19. La propuesta.
La doncella con alma de guerrera que juró jamás entablar ningún tipo de relación con la realeza acababa de sumergir sus labios con los del futuro rey de Francia. Aquel beso despertó cosas que nunca pensó que sentiría, o más bien, que nunca ocultaría en su interior. ¿Qué era eso tan asfixiante que sentía por el príncipe? ¿Qué era eso que le hacía sentir tan bien? Aparta sus labios de los suyos con una gran confusión que quemaba todo su interior.
—¿Qué hace? ¿Qué cree que hace? — se limpia los labios con sus manos.
—No te hagas. Acabas de disfrutar ese beso tanto como yo. — sonríe con picardía y cuando intenta acercársele otra vez, Helen lo golpea fuertemente. Dejándolo más que impresionado.
—Ya se lo dije, no seré otra más en su lista. — intenta mantener la cordura.
—¿Por quién me das? ¿Quién crees que soy? — frunce el ceño mientras acaricia la mejilla en la que Helen lo ha golpeado.
—Alguien que está acostumbrado a tenerlo todo. Más en cuanto a mujeres se refiere. — mientras más a ella se acerca, más retrocede.
—Pero eso no podrá negar esto que sentimos desde el primer momento en que nos vimos. — clava sus ojos en ella. — ¿Es que acaso no te das cuenta?
—Usted jamás podrá darme el lugar que merezco. ¡Está a punto de casarse con la princesa Robledo! — le recuerda, apartándose más de él.
—¿El problema es ese? ¿Mi compromiso con ella? Solo pídeme que no me case y no lo haré. — la locura en sus ojos casi la convence de que realmente estaría dispuesto a hacer algo así.
—Esa nunca será mi decisión. — le responde fríamente.
—¿Príncipe Alan? — Max, su guerrero de más confianza los interrumpe aun manteniendo distancia.
— ¿Sí, Max? — lo mira de reojo. Odia que lo estorben de tal forma. Max mira a Helen tímidamente como si no considerara oportuno hablar delante de ella. — Di lo que tengas que decir, ella no es un problema. — casi parece haber leído sus pensamientos.
—Es su hermano. Atrapó a la que intentó envenenar a su madre, señor. — menos mal que era una buena razón.
—De acuerdo. — vuelve sus ojos a Helen. — Tú y yo seguiremos esta conversación más tarde. — le dice y se retira con Max hasta las mazmorras donde Aarón está. La sospechosa está atada de una silla de pies y manos, y con una venda en la boca que Aarón le quita para que pueda hablar.
—¿Así que ésta en nuestra sospechosa? — Alan se coloca los guantes de cuero negro.
—Yo diría que es la culpable. La encontré por el pueblo haciendo muchas preguntas que no debería hacer. — Aarón responde. Alan revisa su muñeca y confirma que es pagana gracias a su marca en forma de triángulo en la piel.
—¿Quién te envió? — le pregunta directamente. —¿Silas?
—¿Quién es Silas? — Aarón frunce el ceño.
—¿Silas? ¿Cómo sabe su nombre? — la mujer pregunta.
—Te sorprendería todo lo que sé. — se sienta frente a ella.
—Silas era un buen líder, pero...últimamente sus emociones son más fuertes que su deber. Lo desviaron de su verdadero objetivo.
—¿Y ese objetivo... era nuestra madre?
—Dicen que para derrumbar al más fuerte se debe empezar por sus partes más frágiles. Pensamos que su hija era una buena opción. — confiesa sin más.
—¿Cómo pudiste entrar al castillo? ¿Alguien desde dentro te ayudó? — Aarón pregunta.
—Todo fue más simple de lo que pensamos. Parece que ganaremos esta vez.
—¿"Ganaremos"? — que hable en plural y no solo de ella, activa el sentido de alerta del príncipe. En ese momento, se oye mucho movimiento y gritos del exterior.
—¿Qué es eso?
—Iré a revisar. — pero antes de que Max pueda salir algo detona, sacudiendo los escombros del lugar y haciéndolos perder el equilibrio.
