo. — mira a Sylvie con desolación.

—¿Qué tan malo sería que salgan y salven sus vidas en este momento? ¿Qué tan malo sería para el futuro? — se acerca lentamente.

—Moriríamos sin una buena razón y todo este sacrificio sería para nada. Belmont y Vittorio nos matarán y habrá sido en vano.

—¿Que sea la futura reina de Francia no cambia nada?

—Lo cambia todo, pero ambas sabemos que no es solo por las profecías. — lo primero que llega su mente, son sus sentimientos por el príncipe. — Estás aquí porque tienes tu propia sed de venganza. ¿Me equivoco?

—No, no te equivocas. Pero es algo que puedo hacer, y lo haré, con o sin su ayuda. Si van a seguir sacrificándose, que no sea esperando nada de mí. — Cinco traga hondo y Helen se acerca a Sylvie, quien tiene los ojos inyectados en sangre. — ¿Estás bien? — unen sus manos a través de los huecos de las rejas.

—Estoy bien. Algo...triste, pero creo que es incuestionable.

—Siento tanto todo esto. Al final no pudimos protegerte lo suficiente.

—No pasa nada. Ya tengo a quién culpar. — sabe que se refiere al rey. — ¿Pudiste investigar algo más?

—No, solo pude ver el grimorio y parte de la historia de Ann.

—Hablo de la sustancia que Vittorio me inyectó en el baile. Me neutralizó por completo. Ni siquiera podía usar mi magia.

—No había pensado en eso.

—No te preocupes, lo entiendo. No quiero ni imaginarme por todas las cosas que has pasado en estos días. — Helen baja la mirada. — Pero aparte de cualquier profecía o destino que nos espere, siempre podrás contar con mi amistad. — acaricia sus manos y Helen sonríe.

—Lo sé, y te lo agradezco mucho, Sylvie. — las demás también sonríen. Ha sido un momento muy bonito. — Tengo que regresar o empeoraremos todo.

—Sé que cuesta, pero confía en nosotras. Confía en mí. Como lo han hecho ellas por mas de 18 años. — Cinco intenta apaciguar la situación.

—Lo intentaré. Seguiremos el plan. — mira vergonzosamente el desastre que ocasionó al romper las rejas. — Pero no pondré en peligro a la gente que me importa por esto ni por nadie. — les advierte. — Investigaré más sobre esa sustancia y volveré cuando tenga nuevas noticias. — mira a Sylvie, quien le asiente ligeramente con la cabeza.

—Si los escoltas o alguien ve estas rejas así, sabrán que han entrado. — dice otra de ellas. Por lo que Helen reconsidera y así como las destruyó, fusiona su magia nuevamente en ellas para restaurarlas elevando los trozos rotos con auras de su poder, deja la celda intacta. Tal y como estaba. Dejando a las demás sorprendidas.

¿Cuál era el límite su poder?

Alan.

En las mazmorras, el príncipe era testigo de cómo torturaban a los agresores de su prometida y su hermano. Sin piedad alguna, Max lo golpeaba sin parar hasta hacer que rogara por su vida disculpándose por lo que había hecho.

—¡Piedad señor! ¡Por favor piedad! — suplica, con el rostro ensangrentado.

—¿La ibas a tener con mi prometida y mi cuñado? — el príncipe se mantiene con los brazos cruzados, observando desde la distancia.

—Fue un error. No volverá a pasar.

—Lo sé, ya me estoy encargando de ello. — Max vuelve a golpearlo hasta morir. — Ya saben qué hacer con los cuerpos. — dice por último y se retira de aquel oscuro y cruel lugar.

Al llegar a sus aposentos, se quita la ropa instantáneamente y se mete a la ducha. Ha sido un día muy largo para él y para Helen. Helen. Cada que recordaba la posición en la que finalmente estaban, le provocaba una enorme sonrisa. Lo volvía loco. Mientras deja que el agua limpie toda su piel, se sumerge en los momentos especiales que ha vivido con ella. Hasta que cuyos momentos, se ven invadidos por una oleada de recelo por los sinnúmeros sucesos que la incriminan de varias cosas.

Como encontrarla en el bosque desmayada con tres cuerpos calcinados a su alrededor sin nadie más haber estado allí, como su retrato hecho por aquel niño como la última persona que estuvo en el alcázar de Sylvie antes de desaparecer, como la cantidad de veces que parece poder defenderse sola de maneras inexplicables. La extraña anécdota de Loana donde había visto a la séptima estrella ser raptada al mismo tiempo que apareció encerrada en el castillo por Vittorio por órdenes del rey. Eran pistas que no pasaba desapercibidas.

