2. Entre tantos arrodillados.
27 de septiembre del 1575.
Toda Francia está emocionada por el cumpleaños #23 del príncipe Alan, el futuro rey de Francia y por ende, le harían un gran festejo en el palacio con muchos invitados especiales pero antes, debía hacer su primer recorrido por el pueblo que próximamente gobernaría. Pocas veces la familia real se relacionaba con el pueblo, ni siquiera solían pasar por allí pero el rey consideró que esta vez, era necesario que todos conocieran a su próximo sucesor. Así que mandó a preparar las carrozas que los transportarían hasta allá.
Alan es apuesto, musculoso, de piel pálida, ojos azules, de lacio cabello negro, mandíbula marcada y moderadamente alto. Junto a su hermano Aarón (que tenía las mismas características) fueron entrenados desde muy pequeños para ser los mejores guerreros del reino y ganaron muchas de las batallas a las que su abuelo los envió.
Aquella imagen de la noche en la que lo vieron con aquellas mujeres encadenadas en aquel templo quedó en sus mentes por largos años y cuando crecieron e intentaron hacer algo al respecto, ya no había nada allí. Sabían que seguramente las había movido a otra parte y hasta entonces, han tachado muchos de los sitios en donde podrían estar. Nunca lo enfrentaron porque sabían de lo que era capaz, sabían que es muy despiadado hasta con su propia familia cuando intervienen en su camino, así que seguiría siendo un secreto entre ellos hasta que fuera necesario.
Alan no está muy emocionado de recibir la corona, ser rey no es algo que anhele pero acepta toda la responsabilidad que eso conlleva y sabe que cada vez está más cerca. Belmont ya tenía 76 años y a pesar de que estaba perfectamente de salud, cualquier día podría retirarse o incluso ser asesinado. Son los riesgos de cualquier rey y él lo sabía, por eso se empeñó (y aún lo hace) en preparar a Alan lo suficiente para que continúe lo que él empezó.
Ahora está frente al espejo, arreglándose el traje y la túnica negra que su madre ordenó para su cumpleaños. La cual, le queda perfectamente bien. Celebrar su nacimiento tampoco es algo que le apasiona pero de igual forma lo disfruta.
— ¡Feliz cumpleaños, hermanito mayor! — Aarón entra sin tocar la puerta, se recuesta en su cama y le sonríe.
—Nunca aprenderás a tocar, ¿verdad? — Alan lo regaña.
—¿Tocar? ¿Qué es eso? — se ríen. — El abuelo y los demás te están esperando. También escuché que esta noche tendrás algo de acción, puesto a que traerán algunas doncellas para que te diviertas. A veces te envidio, pero solo a veces. — toma una manzana del frutero y la muerde.
—¿Solo... a veces? — Alan sigue arreglándose la manga de su traje. — ¿No te gustaría ser tú el próximo rey?
—¿Y someterme al estrés mental que pasas tú todos los días? No, gracias. Mi vida es muy divertida así como está. — lanza la manzana hacia el techo y la vuelve a atrapar. Al contrario de los demás, Aarón va mucho al pueblo y sin que sepan quién es, disfruta como uno más de ellos. Bebe, baila e incluso ya es amigo de mucha gente.
—No creo que llegar borracho todas las noches sea sinónimo de tener una divertida vida.
—Y ahí está...juzgando otra vez. — Aarón bromea, ya sabe cómo es. — ¿Sabes lo que sí me intriga mucho? Conocer a la chica con la que pasarás el resto de tu vida. Porque...honestamente no creo que ninguna resista tu pésimo humor.
—No creo que las chicas prefieran a un joven gracioso a uno que podría asegurarle toda una vida llena de caprichos y riqueza.
—Te sorprendería la gran parte que sí. Paso mucho tiempo en el pueblo y la mayoría dice que prefieren una vida feliz en la pobreza a una vida infeliz en la riqueza.
—¿Y cómo sabes que están seguras de lo que quieren si nunca lo han tenido? — lo deja en silencio. — ¿Quieres que apostemos?
