20. El acuerdo.
El contenido de aquel grimorio respondió algunas preguntas, pero creó muchas otras. Ahora sabía lo que haría y porqué, pero aun así no dejaba de aterrarla. Sale del templo dejando todo intacto y se aleja lo suficiente para poder asimilar todas las cosas que allí vio. ¿Por qué yo? Se pregunta. ¿Qué tenía ella de especial para ser parte de toda una profecía?
—¿Merodeando otra vez? ¿Es que acaso la mucama no te dejó claro que hay límites que no debes cruzar? — suena la voz de Vittorio detrás de ella. La tarde no podría ir peor.
—¿Nunca dejarás de meterte conmigo, no es así? — cada vez que lo ve, solo puede recordar la muerte de su padre. — Parece que a veces olvidas que solo eres un simple peón que el rey maneja a su antojo.
—¿Qué? ¿Te crees muy valiente porque ahora tienes la protección del príncipe?
—No necesité del príncipe para clavar una daga en tu apestosa cara. — observa la horrible y enorme cicatríz que tiene en todo un lado de su rostro. — Ahora me recordarás cada vez que te la veas en el espejo por el resto de tu miserable vida. — Vittorio intenta acercarse, pero ella retrocede lo suficiente. Las ganas de usar su magia contra él no le faltan, pero no es lo más inteligente cuando es él quien ayuda al rey a cumplir la profecía.
—¿Todo bien por aquí? — Max se acerca y pregunta, mirando a Vittorio con recelo.
—Sí, todo bien. El señor solo me estaba preguntando qué pócima servirá para borrar la desfavorecida cicatríz de su cara. — miente, disfrutando del evidente enfado de Vittorio.
—La acompañaré hasta dentro, venga conmigo. — Max camina detrás de Helen, dándole antes una mirada de advertencia a Vittorio.
En los aposentos del rey.
—No creo que sea lo más apropiado que salgas del castillo en este estado. El doctor dijo que tenías que descansar. — dice la reina al ver a Belmont vestirse para salir.
—Necesito hablar con Silas antes de que vuelva a poner en peligro la seguridad de mi familia. No me pasará nada, estaré bien. Vittorio vendrá conmigo.
—¿Mis nietos saben de esto?
—No tienen porqué saber todos mis movimientos. Solo hablaré con un viejo amigo.
—Ten cuidado. — a pesar de tanto, la reina Tomasia jamás dejaría de preocuparse por su esposo.
—Lo tendré. — presiona sus labios con los suyos y se retira del aposento.
Antes de que Helen pueda cruzar la puerta de su aposento, Max le entrega una caja de parte del príncipe Alan.
—¿Qué hay? — le pregunta con ella en manos.
—Véalo usted misma. Pasaré por aquí dentro de una hora.
—¿Para qué? — frunce el ceño.
—Para su cena con el príncipe. — casi podría jurar que ve una pequeña sonrisa en su rostro antes de marcharse.
Con la caja en manos, cruza la puerta de su aposento y la coloca sobre la cama. ¿Qué habrá? Se pregunta mientras la abre y lo primero que ve, son hermosas prendas, zapatos, lociones y un espléndido vestido negro con bordados plateados.
"Quiero que se vea hermosa para mí, señorita Laurent".
Dice la tarjeta que el príncipe con su puño y letra le había dejado dentro del regalo. ¿Por qué parecía tener tantos matices? Algunas veces se mostraba como un soberano frío, cruel, despiadado y sin sentimientos. Otras, solo parecía un niño caprichoso que disfrutaba complicar la existencia de los que no eran de su agrado. Sin embargo, muy en el fondo, Helen sabía que era un hombre de buen corazón que se preocupaba por su gente. Pero... ¿en cuál de todas estas facetas debería confiar?
Ok, Helen. Solo tienes una hora.
Se recuerda a sí misma. Asegura la puerta, se quita la ropa y prepara la bañera para asearse de pies a cabeza. Al terminar y pararse frente al espejo, cuestiona lo que está a punto de hacer una vez más. ¿Qué estás haciendo Helen? Respira profundo para calmar sus nervios.
Alguien toca la puerta. Es Claudia.