—Ya están aquí. Esta será nuestra venganza. — dice la pagana con una satisfactoria sonrisa.
—¿Qué es lo que están haciendo? — Alan la sujeta fuertemente de la mandíbula, a lo que solo responde con una malvada sonrisa. — No la pierdas de vista. — a Max le ordena y sale con su hermano para ver qué estaba pasando. Cientos de paganos en las afueras del castillo con antorchas y batallando con los guerreros del reino que intenten alejarlos de la zona. Parecía que querían hacer protestas más que entrar y matarlos a todos. Cosa que harían los tenebris sin dudar.
Entre la multitud, Alan encuentra el rostro de Silas, viéndolo fijamente. Parece que no tenía tan poco que ver con todo esto después de todo.
— ¿Quién es él? ¿Lo conoces? — Aarón le pregunta a su costado.
—Algo así. — se acerca a las puertas con muchos guerreros detrás. Incluso los paganos le tienen respeto. — ¿Qué es lo que quieren? — mira a Silas.
—Me gustaría tener una...agradable conversación con un viejo amigo. — sabe que se refiere al rey. — De lo contrario, dejaré que esta gente haga lo que quiera. — mira de reojo a todos los paganos que lo acompañan.
—¿Tú montaste todo este espectáculo? — el príncipe Alan parece tomarse la situación con mucha calma. — Parece que Loana estará muy decepcionada.
—¿Usted qué sabe de Loana? — parece impresionado.
—Mucho más que usted, me temo. — lo deja en silencio. — El rey no está en condición de tener reuniones con nadie. Así que pueden posponer su espectáculo para después. — una sus manos en su espalda baja.
—Sabemos que tienen a una de las nuestras en sus mazmorras, proclamamos su libertad.
— ¿Te refieres a la que intentó envenenar a la princesa Gertrudis? Estamos en todo nuestro derecho de tenerla aquí. — refuta Aarón.
—Eso fue un error.
—Un error que pagará con su cabeza. — una línea de guerreros protege la entrada con sus escudos y espadas. A los paganos superan en cantidad. — Ahora lárguense de aquí o perderán más de lo que querían ganar.
—No nos iremos sin ella.
—Está bien. Entonces inicien su ataque y pongan también la vida del rey de Inglaterra en peligro.
— ¿Rey de Inglaterra?
—Está de paso. Así que, si atacan ahora, también ganarán otro país de enemigo más. — los paganos se miran entre sí y empiezan a reconsiderarlo. — Su...compañera cometió un error que debe ser castigado. Atentar con la vida de un Rutherford no es cualquier cosa, pero eso ya lo saben muy bien.
—De todas formas, me gustaría hablar pacíficamente con el rey. Solo yo y...cuando sea posible. — Silas baja la guardia y los demás paganos parecen algo decepcionados.
—Le haré llegar tu petición. — lo observa por última vez y camina hasta el interior del castillo. Los paganos no tenían de otra que regresar a sus escondites y esperar la próxima toma de decisiones de su líder, Silas. Mientras que los guerreros del reino no descansarían para asegurar el castillo durante toda la noche.
—¿De dónde lo conoces? — Aarón le pregunta mientras camina a su lado por los pasillos del castillo.
—Es Silas, líder de los paganos. Lo conocí en una de las guerras de aquella época, ¿lo recuerdas? — Aarón trata de recordar. — Tiene una hija, su nombre es Loana. Y en vez de matarlos los dejé escapar.
—¿Dejaste escapar al que hoy es el principal enemigo de nuestro abuelo?
—No lo sabía en ese entonces. No tenía idea de lo que pasaría hoy. — incluso el príncipe Alan parece sentirse algo culpable. — También parecen saber sobre la existencia de las prisioneras del abuelo. Lo mucho o poco que sé, es gracias a Loana.
—¿Por qué no me habías dicho nada de esto?
—Parecías muy ocupado embriagándote en las cantinas del pueblo y recordándome que debería dejar todo este tema atrás. — deja a su hermano en silencio. — Ahora tengo a otros de los qué preocuparme ahora. — dice, refiriéndose a los tenebris.