— ¡Alan! — grita Aarón entrando a sus aposentos sin previo aviso (como de costumbre).

—¿Por qué gritas? — Alan sale de la bañera con una toalla en su cintura y se acerca.

—El rey Enrique quiere hablar contigo.

—El que faltaba. ¿Sobre qué? — se seca el cabello y frunce el ceño.

—No lo sé, pero está muy insistente. Ya sabes cómo es. — se recuesta en su cama mientras el príncipe se viste. — No me has dicho nada sobre este repentino compromiso tuyo con Helen. — cambia de tema.

—No hay mucho que decir sobre eso.

—Algo me dice que hay mucho que decir en realidad. — se queda en silencio. — ¡Vamos, dime! Ni siquiera me pones al día con todo lo que sucede a nuestro alrededor.

—¿No será porque siempre estás embriagándote en las afueras?

—Bueno, quizás. — sonríe para sí mismo. — Pero ese no es el caso. Sé que ella te gusta, pero tú a ella... — lo duda, hiriendo el ego del príncipe.

—¿Dudas de mi alcance? Soy lo que todas quisieran tener. — se mira en el espejo.

—Pero ella no, y lo sabes. Siento que podría enamorarse de alguien que sea todo lo opuesto a ti.

—¿Intentas ofenderme?

—¿Es eso algo que pueda ofender al futuro rey de Francia? — se ríe. — Estás que te mueres por ella, literalmente. Lo supe desde esa fiesta en el pueblo.

—Ya es mi prometida, y lo es por una razón. ¿Enamorados o no? De todas formas, dentro de mes y medio estaremos casados. — se termina de arreglar la indumentaria cómoda para poder dormir, no sin antes, acudir al llamado del rey de Inglaterra, quien tan impacientemente, lo esperaba en el salón del castillo.

—¿Querías hablarme? — llega hasta él.

—¡Príncipe Alan! Cada que lo veo es como descubrir algo nuevo. Resulta inaccesible. — Enrique acostumbraba a usar constantemente su lado irónico. Algo en lo que ambos eran similares.

—Lo mismo podría decir. Ha tenido unos días algo ocupados, aparentemente. — mira el lodo negro que tienen sus botas. El rey los mira con preocupación porque tiene temor de que sepa de dónde viene.

—He estado...aventurando por el pueblo. Como verás, creo que les falta algo de pulcritud.

—Ya. — lo fulmina con la mirada. — ¿Y qué era eso tan urgente que debía hablar conmigo?

—Solo quería felicitarlo personalmente por su sorpresivo compromiso con la señorita Laurent. Es una locura cómo de repente pasó de ser su sierva a ser su prometida.

—Sí, como también es una locura que venga a firmar un acuerdo y todavía no se haya ido. — dice en un tono de voz más bajo, pero aún lo puede escuchar a la perfección. — ¿No ha evaluado a Francia y su monarquía lo suficiente?

—Parece que mi estadía aquí no es de mucho agrado, ¿cierto?

—Si le digo que sí estaría mintiendo. Y las mentiras no van conmigo.

—Lo entiendo, créame. — se toma el asunto con calma. — Pero...he notado que usted y.... su rey, no se llevan muy bien. ¿Se debe esto a su manera de regir el reino?

—No entiendo lo que presume.

—Déjeme explicarme mejor: me refiero a qué tan grave es el nivel de impacto de su carácter a la hora de tomar decisiones como rey en usted.

—Sigo sin entender a qué se refiere, rey Enrique. — se está cansando de esta conversación.

—Bien, seamos más claros. ¿Qué haría si alguien le propone un trato para revelar los secretos del rey y destruirlo con ellos? — va al grano.

—¿Está confesándome que tiene un plan para destruir al abuelo? ¿Por eso sigue aquí?

—Si lo tuviera no fuese tan tonto de hacérselo sospechar con mi comentario.

—Quizás solo usa el raciocinio inverso. Así tiene y cree que me puede dar una buena excusa para librarse de cualquier sospecha. — el rey Enrique alza las cejas ante su inteligencia.

—Es muy sabio, lo admito. Pero ese no es el caso. — aun así, Alan no deja de desconfiar.