—Lamento venir a estas horas, pero hemos tenido tanto trabajo esta semana que ya empezaba a extrañarte. — entra y se acomoda en la cama. — ¿Y esto? ¿Qué es? — nota el obsequio a su costado.
—Es...un regalo del príncipe. — confiesa. Sabe que puede confiar en ella.
—¿Qué? ¿Y por qué te obsequiaría algo así? ¿De qué me he perdido?
—No tienes ni idea. — sonríe y se sienta a su lado. — Me hizo una propuesta. Una muy loca en realidad.
—¿Qué tipo de propuesta? — está intrigada.
Helen resopla.
—Quiere que me case con él. — confiesa.
—¿Qué? ¿Es enserio? — Claudia casi salta de la emoción.
—Baja la voz. No quiero armar un escándalo todavía. — intenta calmarla. — Y sí. Es muy enserio. Y la verdad es que no sé qué hacer.
—¿Pero el príncipe no está comprometido ya? ¿Qué pasará con la princesa Robledo?
—Dijo que hablaría con ella y que nadie resultaría herido.
—No te preocupes por ella, lo único que ha visto en Alan junto a la arpía de su madre es la corona, el poder y la riqueza que las acompañaría de por vida. — ambas sonríen. — Sé que tú sí llegarás a amarlo tanto como él a ti. — esto último sí parece sorprenderla.
—¿Tanto como él a mí? ¿Qué dices Claudia? — Helen frunce el ceño con una confusa sonrisa.
—Cuando estuviste desaparecida, no tienes ni idea de cómo lo sobrellevó. Casi se vuelve loco. Y aunque no hizo falta que me lo dijera, ya que en sus ojos era evidente su desesperación, me lo confesó.
—¿Qué te confesó?
—Que te habías vuelto más importante para él de lo que podría reconocer. — la deja sin habla. — Estoy segura de que esta...propuesta es solo parte de su juego para demostrarte lo que es incapaz de decir. Ambos son muy orgullosos para confesarse lo enamorados que están del otro. Así que no me sorprende.
—Yo...no sé qué decirte. — Helen titubea.
—Porque a mí no me debes ninguna respuesta, sino a ti misma. Y a él, quizá. Sé que si llegas a ser reina, harás mucho por nuestro pueblo, así que siempre contarás con mi apoyo incondicionalmente. — aprieta sus manos por encima de las sábanas. — Serás nuestra salvación. — sus palabras y lo que leyó en aquel grimorio, se han convertido en su más fuerte motivación.
¿Qué pasará en esa cena?
En el bosque.
A pesar del miedo y la angustia de entrar al único lugar donde no tienen más que la protección de sus guerreros, está listo para enfrentar a un viejo "amigo". Parados en una zona del bosque (donde ya habían tenido reuniones como esta), se quedan detrás de la línea que con sangre habían pactado.
—Esto es una mala idea, mi señor. — dice Vittorio, viendo cómo la niebla aumenta cada vez más.
—Solo espera. — mientras más lo hacen, más sonidos extraños se oyen desde las sombras. Hasta que en un abrir y cerrar de ojos, Silas aparece frente a ellos, al otro extremo de la línea que durante años quedó marcada en las tierras del bosque. — Silas. — dice el rey, sin poder ocultar su evidente angustia.
—Belmont. — pronuncia con el mismo tono. — Cuando recibí tu nota no creí que después de tanto volverías aquí. Estoy impresionado. — observa todos los guardias que lo acompañan. — Pero parece que aún le temes a lo que tú mismo creaste.
—Cada uno sabe cómo cuidarse la espalda. — Belmont observa su alrededor. Sabe que hay más paganos ocultos en las sombras. — ¿Qué era eso que tanto te urgía hablar conmigo? ¿Por qué tuviste que llevarlo hasta el castillo donde sabes que no eres bienvenido?
—Intenté negociar la libertad de una de los nuestros con su nieto, Alan, pero no accedió. Y la verdad es que... supo cómo usar las cartas a su favor.
—Y tienes suerte de que no seas tú quien pague por haber intentado asesinar a mi hija. — el rey comienza a enfadarse.
—En eso no tuve nada que ver. Tuve...ciertos problemas como líder y la manada se descarriló. Cuando volví a mí mismo, ya era algo tarde. — Vittorio no aparta la vista de su alrededor. Sabe que no pueden confiar completamente en ellos, menos cuando están en su territorio.