—No, olvídalo. Eso jamás pasará. Jamás podré competir con el futuro rey de Francia. Además, ¿te has visto en el espejo? Estás bien guapo. — sigue molestándolo mientras se ríe irónicamente.
—Eres el peor hermano. — Alan ya está acostumbrado a los malos chistes de su hermano pero nunca deja de impresionarlo. Cuando ya está listo, caminan por los corredores del castillo hasta encontrarse con Gertrudis.
—Mira nada más qué hermosos están mis hijos. — los besa en la mejilla a ambos. — Feliz cumpleaños, Alan. — le acomoda la túnica mientras sonríe.
—Gracias, madre. ¿Ya está todo listo para irnos?
—Sí pero antes...tengo un regalo para ti. — le entrega un reloj de mano.
—¿Un reloj?
—El tiempo está en tus manos y solo tú sabrás qué hacer con él. Quiero que recuerdes eso cada vez que lo veas. — cierra su mano con el reloj en ella.
—Te lo agradezco, madre. — Alan responde con una leve sonrisa y Gertrudis vuelve a darle un beso en la mejilla.
—El rey los está esperando. — Vittorio les avisa y juntos, emprenden un largo viaje hacia el pueblo donde todos honrarán la presencia de su próximo rey.
Mientras tanto el pueblo.
Todos están emocionados por la llegada de la familia real y tienen todo un camino despejado lleno de guardias para asegurar el paso de los Rutherford. Todos debían estar presentes o serían castigados, cosa que no será necesaria ya que todos, sobre todo las chicas, mueren porque llegue el momento de ver al príncipe. Todas menos Helen.
Mientras cotillean sobre el tema y sobre qué ropa usarían para impresionar, Helen camina con una canasta de panecillos que sobraron de las ventas del día para dárselos a los que lo necesitaban. Ayudar la hace muy feliz. Siempre dice que si tuviera riquezas haría lo que su reino no hace: ayudar a los demás. Y esta es la razón por la que creció despreciándolos. Piensa que son arrogantes, vanidosos e ignorantes. Que solo piensan en sus beneficios y no en el de los demás. Pensamientos que no están muy alejados de la realidad.
—¿Tienes algún pan para mí? — uno de los borrachos del pueblo se le acerca.
—Me temo que no pero si quiere puede ir a comprar los que quiera en la panadería de mi madre. — esboza una falsa sonrisa y cuando intenta seguir con su camino, el borracho la hala del brazo y tumba su canasta.
—¿Quién te crees para hablarme así, malcriada? ¿Tus padres no te educaron lo suficiente? — sigue sujetándola.
—Me educaron lo suficiente para no dejarme amedrentar de asquerosos como tú. — toma impulso y choca su cabeza con la suya, haciendo que caiga y la suelte al instante.
La gente comienza a acumularse para observar.
—Ya verás lo que... — intenta levantarse para atacarla de nuevo y ella toma un garrote que había cerca para defenderse, pero antes su hermano Jason, el mayor, interviene y lo empuja lejos de ella.
—¡No te atrevas a tocar a mi hermana! — le advierte, apuntándole con el dedo. — ¡Largo! — el borracho lo duda. — ¡Largo! — ante la insistencia de Jason, no le queda de otra que marcharse. No sin antes darle una amenazante mirada a Helen, la que intenta alcanzarlo para golpearlo otra vez pero Jason la detiene.
—Ya basta, déjalo ir. — mira el garrote en su mano. — Y suelta eso. — Helen lo suelta mientras lo mira, recoge la canasta y camina furiosa de regreso a casa.
—No puedes seguir haciendo esto, podrían matarte ¿no lo entiendes? — Jason va detrás.
—¡Pues prefiero que me maten a dejarme intimidar por imbéciles como ese! — está muy enojada.
—Es un imbécil, lo sé pero como ese hay muchos y tú eres solo una niña. ¿Qué pasaría si no estoy cerca? ¿Qué serían capaz de hacerte? Solo piensa en eso.