—Será mejor que tomes una decisión pronto.
—¿Qué quieres decir con eso? — Alan frunce el ceño.
—Si quieres seguir en este juego debes saber de qué lado estarás. No puedes conspirar contra el abuelo y luego preocuparte por su bienestar. Es todo o nada, Alan. — en gran parte, sabe que su hermano tiene razón. — Mañana tendremos una muerte que presenciar. Puedo encargarme del resto. — le da dos leves palmadas en su hombro y camina hasta sus aposentos. Parecían no ser los únicos en la conversación, ya que Enrique, el rey de Inglaterra también se encontraba detrás de una de las columnas escuchando absolutamente todo.
8:30am.
Después del desayuno, Max, Alan, Aarón y Vittorio, tuvieron una concreta reunión con el rey y el consejo real para tocar el tema de los paganos. Aunque el príncipe Alan se reservó detalles que quizás eran importantes, está dispuesto a colaborar para proteger a su familia y su reino de los enemigos.
—¿Más problemas, príncipe Alan? — dice el rey Enrique detrás de Alan. Pone los ojos en blanco y se gira lentamente hasta verlo a la cara.
—Ninguno que no se pueda resolver. — esboza una falsa sonrisa.
—Francia resultó ser más interesante que mi propio país.
—Sí, los riesgos abundan aquí. Si siente que su bienestar peligra, puede considerar volver a su reino. — todo lo que el príncipe desea, es deshacerse de él.
—Tengo un plazo de tiempo que voy a cumplir. Lamento si eso no es muy de su agrado. No pensé que fuera tan celoso. De saber que la señorita Laurent era su amante jamás habría bailado con ella. — intenta poner a prueba su paciencia.
—La señorita Laurent no es tal cosa, solo es mi sierva.
—No lo sé, eso no fue lo que vi en el baile. Por cierto, su prometida es...
—Escúchame con atención. — se acerca al rey, interrumpiéndolo. — Puedes hacer aquí lo que quieras, a fin de cuentas, tu problema es con el abuelo, no con nadie más. Pero si vuelves a acercarte a ella, lo volverás personal... conmigo.
—Algo me dice que no estamos hablando de su prometida, ¿verdad? — Enrique sonríe. — Tranquilo, solo intento romper ese hielo que tienes con todos. — golpea suavemente su hombro y Alan lo observa con cara de pocos amigos. — Algo me dice que seremos muy buenos aliados algún día.
—Lo dudo mucho. — ambos sonríen irónicamente. — Ahora, si no tiene nada más que decirme, me retiraré. Algunos sí tenemos trabajo que hacer. — opta por ser educado (aun con sus segundas intenciones) y sigue su camino. El que se ve invadido por su madre.
—Hijo, te estaba buscando por todas partes. — le da dos besos en las mejillas. — Hay un festival en la nobleza y recibimos una invitación por parte de la familia de tu prometida que no podemos rechazar.
—¿Más fiestas? ¿No crees que sea algo inoportuno, madre?
—Esto no es una fiesta, es más como una feria donde la gente vende cosas y disfrutan del ambiente. Será agradable. Además, podrás pasar más tiempo con Tessa.
—Entonces ve tú, madre. Tengo cosas más importantes de las que preocuparme.
—Tu matrimonio es lo más importante aquí. No asumas responsabilidades que aún no te corresponden, deja que Belmont se encargue de los paganos y de la rebeldía de nuestro pueblo. Tú debes recordar que serás el rey de este país algún día y solo entonces podrás decidir en qué perderás el tiempo. — Gertrudis parece más desesperada que él. — Solo intento darte momentos de un chico normal que está a punto de casarse antes de que ya no puedas hacerlo. — y el príncipe Alan la entendía, pero lo que no sabía es que dejó de ser un chico normal desde hace muchos años.
—¿Serán muchas horas?