—Creí que teníamos un acuerdo. Uno que ustedes rompieron. ¿Qué medidas debería tomar al respecto, Silas? — Belmont mantiene su postura.
—¿Nosotros? Creo que el responsable de ese...error, es quien tienes justo al lado. — mira a Vittorio. — Hace algunas semanas cruzó el bosque con una prisionera. Rompió el acuerdo y desató un enfrentamiento. — Loana le había dado los detalles.
—Sabe perfectamente que eso no es cierto. Antes de cruzar este bosque, habíamos encontrado a dos de los suyos agonizando en nuestras tierras. Han estado infiltrándose como ratas para asesinar a las piezas faltantes que el rey ha buscado durante muchos años. — Vittorio refuta.
—Pensé que ya no te meterías en mis asuntos, Silas. — Belmont dice. — Eso también era parte del acuerdo.
—No puedo creer que aún sigas con eso. Estaba seguro de que algún día recapacitarías, pero tu demencia solo aumenta.
—Cuida tus palabras, pagano. — Vittorio intenta avanzar hacia él, pero el rey lo detiene con su mano.
—Mi "demencia" me ha concedido todos los privilegios que hoy gozo. Ahora que estoy tan cerca de lograr lo que quiero, no desistiré.
—¿Qué no ves lo que le has hecho a tu nación? La gente muere de hambre, nuestros hijos no conocen el cantar de los pájaros y todas nuestras tierras están malditas por tu culpa. ¿Qué crees que pasará cuando liberes el mal? ¿Crees que todo seguirá igual? No. Todo esto, es solo una simulación del verdadero infierno que estás construyendo. — Silas libera su ira.
—Ambos sabemos que esa no es la razón de tu tormento. — Belmont mantiene un tono de voz pacífico. — Lo único que nos hace diferentes, es no seguir la misma profecía. Tu temor es que consiga el poder de las siete constelaciones porque sabes que la diosa a la que sirvo es más poderosa que tu falso dios pagano.
—¿Falso dios pagano? Su nombre es Mohat. — Silas dice firmemente. — El poder de las siete constelaciones es lo que te destruirá.
—¿Hasta cuándo dejarás de inventarte historias?
—Esa fue la página que no leíste, ¿verdad? — Belmont finge no saber de qué le habla. — El grimorio no estaba completo cuando lo encontraste, ¿y sabes por qué? Porque yo la arranqué. — su confesión aumenta la furia del rey. — La bruja que usaste para cumplir todos tus caprichos gracias a magia negra, era amiga de mi madre, tu madrina, ¿no la recuerdas? — recordarla, para el rey, era difícil. Ya que la estimaba mucho.
—Toda mi familia era pagana pero no lo sabía. No lo entendía, era solo un niño. Cada fin de semana la veía en la iglesia donde seguramente te dijo que había encontrado el grimorio, pero la verdad es que ya estaba ahí. Una de aquellas noches, intentaron invocar y activar el poder que hoy buscas, pero las cosas salieron mal. La iglesia fue destruida por una fuerza que no entendían y aunque no todos murieron, el lugar quedó devastado. La gente ayudó con los rumores de que habían sido ataques de naciones enemigas y así lo mantuvieron, aunque sabían perfectamente que esa no había sido la razón. Pocas horas después, antes de que alguien más lo hiciera, volví a esa iglesia. Fui el primero en encontrar el grimorio y al leerlo, supe que la última página era la más importante, así que me la llevé. — la saca de sus bolsillos y se la muestra. Mientras que el rey controla sus impulsos de correr hasta él y arrebatársela de las manos.
Aquel papel tenía un tono amarillento y grietas significativas en su interior.
—Lo que dices no tiene sentido. ¿Por qué ustedes querrían obtener el poder que pronto reclamaré?
—Porque para cumplir la profecía de Mohat, alguien debía encontrar el poder de las siete constelaciones. Tú fuiste un buen instrumento. Algo vio aquella bruja en ti que decidió mostrarte ese camino. El camino del que jamás pudiste salir. — incluso Vittorio, parece mosqueado ante tal historia.