—Ya no soy una niña, Jason y puedo defenderme perfectamente. Él empezó y sí querías que me quedara de brazos cruzados también eres un imbécil. — se detiene para mirarlo con rabia y continúan caminando.
—Solo digo que a veces no es bueno hacerse la valiente y no solo por esta vez, todos los días tienes un problema nuevo con alguien.
—De mis problemas me encargo yo, no te necesito Jason. — es lo último que le responde antes de cruzar la puerta de su hogar. Jason guarda silencio para no alterar a su madre y actuar con normalidad.
—Menos mal que llegaron, envié a tu hermano a buscarte porque de lo contrario, sabía que llegarías tarde. — María toma la canasta de sus manos y la coloca junto a las demás.
—¿Llegar tarde para qué? — Helen frunce el ceño.
—Siempre andas en otro mundo hermanita. — Lucas sale de su aposento mientras se arregla la camisa.
—Toda la familia real vendrá al pueblo y debemos estar presentes. — María le explica.
—¿Y qué ganamos con eso? ¿Mejorará nuestra vida? — todos la miran, ya conocen su odio por la realeza.
—Es algo que como pueblo debemos hacer. Ve y arréglate un poco. Te alcanzo en un momento. — María acaricia su cabello y Helen va a su aposento. Su casa no era grande pero cada uno tenía su propio pequeño espacio. Estaba construida de piedra y madera como la mayoría pero un poco más amplia que las demás. Los aposentos en vez de puertas tenían cortinas y la sala funcionaba como espacio de visitas y cocina al mismo tiempo. Tampoco tenían muchas cosas materiales, solo lo necesario. Con muchas monedas Benjamín pudo comprarle un puesto en el centro del pueblo donde podría vender sus panes y gracias a eso, pueden vivir mejor.
Helen se encierra en el baño (en la parte trasera de su casa) llena el barril de agua tibia, se desnuda por completo y entra mientras suavemente se pasa la esponja por su pálida piel. Tenía que sujetar su largo y lacio cabello negro para no mojarlo, ya que sobrepasaba su cintura. No tenía ninguna mancha en su cuerpo excepto por los siete extraños puntos diminutos en su antebrazo izquierdo. ¿Qué es eso? Se pregunta cada vez que los ve pero está resignada a jamás obtener una respuesta.
Después de un largo rato, sale y regresa su aposento para vestirse y peinarse, a lo que María entra para darle una mano.
Toma el cepillo y comienza a peinarla.
—¿Papá no ha llegado? — Helen pregunta mientras mira por la circular ventana de su aposento.
—No, ya sabes que siempre llega tarde.
—Debe estar muy cansado. ¿No podríamos llevarle algo de comer?
—Siempre se lleva suficiente comida preparada de casa. Estará bien amor. — aun así, Helen no deja de preocuparse por su padre.
Se quedan en silencio hasta que recuerda la llegada del príncipe.
—¿Crees que el príncipe llegue a ser un buen rey? — cambia de tema.
—¿Te refieres a que si nos ayudaría? Realmente no lo sé querida. Nadie lo sabe aún. — le responde.
—No sé porqué siento que todos ellos son terribles personas. Son muy injustos con los que los mantienen donde están, disfrutando de buena comida, buena cama, buena vida.
—Ellos tuvieron la suerte de ser quienes son y nosotros también. Tienes que aceptar la vida que Dios te da y conformarte. ¿No eres feliz siendo mi hija, teniendo a tus hermanos y tener a un padre ejemplar como Benjamín?
—Por supuesto que sí. — se gira y la mira. — Soy muy afortunada de tenerlos.
—Pero... — María conoce los pensamientos de su hija.
—Pero me sigue pareciendo injusto que tengan mucho y no hagan nada bueno con eso. — María se preocupa porque sabe que ese odio que siente Helen por la realeza podría traerle problemas.