—¿Entonces...? ¿Qué considera que deba responderle a alguien que firmará un acuerdo de paz con mi país que a todos nos conviene?

—Tiene razón. Creo que ha sido muy...descortés de mi parte. No ha sido mi intención causar discordia. Más de la que ya existe.

—Mi abuelo, el rey, tiene muchos secretos. Muchos con los que no estoy de acuerdo, pero, aun así, eso nunca será asunto suyo. Solo firme el acuerdo de paz y regrese por donde vino. — pierde la paciencia, lo que molesta al rey Enrique, pero tiene mucho autocontrol sobre sus emociones. — Si no tiene nada más que decirme, buenas noches.

—¿Qué opina sobre el campo de los condenados? — pregunta de repente. Haciendo que el príncipe se detenga.

—¿Qué? — se da la vuelta y frunce el ceño.

—Por su cara creo que sabe perfectamente de lo que le estoy hablando. Por eso reconoció el lodo, o, mejor dicho, la peste que traigo en mis pies. Deberían tener un procedimiento de esterilización. Esto podría provocar muchas enfermedades. — incluso molesto, usa el sarcasmo.

—¿Cómo sabe de ese lugar?

—Bueno, si recordamos que mi padre murió en ese lugar creo que la respuesta es obvia.

—¿Qué hacías allí?

—¡Cálmese! ¿Por qué se pone tan nervioso? Solo estoy haciendo una investigación. Una en la que participará. Porque ambos sabemos que detrás de todo esto, hay algo más. Algo de lo que quizás debamos protegernos después. — por más que intentara obviar el tema, era uno de los enigmas que debía solucionar.

—Está dándome muchas razones para decretar su decapitación. Y ganas no me faltan.

—Lo sé, me conozco muy bien los estatutos del reino. Pero sé que no lo hará, porque también siente las mismas ganas de descifrar este acertijo que yo. — Alan se queda en silencio. — Piénselo. Descubrimos la verdad y dependiendo de eso, yo obtengo mi venganza y usted el reino.

—¿Y cómo pretende obtener esta... venganza?

—Solo el rey, solo yo. Nadie más tiene que sufrir. — parecía ser un buen trato y Alan estaba interesado, pero no lo pondría tan sencillo.

—¿Qué es exactamente lo que investiga?

—Algo que noté es que a pesar de haber ocurrido hace 18 años, la tierra quemada sigue intacta. Como si la madre naturaleza estuviera enojada. — se expresa. — No creía en fábulas fantásticas hasta que vi cómo una mujer de carne y hueso casi mata al rey sin siquiera tocarlo.

—Ya ve, Francia está llena de sorpresas.

—¿Qué otra cosa sobrenatural existe aquí? Sería de gran ayuda saberlo.

—Hombres convertidos en criaturas con dientes filosos gracias a la peste del campo de los condenados, muchas brujas, muchos paganos y personas molestas.

—Es evidente que su rey tiene cierta obsesión con el lado oscuro de la vida.

—Una a la que ya estamos acostumbrados.

—¿Y cuáles son sus planes? Lo pregunto porque veo que tiene su propio ejército y le lleva la contraria a la corte constantemente.

—¿No crees que estás haciendo demasiadas preguntas?

—¿Ya nos tuteamos? — sonríe irónicamente. — Está bien. Me gusta.

—¿Qué quieres Enrique? — quiere dar al grano.

—Ganarme un aliado. Y es lo que veo en ti.

—Tendré que pensarlo.

—De acuerdo. Tiene dos días. — dice y se retira de su presencia.

Día siguiente.

Después de un largo desayuno a solas con la reina, Helen se sentía mentalmente agotada. Practicaba todas las mañanas a mantener el equilibrio con libros en su cabeza, a tomar el té con el meñique levantado, articular las palabras adecuadamente y mucho más. Las siervas estaban acomodando los nuevos vestidos y prendas que habían confeccionado para ella, mientras esta se paseaba por los pasillos del palacio.

—¡Helen, querida! Buenos días. Espero que el desayuno con mi madre no te haya aburrido. — la princesa Gertrudis se le acerca y Helen hace una reverencia. — No tienes que hacer veneraciones cada que me ves. Ya somos familia. — acaricia su hombro y sonríen.

—El desayuno estuvo muy bien. Hablar con la reina es agradable. Soy muy afortunada de tener su respaldo.