—Parece que las profecías no eran tan diferentes después de todo. ¿Por qué tu dios necesitaría de este poder? ¿Qué tan importante es para los paganos? — Vittorio pregunta.
—Mohat y Ann eran dioses que caminaron sobre la tierra como nosotros hace millones de años. Por su rebeldía, los demás dioses los condenaron a la extinción y lo único que consiguieron fue esparcir sus poderes en diversos elementos de la naturaleza. — Silas camina de aquí para allá sin cruzar la línea ni acercarse mucho al rey. — Mohat era el dios de las tinieblas, el dios de la muerte y de las más oscuras tentaciones de la mente humana. Ann, aunque creo que ya lo sabes, era la diosa de la luna y las estrellas, reina de los portales entre inframundos. Poseía siete caras que representaban los siete elementos de su poder y como eran aliados, los condenaron a no coexistir jamás. Mientras uno viva, el otro duerme. Nunca ambos.
—Por eso también te has empeñado en encontrarlas y asesinarlas, ¿no es así? Mientras Ann necesita el poder de las siete constelaciones para caminar entre nosotros otra vez, Mohat las necesita para liberarse de su prisión. Su muerte sella su libertad. — Belmont cree entender la parte que aún desconocía de la historia.
—Si no hubieras derramado tu sangre sobre ese grimorio ninguno de los dos tendríamos este problema. Por eso oculté la hoja durante tantos años.
—¿Y eso es todo? ¿Eso era lo que decía?
—De hecho, no. Todo el grimorio es una guía. Son instrucciones. La última página, eran solo advertencias. — abre el papel en su mano.
—¿Advertencias de qué? — Belmont pierde la paciencia.
—La hechicera cumplió todos los pasos para obtener la belleza eterna, pero ¿al final cómo terminó? A pesar de que la mataste, lo habría hecho de todos modos. Habría muerto porque eso es lo que el balance cósmico te exige. Que pagues por tu desobediencia.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—Reclamarás la inmortalidad que el grimorio te prometió, pero no te das cuenta de que esto no se trata de ti. Ella solo te está usando para cruzar el portal y condenar este mundo a la destrucción. Es lo que siempre hace. Al sacrificar el poder de las sietes estrellas, no solo te estarás beneficiando a ti, sino que también la liberarás a ella. Le abrirás la puerta a este mundo y solo ellas mismas podrán detenerla. Si las matas, Mohat vivirá. Si las dejas vivir, ellas te destruirán y después pelearán contra Ann porque ese es su destino. Es lo que los dioses y el balance cósmico requerirá.
—¿Muy conveniente para ti no? — dice Vittorio, aun pasmado por todo lo que ha escuchado.
—¿Y qué es peor? Esto no se trata de qué bando gane, sino de lo que será mejor para el mundo. Tú y yo ya estamos viejos, pero quienes tendrán que sufrir las consecuencias serán nuestros hijos y nietos. Si de verdad quieres proteger a tu familia, debes tomar una decisión. Incluso 18 años después, aun te queda tiempo. Tiempo para tomar una buena decisión. — Silas, muy en el fondo, aún tiene esperanzas de Belmont. Del que una vez, fue como su hermano.
—Tienes razón. Creo que ya la tomé. — pero antes de que siquiera intente sacar su espada, Loana y sus aliados llegan y los detienen con un inaguantable silbido mientras pronuncia palabras en latín. El rey, Vittorio y todos sus guardias se cubren los oídos y pierden el equilibrio, menos los paganos.
—¡Ya basta! — Vittorio intenta alcanzarla, pero una pared invisible que venía con la línea que hace años había sellado el acuerdo, lo hace retroceder. Ni siquiera él parecía saber que estaba allí.
—Ya deberían saber que no tienen poder aquí. — dice Loana, deteniendo el silbido y echándose la capucha de la túnica en su cabeza hacia atrás.
—¿Qué demonios haces aquí? — Silas le reprocha.
—Salvándote la vida. — le contesta en mal tono.
—Tenía todo bajo control, no era necesario que hicieras eso.
—¿Todo bajo control? Si no fuera por esta estúpida pared invisible ya estuviera muerto. — Vittorio está muy molesto. Aunque fuera un monstruo como persona, era muy leal. Muy leal a su rey.