—No, solo será un momento. Puedes traer a Helen si quieres. Veo que tu estado de ánimo aumenta cuando estás cerca de ella. — en cuanto su madre lo dice, no puede evitar sonreír como todo un niño enamorado. — ¿Ves? Solo es mencionar su nombre y sonríes. Pero tranquilo, ya no voy a hostigarte con eso. Mientras no canceles tu boda con Turquesa seguiré empeñada en que todo quede a la perfección. — Alan se queda en silencio. — Te daré cinco minutos, estaré afuera. — acaricia su mejilla y se retira.
Helen.
Sin poder sacarse el beso con el príncipe Alan de la cabeza, intenta cumplir con todas sus tareas del día lo mejor que puede. Aquellas visiones que Cinco les había compartido también seguían atormentándola. ¿Qué se supone que debía hacer? Eran demasiadas cosas en las qué pensar. Mientras ordenaba el armario del príncipe sin ánimo alguno, aparece y se recuesta sobre el umbral silenciosamente.
La observa detenidamente.
—¿Por qué parece que siempre estás de mal humor? — dice de repente, haciéndola saltar del susto.
—Porque no hay ninguna razón para estar de buen humor en este lugar. — intenta controlar los vertiginosos latidos de su corazón.
—Creo que tenemos una conversación pendiente. — se acerca más a ella.
—Creo que en realidad no hay nada de lo que debamos hablar.
—¿Tienes miedo?
—No existe algo a lo que le tema todavía.
—¿Entonces por qué cada vez que estamos tan cerca huyes de mí?
—Porque lo único que nos traerá lo que sea que estemos haciendo, será más problemas. Y supongo que ya tenemos suficientes. Tengo una venganza que cumplir y en 7 meses me largaré de aquí. Aún tengo una familia a la que sacar adelante.
—Podemos sacarla juntos. Tú y yo. — un inmenso escalofrío y una extraña sensación invade todo el cuerpo de Helen ante lo que cree estar escuchando. — Tú quieres proteger a tu pueblo, a tu familia y vengarte de los que hacen daño. Yo quiero demostrarles a todos que no soy alguien a quien puedan manipular. Que puedo tomar mis propias decisiones y que no tengo que seguir un ruin protocolo que mi abuelo impone.
—¿Y qué quiere decirme con eso?
—Quiero que te cases conmigo. — confiesa sin más. Una parte dentro de Helen grita: ¡sí! ¡hazlo! Pero otra más consciente, grita que es totalmente una locura. Una locura que no podría arriesgarse a cometer.
—¿Qué dice? ¿Se volvió loco?
—Piénsalo. Ambos saldríamos muy beneficiados de esto. Sobre todo, tú. Como reina podrás hacer con Sylvie y sus amigas lo que quieras. Darles protección, lo cual no tienen y quizás devolverles la vida que el rey les arrebató. Tu madre y tus hermanos tendrán una vida sin preocupaciones y jamás faltará un plato de comida en su mesa. — todos estos beneficios no le suenan tan descabellados después de todo, pero el simple hecho de casarse con un príncipe iba en contra de todos sus principios. De todos los consejos que su madre le había dicho. — Sé que suena simple y es complejo, pero...tendrías todo lo que quisieras a tus pies. Incluso a mí. — ve en sus ojos honestidad.
Helen titubea.
—No espero una respuesta justo ahora. Además, tenemos que irnos a otra parte en la que no quiero estar, pero necesito que me acompañes. Prefiero hablar de los términos en una cena, quizá. Supongo que tendrás muchas condiciones. — esboza una media sonrisa.
—¿Me dejará poner las condiciones que quiera?
—¿Tengo de otra? — parece que ya la conoce muy bien.
—Entonces no sería un matrimonio real.
—¿Es lo que quieres?
—Ya veremos. — una parte de sí querría que no lo fuera, pero no se la pondría tan fácil de todos modos.
—¿Entonces sí lo considerarás? — casi parece sorprendido.
—¿Qué pasaría con la princesa Robledo? — imita su pose y une sus manos en la espalda baja.
—Hablaré con ella. Nadie saldrá lastimado, no te preocupes. Ella lo entenderá. Además, aun no la he anunciado al pueblo ni al resto del consejo, así que tenemos tiempo.