—Eres tan dulce que es casi imposible que le caigas mal a alguien. — Helen pone los ojos en blanco, ya que sí tiene muchos enemigos desde antes de ser la prometida del príncipe. Y todo gracias a su mal carácter. — Por cierto, invité a tu familia a cenar hoy. Envié una carroza para que los traigan hasta aquí. Espero que se queden por algunos días y los podamos conocer mejor.

—¡Estoy muy ansiosa por verlos! Los extraño mucho. — la sonrisa invade su rostro.

—Cuando te comprometes la peor parte es separarte de tu familia. Pero no permitiré que pases por eso. Podrás verlos y tenerlos aquí cuando quieras.

—Muchas gracias. Nunca terminaré de agradecerle tanto.

—Descuida. Aun existimos las buenas personas. — acaricia su mejilla. — Te veo en la cena. Mañana empezaremos con algunas renovaciones para tu boda. — "la boda". La palabra retumbaba algo fuerte en el interior de Helen. Una angustia que no podía controlar. Con un ligero ataque de pánico, camina más rápido de lo normal, hasta llegar inconscientemente a los establos. Inhala y exhala profundamente hasta que logra calmarse y sentir otra fuerte respiración detrás suyo. Morpheus. El ostentoso caballo negro del príncipe.

—¡Morpheus! Hola bonito. — se voltea y lo acaricia. — Parece que tienes más pelaje. — observa su brillosa cabellera.

—Si lo sigues acariciando así me pondré algo celoso. — el príncipe hace su entrada y Helen trata de ignorarlo. — ¿Me tendré que pelear con mi caballo para ganar tu atención? — se acerca.

—¿También serías capaz de matarlo? — recuerda lo que hizo con aquellos rebeldes que los atacaron.

—Helen, no me hagas sentir culpable de esto. Son las reglas.

—Ya lo sé. — está algo tensa y él lo nota.

—Sé la presión que sientes en este momento, pero solo recuerda el acuerdo que tenemos. Lo vuelve más fácil. — sigue acariciando a Morpheus en silencio. — Hey. — coloca su mano en la suya sobre el pelaje de Morpheus. — No soy un monstruo, Helen. No contigo. — sostiene sus manos con suavidad.

—No necesito que no lo seas solo conmigo. Matar personas a sangre fría está mal. Ni siquiera te tocas el corazón para cortarle la cabeza a alguien.

—Sí lo hice, contigo. Desde el primer momento en que osaste a mirarme de tal forma debí decretar tu castigo.

—¿Y debo agradecerte por eso? — se suelta de sus manos. — Nadie te debe nada por ser una buena persona. Das lo que eres y ya está. Si haces algo malo y la consciencia no te dice nada, entonces el del problema eres tú.

—Tenía entendido que era buena persona. Creí escucharlo una vez de ti. — la deja en silencio otra vez. — Ven, tengo un regalo para ti. — la hala suavemente del brazo y la guía hasta otro hermoso caballo blanco que había comprado para ella. — Es todo tuyo.

—¿Qué? Es enorme y....hermoso. No puedo aceptarlo.

—Oh sí. Por supuesto que sí. Y, de hecho, tengo más regalos para ti. — la hala suevamente del brazo.

—¿Es normal que sienta miedo?

—Tranquila, estarás bien. Ahora, sube al caballo. — lo sujeta por ella.

—No tengo idea de cómo cabalgar.

—Es sencillo. Solo debes conectarte emocionalmente con el caballo y él te guiará hacia donde quieras. Las correas son el timón. Asegúrate de no perder el eje. — sostiene su mano mientras sube para asegurarse de que no se resbale. — Calma tus nervios o él se pondrá igual. Puede sentirte. — Helen respira profundo. Parece que el príncipe sabía mucho sobre caballos.

—Es muy alto, siento que voy a caerme.

—No lo harás. — se sube y se coloca detrás de ella. Cosa que, aunque sabe que lo hace a propósito, no le molesta. Al contrario, la hace sentir segura. Entrelazando sus manos sostienen las cuerdas del caballo y le muestra cómo hacerlo. Con lo que poco a poco, se va familiarizando. El príncipe se perdía en el olor de su cabello, en su hermosa sonrisa y la comodidad que sentía en este momento. Por amar su sonrisa de tal manera sabía que podía hacer cualquier cosa para garantizar su felicidad.

—Bien, creo que ahora puedes hacerlo sola.

—¿Qué? No creo que pueda. — en cuanto se baja, se asusta.