Ayuda a Belmont a ponerse de pie.
—Belmont, esto no es un juego. — el miedo en el rostro de Silas, lo demuestra.
—Ya es demasiado tarde.
—No. No lo es. ¡Tráiganla! — Silas grita y sus paganos (los que estaban escondidos) traen a una chica de pelo rubio y manto gris. La que se ve muy asustada. — Te falta la última pieza, ¿verdad? Aquí la tienes. — toma el brazo de la chica y muestra los siete puntos en su antebrazo izquierdo. Lo que deja al rey y a Vittorio sin palabras. — La tuve encerrada durante mucho tiempo solo para evitar que completaras el ritual. Ahora que sabes que de cualquier forma moriremos, me da igual. Tomes la decisión que tomes, morirás. Y no te quedará nada. — empuja la chica hacia el rey. Quien como era pagana, sí podía cruzar la línea.
—Padre, ¿qué haces? — Loana está molesta, pero con un gesto, Silas logra hacerla callar.
—¿Cómo sé que no me estás engañando? — el rey duda.
—¿Después de lo que te he dicho crees que tendría ganas de engañarte? Ya tienes lo que quieres, ahora lárguense de aquí. — Belmont lo fulmina con la mirada, pero accede a retirarse. De todas formas, no se siente muy bien para seguir en ese lugar.
—Muy bien. Nos vamos. — se retira con sus guardias y la chica, mientras que Vittorio no termina de creer que Silas haya sido tan honesto después de todo.
—¿Qué fue lo que hiciste? ¿Estás loco? Ella no es la séptima estrella. — Loana le reclama mientras regresan a su aldea dentro del bosque.
—Lo sé. Es solo una impostora. No tuve de otra. — admite. Aunque la parte de la historia que contó sí fue real.
—¿Sabes lo que nos hará cuando se dé cuenta?
—Entonces será mejor que nos larguemos de aquí antes de que eso suceda.
En el castillo.
Helen aceptó ir a la cena, pero no con el vestido que el príncipe le obsequió, sino con uno de los suyos. Y ya parecía tener muy claro las condiciones y términos que pondría al aceptar esta propuesta. Max, como lo acordado, la recogió en la puerta de sus aposentos y la llevó hasta un lugar apartado, pero aun dentro de la protección del castillo donde el príncipe Alan la esperaba.
—Veo que no le gustó el vestido que le obsequié, señorita Laurent. — es su primera observación. — Eso hiere mi corazón. — dice sarcásticamente, tocándose brevemente el corazón.
—No estoy segura de que ese vestido me merezca todavía. — Alan esconde su sonrisa. Las respuestas de Helen siempre lo enorgullecen. — ¿Por qué una mesa tan grande? — la observa. Están en un pabellón lleno de flores y velones por todas partes con una larga mesa en el centro (con un montón de platos exquisitos) y dos únicos sillones de extremo a extremo.
—Porque tengo el presentimiento de que su lista de condiciones será extensa. — bromea. — Flores importadas directamente de Inglaterra, tu país favorito. — señala las flores y Helen pone los ojos en blanco. Sabe que trata de molestarla. — Tome asiento, por favor. — hala su silla y se acomoda en ella. Le sirve vino y camina hasta su asiento. Aunque hay una larga distancia entre ellos, puede sentir cómo su intensa mirada casi puede tocarla y recorrer todo su ser.
—¿No debería romper su compromiso antes de hablar sobre uno nuevo? — rompe el momento de tensión.
—Ya es un hecho, no te preocupes por eso. Serás la reina, no la amante. Tranquila. — aclara y Helen traga hondo.
—Entonces, ¿cuáles son sus condiciones? Me gustaría escucharlas primero.
—Puedes comer algo, no tenemos prisa.
—Yo sí. Tengo que levantarme muy temprano mañana y no tengo hambre. — aunque lo diga, el príncipe puede notar sus nervios por la forma en que juega con sus dedos.
—Bien, entonces...lee esto en voz alta. La primera parte son las etiquetas que exige el reino y la segunda, son mis condiciones. — le pasa un enorme papiro sobre la mesa con una letra muy bonita.