—Está bien que lo hables conmigo pero no digas estas cosas delante de nadie más, ¿de acuerdo? Podrían castigarte y sabes que nadie podrá detenerlos.
—¿Qué es lo peor que podrían hacerme? — tiene curiosidad.
—Te encerrarían, sin comida, sin agua ni nada que necesites. Incluso podrían torturarte hasta morir. Es una de las primeras razones por la que te digo que no hables de esto con nadie más. Si llega a oídos del reino, no pararán hasta hacer que te arrepientas de ello. — pero incluso esto, aunque le dé miedo, no es suficiente para controlar la ira a pesar de que no pretenda decirle nada a nadie de momento.
Las campanas suenan, señal de que los Rutherford ya están llegando.
Todo el pueblo se reúne en la plaza detrás de las bandas que cientos de guerreros protegen. Muchos son fanáticos del rey y toda su familia (para ellos son sus dioses), otros les tienen mucho respeto, otros sienten que es su deber y otros porque no tienen de otra.
—Den todos su muestra de agradecimiento ante la familia real de Francia. Dueña y poseedora de todo lo que hoy disfrutan y cuidan. Recordando que es el vigésimo cumpleaños del príncipe Alan, su futuro rey, pueden dejar sus ofrendas en aquella carroza que se les serán entregadas al llegar al castillo. — el vocero real les informa. — Ahora sí, démosle la bienvenida al rey y al futuro rey de Francia junto a toda la familia real. — los músicos comienzan a tocar una melodía interesante mientras los caballos negros de las carrozas se acerca más y más. Primero pasan muchos guerreros y bailarinas hasta que pasan los demás. Alan en la primera y más grande carroza al aire libre con Tomasia y Belmont de sus lados. Gertrudis, Aarón y el coronel Cristóbal en la segunda carroza y miembros de la nobleza en la última.
Mientras la de Alan avanza, todos los pueblerinos se arrodillan para mostrar respeto, ya que tampoco pueden mirarlos a los ojos por mucho tiempo. Todos parecen acatar las normas menos Helen, quien se mantiene de pie entre tantos arrodillados.
—¿Helen? ¿Qué haces? Arrodíllate. — Lucas le susurra mientras también está arrodillado a su lado.
—No me arrodillaré ante esta gente. ¿Quién se creen que son? — la rebeldía es algo que la caracteriza.
—Pues nada, simplemente los malditos dueños de todo lo que ves a tu alrededor. Arrodíllate o te matarán. — está muy nervioso.
—Eso suena como un reto para mí.
—Deja de hacer tonterías y arrodíllate. — intenta halarla del brazo para bajarla pero Helen manotea con él para evitarlo, movimiento que resalta y llama la atención del príncipe Alan. El viento sopla en dirección contraria y hace que su cabello cubra su rostro, por lo que mueve la cabeza para retirarlos y genuinamente enfoca sus ojos en los de Alan. Él no entiende cómo es que al contrario de los demás, tiene la osadía de verlo con tanto odio y desprecio. ¿Por qué no se arrodilla ante su futuro rey y me mira de esa manera? Se pregunta mientras la ve con el levemente ceño fruncido. Helen le sostiene la mirada mientras acomoda su cabello sin importarle las consecuencias.
Cuando un guardia nota que sigue de pie, intenta caminar hasta ella pero Jason la hala fuertemente y la obliga a permanecer agachada, acción por la que es salvada. El príncipe trata de no perderla de vista y el rey nota que algo ha llamado su atención. Mira hacia la dirección pero por suerte, no logra ver la razón.
—¿Sucede algo? — Belmont le pregunta, interrumpiendo la concentración de Alan.
—No. Nada importante. — responde, volviendo su vista hacia el frente. El momento que acaba de pasar de una forma u otra le ha dejado un encantador mal sabor. ¿Quién es esa chica? ¿Por qué lo miraba de tal forma? ¿Por qué no quiso arrodillarse ante él? Son cosas que siguió preguntándose durante todo el trayecto restante.
Algún día te veré de nuevo, linda...
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