—Sí puedes. — la mira a los ojos fijamente.

El príncipe se monta sobre Morpheus y espera pacientemente a que Helen avance primero. La breve clase de Alan fue fructuosa. Sí puedes. Sus palabras se repiten en su cabeza y empieza a cabalgar. La luz del sol recae sobre ellos mientras montan uno detrás del otro. Los primeros segundos eran dificultosos, pero poco después, empezaba a gustarle. El suave viento golpeando su cara le provocaba una satisfactoria sensación.

—¿Te gusta? — Alan le pregunta fuertemente para que pueda escuchar.

—¡Me encanta! — suelta sus manos y sonríe, mientras el príncipe se deslumbra a su costado.

—¡Sígueme, iremos a tu segunda sorpresa del día! — le vocifera, tomando la delantera. Durante el transcurso, Helen no evitaba fruncir el ceño ante no tener idea de hacia dónde iban. ¿Qué sorpresa de su agrado podría darle en medio de la nada?

—Llegamos. — se detienen y bajan de los caballos. Ella con algo de su ayuda.

—La vista es hermosa, pero... ¿qué hacemos aquí? — observa su alrededor. Aunque el prado no era verde, sino cubierto con diminutas ramas y cerámica, el cielo permanecía resplandeciente.

—Creo que no has observado bien. — sigue buscando con la mirada hasta entender de qué le habla. Un hermoso arco cuadrado resguardando las esquinas de la superficie de un picnic con muchas frutas y aperitivos sobre una manta azul. Gesto que la deja sin palabras. — Puedes sentarte. — Helen duda. — No saldrá una serpiente gigante de la tierra, tranquila — bromea y ambos se acomodan.

Para ella, este detalle significaba mucho, y eso la ponía algo triste.

—¿Estás bien? — lo nota.

—Sí, es solo que...mi padre solía hacer esto con nosotros de vez en cuando. Una tarde de tentempié, así le llamábamos. — se ríe al recordarlo. — Supongo que fue lo más bonito que viví con un hombre. — su sonrisa se borra cuando recuerda que ya no está.

—Lo extrañas mucho, ¿verdad?

—No se imagina cuánto. — un desconsolado silencio invade el momento. — A veces siento que nada de esto pasó. Que sigue aquí conmigo. — toca su corazón.

—Es porque así es. Lo está. Siempre lo estará. — la mira a los ojos. — Nunca he perdido a nadie, así que no puedo decirte que entiendo tu dolor. Pero basta con verte a los ojos para saber que hay cosas que aun te duelen. Que los responsables de la muerte de tu padre sigan respirando, es una de ellas. — su silencio le da la razón. — Pero ya nos encargaremos de eso después. Ahora solo disfrutemos de este bonito momento. — le sirve jugo de naranja.

—¿Cómo se te ocurrió esto? No pensé que tuvieras este lado tan...sentimental.

—¿Sentimental? Creo que me siento ofendido. — bromea. — La verdad es que Max me ayudó con algo. Digamos que no tengo tanta imaginación. — observa la decoración del arco.

—¿Max haciendo esto? No me lo imagino.

—Hace todo lo que le pido. Es muy leal. — comienzan a comer.

—¿Y esto qué significa? Quiero decir, entre usted y yo este compromiso es falso, pero...nadie nos está viendo ahora. ¿O sí? — lo duda por un instante.

—No, Helen. Podemos hacer esto más cómodo, ¿no te parece? Estaremos juntos por el resto de nuestras vidas, así que... quiero estar bien contigo. — sonríe. — Y tutéame, por favor. Nos casaremos en un mes.

—Será raro, pero...lo intentaré. — siguen disfrutando del cálido clima y de las frutas. — Tu madre dijo que mi familia vendría a cenar. ¿El rey estará presente? — cambia de tema.

—Seguramente sí. Suele ser despreciable la mayoría de las veces, pero ya te acostumbrarás.

—Todo lo que dices nunca me ayuda en nada. Pero está bien, no dejaré que menosprecie a mi familia. Ni él ni nadie. Ya estás advertido. — le apunta con el dedo y sigue comiendo de las deliciosas uvas que hay en el canasto.

Hora de la cena.

Toda la familia real esperaba a la familia Laurent al frente de las compuertas del castillo. Helen estaba muy emocionada y todos lo notaban. En cuanto la carroza llega, los guardias los ayudan a bajarse y ella corre hasta a ellos para abrazarlos. Su madre casi se desmaya de felicidad y sus hermanos estaban muy contentos.