—Primera parte. Número 1: La futura reina de Francia debe saber leer, escribir, conocer de la palabra de Dios (a petición del papa), respetar las tradiciones y defender el honor Rutherford incondicionalmente. — suelta una risa irónica. — Lo siento. — se disculpa al notar la cara de seriedad del príncipe. — 2. La prometida debe usar el color (negro) en todas sus prendas a partir del anunciamiento de su compromiso con el futuro rey. — sigue leyendo. — ¿Por qué no fue así con la princesa Robledo?
—Porque todavía no ha sido anunciada ante el pueblo ni el resto de la corte como mi prometida. Solo tenemos la aprobación del papa, de nuestras familias y poco menos. Hay muchos pasos y reuniones a las que asistir antes de poner una corona.
—¿Entonces, tú y yo tendríamos que presentarnos con el papa? ¿Qué pensarán de esto?
—El papa hace lo que el rey le diga. Aunque tenga su propia autoridad, también nos debe respeto. Son asuntos de los que no tienes que preocuparte. — evidentemente Helen no conoce mucho sobre el tema. — Sigue leyendo, por favor.
—Tres: La prometida deberá mostrar respeto y devoción por su prometido. — vuelve a reírse. — Y asistir a todos los eventos que él requiera.
—Si no te tomas esto con seriedad me espera una larga vida llena de sufrimiento.
—Lo siento. Es que...todo esto es tan...absurdo. Suena como si debiera comportarme como una muñeca de trapo que pueden mover de aquí para allá.
—Puedes saltar las etiquetas, solo pasa a mis condiciones. — esto sí era emocionante para ella. Sentía mucha curiosidad.
—Condiciones del príncipe Alan Joseph Rutherford. ¿Joseph? — frunce el ceño. — No sabía que tenía otro nombre.
—Nadie lo sabía. Y nadie puede llamarme así, ni siquiera mi propia familia. Lo tengo prohibido.
—¿Por qué? Solo es un nombre.
—Pero es un nombre que ejerce mucho poder sobre mí. Es como si...representara todo aquello que no dejo que nadie vea de mí. Joseph es quien oculta todo eso. — explica, aunque quizá crea que ella no pueda entenderlo.
—Entiendo. — al menos cree hacerlo. — Primera condición: no le echarás sal a mis tés nunca más. — vuelve a reírse. — No lo haría. A menos que me dé una buena razón.
—Solo cuido de mi salud. Continúe, por favor.
—Condición número dos: mientras estés en mi presencia, no portarás ningún tipo de armamento. — sigue leyendo. — ¿Por qué? ¿Me tiene miedo? — lo mira.
—Solo es por seguridad. Me aterra hacerla enfadar demasiado alguna vez.
—De acuerdo. — vuelve su vista al papiro. — Condición número tres: no me mentirás jamás. No existirán secretos entre nosotros, de ningún tipo. — esto último borra la sonrisa de su rostro. Sabía que no podría cumplir del todo esta condición. El príncipe no sabía sobre su verdadera identidad. Sobre que realmente era parte de la profecía que su abuelo tanto se empeña por cumplir y que poseía un poder que ni siquiera ella misma podía entender. ¿Cómo le diría aquello? ¿Cómo se tomaría la idea de que su futura esposa podría matarlo con solo un movimiento de dedos?
—¿Está todo bien? — nota su preocupación.
—Sí, sí. Está todo bien. — miente y bebe de su copa por primera vez. — Entonces, acepto las condiciones. — Alan esboza una media y satisfactoria sonrisa.
—Firma abajo. Tienes una pluma justo al lado. — Helen la toma y firma el acuerdo.
—Bien. Entonces es hora de mis condiciones. — saca un librillo de sus bolsillos. — Me tomé mucho tiempo para detallarlas cada una, así que espero ser lo suficientemente clara.
—La escucho atentamente. — el príncipe se inclina y une sus manos por encima de la mesa.
—Primera condición: no me tocará ni me besará a menos que tenga mi consentimiento. Si será un matrimonio falso esas son las primeras reglas.
—Será un matrimonio falso, pero solo para nosotros. Los demás no se pueden enterar. Así que, si debo besarte en público, lo haré.