—Parece tener un plan para todo, ¿desde cuándo ha estado pensando esto?
—Se me acaba de ocurrir. — la mira fijamente a los ojos, pero la verdad es que lo habría deseado desde el primer momento en que la conoció.
—¿Cuándo sería esta cena?
—Esta misma noche.
—¿Esta misma noche? ¿No cree que sea injusto?
—No tenemos tiempo, Helen. Si haremos esto hay muchas cosas que cambiar. — puede comprenderlo, pero no sabe si está preparada para asumir todo aquello. ¿Es necesario ser la esposa del rey para tener poder? Se pregunta mientras mira sus manos. Posee un poder literalmente más fuerte que llevar una corona. ¿Pero qué pasaría si deja que el mundo lo sepa? ¿Qué tal si Cinco después de todo tendría razón?
—Tenemos que irnos. — interrumpe sus pensamientos. Deja todo en orden, va por su túnica azul y sube a la carroza con el príncipe de camino a la feria por invitación de los Robledo.
En la feria.
Los Robledo reciben a Gertrudis y Alan con mucho respeto y Turquesa intenta saludarlo con un beso que el príncipe esquiva, mucho más porque está delante de Helen. Quien no podría sentirse más incómoda (como siempre). Mientras caminan por toda la feria, un espacio al aire libre con muchos puestos de venta de diversos materiales y aperitivos, disfrutan del ambiente. Aunque no hay áreas verdes, los troncos con ramas secas en conjunto con la decoración le daban un toque sublime. Luego de recorrer la zona, se sientan en un lugar que ya tenían reservado. Mientras Turquesa y el príncipe tomaban el té, Helen se quedó cerca de josefina y la princesa Gertrudis. También iban acompañados de más guardias por seguridad.
Josefina observa a Helen, ya que Turquesa le había hecho comentarios despectivos sobre ella y no podía negar que era hermosa.
—Se ven tan hermosos juntos, ¿no lo crees? — dice a propósito, para observar su reacción.
—Sí. Heredaron la belleza de sus madres. — comenta Gertrudis y sonríen.
—¿Cómo van los preparativos de la boda? Estoy muy ansiosa porque llegue el día.
—Intento mantenerme enfocada. Han sido días difíciles para nosotros. Mucho más por la visita del rey de Inglaterra.
—Comprendo. ¿Cómo sigue el rey?
—Está mejorando. Es fuerte. Pronto estará de mal humor otra vez. — bromea y vuelven a reír. La princesa Gertrudis nota que Helen está muy distraída viendo a algunos niños lanzarse al lago que queda no muy lejos. — Puedes ir a divertirte si quieres. Alan no te necesitará de momento y estaré platicando un rato con mi comadre. — le dice amablemente.
—Muchas gracias, con su permiso. — sonríe y se acerca a los niños. A quien el príncipe sigue con la mirada. ¿Qué es lo que hace? ¿A dónde va? ¿Por qué haga lo que haga siempre luce tan hermosa? Son las primeras preguntas que pasan por su cabeza.
—¿Es una buena criada? — Turquesa interrumpe sus pensamientos. — Parece que te llevas bien con ella.
—Su nombre es Helen. Y sí, me llevo bien con ella. De lo contrario ya la hubiera despedido. — regresa su vista hacia Turquesa.
—Me alegra. — miente. —A veces siento que es un poco torpe e inexperta para ti. Todo el tiempo esta distraída con algo nuevo. No me gustaría que siguiera con nosotros cuando nos casemos.
—Está bajo mis órdenes, se irá cuando yo lo decida.
—Pero escuché que solo por siete meses.
—O quizás toda una vida, el mundo da muchas vueltas. — sus comentarios lo han molestado. — Hay algo sobre lo que quiero hablar contigo.
—Príncipe Alan, princesa Robledo. — un retratista los interrumpe, cosa que molesta al príncipe aún más. — Es un inmenso placer tenerlos por aquí. Así que me gustaría saber si podría hacerles un retrato rápido.