—Es un placer poder conocerla finalmente, señora Laurent. — la princesa Gertrudis le dedica una sonrisa.

—El gusto es mío, princesa. — hacen una reverencia. — Rey, reina. — repite.

—Mi más sentido pésame por la tragedia de Benjamín. Era muy conocido por ser honrado y de buenos valores. Sin duda hicieron un excelente trabajo con sus hijos. — mira a Jason y Lucas con otra sonrisa.

—Es lindo escuchar eso de usted, princesa. — María se encuentra algo nerviosa.

—Deben estar cansados, entremos. Nuestros siervos les mostrarán sus aposentos. — dice la reina, abriendo paso hacia dentro. El rey, sin decir una sola palabra, se retira sin más. Parece que algo más lo preocupa, y Vittorio lo sabía.

—María, Jason, Lucas, es un placer tenerlos aquí formalmente. — el príncipe los saluda mientras caminan.

—Muchas gracias, príncipe. — María responde, sin poder dejar de sostener a su hija de la mano. Helen está muy contenta de tenerla cerca. Al menos por unos días. En cuanto los siervos los dejan en sus nuevos aposentos, se queda a solas un momento con su madre.

—Sé cómo te sientes. Es extraño. — dice, al notar la impresión de María ante tanta ostentación. — Supongo que con el tiempo te acostumbras. — se lanza sobre la cama.

—Jamás podría acostumbrarme a esto. Es demasiado.

—Lo sé, pero también es cómodo. Es una vida cómoda. — María parece preocupada. — Madre, estoy haciendo esto por ustedes. ¿Lo sabes verdad? — se acerca a ella.

—No. No nos uses como excusa. No necesitamos de esto.

—Sí lo necesitamos. Desde que papá no está apenas puedes sostenerte a ti misma. Con este compromiso no les faltará nada y te daré la tranquilidad que tanto te mereces. La que padre siempre quiso darte. — el tema de Benjamín aún era bastante difícil para ellas. — Solo intenta entenderlo y después se volverá rutina. — María intenta tomar la situación con calma. — Iré con mis hermanos. Termina de instalarte y nos vemos en la cena. — le da un beso en la frente y sale del aposento.

Horas más tarde.

María, Lucas y Jason, se unen a la gran mesa junto a la familia Rutherford, un tanto extrañados por estar rodeados de tanto lujo y comodidad. De todas maneras, Helen no se sentía muy diferente. Ya que también era la primera vez que se sentaba junto al príncipe en el comedor real. Todos parecían estar muy contentos, pero la ausencia del rey empezaba a ser sospechosa.

—¿Y el rey? ¿No nos hará compañía esta noche? — la princesa Gertrudis pregunta.

—Dijo que tenía otras cosas qué resolver. pero ya les ofrezco yo una disculpa de su parte. — la reina responde, dedicándoles una sonrisa a la familia Laurent. Aunque por su continua y preocupante mirada hacia su hija, parecía que había otra razón. Una que quizás no sabía.

En el campo de los condenados.

Después de un secreto viaje, el rey, acompañado de Vittorio, trasladó a las "siete" estrellas hasta aquel tenebroso lugar. Luego de terminar el heptágono donde verterá la sangre de sus prisioneras, se coloca frente a ellas para leer por últimas veces las instrucciones del grimorio. Estaban de rodillas, encadenadas de muñecas (por separado) y de tobilleras (en conjunto) y con mordazas metálicas en las bocas.

—Finalmente ha llegado la noche. La noche en la que obtendré el poder que he buscado durante 18 años. Ann estará muy orgullosa de mí. — el rey se encontraba emocionado. — Y qué mejor sitio que donde yace el mal. Las fuerzas oscuras que residen aquí asegurarán mi victoria. — acaricia los papiros del grimorio. — ¡Por eso yo, Belmont Rutherford, después de haber seguido las instrucciones al pie de la letra, exijo que se me conceda el poder prometido! — exclama en voz alta.

Coloca el grimorio en el centro del heptágono y los siete extremos se iluminan, esperando el derramamiento de sangre.

—Hazlo. — le ordena a Vittorio, quien saca una daga y con fuerza, corta las palmas de cada una de sus manos, vertiendo su sangre en cada punto. Cada línea se completa, abriendo una especie de portal cristalino en el cielo, excepto por la sangre de la séptima. Cosa que confunde al rey. — ¿Qué pasa? ¿Por qué no funciona?