—Está bien, pero solo si es necesario. — traga hondo. — Condición número dos: dejará que mantenga a mi familia cerca de mí sin importar su estatus social y me dejará tomar decisiones sobre el pueblo.
—Por supuesto. Tu familia también será la nuestra. — dice con mucha seguridad y ella sonríe.
—Condición número tres: no hará, ni siquiera intentará cambiar nada de lo que soy. No me privará de mi libre albedrío y no usará sus principios machistas sobre mí.
—Jamás lo haría.
—Condición número cuatro: no me someterá al absurdo tormento de darle un heredero y de tolerar verlo acostándose con sus amantes delante de mí. Seremos exclusivos.
—¿Seremos exclusivos y no me dejarás tocarte? ¿No cree que sea algo egoísta?
—¿Le gustaría que saliera con otros hombres estando casada con usted?
—No, pero...
—Entonces usted tampoco. Eso entra en la condición número tres, ¿lo recuerda? Espero que no lo olvide. — el príncipe solo sonríe. No se esperaba menos. — Tengo muchas condiciones, pero resumiré las más importantes en una sola. Siendo así, quinta y última condición: siempre podré comer lo que quiera, ir a donde quiera, hablar con quien quiera, hacer lo que quiera y todo lo que tenga que ver con lo que yo quiera. — guarda el papiro y lo mira, quien solo tiene una sonrisa plasmada en su rostro.
—Me quedó muy claro. — come de su plato. — Trato hecho.
—Hay muchos más términos fuera de estos acuerdos que sabe que debe cumplir. Me refiero a la razón de este...compromiso: los beneficios.
—Los tengo muy claro. Lo único que te pediré es paciencia.
—Sí, ya sé. Todo esto será un proceso largo. Aunque no tan largo, espero. No tenemos tiempo.
—¿"No tenemos tiempo"? ¿Ya tienes algo en mente?
—Voy a sacarlas de esa prisión, aunque tu abuelo se oponga. Vengaré la muerte de mi padre, aunque eso quizás me convierta en una asesina de asesinos. Y...velaré por el bienestar de mi pueblo, sobre todo de mi familia.
—Le ofrecí trabajo a tu hermano, Jason, ¿no te lo comentó?
—No. Aunque bueno, no hemos tenido tiempo. Casi no los veo. — una oleada de tristeza invade su interior. — Pero ¿trabajando como qué?
—Como otro más de mis guardias. Espero que se vuelva de confianza. Honestamente le veo potencial.
—¿Y por qué lo hiciste?
—Porque...de alguna forma, me agrada tu familia. Entiendo que estas últimas semanas no han sido fáciles para ellos. Jason no podía volver al lugar donde vio a su padre morir y tu madre no podría sustentarlos solo con la panadería. Solo quería ayudar.
—Te lo agradezco mucho. Significa bastante para mí. — sonríen. — ¿Alguien más sabe de esto? — también empieza a comer.
—Solo Max y la mucama.
—¿La mucama?
—Sí. Casi le dan tres infartos, pero...sabrá sobrellevarlo. Soy su adoración. — se ríe. — Ella se encargará de prepararte para la coronación. Cosas básicas. — conociendo a la mucama, sabe que esos días serán de completo agotamiento.
—¿Y...cuándo lo sabrán todos? — la angustia de pensar en aquel momento era inevitable.
—Dentro de dos días, en el último baile. Donde te entregaré la corona que te sellará como mi prometida oficial y luego daremos un largo recorrido por el pueblo. — la repentina necesidad de hablar con su madre antes de que eso pase, se acababa de volver su prioridad. — Mañana hablaré con Turquesa y me encargaré del resto. Todos se llevarán la sorpresa.
—¿Y la dote? Sabes que mi familia no podrá pagarla.
—Puedo decidir no aceptar ninguna. Ese es el menor de nuestros problemas. — Helen parece preocupada. — No será fácil, pero eso ya lo sabes. Necesito que seas fuerte, más de lo que ya sé que eres. Solo juntos, podremos ganar. — se levanta, se acerca y alza su mentón suavemente. — Mientras estés conmigo, nadie te podrá lastimar. Nadie. — la mira fijamente a esos hermosos ojos azules que lo cautivaron desde el primer instante.
—Haremos esto juntos. — está muy decidida.
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