—Oh, por supuesto. — Turquesa responde con una sonrisa y posan en el centro para que pueda pintarlos. Josefina y Gertrudis se acercan para observar mientras que todos los miembros de la nobleza presentes ponen sus ojos en ellos. En la futura pareja que dentro de poco gobernará toda una nación.
Mientras Alan intenta quedarse quieto al lado de Turquesa para que el pintor pueda hacer su trabajo, nota cómo Helen cae a las aguas del lago de repente. Hay muchas personas cerca, seguramente está todo bien. Intenta convencerse a sí mismo.
—Mi lord, ¿puede inclinar la cabeza un poco más? — le pregunta el pintor, a lo que el príncipe asiente. Y solo hasta pocos segundos después, no puede evitar volver a mirar hacia el lago donde Helen ya llevaba rato sumergida. Un rato más de lo normal. No hay nadie más allí, tampoco parece estar entre la gente y las aguas están muy estáticas.
Helen, sal a la superficie. ¿Y si no sabe nadar?
Al no obtener una respuesta, suelta a Turquesa y sin importarle nada más, corre hasta el lago mientras se quita la túnica. Con un impulso se sumerge en las aguas en busca de Helen. A quien encuentra a pocos metros más debajo de la superficie. La sujeta fuertemente de la cintura y nada hasta sacar sus cabezas al aire fresco.
—¡Helen! ¿Estás bien? — acaricia sus mejillas para ratificarlo.
—Sí, estoy bien. ¿Qué sucede? — frunce el ceño.
—Te vi caer al agua y no salías.
—Sí, caí, pero...estaba explorando. Pensé que después de encontrarme en el lago tantas veces sabría qué sé nadar. — esboza una sonrisa.
—¿Te burlas de mí? Casi me muero del susto. — mientras ella se ríe, él no tiene cara de buenos amigos.
—Estoy bien. Excepto por haber mojado este vestido. — ambos están completamente empapados de agua.
—Ven, debemos regresar al castillo o te resfriarás. — vuelve a tomarla de la cintura y la sienta sobre la arena para que pueda ponerse de pie junto con él. Por un momento habían olvidado que no estaban solos. Todos los presentes los miran con confusión. ¿Por qué el futuro rey de Francia se lanzaría a las aguas por una pueblerina? ¿Por una sierva? Es lo que algunos se preguntan, a lo que solo la princesa Gertrudis, podría responderse fácil y claramente. Pasan entre todos mientras Turquesa intenta ocultar su gran disgusto por lo que acababa de ver.
—Tenemos que irnos ya. — es lo único que le dice y camina junto a Helen hasta las carrozas.
Horas más tarde.
Luego de haberse duchado y cambiado de ropa, Helen sale a caminar un poco por las zonas que aún no había recorrido del castillo. Dentro de ellas, el pabellón secreto donde Belmont tenía el templo y donde próximamente llevaría a cabo el ritual. Al contrario de los demás, este lugar no tenía guardias de seguridad, ya que parecía abrirse desde dentro. ¿Cómo era eso posible? Antes de que intente usar su poder, los portones se abren ante su presencia. Entra cautelosamente mientras todos los velones se encienden por su propia cuenta.
—¿Qué es todo esto? — pregunta en voz baja mientras observa todo el interior. Se acerca al pedestal donde está abierto el grimorio. En donde al leer, se da cuenta de que es la profecía que el rey ha seguido durante muchos años. Tal parece que había hecho todo al pie de la letra y ahora al menos sabía cuál era la razón. ¿Por qué alguien que lo tenía todo también anhelaba la inmortalidad? ¿Por qué estar dispuesto a pagar un precio tan alto? ¿Por qué condenar la vida de siete mujeres que no decidieron ser lo que son? La vida ahora le parecía incluso más injusta.
Cuando alza la cabeza y observa la enorme escultura de una mujer aparentemente hermosa; después de leer el contenido del grimorio, sabe perfectamente de quién se trata.
—Ann. — pronuncia sin más.
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