—No lo sé, señor. — un temblor acompañado de un eco extraño los hace perder el equilibrio. ¿Qué estaba pasando? Era la pregunta que pasaba por la cabeza de todos, incluyéndolas. — ¿Qué demonios es eso? — Vittorio pregunta al notar figuras gigantescas moverse detrás de los portales.

—Debemos cerrarlos. ¡Hagan algo! — les grita, pero estando encadenadas no les serviría de nada. — Si las libero y no hacen nada todos moriremos. — se les acerca. Vittorio le quita la mordaza a Cinco para que pueda hablar. Está muy lastimada.

—Debió pensar en que cosas como estas podrían pasar.

—¡Esto es su culpa! — la sujeta fuertemente de la mandíbula. — ¿Qué estuvo mal? ¿Qué falló?

—Creo que es evidente, señor. — Vittorio interviene. Mirando sospechosamente a la imitadora que Silas le había entregado como la portadora de la séptima constelación. — Parece que fuimos engañados. — el rey suelta a Cinco y se acerca a ella.

—¿Qué tienes que decir al respecto? ¿Por qué te prestaste para esto? — le quita la mordaza con sus propias manos.

—No tuve opción, mi rey. Tenga piedad, por favor. — rompe en llanto.

—¿Llegas hasta aquí y tienes el valor de pedirme...piedad? — está muy enfadado. — Esto solo puede terminar de una manera. — se coloca detrás, saca su daga y le corta el cuello sin más. Derramando toda su falsa sangre sobre el heptágono. Siendo Sylvie la que más se sobresalta ante tal asesinato, ya que no estaba acostumbrada como las demás al frío corazón del rey a la hora de matar. — Ahora, ¿resolverán este desastre por las buenas...o por las malas? — levanta a Sylvie del cabello, aterrorizando a las demás.

—Libérenos y veremos qué podemos hacer. — Cinco dice. Todo con tal de que no les haga daño. Vittorio las libera, pero tiene varias jeringas preparadas para intervenir de ser necesario. Empiezan a hacer movimientos peculiares con sus manos, excepto Sylvie. Quien las observa desde la distancia con las manos del rey en su cuello. Aquellas voces polifónicas comienzan a retumbar entre los escombros y cuando forman un círculo de luz, lo arrojan hacia los portales. La tierra vuelve a temblar, esta vez aún más fuerte; y algunos llantos se pueden escuchar antes de que sorprendentemente, los portales se cierren.

En el castillo.

Mientras esto acontecía, la cena marchaba de maravilla. La ausencia del rey empezaba a ser agradable, al menos por esta noche. Pero todo empezó a complicarse cuando en el momento en el que los portales se abrieron, Helen sabía que algo andaba mal. Podía sentirlo.

—¿Estás bien? — Alan lo nota.

—Sí, estoy bien. De repente me dolió la cabeza, pero estoy bien. — miente.

—Espero que de verdad pueda enseñarme cómo preparar sus deliciosos panes. Sería la primera vez que entraría a la cocina para manchar mis manos por una buena causa. — Gertrudis habla con María entre risas, mientras Helen vuelve a sentir que su alma se teletransporta hacia otro lugar. Era como si su cuerpo estuviera sentado en aquella mesa, pero su interior quisiera salir y correr hasta las demás.

—¡Wow, querida! No había notado esos detalles en las mangas de tu vestido. ¿Cómo pudieron lograr ese efecto? Me gustaría uno similar para la boda. — dice la reina, observando los luminosos siete puntos en su antebrazo izquierdo. Helen frunce el ceño hasta que los ve y se cubre de inmediato. Cosa que deja a los hermanos Rutherford con sospechas.

—Le preguntaré al modista. — suelta una risa nerviosa. — Si me permiten, creo que me ausentaré por unos minutos. — se levanta y la reina le asiente con la cabeza, pero el príncipe sabía que algo no andaba bien. Mientras intenta salir de la mesa y alejarse lo suficiente, un relámpago invade su mente y un intenso dolor la hace desmayar.

—¡Helen! — el príncipe corre hasta ella para sostenerla y evitar que se lastime al igual que sus hermanos. La reina, Gertrudis, Aarón, el coronel Cristóbal, María y todos los presentes se levantan y muestran su preocupación; ante lo que significaba más de lo que cualquiera allí, podría imaginarse. 

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